27 de mayo de 2013

CAUSA ESMA: DÍAS 51 a 56.

13 05 2013
TESTIMONIOS
Día 51. "Monseñor Grasselli se callaba", dijo la hermana de una detenida-desaparecida en la ESMA
La familia de Diana Iris García se entrevistó con Grasselli en 1977, quien les dijo a la madre y la hermana que no tenía posibilidades de ayudarlas e incluso les cuestionó el pedido de reunión.

El caso de Diana Iris García, “Yaya” (nro. 100)
“Diana Iris García, psicóloga y militante en Montoneros, fue privada ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 15 de octubre de 1976, a las 15:00 horas aproximadamente, mientras transitaba por la vía pública con su compañera Graciela Beatriz García, en la intersección de la Avenida Córdoba y la calle San Martín, de esta ciudad, por entre 6 y 7 integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2 vestidos de civil y armados con pistolas 45, entre los que se encontraba un verde al que denominaban `Caniche`, quienes se trasladaban en dos automóviles. Posteriormente, fue obligada a subir a un automóvil Renault 12 de color blanco, patente C 300031, siendo trasladada a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente detenida bajo condiciones inhumanas de vida (bajo las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Diana Iris García aún permanece desaparecida”.

El testimonio de Celica Maritza García, la hermana de Diana
El Ministerio Público Fiscal le pidió a la testigo un relato detallado de los “hechos delictivos de los cuales fuera víctima su hermana”. Ante este pedido, Celica declaró que “mi hermana desaparece el 15 de octubre de 1976 en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires. Tengo recortes del diario, los tengo acá para presentarlos. Vivía cerca de donde fue secuestrada, fue interceptada por dos autos con siete personas de civil armadas, que la interceptan con una compañera de ella, Graciela García (caso nro. 101)”. La testigo agregó que: “con armas, las meten dentro del vehículo, antes llegan a decir sus nombres y que llamen a la Policía. Ahí comienza la desaparición de hermana hasta hoy, 36 años en octubre. No supimos nada más”. Ambas militaban en la organización Montoneros. Diana tenía 30 años, era psicóloga, egresada de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). 
Celica contó que el operativo fue publicado en el diario La Razón y comentado en Radio Colonia. Relató que su familia supo del secuestro por “gente que leyó el diario”. 

La búsqueda
La testigo contó que su madre, Rosa García, murió seis años después del secuestro de Diana, por un cáncer de pecho. Cuando la desaparecieron a su hija, Rosa presentó hábeas corpus, que fueron rechazados: “tengo acá las fotocopias con nombres de jueces diciendo que no existía esa persona, no aparecía en ningún lado, cartas de obispos de Santa Fe, Zárate, La Plata”.
Celica contó que con su madre fueron a la “Aeronáutica, la Armada y a la puerta de la ESMA, donde dejamos un papelito con el nombre de mi hermana. Nunca recibimos respuesta. Ya después, llegamos a la democracia, en la que pudimos dar testimonio en la CONADEP. Tengo el número de legajo”. También contó que dio su muestra de sangre al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). 

“Era como tenerla al lado”
Celica relató su experiencia en el EAAF, cuando le mostraron fotos de su hermana: “era como tenerla al lado”. Le propusieron reunirse con sobrevivientes que hayan visto a su hermana en la ESMA y dijo que sí. 
“Parecen mucho 36 años, pero para mí fue como si pasara ayer. La impunidad que pasamos fue tan grande, es muy tremendo”, dijo la hermana de Diana. 
Luego contó que “me averiguan que la persona a la que habían puesto al lado de mi hermana había sido Lila Pastoriza. Trato de preguntar si podían contactarme con ella, no encontraba su teléfono, hasta que la contacto, lo hago en un café. Yo iba muy esperanzada de que me dijera: `yo la vi en la ESMA y la vi así`. Me imaginé eso. Pero bueno, Lila me dice que en realidad había estado unos cuantos años (secuestrada en la ESMA), que no la había visto, pero sí sabía que había estado en la ESMA, porque había hecho trabajos (esclavos) y se enteró circunstancialmente cuando ya estaba con más posibilidades de hablar con represores de la ESMA y pregunta por mi hermana. Le dicen que estuvo y que fue trasladada. 

Entrevista con Grasselli
La testigo contó que “en el año 1977 tuvimos una entrevista con Monseñor (Emilio Teodoro) Grasselli. La acompaño a mi mamá a la Iglesia Santa María. Nos hicieron esperar en la recepción. Había otro grupo de 3 ó 4 personas que dijeron que iban por la misma situación. Cuando nos tocó el turno, pasamos a su escritorio y nos empezó a… primero nos dijo por qué íbamos, se expuso las razones, mi mamá habló de los hábeas corpus, que mi hermana no hizo nada… Él requería datos, preguntaba cómo era. Mi mamá había llevado todo lo que tenía, preguntaba, pero él no decía nada… se callaba. Cuando terminó la entrevista, dijo que no tenía posibilidades, que la circunstancia era tremenda, que iba a rezar y que iba a intentar por todos los medios… Tomó nota y dijo que cualquier cosa nos iba a citar”.  
La querella representada por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) le preguntó a la testigo por alguno de los apellidos de los jueces que rechazaron los hábeas corpus: “Montoya, dejo constancia ante ustedes”, respondió.

Incorporación de pruebas
El Ministerio Público Fiscal le solicitó al Tribunal incorporar los originales del Episcopado y otras documentaciones pertinentes. La respuesta fue favorable.

Justicia
Para concluir su testimonio, la hermana de Diana sostuvo: “ojalá se haga justicia por mi hermana y por todos los desaparecidos. Que la baldosa que está en la puerta de la casa de mi mamá donde dice que nunca más pasen estos hechos, sea algo realmente verídico y efectivo”. 

El caso de Hernán Abriata (nro. 115)
Según el fiscal de instrucción, Eduardo Taiano, “Hernán Abriata, que pertenecía al grupo de unión de scouts católicos que funcionaba en el Colegio Eymar de San Martín, fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, por un grupo de personas armadas vestidas de civil, el día 30 de octubre de 1976 a las 03:00 horas, en su domicilio sito en la Avenida Elcano nro. 3235, piso 3, departamento 39 de esta Capital Federal. Posteriormente, fue llevado a una `quinta` y, aproximadamente a fines de noviembre, fue trasladado a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente detenido bajo condiciones inhumanas de vida (encapuchado con una capucha de color gris, engrillado, esposado, bajo las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar) y fue torturado. Además, le habrían adjudicado el número `002`. En una oportunidad fue sacado del altillo y sometido a un interrogatorio por una pareja, hombre y mujer, que decían conocerlo de la Facultad de Arquitectura de la UBA. Antes de marzo de 1977 habría sido trasladado. La víctima habría estado detenida también en el C.C.D. ubicado en la calle Azopardo, de esta ciudad. Hernán Abriata aún permanece desaparecido”.

El testimonio de Beatriz Rosa Gertrudis Cantarini, madre de Hernán Abriata
La testigo relató el operativo en su casa y la de su marido, Carlos Alberto Abriata: “el 30 de octubre de 1976 descansábamos en mi casa con mi esposo a las 2:30 sentimos un estruendo terrible. Dije: `Explotó el gas`. Con megáfonos nos gritaban que debíamos salir en 30 segundos y que si no lo hacíamos nos iban a ametrallar. Salimos corriendo, yo en camisón, los vidrios saltaron todos, nos pusieron contra la pared, amenazándonos con armas grandes, como si fuéramos asesinos. Nos dijeron que si no mirábamos a la pared iban a dispararnos. Como nuestro hijo no estaba, reclamaban por él. Mi marido les dijo que estaba con su esposa, porque estaba casado. Lo amenazaron, lo esposaron y le taparon los ojos. Mi marido temía por nuestros vidas y les dije que si no le creían los llevaría a la casa. Lo llevaron atado”.

El secuestro del hijo y la nuera
Luego contó que “la calle estaba cortada, había autos (Ford) Falcon. Lo hicieron tirarse en el piso, lo llevaron a la casa (del hijo). Llamaron al portero, no me acuerdo el nombre, abrió la puerta, lo obligaron a mi marido a subir al tercer piso. Estaba durmiendo cuando mi hijo escuchó la voz de mi esposo. Le abre. Comenzaron a interrogarlo a él y a mi nuera, se los llevaron detenidos. Les sustrajeron cosas de la casa y a mi esposo lo volvieron a llevar a mi casa. Nos hicieron entrar a nuestra casa, revolvieron todo, sustrajeron lo que estaba a mano, se quedaron hasta las 5. Para irse, nos desarmaron el teléfono, se llevaron micrófonos”. 

La búsqueda
Beatriz contó que cuando amaneció fueron con su marido a la comisaría 37, pero le dijeron que no podía hacer la denuncia. “A la tarde, mi marido fue a hacer la denuncia a los conocidos. Teníamos amigos militares”. Luego contó que después de alrededor de un mes pudieron hacer la denuncia. 
La testigo también relató que su marido “tenía amistades, un primo hermano era Oscar Abriata, un militar (contraalmirante de la Armada). Tenía otro de la Superintendencia, con mucha influencia en el Ministerio del Interior. Les pidió que le dijeran desde la comisaría quién había hecho el allanamiento en mi casa y le contestaron que había sido de la ESMA. El comisario le dijo a mi marido que se presentara en la comisaría, porque le iban a recibir la denuncia. Fue, la hizo, y al poco tiempo nos citaron. Fuimos al Palacio de Justicia, pensábamos que nos iban a entregar a mi hijo. Yo operada de cáncer, mi marido tuvo un infarto. Y nos dieron un papel de que estaba hecha la denuncia en la comisaría. Nada más”.
Además de la denuncia en la comisaría, presentaron hábeas corpus y denuncias en los organismos de derechos humanos y el Vaticano. “Mi hija me ayudó en todo: iba a la Plaza con las Madres”. 

Un militar de la Armada en la familia
El Ministerio Público Fiscal le preguntó a la testigo si Oscar Abriata tuvo reuniones para averiguar sobre Hernán, y Beatriz respondió que “sí, se preocupó. Él sabía cómo éramos, al principio tardó unos días, a la semana o dos llegó y dijo que había estado cerca de la habitación de Hernán: `no tiene nada, está limpio, no lo esperan ni hoy ni mañana”. El contraalmirante Abriata no les dijo dónde estaba Hernán. Beatriz declaró que su marido se enteró, pero no recuerda cómo fue: “se metía en todos lados, estuvo con testigos que lo vieron a mi hijo y nos venían a contar que lo habían visto. Cuando mi esposo se enteró de que estaba en la ESMA, se metió todo lo que pudo para que el director lo recibiera. Un subalterno le dijo: `mire, señor Abriata, déjese de molestar. Usted tiene cuatro hijas`. En resguardo de sus hijas, no fue más. Ahí nos habíamos avivado de cómo eran las cosas”. 

Los llamados desde la ESMA
La fiscalía le preguntó a Beatriz si alguna vez recibió llamados de su hijo Hernán y ella dijo que sí. Contó que “sólo lloraba y decía: `hijo mío, hijo mío`. Me llamó y me decía: `estoy bien, voy a salir pronto`. Mi marido hablaba con él. El 13 de diciembre, su cumpleaños, me dijeron que llamaban por su cumpleaños, querían hablar con Mónica. Mi marido les dijo que no estaba. Entonces atendió él y habló, después hablé yo. Después llamaron otra vez. Él siempre adoraba a su mujer, tenemos cartas con poemas para ella”. 

