Ante olvidos de la Historia …
Por Antonio
Angel Coria
De siempre, es responsabilidad mínima del militante
de la cuestión que, en tanto sujeto de la historia que decida comprometerse, no
desatender su formación y alentar la de quienes lo acompañen, como así también
de la comunidad en que se inserte. Más concretamente, si hablamos de la
actualidad y por la coyuntura que se nos presenta, la realidad de libertades
que vivimos en nuestra Patria ya no hay pretexto – como aquel que nos remitía a
la falta de 30.000 compañeros, por ejemplo – para, por lo menos, no “estar
informado”.
Lo
anterior, viene a propósito de errores u olvidos que acontecen alrededor de
determinados hechos y “personajes” de la historia nacional contemporánea. No encontramos
razón por la cual cada 16 de septiembre sólo hay referencias a la tragedia
platense conocida como “la noche de los lápices”, frente a cuya memoria no
podemos menos que aportar nuestras expresiones de adhesión a los actos
recordatorios.
Todo comenzó el oscuro 16 de
septiembre de 1955, en que una autodenominada “revolución libertadora” cívico
militar (fusiladora, la rebautizó el Pueblo) “puso en funcionamiento la
maquinaria del odio y la traición”, para concretar “la restauración
oligárquica”. Se cumplió, de tal modo, el objetivo iniciado tres meses antes,
el 16 de junio, con el criminal bombardeo aéreo perpetrado por aviones de la
marina y la aeronáutica sobre Plaza de Mayo, dejando un saldo de 4.500 (cuatro
mil quinientos) víctimas, como en noviembre de ese mismo año reconoce
oficialmente la marina (“Bicentenario de la Revolución de Mayo y la
emancipación americana”; pág. 337; Ed. Instituto Superior Doctor Arturo
Jauretche, Merlo, Pcia. de Bs. As., abril de 2010).
Con “la primera hora del 16
de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi (retirado meses antes del ejército por fragotero) acompañado por una decena de oficiales y civiles…
ingresó en la Escuela
de Artillería (ubicada en La Calera ,
Córdoba) donde se le facilitó el
acceso… entró al dormitorio del jefe de la unidad, lo intimó a sumarse a la
revolución y ante un amago de resistencia le descerrajó un balazo… previamente
había impartido esta consigna: hay que ser brutales y proceder con la máxima
energía…”, según informa María Sáenz Quesada en su libro “La libertadora”, al
dejar sentado que “con este hecho comenzó la revolución libertadora”.
En línea con lo escrito por
la sub directora de “Todo es Historia”, al recordar que “el alzamiento de
Córdoba no era obra exclusiva de militares” encontramos que “esa mañana, en la Casa Radical , los
dirigentes repartían las armas que les había proporcionado la fuerza aérea”.
Allí, un supuesto inofensivo médico, llegado poco tiempo atrás desde Pergamino
y amantísimo consumidor de té de peperina, firmó la convocatoria: “ciudadanos:
a la calle a defender la libertad, la democracia, la justicia y la paz…”. La
rúbrica estampada correspondió a Arturo Humberto Illia, el dirigente civil del
lugar. No estaba solo este “civil en acción”. Lo acompañaban “el coronel
Señorans y los capitanes de fragata Aldo Molinari y Palma”, como propaló en la
media tarde del 21, la por entonces clandestina “Radio la voz de la libertad”, instalada
en uno de los cuarteles de la sublevada Base Naval Puerto Belgrano, adyacente
de Punta Alta y que cada media hora
aproximadamente brindaba informes sobre la base de los recibidos desde los
“centros sublevados”.
Como
para que no quedaran dudas acerca del estricto cumplimiento de la consigna “hay
que ser brutales…” dada por Lonardi a sus esbirros y entender lo macabro de la
obra que se avecinada y las consecuencias que por décadas acarrearía – entre
ellas tristes días cuya referencia hicimos al principio – y sobre cuyo
conocimiento no debiéramos ser indiferentes, veamos qué nos dice una vieja
publicación naval militar (“Radio Base Naval de Puerto Belgrano, La voz de la
libertad”, obra impresa en noviembre de 1955, en talleres de imprenta propios
de la mencionada base, en la que se encuentran todos los textos – partes de
guerra, en realidad – propalados por dicha emisora entre el 16 y 23 de
septiembre de 1955).
