30 de mayo de 2015

EL CORDOBAZO.

¿POR QUÉ Y CÓMO OCURRIÓ EL CORDOBAZO?[1]
En 1985, sobre todo en ocasión del juicio que se llevaba adelante contra nueve jefes militares de la última dictadura (1976-83), se hablaba y debatía bastante acerca de si en la década anterior, había o no había en el país una guerra.
Casi ninguno de los protagonistas de estos debates - políticos tradicionales, militares, abogados, periodistas - se refería públicamente al origen de esa conmoción política, social y militar que sacudió la Argentina. Algunos quizás lo hayan olvidado, otros querrán ocultarlo, no faltará tampoco quien no lo sepa o no lo haya reflexionado siquiera. Para las generaciones posteriores esas incógnitas históricas siguen presentes.
Independientemente de cómo se caracterice ese período y los fines que se busquen con esa caracterización - eso en todo caso lo podemos ver más adelante - para nosotros, el origen de esa situación puede ubicarse con el simbolismo de un hito, en aquella mañana del 29 de mayo de 1969, cuando en la ciudad de Córdoba, una huelga política convocada por la Confederación General del Trabajo (CGT) de la provincia como un paro activo por 37 horas, se transformó en una verdadera sublevación violenta, que la historia inmediatamente acuñó como el cordobazo.
Pablo Neruda, en su España en el corazón, al recordarnos a Madrid, 1936, escribía respecto a la asonada sangrienta de los falangistas: “Y una mañana todo estaba ardiendo”. En un sentido exactamente contrario, podríamos decir de aquella memorable fecha del 29 de mayo de 1969... ¡y una mañana, todo estaba ardiendo!
Sin embargo, aunque la historia muchas veces la recordamos por medio de fechas simbólicas - y ésta tiene un simbolismo muy especial - los acontecimientos políticos y sociales, no suceden en forma espontánea, aunque en su desencadenamiento inmediato intervengan muchos elementos de espontaneidad, sobre todo tratándose de una intervención activa de las masas.
El cordobazo no fue fruto de la espontaneidad ni tampoco el resultado de una conspiración, ni mucho menos venida del extranjero, como en su momento lo decían el dictador Juan Carlos Onganía y su ministro del Interior, el general Imaz, y hoy todavía lo repiten sus cofrades militares.
Tampoco fue una maquiavélica y violenta maniobra política contra el gobernador José Caballero y su inútil intento de imponer un régimen corporativista-fascista a nivel provincial - que lógicamente incrementó hasta límites insostenibles el repudio a la dictadura - y que trataba con empeño de seguir los pasos de su antecesor Ferrer Deheza, que apenas tres años antes había implantado en la provincia una suerte de gobierno-familiar.
Los políticos y escribientes burgueses de la época - ya sean los clásicos liberales o los revisionistas-nacionalistas - igual que los militares, quisieron explicar el cordobazo y justificar como siempre la brutal represión, por la famosa “subversión comunista”.
No olvidemos que acerca de uno de los acontecimientos más similares, y lejano antecedente del cordobazo exactamente medio siglo antes - la Semana Trágica  de enero de 1919 en Buenos Aires - también los liberales y conservadores lo calificaban como una “revuelta extremista venida del extranjero”, para denigrar aquel movimiento genuinamente proletario.
Y traemos a colación la Semana Trágica, a la cual habría que añadir las luchas de la Patagonia Rebelde de 1920-21 y la sublevación de los obreros de La Forestal en el norte santafesino - y por qué no el Grito de Alcorta de chacareros y peones en 1912 - precisamente porque esos episodios quedaron como sepultados en la historia, borrados a fuerza de mentiras y silencio de toda la historia oficial. Y sin embargo, sus principales rasgos afloraron en las barricadas de Córdoba en 1969.
Aquellos antecedentes son eso, antecedentes, porque se trató de luchas de masas, donde las reivindicaciones económicas se conjugaban con planteos y consignas políticas contra el régimen dominante. Y también se trató de luchas violentas, armadas, armadas aunque sea con piedras y palos.


* El general Onganía quiso asustar a la población en su alocución después del cordobazo  - en realidad quería asustar a una parte importante la burguesía que, por su propia política, se oponía a su régimen y en cierta forma mantenía una actitud pasiva o neutral frente a la sublevación popular - esgrimiendo el hecho de un intento reciente (abril ‘69) de asalto a una unidad militar en Campo de Mayo, en el que un pequeño grupo insurgente no pudo alzarse con una buena cantidad de fusiles automáticos[2].
Los obreros mecánicos, lucifuercistas, ferroviarios, de obras públicas y de casi todos los gremios, los empleados y los estudiantes, se batieron contra los destacamentos de infantería de la Policía Federal y de la caballería de la Policía provincial sin fusiles; apenas si algunos tenían unas cuantas pistolas o revólveres, ni siquiera la mayoría llevaba bombas molotov. Hondas con bulones y pernos, piedras de las calles y maderas de las obras en construcción eran sus principales armas.
Las que aquel 29 de mayo se constituyeron en las armas fundamentales de los manifestantes, fueron el número de protagonistas y la decisión inquebrantable - esa conducta que no surge todos los días - de salir a pelear. Y eso fue lo decisivo para desbordar el aparato represivo policial y apoderarse de la ciudad, esa ciudad cuyas calles, barrios y fábricas fueron nuestras por unas horas, reduciendo a las fuerzas del régimen a sus propios cuarteles, edificios y casas, abruptamente cerradas y con las luces apagadas.
Fue así que el Ejército, columna vertebral de las tres Fuerzas Armadas, tuvo que volver a salir a las calles a enfrentar - ellos sí con blindados y fusiles automáticos - a la manifestación obrera y popular.
En la reproducción de este enfrentamiento directo entre las Fuerzas Armadas y el pueblo trabajador, están los rasgos similares a aquellos antecedentes históricos que mencionábamos.
No podemos ni debemos eludir aquí traer a colación otros antecedentes de manifestaciones y acontecimientos más cercanos al cordobazo, como fueron el 17 de octubre de 1945 y la resistencia peronista.
Aquel 17 de octubre de 1945 - que la mayoría de la generación del cordobazo sólo conocíamos por referencias orales y escritas - los obreros del Gran Buenos Aires y Capital Federal, se movilizaron por millares para llegar a la Plaza de Mayo a exigir la libertad del entonces coronel Juan Domingo Perón, quien desde la Secretaría de Trabajo de un gobierno militar, había desarrollado una gestión que, por primera vez desde las instancias gubernamentales, accedía a reclamos sociales y no actuaba exclusivamente en beneficio de las patronales. Sectores de una izquierda que no merece llamarse izquierda[3] lo acusaban de “fascista”. Perón había sido destituido y apresado, pero las bases del movimiento sindical que él mismo había impulsado desde el propio aparato del Estado, reaccionaron, dando lugar a esa huelga general del 17 de octubre. Fue una suerte de “insurrección pacífica”, según nos la describió en un folleto allá por los años ‘70, el viejo Pedro Milesi[4], protagonista él mismo de esa jornada, así como del Grito de Alcorta  de 1912, de la Semana Trágica de 1919...¡y también del cordobazo de 1969! Vaya entonces también en esta ocasión, nuestro homenaje al viejo Pedro, maestro de generaciones de activistas obreros y revolucionarios, quien falleciera con más de 90 años en la clandestinidad durante la última dictadura militar.

