4 de septiembre de 2014

BAHÍA BLANCA: ALEJANDRA SNATUCHO VIO COMO MATARON A SUS PADRES y SECUESTRARON A SU HERMANA DE 14 AÑOS.

03.09.2014
Es miembro de HIJOS y vive en Bahía. Declaró en la primera audiencia del juicio
Alejandra Santucho vio cómo mataron a sus padres y secuestraron a su hermana de 14 años

Con sus padres muertos y su hermana Mónica desaparecida, Alejandra Santucho decidió ir a vivir con sus abuelos en Ingeniero White
La integrante de la agrupación HIJOS de Bahía Blanca Alejandra Santucho ofreció hoy el primer testimonio en el marco del juicio por el que 25 personas se encuentran imputadas por delitos de lesa humanidad cometidos en jurisdicción de la Armada, durante la última dictadura. Alejandra es hermana de Mónica Santucho, quien con 14 años fue secuestrada el 3 de diciembre de 1976 en el operativo en el que fueron asesinados sus padres Rubén Heldy Santucho y Catalina Ginder, cuyos cuerpos fueron retirados de la escena del crimen, en Melchor Romero, y finalmente arrojados al osario común del cementerio de La Plata, por lo que nunca pudieron ser identificados por el EAAF.
Mónica Santucho fue vista en el centro clandestino de detención conocido como “Pozo de Arana” y en la comisaría Quinta de La Plata hasta el 15 de enero de 1977. En mayo de 2009 fue identificada por el Equipo Argentino de Antropología Forense: sus restos habían sido inhumados como NN en una fosa común del cementerio de Avellaneda, entre enero y febrero de 1977.

Santucho ofreció su relato en el marco de la causa 1.103 caratulada "Fracassi, Eduardo René y otros por privación ilegal de la libertad agravada, reiterada, aplicación de tormentos reiterada, homicidio agravado reiterado a Aguilar, Guillermo Aníbal y otros". Los detenidos están imputados por privaciones ilegítimas de la libertad, tormentos y homicidios contra un total de 66 personas. De las 66, 13 se encuentran desaparecidas, otras cinco fueron asesinadas y las restantes fueron secuestradas y torturadas durante su permanencia en centros clandestinos ubicados en la zona de Puerto Belgrano y la Base de Infantería de Marina en el sector "Baterías" de Puerto Belgrano y en el V Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca.

La testigo expresó que en 1975 la familia comenzó a ser “perseguida políticamente acá en la ciudad y en el '74, viviendo en ingeniero White, tuvimos un allanamiento por parte de la Prefectura en mi casa”. Ante el Tribunal, la mujer dijo que “después de una serie de lugares en los que estuvimos, fuimos a la ciudad de La Plata. Allí vivíamos cuando se produjo el golpe en marzo del '76”. Santucho relató que el 3 de diciembre de 1976 vivía con sus padres y hermanos en una casa de Melchor Romero, en La Plata: "estábamos con toda mi familia, mi mamá, papá, hermanos y un bebé que era el hijo de una pareja que no estaba”.

La referente de HIJOS bahiense describió la escena: “hacen un operativo y llegan a tirotear la casa. Yo estaba jugando afuera y la mamá de la nena con la que estaba jugando nos mete adentro de la casa. Mi mamá alcanzó a decir no tiren, salió mi hermana Mónica con mi hermanito y el bebé. A mi hermana la secuestran en ese momento y fue la última vez que la vimos”. “Tirotean la casa y matan a mis padres en ese momento”, expresó al comentar que “después de un tiempo logramos venir a Bahía Blanca a vivir con mis abuelos, a Ingeniero White, ahí sigue nuestra vida”.
Fuente:Telam






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Con la presentación de once testigos comenzaron este martes a abordarse los primeros casos de sobrevivientes de los campos de exterminio de la Armada Argentina en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos por fuerzas conjuntas en Punta Alta y Bahía Blanca.

A pedido de la querella abrió esta instancia Alejandra Santucho, integrante de Hijos y de una familia perseguida por los genocidas por la militancia política de sus padres en la JP y Montoneros. Luego se escucharon relatos en torno a los secuestros de Graciela Susana Sebeca, Miguel Ángel Fuxman, los ex intendentes rosaleños Jorge Izarra y Néstor Giorno, y el hermano de este último -Hugo- dirigente gremial y justicialista.

La audiencia se reanudará a las 9 en Colón 80 y podrá ser presenciada por personas mayores de 18 años de edad que se presenten con sus DNI o alumnxs de secundarias -de 16 a 18 años- acompañados por docentes previo acuerdo con el tribunal.

Alejandra Santucho declaró en torno al secuestro de su tío Miguel Antonio Ginder. A sus diez años de edad, vivía en Ing. White junto a sus padres y hermanxs de 14 y 2 años. En 1974 su papá Rubén y su mamá Catalina comenzaron a ser perseguidos por su militancia en la Juventud Peronista y después en Montoneros y sufrieron un primer allanamiento por parte de la Prefectura. La casa fue destruida.