La militancia
La fiscalía le preguntó a Beatriz si Hernán militaba en alguna organización política y ella respondió que no tenía conocimiento de eso, pero que “aunque hubiera militado, no es ningún crimen”, rechazando así cualquier intento de sostener la Teoría de los Dos Demonios. 

Hernán en la ESMA
Luego, la fiscalía le preguntó a Beatriz si Hernán fue visto por algún detenido-desaparecido sobreviviente del centro clandestino de detención, tortura y exterminio ESMA y dijo que sí. A partir de esto, le preguntaron qué cosas le contaron sobre el cautiverio de su hijo, y dijo que “mucho no me decían, sé cosas tristes, pero no me contaron para no hacerme mal. Sé que torturaban, que se oían gritos de las torturas… les daban un sándwich de carne y dos mates cocidos, y se bañaban una vez por semana”. 
Le contaron que en la ESMA a Hernán le asignaron el número “002”. Ante el pedido de describir físicamente a su hijo, Beatriz enumeró: “ojos azules, medía 1.70, delgado, buen hijo, buena persona con su familia, sus hermanas, era el mayor… las más chiquita murió hace un año y tres meses, tenía 47 años. Lloró años, le sacaba la almohada y tenía un pañuelito, siempre lloraba cuando se iba a dormir”. 

Una madre
Beatriz dijo que “me acuerdo de los ojos de mi hijo, pero a él lo quise borrar”, en referencia a Sandoval, a quien identificó como partícipe del operativo. Para cerrar su testimonio, sostuvo: “no puedo creer que haya gente de semejante crueldad. Si alguien comete crímenes, lo llevan preso y lo juzga un juez con todas las leyes. ¿Cómo hicieron eso con mi hijo?”. 

El caso de Alejandro Monforte (nro. 126)
Según consta en el pedido de elevación a juicio hecho por el fiscal Taiano, “Alejandro Monforte, empleado de la Facultad de Ciencias Económicas, fue privado de la libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 10 de noviembre de 1976, a las 01:30 horas, en su domicilio de la calle Ituzaingó nro. 4315 de la localidad de Munro, Provincia de Buenos Aires por alrededor de quince integrantes del Grupo de Tareas 3.3/2 vestidos de civil y con armas largas quienes le apuntaron con éstas. Luego de pisarle la espalda y la cabeza, fue encapuchado con una camisa y lo introdujeron en un coche, donde lo tiraron al suelo, conduciéndolo a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció detenido clandestinamente, bajo condiciones de vida inhumanas (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar) y fue torturado para obligarlo a proporcionar información. Fue interrogado con los ojos vendados, desnudo, atado a un elástico de una cama, mientras le aplicaban corriente eléctrica en los genitales. Finalizada la tortura lo llevaron a un lugar donde permaneció tirado en el suelo con las manos esposadas, engrillado en sus tobillos. Allí, ocasionalmente le daban patadas y trompadas. Algunas veces lo llevaron a la sala de torturas donde lo dejaban sentado mucho tiempo en la misma posición y lo fotografiaron con los ojos cerrados. Indicó que en el centro clandestino le asignaron el número `039`. Mencionó que además de la escasa comida que le proporcionaban, hacía sus necesidades en un balde y en ocasiones lo llevaban al baño esposado y engrillado. Finalmente, el día 26 de noviembre de 1976, le vendaron los ojos, lo encapucharon y lo introdujeron en un automóvil, junto a una mujer y algunos carceleros, siendo liberado en las inmediaciones del Hotel Sheraton sito en el barrio porteño de Retiro”. 

El testimonio de Patricia Beatriz Monforte, hija de Alejandro
El Ministerio Público Fiscal le preguntó a la testigo por el lugar de trabajo de su padre y ella dijo que “estudiaba y trabajaba en la Facultad de Ciencias Económicas”. Le preguntaron si tenía conocimiento de alguna otra persona de la Facultad de Ciencias Económicas que hubiese sido secuestrada y dijo que sí: Ercilia, quien era compañera de su padre sigue desaparecida y sigue desaparecida. Además, Patricia sostuvo que desconocía si Ercilia tenía o no militancia política. 

Próxima audiencia
El juicio continuará el miércoles 15 de mayo desde las 11:00 horas con más declaraciones testimoniales. 

15 05 2013
TESTIMONIOS
Día 52. Más testimonios sobre niños nacidos en la ESMA y delegados de La Nación detenidos-desaparecidos
Hoy declaró el tío del hijo de Ana Rubel y Hugo Castro, nacido en cautiverio, joven que continúa sin conocer su identidad. Además, dieron testimonio los hijos de Cristina Solís y Francisco Marín, militantes de Montoneros y delegados del diario La Nación detenidos-desaparecidos en la ESMA. 

Ana, Hugo y el hijo de ambos nacido en cautiverio
En el pedido de elevación a juicio, el fiscal Eduardo Taiano presentó los casos Ana Rubel, Hugo Castro y el hijo de ambos, quien continúa desaparecido, al igual que sus padres. Es uno de los casos abiertos sobre el que tanto las Abuelas de Plaza de Mayo como la CONADI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) trabajan para que el joven recupere su identidad.  
El parto en cautiverio se dio por probado en el juicio por el plan sistemático de robo de bebés. 

El caso del hijo de Ana Rubel y Hugo Castro, que nació en cautiverio en junio de 1977 y continúa desaparecido (nro. 307) 
“Nació en cautiverio aproximadamente en el mes de junio de 1977, en la enfermería del casino de oficiales de la E.S.M.A., mientras su madre Ana María Rubel de Castro se hallaba ilegítimamente privada de su libertad en esa dependencia naval. El parto fue asistido por el Dr. Magnacco. Desde el nacimiento, el niño permaneció clandestinamente alojado en la E.S.M.A., imposibilitando que sus familiares asumieran su protección y cuidado en el seno familiar, sin brindarles ninguna información sobre su nacimiento o paradero que les permitiera recuperarlo, teniendo en cuenta que funcionarios estatales estaban impidiendo a sus padres el libre ejercicio de la patria potestad sobre el niño. Asimismo fue atormentado mediante la imposición de condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar), agravadas por su condición de recién nacido -que lo colocó en una situación de mayor desamparo-, por su nacimiento en cautiverio -en un ámbito de encierro, de máxima desprotección, privado de las condiciones mínimas de salubridad e higiene que necesita un bebé de esa edad- y por el hecho de que su madre también se encontraba detenida en ese sitio padeciendo constantes maltratos y la angustia de haber dado a luz en ese lugar ante la posibilidad de perder a su hijo.
Por otra parte, luego de separarlo de la madre, fue llevado al Hospital de Niños de Buenos Aires, en virtud de que habría nacido cianótico. La madre de la víctima -Ana Rubel de Castro- y María del Carmen Moyano de Poblete fueron trasladadas al Tercer Cuerpo del Ejército dos días después de dar a luz. `Pedro Bolita` (el imputado Gaitán) retiró al hijo de Rubel de Castro y a la hija de Moyano de Poblete de la piecita de las embarazadas, cuando las madres ya habían sido trasladadas”. 

El caso de Ana Rubel (nro. 202)
“Ana Rubel fue privada ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de sus funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, entre el 15 y el 17 de enero de 1977, por personal del Ejército. En ese momento, cursaba un embarazo de aproximadamente tres meses. Posteriormente, fue conducida a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde se la mantuvo clandestinamente detenida y fue atormentada mediante la imposición de condiciones inhumanas de vida (sufriendo las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alimentación que existían en el lugar), agravadas por el estado de gravidez de la víctima y por la circunstancia de que su pareja también estaba alojado en ese centro clandestino bajo las mismas deplorables condiciones. Asimismo, le aplicaron descargas de corriente eléctrica y golpes que le provocaron graves heridas en los senos. Durante su cautiverio, dio a luz a un niño en la enfermería del Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada. El parto fue asistido por el Dr. Magnacco (médico ginecólogo del Hospital Naval). Su hijo habría sido dejado en el Hospital de Niños de Buenos Aires, pues había nacido cianótico. Ana Rubel habría sido `trasladada` alrededor del mes de junio de 1977 al Tercer Cuerpo del Ejército, al mismo tiempo que María del Carmen Moyano de Poblete. Aún permanece desaparecida”.

El caso de Hugo Alberto Castro (nro. 201)
“Hugo Alberto Castro fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de sus funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 15 de enero de 1977, al salir del domicilio de su madre ubicado en la calle Rawson nro. 3575, primer piso, departamento `B`, de la localidad de La Lucila, Provincia de Buenos Aires, por personal del Ejército. Posteriormente, fue conducido a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde se lo mantuvo clandestinamente detenido y fue atormentado mediante la imposición de condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar), agravadas por la circunstancia de saber que su mujer embarazada se encontraba alojada en ese centro clandestino bajo las mismas deplorables condiciones. Sus captores se apoderaron del automóvil que utilizaron para trasladarlo cuando fue secuestrado, propiedad de su madre Liria A. Santoro de Castro, marca Fiat 128 modelo Berlina, patente C-335.298. Hugo Alberto Castro fue visto en la Escuela de Mecánica de la Armada hasta el mes de junio de 1977, luego de lo cual habría sido `trasladado`. Aún permanece desaparecido”.

El testimonio del hermano de Hugo, Rubén Darío Castro
En la audiencia de hoy Rubén contó que desde el 15 de enero de 1977 no sabe qué pasó con su hermano: “ahí desapareció”, declaró, y relató la última vez que lo vio, cuando Hugo fue a la casa en la que vivían Darío y su madre para pedirles prestado el auto. Era un sábado: “el lunes, cuando esperaba que me trajera el coche para usarlo para trabajar, no apareció. De ahí empezamos a preocuparnos. Una amigo profesional presentó un hábeas corpus, pero nunca tuvimos respuesta”.

El recuerdo sobre Hugo Castro 
En su declaración, Darío recordó que su hermano “era maestro mayor de obra, se fue de la Ciudad de Córdoba porque perdió el trabajo. No sabía que militaba, sí que tenía ideas de izquierda, pero no que era activista”. Luego, agregó que “siempre estuvo vinculado a la construcción y después entró a trabajar en la Ford”. Además, dijo que Hugo “era muy conversador y tenía 25 años cuando despareció. Ana Rubel era la nueva pareja, pero nunca la conocí. A él le decían El Negro, pero para mí era Hugo”. 

El caso de Eva Marín (nro. 686)
“Eva Marín fue privada ilegítimamente de su libertad junto a su padre Francisco Eduardo Marín (caso nro. 281), por integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2, el día 15 de mayo de 1977, en la Ciudad de Buenos Aires. Posteriormente, fue conducida a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente prisionera bajo condiciones inhumanas de vida (sometida a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Finalmente, la víctima recupero la libertad cuando fue entregada a sus abuelos”.

El caso de Francisco Marín (nro. 281)
“Francisco Eduardo Marín, trabajador de prensa y militante de Montoneros a quien apodaban `Gallo`, fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, por integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2, el día 15 de mayo de 1977 en la Ciudad de Buenos Aires. Posteriormente, fue conducido a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente prisionero bajo condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Las heridas producidas a Marín en dicho operativo determinaron su deceso, mientras se hallaba en poder de sus captores. Aún permanece desaparecido”.

