3 de febrero de 2014

COMIENZA UN JUICIO CLAVE POR LA REPRESIÓN DE DICIEMBRE DE 2001.

03.02.2014
Tras el final de la feria judicial, a partir del 24 de febrero 
Comienza un juicio clave por la represión de diciembre de 2001 
El Tribunal Oral Federal 6 buscará determinar quiénes fueron los responsables políticos y materiales del violento final del gobierno de la Alianza. Enrique Mathov y la ex cúpula de la Policía Federal, en el banquillo de los acusados. 
Por: Gabriel A. Morini
El regreso de la feria judicial marcará el inicio de la cuenta regresiva para el comienzo del primer juicio oral y público con gran impacto político de 2014: el que intentará determinar quiénes fueron los responsables intelectuales y materiales de los asesinatos del 19 y 20 de diciembre de 2001, que culminaron con la renuncia del presidente Fernando de la Rúa luego de una feroz represión que dejó cinco muertos sólo en la Plaza de Mayo y más de 200 heridos en toda la ciudad. Casi 13 años después, en el banquillo de los acusados estarán el ex secretario de Seguridad Enrique Mathov, junto a todos los integrantes de la cadena de mando que entonces encabezaba el ex jefe de la Policía Federal Rubén Santos, además de los autores directos de los crímenes.

La hipótesis que intentará demostrar la acusación durante el proceso es que el estado de sitio dictado por el gobierno de la Alianza fue ilegal, y que, a partir de allí, todas las acciones llevadas adelante por las autoridades pusieron en riesgo a los manifestantes. Mientras tanto, la Corte Suprema de Justicia dilata desde hace casi dos años la decisión sobre la apelación al sobreseimiento del ex presidente Fernando de la Rúa, el principal responsable político del operativo, que no formará parte de este juicio que llevará adelante, a partir del 24 de febrero, el Tribunal Oral Federal Nº6. 
ESTADO DE EXCEPCIÓN. A partir del Decreto 1678/01 De la Rúa decretó el 19 de diciembre de 2001 el estado de sitio, algo que la acusación sostiene que fue jurídicamente ilegal. Con el pretexto de que el Congreso estaba en receso, el Ejecutivo dictó un estado de excepción por 30 días sin especificar, tal como lo pide la Constitución, que se delimite qué garantías se suspenden, ni en qué parte del territorio regía. Por añadidura, todas las decisiones tomadas a partir de ese momento por el gobierno de la Alianza podrían ser tachadas de ilegales, especialmente el diseño de un operativo represivo que fue caótico en las calles de la Ciudad, y que incluyó un despliegue de fuerzas en decenas de patrulleros, personal de infantería, policías a caballo, policías sin uniforme, carros de asalto, y  carros hidrantes que acrecentaron el riesgo de ocasionar el saldo que finalmente dejó la jornada del 20 de diciembre. Sumado al antecedente que esa misma madrugada se había producido una muerte en el marco de incidentes de similares características. Sólo en territorio metropolitano hubo cinco muertos: Diego Lamagna, Marcelo Riva, Carlos Almirón, Alberto Márquez y Gustavo Ariel Benedetto. Los heridos fueron  227; y los detenidos, más de 300. Al juicio llegarán los autores materiales de los disparos policiales y la cadena de mando policial, que será acusada de "homicidio culposo". 
PRUEBAS. Con tres audiencias semanales en los Tribunales Federales de Comodoro Py, los jueces Julio Panelo, María del Carmen Roqueta y José Martinez Sobrino deberán escuchar un listado tentativo de  medio millar de testigos, por lo que se prevé que durará por lo menos hasta mitad de año. Pericias balísticas, una jornada completa de modulaciones policiales, documentos de la Dirección General de Operaciones de la Federal y reglamentos policiales completan la prueba que examinará el tribunal, que llevará adelante el juicio unificado luego de la instrucción de los jueces federales Claudio Bonadío y María Servini de Cubría. 

