4 de junio de 2015

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Fernández Huidobro y la metamorfosis

Las causas de un giro de 180 grados en la actitud del ministro de Defensa sobre los derechos humanos son un misterio, más allá de su folclórico histrionismo.
Fernández Huidobro. Foto: Alejandro Arigón .
Por Samuel Blixen, Resumen Latinoamericano /Brecha, 29-5-2015.- 
Era casi una leyenda que acunaban los tupamaros clandestinos, esa especie de simbiosis (relación estrecha de organismos de diferentes especies, en este caso política) entre Raúl Sendic y Eleuterio Fernández Huidobro: el Bebe, retraído, acaso tímido, de pocas palabras, aportaba una sólida formación y una intuición inusual para analizar la coyuntura; el Ñato, exuberante, extrovertido, irreverente; el Bebe imponiendo los fundamentos ideológicos y estratégicos, el Ñato aportando destellos de genialidades. Ambos llegaron a formar, en ocasiones, un equipo aceitado que produjo los más importantes documentos internos de la guerrilla urbana y que daba fluidez a una dirección con una especial condicionante, ser colectiva en la clandestinidad.


Esa cooperación sufrió un quiebre definitivo a mediados de 1972, en plena derrota militar de los tupamaros. El cuartel del Batallón Florida, en el Buceo, fue el centro de un proceso de negociaciones con características inusitadas: prisioneros que salían del encierro para establecer contactos con los dirigentes en la clandestinidad, dirigentes empeñosamente buscados (Sendic) que ingresaban al cuartel para discutir con sus compañeros presos. Justificado en el hecho (real) de que al menos se atenuaría la tortura sistemática, el diálogo entre prisioneros y oficiales pronto derivó a otro plano cuando los oficiales pusieron como condición la rendición incondicional con entrega de armas. Fernández Huidobro apoyó la propuesta y en sus salidas del cuartel, acompañado del capitán Carlos Calcagno, fundamentó ante sus compañeros las ventajas tácticas. 

Sendic se opuso terminantemente, pero en lugar de una negativa condicionó la entrega de armas a un tercero (la Iglesia Católica) a la aceptación de un programa de medidas económicas y políticas para la superación de las causas que promovieron el enfrentamiento armado. La contrapropuesta provocó división entre los oficiales jóvenes de menor rango involucrados en las negociaciones, pero el estado de asamblea –que se extendía a otros cuarteles– fue cortado de raíz cuando los altos mandos rechazaron de plano el programa político. (Pero unos meses después los mandos utilizaron cínicamente las propuestas en los comunicados 4 y 7 de febrero de 1973, en el primer escalón del golpe, como engañabobos, tal como confesara más tarde el general Abdón Raimúndez.)

Ya en el segundo piso de la cárcel de Libertad, Sendic reprochó duramente a Fernández Huidobro por haber dado trámite al planteo de rendición incondicional de los militares, y ese cuestionamiento se mantuvo, después de una década larga de encierro como rehenes de la dictadura, cuando en 1985, tras la liberación, se produjo la rea­grupación de los tupamaros en la legalidad.

En aquellas diferencias puede estar el origen de los cambios radicales en la conducta política del hoy ministro de Defensa Nacional. Raúl Sendic mantuvo, hasta su muerte en 1989, una postura intransigente frente a los violadores de los derechos humanos y los responsables del terrorismo de Estado. Como Fernández Huidobro, Sendic jerarquizaba la responsabilidad de personajes civiles en su carácter de cómplices de los militares y de ideólogos de la dictadura. 
Pero a diferencia de aquél, éste no diluía la culpabilidad militar por el hecho de compartir responsabilidades y manifestó siempre un sentimiento de repugnancia por aquellos que, aunque fueran, en todo caso, simple mano ejecutora, cometieron las mayores atrocidades. Fernández Huidobro, en cambio, acentúa la responsabilidad civil para amparar a sus amigos militares.

¿De dónde proviene esa amistad? Comienza en el Batallón Florida, producto de aquellos intercambios que, a pretexto de una discusión sobre el papel de las oligarquías y la utilización de la “mano de obra militar” para la defensa de los intereses, derivó en las negociaciones para la superación de “la guerra”. Los intercambios se multiplicaron a lo largo de los años en la rotación por los diferentes cuarteles del Interior, donde Fernández Huidobro, aislado, y con un precario contacto con sus dos compañeros de encierro, aceptó la continuación del intercambio, que a veces se disfrazaba de interrogatorio y a veces era un simple diálogo entre combatientes. En una situación similar, Sendic se negó sistemáticamente a aceptar el intercambio, y los únicos diálogos se redujeron a salvajes torturas, so pretexto de interrogatorios.

