18 de septiembre de 2015

DIFUSIÓN.



Ante olvidos de la Historia
Por Antonio Angel Coria

De siempre, es responsabilidad mínima del militante de la cuestión que, en tanto sujeto de la historia que decida comprometerse, no desatender su formación y alentar la de quienes lo acompañen, como así también de la comunidad en que se inserte. Más concretamente, si hablamos de la actualidad y por la coyuntura que se nos presenta, la realidad de libertades que vivimos en nuestra Patria ya no hay pretexto – como aquel que nos remitía a la falta de 30.000 compañeros, por ejemplo – para, por lo menos, no “estar informado”.
         Lo anterior, viene a propósito de errores u olvidos que acontecen alrededor de determinados hechos y “personajes” de la historia nacional contemporánea. No encontramos razón por la cual cada 16 de septiembre sólo hay referencias a la tragedia platense conocida como “la noche de los lápices”, frente a cuya memoria no podemos menos que aportar nuestras expresiones de adhesión a los actos recordatorios.
Todo comenzó el oscuro 16 de septiembre de 1955, en que una autodenominada “revolución libertadora” cívico militar (fusiladora, la rebautizó el Pueblo) “puso en funcionamiento la maquinaria del odio y la traición”, para concretar “la restauración oligárquica”. Se cumplió, de tal modo, el objetivo iniciado tres meses antes, el 16 de junio, con el criminal bombardeo aéreo perpetrado por aviones de la marina y la aeronáutica sobre Plaza de Mayo, dejando un saldo de 4.500 (cuatro mil quinientos) víctimas, como en noviembre de ese mismo año reconoce oficialmente la marina (“Bicentenario de la Revolución de Mayo y la emancipación americana”; pág. 337; Ed. Instituto Superior Doctor Arturo Jauretche, Merlo, Pcia. de Bs. As., abril de 2010).
Con “la primera hora del 16 de septiembre de 1955, el general Eduardo Lonardi (retirado meses antes del ejército por fragotero) acompañado por una decena de oficiales y civiles… ingresó en la Escuela de Artillería (ubicada en La Calera, Córdoba)  donde se le facilitó el acceso… entró al dormitorio del jefe de la unidad, lo intimó a sumarse a la revolución y ante un amago de resistencia le descerrajó un balazo… previamente había impartido esta consigna: hay que ser brutales y proceder con la máxima energía…”, según informa María Sáenz Quesada en su libro “La libertadora”, al dejar sentado que “con este hecho comenzó la revolución libertadora”.
En línea con lo escrito por la sub directora de “Todo es Historia”, al recordar que “el alzamiento de Córdoba no era obra exclusiva de militares” encontramos que “esa mañana, en la Casa Radical, los dirigentes repartían las armas que les había proporcionado la fuerza aérea”. Allí, un supuesto inofensivo médico, llegado poco tiempo atrás desde Pergamino y amantísimo consumidor de té de peperina, firmó la convocatoria: “ciudadanos: a la calle a defender la libertad, la democracia, la justicia y la paz…”. La rúbrica estampada correspondió a Arturo Humberto Illia, el dirigente civil del lugar. No estaba solo este “civil en acción”. Lo acompañaban “el coronel Señorans y los capitanes de fragata Aldo Molinari y Palma”, como propaló en la media tarde del 21, la por entonces clandestina “Radio la voz de la libertad”, instalada en uno de los cuarteles de la sublevada Base Naval Puerto Belgrano, adyacente de Punta Alta y que cada media  hora aproximadamente brindaba informes sobre la base de los recibidos desde los “centros sublevados”. 
         Como para que no quedaran dudas acerca del estricto cumplimiento de la consigna “hay que ser brutales…” dada por Lonardi a sus esbirros y entender lo macabro de la obra que se avecinada y las consecuencias que por décadas acarrearía – entre ellas tristes días cuya referencia hicimos al principio – y sobre cuyo conocimiento no debiéramos ser indiferentes, veamos qué nos dice una vieja publicación naval militar (“Radio Base Naval de Puerto Belgrano, La voz de la libertad”, obra impresa en noviembre de 1955, en talleres de imprenta propios de la mencionada base, en la que se encuentran todos los textos – partes de guerra, en realidad – propalados por dicha emisora entre el 16 y 23 de septiembre de 1955).