Pero el juicio estará también cruzado por componentes políticos que remiten a la historia reciente. Se pondrá en juego por parte de la acusación demostrar el hecho de que la orden política del gobierno de la Alianza fue la de despejar la Plaza de Mayo de protestas para poder buscar una salida negociada con el peronismo ante la crisis de gobernabilidad que atravesaba el gobierno de De la Rúa. "Llegamos a juicio con un caso muy sólido y tenemos expectativas de alcanzar las condenas de los responsables para lograr justicia para las víctimas de la brutal represión. Creemos que el juicio es una oportunidad histórica para establecer los niveles de responsabilidad de los funcionarios políticos y policiales por los delitos cometidos en el marco de la represión", sostuvo a Tiempo Argentino Maximiliano Medina, abogado querellante por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

El relato cronológico de la jornada será esencial para confirmar las acusaciones. Los hechos más graves que se investigaron ocurrieron luego de las 15, después de que la plana mayor de la PFA y de la efectuada por el Comité de Crisis del Consejo de Seguridad Interior, presidida por Mathov. Nunca hubo una contraorden para detener la represión ante las muertes. El responsable de las fuerzas de seguridad fue el entonces ministro del Interior, Ramón Mestre que falleció antes de ser enjuiciado.   
ACUSADOS. Mathov será juzgado por "abuso de autoridad y violación de deberes de funcionario público" que, según la acusación de los fiscales Patricio Evers y el fallecido Horacio Comparatore, provocaron además de cinco homicidios culposos lesiones a otras 117 personas. Por los mismos cargos se sentarán en el banquillo de los acusados el ex jefe de la Policía Federal, Rubén Santos –hoy jubilado– y los ex comisarios Raúl Andreozzi (jefe de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana), y Norberto Gaudiero (jefe de la Dirección General de Operaciones de la PFA). Entre los procesados también se encuentran cuatro ex integrantes de Asuntos Internos por el asesinato de Alberto Márquez, baleado en inmediaciones del Obelisco. Son Carlos José López, Eugenio Figueroa, Roberto Juárez y Orlando Oliveiro, todos actualmente excarcelados. Los cuatro viajaban en un automóvil particular y dispararon contra los manifestantes aquella jornada. "Se promovió una verdadera cacería de manifestantes y transeúntes ocasionales", afirmó la querella en el pedido de elevación a juicio. Las defensas ya adelantaron su estrategia. 

Las autoridades políticas y policiales apuntarán a subrayar los límites hasta donde puede responsabilizarse al superior de una estructura jerárquica, respecto de los hechos ejecutados por un subordinado, y sus consecuencias. 

"Este juicio será sin dudas el caso más emblemático de represión de la protesta social, y la sentencia será muy importante para constituir estándares que permitan modificar las prácticas policiales que ponen en riesgo la vida de los manifestantes y garantizar que estos hechos no se repitan nunca más, sostuvo Medina.
los beneficios a de la rúa 
El ex presidente Fernando de la Rúa consiguió en esta causa un rotundo respaldo judicial en todas las instancias. Fue indagado, pero la justicia lo sobreseyó en 2009 con un fallo del juez Claudio Bonadio. En sus dichos, el ex mandatario aclaró que no sabía nada de las muertes ocurridas en la Plaza de Mayo, y que se enteró a través de Crónica TV. El 27 de diciembre de 2012, la Cámara de Casación –máximo tribunal penal del país– ratificó que el ex mandatario quedaba fuera de culpa y cargo por la represión de 2001. Dictaminó que "desconocía los supuestos excesos de sus inferiores" y que por ello no tuvo responsabilidad política en los asesinatos de cinco manifestantes, y las heridas provocadas a 227 personas. El fallo fue firmado por los camaristas Raúl Madueño, Luis Cabral y Eduardo Riggi. La misma postura había tenido antes la Cámara Federal que, además, había rechazado las apelaciones contra su decisión. Desde finales de 2012, su situación está bajo análisis de la Corte Suprema sin que la decisión tenga expectativas de resolverse en el corto plazo. De todas formas, es posible que De la Rúa sea llamado como testigo en este juicio, lo que lo dejará en una posición de observador de lo que sucedió y le permitirá, por el momento, esquivar el banquillo. 



