9 de septiembre de 2015

ROSARIO: LA VIGIL y LOS SUEÑOS QUE NO PUDIERON DESTRUIR - EL CASO VIGIL de NATALIA GARCÍA.

La Vigil y los sueños que no pudieron destruir 

El edificio de la Biblioteca Vigil fue señalizado como Sitio de Memoria y se suma a los 12 restantes de la provincia. Un reconocimiento más que destacado para un espacio que fue víctima de genocidio cultural durante la dictadura. En esta crónica, enREDando comparte un recorrido por el espacio, sus rincones y su historia.
Por Carina Toso 
A la derecha del ingreso a la Biblioteca Vigil, por calle Alem, la placa que la señalizará como Sitio de Memoria todavía se encuentra oculta bajo la lona verde. El acto oficial será más tarde y entre funcionarios públicos y miembros de la actual y la anterior Comisión Directiva, la descubrirán sobre el final.

Al interior de la institución, un grupo de chicos está reunido alrededor de una mesa mientras se organizan los últimos detalles para el evento. El viernes 4 de septiembre será un día especial para la Vigil. El reconocimiento ayuda a reconstruir la historia de este espacio en el que la dictadura desató gran parte del terror contra directivos, contra libros, contra la educación.

Fue un genocidio cultural. Un desguace de un proyecto educativo innovador para aquellos tiempos. Tras su intervención, en 1977, todo lo que la barriada de La Tablada y Villa Manuelita había construido en la esquina de Alem y Gaboto, fue masacrado. El edificio, los proyectos, los sueños.

Antes del protocolo y las cuestiones formales, miembros de la hoy recuperada Biblioteca Vigil propusieron un recorrido por el edificio y su historia. Estudiantes, periodistas, ex alumnos, turistas, estaban ahí esperando caminarlos. Natalia García, investigadora del Conicet quien llegó a la biblioteca para hacer su doctorado y decidió quedarse, invita a dar comienzo a un paseo que transitará por anécdotas divertidas y momentos dolorosos. 

Primera parada: la sala de lectura 
Sobre la mesa de la sala principal hay muchos libros. Todos llevan el sello de la Editorial C.C. Vigil. Son sobrevivientes. Están viejos y amarillos pero salieron airosos. Escaparon del fuego.

El primer ladrillo cultural lo colocaron cuando fundaron una Asociación Vecinal entre los barrios la Tablada y Villa Manuelita. En 1933 tenían una modesta biblioteca popular. “Querían elevar la cultura al pueblo y tener su propia infraestructura”, dice Natalia. Y pusieron manos a la obra. Veinte años después, muchos se sumaron para dictar en ese lugar talleres de pintura, poesía y dibujo. Había charlas y conferencias. Para juntar fondos se organizaban los bailes populares. Pero no era suficiente, entonces surgió la conocida “rifa de la Vigil”. Se pagaba en cuotas y el premio estrella en ese momento era una moto Puma. Años después fue superado por autos, departamentos y viajes por el mundo. La transparencia en el destino de los fondos estaba reflejada en obras de todo tipo. Ya no era una vecinal, sino una institución que estaba decidida a crecer.

Para mediados de los ’60 los vendedores de rifa eran 3000 y los cobradores 500. Y el espacio siguió ampliándose: se abrió un jardín de infantes, la escuela primaria con doble escolaridad, el secundario, todo un proyecto pedagógico destacado. Una Universidad Popular. Más: una escuela de astronomía, talleres de vanguardias artísticas, un departamento de taxidermia y un museo de ciencias naturales. Una imprenta. Un centro cultural deportivo.

Se aventuraron también en crear pymes: talleres de automotores, una carpintería (en ellas se construyeron los pupitres para las aulas de las escuelas, estratégicamente pensados para que puedan armar al juntarse una mesa redonda), un departamento de construcción y otro de herrería. La Vigil tenía en ese momento la grúa más alta de Latinoamérica.