Pedro Milesi
Aquel 17 de octubre de 1945 tuvo en común con este 29 de mayo de 1969 el hecho de haber puesto en primer plano de la escena política del país a la clase obrera. Pero el rasgo distintivo entre ambas fechas fue que en la primera, el aparato represivo del Estado se mantuvo inmóvil ante las multitudes que venían a exigir la libertad nada menos que de un coronel de gran arraigo popular, mientras que en la segunda, las fuerzas policiales y luego las militares, enfrentaron a tiro limpio la rebelión obrera.
Si el 17 de octubre de 1945 se forjaban las bases para lo que se denominó luego la “unión pueblo-Fuerzas Armadas”, el 29 de mayo de 1969 se produjo en los hechos - aunque no en todas las conciencias - la negación de aquel fenómeno.
Pero esta negación no surgió, como decíamos, espontáneamente. Precisamente, el gobierno peronista fue derrocado por un golpe militar en septiembre de 1955, precedido de un intento en junio de ese año con las balas y las bombas lanzadas por las Fuerzas Armadas contra inermes multitudes.
Y los años subsiguientes, la represión policíaco-militar se ensañó con lo que conocemos como la resistencia peronista y la brutalidad del golpe gorila[5] se extendió incluso al régimen desarrollista del presidente Arturo Frondizi - testigo ese año de 1985 en la defensa de los nueve jefes militares del último genocidio - quien a pesar de haber llegado a la Casa Rosada con los votos peronistas en 1958, no titubeó en implantar el siniestro Plan Conintes (“Conmoción Interna del Estado” le llamaron en esa época)[6], un importante antecedente de la “lucha antisubversiva” que enarbolaron años después las Fuerzas Armadas.
Esta lucha de la resistencia peronista, a pesar de su derrota política ocurrida ante las sucesivas traiciones de la burocracia sindical, dejó una profunda huella en la conciencia y en la experiencia de miles de activistas. En un doble sentido: en primer lugar, el señuelo de la “unión pueblo-Fuerzas Armadas” se fue destrozando en gran medida en los fusilamientos, cárceles y torturas que los jefes militares practicaron con los resistentes; en segundo lugar, en las enseñanzas que dejó el hecho de haber hipotecado la lucha en manos de una dirigencia entreguista y traicionera.
Tampoco son ajenos los antecedentes de los Planes de Lucha de la CGT de los años 1963-64, grandes movilizaciones que enfrentaban al gobierno de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) surgido de elecciones con el peronismo proscripto en 1963.
Durante todos estos años, entre frustraciones y nuevas experiencias se fue forjando un nuevo activismo sindical y también una nueva mentalidad en ciertos sectores de una naciente izquierda.
Veamos rápidamente algo de estos fenómenos. Durante los años de la resistencia peronista habían nacido las 62 Organizaciones gremiales peronistas, cuyos pasos políticos más avanzados fueron aquellos Programas de La Falda[7] y Huerta Grande[8], en los cuales se esbozaba la idea de la nacionalización de la industria y el control obrero y otras reivindicaciones clasistas. Pero con el transcurso del tiempo, la clase trabajadora vería cada día más consolidarse por encima suyo - en contra suyo - a una burocracia que sólo esgrimía los programas los días de actos y convocatorias, mientras ella misma se integraba al sistema, hasta fusionarse en algunos casos, con los representantes de los nuevos monopolios europeos y norteamericanos establecidos sólidamente en el período desarrollista.
Simultáneo a este proceso y justamente por el desarrollo de nuevas industrias, esta vez con énfasis en el interior del país, se generó una nueva clase obrera, que no conocía en forma directa la experiencia de la década del peronismo del ‘45 al ‘55 y cuya experiencia y conciencia se forjaron en nuevas y distintas condiciones. Quizás, esto fue más notable en Córdoba que en otros lugares y vino a imprimir un matiz diferente a este joven proletariado, más cercano a las huelgas, las tomas de fábrica y las manifestaciones que debían enfrentar la represión, que a los hábitos de idas y venidas en el Ministerio del Trabajo.
Paralelamente, en aquellos años, el impacto del triunfo de la Revolución Cubana, tuvo sus efectos positivos en la izquierda, que vino a sacudir los clásicos postulados reformistas que en su seno habían predominado. La revolución era posible, el socialismo era posible... lo que hacía falta era luchar por esos objetivos.
Las experiencias o intentos guerrilleros de esos años, pasaron lógicamente desapercibidos. Fueron Los Uturuncos[9] y John William Cooke en los años ‘59 en
Tucumán, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) con Jorge Ricardo Masetti[10] a la cabeza en Salta en  el ‘63 y el frustrado grupo del vasco Angel Bengochea, que tuvo un trágico fin en la calle Posadas de Buenos Aires en el ‘64, al volar un arsenal clandestino. En forma separada, las acciones un tanto aisladas durante la resistencia y años posteriores de los precursores de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), también pasaron inadvertidos.
Pero la actividad de unos y otros, servía a terceros como enseñanzas. En Argentina, con rasgos muy particulares, con planteos opuestos entre sí de los diversos grupos, con invocaciones ideológicas muy dispares, fue naciendo una corriente que genéricamente podemos denominar izquierda revolucionaria, donde cabían desde posiciones nacionalistas hasta ultraizquierdistas[11].