“¿Usted podría explicar qué es ser montonero?”, preguntó el teniente coronel y defensor de represores Mauricio Gutiérrez. “No, la verdad que no le podría explicar, usted lo tiene que saber”, contestó Santucho. El juez Jorge Ferro no permitió la consulta. Gutiérrez retomó el interrogatorio: ¿Cómo distinguía a las fuerzas Armada, Ejército y Prefectura y qué diferencias de uniformes había entre ellas? José Mario Triputti entendió la trampa que se le tendía a una testigo que declaraba por hechos vividos a sus diez años y le advirtió que al tribunal “no le interesaba” ese tipo de conocimientos sino “los hechos que la señora sufrió en el pasado”.

El golpe de Estado encontró a la familia de Alejandra en La Plata, donde se enteraron del secuestro de su tío y su abuelo quien tuvo un infarto durante el operativo militar. El 3 de diciembre de 1976 las fuerzas armadas rodearon y tirotearon la casa platense de lxs Santucho. Su hermana Mónica de 14 años fue secuestrada y sus padres asesinados y sepultados sin identificar al día siguiente.

Alejandra y su hermano menor sobrevivieron y volvieron a casa de sus abuelos en Ing. White donde cada noche los represores vigilaban la vivienda de Juan B Justo al 3300 del Boulevard.

Con el retorno de la democracia mantenían la esperanza de reencontrarse con Mónica. En el Juicio a las Juntas declararon testigos que la habían visto en la Comisaría Quinta de La Plata. Allí, sus 14 años no la exceptuaron de las torturas y vejámenes habituales en los campos de exterminio. Su rastro se pierde en enero de 1977. En 2008 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó su cuerpo que denunciaba el fusilamiento.

Peor que los hechos del 3 de diciebre fue lo que vino después. La familia diezmada, la muerte joven de sus abuelos. Rehacer la vida junto a otrxs Hijxs.

“Tendría que estar mi abuela contando todo lo que tuvo que padecer y sufrir pero por todo este tiempo que pasó ella no puede estar, por eso estamos nosotros. Para que haya verdadera justicia es muy importante que la justicia llegue lo antes posible, no solo para mi familia sino para todas las familias que tuvieron que atravesar por este momento y para que la justicia sea completa queremos que sea en cárceles comunes y efectivas”, concluyó.






tulli
Hasta 1976 Graciela Sebeca compartía la militancia barrial y universitaria en la Facultad de Arquitectura de La Plata con su pareja Jorge Mario Tulli. Ella declaró este martes en el juicio Armada Argentina – BNPB y él, desaparecido por los terroristas de Estado, la acompañó desde una foto aferrada a sus manos. Militaban. Pintaban paredes. Llevaban comida a la villa. “Nada que perjudicara a nadie”.

Graciela aseguró que en uno de los interrogatorios “creo escuchar la voz de mi tío, es el cuñado de mi papá. Pertenecía a marina y era del Servicio de Inteligencia. No puedo confirmar que así sea, escuché la voz y dije ‘Es el tío’. El no me hacía preguntas directas pero les decía lo que me tenían que preguntar. Conti es el apellido, Oscar Conti”.

“Mi hermano quedó en La Plata, yo el último contacto que tuve fue en junio o julio de 1976 donde estuve en las vacaciones de invierno y me comentó que quería irse a Buenos Aires, dejar de estudiar y empezar a trabajar porque estaba muy difícil. Se sentía perseguido”, relató a su turno Juan Carlos Tulli.

Graciela fue detenida junto a su hermana el 13 de marzo del ’76 en Ushuaia. Estaban en la casa de una vecina desde donde vieron llegar las camionetas de la marina. Buscaban a Jorge. Sus captores estaban convencidos que su hermana Gabriela era la compañera de Tulli y les tomó algún tiempo convencerse de lo contrario en la comisaría local. Finalmente Gabriela fue liberada y Graciela trasladada al día siguiente a la Base Espora.

“Pregunto por mi hermana y me dicen que se tiene que quedar. Que estaba incomunicada. Nueve y pico de la noche me llevan a mi domicilio, mi marido –Juan Carlos Monje- que estaba en la Base Naval de Ushuaia no había venido. Llamo a Puerto Rosales a mis padres, le comentó a mi mamá llorando lo que había pasado y me dice ‘Quedáte tranquila, ya sabemos, a nosotros nos allanaron la casa”, afirmó Gabriela.

A Graciela en Espora la esperaban un Fiat 600 y una capucha. A los golpes la tiraron en el asiento trasero. Luego de un viaje de poco más de una hora, la interrogaron sobre el paradero de su novio en una oficina y la encerraron en un camarote pequeño del buque ARA 9 de Julio.

La capucha hecha del paño de los uniformes navales solo se la desabrochaba en soledad. Cada día la guardia requisaba el camarote y la manoseaba. La violencia sexual se agravaba por la menstruación, la falta de higiene y la permanente vigilancia masculina en el baño o las duchas obligadas. La comida era incomible. No había cubiertos. Se escuchaban gritos, ráfagas de ametralladora. En ese campo de concentración pasó un mes y medio.