Sin
especificar la hora de inicio de la insurrección naval, en sus primeros
párrafos el documento da cuenta que el 16 de septiembre “…la flota de mar se ha
sublevado” y hace público que “el almirante Isaac F. Rojas, embarcado con la Escuela Naval Militar
completa… informa que la marina de
guerra se encuentra sublevada en masa con la flota de mar… navegando a toda
máquina rumbo a Buenos Aires…” (págs 11, 13 y 14). Como las fuerzas golpistas de la marina sostenían
que “…las pretendidas mejoras sociales, producto de una avanzada legislación
obrera pletórica de improvisaciones, sólo existe en los papeles” y ellos, los
golpistas, llegaban para quitar las vendas de la pasión que cegaban al pueblo (María
Sáez Quesada, obra Cit., pág. 441) se nos ocurre una “rareza” la “infraestructura
educativa” que estaban dispuestos a aportar los predecesores de Onganía y
Videla; de Lanusse y Massera; de Martínez de Hoz y Cavallo.
Los “docentes” golpistas del
16 de septiembre de 1955, difundieron, como consta en documentación oficial
producida por ellos mismos y a la que se hace referencia, que su material
“didáctico” al día 17, está compuesto por “un torpedero, un patrullero, un
buque de desembarco de infantería y un buque de desembarco de tanques, un
submarino y otras nueve naves revolucionarias” (pág. 16), de las cuales, el día 19, a las 12,04, “el Crucero
A.R.A. 9 de de Julio (mismo que en estos días en el Tribunal Oral Federal
de Bahía Blanca es reiteradamente mencionado como ‘centro clandestino de
detención’ por víctimas secuestradas a partir del 24 de marzo de 1976) bombardeó instalaciones portuarias de Mar del
Plata y tanques de combustibles” de Y.P.F. (págs. 34 y 35), del mismo modo que el día anterior, a las 10 de la
mañana, junto al puente que sobre el río Colorado da límites a Río Negro y La Pampa , se bombardean desde
el aire y sin piedad instalaciones civiles (casas y galpones de almacenamiento
ferroviario) en la localidad de Río Colorado.
Por otro lado, sobre Punta
Alta, cuya población en un 80% labora en las instalaciones de Puerto Belgrano y
la Base Baterías ,
para que los obreros y jóvenes decididos a resistir el asalto gorila al poder
desistieran de sus intenciones patrióticas, al mediodía del 18 de septiembre y
desde el poderoso asentamiento naval, se les descargó un ultimátum (págs.
20 y 21 del documento reiteradamente citado): teniéndose “conocimiento que elementos civiles
irresponsables pretenden alterar el orden en la vecina localidad… el comando de
marina advierte a esos elementos que a la primera manifestación de hostilidad
se procederá a implantar la ley marcial… que de acuerdo con lo previsto en el
código militar… sin excepción de nacionalidad, clase, estado, condición o sexo…
se hará pasar por las armas a los culpables que no se entreguen a la primera
intimación o hagan uso de armas contra la autoridad…”. Como ocurriría nueve
meses después – los días de junio de 1956 – los sedientos de venganzas estaban
decididos a fusilar bajo la ilegalidad
de la ley marcial. Recién el “19 de septiembre, a las 03,20 el general de
división Lonardi, jefe del gobierno revolucionario” firma un escueto
bando/comunicado de dos artículos. Dice el “2º: (A) los que contravengan esta
disposición se les aplicará las penalidades de la ley marcial”. Ironía de la
historia: se aplicaba una ley que Perón había desechado noventa días antes.
Y para obligar a la rendición
de Perón, los sediciosos, que desde los primeros minutos del 21 de septiembre,
estando apostados sobre la calle Corrientes y apuntando sus cañones sobre un
viejo edificio de la esquina señalada como San Martín 392, pleno centro urbano
porteño, sede de la organización Alianza Libertadora Nacionalista, plantearon
un feroz combate. Allí “600 (seiscientos) hombres poderosamente armados han
sido totalmente barridos” (págs. 49, 50 y 51). Las llamas, que “alcanzaban gran altura” fueron provocadas por “la acción con tanques
y armas pesadas”, afectaron gravemente edificios contiguos, como el del diario La Nación. Aquí , “a las 03,00
horas desapareció el peligro de incendio”.