* Así las cosas, se produce el nuevo golpe militar del 28 de junio de 1966, un golpe contra un gobierno civil desprestigiado, minoritario, en cuyo desencadenamiento tuvieron su papel los grandes burócratas sindicales de las 62 Organizaciones, ya divididos entre sí: Augusto Vandor y José Alonso, cuya presencia en la asunción del general Onganía intentaba darle el barniz de un supuesto apoyo popular, del que lógicamente carecía. El general Perón en el exilio proclamó su célebre “desensillar hasta que aclare”.
Subordinación de la Constitución a un Estatuto, eliminación por decreto de los partidos políticos tradicionales, Ley Anticomunista y un discurso ideológico fascistizante donde el “modo de vida occidental y cristiano” era su caballito de batalla (no olvidemos que el cardenal Caggiano también dio la bienvenida a la dictadura junto a la burocracia sindical).
Aunque lógicamente el onganiato respondía a peculiares características internas - fue una suerte de golpe “preventivo” contrarrevolucionario - los jefes militares argentinos ya estaban imbuidos de la doctrina de la seguridad nacional  que habían aprendido  en las academias de West Point y Panamá.
  Brasil en 1964, Bolivia en 1965 y Argentina en 1966, inauguraban la cadena de golpes militares contrainsurgentes diseñada en Washington como alternativa a la fracasada Alianza para el Progreso (fracaso pronosticado por el Che Guevara en la Conferencia de Punta del Este de 1961). La Revolución Cubana y el auge de los movimientos de masas en el continente eran el trasfondo de esta estrategia imperialista.
La arrogancia fascistoide del onganiato, su prédica contra los partidos tradicionales y su naturaleza represiva, amilanó a los eclécticos políticos de comité y desconcertó - para ser rigurosos - a buena parte de la izquierda habituada a la tradicional democracia burguesa.
Lógicamente que sin proponérselo, la dictadura, al cerrar todos esos caminos en los que la democracia tradicional se las arreglaba para contener las luchas de clases, le abrió una brecha a nuevas formas de protesta que, contrariamente a sus propósitos, se fueron generalizando.
Aunque Onganía pudo darse el lujo de desfilar en las calles de Tucumán el 9 de julio de 1966, su política económica de cierre de ingenios azucareros, encendería meses más tarde la llama de una movilización de masas que a la postre sería una verdadera escuela para los revolucionarios y los activistas sindicales clasistas.
En Córdoba, los primeros tres balazos en la pierna de un estudiante de Medicina el 18 de agosto de ese mismo año, tuvo como respuesta inmediata la toma masiva del Hospital de Clínicas. A partir de ahí, las manifestaciones estudiantiles se hicieron casi diarias y por las tardes, todo el mundo esperaba la gimnasia callejera de universitarios contra policías, hasta que el 7 de septiembre llegó el balazo en la cabeza del obrero mecánico y estudiante de Ingeniería Santiago Pampillón. Ahora fue todo el barrio Clínicas ocupado durante toda una noche. Una pintada en la esquina de Chaco y 9 de Julio, “Barrio Clínicas-territorio libre de América”, más allá de su lógica exageración, preanunciaba una nueva época y una nueva modalidad en las luchas.
Aquella movilización estudiantil despertó una gran simpatía popular provincial y nacional. Aunque la huelga universitaria no consiguió doblegar ni a la oligarquía de los claustros ni al régimen, contribuyó decisivamente a desenmascarar su naturaleza.
En enero de 1967, cuando no había movilización estudiantil ni activa presencia de universitarios por tratarse de época de verano (de los 30 mil estudiantes aproximadamente la mitad eran de otras provincias), los obreros de IKA-Renault, ganaban la calle al grito de “¡Kaiser y Onganía , la misma porquería!”. Su Sindicato de Mecánicos, el SMATA, el más poderoso de Córdoba, estaba dominado por la burocracia de Elpidio Torres. Pero la burocracia ya no podía oponerse o evitar las movilizaciones. Antes bien, su conocido método era encabezarlas con el claro intento de posteriormente, descabezarlas.
Por esos días, los portuarios de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, libraban otra intensa y prolongada huelga contra la “reestructuración portuaria” impuesta por la dictadura. A la larga, la huelga también fue derrotada, pero el conflicto enredó nuevamente a la burocracia y la dictadura tuvo que arrollar hasta uno de los principales colaboracionistas y traidores como era Eustaquio Tolosa. En los pueblos de los ingenios tucumanos, en los mismos días, se producían movilizaciones y tomas de la ruta 38 y las balas de la dictadura dejarían la segunda mártir del período, Hilda Guerrero de Molina.
Todo el país empezaba a sufrir los efectos económicos y represivos de la dictadura. Aunque el 14 de diciembre de 1966 la máxima cúpula de la CGT nacional encabezada por Vandor lanzó una huelga general por 24 horas para intentar un reacomodamiento, el surgimiento de un nuevo activismo sindical clasista ya era evidente, aunque incipiente.
En 1968, la crisis de la burocracia llegó a ser tal, que por primera vez, la propia CGT a nivel nacional se dividió. Fue cuando surgió la CGT de los Argentinos (la CGTA) que encabezó el dirigente gráfico peronista Raymundo Ongaro[12]. La CGTA concitó el apoyo de las fuerzas de izquierda. Lógicamente, estaba maniatada en un cúmulo de limitaciones y contradicciones. Su Programa del 1º de mayo de 1968 no llegaba tan lejos como los antecesores de Huerta Grande y La Falda, pero encerraba tras de sí a un poderoso movimiento combativo, que más tarde desbordaría esos límites. En Córdoba, una parte de la CGT provincial se sumó a la CGTA arrastrando dentro de sí a algunos viejos burócratas derechistas; pero aquí también, la dinámica la imponían los combativos y empezaban a tener cada vez más influencia los denominados independientes, y más tarde los clasistas.