El caso de María Cristina Solís de Marín (nro. 456)
“María Cristina Solís de Marín, ex delegada en la comisión interna del diario La Nación, a quien apodaban `la Tota` o `la Negra`, fue privada ilegítimamente de su libertad, con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 10 de agosto de 1978 en la Ciudad de Buenos Aires, por integrantes del G.T. 3.3.2. Posteriormente, fue conducida a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente prisionera bajo condiciones inhumanas de vida (sometida a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Aún permanece desaparecida”, según consta en el pedido a elevación a juicio hecho por el fiscal Eduardo Taiano.

El testimonio de Eva Marín
En la audiencia de hoy declaró como por su caso y los de su mamá y papá, todos detenidos-desaparecidos en la ESMA, cuando ella tenía cuatro años de edad y su hermano dos. 

Los recuerdos de su secuestro y el de su padre
Eva contó que el “15 de mayo de 1977, estábamos en la vía pública cruzando una barrera del barrio Flores en Capital, cuando un hombre se tiró encima de papá. Lo estaba esperando cerca de las vías del tren. Había dos o más autos, a él lo suben en uno y a mí en otro”.
En este momento de su testimonio, Eva se emocionó y se puso a llorar. Luego, dijo que “yo decía que me quería ir con mi papá. Lo vi como dormido, estaba en el otro auto, inconsciente. Por testigos, me enteré que mi padre llega muerto a la ESMA”.

El secuestro de su madre
“Era de noche. Estábamos en casa, ella, mi hermano y yo. Recuerdo a mamá poniéndose muy mal. Se sentían ruidos por todos lados. La vivienda estaba siendo rodeada. Mi madre nos saca afuera de la casa y nos vuelve a hacer ingresar. Mi hermano lloraba mucho. Recuerdo hombres armados”, contó Eva ante los jueces. 

El cautiverio en la ESMA
Eva continuó su testimonio, narrando que “luego nos llevaron a otro lugar, que después supe que era la ESMA. Nos separaron. A mi mamá no la volví a ver nunca más. No sé cuánto tiempo estuve ahí. Después, nos llevaron a mi hermano y a mí a la casa de mi abuela materna. Nos dejaron en la puerta”. 
La testigo contó que “una de las primeras fuentes mediante la cual me enteré que estuvimos en la ESMA fue el libro Con vida los queremos, donde hubo testigos que nos vieron ahí. También en algunos relatos de los archivos de la CONADEP”. 

La persecución a la familia Marín
Eva relató que “por mi familia me enteré que desde el `75 estaban siendo perseguidos, por eso vivían mudándose. La primera víctima fue mi abuelo. Ellos buscaban a mis padres, él sólo había firmado la garantía propietaria de la casa donde vivíamos, entonces fueron a su casa para que les diga dónde estaban, pero él lo desconocía. Tenía 76 años, no estaba bien de salud. Por testigos, también sé que estuvo en la ESMA”. 

Las abuelas-madres 
Eva contó que su abuela materna, Rosa González, la mamá de María Cristina, “formó parte de las Madres de Plaza de Mayo. Hizo presentaciones en distintos organismos de derechos humanos, presentó hábeas corpus. Era muy activa. Falleció en 1995”.

El recuerdo sobre su mamá y su papá
“Mis padres eran trabajadores de prensa del diario La Nación, eran delegados. A papá le decían Gallo y a mamá Puchi, Tota, Mari, La Negra y Chancha. Los persiguieron por su militancia. Cuando los secuestraron mi padre tenía 31 años y mi mamá 28”, contó Eva Marín.
Al concluir, sostuvo: “los amigos de mis padres me contaron del trabajo social que hacían en las villas. Siempre me hablaron muy bien de ellos, con mucha admiración”.  

El testimonio de Pedro Marín
El hermano de Eva también declaró en la audiencia de hoy. Tenía dos años de edad cuando su familia fue secuestrada y llevada a la ESMA. Pedro contó que “por buscar a mis padres, desaparecieron a mi abuelo el 28 de agosto de 1976 en la calle Pinto 4550 del barrio de Saavedra”. Agregó que “por testigos, sé que lo vieron en la ESMA”. 

Los otros secuestros y desapariciones
Después, Pedro declaró que “el 15 de mayo de 1977, en compañía de mi hermana, desaparece mi padre y llega muerto a la ESMA. A mi madre la secuestran el 10 de agosto de 1977”. 
Luego, Pedro relató que “a mi padre lo habían citado en una barrera del paso de los trenes el barrio de Flores, por lo que contó mi familia. Le cayó encima una persona y después se los llevaron en autos separados a mi hermana y a él”. Además,  contó que “en el libro Nunca Más hay gente que relata que vio a mis padres en la ESMA”. 

El recuerdo de su mamá y su papá
Pedro contó que “mis padres militaban en Montoneros, trabajaban en el diario La Nación, eran del sindicato de periodistas. Hasta hace poco, el convenio salarial estaba firmado por ellos. Se conocieron en la Facultad de Ciencias Exactas”. 
Próxima audiencia
El juicio continuará el jueves 16 de nayo desde las 10:00 horas con las declaraciones de más testigos. 

16 05 2013 
TESTIMONIOS
Día 53. “Hay una ausencia que no se puede llenar nunca más”, dijo la compañera de un desaparecido
Cecilia Aldini declaró hoy y expresó así la ausencia de José Jasminoy. También declarararon Graciela Lois, integrante de Familiares de Desparecidos y Detenidos por Razones Políticas, por el caso de su compañero Ricardo Lois, detenido-desaparecido; Marcelo Vela, hermano de César, detenido-desaparecido; y Graciela Mastrogiácomo, hermana de Marta, sobreviviente. 

El caso de Cristina Inés Aldini (nro. 506)
Según el fiscal Taiano, “Cristina Inés Aldini fue privada ilegítimamente de la libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 5 de diciembre de 1978 en la estación Callao de la línea B de subterráneos de esta ciudad. En el procedimiento participaron, entre otros, el teniente de navío Benazzi (alias `Manuel´), y el miembro de la Policía Federal Argentina Pittana (alias `Fafá´). Luego, fue trasladada a la E.S.M.A., donde permaneció clandestinamente detenida bajo condiciones inhumanas de vida (bajo las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar) y fue sometida a otros tormentos. En tales tormentos, participaron Benazzi Berisso, Linares, Generoso y Acosta, entre otros. Scheller también la atormentó informándole que habían matado a su pareja, Alejo Alberto Mallea; como prueba de ello, Scheller le mostró la alianza que Alejo llevaba puesta. Luego, pudo ver el cuerpo sin vida de Mallea y comprobar que había sido ejecutado, ya que presentaba dos orificios de bala en el rostro, uno de ellos en la frente. Durante su cautiverio, fue obligada a realizar labores que le ordenaron sus captores, sin recibir remuneración alguna. Finalmente, fue liberada a fines del mes de mayo de 1979, aunque permaneció bajo vigilancia de los integrantes del G.T. 3.3.2 hasta diciembre de ese año”.

El testimonio de Cecilia, la hermana de Cristina Aldini
Cecilia dio testimonio por su compañero José (“Juancho”) Rafael Jasminoy y su hermana. Contó que el 11 de noviembre de 1976 José se retiró muy temprano del lugar donde vivíamos desde hacía pocos días”. Relató que era una pensión, en Lavalle y Bulnes. Ese mismo día era su cumpleaños, por lo que “Juancho” le había dejado un mensaje escrito con un saludo y luego, de haber salido temprano, volvió para saludarla personalmente”. Su compañero militaba en la organización Montoneros. Cecilia cumplía 20 años de edad y fue a la casa de sus padres a celebrar, aunque no era fácil, porque en Zona Norte, “frecuentemente se llevaban a gente conocida”. También contó que su hermana, Cristina, militaba.

“Estaba muy desesperada”
Ese 11 de noviembre “a la noche, cuando vuelvo a la casa en la que convivíamos con José, me encuentro que no estaba”. Cecilia contó que ambos tenían una “medida de seguridad”: si uno de los dos no llegaba a determinada hora, el otro tenía que irse, como José no volvía, ella se fue a una casa familiar en Zona Norte, donde la “ayudan y protegen”. Al día siguiente fue a un bar y llamó a la pensión, donde le dijeron: “`Señorita: vino la Policía. Se llevaron todo, entraron a la habitación en la madrugada, destrozaron todo´”. Cecilia dijo que en ese momento “estaba muy desesperada” y pensó que tenía que avisarle a la familia de José lo que había pasado. Viajó hasta Retiro y llamó al padre, dado que era Subsecretario de Desarrollo Industrial del Ministerio de Economía. Luego, “a los dos días del secuestro de `Juancho´ llamo a la casa de la abuela de él”, así supo que él se había contactado y dijo que “estaba bien, que no nos preocupáramos y que fuera a la casa de mis padres. Ahí me di cuenta de que estaba secuestrado, por la frase”, porque ella sabía que era todo lo contrario.
El padre de José renunció a su cargo. Hizo gestiones, pero no pudo saber nada sobre su hijo. Hasta hoy, no hay datos sobre José. 

La desaparición forzada de Cristina 
Cecilia contó que su hermana llamó a sus padres en diciembre de 1978, hasta que dijo: “me van a llevar para encontrarnos. En un llamado dijo que quería verme en la casa de mis padres”. Entre enero y febrero de 1979 “la traen los marinos, eran 2 ó 4 personas, no tenían uniforme”, contó la testigo, y agregó: “tengo el primer encuentro con ella. La vi muy mal, con una presión impresionante sobre sus espaldas, me dijo que yo confiara en ella, que estaba haciendo todo lo posible para que no me lleven a mí. Los marinos querían llevarme por haber militado. Después supe todo lo que pasó ella para que no me lleven”. 

Las visitas de Astiz 
En el grupo de marinos que iban a su casa para llevar a su hermana, Cecilia identificó a Alfredo Astiz y a Ricardo Cavallo, el único imputado que hoy estuvo en la sala. Contó que al principio las “visitas” de su hermana eran “idas y venidas”, y que gradualmente empezó a poder quedarse en la casa de sus padres, “hasta que quedó en libertad vigilada”. 
Cecilia relató que el grupo que llevaba a su hermana de la ESMA a la casa “se presentaba ante mis padres como si fuera una situación normal, no se ocultaban”. 

“Hay una ausencia que no se puede llenar nunca más”
Para concluir su testimonio, entre lágrimas, Cecilia dijo que “destruyeron la identidad de la gente, se metieron en lo más privado, destruyeron a las personas”. Luego les agradeció a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y a los demás organismos de derechos humanos, y resaltó que la Memoria, la Verdad y la Justicia no son “sólo una frase”. 
A continuación, sostuvo que “hay una ausencia que no se puede llenar nunca más”.
Los aplausos la acompañaron hasta el pasillo. 

El caso de Ricardo Lois (nro. 124)
“Por su parte, Ricardo Omar Lois fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 7 de noviembre de 1976, a las 20:00 horas aproximadamente, en la esquina de las calles Ciudad de la Paz y Olazábal, Ciudad de Buenos Aires, junto a Hugo José Agosti (caso nro. 125), estudiante de Arquitectura de la UBA, por un grupo de civiles fuertemente armados que se movilizaban en autos particulares y pertenecían al Grupo de Tareas 3.3.2. Fue conducido a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente detenido bajo condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Allí, Ricardo Omar Lois, fue sometido a torturas y fue visto esposado, con antifaz y abatido. Aún permanece desaparecido”. 