Con el tiempo se tecnificaron para imprimir y gestionar los bonos de la rifa: compraron computadoras IBM360 para que todo salga a la perfección. Eran de las pocas que había en la ciudad.

Las distintas actividades eran cada vez más y se conformó una comisión directiva. Los socios a fines de los ‘60 eran más de 19.500 (más que Rosario Central en ese momento) y 600 los empleados. En Gaboto 450 se construyó la biblioteca central. Había una sala para niños y otra para adultos. Los préstamos de libros y las consultas diarias eran entre 1000 y 1200.

No pasó mucho tiempo para que se geste la idea de tener su propia editorial e imprenta: de allí salieron 92 títulos que se editaron en diferentes colecciones, con más de dos millones de ejemplares impresos. Editaba a nobeles (Pedrani, Saer y Urondo, entre otros) y a desconocidos.

Intentaban no perder como horizonte a la barriada, el trabajo siempre estaba apuntado a los sectores populares. Por eso decidieron hacer encuestas para armar una agenda temática sobre los problemas y los intereses barriales. Esto se vio reflejado en la Colección Apuntes. Los borradores eran leídos por la gente del barrio que aportaban sus sugerencias, se tomaban en cuenta y se sumaban.

Segunda parada, varios pisos más arriba: la terraza y el observatorio astronómico: 
¿Por qué no? se preguntaron y lo construyeron. Eran tiempos de personas lanzadas al espacio; del auge de la astronomía. Se fundó en 1968. Blanca y circular se levanta su cúpula que puede contemplarse desde la terraza. Desde allí también se observa una gran parte de la ciudad. Por dentro, la cúpula muestra el paso del tiempo. El telescopio ya no hace seguimientos de proyecciones solares ni lunares.

Después de su instalación, en 1968, los rumores por fuera del barrio comenzaron a correr. La llamaban “la biblioteca roja”. Un taxista, una vez le comentó a un investigador que trasladó hasta el edificio y quien justamente iba a trabajar al observatorio, que “desde ese hongo se hacían transmisiones para comunicarse con los rusos”. “Porque acá son todos comunistas”, remató. Para la gente de la zona y para los miembros de la Vigil era un “tajo en el cielo que se abrió en la zona sur de la ciudad”.

Las historias van y vienen en este recorrido. Y una tiene como protagonista a la lente del telescopio. La habían traído de Alemania. En 1979 y con los uniformes ya dentro de la Vigil, desapareció. Los militares intentaron culpar a los alumnos de la escuela del robo que ellos mismos habían perpetrado. Los amenazaron, los apretaron. “Ya tenemos una pista, sabemos que el que la robó usaba zapatillas Topper, porque dejó una marca en la pared”, les dijeron. Todos entraron en pánico mientras miraban sus pies: es que la mayoría tenía zapatillas Topper.

Tercera parada: un pasillo y un muro
Los genocidas siempre fueron especialistas en levantar muros, de los que sea. Y eso hicieron en este edificio que fue construido para que todos los espacios estén comunicados: levantaron muros. Levantaron tantos, que el monta libros quedó afuera de la biblioteca, en un pasillo largo y oscuro. 

Cuarta parada: la sala de teatro

Cortinas azules, un telón oscuro y sillas rojas. Abajo del escenario, una sala de ensayo de la misma dimensión. Hoy es uno de los espacios que ya está nuevamente en marcha y ofrece una programación propia a los vecinos del barrio y de la ciudad. Cuando los militares saquearon el edificio, estaba a medio construir. El piso de pinotea, las calderas para calefaccionar, la iluminaria y los aires acondicionados todavía no estaban colocados. Se los llevaron como estaban: aún embalados.

Quinta parada: el sótano 


De todos los espacios de la Vigil, es del que menos se conoce en cuanto a lo que pudo haber sucedido allí, a fines de los ’70. Lo que sí se sabe es que hasta allí llevaban todo lo que saqueaban en los operativo, para luego sacarlos en camiones por la rampa que sale a calle Gaboto. Había hornos en los que incineraban los libros, se estima que unos 60 mil o incluso más.