03.02.2014
Entrevista a Gabriel Vommaro
"Diciembre de 2001 no estaba inscripto en ninguna ley de la historia"
Compilador del libro La Grieta, que indaga en la dimensión histórica de aquella crisis, dice que "el saqueo y las cacerolas son formas a las que se echa mano muy rápidamente cuando nos vemos ante problemas repetidos". 





Por: Lucía Alvarez
La crisis de 2001 fue uno de los acontecimientos más relevantes de los 30 años de democracia, entre otras razones, por su doble dimensión: es tanto un momento de condensación histórica como de reapertura. Por eso, algunos destacan su carácter antiinstitucional y otros, el insurreccional, la idea del "argentinazo".

Con el ánimo de entender qué termina y qué comienza en diciembre de 2001, un conjunto de reconocidos investigadores nacionales acaban de publicar La Grieta, un libro centrado más en el legado de esos sucesos que en el análisis de las jornadas, y donde advierten que la huella de la crisis insiste más como "amenaza de dislocación que como horizonte de reconciliación". Gabriel Vommaro, editor de esta compilación junto a Sebastián Pereyra y Germán Pérez, conversó con Tiempo Argentino sobre el trabajo y su comparación con la situación argentina actual.
 
–Después de la experiencia de 2001, ¿cuán atada quedó la idea de crisis a la confluencia de problemas estructurales con protesta y movilización social? 
–Bueno, es interesante. La gran diferencia entre 1989 y 2001 es que, si bien en los dos hay un agotamiento del ciclo de acumulación, el '89 fue un ajuste de cuentas entre élites. La hiperinflación fue un golpe de mercado frente a un Estado débil que no pudo defender el valor de su moneda y el ingreso de sus ciudadanos. En el medio de eso, hubo saqueos pero no llegaron a constituir un estallido. Lo que sucedió en 2001 es que confluyeron la crisis del modelo de acumulación con el estallido popular. Por eso, intentamos pensar las dos cosas juntas, las condiciones estructurales y las irrupciones políticas. Pero el 2001 no estaba inscripto en ninguna ley de la historia. No es que hay un agotamiento y hay gente en las calles. La dimensión política del acontecimiento tiene que ver con la contingencia histórica. Cualquiera que quiera predecir eso, está haciendo más política que análisis intelectual.

–Hoy algunos actores hablan de un punto de inflexión en el modelo de acumulación, ¿hay un aprendizaje de ese suceso que permita evitar una crisis?
–En 2001 se dan una serie de circunstancias muy particulares que van llevando hacia la falta de salidas. Tenías un tipo de cambio rígido que se quería mantener a toda costa, una economía con precios internacionales, una puja de élites, el FMI no te daba más plata y encima, un gobierno debilitado, con una coalición que se resquebrajó, un vicepresidente que renunció, elecciones legislativas donde el voto negativo fue el más alto en varias provincias, y un empobrecimiento creciente con una movilización social organizada. Esa serie de circunstancias no desembocan necesariamente en el estallido, pero las salidas se van cerrando. En la actualidad, uno ve problemas estructurales que habían sido puestos entre paréntesis en los años de la Convertibilidad. Volvieron los problemas del déficit del Estado y de una economía que come más dólares de los que produce, en una situación internacional que impacta sobre el país y nos vuelve otra vez vulnerables en nuestro frente externo. Hay un problema estructural de la economía argentina, pero hay un montón de opciones: hubo elecciones y los votos nulos fueron en los niveles históricos, aparece la disputa clásica dentro del peronismo, y un no peronismo con posibilidad de sobrevivir. Yo no veo esa sensación de sin salida.