El testimonio de Graciela, su compañera
Con la sala llena y acompañada por sus hijos Victoria y Guillermo, y por sus compañeros de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, H.I.J.OS., Abuelas y organizaciones políticas, Graciela dio testimonio en el juicio por la megacausa. 
Por empezar, prestó juramento de decir verdad “por todos los compañeros desaparecidos, por los 30.000”. Luego, el Ministerio Público Fiscal le pidió que precisara los datos sobre el secuestro de Ricardo. “Tengo a mi marido desaparecido el 7 de noviembre de 1976”. Contó que ambos tenían que concurrir a una cita de seguridad, pero ella no fue. “En esas citas nosotros nos veíamos para decir: `estamos bien´”. Se trataba de un grupo de militantes y estudiantes de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la UBA. “Nos unía una militancia”, dijo Graciela. 
“El domingo no vuelve. La cita era a las ocho, esperé al día siguiente. Ya entendía que no iba a venir, pero interiormente seguía buscando”. Graciela explicó que “no era una novedad para nosotros que estaban secuestrando a compañeros”, por eso dedujo rápidamente qué podía haber pasado con Ricardo. 

Los compañeros
Graciela nombró a otros compañeros, secuestrados con Ricardo y a otros secuestrados tanto antes como después. Todos fueron llevados a la ESMA. Uno de ellos fue liberado: Antonio Blanco García, quien se fue a España y le pudo pasar información a Graciela a través de cartas que simulaban ser por motivos laborales. “Sé que (Ricardo) fue a la ESMA, porque en el `78 recibo una comunicación desde España de Blanco García”, contó la testigo. 

Las fotos de los compañeros 
“Le tengo que pedir al Tribunal si me permite mostrar las fotos de mi marido y los demás, porque hablar de ellos y no verlos…”, dijo Graciela, y a continuación se proyectaron las fotos de los estudiantes, docentes y egresados de la FADU. Entre las fotos estaban detenidos-desaparecidos de la ESMA y otros centros clandestinos de detención, tortura y exterminio. 
La fiscalía le preguntó a Graciela por algunas víctimas, para que ella responda si tenía información. Habló sobre Cheula, Menéndez y Cárdenas, entre otros. 

La denuncia a Corbacho
Graciela contó que Héctor Corbacho, interventor de la Facultad, instaló una especie de “celda” dentro de la sede y que cuando se fue “se lleva legajos a su casa, por eso sabemos que facilitó direcciones de compañeros, porque además de arquitecto era profesor en la ESMA. Está vivo”. 

La búsqueda de Ricardo
“Hice muchas averiguaciones. Fueron todas hipótesis que a través de estos juicios se van confirmando. Una leyó mucho, era difícil asimilar el tema de los traslados (vuelos de la muerte) y que no lo vamos a tener, ni por lo manos los restos”, dijo Graciela, quien antes relató que presentó hábeas corpus por Ricardo: “hice hábeas corpus, como todos, en Juzgados y era: `no se sabe´”, como respuesta repetida. También contó que “hice cartas a todo lo que tiene que ver con la Iglesia, acá tengo todas las cartas también las enviadas al Ministerio del Interior y los jueces. `Señora: se habrá ido con otra´, me dijo un juez”. 
Entre los jueces que rechazaron los hábeas corpus señaló a Sarmiento. 

Querellante en España 
Ante la impunidad en Argentina en la década del `90, Graciela hizo la denuncia en el exterior, constituyéndose en la “primera querellante en España”. 

La preservación de la ESMA
La testigo también contó que en 1998 presentó un amparo “para preservar la ESMA y hoy la tenemos como prueba judicial”. En ese momento seguía funcionando la Escuela. Seis años después, el predio fue recuperado para el pueblo por la decisión política histórica del entonces Presidente de la Nación Néstor Kirchner. A partir de entonces, se trabaja en el fortalecimiento del sitio de memoria Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA). 

Un pedido por las Madres y el derecho a la verdad
Para concluir su testimonio, Graciela sostuvo que los imputados “ni siquiera tienen la dignidad de decirles a las madres dónde están los restos de sus hijos. No tienen dignidad, tienen que aprender de los nuestros, de nuestros hijos que hoy están acá para recibir a la justicia”. 

El caso de Marta Mastrogiácomo (nro. 618)
Según lo indicado por el fiscal Eduardo Taiano en el pedido de elevación a juicio,  “Marta Zelmira Mastrogiácomo, quien había pertenecido a la Juventud de Trabajadores Peronistas, trabajado como periodista en la revista “El Descamisado” y, al momento de los hechos, militaba en Montoneros, fue privada ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el 20 de octubre de 1976, por integrantes del G.T. 3.3.2. Posteriormente, fue conducida a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde se la mantuvo clandestinamente detenida y fue atormentada mediante la imposición de condiciones inhumanas de vida (bajo las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Además, alrededor de la fecha mencionada, sujetos vestidos de fajina sustrajeron elementos y produjeron destrozos en su vivienda, ubicada sobre la avenida Álvarez Jonte del barrio de Villa Devoto, de esta Ciudad de Buenos Aires. Aún permanece desaparecida”. 

El testimonio de su hermana, Graciela
Hoy declaró Graciela Mastrogiácomo por el caso de su hermana, conocida como “Mecha”. Lo primero que dijo es que “quiero presentar una foto de Marta, que es ésta. Mi hermana desapareció el 20 de octubre de 1976. Era militante del peronismo, pertenecía a la organización Montoneros. Ese día iba a La Plata. No regresó a si casa, en la que vivía con su compañero y Marta Bazán (caso nro. 107), secuestrada el mismo día y sobreviviente de la ESMA”. 
Graciela sostuvo que “me hubiera gustado que Marta Bazán se contactara conmigo, porque hubiera podido brindar información sobre el secuestro de mi hermana”. Y agregó: “lo único que sabemos es que salió a la mañana y no volvió a dormir. No hemos tenido en 37 años otra información”. 
En el público también estuvo la foto de Marta Mastrogiácomo, con la palabra PRESENTE debajo de la imagen sostenida durante todo el relato en la primera fila. 
Luego, Graciela continuó su declaración contando que su hermana “tenía 30 años, era Licenciada en Letras. Figura en el mural en homenaje a los desaparecidos de esa Facultad (Filosofía y Letras- UBA)”. Marta era escritora, periodista y traductora. “Trabajó en la Editorial Gremica y en la revista Descamisados, por eso figuraba también en los archivos de la Fuerza de Inteligencia de esa época. Su apodo era `Nilda´ o `La Tana´.  
Un Padre de la Plaza y sobreviviente del “Grupo de la Santa Cruz”
La testigo también contó que su padre, quien había sido ministro de Frondizi, hizo todo tipo de gestiones ante la desaparición forzada de su hija. “El año 1977 lo encuentra en la Iglesia de la Santa Cruz, porque fue uno de los Padres de Plaza de Mayo. Mi padre salva milagrosamente su vida ese día, a pesar de haber sido fuertemente golpeado”. 
Luego agregó que “mi padre ve cómo secuestran a las monjas francesas Alice Domon (caso nro. 407) y Leonie Duquet (caso nro. 419)”. Graciela contó que su padre fue “uno de los dos testigos para condenar a Astiz en Francia y fallece en el `96, cuando Astiz es juzgado”. Alfredo Astiz fue juzgado en ausencia y condenado a la pena de prisión perpetua por estos dos casos. 

Grasselli y la teoría del “autoexilio”
Graciela relató que Monseñor Grasselli “era el encargado de la lista de la muerte. Sostenía la versión del autoexilio”. También sostuvo que Grasselli recibió a su padre en la Capilla Stella Maris y que tenía un día fijo para recibir a los familiares de los detenidos-desaparecidos”. No pudo recordar precisamente si eran los martes o los miércoles, pero sí que “sacaba sus listas en las que los muertos tenían una crucecita. A mi hermana nunca la dio por muerta”. La Capilla está ubicada frente a los Tribunales Federales en los que se desarrolla el juicio. 

La causa judicial 
La familia de Marta presentó hábeas corpus por su desaparición forzada, el Episcopado Argentino, la Policía Federal y la de la Provincia de Buenos Aires y el Ministerio del Interior. En 1976 mi padre pide intervención a Pío Lagui, pero el resultado fue negativo”. También contó que hicieron la denuncia del caso ante la CONADEP. 
La testigo contó que “ya con mis padres fallecidos, presento el caso de mi hermana en la causa por el Primer Cuerpo (de Ejército) y dos testigos afirman haberla visto en la ESMA. Marta Álvarez la ve el 21 de octubre en el Sótano de la ESMA, con los ojos vendados y las manos atadas, esperando en el banco para la sala de torturas. Al día siguiente fue vista por Miguel Ángel Lauletta”. 

La ESMA (hoy ex ESMA)
Graciela contó que “nada más que hace una semana, por primera vez visité la ESMA. Estuve en el Sótano, Capucha, Capuchita, Pecera. Esos espacio conservan el olor al pánico, la tortura y angustia que pasó por ahí”. 

Incorporación de documentación a la mega-causa
Las querellas y el Ministerio Público Fiscal solicitaron a los jueces que se exhiba e incorpore la documentación aportada por la testigo, integrada por las copias de los hábeas corpus, la carta al Presidente de Estados Unidos, la carta al Episcopado, las solicitadas con el nombre de Marta, las denuncias por averiguación del paradero y publicaciones hechas por familiares de detenidos-desaparecidos. El Tribunal respondió que deberá evaluar la documentación para responder sobre el pedido, que fue objetado por una de las defensas. 

“Están a tiempo de reparar en algo el daño hecho”
“Quiero rendir homenaje a mi hermana Marta. Estoy acá por las generaciones futuras, dijo Graciela, y agregó que “me gustaría decir que después de 37 años, si tienen información o archivos, están a tiempo de reparar en algo el daño que han hecho, porque para nosotros es importante”. Así concluyó su testimonio, mientras era aplaudida por la sala llena y acompañada por alguien con los dedos en ve.  

El caso de César Vela (nro. 206)
“César Miguel Vela Álzaga Unzué, militante de la JUP y pareja de María Marcela Gordillo (caso 112), fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de sus funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 18 de enero de 1977 en Buenos Aires. Posteriormente, fue trasladado a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente detenido y fue atormentado mediante la imposición de condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). César Miguel Vela Álzaga Unzué, a quien apodaban `el Flaco´, aún permanece desaparecido”, según lo relató el fiscal Taiano en el pedido de elevación a juicio.

El testimonio de Marcelo, el hermano de César
El testigo contó que su hermano y su compañera militaban en la organización Montoneros e “iban a la villa 31 todos los días. Tenían una gran diferencia de mundos. Mi hermano era de una familia muy rica e iba a la villa y se encontraba con un mundo muy diferente al que él había vivido”. 
Marcelo contó que una vez le propuso a su hermano irse del país usando su documento, aprovechando el parecido entre ambos, pero César le dijo que no, que “ya la agarraron a Marcela y yo no me quiero ir”. 
El hijo de ambos, quien tenía menos de un año de edad cuando secuestraron a sus padres, fue entregado al abuelo materno. 

Próxima audiencia
El juicio continuará el lunes 20 de mayo desde las 10:00 horas con más declaraciones testimoniales. 

20 05 2013 
TESTIMONIOS
Día 54."Les dije que estaban destruyendo a una generación", contó un sobreviviente de la ESMA
Se trata de Ricardo Domizi, quien declaró hoy. Además, declaró otro ex detenido-desaparecido, Manuel León, y dos familiares: Ana María El Gáname y Judith Said, quien además es la Coordinadora General del Archivo Nacional de la Memoria, de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. 

