Guardianes de la memoria
Escuchar relatos de personas que perdieron familiares durante el terrorismo de Estado no es un pasado lejano como algunos se atreven a decir.
Escuchar relatos de personas que perdieron familiares durante el terrorismo de Estado no es un pasado lejano como algunos se atreven a decir.

Lucila Tosolino
Tal vez esta columna debería haberse publicado el 24 de marzo, día de la Memoria por la Justicia y la Verdad, pero no hubiera podido ser porque lo que cuento me ocurrió después y, a partir de ese acontecimiento, cambió mi visión con respecto a esa fecha.
¿Por qué? Supongo que, porque a mis 22 años, vi a un hombre de unos 60 años llorando desconsoladamente frente a mi por un ser querido que la última dictadura cívico-militar se llevó. Fue ver el dolor expuesto en carne viva que me hizo tomar conciencia de lo valioso que resulta recuperar un testimonio de esa época sangrienta.
Escuchar relatos de personas que perdieron familiares durante el terrorismo de Estado forma parte de la historia argentina, la que muchas veces toman algunos como un pasado lejano y se atreven a decir: “El pasado es pisado, ya fue”.
No hay que callar esas almas que hoy viven para contar esos hechos, y así, con su memoria, reconstruir la verdad y hacer justicia. ¿Por qué callar ahora que estamos en democracia? Desde el 76 al 83 no podían decir nada al respecto; estaban suprimidos los derechos más elementales. Los militares vigilaban, censuraban, maniataban; soldaditos verdes secuestrando recuerdos de civiles, succionando ideas y robando cualquier resto de felicidad para hundirlos y hundirnos -como sociedad- en una triste oscuridad.
Pero ahora, los guardianes de la memoria que sobrevivieron a esa época y conservan relatos de esos años, pueden hablar. Es más, deben hacerlo para ayudar a construir la historia y esclarecer los hechos criminales que ocurrieron.
En una charla con María Luz Piérola, titular del Registro Único de la Verdad de la Provincia de Entre Ríos, ella recalcó la importancia de los testimonios y cómo, hasta el más mínimo aporte, puede ayudar a armar el rompecabezas del pasado. Así comprendí que estos guardianes no deben permanecer en el anonimato, sino al contrario: gritar a la sociedad quienes son, qué vieron y qué les pasó.
Un hombre con el que hablé conserva las secuelas de la dictadura y, aunque su memoria esté vapuleada, no le cuesta contar el dolor que vivió y admite que las heridas aún sangran. Puedo decirlo: este señor es mi héroe. A 38 años del derrocamiento de Isabel Martínez de Perón, el hombre infla el pecho, respira profundo, se anima a mirar a los ojos del interlocutor y dice: “Soy un sobreviviente”. Hay quienes no lo hacen; prefieren mantener su memoria en la oscuridad, callar sus pensamientos y silenciar las voces que
escucharon en el pasado.
Cada uno vive la vida como puede y tiene distintas maneras de sortear los obstáculos que le tocaron atravesar. Pero si tan solo esos testigos supieran lo importante que es su relato, se podría por ejemplo armar el rompecabezas y con eso, por ejemplo, encontrar un indicio para poder hallar al hermano mellizo de Sabrina Gullino, hija de los militantes desaparecidos Raquel Negro y Tulio Valenzuela que nació en el hospital Militar de Paraná.
Todos merecen saber la verdadera historia de lo que fue el llamado Proceso de Reorganización Nacional. No hay que quedarse con el relato que nos cuentan en el colegio, del cual algunos profesores realizan un recorte del tema y proyectan La noche de los lápices.
Los alumnos deben abrir los ojos y reclamar por testimonios verdaderos, en vivo y directo, y no quedarse con el discurso de que hubo una conquista del desierto –por tomar un tema similar– cuando en realidad hubo sangre derramada de distintas tribus de aborígenes.
Hay que luchar para que la verdad salga a la luz. En la escuela se debe contar la historia argentina sin matices. Puede resultar cruel, pero al menos tratará de acercarse a la ‘original’. Resulta honesto que los padres de un niño de 8 años le cuenten que su tío no está en la foto familiar porque los militares lo torturaron y acribillaron a tiros por perseguir sus ideales. Y es deshonesto que, para que no sufra, le digan que su tío murió en un accidente de tránsito y de grande se entere que el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó un cuerpo enterrado como NN, como el del hermano de su madre.
Hay que hablar y contar lo que se vivió. Sacar la verdad a la luz. Hasta que no quede un solo testimonio sin cotejar, culpables sin condenar, toda la basura de debajo de la alfombra brotará como una pesadilla de cada día y no solamente como la de un 24 de marzo de cada año. Se lo merecen 30.000 almas. Seguimos en deuda con ellos.
Fuente:DiarioUnoER
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