Tosco puño en alto, símbolo de la rebeldía proletaria

  Recordemos ahora la tenaz labor combativa de Agustín Tosco, secretario general del Sindicato Luz y Fuerza de Córdoba, un marxista que desde años atrás estaba al frente del gremio, y fue el más destacado líder sindical que no era de extracción peronista. Tosco se convirtió en el campeón de la unidad sindical y fue vanguardia en la unión obrero-estudiantil, abrió las puertas de su sindicato a los universitarios y su prédica antidictatorial y antiburocrática, comenzó a ser conocida masivamente por los trabajadores. Él mismo estaría en ese año ‘68 acompañando las tomas estudiantiles del barrio Güemes y acabaría por polarizar al sindicalismo cordobés detrás de los planteos más combativos. Su influencia se extendía a otros sectores fuera de la clase trabajadora.
Ese 1968 vería también la derrota de otra huelga, la de los petroleros, y una nueva traición de la burocracia, totalmente entregada a los planes económicos de la dictadura y por cuyo colaboracionismo, el propio régimen le entregaría el poderoso manejo de las Obras Sociales sindicales con la ley 18610[13].

* El año de 1969 sería el del eclipse de la burocracia - eclipse político, pero no su desaparición - y en contraste, el desborde de las bases.
El proletariado del interior, con una conformación histórica distinta del porteño, pletórico de una generación de obreros ávidos de nuevas experiencias y careciendo de los prejuicios políticos del pasado, vendría a ocupar el primer plano de la escena política nacional[14].
Nótese que en este breve relato, casi no hemos mencionado a los partidos tradicionales, y en Argentina, hablar de eso, es hablar del justicialismo y del radicalismo. Realmente, la dinámica de la dictadura y la dinámica del movimiento de masas, dejaron al margen a los viejos figurones de la política, que años más tarde vendrían a cabalgar sobre los hechos para reconquistar posiciones.
Lo que sí fue nuevo en ese período, fue el nacimiento de una nueva izquierda. Y aquí nos referimos a todos los matices, corrientes y fracciones, cuya sola enumeración y análisis llevaría varios ensayos como éste. No las desdeñamos, al contrario, saludamos su surgimiento, más allá del sinnúmero de discrepancias, distorsiones y conflictos internos desencadenados en aquel entonces. Cuando hablamos así de la izquierda en general, incluimos a la izquierda peronista y a todas sus corrientes internas, también muchas veces encontradas entre sí, y que llegaría a tener una enorme influencia posteriormente.
En esos años, se forjaron los primeros y principales militantes al calor de las huelgas, las tomas de fábricas o barrios, de las barricadas. En Córdoba particularmente, la agitación política que desarrolló la izquierda fue notable. Cinco años antes, eso era casi imposible. Nunca se debe haber gastado tanta pintura en paredes, tantos papeles en volantes, tantas gargantas roncas en puertas de fábricas, comedores obreros, comedores estudiantiles y aulas.
Por todo este cúmulo de situaciones, luchas y experiencias, afirmamos que el cordobazo no fue simplemente resultado de la espontaneidad ni fruto de un impulso momentáneo. Fue el resultado de un camino recorrido, fue la más alta expresión histórica de una clase que le puso su sello al nuevo período que venía a inaugurar con su desafiante presencia en las calles.
Mayo de 1969 emergió agitado en todo el país. En la lejana y litoraleña Corrientes, la tranquilidad provinciana se vio sacudida por la movilización estudiantil, cobrando la represión la vida del universitario Cabral. En Rosario, es asesinado el estudiante Adolfo Bello y luego el aprendiz de metalúrgico Norberto Blanco[15]. En Córdoba, mecánicos, metalúrgicos, lucifuercistas y estudiantes se movilizaron. Sucedieron episodios que a la postre, serán algo así como un “ensayo” del próximo estallido. Una asamblea del SMATA en el estadio del Córdoba Sport fue atacada por la infantería policial y se peleó en pleno centro. Los días 14 y 15 hubo muchos paros sectoriales y el 16 una huelga general a nivel provincial, precedido también de numerosas asambleas sindicales. El día 23 los estudiantes vuelven a ocupar el barrio Clínicas. El día 26, plenarios de la dos CGT Regionales, tras un acuerdo entre ambos sectores, convocaron a un paro activo por 37 horas para los días 29 y 30.
Y la mañana del 29 de mayo de 1969...  ya todo estaba ardiendo.