El relato de Ricardo Ángel Domizi (caso nro. 666)
“El 7 de octubre de 1976, cuando salía de la Facultad -yo estudiaba en la Universidad de Belgrano, en Olleros y casi Cabildo-, me agarraron, me pusieron algo en los ojos, una capucha y me tiraron en el piso del auto. Adriana Suzal (caso 667), quien era mi novia, la llevaban en otro auto para que me señalara. A ella le dijeron que yo era un comandante de Montoneros, y si bien estaba comprometido con los ideales, no participaba y nunca tomé un arma en mis manos”, comenzó Domizi.
“Me llevan a un lugar y me empiezan a tomar los datos. Yo sé que estaba en la ESMA por los aviones. Se lo dije a quien me interrogaba, el ‘Tigre’. Se comentaba, además, que las cuestiones de educación, yo era docente, se encargaban los Marinos. Me llevaron a otro lugar y ahí escuchaba ruidos de cadena. Tenía el tabique, la capucha, las esposas y los grilletes. Era como un infierno”, evocó Domizi, y aclaró que “estoy muy agradecido de estar acá”.
El sobreviviente relató en su testimonio de hoy que también escuchó “cómo torturaban a Gabriela Petacchiola (caso 754). A Gabriela yo la había escuchado llorar porque la tuve como alumna en primero, segundo y cuarto año, la conocía. Ella pedía por su mamá, creo que no tenía 17 años”, contó.
Además, Ricardo narró que el “Tigre” Acosta se le acercó para pedirle el grado y el contacto de esa noche: “Yo le dije que esa noche iba a cenar a lo de mi novia”.
Sobre otros alumnos y ex alumnos del Ceferino, Domizi comentó que la familia León eran dos hermanos y entre los dos tenían 14 hijos y todos fueron a ese colegio, al igual que Norma y Adriana Suzal y Elisabeth Turrá. También Gabriela Petacchiola.

Esperanza, José y Cecilia Cacabelos
“Yo les dije que la había conocido a Esperanza Cacabelos (caso 50), pero que ya había fallecido. Era profesora, la conocía del colegio. Ahí me hicieron un simulacro de fusilamiento y me tiraron una pelota a la cara. Les dije que estaban locos, que qué nos estaban haciendo, que estaban destruyendo a una generación y ellos me hacían preguntas de orden político. Me dijeron que lo conocía a Degregori (caso 753) y me dijeron ‘ese sí que está en la joda’, y yo les dije que no, porque me lo había encontrado hacía poco y se estaba por casar. Ellos me dijeron que los tenía que llevar a la casa. Me llevaron, creo que sin capucha, pero yo no quería ver a nadie, así que no miré. Me preguntaron si esa era la casa y yo les dije que podía ser. Era la calle Santa Rosa. Después sé que se los llevaron a (Manuel Guillermo) León y a (Eduardo) Degregori”, relató.
Luego, Ricardo contó que lo “volvieron a interrogar. Les dije que lo conocía a José Cacabelos (caso 25), que una vez me pidió que le trasladara un mimeógrafo, pero que no podría decirles a dónde. También les dije que Esperanza me había dicho si quería ingresar a la organización (Montoneros) y me organizó una cita. El día antes yo le dije que no iba a ir. Ella era muy respetuosa. En un momento la trajeron a Adriana Suzal, mi novia, y el ‘Tigre’ me dijo que tenían una sorpresa, me sacaron la capucha y estaba José, que había estado escuchando y yo me puse a llorar y él me dio un pañuelo. Me dijo que se sentía mal por lo que estaba haciendo, que lo único bueno en el mundo que le quedaba era salvar a Cecilia (su hermana menor), que si ella aparecía se iban a ir a España. José me pidió que fuera a la calle Corrientes y pensara en él, no sé por qué lo hizo”, contó.
“Esperanza era una soñadora. Éramos compañeros de trabajo. Ella tenía una militancia más profunda, pero se movía con muchísimo cuidado con nosotros y tenía mucho respeto por el camino que llevaba cada uno. Supe que habían logrado que Cecilia se presentara y que nunca más habían aparecido” (ella y José), dijo.

La liberación
A Domizi y Adriana Suzal los llevaron al sector de Capucha. Él dijo que le ofrecieron un sandwich de carne, pero que se negó a comer. También describió que a su lado escuchó una chica muy torturada y que se quedó dormido, lo cual lo asombró. Lo despertaron y le dijeron “te vas”. Ricardo preguntó “a dónde”, porque ya había escuchado sobre los vuelos de la muerte: “me dijeron que me iba de verdad”.
Antes de ser liberados les preguntaron a ambos si tenían todas sus cosas y Ricardo y Adriana respondieron que a él le habían robado una campera y a ella el sueldo completo. Les dijeron que estaban por la justicia, que no eran ladrones. Fueron liberados en Plaza Italia y les dieron plata para el colectivo. Esto sucedió la noche del 9 de octubre de 1976.

Norma y Gabriela
“Yo sabía que Norma (caso 668, Suzal, hermana de Adriana) y Gabriela (Petacchiola) habían ido a una reunión de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). Con Adriana les dijimos que la cortaran, que estaban mal las cosas. En un momento la trajeron a Norma (en la ESMA), ella los puteaba y me dijeron que la calmara a mi cuñada porque si no la iba a pasar mal”, contó Domizi.

El caso de Manuel Guillermo León (nro. 669)
Hoy declaró el sobreviviente, quien relató su secuestro. El 12 de octubre de 1976, aproximadamente a las 3 de la mañana tocaron el timbre de la casa de Manuel Guillermo León, en la localidad de Florida, Provincia de Buenos Aires. “Sale mi padre y le dicen que saque a la familia a la vereda. Había entre ocho y diez personas vestidas con ropa tipo militar de fajina, dijeron ser de las Fuerzas conjuntas. Mi tío (Aníbal Carlos León), comisario mayor retirado de la Policía Federal Argentina, hablaba con el jefe del operativo. El jefe le dice que lo estaban buscando a su sobrino para hacerle unas preguntas y que después lo devolverían. Mi tío me quiere acompañar, le dicen que no, que no moleste porque si no también va a tener que ir él, pero de otra manera. A mí, a mi padre y a dos de mis hermanos nos hacen acostar en el piso. Uno pregunta: ‘¿Quién es el montonero?’. Yo le dije que no había ningún montonero, me pone las esposas y le digo que soy peronista, no montonero”, así comenzó su relato León, sobreviviente del centro clandestino ESMA. Agregó que al mismo tiempo se realizaba un procedimiento similar en la casa de un amigo que vivía cerca, pero que su amigo no estaba.
“Tenían un reflector que iluminaba mi casa. Después me entero que se habían bloqueado seis cuadras, por estas Fuerzas conjuntas y por la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Había gente en la terraza de al lado, en un edificio de cuatro pisos, fuertemente armada. Me llevan a un auto, estoy con un efectivo a cada lado y uno adelante y el conductor. Yo estaba esposado y tenía unos lentes oscuros con unas almohadillas que me comprimían los ojos. No podía ver. En 20 minutos llegamos a un lugar”, contó León. Asimismo, afirmó que estas personas no tenían ninguna orden para ingresar a la casa (orden de allanamiento). 

El “503”
“Me bajan del auto, me llevan tomado por cada brazo, caminamos unos 30 ó 40 metros, bajo una escalera y me hacen sentar. Yo tenía detrás una columna que me hacía de respaldo, seguía esposado con los brazos por detrás y me colocan unos grilletes en los tobillos. Me reemplazan los anteojos por una bolsa de tela gruesa”, describió el ex detenido-desaparecido.
También contó que se le acercó una persona que le tomó unos datos: le preguntaron qué hacía, dónde vivía, si trabajaba, si había hecho la conscripción. León les contó que había hecho la conscripción en la Armada, es ex infante de Marina, y que había estado en el edificio Libertad, justamente ubicado frente a la sede del juicio.
“A partir de este momento sos el 503, no le digas tu nombre a nadie, no podés hablar con nadie”, le advirtieron en la ESMA. “Yo notaba mucho movimiento en el lugar, escucho máquinas de escribir, gente declarando y también gritos de dolor, llanto, implorando, pidiendo, eso me impactó muchísimo”, dijo.
Al rato se le acerca una persona que le pregunta al oídio si conocía al boxeador Oscar Bonavena y si sabía qué le había pasado. León contestó que sí. La misma voz le previno que “hablara rápido, que dijera todo, que si no me iba a pasar lo que le pasó a Bonavena que hizo ‘pum para arriba’”. León insistió en que no tenía nada para decir, que lo orientaran. La misma persona le preguntó qué nivel tenía y él dijo que se estaba por recibir de médico. Ante esta respuesta le empiezan a pegar y le repiten: “¿Qué nivel tenés en Montoneros?”. León reproduce lo que ya había dicho en la puerta de su casa: “Ninguno, desconozco lo que me está diciendo, yo soy de la Juventud Peronista, le dije que había militado en una Unidad Básica pero que me había ido”.
En ese momento le preguntan si creía en Dios y León responde que sí. La voz contesta: “Ese Dios en que vos creés no existe más. Dios acá soy yo y soy yo el que va a decir cuándo te vas para arriba”.
Luego lo llevaron a un habitáculo que tenía una cama con flejes, le sacaron las esposas y los grilletes y le indicaron que se saque la ropa: “Yo seguía insistiendo en que esto debía ser un error”. Allí pusieron una colchoneta sobre la cama y lo acostaron, le sujetaron los tobillos y las muñecas. Le pareció que una persona manejaba la picana y la otra persona le hablaba y todo el tiempo entraba y salía gente. Le advirtieron que sería la última oportunidad para hablar y lo interrogaron nuevamente sobre el nivel que tenía en la organización. León respondió que “yo no pertenezco a ninguna organización. Me aplican picana en los miembros inferiores, abdomen, paraban, seguían, preguntaban, se reían, decían cosas como ‘qué flojito sos’. Entró uno que me ahorcó y me soltó. Me colocan en la zona genital una vez creo, porque ahí me desmayé y paran. ‘Vos evidentemente no entendés, te creés que esto es en joda. Te vamos a dar con todo. Hablá y no pares, porque si no te damos hasta que te mueras’. Es imposible hablar cuando te están aplicando la picana. Vuelvo a perder el conocimiento. Me da la impresión de que alguien me toma el pulso y me dicen: ‘¿Por qué no decís que sos el médico encargado del Triángulo de Bernal?’. ‘No sé de qué me estás hablando’, dije”, contó el sobreviviente.

Los 9 días de cautiverio
León recuerda que los que le hablaron durante la tortura eran “Rata” y “Tigre” y que pudo saberlo porque otros los nombraron así. Llamaron a dos “verdes” (guardias) y entró otro que le preguntó cómo estaba y le dijo: “Vos sos médico”. El sobreviviente le aclaró que todavía no se había recibido y esta persona reforzó la frase de que es “casi médico” y le advirtió sobre el peligro de tomar agua después de la tortura con picana eléctrica, “no sé si era médico, pero lamentaría muchísimo que haya habido médicos ahí”.
Luego, lo sacaron de ahí y lo volvieron a sentar contra la columna. León recordó hoy en su declaración que en ese momento entró un grupo a los gritos, contentos, diciendo: “Acá está, lo encontramos, tenemos el plano y a toda la lista de la 23”. También relató que entraron con otros secuestrados y que a uno lo llevaron al habitáculo donde había estado él.

