8 de septiembre de 2013

OPINIÓN.

08.09.2013
unidos y organizados 
La invasión de las conciencias 
Los ríos de tinta concentrada siguen invadiendo conciencias, adormeciendo compromisos y defendiendo intereses de los poderosos. 





Por: Enrique Masllorens
Se sabe que las peores enfermedades o las más deletéreas afecciones son aquellas que no dan señales verificables ni las alertas necesarias para intentar detener o morigerar la dolencia. Cuando se desatan, el daño suele ser irreparable. El cuerpo humano se rige por las leyes de la naturaleza y desde Freud en adelante comprobamos el poder del inconciente con su compleja construcción y su influencia en distintos padecimientos. En el campo social, el avance del sanitarismo y la percepción del efecto que producen las condiciones de vida y las injusticias, derivaron en una visión integral e inobjetable. El doctor Ramón Carrillo, primer ministro de Salud Pública de la Argentina, organismo creado por el General Perón, sintetizó en una frase esta concepción abarcadora: "Frente a la miseria y la incertidumbre, los microbios son una pobre causa de la enfermedad". Proponía de esta manera transformar un estado de cosas que siempre habían sido favorables a las minorías oligárquicas, luchar contra las asimetrías y dar certezas de continuidad de los planes y aspiraciones personales, inseparables del destino colectivo y el proyecto de país. Así sería posible una sociedad sana promotora de hombres y mujeres saludables.

Lo que intenta esta columna está en las antípodas de los diagnósticos pseudo científicos y de las estupideces que dice el irrespetuoso periodista Nelson Castro, con sus patéticas maneras de "señora gorda" post Revolución Fusiladora. Pretende, modestamente, reparar en las negaciones propias y ajenas que sobrevuelan el inconsciente colectivo y que más daño hacen, porque miramos para otro lado y se termina concluyendo que es problema de otros. Y a veces, es demasiado tarde para lágrimas.   

Cuando la presión destituyente en nuestro país estaba tocando un punto casi tan alto como el actual, allá por fines de junio de 2009, en uno de sus almuerzos televisivos Mirtha Legrand desestimó el accionar solidario de la presidenta y sus colegas de Unasur, que habían concurrido a defender la legalidad democrática ante el golpe contra el presidente Manuel Zelaya. La señora condensó en un "¡A mí qué me importa Honduras!" y agregó –usando tal vez la otra neurona disponible–: "Yo hubiese querido que hablara de la grip (sic)". 

Asentían satisfechos y despreocupados un cuarteto de terror, triunfantes en las recientes elecciones: Mauricio Macri, Francisco de Narváez, Gabriela Michetti y Felipe Solá, por entonces socios y amigos que se frotaban las manos de presuntuosos vencedores, prometiendo planes, amor eterno y acciones que nunca concretarían. En septiembre del año siguiente, fue el presidente ecuatoriano Rafael Correa y en 2012 fue el turno del golpe empresario-parlamentario en el Paraguay de Fernando Lugo. Pero para esos comensales de aquel almuerzo y para gran parte de nuestros compatriotas, estos no son asuntos que nos atañen. Y en los casos de Honduras y Paraguay, donde los golpistas fueron efectivos, el regreso del pasado neoliberal, excluyente, corrupto y pro norteamericano, resurgió con el apoyo de las "balas de tinta que intentan derrocar gobiernos populares", según la analogía difundida por nuestra presidenta. Y que tienen un arsenal recargado y están atacando la democracia con alevosa felonía. El pasado está a vuelta de la esquina, a pesar de las ironías provocadoras de Ernesto Tenembaum.

Es ahora el tiempo para algunos de mirar para otro lado ante la inminencia de un ataque a Siria por parte de los Estados Unidos, violando protocolos de convivencia internacional y dispuestos a sembrar de muertos, destrucción y agravamiento de las condiciones de vida de decenas de miles de seres humanos. Cristina, temporalmente presidenta del Consejo de Seguridad de la ONU, por intermedio del canciller Timerman difundió un documento de condena y alerta que es una reafirmación soberana que nos enorgullece. Lo que piensan los cipayos de siempre nos tiene sin cuidado.

No por espinoso y complicado deberíamos mirar para otro lado -que siempre es el mismo y queda en el norte- bregar por la paz y mirar las resoluciones de la ONU en cuanto a los dilemas entre el pueblo palestino  y el Estado de Israel. No tomar en cuenta lo que sucede en la aldea global o minimizar los riesgos para el planeta, la región y por último, a nuestro propio país, suele ser una actitud más cómplice que ingenua. Los ríos de tinta concentrada siguen invadiendo conciencias, adormeciendo compromisos y defendiendo los intereses de los poderosos. Tienden a encerrarnos en nosotros mismos para que no veamos ni lo que les pasa a nuestros hermanos.

El poder omnímodo y ominoso de la concentración mediática es como decía Jorge Lanata antes del cheque: "el que decide sobre lo que votás, lo que consumís, sobre tus gustos y lo que es peor, sobre tu libertad", señalando el mapa de empresas del Grupo Clarín.
La invasión solapada, la infección latente, es la más difícil de combatir. Y  como en tantas otras grandes batallas del pueblo argentino, la victoria será nuestra si permanecemos unidos y organizados, solidarios y alertas.
Fuente:TiempoArgentino

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