–¿Y los sucesos de fin de año: los saqueos, los cortes de calles?
–Hay una idea de que cada vez que aparecen situaciones de crisis, de algún tipo de sentimiento de injusticia, o de indignación moral, salimos a la calle, hacemos quilombo. Eso sí está arraigado y es parte del repertorio de la acción colectiva de las clases medias urbanas, que es agravado en algunos casos por el rechazo a este gobierno de algunos sectores que lo piensan como una amenaza a su seguridad. Con los cortes de luz, no hubo eso. Se evidenciaron problemas estructurales: falta de inversión privada, falta de política energética, falta de control del Estado, que ya apareció por ejemplo en los choques de trenes. Circuló una idea de que el Estado había fallado, pero no apareció una idea de que se vayan todos. Después, está el tema de que una fracción de los sectores populares sigue teniendo muchos problemas económicos, un 20% de la población está en niveles de pobreza complejos. Fin de año es fundamental para poner comida arriba de la mesa, hay una economía moral con las fiestas, con la mesa navideña. Que aparezcan saqueos es parte de una tensión social y una forma de acción colectiva en ese contexto de tensión ya sedimentada en el acervo práctico de ciertos sectores sociales. El saqueo y el salir con las cacerolas a la calle son formas a las que echamos mano muy rápidamente cuando nos vemos ante problemas repetidos.

–¿Hay capacidad de confluencia entre esos dos descontentos, en esa consigna de "piquete y cacerola"?
–En 2005, cuando vivía en Francia, fueron las revueltas de los jóvenes en los suburbios. Ahí me enteré que en todos los años nuevos se quemaban coches. Formaba parte del acervo práctico de esos jóvenes, había un saber práctico ya adquirido. Acá también aparece el problema de discutir con eslóganes, por ejemplo, si es una década ganada o no. Los sectores populares tienen problemas estructurales y los siguen teniendo hoy. Las políticas de Estado como la AUH fueron fundamentales; el crecimiento de la actividad económica formal, igual. No creo que los académicos debamos discutir eso, porque perdemos tiempo para plantear otros problemas, como qué tipo de intervenciones públicas pueden ser efectivas para poblaciones que tienen décadas y décadas de alejamiento del ordenamiento de la vida cotidiana que supone el empleo formal. O sobre los problemas que, como el deterioro del transporte público, conspiran contra la reintegración de los sectores populares.

–¿El 2001 puede leerse como parte de una cultura política, una disposición a la inorganicidad y a la manifestación?
–El 2001 termina de condensar procesos que ya se venían dando. No hay punto cero en la historia, en ese sentido toma esa herencia. Pero pone también en escena las consecuencias o hasta dónde puede llevar eso: miles y miles de personas en la calle, sin discurso, que tienen como apelación la renuncia de un ministro y, después, un presidente. Muestra qué efectos desorganizadores puede tener esa aparición plebeya. El 2001 trae una posibilidad latente de salida a la calle inorgánica, la enseñanza de una frase que alguien le atribuyó a Eduardo Duhalde: "Con la gente no se jode porque se viene la calle."

–El libro casi no hace mención a los piqueteros, que fueron los protagonistas de la producción intelectual de ese momento, pero sobre los que luego no se escribió mucho, ¿la academia se debe una autocrítica?
–Las Ciencias Sociales tienen una relación compleja con los debates públicos de cada momento. Es un mundo muy poco autónomo para fijar su propia agenda de discusión. El 2001 fue un acontecimiento con mucho impacto en el mundo intelectual, interpeló a una o dos generaciones y despertó al interés político a muchas personas. Las Ciencias Sociales están atravesadas por el interés por la política, práctico e intelectual, y lo estuvieron con ese llamado a la acción. El 2001 había sido analizado con una ferviente pasión militante y con un compromiso intelectual muy implicado con los problemas del momento, por eso pensamos que estaban las condiciones dadas para hacer un balance crítico. Otro punto es que nuestras disciplinas, la Sociología, la Antropología, la Ciencia Política en menor medida, se constituyen en voceras de los sin voz. Pero eso también sucede porque el mundo de los pobres es mucho más transparente a la mirada externa que el mundo de los ricos. En términos prácticos, los poderosos tienen más capacidad de construir su imagen pública.