         Sin especificar la hora de inicio de la insurrección naval, en sus primeros párrafos el documento da cuenta que el 16 de septiembre “…la flota de mar se ha sublevado” y hace público que “el almirante Isaac F. Rojas, embarcado con la Escuela Naval Militar completa…  informa que la marina de guerra se encuentra sublevada en masa con la flota de mar… navegando a toda máquina rumbo a Buenos Aires…” (págs 11, 13 y 14). Como las fuerzas golpistas de la marina sostenían que “…las pretendidas mejoras sociales, producto de una avanzada legislación obrera pletórica de improvisaciones, sólo existe en los papeles” y ellos, los golpistas, llegaban para quitar las vendas de la pasión que cegaban al pueblo (María Sáez Quesada, obra Cit., pág. 441)  se nos ocurre una “rareza” la “infraestructura educativa” que estaban dispuestos a aportar los predecesores de Onganía y Videla; de Lanusse y Massera; de Martínez de Hoz y Cavallo.
Los “docentes” golpistas del 16 de septiembre de 1955, difundieron, como consta en documentación oficial producida por ellos mismos y a la que se hace referencia, que su material “didáctico” al día 17, está compuesto por “un torpedero, un patrullero, un buque de desembarco de infantería y un buque de desembarco de tanques, un submarino y otras nueve naves revolucionarias” (pág. 16), de las cuales, el día 19, a las 12,04, “el Crucero A.R.A. 9 de de Julio (mismo que en estos días en el Tribunal Oral Federal de Bahía Blanca es reiteradamente mencionado como ‘centro clandestino de detención’ por víctimas secuestradas a partir del 24 de marzo de 1976)  bombardeó instalaciones portuarias de Mar del Plata y tanques de combustibles” de Y.P.F. (págs. 34 y 35), del mismo modo que el día anterior, a las 10 de la mañana, junto al puente que sobre el río Colorado da límites a Río Negro y La Pampa, se bombardean desde el aire y sin piedad instalaciones civiles (casas y galpones de almacenamiento ferroviario) en la localidad de Río Colorado.
Por otro lado, sobre Punta Alta, cuya población en un 80% labora en las instalaciones de Puerto Belgrano y la Base Baterías, para que los obreros y jóvenes decididos a resistir el asalto gorila al poder desistieran de sus intenciones patrióticas, al mediodía del 18 de septiembre y desde el poderoso asentamiento naval, se les descargó un ultimátum (págs. 20 y 21 del documento reiteradamente citado): teniéndose “conocimiento que elementos civiles irresponsables pretenden alterar el orden en la vecina localidad… el comando de marina advierte a esos elementos que a la primera manifestación de hostilidad se procederá a implantar la ley marcial… que de acuerdo con lo previsto en el código militar… sin excepción de nacionalidad, clase, estado, condición o sexo… se hará pasar por las armas a los culpables que no se entreguen a la primera intimación o hagan uso de armas contra la autoridad…”. Como ocurriría nueve meses después – los días de junio de 1956 – los sedientos de venganzas estaban decididos a  fusilar bajo la ilegalidad de la ley marcial. Recién el “19 de septiembre, a las 03,20 el general de división Lonardi, jefe del gobierno revolucionario” firma un escueto bando/comunicado de dos artículos. Dice el “2º: (A) los que contravengan esta disposición se les aplicará las penalidades de la ley marcial”. Ironía de la historia: se aplicaba una ley que Perón había desechado noventa días antes.
Y para obligar a la rendición de Perón, los sediciosos, que desde los primeros minutos del 21 de septiembre, estando apostados sobre la calle Corrientes y apuntando sus cañones sobre un viejo edificio de la esquina señalada como San Martín 392, pleno centro urbano porteño, sede de la organización Alianza Libertadora Nacionalista, plantearon un feroz combate. Allí “600 (seiscientos) hombres poderosamente armados han sido totalmente barridos” (págs. 49, 50 y 51). Las llamas, que “alcanzaban gran altura”  fueron provocadas por “la acción con tanques y armas pesadas”, afectaron gravemente edificios contiguos, como el del diario La Nación. Aquí, “a las 03,00 horas desapareció el peligro de incendio”.