Un uniforme de la Armada en la ESMA
“A mí me llevan arrastrando, yo no podía caminar y tenía los grilletes, me arrastraron por la escalera y me llevan a un lugar y me dicen que me van a sacar una foto, que me van a sacar la capucha y que cierre los ojos hasta que ellos me digan. Cuando los abro veo un oficial de Marina, con el uniforme diario, sería teniente de Corbeta. Yo conocía por mi año de conscripción y me dije que este uniforme yo lo conocía, era mi uniforme, uniforme de la Armada. Me quedé impactado de que él perteneciera a la Armada de Brown”, relató. 
León contó que después lo acostaron en una colchoneta y que un día más tarde, aproximadamente, lo llevaron a un lugar con un colchón, tabicado, los pies daban a un pasillo y había gente a su derecha y a su izquierda. También le habían indicado que el interrogatorio seguiría otro día, le dijeron que era “muy flojito, que así se iba a ir para arriba”.
Manuel pudo recordar que pasaban música constantemente y que la luz siempre estaba prendida. Además, contó que había hecho un agujerito en la capucha y vio frente a él una especie de living donde había a aspirantes de Infantería de Marina: “Veo el uniforme con los cinturones con la inscripción. Veo el techo de madera con los tirantes. Veo un piso de cemento. Con todas esas características después me entero de que era el altillo del Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada”: Capuchita.

“Yo había estado en la ESMA para la conscripción”
“Me daban sandwiches de carne y mate cocido. Yo dormía todo el tiempo, así que supongo que el mate tendría alguna droga o algo así”, consideró León. “Había dos sonidos que me llamaban la atención: el ruido del ferrocarril, que infiero era el Belgrano, y el griterío característico de los chicos en un colegio y pensé que eran las escuelas Raggio. Yo había estado en la ESMA para la conscripción. Los vasos eran de vidrio, en el fondo decía Armada Argentina y tenían el ancla”, describió.
“Un día me llevan a bañarme. Reconocí el baño de la ESMA. El baño está en el mismo lugar que ahora, pero está reformado. Entablo un diálogo con un verde. Le pregunto qué pasaba acá, él me preguntó por qué estaba acá, le dije que pensaban que era montonero, pero que eso era un error y él me dijo que entonces te tenían un rato acá y después te llevan a otro lado”, contó el testigo, quien también se refirió a un momento en el que empezaron a llamar por sus números a los secuestrados que estaban ahí, fueron entre 15 y 20 personas. Los hicieron formar una fila y les dijeron que “se queden tranquilos, que los van a trasladar, que los van a llevar a otro lado”.

La liberación
Un día lo bajaron y lo sentaron: “Se me acerca alguien, uno de los que estuvo en la tortura, y me dice: ‘vos te vas a ir. Yo te explico una cosa, atendé muy bien. Vos sabés que estamos en una guerra, muy despareja, contra la subversión, es una guerra sucia, en una guerra pasan muchas cosas y hay efectos indeseables y la tenemos que terminar nosotros cuanto antes. Vos te vas a ir, sos uno de los tipos más seguros de la Argentina siempre y cuando no le digas a nadie que estuviste acá´”. 
Luego, a Manuel lo subieron a un auto con otros dos secuestrados que iban a ser liberados. Además del conductor había un acompañante que comentó que recién volvía de una licencia por un “cuetazo que había recibido en el culo durante un enfrentamiento”, contó el sobreviviente. El 20 de octubre de 1976, cerca de las 21 horas, fue liberado en Avenida Del Libertador, donde está el edificio del Automóvil Club Argentino. Ahí, Manuel paró un taxi y le pidió que lo llevara a Florida, le avisó al taxista que estaba sin plata, que había tenido un problema. El conductor le dijo que subiera y sin decir una palabra lo llevó hasta su casa. 
“Estuve tres semanas perdido, desubicado, no podía dormir. Pasaba las noches en la casa de otros secuestrados a ver si volvían, el más cercano a mí era Eduardo Degregori. Luego esa esperanza se fue diluyendo”, dijo.

La Unidad Básica de la calle Ayacucho
Esta unidad se llamaba “Mariano Pujadas”, militante montonero asesinado en la Masacre de Trelew el 22/8/1972. León y un grupo de sus amigos militaban en usa Unidad. “En ese momento, 1972/1973, giraba en torno de la familia Lizaso, con toda una historia en Florida, eran un símbolo. Después del discurso del 1º de Mayo de 1974, nosotros nos fuimos de la Plaza de Mayo y también de la unidad y al poco tiempo cerró”, relató.
Sobre Jorge y Miguel Lizaso agregó que “no tenían una organización rígida, venían a nuestra unidad, pero estaban mucho en la de Mitre y Malaver, el centro más importante de la Juventud Peronista por lo menos hasta 1974”. También dijo que habían llegado comentarios del secuestro en el café de Los Angelitos (ver coberturas de los días 36 y 37 del juicio).
Acerca de Alejandro Lagrotta, recordó que iba mucho a la Unidad Básica, que trabajaba en FATE y que estudiaba Economía. Tanto él como Horacio Rodolfo Speratti Bozano eran “militantes políticos. Speratti era periodista y tenía un taller. Algunas versiones dicen que él y Héctor Palacio ‘Pirucho’ desaparecieron de ese taller”.
“Héctor López también militaba con nosotros. No sé qué pasó. Nunca supimos qué fue de su vida, lo mismo que Faustino. Creo que nadie los denunció como desaparecidos y en el barrio no se supo nada más”, aclaró.

Hábeas corpus
“Mi padre era abogado y presentó en los Tribunales de San Isidro un hábeas corpus. Después fuimos para avisar que había sido liberador, me preguntaron dónde había estado, les dije, les dije también que me habían torturado, pero no había mucho interés, yo firmé un parrafito y eso fue todo”, contó.

El Ceferino Namuncurá de Florida
En el marco de esta megacausa están saliendo a la luz muchos casos que se relacionan con el colegio Ceferino Namuncurá de la localidad de Florida. León había sido celador en ese colegio casi cinco años antes. Además, sus seis hermanos y siete primos habían ido o iban a ese colegio.
Eduardo Degregori, quien continúa desaparecido, también había sido celador entre 1972 y 1974. Según cuenta León, después entró a trabajar en el Banco Provincia y militaba en el sindicato bancario. “Vivía a la vuelta de casa, venía con nosotros a la Unidad Básica”, agregó. También de este colegio se desprenden los casos de los Cacabelos: Esperanza María, Ana María, José Antonio y Cecilia Inés. De ellos sólo Ana María sobrevivió (ver la cobertura del día 44 del juicio). “Esperanza era profesora. José, Cecilia y Ana eran estudiantes”, comentó. Además, “Adriana Suzal había sido alumna. Estuvo detenida también, pero no conozco los detalles. La hermana también”, dijo, y agregó: “Ricardo Domizi –quien también declaró hoy- era docente. Él estuvo en la ESMA. Lo sé porque me lo relató él. También estuvo detenida otra alumna Gabriela Petacchiola –continúa desaparecida- y Elisabeth Turrá”, relató Manuel León.

La familia Said
Judith Said, Coordinadora General del Archivo Nacional de la Memoria, uno de los organismos que funcionan en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA), declaró en la audiencia de hoy y dijo: “Mi familia siempre estuvo interesada por la situación política del país, si bien no todos con la misma adscripción. Yo estuve presa a disposición del Poder Ejecutivo Nacional durante la dictadura de Onganía y mis hermanos tenían una militancia estudiantil. Jaime Eduardo (caso 139) en Derecho y Alberto Ezequiel (caso 131) en Económicas”, empezó relatando Said. “Una vez egresado, Jaime milita en la gremial de abogados peronistas y defiende presos políticos. La Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) allana su estudio en 1975”, agregó. Además, aclaró que su militancia estaba relacionada con la organización Montoneros, pero él no era miembro.

Riglos 744
El 15 de noviembre de 1976 por la mañana, Judith Said estaba en su casa con su mamá  y sus hijos. Judith estaba embarazada y con reposo indicado por el médico.
“Ricardo (caso 135) trabajaba en un taller de confección y militaba en Montoneros. Todo lo que yo supe sobre ese día lo sé a través de mis padres, que hoy ya no están”, contó. El taller de confección era propiedad de la madre de ella y de su hermano Alberto Ezequiel. También trabajaba con ellos Raúl Ocampo y Salvadora Ayala. El padre de Judith, Moisés, tenía una inmobiliaria.
“Llamé al taller y me atendió mi hermano, lo noté con voz rara y cortó el teléfono. Llamé a la oficina de mi padre y me dijeron que se había ido con Jaime Eduardo al taller porque una vecina llamó diciendo que había problemas. Ninguno puede llegar al taller porque la calle estaba cortada y ven el cuerpo de Ricardo en la calle y a varios hombres de fajina y uniforme que tiran contra la vivienda. En el local también estaban Mariano Krauthamer (caso 136) y su compañera Beatriz Fiszman de Krauthamer (caso 134). Por lo que sabemos después, Ricardo abre la puerta y una ráfaga lo mata, tenía heridas en el tórax y en el cráneo. Mariano y Alberto suben a la terraza y les tiran a ellos. Alberto pide que paren y pide una ambulancia, pero nunca la mandan y Mariano muere. Ellos paran y preguntan por Jaime, que no estaba. Mi padre ve que se llevan a Raúl, Salvadora y Beatriz en un auto. Piden por Alberto y él sale”, relató Judith Said. “Beatriz y Salvadora son liberadas 24 horas después. Por lo que contó Salvadora dedujimos que estuvieron en la ESMA. Por ejemplo, dijeron que la capucha se las habían puesto 10 minutos antes de llegar y que siempre estuvieron con Raúl Ocampo y que para ingresar tuvieron que bajar unas escaleras. Salvadora también deduce que era la ESMA por un chiste que le hacen”, agregó.
“Los cadáveres fueron a la morgue, hubo algunas irregularidades en relación a las autopsias y a las fechas del fallecimiento. Ricardo es llevado a Chacarita como NN. Mi suegra, Elsa, pide una inhumación y lo recupera el 3 de diciembre de 1976”, describió.

Los robos
El padre de Said pudo ver cómo se llevaron dos autos que eran propiedad de la familia. Judith contó que se le da intervención a la comisaría 12ª y que labraron un acta con todo lo que había en el taller: los cuerpos, la ropa lista para entregar, los cheques, los libros y documentación, “pero nunca se habla de armas”, aclaró la testigo.
Por testimonios de los vecinos, supieron que “después fueron con camiones y de a poco se fueron llevando todo lo del taller, supongo que esas Fuerzas a cargo del operativo”. Recién a principios de 1977 a Moisés Said le entregan las llaves del taller. Cuando fue estaba destruido y prácticamente vacío. Él se llevó los libros del Banco y de los proveedores, pero no pudo encontrar la cartera de cheques y documentos a cobrar. “Mi papá fue a ver a los clientes y proveedores, y varios le dijeron que los documentos y cheques los estaban cobrando”, mencionó.