29 de mayo de 1969: La columna de obreros de IKA-Renault avanza desde el sur de la ciudad hacia el centro de Córdoba 

* Las columnas de obreros de Kaiser rebasaron una y otra vez a la infantería de la Policía Federal y pusieron en fuga definitiva a la caballería provincial. Y decimos definitiva, porque de ahí en más, el aparato represivo tuvo que disponer su sustitución por cuerpos motorizados, ante su evidente incapacidad operativa frente a estas nuevas formas de lucha de las masas.
Al mediodía, todas las fuerzas represivas se hallaban encerradas dentro de sus propios cuarteles. La policía agotó en pocas horas, toda su existencia de gases lacrimógenos.
La caída del obrero de IKA-Renault Máximo Mena al promediar la jornada, no hizo sino enardecer los ánimos. El centro y los barrios obreros de Córdoba - y también los barrios de clase media - quedaron en poder de los manifestantes.
La dictadura tuvo que recurrir al Ejército, y con mucho despliegue y mucho miedo, las tropas de la IV Brigada de Paracaidistas con base en la vecina localidad de La Calera, fueron entrando en la ciudad, disparando y matando gente, asaltando sindicatos, apresando a sus principales dirigentes que fueron sometidos a juicios sumarios en Consejos de Guerra.
 “Soldado, rebelate contra tus oficiales asesinos”: esa pintada que vimos aparecer en una esquina de la avenida Colón, encerraba todo el significado que mencionábamos al principio, esa negación práctica de la gran mentira que fue aquella falsa ilusión de la “unión pueblo-Fuerzas Armadas”. Y señalaba una de las características del presente y del futuro, al dejar evidente cómo la oficialidad - es decir la burguesía - utiliza a la tropa de soldados conscriptos, sometidos por la disciplina del terror, y los obliga a disparar contra su propio pueblo.
 “Milicos traidores, ahora piden milagros” decía otro brochazo que recordamos en el barrio General Paz. Efectivamente, y tal como sucedería en los años subsiguientes, la cúpula militar, recurriría intensamente a los políticos caídos en el olvido y a los eternos burócratas colaboracionistas, para atemperar la crisis y buscar, lo que entre ellos mismos denominaron dos años más tarde, el Gran Acuerdo Nacional.
No hubo estado de sitio, encarcelamientos masivos, asesinatos selectivos, secuestros - en esa época comenzaron a practicarse los secuestros - intervención de sindicatos, despidos de activistas, ni nada que pudiese detener el avance del movimiento de masas que parecía arrollador.
En las barricadas del cordobazo, junto al grito de “¡Abajo la dictadura!” se imprimió un estribillo que también intenta ser borrado de la memoria colectiva, porque en sí mismo, encierra el valor de un programa del que careció el movimiento de masas en aquella época: “Y LUCHE, LUCHE, LUCHE / NO DEJE DE LUCHAR / POR UN GOBIERNO OBRERO/ OBRERO Y POPULAR”.
Parecía que la Argentina se encontraba a sí misma, porque por medio de esa consigna, de esa meta, de esa aspiración, podía encontrar una auténtica salida revolucionaria, no sólo a la crisis económica, sino a la crisis política planteada.
No sólo el onganiato estaba herido de muerte. Todo el proyecto de la mal llamada y autodenominada “revolución argentina” y su delirio de implantar un régimen político corporativista por dos décadas y hacer de Argentina el paraíso de los monopolios, se venía abajo.


Cordobazo: trabajadores y estudiantes construyen barricadas para defenderse de los ataques policiaes y toman gran parte de la ciudad
* Si nos atenemos al curso de los diez años posteriores al cordobazo y los sucesivos y diferentes intentos por mantener la vigencia del sistema capitalista en el país, podemos decir que la gran burguesía tomó más rápidamente conciencia del peligro que tenía ante sí, que la clase trabajadora que siguió luchando, pero no alcanzó la madurez y solidez para plantear y llevar a cabo el desafío que ella misma se impuso.
El cordobazo, por decirlo de alguna forma, inauguró una nueva etapa en la vida política argentina. ¿Cómo definirla? ¿Cómo caracterizarla? A riesgo de crear polémicas sobre este enfoque, esbozaremos la idea que el 29 de mayo de 1969, se abrió la época de la revolución proletaria, entendiendo por esto no la conquista del poder político - tarea indispensable aún pendiente - sino el cauce y la guía por donde deberá transitar, de acuerdo a las particularidades propias de nuestra formación socio-económica y de nuestras tradiciones de lucha, el camino hacia nuestra definitiva emancipación nacional y social.
El cordobazo fue seguido de numerosas puebladas. En septiembre del mismo año ‘69 vino el rosariazo, luego fueron el cipollettazo, el choconazo, el tucumanazo, el mendozazo y el 15 de marzo de 1971 el segundo cordobazo, al que la jerga popular bautizó como el viborazo.
Esos fenómenos, fueron acompañados por el surgimiento de otros fenómenos políticos que podemos sintetizar en dos: el sindicalismo clasista y la insurgencia guerrillera. Fenómenos ambos incubados, como vimos, en el período anterior, pero que a partir del cordobazo se fueron generalizando, aunque de una forma muy desigual en cada región y no siempre coincidentes en los vínculos entre uno y otro.
¿Por qué decimos que el sindicalismo clasista y las organizaciones guerrilleras fueron fenómenos políticos resultantes del cordobazo?
Porque en la sublevación del 29 de mayo están presentes el cuestionamiento a la burocracia sindical, al entreguismo y colaboracionismo y también, el hecho práctico de la lucha armada como forma superior del enfrentamiento al poder. Lógicamente, no se puede ni se debe absolutizar este vínculo con cada una de las manifestaciones que tomó el clasismo ni con las estrategias, tácticas y concepciones de cada una de las organizaciones que emprendió la lucha armada.
Estos aspectos importantísimos de la historia política argentina, deben ser objeto de un enfoque, análisis y conclusiones que también rebasan los límites de este homenaje, pero consideremos que caeríamos en la mutilación histórica si no los mencionamos y señalamos su trascendencia, sobre todo hoy, que de una u otra forma, también se pretende hacerlos caer en el olvido.

