Masacre de Avellaneda
Darío Santillan: "Lo único que destroza los sueños es resignarse"
La imagen muestra a Darío al frente de la marcha con la cara descubierta, en la vereda el compañero Pablo "El Pelado" Solana avisando a los cumpas de prensa con un lacónico mensaje por celu sobre el violento inciciar de la represión, y el comisario asesino dando las órdenes, hace 13 años.
Ese día, por la mañana, antes de salir en tren hacia el puente Pueyrredón, le pidió a sus compañeros participar de las tareas de seguridad, como se da cuenta en el libro "Darío y Maxi, dignidad piquetera", parido en una elaboración colectiva de militantes y trabajadores de prensa, en el que se reconstruye con rigor informativo la masacre.
A las 12,42 Maxi, quien se habia incorporado al MTD un par de meses antes, recibió un disparo sobre la Avenida Pavón.
“Me dio la yuta, me quema, llevame”, le pidió a uno de sus compañeros. Lo llevaron hasta la estación, a dos cuadras.
Sangraba por la boca y la nariz. Ahí, tendido en el piso, lo encontró Darío Santillán. “Me quedo yo”, le dijo al resto.
En rigor nunca se movió de sus sueños militantes ( no rentados) a los 22 años de pelear por los derechos sociales y políticos,como en mas de una oportunidad Mariano Pacheco ( el facilitó foto), su cumpa de andanzas lo destacó.
Para Dario la militancia, el compañerismo, la lucha en la calle, las asambleas barriales eran actos subversivos,en el sentido de una construcción de vida y política alejada de los moldes tradicionales, según los relatos de los cumpas del MTD.
"Lo único que destroza los sueños es resignarse" era una frase que tenía pintado en la pared de cuarto.
A 13 AÑOS DEL CRIMEN DE KOSTEKI Y SANTILLAN
La causa por la masacre
Por Adriana Meyer
Es un pequeño avance de una causa que venía durmiendo y hace un año ya estaba desarchivada pero con una rotación de fiscales que impedía su avance”, dijo Alberto Santillán a Página/12 sobre las medidas dictadas en el expediente que investiga las responsabilidades políticas de la masacre de Avellaneda, ocurrida el 26 de junio de 2002, cuando fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Junto a Vanina Kosteki, hermana de Maxi, fueron recibidos la semana pasada por la procuradora General Alejandra Gils Carbó, quien les había expresado su voluntad de acelerar la investigación sobre los autores intelectuales de aquella represión a una manifestación piquetera sobre el Puente Pueyrredón, todos ex funcionarios del gobierno de Eduardo Duhalde.
Santillán se había quejado ante Gils Carbó de que la actual fiscal del caso, Paloma Ochoa, se había disculpado ante ellos por no tener aún conocimiento del tema. “Ahora al menos fijaron fecha para las declaraciones de funcionarios de Avellaneda, testigos que aportamos que pueden decir mucho sobre los hechos”, precisó el padre de Darío.
El primero de estos testimonios será el 6 de julio y el siguiente el 13. Ayer y hoy, a 13 años de la masacre, habrá vigilia, actividades culturales y movilización en la estación Darío y Maxi y en el puente.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-275793-2015-06-26.html
DOS NOTAS DE ARCHIVOS
26 de Junio de 2012
LOS SECRETOS DE UNA CAUSA JUDICIAL CLAVE
La investigación por las responsabilidades políticas, sin culpables ni condenas
Hace poco más de un mes, el juez federal Ariel Lijo cerró el caso.
La intervención de la SIDE y el gobierno interino de Duhalde.
Claudio Mardones
La investigación por las responsabilidades políticas, sin culpables ni condenas
Entre el 10 y el 25 de junio de 2002, hubo una serie de reuniones dentro de la Casa Rosada que diez años después nadie quiere recordar.
Fueron una decena de encuentros de alto nivel, realizados bajo la coordinación del entonces presidente provisional Eduardo Duhalde.
