El pasado lunes, la presidenta citó un artículo del diario Clarín. La información publicada en la edición dominical del matutino decía que en un cementerio privado de Pilar las lápidas de los genocidas Jorge Rafael Videla y Emilio Massera están identificadas con nombres falsos, por decisión de sus familiares, que temen muestras de repudio. A sólo 500 metros de esas tumbas, recordó Cristina, hay otra donde se encuentran los restos del ex ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, que sí lleva su nombre. "El verdadero poder descansa con su nombre, a ellos (a Videla y a Massera) los usaron y hoy no pueden tener sus nombres en las tumbas", precisó la mandataria.

Evidentemente, no piensa lo mismo el editor general del diario. En su columna de la sección "del editor al lector", Ricardo Roa responsabiliza por la situación a la política en materia de Derechos Humanos del gobierno. Para el editor en jefe, "no importa qué haya hecho una persona en vida. Muerta tiene un derecho humano básico: ser sepultado. No lo respetó la Dictadura. Tampoco lo respetan hoy los militantes que en ese punto se mimetizan con los militares. A la cultura fascista del escrache agregan otra vieja tara de nuestra sociedad: la necrofilia". El editor no se lo dice claramente al lector, pero su amonestación tiene un único y obvio destinatario: el kirchnerismo.

Desde luego, para el Grupo Clarín, como para los paquidermos que aún hoy defienden a los genocidas (algunos explícitamente, otros con alegorías rebuscadas), la condena en cárcel común de los asesinos cívico-militares y esencialmente la memoria colectiva y la conciencia histórica sobre el plan sistemático de terror ejecutado por la burguesía, no es "Justicia", sino "revancha".

Sin embargo, ¿por qué hay que aceptar tan ligeramente que Roa impute "a los militantes" por no respetar "un derecho humano básico: ser sepultado"? Se sabe: la irrupción de los militantes en la política y en la gestión del Estado son el principal activo social y cultural de la década ganada. ¿Cuál es el mérito del diario Clarín en la lucha por el fin de la impunidad cívico-militar, como para permitirle semejante conceptualización? ¿Qué hizo el grupo Magnetto por extender hasta el campo cívico (empresarial, especialmente) la responsabilidad penal en la consumación del genocidio?

Lo que Roa afirma no es verdad: siempre importa qué es lo que hizo una persona durante su vida, y más si esas acciones tienen consecuencias para miles y miles de personas. Pero importa durante su tiempo vital, no cuando fenece. ¿Son lo mismo ante la muerte aquel que se quedare mediante torturas y a cambio de la cobertura comunicacional del genocidio con la principal empresa de papel para hacer diarios, que el militante anónimo, del que desconocemos su nombre, que entregó su vida en la lucha contra la tiranía del capital?

Definitivamente, no. De nada les servirá a los argentinos lo que pase o deje de pasar mañana en la tumba de Magnetto o de Mitre; lo importante es si el Poder Judicial se animará alguna vez a tomarles declaración indagatoria, en vida, a ambos personajes. Ni a la hora de la muerte hay empate y "dos demonios".

Ya lo dijo Cristina el último 25 de mayo: los Derechos Humanos constituyen una nueva forma de ser argentino. Esa síntesis en la subjetividad de nuestra sociedad democrática tiene expresiones varias: la principal es la vigencia de la justicia. Con esfuerzos, a veces con más énfasis, otras menos, pero vigente. Y justicia nada tiene que ver con venganza. Y, sin dudas, el mayor símbolo de esa nueva argentinidad lo instituye el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo.

El pañuelo era en un principio el pañal de tela que las Madres conservaban, como recuerdo, de la época en que sus hijos e hijas eran bebés. Nada hay más ajeno a la venganza y la muerte que ese símbolo, ligado intrínsecamente a la vida y el futuro. El pañuelo: un parto.

Un parto resume la intensa experiencia de lo humano: el amor, el dolor, los sueños. Un parto reúne llanto, sorpresa, misterio y nostalgias por lo que alguna vez será. En el rostro del recién parido se juntan, se reconocen, las esperanzas de sus padres. El nacimiento trae preguntas, dulces aventuras, cambios. Un parto revoluciona la vida.

Carlos Marx también utilizó la metáfora del parto para explicar las transformaciones de la realidad. La violencia es la partera de la historia, dijo el alemán; no hay manera de acceder a un estadio social más aliviado de injusticia sin pasar antes por el extremo sufrimiento de la muerte, el caos, la destrucción. ¿No hubo ya suficiente muerte, caos, destrucción en la Argentina, como para no merecer el parto que vive nuestro país hace 12 fatigosos años?

A propósito, no hay parto, ni muerte, que iguale a los genocidas con sus víctimas inermes.

Es la historia la que puso las cosas en su exacto lugar: los desaparecidos, reivindicados por la más alta autoridad estatal de la democracia; y sus verdugos, negados hasta en sus nombres por sus propios familiares. De ninguna manera los "militantes" a secas, como una categoría de esta época, pueden ser mimetizados o asimilados siquiera con los asesinos.

Hace muchos años que las Madres decidieron no recordar las historias personales de cada desaparecido, sino reivindicar como propios los ideales revolucionarios de la generación de sus hijos, trazándose el reto de continuarlos en las nuevas circunstancias políticas atravesadas por ellas, sabiéndose parte de la clase social trabajadora, de un pueblo concreto, en un determinado contexto histórico. Abrazarlos en un apretón político, complejo, dinámico, y no tanto piel a piel, porque eso ya no sería posible.

De ahí sus definiciones más taxativas: no a las exhumaciones de cadáveres; rechazo a dar por muertos a los desaparecidos para seguir señalando que la acumulación originaria del capitalismo argentino es la muerte; no a los homenajes póstumos; impugnación al pago de reparaciones económicas porque "la vida de un revolucionario no puede comprarse con dinero; sólo vale vida".

La socialización de la maternidad y la politización de su vínculo filial son completamente ajenas a la sola idea de profanar las tumbas de los genocidas. Mal que le pese al Grupo Clarín, severamente implicado en el genocidio y los años de impunidad que lo continuaron, ambos conceptos trascienden a las Madres y ya forman parte de la manera argentina de ser y estar en el mundo.
Fuente:Infonews