–¿Cómo explicar la atención del libro por fenómenos vinculados a las clases medias?
–El 2001 es heredero, entre otras cosas, de la heterogeneización de las clases medias; fue el intento por construir en la calle una especie de unidad perdida de la clase media, muy fragmentada en la post dictadura y los '90. El encuentro produjo un sentimiento de unidad muy efímero. Fue una unidad sociológica y políticamente compleja, porque es la unidad de una clase media nueva rica con una empobrecida, y la unidad de una clase media que propone una repolitización de la vida pública después de una reducción del debate político al económico o a los tiempos mediáticos de las imágenes, y está la clase media que quiere que le devuelvan los dólares, que tiene la ilusión política de volver al lugar de la gestión, que le asegure el patrimonio, la vida y la propiedad. El 2001 fue también un momento para salir frente a la amenaza a la vida y a los bienes. Y es un error pensar eso como antipolítico: es otro tipo de lenguaje, de gramática, de demandas y expectativas políticas.

–¿Se pueden pensar esas expresiones por separado?
–Analíticamente, sí, como dos tipos ideales. Y empíricamente, también. En los primeros meses de las asambleas barriales se veían personas buscando abogados para presentar un amparo y salvar sus ahorros, y otras que venían de experiencias políticas previas muy diversas, vinculadas al Frenapo de la CTA, los cortes de Edesur de 1999-2000, con el PI en los '80, además del sector más vinculado al activismo duro. Eso se fue desgranando, no convivió bien en el tiempo. Fueron dos tipos de demandas diferentes y dos tipos de relaciones con la política distintas: la cuestión patrimonial y la politicista.

–¿Y tuvieron derivaciones distintas en la década siguiente?
–El kirchnerismo es heredero de las dos cosas, del pedido de orden y de una idea de la política como transformadora. Por eso destinó gran parte de la energía a restituir la fuerza del Estado como garante del orden y de la estabilidad, pero al mismo tiempo, retomó la idea de la política por sobre los discursos técnicos y la apelación a la militancia. El kirchnerismo hereda esas dos cosas y las articula de manera distinta en distintos momentos, a veces muy virtuosamente y otras menos. Por ejemplo, las movilizaciones de Juan Carlos Blumberg generaron un temor en el kirchnerismo porque olieron que ahí estaba reapareciendo algo que, si no era absorbido o articulado, podía ser desestabilizador. La demanda vinculada a la seguridad tiene legados más fluctuantes que reaparecen en el tiempo, y con los que el kirchnerismo tuvo una posición más ambigua, a veces con capacidad de absorber y a veces desde la construcción de un enemigo, una alteridad.

–¿En qué sentido el 2001 manifestó también una tensión entre clases medias y clases populares?
–El 2001 pone en escena un proceso de acumulación de la politicidad popular que venía de larga data. Los grupos piqueteros existían desde 1996, 1997, pero las transformaciones en las formas de expresión colectiva de las clases populares databan por lo menos de los primeros años '80. Y me parece que acá también hay una tensión en la relación con los "otros" sociales, que es muy compleja en 2001. Porque es la posibilidad de piquete y cacerola, como un modo de reintegración social, de mundos sociales que tienden a separarse, pero estaba también, aunque al principio aparecía muy culposamente, la idea de que los cartoneros te roban y ensucian. Esa tensión se ahondó con el tiempo y hoy en día está muy vigente. Creo que la sociedad argentina tiene un gran problema que es cómo articula mundos sociales y culturales en tensión, heterogéneos y que se ven unos a otros como peligrosos.

–¿El kirchnerismo fue el único que se benefició de esas militancias?
–Hay una herencia militante que son los apoyos de los sectores medios al kirchnerismo. El fenómeno vinculado a 6-7-8, que fue muy interesante en sus comienzos y luego derivó en otra cosa, mostró una militancia completamente inorgánica, de personas que no se sentían interpeladas por ninguna estructura y apoyaban un programa de tele. Pero también hubo otros grupos políticos que heredaron esa activación, por lo menos en la Ciudad de Buenos Aires, que fue un epicentro. En primer lugar, en el espacio de centroizquierda no kirchnerista, vinculado a Proyecto Sur, Libres del Sur, pero también, de un modo más inesperado, en el PRO, con los jóvenes vinculados al mundo de las ONG. Es una entrada desde arriba, en términos de posicionamiento social y también de mirada sobre la política. Es decir, en las decantaciones de esa militancia post 2001, el kirchnerismo pudo aprovechar más pero no fue el único.