* Hicimos referencia a la naturaleza de la época histórica abierta por el cordobazo y ahora retomamos la advertencia hecha al comienzo, acerca de que en los juicios a los jefes de la última dictadura militar, se debatía acerca de ese período. Los militares y sus defensores “civiles” afirmaban - ¡como si eso fuese argumento para defenderse de la acusación de genocidio! - que en el país había una guerra. El fiscal, y muchos otros que argumentaron las acusaciones, tienden a negar esto en forma indirecta, remitiéndose simplemente a las acciones criminales de los enjuiciados, sobre las que sobran pruebas.
Sin embargo, unos y otros, dejan de lado las características de esta rebelión obrera y popular y su secuela de luchas sindicales, políticas y armadas.
En su momento, Agustín Tosco y otros dirigentes sindicales - incluso algunos destacados burócratas - fueron llevados a Consejos de Guerra y sentenciados por esas mismas Fuerzas Armadas cuyos jerarcas están ahora acusados por genocidio. Y lógicamente, Tosco fue condenado por “incitación a la subversión”.
¿Acaso no se repetía lo mismo que ocurrió con los líderes anarquistas de la Semana Trágica, con los fusilados de la Patagonia Rebelde, con el fusilado activista anarquista Severino Di Giovanni en la década infame de los años ‘30, con los fusilados de José León Suárez y otros de la resistencia peronista de la segunda mitad de los años ‘50?
¿Acaso no se usaron y esgrimieron los mismos argumentos para la llamada “lucha antisubversiva” con los que se cometió el genocidio? ¿Acaso no era ése el tenor de las acusaciones que el muy liberal señor Ricardo Balbín lanzaba contra el activismo clasista cuando denunciaba la “guerrilla industrial”?
Esos han sido antes y son hoy día los argumentos de toda la reacción argentina y por eso, en nuestra reflexión, no podemos desligar el homenaje a los héroes y mártires protagonistas del cordobazo de nuestra candente realidad actual.
Resulta a veces difícil llamar a las cosas por su nombre. Llámese como se quiera: huelgas, tomas de fábrica con rehenes, manifestaciones callejeras, tomas de barrios, barricadas, ataques a policías, militares y gendarmes, a comisarías y cuarteles, ocupaciones de universidades o de radioemisoras y estaciones de televisión, combates violentos - con palos, piedras o revólveres y fusiles - capturas, detenciones, torturas, fusilamientos, etc. etc. Esa fue la época del cordobazo y ese auge del movimiento de masas, esa presencia cotidiana de la propaganda de ideas socialistas y revolucionarias, duró casi ininterrumpidamente hasta 1975.
Precisamente, el 5 de noviembre de 1975, moría por una desgraciada enfermedad y en la clandestinidad forzosa a que lo había obligado el régimen de Isabel Perón y José López Rega, uno de los protagonistas principales del cordobazo: Agustín Tosco. Su entierro, dos días después, fue digno de él mismo y de esa época. Todos los obreros abandonaron sus trabajos, llenaron el estadio de Redes Cordobesas, marcharon por las calles de media ciudad y en el cementerio San Jerónimo fueron atacados nuevamente por la barbarie policial, preanunciando con tableteo de ametralladoras la próxima instauración de la dictadura del terrorismo de Estado cuatro meses después.
Muchas reflexiones más, enfoques diferentes y lógicamente, no siempre coincidentes, pueden hacerse del cordobazo. Pero lo que nunca deberá hacerse ni podremos admitir, es echar un manto de olvido sobre esta gesta. Si algo urge a los argentinos, es recobrar nuestra memoria histórica y nuestras mejores tradiciones de lucha. Las banderas del cordobazo deben estar presentes y, como decíamos en esos años, ¡hasta la victoria siempre!
***
Córdoba la docta, Córdoba la heroica, Córdoba la arrepentida, Córdoba la roja. ¡A la huelga!
(texto de una mariposa sin firma, junio 1969, dos semanas después del cordobazo)


Cordobazo: la Infantería intenta detener la columna de obreros de SMATA, pero será desbordada y los trabajadores llegarán al centro de la ciudad

Clarín del día siguiente del cordobazo




[1] La siguiente exposición es un texto de elaboración colectiva sobre la base de un informe presentado por Abel Bohoslavsky, leído en un acto realizado el 29 de mayo de 1985 en Managua, Nicaragua, en conmemoración del cordobazo. Fue publicado en numerosos folletos y en Biografías y relatos insurgentes, Sísifo N° 1, revista del Centro de Estudios Sindicales y Sociales del Sindicato de Trabajadores de la Obra Social para la Acción Docente (SITOSPLAD), Buenos Aires 2010.

[2] La acción fue realizada por uno de los grupos que conformaron las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL).
[3] Concretamente, los partidos Comunista (PC) y Socialista (PS), que en febrero de 1946 participaron de la coalición electoral Unión Democrática junto a conservadores y radicales para confrontar con Perón, candidato del Partido Laborista.
[4] Carta del viejo Pedro a los compañeros Peronistas de Base (30/11/71), reproducida por la revista Posición (Córdoba, marzo 1974) con el título de Carta del viejo Pedro a las bases peronistas y repubicada en revista La Roca, Buenos Aires, 2014.

