4 de marzo de 2015

ENTREVISTA CON ALEJANDRA OBERTI.

Mujeres para la revolución y el hogar
Lucha armada. Alejandra Oberti investigó el papel de la mujer en el ERP y en Montoneros. La liberación y el armado de una familia eran objetivos que convivían y chocaban en los 70.
Por Hector Pavon




Cargar una mochila, un fusil y un destino prometedor e incierto no fue sólo una misión de guerrilleros hombres. También hubo mujeres. Las hubo en el monte tucumano, en asaltos a cuarteles militares, en la clandestinidad de los años 70. Tanto en el PRT-ERP como en Montoneros. De esas mujeres que no sólo acompañaron sino que fueron parte de la lucha armada habla el libro Las revolucionarias (Edhasa) que investigó y escribió la doctora en Ciencias Sociales Alejandra Oberti. “El libro oscila entre dos preocupaciones: lo que significó para las organizaciones el ingreso masivo de mujeres a la militancia; y por otro lado, lo que significó en términos de vida cotidiana, afectividad, tanto el ingreso de las mujeres como el querer reducir alteraciones en cuestiones tan básicas como la familia, el amor, sin eso no hay del todo una revolución”, dice Oberti en esta entrevista.

–¿Cuál era el estado de las teorías feministas en los 60 argentinos? ¿Aprobaban a la mujer revolucionaria? ¿Cómo se analizaba el papel de la mujer dentro de las organizaciones?
–Son los años de la segunda ola del feminismo (la primera ocurrió a principios de siglo XX). En esos años explota un feminismo nuevo que pone el cuerpo, la libertad sexual en el centro de la escena y que empieza a hablar de todos estos temas de manera muy extendida, de un movimiento fuertemente político, contestatario, con mucha presencia en la esfera pública. Hay marchas, movilizaciones y al mismo tiempo se genera un pensamiento feminista tal como lo conocemos hoy. En el caso argentino, hay un pequeño movimiento feminista mucho más limitado, acotado y que como en muchos países de América latina tiene un diálogo tenso con las organizaciones de izquierda. El feminismo en general cuestiona ciertos preceptos de la izquierda más tradicional en relación entre lo público y lo privado. Hay otra vertiente que piensa de modo más radical y piensa que las cuestiones se tienen que dar en el ámbito de la vida privada para entonces partir hacia una revolución más profunda. En el caso argentino, ese pensamiento es mucho más pequeño, limitado y si tomamos la tradición peronista –que se enfrenta con el feminismo– podemos decir que es antifeminista. En los 60 y 70, la militancia en las organizaciones armadas cataliza una buena parte de la necesidad del deseo, de participación política de las mujeres. Entonces el feminismo queda mucho más pequeño o acotado, estas mujeres que participan en las organizaciones armadas están muy convencidas o al menos así se recuerdan, pensando en transformaciones muy profundas y radicales, y efectivamente también tocan la vida privada de las clases más afectivas, se ven a sí mismas rompiendo los estereotipos de género más tradicionales y también de cierta modernización que hay en esos años, lo que pasa es que después las situaciones son más complejas al interior de las organizaciones.

–La imagen de la mujer vietnamita y la de la Evita con pelo suelto impactan con mucha fuerza en las organizaciones armadas, ¿qué significaban para los militantes?
–Hay una gran necesidad, tanto de Montoneros como del PRT, de dar a conocer, convencer, generar una serie de prácticas discursivas que expliquen esa presencia extendida de las mujeres y que convoquen a más mujeres a militar. Eva Perón es una figura de la que se apropian de una manera muy particular: van transformándola, hasta generar la Evita montonera, la del pelo suelto. Es lo contrario de la imagen que propone el Justicialismo que es la del rodete. La del pelo suelto tiene cierta idea de libertad, es la apropiación de la figura en clave revolucionaria. En el caso del PRT, la imagen fuerte es la de una guerrillera, la vietnamita. Hay mucha referencia a Vietnam en la prensa del PRT. También a la familia y a la mujer cubana y de América Latina en general.

–Montoneros quiere sacar a Evita del lugar de esposa, ¿no?
–Hay una apropiación de la imagen de Eva Perón por Montoneros. Ella cuenta su encuentro con Perón en “Mi día maravilloso”, un texto muy citado. El deslumbramiento. En las memorias del exilio, Perón recuerda su encuentro con Eva, es un texto un poco desconocido. La prensa de Montoneros toma ese encuentro en lugar de la perspectiva de Eva Perón, que es la de “me encontré con ese hombre absolutamente fascinante y entregué mi vida en función de eso”. En su lugar lo pone a hablar a Perón cuando él se muestra absolutamente subyugado con la belleza, la pasión de esa mujer que le dice: “yo quiero hacer algo por los damnificados del terremoto de San Juan”. Es la construcción de la Evita revolucioanaria.