–¿Cómo fue la interpretación del PRO de 2001?
–Creo que el kirchnerismo y el PRO son dos formas de procesar, de elaborar el "que se vayan todos". La idea del macrismo supone que los que estaban no servían. Ven como una misión de los empresarios, los expertos, los voluntarios, los que vienen del mundo no político partidario, de meterse en política para cambiar las cosas, para moralizar y volverla más eficiente. Nosotros, de todos modos, hicimos una encuesta entre los cuadros superiores, y el 50% viene de partidos tradicionales. La novedad es relativa, pero la forma en que se presenta y se ve, no. El kirchnerismo, en cambio, tiene una idea redentorista de la política, una vuelta a la política de los ideales. Ellos no se ven fuera de la política, sino que se presentan como militantes, con el pueblo y contra los poderosos. Y ahí pasan cosas con una dimensión muy fuertemente alfonsinista: los representantes del pueblo contra las corporaciones.

–¿El único que no se benefició de ningún modo fue el radicalismo?
–Bueno, hay un texto muy bueno de Juan Carlos Torre, de 2003, "Los huérfanos de la política de partidos", que plantea que la crisis de representación afectó al hemisferio no peronista, generando enormes frustraciones y desmembramientos, pero que el hemisferio peronista se comportó más o menos igual. El Frepaso y el progresismo fueron absorbidos por el kirchnerismo; en cambio, el radicalismo fue el más afectado y no se recuperó como opción nacional desde entonces. El partido se fragmentó, se provincializó, y cada líder siguió una estrategia propia.  
 
no reprimir: la sangre se impone a la geografía
El artículo del antropólogo Alejandro Grimson está dedicado a la represión a la protesta social, un tema que cambió de manera fundamental después de 2001. Allí señala que más allá de la decisión del kirchnerismo de la no represión como política de Estado, existe disparidad territorial en la aplicación de esa política, y también en el modo de interpretar las muertes en protestas sociales. La hipótesis de Grimson en este caso es que la sangre se impone a la geografía. Una encuesta realizada a fines de 2011 muestra que sólo un 1% recordaba de modo espontáneo a Roberto López, de la comunidad qom de Formosa, mientras que un 21% lo hacía con el militante del Partido Obrero, Mariano Ferreyra. "El gobierno ha mostrado que tiene capacidad de influencia desigual y aliados que van en contra de lo que se dice a nivel nacional. En esta línea, un tema muy preocupante es el accionar de las fuerzas de seguridad. El kirchnerismo tuvo una política interesante con las Fuerzas Armadas, una reforma en su funcionamiento. Pero no pasó lo mismo con las policías provinciales. El nivel de represión micro social, sobre todo en los barrios populares, es enorme. No digo que es mejor o peor desde el kirchnerismo, sino que hay una deuda pendiente de la democracia que implica ver qué hacemos con estas policías, que reprimen a los actores subalternos en todas sus formas. Sigue pasando todos los días y por momentos se percibe una especie de resignación vinculada al tema", explica Gabriel Vommaro. 
 
estallido
y puntos
de contacto
–¿Se puede hacer alguna asociación entre 2001 y la primavera árabe o los levantamientos espontáneos en Brasil y España o la protesta en Wall Street?
–Hay algo que tuvo el 2001 que se puede pensar en torno a la categoría de estallido, una forma de acción inorgánica, pero fuertemente política, que intenta restituir una comunidad política que está por disgregarse, pero sin proponer un horizonte claro. Estallido permitiría pensar lo que pasó en Brasil, en España, porque hay un sentido de indignación que tiene que ver con la economía moral que rige los intercambios en general y, en particular, entre los de arriba y los de abajo, entre dominantes y dominados. En ese sentido, hay paralelismos posibles. En España había un eslogan: nosotros no estamos contra la democracia, la democracia está contra nosotros. En ese caso, hacía referencia al bipartidismo, la transición y lo que resultó de esa España victoriosa que se incorporó a Europa. Me parece que tiene ecos con el "que se vayan todos" de 2001. 
Fuente:TiempoArgentino 

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