[5] El epíteto de gorila se popularizó en la política argentina tras el derrocamiento del gobierno de Perón para calificar genéricamente a toda la reacción antiperonista que atacó al movimiento obrero y sus conquistas laborales. Se atribuyó acertadamente tal condición a la dictadura militar impuesta en 1955, a empresarios, políticos, periodistas y académicos ejecutores de esa política persecutoria. “(Aldo) Cammarota acuñó el término ‘gorila’, que (como él mismo lo reconoció) involutariamente fue usado para definir al antiperonista. En 1985 refrescó ese episodio en una columna escrita para Clarín: ‘En marzo de 1955, hice por radio (en La Revista Dislocada) una parodia de Mogambo, una película con Clarke Gable y Ava Gardner, que sucedía en Africa. En el sketch había un científico que ante cada ruido selvático, decía atemorizado: '’deben ser los gorilas, deben ser’. La frase fue adoptada por la gente. Ante cada cosa que se escuchaba y sucedía, la moda era repetir ‘deben ser los gorilas, deben ser’. Primero vino un fallido intento de golpe y luego el golpe militar de 1955. Al ingenio popular le quedó picando la pelota: “Deben ser los gorilas, deben ser”. Los golpistas se calzaron, gustosos, aquel mote. (Clarín, 01/03/02). En algunos países de Nuestra América, se califica de gorila a toda política militarista y antipopular. Contradictoriamente – como es la historia – años después, aparecieron dirigentes peronistas que al asumir políticas antiobreras, se convirtieron en gorilas.
[6] Impuesto por el Decreto 9880/58 del 14 de noviembre de 1958 para utilizar a las Fuerzas Armadas en la represión de las movilizaciones y huelgas y combatir las acciones de sabotaje y guerrilleras de la resistencia peronista. Fueron detenidas miles de personas y al menos 111 fueron condenadas en juicios sumarios realizados por consejos militares de guerra. Los detenidos fueron sometidos sistemáticamente a torturas. En ese período, decenas de miles de trabajadores de transportes, servicios públicos y bancarios fueron incorporados forzadamente al servicio militar y puestos bajo el mando de las Fuerzas Armadas. Un antecedente fue la ley 13.234 de Conmoción Interna del Estado en 1948, durante el primer gobierno del Perón. Cuando se dio “formalmente” derogado el Conintes, Frondizi sancionó en 1961  la Ley 15.293 de Represión del Terrorismo.

[7] En agosto de 1957 la CGT de Córdoba convocó a un Plenario Nacional de Delegaciones Regionales y de las 62 Organizaciones, que se llevó a cabo en La Falda, Córdoba, donde se aprobó ese programa en el que también planteaba el control y monopolio estatal del comercio exterior, la denuncia de todos los pactos lesivos de nuestra independencia económica, y la liquidación de los monopolios extranjeros de importación y exportación.
[8] Derrocado Frondizi en marzo de 1962, durante el interinato de José María Guido, en junio un Plenario Nacional de las 62 Organizaciones realizado en Huerta Grande, Córdoba, aprobó un programa que reiteraba los objetivos de nacionalizar todos los bancos y establecer un sistema bancario estatal y centralizado, los sectores claves de la economía: siderurgia, electricidad, petróleo y frigoríficas; desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo, implantar el control obrero sobre la producción y expropiar a la oligarquía terrateniente sin ningún tipo de compensación.
[9] “En la primavera de 1959 un grupo de hombres de los comandos de la resistencia peronista de la zona noroeste del país decidieron encarar la primera experiencia de guerrilla rural de la Argentina contemporánea. Durante ese año y el siguiente, varios grupos de militantes intentaron instalarse y mantenerse en la zona boscosa de Tucumán, en el departamento de Chicligasta, al sur de la provincia. El nombre que eligieron para la guerrilla fue Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación, aunque han sido conocidos con el que popularmente han pasado a la historia: Uturuncos”. Ernesto Salas: Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista, Biblos, Buenos Aires, 2003. Los Uturuncos también actuaron en Santiago del Estero.
[10] Jorge Ricardo Masetti, periodista enviado por radio El Mundo a Cuba en 1958, entrevistó al Che Guevara y a Fidel Castro. En 1959, tras el triunfo de la Revolución, regresa a Cuba y participa en la fundación de la agencia Prensa Latina. En 1963 formó con argentinos y cubanos, el Ejército Guerrillero del Pueblo que se instala en el norte de Salta y fue desarticulado por la Gendarmería. Masetti, que era el Comandante Segundo, desapareció y su cuerpo nunca fue encontrado.
[11] Aunque el término “ultraizquierdista” es utilizado habitualmente por la prensa comercial y los políticos del sistema como descalificador de toda posición socialista y revolucionaria, aquí es utilizado como categoría política según el criterio de Lenin para definir a corrientes que intentaban precipitar acontecimientos revolucionarios sin que existiesen condiciones revolucionarias.
[12] La CGT vandorista reconocida por la dictadura se quedó con la sede de calle Azopardo en Buenos Aires (y por eso era denominada CGT-Azopardo) y la CGT de los Argentinos funcionó en la sede de la Federación Gráfica Bonaerense (FGB) en la calle Paseo Colón.
[13] El 23 de febrero de 1970 se promulgó la Ley 18610 que crea el sistema de obras sociales, regulado por el Estado, quien a dicho efecto pone en funciones al Instituto Nacional de Obras Sociales (INOS). Dicha ley, permitió a los sindicatos el manejo financiero autónomo de sus recursos, convirtiendo a sus directivos en verdaderos gerentes. En ese momento, el sistema cubría la atención médica del 53% de la población del país.
[14] Esta descripción mereció el siguiente comentario crítico del historiador Hector Löbbe, que por su valor, vale la pena compartir: Esta afirmación (y la anterior sobre ‘una nueva clase obrera, que no conocía en forma directa la experiencia de la década del peronismo del ‘45 al ‘55’ son, a mi entender, parcialmente correctas. Y ese carácter parcial, abre espacio para una polémica. Ciertamente, hacia 1969, decenas de miles de trabajadores jóvenes se incorporaron a la producción. El propio Norberto Blanco, asesinado por la represión en el marco del Primer Rosariazo, el 21 de Mayo de 1969, con sus 15 años de vida, se desempeñaba como aprendiz en un taller metalúrgico. Pero también es verdad que aunque no hubieran sufrido en carne propia la explotación en fábrica, la inmensa mayoría de esas decenas de miles provenían de hogares obreros. Y parece innegable que, para bien o para mal, en esos hogares la etapa 1946-1955 debió dejar una marca imborrable.Se trataba de una generación que se socializaba, además de en sus hogares, en las prácticas cotidianas de vecindad en las barriadas obreras, en escuelas y colegios, en clubes, en capillas y con grupos de pares. Puede parecer una polémica menor o secundaria pero de lo que se trata es de combatir la explicación e interpretación, muy arraigada en ámbitos académicos (pero también en no pocos espacios militantes), de que lo que ocurrió en los '70 fue protagonizado, en el Interior y en el Gran Buenos Aires, por inexpertos jóvenes campesinos ‘proletarizados’, que de pronto y ‘enojados’, se pusieron a luchar. Un canto al espontaneísmo y al sinpartidismo. En síntesis, de lo que se sigue tratando en nuestros días es de combatir a la tendencia idealista de considerar que la conciencia brota automáticamente por la explotación y que no es necesario poner en práctica una laboriosa y consecuente práctica militante desde la base para superar el economicismo de la clase. Y también combatir a los que, capitalizando la derrota, alertan sobre el peligro de luchar por algo más que por los ‘guantes y el vaso de leche’. Es decir, lo que propugnan, como techo insuperable, el proyecto de reformismo burgués, que en la Argentina, encarna el peronismo”.
[15] Otro aporte el historiador Héctor Löbbe que los lectores deben conocer: “Esta sublevación popular del 21 de mayo de 1969 (protagonizada mayoritariamente por estudiantes universitarios y secundarios) puede considerarse el antecedente más importante del propio Cordobazo, en especial, porque la filial rosarina de la CGT de los Argentinos había prestado sus instalaciones para instalar una ‘olla popular’ días antes, para suplir el clausurado comedor universitario. Pero además, porque la dirigencia de la CGT-A convocó a la concentración y marcha que, a la postre, derivó con sus enfrentamientos, en este Primer Rosariazo (o Rozariazo estudiantil).Esta última definición surge posteriormente, para diferenciarlo del Segundo Rosariazo o Rosariazo Proletario (del 16 de Septiembre de 1969), bautizado así por la masiva y determinante participación y protagonismo de las columnas obreras que respondían a una recientemente unificada conducción gremial de las dos CGT. Desde luego, en esta segunda sublevación participó un importantísimo número de estudiantes (muchos de los cuales eran, también, obreros fabriles o empleados públicos). La sublevación del 21 de Mayo fue uno de los antecedentes más importantes de lo que, más tarde y perfeccionado, se conoció como unidad obrero-estudiantil, en la lucha antidictatorial”. Este comentario, aclara Löbbe, se deriva de un artículo de Leónidas Ceruti y Mirta Sellares, “La rosa crispada” en Política, cultura y sociedad en los ’70, Editorial Cinco Continentes, Buenos Aires 1997.