Hay quienes explican la conducta del ministro como expresión de un “síndrome de Estocolmo”, la identificación del prisionero con sus carceleros; otros simplemente afirman que “el Ñato se quebró”. Con la salvedad de que se trata de un documento de origen militar, que puede o no reflejar la verdad, un informe interno del Ocoa de 1978 consigna tramos de una conversación mantenida por los interrogadores con el Ñato, por entonces recluido en los calabozos del cuartel de Paso de los Toros, en la que éste habría aportado valoraciones sobre tupamaros refugiados en el exterior. Por ese documento, Julio Marenales calificó a Fernández Huidobro de “traidor”, y el Ñato nunca desmintió el contenido de ese informe.

Cualquiera de las dos hipótesis resultan insuficientes para explicar la colaboración de Fernández Huidobro con los militares a lo largo de los años: como dirigente del Movimiento de Participación Popular, y como legislador integrante de la Comisión de Defensa Nacional del Senado, Fernández Huidobro mantuvo sistemáticos contactos con los mandos militares, pero también con aquellos oficiales, en actividad o en retiro, integrantes de la logia Tenientes de Artigas.

En ocasión en que la justicia chilena solicitó la extradición de tres oficiales, Tomás Casella, Eduardo Radaelli y Wellington Sarli, involucrados en el secuestro y asesinato del químico chileno Eugenio Berríos, para impedir que testificaran en el juicio por el asesinato del ex canciller Orlando Letelier, Fernández Huidobro argumentó que la entrega a los magistrados del país andino sería un acto de ensañamiento por tratarse de militares, “un plan cóndor al revés”, y que los oficiales acusados serían “presos políticos”. Casella y Washington Sarli eran integrantes de la logia Tenientes de Artigas.

Con el paso del tiempo, el hoy ministro subió la apuesta en la defensa de los militares acusados de delitos de lesa humanidad: “Existen sectores que quieren justicia, además de verdad. Quieren castigar a los culpables de las violaciones de derechos humanos. Yo no lo acepto”, afirmó en un programa periodístico de Teledoce. Fue a raíz de la publicación de un documento atribuido a Fernández y a varios militares de los Tenientes de Artigas, un proyecto de pacto para “cerrar definitivamente las heridas del pasado”, elaborado en 1989, y que consagraba la “teoría de los dos demonios”. Fernández Huidobro confirmó que él y José Mujica “siempre” tuvieron diálogos y encuentros con los militares, pero negó la autoría del documento. En 2011 Fernández Huidobro renunció a su banca de senador, discrepando con el Frente Amplio por el proyecto interpretativo de la ley de caducidad, argumentando que el pueblo ya se había pronunciado en dos plebiscitos. En ese mismo año el ministro de Defensa públicamente discrepó con el fallo de la justicia que procesó a Miguel Dalmao, general en actividad, por el asesinato de Nibia Sabalsagaray. “Es inocente”, dijo, quizás induciendo al presidente Mujica a dar un paso insólito, visitar al general procesado en su lugar de reclusión. También es parte de la defensa de los militares la carta que escribió “a quien corresponda” afirmando que el coronel retirado Juan Carlos Gómez, procesado por la muerte de Roberto Gomensoro, también era inocente. La carta facilitó el desplazamiento de los magistrados que se disponían a condenar a Gómez, y alentó la liberación del procesado.

Estos y otros ejemplos confirman la determinación del ministro de respaldar la postura de los militares que enfrentan acusaciones por violaciones a los derechos humanos. Los insultos y groserías contra militantes y organizaciones de derechos humanos pueden atribuirse a una forma de ser estimulada por el enojo. Pero la coherencia de su postura a lo largo de los años, edificando la teoría de los dos demonios, debe tener una explicación todavía oculta.


URUGUAY
En torno a lo político
POR SOLEDAD PLATERO, Resumen Latinoamericano / Caras y Caretas, 25 mayo 2015.-

