Expresiones que hacen el juego a paradigmas de la dictadura
Apenas habían transcurrido tres horas del 24 de marzo de 1976 cuando en un barrio de la ciudad de Tucumán una patota irrumpió en la casa del entonces senador provincial Guillermo Vargas Aignasse. Poco tiempo después, su cuerpo sería arrojado a un pozo junto a otros cadáveres.
Por: Felipe Yapur
Apenas habían transcurrido tres horas del 24 de marzo de 1976 cuando en un barrio de la ciudad de Tucumán una patota irrumpió en la casa del entonces senador provincial Guillermo Vargas Aignasse. Poco tiempo después, su cuerpo sería arrojado a un pozo junto a otros cadáveres. Nadie imaginaba, mucho menos Antonio Bussi, que esa persona desaparecida, torturada y asesinada se convertiría en la causa judicial que lo condenaría por genocida. En agosto de ese mismo año, el diputado radical Mario Amaya, es secuestrado en Trelew y luego de pasar por centros clandestinos terminó asesinado por la tortura en la cárcel de Devoto. Son apenas dos ejemplos de todo los que padeció el país durante la dictadura cívico-militar. Hubo muchos más casos y los 30 mil fueron la expresión más extrema de todo lo que sufrió el pueblo, todavía víctima de las consecuencias sociales, económicas e incluso políticas que provocó ese período. Todo ello conformó un entramado complejo y difícil de reconstruir que lleva tres décadas, con retrocesos y avances, como para desvirtuar lo conseguido con expresiones como el afiche de un grupo de jóvenes radicales, que avalan algunos de conspicuos legisladores nacionales de la UCR, y que termina por hacerle el juego a los sectores que respaldan el paradigma neoliberal que sembró la dictadura.
La dictadura no finalizó el 10 de diciembre de 1983, ojalá así hubiera sido. Continuó a través de los grupos de poder concentrado que continuaron determinando el derrotero económico del país. Raúl Alfonsín intentó resistir y construir bases para un nuevo país. No lo consiguió. La democracia estaba demasiado débil todavía y los poderes fácticos, económicos y militares, conspiraron en su contra. Aquella ola neoliberal logró su cometido al eyectar antes de tiempo al entonces presidente, no sin antes arrancarle leyes de impunidad como la de Obediencia Debida y Punto Final. También ahogó las históricas banderas el Partido Justicialista en los '90, al colonizar el partido con una dirigencia que se entregó, entre otras, a la sanción de las peores leyes que destruyeron la estructura industrial y económica del país, amén del indulto a los genocidas que firmó Carlos Menem.
La UCR tuvo otra oportunidad con la Alianza, pero, lejos de terminar con aquel dañino paradigma, profundizó lo peor del menemato con leyes como la laboral y la reducción de salarios, que sumaron a la eclosión que vivió el país y que se buscó resolver en los recintos del Congreso con presidentes por horas y un Eduardo Duhalde que ocupó el Ejecutivo en un acuerdo parlamentario.
Fue una temporada conflictiva y difícil, donde diputados y senadores pugnaron por enderezar un país a la deriva. El peronismo, con la llegada del kirchnerismo, se quitó de encima, lo continúa haciendo, aquella pátina conservadora que lo dominó en los '90. El radicalismo no logró erradicarla, y tal vez por ello es posible encontrar declaraciones de algunos de sus diputados y senadores avalando un afiche atrevido, falaz y ofensivo.
Se puede no estar de acuerdo con el gobierno. El radicalismo y otros partidos de la oposición con representación parlamentaria lo vienen haciendo desde hace once años. Pero cuestionar como mercantilistas y oportunistas la política de Derechos Humanos del actual gobierno es demostrar, sin que se lo exija nadie, la gran incapacidad para reconocer los avances que se produjeron con la simple nulidad de aquellas leyes que garantizaban la impunidad de los represores. Hoy, los juicios se sustancian, y a pesar de la escasa cantidad de genocidas presos, no se puede negar que es la continuidad de aquel valiente e inolvidable juicio a las juntas, donde entre los integrantes de la Cámara que condenó a las cúpulas militares surgieron luego dirigentes radicales y peronistas como Ricardo Gil Lavedra y León Arslanian.
¿Qué es lo que se pretende con este afiche al que se le suma el aval del senador Ernesto Sanz, el frustrado precandidato presidencial en 2011, y autor de la célebre consideración sobre la Asignación Universal por Hijo cuando dijo que "se va por la canaleta de la droga y el juego"? Ahora, con el afiche, el mendocino aseguró que "la Juventud Radical plantea el doble discurso del gobierno en materia de derechos humanos y la UCR siempre lo sostuvo". Ni una ni otra frase del senador pueden ser consideradas poco felices. En todo caso desnudan el perfil conservador que predomina en el radicalismo.
Ser conservadores no es malo en sí mismo, en todo caso lo que sería mejor es que esos dirigentes de la UCR que se valen de argumentos y banderas históricas del centenario partido para ocultar su adhesión a postulados neoliberales, se quiten las máscaras y organicen una "unión cívica conservadora". Sin duda que sería más saludable. Eso sí, no serían los únicos en hacerlo. De hecho, ya lo están haciendo aquellos peronistas que ahora integran el Frente Renovador, un oxímoron si se hace un repaso a la lista de apellidos que lo conforman.
Ahora bien, lo llamativo del caso es que las críticas a la política de Derechos Humanos del gobierno se volvieron más duras cuando en los estrados judiciales ha comenzado a investigarse la complicidad civil durante la dictadura. El poner el ojo judicial en estos actores importantes de aquellos años moviliza a esas corporaciones que no sólo se beneficiaron con millonarios ingresos, ahora se valen de sus representantes (mediáticos y políticos) para evitar poner las barbas en remojo.
Entonces, el desafío está en continuar más allá de este gobierno, incluso con matices, con este proceso de Memoria, Verdad y Justicia al que todos los sectores democráticos de la Argentina adhieren y dicen defender. La sangre derramada en aquellos años no sólo corresponde a las víctimas de esos años oscuros, también es del pueblo que sufrió sus políticas y consecuencias que todavía hoy se pueden observar. Ojalá que ese afiche y las desafortunadas declaraciones de Sanz no empañen los actos y manifestaciones por los 38 años del golpe que, de hecho, sirven para reafirmar la continuidad de la lucha por la justicia y la democracia.
Fuente:TiempoArgentino
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