Era una muestra, lo anterior
– “brutales”, como había ordenado Lonardi –
de todo a lo que estaban decididos los asesinos desatados el 16 de
septiembre de 1955. En el mismo texto oficial de las fuerzas sublevadas que
hemos venido haciendo referencia, se lee esto que compartimos: “Para
conocimiento de todos los argentinos la flota de mar, constituida por cruceros,
torpederos y fragatas, avanza a toda máquina sobre Buenos Aires en formación de
combate… su poder ofensivo no se compara con ningún otro en el país… la
descripción del armamento de uno solo de dichos cruceros da una idea de su
inmenso poder destructor… su artillería pesada de 15 cañones de 15 centímetros de
calibre puede disparar una andanada cada 10 segundos o sea en total 90
proyectiles por minuto… considerando que cada proyectil pesa 50 kilogramos , esto
significa cuatro toneladas y media de explosivos por minuto… si agregamos que
dicho bombardeo puede efectuarse desde más de 20 kilómetros de
distancia con precisión escrupulosa, cabe pensar cuáles pueden ser los
resultados de un ataque semejante… el blanco queda totalmente reducido a
escombros” (pág. 97 y 98). Comparemos estas cifras, arrojadas por minuto, con
las 12 toneladas de bombas que arrojaron durante las horas del ataque sobre
Plaza de Mayo noventa días antes, el 16 de junio. Con semejante mentalidad de
criminales y durante una semana, a partir del 16 de septiembre de 1955, los
enemigos del Pueblo y la Nación
abrieron picada a la locura vendepatria y genocida. Hoy, de todas sus felonías
y responsabilidades, rinden cuenta en los estrados de la Justicia.
En el inventario de
acusaciones no debieran estar ausentes perlitas como las alegremente descriptas
al mediodía del 23, cuando ya la caída del Peronismo era inexorable: el dólar
se disparó. “El valor de la moneda, es fundamentalmente, el valor que asigna el
mundo a la capacidad de un pueblo (habría que preguntar hoy su opinión a los griegos), a la estabilidad de sus instituciones, a la
fortaleza de su economía, al grado de libertad de las iniciativas privadas, al
grado de libertad de las organizaciones sindicales, esto es, al grado de
libertad de trabajo, al grado de respeto a los bienes privados, a la discreción
o ligereza en el manejo de los gastos públicos o inestabilidad de su paz
interna” (pág. 63). Sigue entusiasmado el relato porque “el mundo
valora todo esto como que ha alcanzado un más alto nivel… a menos de una semana
del régimen anterior”. En tan sólo seis días después de iniciada la trágica
marcha golpista del 16 de septiembre de 1955, de 7,50 pesos moneda nacional, el
dólar andaba en veintinueve pesos. ¡Y eso, que aún Raúl Prebisch no había
anunciado su “Plan de retorno al coloniaje”!, según calificara al plan de la
tiranía Don Arturo Jauretche.
La suma de lo vivido durante
tantos años por el conjunto del Pueblo argentino, desde aquel aciago 16 de
septiembre – cuya recordación en 1976 no sería descabellado mirarla como fecha que
los nuevos tiranos eligieran no por azar para desatar la represión sobre
jóvenes militantes peronistas de la escuelas secundarias platenses, cuya
identidad partidaria raras veces se la recuerda y a ellos mismos no se los
vincula como herederos de los resistentes del ’55, arrinconándolos (¡aaajjj,
qué asco la política!) como chicos inocentes que reclamaban un boleto – nos
lleva a plantearnos, por lo menos, en la pretensión de ser sujetos de la Historia , “estar
informados”. Consecuentemente y para no desperdiciar enseñanzas en esto de la
formación y la información, en el camino de la batalla cultural que aporte a la
adopción y profundización de medidas que hagan a “la felicidad del Pueblo y la
grandeza de la Nación ”,
vayamos a lo que nos dejó dicho Rodolfo Jorge Walsh en 1969: “nuestras
clases dominantes procuran siempre que los trabajadores no tengamos historia,
no tengamos héroes ni mártires… pretenden que cada lucha empiece de nuevo,
separada de las luchas anteriores… así, la experiencia colectiva se pierde, las
lecciones se olvidan... así la
Historia quedará como propiedad privada de dueños que son los
dueños de todas las otras cosas”. Y nosotros, el pueblo argentino en su
conjunto, nos pretendemos “artífices de nuestro propio destino”. (©SEÑALES POPULARES, desde NEUQUÉN, 16 de septiembre de
2011)
Con saludos cordiales,
Agrupación Señales Populares
en la Región Comahue

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