En esas citas, sus protagonistas no sólo analizaron la situación social del país, sino los métodos que debía usar el Estado para reprimirla.
Públicamente, quienes participaron de esos momentos, los justificaron ante la prensa, y explicaron que fueron citas de rutina para coordinar la intervención de las fuerzas federales de seguridad, junto a la Policía Bonaerense, ante la posibilidad de un incremento en los reclamos sociales.
Sin embargo, las denuncias de los movimientos sociales y las pruebas y los testimonios que recolectó el expediente que indagó sobre los responsables materiales, permitió abrir una investigación sobre la responsabilidad política de los funcionarios que intervinieron en la planificación de la Masacre de Avellaneda.
El caso fue cerrado sin condenados hace más de un mes por decisión del juez federal Ariel Lijo, quien durante casi una década tuvo a su cargo el expediente 14.215.
El caso, que fue archivado con acuerdo del fiscal federal Miguel Ángel Osorio, nunca tuvo en cuenta las sospechas e indicios sobre la intervención de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) en la articulación de un plan criminal que desembocó en el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki durante el estreno de ese operativo “conjunto” que dejó dos muertos, 30 heridos graves con balas de plomo y centenares de detenidos.
Según el ex cabo Alejandro Acosta, condenado a prisión perpetua en 2006 como “coautor de doble homicidio agravado por alevosía y siete tentativas de homicidio”, la última reunión de coordinación se realizó en el territorio de la represión, es decir Avellaneda.
“La SIDE participó en la reunión previa al operativo, junto a Fanchiotti, del comando de patrullas, el jefe de la comisaría primera de Avellaneda, Néstor Benedettis, el comisario Raúl Rodas, a cargo del Grupo Marea Azul, y el agente Mario De la Fuente que acompañó a Fanchiotti durante todo el tiempo”, explicó Acosta en una de las testimoniales que el Tribunal Oral 7 de Lomas de Zamora envió a Lijo y que, hasta ahora, sólo forma parte de una pista que terminó archivada, junto a la furiosa confesión de Fanchiotti, cuando dijo a los gritos que su jefe directo, Félix Vega, jefe de la Departamental de Lomas de Zamora, “sabía del plan y quiso poner al frente del operativo al comisario inspector Mario Mijín”, segundo jefe de la Departamental y más conocido como “El Verduguito” dentro del centro clandestino de detención Arana, que funcionó bajo órdenes del entonces general Ramón Camps durante la última dictadura.
De acuerdo al relato de Fanchiotti, Mijín se había negado a encabezar el operativo porque “iba a haber quilombo”.
Poco más de un año después de la Masacre, durante la tarde del último domingo de agosto de 2003, Mijín apareció muerto en su cama con un disparo en la sien. La justicia investigó el caso como “averiguación de suicidio”, pero el expediente del juez Lijo nunca se preguntó sobre el derrotero del hombre que, si no se hubiera negado, habría ocupado el papel que desempeñó Franchiotti al frente del operativo.
Esa puja entre oficiales “patanegras” de estrechas relaciones con la SIDE, no fue profundizada, a pesar del llamado telefónico que tiene el mismo expediente archivado, entre la estación Billinghurst de la SIDE y el celular de Fanchiotti, que por entonces, además de comisario, era enlace de la casa de los espías con la jefatura de Avellaneda.
Entre las páginas del expediente 14.215, también está el detalle de otras comunicaciones con el organismo de inteligencia nacional, en las mismas horas que los funcionarios de la Secretaría de Seguridad Interior, entonces a cargo de Juan José Álvarez, vieron el desarrollo de la represión desde sus oficinas, como si estuvieran viendo un campeonato de fútbol.
Por esos días, faltaban tres años para que el diario Página/12 publicara el legajo personal de Álvarez como agente de la SIDE durante la dictadura. Ese dato también quedó varado en la causa judicial que, gracias a Lijo, ya no le quita el sueño a Duhalde desde hace años.
http://tiempo.infonews.com/nota/97901/la-investigacion-por-las-responsabilidades-politicas-sin-culpables-ni-condenas
Pagina 12: Jueves, 4 de julio de 2002
CONTRATAPA
Santillán y Kosteki
Por Sandra Russo
Habría que vivir sus vidas para saber de qué se trata. Habría que ponerse en sus pieles para entender de qué hablan.