Cantata del 29
 
                                                                          Daniel Vilá
Como una luz que apenas parpadea
y de pronto se enciende y encandila.
Como un río que transcurre manso
y en horas se desborda,
y ya no tiene orillas.
 
Así las gargantas tanto tiempo apretadas
se desgarraron para parir el grito.
Así la soledad del hombre solo,
de la mujer callada,
se hicieron multitud sin darse cuenta.
 
Fue en un día cualquiera,
un 29, para ser exactos,
que la docta ciudad inmaculada,
la de la estirpe añosa
y la misa perenne
se hizo hoguera infernal
 
Los Jerónimos dueños se asustaron,
y soltaron prontos sus mastines
pero la lava del volcán se derramaba
sobre la quietud de los sumisos
y abrazaba las calles y las plazas.
 
Vamos a ganar, estamos hartos
de los que se hartaron con nuestro trabajo,
del señor general y sus esclavos
del señor obispo, de sus oscuros socios
y de sus monaguillos.
De ese patrón sin rostro que nos verduguea,
de valer menos que los  electrodos,
las limas, el acero, las poleas.
Del mes sin fin, del crédito perpetuo,
de mendigar un bono, un porcentaje,
un sábado, por más inglés que sea,
un pedazo de vida.
 
 
Ahora queremos una vida entera,
una vida en colores, redondita,
porque ahora La Cañada es una fortaleza
 
 
Ahora queremos nuestro tiempo,
queremos nuestra casa,
Queremos nuestra escuela.
Porque nunca nos sentimos tan enteros
como hoy, 29 para ser exactos.
 
 
 
Gringo
 
El Gringo es uno más,
su mameluco
no es distinto del nuestro,
pero tiene una luz
que nos da fuerza.
 
Gringo nuestro que estás en la calles,
todos gritan tu nombre
y se contagian de tu voluntad
así en la fábrica como en la barricada.
El pan de cada día
lo sabremos ganar con dignidad
y no vamos a rogar para tenerlo.
ni perdonaremos a nuestros opresores.
Del mal nos libraremos
con el pueblo encendiendo fogaratas.
 
                   El Clínicas
 
Parece que se acercan, lo anuncia ese tamtam
del golpe en las columnas de alumbrado.
Los compañeros avisan que estemos preparados
que aprestemos las hondas, que acumulemos piedras.
Pronto habrá una batalla y será dura.
El Clínicas, carajo, no se rinde.
 
Todos los fuegos
 
Dele doña, tiresé una madera,
O un mueble viejo o cartones o trapos,
Los de la esquina trajeron unas gomas
El verdulero aportó unos cajones
Y hasta el carniza se puso con la grasa
En Alberdi y San Roque
Cada esquina es un fortín que aguanta
y es fuego que calienta por abajo.
Apáguenlo si pueden,
 
                   La fábrica
 
Ya son las diez, paren todas las máquinas,
que el silencio les cuente que nos vamos.
Porque en el centro esperan y son miles,
hay que meterle miedo al miedo, acorralarlo,
hay que pararse sobre las dos piernas
como si fueran cuatro, o setecientas.
Hay que alzar los  brazos como lanzas,
como las astas de una bandera nueva
que flamea en todos los balcones.
Vamos que son las diez y la historia no espera.
 
 
 
Así fueron las cosas cuando todo estallaba.
Un 29 para ser exactos.
Envío:Abajero 

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