Los llamados
Alberto Ezequiel llamó a la casa de su tía y le dijo a su prima que no le podía decir dónde estaba, pero que estaba bien y que iba a volver a llamar para hablar con su madre. Dos días después llamó, pero la madre no estaba, preguntó por Jaime que tampoco estaba. Alberto no volvió a llamar.
Said explicó que se presentaron hábeas corpus tanto por Alberto como por Raúl Ocampo (caso 132). También recordó que se encontró varias veces con Jaime, pero que ella nunca pudo volver a su casa, ya que el contrato de alquiler estaba en el taller. Said llamó al dueño del departamento, quien le dijo que “no tenía permiso para hablar conmigo, que tenía que llamar al Ejército, que a él lo habían saqueado. A su casa fue llevado un vecino que verificó que estaba todo en orden, pero luego fue un camión y se llevaron todo lo que había. Le hacen unas pintadas y tiran varias granadas”.
“A Jaime lo secuestran cuando se iba a encontrar con mi papá. Los vecinos le cuentan que mi hermano gritaba su nombre, que era abogado, ciudadano argentino y que lo estaban deteniendo las Fuerzas de Seguridad. Jaime también hizo dos llamados telefónicos a la casa de su suegra. Vuelve a llamar y pide por su esposa, Claudia Inés Yankilevich, que no estaba, y pide que le digan ‘que estoy bien, que haga una vida normal’”, contó.

Daniel Marcelo Schapira (caso 256)
“Yo decido irme a Miramar con mis hijos y mi madre. En abril de 1977 me voy a Montevideo. Cuando llego, es secuestrado Daniel Schapira, cuñado de la esposa de mi hermano. Fue visto en la ESMA y varios testimonios dijeron que fue objeto de experimentos en los que le tiraban dardos venenosos”, contó la testigo.
Trámites posteriores
“Mis padres fueron muy manoseados por las oficinas públicas. Esto era algo muy perverso para los familiares. En la oficina de mi padre violaban la cerradura y por la noche le tiraban fotos y papeles. Mi madre se sumó a la lucha de las Madres de Plaza de Mayo y cuando mi padre la iba a buscar, la detenían. Todos los hábeas corpus dieron negativo, salvo el que cayó en manos del Juez Zaffaroni, que fue el único que prosperó”, contó Said.
A los Said les enviaron el testimonio de Horacio Domingo Maggio (caso 224), quien se fugó de la ESMA. “En el testimonio los nombra a Raúl y a Jaime. También lo menciona a Alberto, dice que un momento escucha que dicen ‘llamen a los abogados para interrogarlos’”, detalló.

Las Yankilevich
A Claudia y a Andrea Yankilevich, hermanas, las secuestran juntas en octubre de 1978, en la calle, en Chilavert. Andrea estaba con su bebé de 9 meses. “De ellas no sabemos nada más, pero el bebé fue recuperado”.

El coronel Roualdes
A Moisés Said lo contactó el coronel Roualdes, quien le dijo que había participado en el operativo de Riglos, que no podía decirle dónde estaban sus hijos porque no lo sabía. A su vez, según contó Judith, “Roualdes le daba órdenes a la gente de la morgue. Roualdes lo niega y lo carean con el empleado de la morgue que había afirmado que sí. A mis padres los llaman para testificar ante la Armada por las irregularidades de Roualdes con la morgue, o sea que la Armada intervino”, sostuvo la testigo.

El caso de Zulema Josefina El Gáname (caso nro. 73)
Hoy también declaró Ana María, la hermana de Zulema, quien fue asesinada el 6 de septiembre de 1976. En ese momento, ella se quedaba en la casa de Leonardo Natalio Adjiman (caso 77) y Soledad Schajaer (caso 78), (ver cobertura del día 49 del juicio).

El operativo en Lomas de Zamora
Ana María contó que Zulema y su otra hermana, María Zaide y la prima de ellas, Adriana María Esper de Maggio (asesinada) militaban en Montoneros. “Nosotros no sabíamos de su actividad”, contó. “Vivíamos en Córdoba y nos íbamos informando por gente conocida de ellas y por los diarios. María Zaide nos escribe una carta y nos dice que la habían matado a Zulema”, relató.
Zulema, María Zaide y Adriana habían estado presas en Córdoba, luego en Rawson y después en Villa Devoto, hasta 1973, cuando el presidente Héctor Cámpora decretó la amnistía. “En 1975 Zulema viaja a Buenos Aires y ahí se cortó la comunicación”, dijo la testigo.
Años más tarde, la madre de ellas recibió una llamada del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) porque habían identificado el cuerpo de Zulema, que había sido enterrado como NN. La exhumaron y le entregaron los restos a la familia. También habían encontrado los restos de los Adjiman.

Próxima audiencia
El juicio continuará el miércoles 22 de mayo desde las 10:00 horas con más declaraciones testimoniales. 

22 05 2013 
TESTIMONIOS
Día 55. En la ESMA, "el número era la identificación en lugar del nombre", contó un sobreviviente
Lo declaró hoy el ex detenido-desaparecido Enrique Corteletti. Los jueces resolvieron apartar a dos imputados por motivos de salud. 

El caso de Enrique Horacio Corteletti (nro. 137)
“Egresado del Liceo Naval y amigo de Luis Lucero (caso nro. 120), fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el 22 de noviembre de 1976 a las 10:00 horas, en la Avenida Rivadavia al 6000, de la ciudad de Buenos Aires, por integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2 que se movilizaban en tres automóviles. Le colocaron un antifaz y lo introdujeron en un Ford Falcon verde en el cual había tres personas. Luego, fue conducido a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente detenido bajo condiciones inhumanas de vida (esposado, encapuchado y engrillado, sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar) y fue sometido a torturas mediante la aplicación de pasajes de corriente eléctrica, en las que participó, entre otros, `Dante´ García Velasco. Durante uno de los interrogatorios, fue golpeado y sufrió un desmayo, aunque no llegó a estar en un estado de total inconsciencia. En ese momento, lo habría revisado un médico que le dijo que no tomase agua y que no permitiese que lo bañen. A causa de estar engrillado se le infectó el pie derecho, por lo que le cambiaron el grillete por otro que le es atado al pie izquierdo unido a una bala de cañón. Durante la noche del 23 de diciembre de ese año, fue trasladado en el baúl de un auto a la Comisaría nro. 31. Al día siguiente, se le informó que estaba detenido a disposición de las autoridades militares. El 27 de diciembre de 1976, fue trasladado a la cárcel de Devoto y, días después, a la Unidad nro. 9 de La Plata, donde permaneció detenido hasta el día 19 de agosto de 1977, cuando recuperó su libertad”.

El testimonio de Enrique
Hoy declaró el ex detenido-desaparecido en la ESMA, quien tenía 21 años de edad cuando fue secuestrado. Contó que al llegar al centro clandestino fue ingresado por una sala en la que se escuchaba a todo volumen la Marcha de San Lorenzo. Relató que luego fue llevado a otra sala, donde fue desvestido y sometido a un interrogatorio. 

El interrogatorio: “perejil” y “traidor”
Corteletti fue acusado de “traidor” por ser egresado del Liceo Naval. En la ESMA fue interrogado sobre otros egresados del Liceo. En ese momento, Enrique escuchó un comentario de su interrogador, “Dante”, quien sostuvo: “te dije que éste era un perejil y que al otro lo tendríamos que haber tenido más tiempo”. Enrique Corteletti manifestó que supone que ese “otro” era Luis Lucero. 

Las torturas en la ESMA
Enrique describió que, tras las torturas, “cuando ya no reacciono de tantos golpes, me sacan de la sala y me llevan a otra. Cuando ven que estoy recuperándome, me vuelven a torturar. Nuevamente sufro un estado de inconsciencia. Me revisa un médico. Subo unas escaleras y me colocan en una cucheta”. 

Palabras del director de la ESMA
Enrique Corteletti contó que durante su cautiverio escuchó a Rubén Jacinto Chamorro, quien fue director de la Escuela. Si bien fue acusado, no llegó a ser juzgado en ninguna causa por delitos de lesa humanidad, porque ya falleció. 
El sobreviviente relató que una vez lo llevaron a una sala, en la que le sacaron las esposas y la capucha. Ahí estaba Chamorro, quien le dijo que se trataba de una guerra y que él había perdido.

Luis Lucero, desaparecido
En su testimonio de hoy, Enrique dijo que conoció a Luis y que tuvo contacto con su familia: “hicimos el secundario juntos. Luego, durante los estudios universitarios, nos veíamos, porque las dos Facultades estaban juntas. Lucero tuvo alguna vinculación con la Juventud Peronista, pero después se fue a trabajar con un movimiento Cristiano de la Villa de José León Suárez. A Lucero le decían `Lacho´. Por los padres de él supe que lo secuestraron en el momento en el que fue a cobrar un dinero” en la ESMA. Luis Lucero sigue desaparecido.  

El infierno
Enrique Corteletti contó que “al que mandaba en los interrogatorios lo llamaban `Dante´ y a otro de ellos `Pedro´. En los primeros días de mi detención me colocaron unos grilletes que me fueron lastimando el talón”. Y agregó: “estuve treinta días en la ESMA. Durante los cinco años que estuve en el ámbito Naval conocí los términos que usaba la Marina. En cautiverio, tenía la capucha puesta, pero escuchaba lo que decían y usaban esos mismos términos”. 
Un sacerdote
En su testimonio, el sobreviviente contó que “había gente en un cuarto, escuchaba algunas conversaciones que me hicieron intuir que había un sacerdote, por el trato. Cuando fui detenido, fui llevado a una sala a la que la llamaban ´de la felicidad´”. 

La ESMA por dentro
El ex detenido-desaparecido habló sobre las condiciones del cautiverio en la ESMA: “para orinar, los guardias nos alcanzaban un balde. La única vez que me bañé fue el día que salí. La comida era un mate cocido a la mañana y pan con carne al mediodía. Nos tomaban fotografías, nos hacían abrir los ojos para las fotos. Después, enseguida nos pedían cerrarlos y nos ponían la capucha para no ver nada”. 

Número por nombre
Corteletti contó que en la ESMA “el número era la identificación en lugar del nombre”. 

Su novia, también desaparecida
Graciela Penelli Fillipovich fue secuestrada el mismo día que Enrique. Él lo supo al ser liberado de la ESMA y puesto a disposición de las autoridades militares. Graciela tenía 21 años de edad y sigue desaparecida. 

La salida de la ESMA
Enrique relató que cuando fue sacado de la ESMA fue llevado a la comisaría 31: “me indican que iba a ser liberado. Aparece una persona con un trato terriblemente hostil, entonces pensé que salía de ahí, pero no fue para liberarme. Me sacan las esposas, me introducen en un baúl. Ese día Boca había ganado un campeonato, se escuchan los festejos. El auto en el que me trasladaban se puso en la cola de los autos que festejaban. Después me sacan, recuerdo el pie infectado, porque me paran y me caigo. Ahí soy introducido en un calabozo hasta el día siguiente, cuando aparece un comisario”. 

“Le dijeron que estaba vivo, pero no dónde estaba”
El sobreviviente contó que “mi padre era un oficial retirado. Se entera de mi secuestro por relatos posteriores. Sé que fue a ver a Videla, a gente de la Curia, y que en algún momento lo recibe (Guillermo) Suárez Mason y le dice que yo estaba vivo, pero nunca le dijeron el lugar concreto donde estaba. Él supo el mismo día que me liberaron, por gente de la Marina”. Además, relató que “mi padre fue a la ESMA, para decir o para demostrar que él sabía. No presentó ningún trámite judicial”. 