Habría que soportar en el propio pecho tanta desolación, tanto luto, tanto fastidio. Por más que a uno lo alienten nociones bienintencionadas, no es así, como la de ellos, la vida que le ha tocado vivir.
Calefacción, prepaga, escuela, heladera, cena, libros, buen vino, techo, esperanza, fin de semana, auto, taxi, supermercado, cine, teléfono, mail, regalo, radiografía, entretenimiento, televisión, aliento, sueldo, planes, abrigo, antibiótico, en fin, son miles las palabras de las que ellos han sido expulsados y que, con más o menos suerte, todavía sostienen la manera en la que millones de argentinos se piensan a sí mismos.
Otros millones no.
Desde que Darío Santillán y Maximiliano Kosteki fueron asesinados, las mismas cámaras de televisión y las mismas cámaras fotográficas a través de las cuales se desvertebró la nueva historia oficial que ya estaba en marcha –la misma que ahora desde el gobierno niegan, dejando colgar la duda: ¿será verdad que están indignados con la conducta policial, o se indignan, en realidad, por el descuido policial de dejarse fotografiar y filmar mientras mataban?–, se internaron en los lugares de los que ellos, Santillán y Kosteki, llegaron al puente Pueyrredón, en esos barrios siempre esfumados en la neblina del invierno, en esos barrios de invierno permanente.
Allí, en esos paisajes arrasados, en esos escenarios de posguerra en los que los derrotados del sistema se supone que solamente deben sobrevivir apechugando, las vidas de Santillán y Kosteki volvieron a hablar.
Uno, Kosteki, habló de ladrillos para reemplazar las chapas que dejan colar el frío insoportable, de su trabajo voluntario haciendo esos ladrillos, de un horno de cerámica, su más lucida pertenencia, donado para hacer esos ladrillos, de dibujos sobre papeles baratos, de un universo imaginario en el que vivió ese chico hasta sus 22 años y que por cierto fue más generoso y más deseable que lo real: había ángeles, banderas, manos abiertas.
En el universo de Kosteki también hubo y hay una madre de un temple escalofriante, que no se ha permitido hablar de la muerte de su hijo como algo personal: esa mujer es consciente de que el mayor dolor de su vida es un dolor político.
El otro, Santillán, lo que dejó fue un gesto cuya medida excede nuestra capacidad de reflejos, un gesto que desborda nuestra moral de pequeña burguesía ya desacomodada. Escuchar zumbar las balas y detenerse ante alguien que muere, pedir auxilio para ese alguien que muere, tomarle la mano a quien muere y exponerse a ser acribillado, morir así, es algo para lo que nadie se prepara. Nadie puede asegurar de sí mismo esa reacción.
Es en todo caso una circunstancia atroz la que se impone, y es, en este caso, la hombría de bien inmedible de ese chico la que quedará latiendo en la memoria colectiva.
No se trató solamente de un comisario inspector fusilando a un piquetero.
La visión de Santillán intentando socorrer a Kosteki, la visión de su espanto interrumpido por el escopetazo que recibió en la espalda, la visión de su cuerpo ya herido retorciéndose en el piso, la visión de su mano extendida hacia ese policía que por toda respuesta lo sacudió con asco, la visión de la sonrisa del otro policía acomodando el cuerpo de Kosteki, la visión del comisario palpando de armas a Santillán ya inerte, los ojos de Santillán ya casi ido pero aún allí, incomprendiendo todo ese horror, ese mal encarnado, fue mucho más que un documento para abortar la incipiente y canalla versión oficial. Esos grandes detalles de esta historia relatan, nada menos, quién es quién.
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-7166-2002-07-04.html
Envío:AgnDDHH
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