Un tal Altamirano le habló, le dijo que le convenía brindar información y le propuso hacer de correo: “Le mandé una carta a mi mamá y recibí respuesta”.

“La trataban muy mal cuando estaban en el 9 de Julio. Quería ir al baño y la manoseaban todos. Conoció al tío de ella bajo la capucha, lo reconoció por el anillo”. Él se portó muy mal porque habló cosas que no eran justas. Todavía vive en Punta Alta, pasa la gente y le dice que es un sinvergüenza. 

Él se mete adentro como si tuviera miedo”, declaró la madre de la testigo, Perla Ethel Méndez.
Graciela comentó al tribunal que en uno de los interrogatorios “creo escuchar la voz de mi tío, es el cuñado de mi papá. Pertenecía a marina y era del Servicio de Inteligencia. No puedo confirmar que así sea, escuché la voz y dije ‘Es el tío’. El no me hacía preguntas directas pero les decía lo que me tenían que preguntar. Conti es el apellido, Oscar Conti”. Al ser liberada, su padre fue a la casa de Conti. La respuesta del marino detrás de la puerta fue que no recibía subversivas.

Una noche la subieron a un camión de caja cerrada, rozaba las manos de una persona desconocida, en el absoluto silencio que exigía un guardia que cargaba y descargaba su arma. En el lugar de destino las ubicaron por mucho tiempo contra una pared. Retiraron a su acompañante y a ella la llevaron a una habitación.

Las condiciones mejoraron pero continuó el cautiverio. El capitán Freire a los veinte días le informó que podía sacarse la capucha. Graciela no se animaba a hacerlo. Fueron otros 45 días en los que pudo recibir la visita de su madre. Preguntaban por qué no podía irse y Freire contestaba que si lo hacían cualquier otra fuerza la podía detener. Cuando llegó el momento, el mismo capitán en su vehículo la llevó con su mamá hasta su casa.

Sus captores recomendaron que retorne a Ushuaia porque la persecución continuaría por cinco años y al “mínimo error” volvería al cautiverio. Su padre, personal civil de la Armada y de familia militar no dio opciones. Por las noches no podía dormir, en dos ocasiones intentó quitarse la vida con las pastillas que debían ayudarla.

“Espero que nunca más se repita la historia. Que todos aprendamos a ser mejores personas y dejar que cada uno crea en lo que quiere sin ser acusado de nada”, pidió al concluir su testimonio.

“Jamás supe nada de él”
“Mi hermano quedó en La Plata, yo el último contacto que tuve fue en junio o julio de 1976 donde estuve en las vacaciones de invierno y me comentó que quería irse a Buenos Aires, dejar de estudiar y empezar a trabajar porque estaba muy difícil. Se sentía perseguido”, relató Juan Carlos Tulli.
Agregó: “Las consecuencias fueron muy graves, hasta el día de hoy las sigo pagando. Mi madre fallece dos años antes sabiendo que mi hermano militaba en política, en la universidad. Mi hermano desaparece en diciembre del ’76. Mi padre de tristeza, por la falta de su pareja y de mi hermano, muere en el ’79/80 y a partir de ahí mi vida cambia por completo”.

“Mi padre era personal civil, cuando mi hermano desaparece, a él no le implica ningún peligro porque estaba bien conceptuado. Me hace entrar como empleado de la Base, le costó por el problema de Jorge pero mi aval era él. Cuando fallece me dicen ‘Te vas o te vamos’, no me olvido nunca esas palabras del capitán Marengo, jefe de Armas Navales. Yo con 18 o 20 años lo primero que hice fue renunciar”, manifestó.

Ante esa situación, sus intentos por conseguir un trabajo fracasaban uno tras otro: “Quise entrar en Gas del Estado, rendí bien los exámenes, no me tomaron por el problema de mi hermano. En la Cooperativa Eléctrica de Punta Alta lo mismo. Y en Polisur también. Entré a trabajar para Techint en las paradas de planta (…) me dijeron que el 51% de Polisur pertenece al Estado y el resto es privado, no te van a tomar por lo de tu hermano”.

“A partir de ahí lo mío fue muy difícil porque tuve que aprender por necesidad trabajos, me casé joven por necesidad, por falta de cariño, necesitaba mucha contención. Tuve dos hijas y las perdí porque me separé, todo a consecuencia de lo mismo. Dormí en el banco de una plaza,  tratando de subsistir, de recuperar a mis hijas que estaban muy lejos, y siempre con el rechazo de la gente porque Punta Alta es muy atípica”.

Juan Carlos dijo que en su ciudad “la mayoría de la gente son militares y los que no, son civiles cómplices de los militares. Mis familiares eran militares, estaban en desacuerdo conmigo por lo de mi hermano, simplemente un grupo muy chiquito de amigos estuvo conmigo y me dieron una mano, recién hace un par de años que empecé a salir a flote”.
Fuente:JuicioVCuerpoEjercitoBB  

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