Era una muestra, lo anterior – “brutales”, como había ordenado Lonardi –  de todo a lo que estaban decididos los asesinos desatados el 16 de septiembre de 1955. En el mismo texto oficial de las fuerzas sublevadas que hemos venido haciendo referencia, se lee esto que compartimos: “Para conocimiento de todos los argentinos la flota de mar, constituida por cruceros, torpederos y fragatas, avanza a toda máquina sobre Buenos Aires en formación de combate… su poder ofensivo no se compara con ningún otro en el país… la descripción del armamento de uno solo de dichos cruceros da una idea de su inmenso poder destructor… su artillería pesada de 15 cañones de 15 centímetros de calibre puede disparar una andanada cada 10 segundos o sea en total 90 proyectiles por minuto… considerando que cada proyectil pesa 50 kilogramos, esto significa cuatro toneladas y media de explosivos por minuto… si agregamos que dicho bombardeo puede efectuarse desde más de 20 kilómetros de distancia con precisión escrupulosa, cabe pensar cuáles pueden ser los resultados de un ataque semejante… el blanco queda totalmente reducido a escombros” (pág. 97 y 98). Comparemos estas cifras, arrojadas por minuto, con las 12 toneladas de bombas que arrojaron durante las horas del ataque sobre Plaza de Mayo noventa días antes, el 16 de junio. Con semejante mentalidad de criminales y durante una semana, a partir del 16 de septiembre de 1955, los enemigos del Pueblo y la Nación abrieron picada a la locura vendepatria y genocida. Hoy, de todas sus felonías y responsabilidades, rinden cuenta en los estrados de la Justicia. 
En el inventario de acusaciones no debieran estar ausentes perlitas como las alegremente descriptas al mediodía del 23, cuando ya la caída del Peronismo era inexorable: el dólar se disparó. “El valor de la moneda, es fundamentalmente, el valor que asigna el mundo a la capacidad de un pueblo (habría que preguntar hoy su opinión a los griegos), a la estabilidad de sus instituciones, a la fortaleza de su economía, al grado de libertad de las iniciativas privadas, al grado de libertad de las organizaciones sindicales, esto es, al grado de libertad de trabajo, al grado de respeto a los bienes privados, a la discreción o ligereza en el manejo de los gastos públicos o inestabilidad de su paz interna” (pág. 63). Sigue entusiasmado el relato porque “el mundo valora todo esto como que ha alcanzado un más alto nivel… a menos de una semana del régimen anterior”. En tan sólo seis días después de iniciada la trágica marcha golpista del 16 de septiembre de 1955, de 7,50 pesos moneda nacional, el dólar andaba en veintinueve pesos. ¡Y eso, que aún Raúl Prebisch no había anunciado su “Plan de retorno al coloniaje”!, según calificara al plan de la tiranía Don Arturo Jauretche.
La suma de lo vivido durante tantos años por el conjunto del Pueblo argentino, desde aquel aciago 16 de septiembre – cuya recordación en 1976 no sería descabellado mirarla como fecha que los nuevos tiranos eligieran no por azar para desatar la represión sobre jóvenes militantes peronistas de la escuelas secundarias platenses, cuya identidad partidaria raras veces se la recuerda y a ellos mismos no se los vincula como herederos de los resistentes del ’55, arrinconándolos (¡aaajjj, qué asco la política!) como chicos inocentes que reclamaban un boleto – nos lleva a plantearnos, por lo menos, en la pretensión de ser sujetos de la Historia, “estar informados”. Consecuentemente y para no desperdiciar enseñanzas en esto de la formación y la información, en el camino de la batalla cultural que aporte a la adopción y profundización de medidas que hagan a “la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación”, vayamos a lo que nos dejó dicho Rodolfo Jorge Walsh en 1969: “nuestras clases dominantes procuran siempre que los trabajadores no tengamos historia, no tengamos héroes ni mártires… pretenden que cada lucha empiece de nuevo, separada de las luchas anteriores… así, la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan... así la Historia quedará como propiedad privada de dueños que son los dueños de todas las otras cosas”. Y nosotros, el pueblo argentino en su conjunto, nos pretendemos “artífices de nuestro propio destino”. (©SEÑALES POPULARES, desde NEUQUÉN, 16 de septiembre de 2011)



Con saludos cordiales,
Agrupación Señales Populares
 en la Región Comahue


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