–Hay un texto del PRT donde se plantea el modelo de domesticidad femenino tradicional. ¿Qué implicaba?
–Sacado así de contexto es muy fuerte... Encuentro que, por un lado, se convoca a las mujeres a participar y a la lucha armada y ahí no podemos pensar en un modelo de domesticidad, para nada. Pero hay como un no saber bien qué hacer cuando las mujeres están en la lucha armada. Cuando se cita a las mujeres en el monte tucumano, por un lado aparecen cargadas, con mochilas, son iguales a todos, valientes, fuertes, no escatiman trabajo. Y por otro, las destacan como las que traen orden y limpieza al monte, saben consolar a los compañeros, todos están más alegres desde que ellas están, ahí hay un modelo de domesticidad tradicional que no encaja, lo que aparece es una tensión fuerte. Se relaciona con la novedad de esos años 70 donde los modelos de domesticidad tradicional estaban en crisis, cambiando con impulsos modernizadores –no revolucionarios pero modernizadores–, y al mismo tiempo estas mujeres vienen a militar en pie de igualdad con varones que no se han transformado todavía. El PRT tiene una preocupación muy temprana de comienzos de los 70, hay un documento “Moral y proletarización”, donde muestran una gran preocupación por pensar qué hacer con los afectos, la vida cotidiana, la moral sexual, cómo incorporar las cosas que estaban sucediendo, como incorporar a las mujeres a la lucha y que consecuencias trae esto.

–¿La moral sexual atravesaba por igual a ambas organziaciones? ¿Hay visiones claramente machistas?
–No son claramente machistas. Yo diría que son visiones que muestran una preocupación por transformar determinadas cuestiones, hay una preocupación y una percepción de que hay algo que tiene que ser transformado ahí también, si lo vamos a transformar durante la revolución o después, no lo saben bien. Y luego hay un no saber bien qué hacer con eso. Y en las prácticas claro, en la vida cotidiana hay machismo porque los sujetos son los sujetos que había, no son hombres nuevos efectivamente. Aparece la preocupación, cierta claridad de que las relaciones tienen que ser más igualitarias, que hay que producir transformaciones en la vida cotidiana, el cuidado de los hijos. Pero no siempre se materializa. En los testimonios actuales, muchas mujeres perciben que en realidad a la hora de tomar determinadas decisiones, de establecer quien va a tener un puesto en la dirección, ahí se juegan cuestiones que son más bien de la política tradicional, pero también hay que tener en cuenta que estas transformaciones acontecen en muy poco tiempo, en una situación muy complicada, no estoy justificando lo que pasa en las organizaciones. Las prácticas eran las que había y lo que no sucede es una transformación profunda de lo que debiera ser la política. Si la política es una política armada, si la política es la que toma el componente militar y si éste tiene tanta relevancia, efectivamente, para el mundo femenino, eso es casi contradictorio. Hay todo un mundo que para los hombres es mucho más accesible. Si el mundo de la política armada no se transforma, el acceso que se pretende igualitario y de la otra política tampoco.

–¿La dirigente montonera Norma Arrostito, entonces, ha sido un personaje de excepción?
–Si. También tenía limitaciones, el hecho de haber sido la única mujer de ese grupo, en ese núcleo muy concentrado del comienzo, pero es una figura que tampoco logra trascender tanto, a pesar de que todo el mundo la conoce como una militante excepcional, lúcida. Sin embargo, queda muy aislada.

–Renuncia a tener hijos, adquiere un perfil definido hasta llegar a la conducción.
–Ella es sin dudas una figura de excepción. Mirado retrospectivamente uno podría hacer una traslación lineal: no tuvo hijos o decide no tenerlos y entonces pudo acceder. No podemos saber qué hubiera pasado, hubo otras militantes sin hijos que no tuvieron cargos de dirección, y otras con hijos llegaron a cargos importantes. No tiene que ver directamente. Sí se generó una idea en ese sentido que no permite ver las capas superpuestas y las tensiones de esta cuestión.

–Las organizaciones festejan el día de la madre, reivindican la familia, los hijos...
–En documentos como el de “Moral y proletarización” del PRT está muy presente la idea de que no hay por qué no tener hijos. “Los militantes somos parte del pueblo y en consecuencia hay que pensar en tener una pareja, una familia, hijos para la revolución, de manera de pensar en quien dejar este legado”, el futuro está en las nuevas generaciones que van a legar este nuevo mundo que están construyendo, eso está presente en las dos organizaciones. En ese sentido hay una concepción que piensa que hijos y revolución no es una cuestión excluyente ni contradictoria. Luego, encontramos prácticas muy diversas, militantes que con mucha convicción crearon familias, tuvieron hijos y llevaron esta idea de la familia revolucionaria como pudieron. O sea un desastre. Las prácticas concretas eran mucho más difícil de llevar adelante. Y hubo otros que decidieron que no, que para poder militar efectivamente no había que tener chicos. Hubo discusiones en las dos organizaciones, la familia revolucionaria, tener chicos estaba bien. Pero después no sabían cómo hacer.
Fuente:RevistaÑ

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