Los últimos encontronazos entre el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, y buena parte de los frenteamplistas exponen con bastante claridad la herida abierta entre la cúpula política y los votantes. Sin embargo, ni ese es el único punto por el que asoma el problema ni es, probablemente, su costado más serio.
Los últimos encontronazos entre el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, y buena parte de los frenteamplistas exponen con bastante claridad la herida abierta entre la cúpula política y los votantes. Sin embargo, ni ese es el único punto por el que asoma el problema ni es, probablemente, su costado más serio. Con bastante acierto, una columna publicada en el sitio web de La Diaria de este lunes y firmada por Felipe Berrutti y Diego León Pérez observa la paradoja de que la Mesa Política del partido que está en el gobierno emita una declaración para repudiar las palabras de un ministro, y no tome medidas más contundentes para asegurarse de que sea removido. Lo cierto es que, efectivamente, el Frente Amplio ha estado en el gobierno durante más de diez años, y si la política de verdad y justicia que su programa afirma impulsar no ha sido más comprometida, la conducción partidaria no puede chiflar y mirar para otro lado. En materia de derechos humanos, así como en materia de política económica, equidad, educación, vivienda y tantos otros temas discutidos en los congresos y plasmados en los programas, el Frente Amplio tiene la responsabilidad que tiene cualquier partido en el gobierno. Porque puede no haber contradicción, eventualmente, entre votar a un partido y luego hacerle un paro cuando está en el gobierno (el voto y la huelga son herramientas distintas, y una no es más válida que la otra), pero sí hay contradicción entre conducir el partido político que gobierna y poner cara de distraído cuando el gobierno no cumple con los compromisos electorales.

Personalmente, no estoy convencida de que la remoción del ministro Fernández Huidobro vaya a cambiar mucho una política de derechos humanos que lleva tanto tiempo. Retirar al ministro podría ser considerado “un gesto” (en el sentido en que “gesto” es un movimiento simbólico que anuncia un cambio de rumbo), pero poco más que eso. Y es notorio que en materia de esclarecimiento de los delitos cometidos durante la dictadura estaría faltando bastante más que un gesto.

Por otro lado, el evidente poder de cohesión que ese tema tiene para la izquierda no deja de ser, también, un arma de doble filo. Da la impresión de que sólo en torno a ese dolor, en torno a esa herida aún abierta puede aspirarse a la tan mentada unidad. O mejor: que sólo cuando el antagonista es claro se hace presente la unidad de la izquierda. Lucía Topolansky dijo, en plena campaña electoral hacia la primera vuelta de octubre, que el susto despertaría al mamado, y tuvo razón: el miedo a que ganara Luis Lacalle Pou (después se vería que ese riesgo nunca existió) acarreó mucha agua para el molino frenteamplista.

El problema es que el Frente Amplio es responsable, en buena medida, de ese distanciamiento entre la sociedad y la política. La inclinación a mantener los más amplios consensos, a despolitizar las medidas de gobierno, a disfrazar los antagonismos y a insistir en la gestión y al argumento de “lo posible” para no tomar medidas antipáticas o radicales, dio como resultado una ciudadanía poco inclinada a meter la nariz en la cuestión política. Pero no se puede gobernar para siempre confiando en el carisma de uno o dos líderes, y no se puede creer que una ciudadanía amansada a fuerza de créditos blandos y convocatorias al goce vaya a sostener un proyecto de gobierno que ni entiende, ni conoce bien. Se puede agitar el cuco de “lo menos malo” y tener suerte una o dos veces, pero la kermés no puede durar para siempre. Si la izquierda quiere seguir peleando el gobierno tiene que confiar más en la sociedad civil. Tiene que, al contrario de lo que ha hecho, restituir a la esfera de lo político todo acto de gobierno. Tiene que saber que, llegado el momento, no van a ser las fuerzas armadas las que le salven la petisa, sino una sociedad politizada y comprometida que haya hecho suyos los cambios y quiera defenderlos.

La izquierda tiene muchas cosas por discutir ahora mismo, además de la jefatura del ministerio de Defensa o la política de derechos humanos. El modelo de desarrollo, la dependencia de la inversión extranjera, la educación, la salud, la vivienda, las políticas de seguridad, el empleo y los salarios, en fin, una infinidad de asuntos sobre los que no puede seguir primando la estrategia de no hacer olas. Sobre todos estos temas, más temprano que tarde, se pedirán cuentas. Y nadie va a poder hacerse el distraído.



Caminamos juntos por Ayotzinapa
Caravana 43 llegó a Montevideo. Gráfico de Gabriel "Saracho" Carbajales








Cientos de personas participaron de la marcha convocada por la  Caravana 43 Sudamérica, compuesta por compañeros y familiares de los estudiantes desaparecidos en el estado de Guerrero, México. La marcha partió desde la Plaza Independencia y se dirigió hasta la Embajada de México en un intento de “globalizar la resistencia” contra el “narco gobierno” y sus “crímenes de Estado”.


La Caravana 43 Sudamérica partió a principios de mayo en una recorrida por Córdoba, Rosario y Buenos Aires, concretando su tercera edición.

Paraninfo de la Universidad

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Envío:ResumenLatinoamericano

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