Apartados del juicio
El Tribunal informó hoy que los imputados Fragui y Morris Girling fueron apartados del juicio por motivos de salud. De este modo, el total de imputados que sigue siendo juzgados es de 65. 
Próxima audiencia
El juicio continuará mañana desde las 10:00 horas con más declaraciones testimoniales. 


23 05 2013 
TESTIMONIOS
Día 56. "Nadie desaparece porque desaparece"
Lo dijo Carlos España, hermano de Néstor, detenido-desaparecido en la ESMA. Además, declararon los sobrevivientes Beatriz Fiszman y Oscar Repossi. 

El caso de Néstor Julio España (nro. 144)
Según señaló el fiscal Eduardo Taiano en el pedido de elevación a juicio, Néstor era “delegado gremial de la Fiscalía donde se desempeñaba y docente en la Universidades de Buenos Aires, Morón y Lomas de Zamora, fue privado ilegítimamente de la libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 26 o 27 de noviembre de 1976, a las 10:30 horas en la intersección de las calles Vidt y Güemes de la ciudad de Buenos Aires por integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2 que se encontraban vestidos de civil y viajaban en un Ford Falcon. Luego, fue conducido encapuchado a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde permaneció clandestinamente detenido bajo condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). El 29 de noviembre realizó un llamado telefónico a su madre para tranquilizarla. Ese mismo día a la noche, personal de la Marina vestido de fajina allanó su domicilio ubicado en Baigorria 3344, piso 1, departamento `C´, llevándose todo. Aún permanece desaparecido”.

El testimonio de Carlos Gonzalo España, el hermano de Néstor
En la audiencia de hoy declaró que supo sobre el secuestro a partir de un llamado de Ana María Aimetta, la hermana “de la chica (Liliana, caso nro. 800) que habitaba con mi hermano”. También sostuvo que en ese momento la madre comenzó los “temas legales, como hábeas corpus para tener noticias, que nunca llegamos a tener”.
Carlos contó que su hermano pudo realizar un llamado y contarle a su madre que estaba “detenido y que no se preocupara, que iba a volver a llamar, y que quería hablar conmigo. Nunca más supimos nada”. 

Amenazado por la AAA (Alianza Anticomunista Argentina)
Carlos relató que su hermano era peronista y que era docente. Contó que Néstor le dijo una vez que “le habían mandado una carta de la Triple A diciendo que se cuidara, que si no iba a tener problemas”. 

La ESMA
El Ministerio Público Fiscal le preguntó al testigo si su familia supo donde estuvo cautivo Néstor y Carlos respondió que “siempre (tuvieron) presunciones de que estaba en la Marina, en la ESMA”. También contó que a su madre le dijeron que el allanamiento y secuestro fue hecho por Fuerzas conjuntas. “Se enteró por el portero que le dijeron que era un allanamiento por drogas. Hicieron callar al portero y entraron. En esa época la gente tenía miedo de hablar”. 

Desaparecido
Carlos dijo que Néstor, su hermano, tenía 29 años cuando fue víctima del delito de la desaparición forzada. Cuando le pidieron que lo describiera, contó que era “alto, con barba incipiente, pelo marrón oscuro, metro 80, delgado, de ojos oscuros”.
Néstor sigue desaparecido.

“Nadie desaparece porque desaparece”
Carlos relató que una vez la revista SOMOS publicó una nota sobre “los desaparecidos aparecidos” y figuraba alguien sin nombre, con apellido “España”. A partir de esto, el abogado defensor Olmedo Barrios le preguntó si “es posible que su hermano haya aparecido”. El testigo respondió entre llantos, de forma contundente: “mi planteo era que si estaba vivo, se comunicaría en algún momento con nosotros. Nadie desaparece porque desaparece”. 

El caso de Beatriz Silvina Fiszman de Krauthamer (nro. 134)
Según indicó el fiscal Taiano, “fue privada ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, el día 15 de noviembre de 1976, a las 11:00 horas, en el domicilio sito en la calle Riglos nro. 744, de la Capital Federal. Se encontraban presentes en ese lugar Lidia Cohen de Said, Ricardo Aníbal Dios Castro, su cónyuge Mariano Héctor Krauthamer, Salvadora Ayala, Alberto Ezequiel Said y Raúl Osvaldo Ocampo. Durante el procedimiento, realizado por integrantes del Grupo de Tareas 3.3.2, que se encontraban vestidos de fajina, fuertemente armados y en numerosos automóviles, Alberto Ezequiel Said fue herido en un brazo por un disparo de arma de fuego, mientras que Ricardo Aníbal Dios Castro y Mariano H. Krauthamer murieron a causa de los disparos recibidos. Finalmente, se le exigió que saliera con las manos en alto, y así lo hizo. Alberto Ezequiel Said y Beatriz Silvina Fiszman de Krauthamer fueron obligados a subir a un automóvil, mientras que en otro fueron ubicados Raúl Ocampo y Salvadora Ayala, todos encapuchados. 
Beatriz Silvina Fiszman de Krauthamer fue conducida a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde fue sometida a condiciones inhumanas de vida (bajo las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar). Asimismo, se le asignó un número de identificación. A la madrugada del día siguiente, fue sacada del lugar en que se encontraba junto con Salvadora Ayala bajo la amenaza de que las iban a fusilar; las introdujeron en un camión, con vendas en los ojos, y alrededor de las cinco de la mañana las bajaron en Palermo, liberándolas”. 

El testimonio de Beatriz
La testigo habló sobre los hechos de los cuales fue víctima el 15 de noviembre de 1976 con Mariano Krauthamer, su marido. Relató que aquel día fueron a buscar a su cuñada, porque necesitaban avisarle que había muerto la abuela. “Cuando llegamos no la encontramos, estaba el novio, Alberto” (Said, caso nro. 131). Beatriz agregó que en el lugar había más hombres y que “empezamos a escuchar disparos desde una terraza de al lado, entró gente, militares o policías, no sé quiénes eran”. 
Ante las preguntas de la fiscalía, la testigo respondió que quienes realizaron el operativo no se identificaron, tenían armas y algunas estaban de civil. “Nos llevaron a todos los que estábamos ahí”, dijo. “Nos tapan la cara a todos, nos suben a un auto y nos llevan a un lugar. Nos ataron las manos, me dejaron sentada. Luego me llevaron a otro lado. Me preguntaron cosas: qué hacía, esas cosas…”, relató Beatriz. 

La liberación
“Me sacaron de madrugada, con los ojos vendados. Me dejaron cerca de la casa de mis padres en Belgrano. Me dijeron que me baje y que no me dé vuelta”, declaró Beatriz.

El cuerpo de Mariano
Durante el operativo de secuestro, Marino recibió varios disparos de balas. La fiscalía le preguntó a Beatriz que pasó con Mariano y ella les respondió que “después de un par de días, no sé quién intervino, y me devolvieron el cuerpo. Nadie dio explicaciones”. Mariano tenía 27 años de edad. 
Sobre Alberto Said, dijo que “nunca más apareció” (ver más información acá). 

El caso de Oscar Alberto Repossi (nro. 165)
En el pedido de elevación a juicio, el fiscal Eduardo Taiano señaló que “Repossi fue privado ilegítimamente de su libertad con violencia, abuso de funciones y sin las formalidades prescriptas por la ley, junto a Carlos Oscar Loza, Rodolfo Luis Picheni y Héctor Guelfi, el 16 de diciembre de 1976, mientras estaban haciendo unas refacciones en un local del Partido Comunista, ubicado en Herrera 1737 de esta ciudad. En ese operativo participaron integrantes de la Policía Federal Argentina y del Grupo de Tareas 3.3.2, vestidos de civil. Luego de unas horas, fue conducido a la E.S.M.A., donde permaneció clandestinamente detenido, bajo condiciones inhumanas de vida (sometido a las paupérrimas condiciones generales de alimentación, higiene y alojamiento que existían en el lugar, esposado, con grilletes, encapuchado, individualizado con el número `741´, sufrió golpes y pisotones cuando estaba acostado en su cucheta y debió presenciar el simulacro de fusilamiento al que fue sometido su compañero Rodolfo Luis Picheni). Asimismo, fue víctima de una fuerte golpiza que duró entre media y una hora, consistente en golpes de puño, puntapiés y golpes propinados con garrotes envueltos en goma. Finalmente, fue liberado veintiún días después de su detención. Concretamente, fue trasladado encapuchado en un automóvil durante un trecho, luego de lo cual lo bajaron, le dijeron que se quedara de espaldas y que, cuando le sacaran la capucha, caminara derecho sin mirar atrás; que así llegaría hasta la estación Sáenz Peña. Sin embargo, Repossi ignoraba dónde estaba realmente. Finalmente, caminó hacia la estación de tren `Villa Lynch´, desde donde vio la Av. General Paz”.

El testimonio de Repossi 
Oscar Repossi fue secuestrado y llevado a la ESMA cuando tenía 27 años de edad. Hoy declaró en el marco del uso de las reglas de Casación para abreviar los debates orales y públicos por delitos de lesa humanidad. Por este motivo, no volvió a relatar hechos sobre los que ya declaró, sino que esa parte fue incorporada por lectura a la causa, con el objetivo de no revictimizar al sobreviviente.

“El Tigre” y “El Sucio”
Tales eran los apodos de los dos represores a los que Repossi identificó. “El Tigre” es Eduardo Acosta, uno de los imputados. “Todos se llamaban por sobrenombre. Al que más recuerdo, el más ¡hijo de puta era `El Sucio´!”, sostuvo el sobreviviente, quien agregó: “al Tigre lo veo al final, cuando me suben al auto. La cosa es así: se olvidaron de mí”. Oscar hizo una pausa y tomó agua, conmovido al recordar al compañero Picheni: “no soportó. Se suicidó hace poco, pero el cautiverio lo siguió viviendo durante todos estos años…”. Ya agregó: “durante todos los años siguientes después de que nos liberaron, estaba depresivo por lo que nos pasó y por la gran paliza que recibió. Al ir enterándose que había más y más desaparecidos, se deprimía mucho. Era un tipo muy humano y le dolían las desgracias de los demás, lo que había pasado, y no se pudo reponer y eso lo llevó al suicidio”. 
Sobre “El Sucio”, Repossi señaló que “era el que más me pegaba, me hizo comer hasta las pelusas que estaban en el suelo”. 
El último día, entre el 2 y el 4, llevaba la cuenta por los mates cocidos que tomábamos, ya había pasado fin de año. El 6 nos liberan. Entre el 2 y el 4 se llevan a un matrimonio, más o menos, y el 5 creo que fue el día en el que a Hernán (Abriata, caso nro. 115) lo encuentran con la capucha levantada y le dan una paliza bárbara. Lo llevan para declarar (interrogatorio) y no volvió. El 6 a la madrugada nos liberan”. 

Un pedido de Juicio y Castigo para los civiles
“Quizás lo que quiero decir esté fuero de esto. Las paradojas de la vida hicieron que dos de los principales asesinos e ideólogos del golpe civil y militar murieran de distinta manera. Martínez de Hoz murió en la cima de su edificio, murió sin ser juzgado. Espero que muchos civiles vayan a la cárcel por haber sido ideólogos del golpe”, dijo Oscar Repossi en el final de su declaración testimonial, y agregó: Videla murió en un baño de la cárcel como una rata y nadie salió en su defensa”. 

Próxima audiencia
El juicio continuará el miércoles 29 de mayo desde las 10:00 horas con más declaraciones testimoniales. 
Fuente:MegaCausaEsma 

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