Hasta hace poco tiempo el sótano estuvo bajo agua. Una vez que la Asamblea de Socios recuperó la llave del edificio, en diciembre de 2013, lo drenaron.

Está oscuro, húmedo y triste. Seguramente, muchas verdades estén por descubrirse en ese lugar. Hay un auto, lleno de polvo. No pertenece a nadie, o en realidad sí, pero esto es parte de la investigación judicial, así como también, la posibilidad de que este sótano haya sido utilizado como lugar de tránsito de detenidos-desparecidos.

Aquí surgen los recuerdos más duros de la destrucción cultural de la que fue la Vigil. Es como si retumbaran los gritos de la patota de Feced que el 25 de febrero de 1977 ingresó abruptamente al edificio diciendo que, por decreto provincial y nacional, la biblioteca estaba intervenida. Mientras, la Marina rodeaba la manzana.

Meses después, ocho miembros de la Comisión Directiva fueron detenidos y trasladados al Pozo, CCD que funcionaba en Dorrego y San Lorenzo. Después pasaron a condición de presos políticos hasta ser liberados. Más de una veintena de socios, empleados, docentes, cooperadores y alumnos fueron asesinados o permanecen desaparecidos.

Los interventores cerraron la biblioteca y la editorial, expropiaron y destruyeron cuanto pudieron. Jugaron al tiro al blanco con los animales embalsamados del Museo de Ciencias Naturales. Remataron todas las herramientas de los talleres. Destruyeron la Universidad Popular, la guardería y maternidad. Mantuvieron las escuelas para hacer una depuración ideológica: ingresaron nuevos docentes con una mirada sobre la educación totalmente diferente. La vaciaron de contenidos. “El negrito que quiera tocar el piano que se lo compre”, gritaban.

Pero hoy la Vigil está en pie. Rearmándose. Reconstruyéndose. Soñándose en un nuevo tiempo. Recuperó su edificio principal, su editorial está renaciendo de las cenizas, el teatro, la rifa, los talleres y cursos, la biblioteca. Y todo se logró en apenas un año y medio.

“Este reconocimiento permite continuar hoy al menos haciéndonos preguntas y con preguntas nuevas. Qué podemos soñar y qué podemos seguir construyendo”, dice Celina Duri, presidenta de la actual comisión directiva de la biblioteca.“Poder recuperar y marcar este sitio para que toda la ciudad conozca lo que aquí sucedió nos parece fundamental”, señala Nadia Schjman, directora provincial de la Memoria. “No importa a qué partido político pertenezcamos, debemos unirnos para defender la democracia. Es nuestro compromiso”, agrega Judith Said, directora de la red federal de Sitios de Memoria de la Nación. “Lo importante es que el proyecto tiene continuidad a pesar de que quisieron truncarlo, los que siguen harán las obras que nosotros no pudimos terminar”, dice, por su parte, Augusto Duri, uno de los iniciadores del proyecto de la Vigil y sobreviviente del terrorismo del Estado.

La placa finalmente es descubierta. Ahora, el edificio de Alem y Gaboto luce orgulloso la estampa que la define como un nuevo sitio de la Memoria.
Fuente:enREDando.org.ar




EL CASO VIGIL, DE NATALIA GARCIA. 
Cómo y quiénes la hicieron La investigadora desmonta el fetiche historiográfico llamado "la Vigil" cartografiando el mapa de la materialidad de su producción. Cuestionando mitos, su relato tensiona el presente como quien comparte un código abierto.
Por Beatriz Vignoli 



La investigadora Natalia García, doctora en Educación por la Universidad Nacional de Entre Ríos. 
Revisar las condiciones determinantes de un hecho histórico es un acto que contribuye a descongelarlo como icono para relanzarlo como posibilidad. Esto hace Natalia García en su libro El caso Vigil: desmontar el fetiche historiográfico llamado "la Vigil" y cartografiar el mapa de la materialidad de su producción. Reemplazar la pregunta esencialista (¿qué es esto?) por la fenomenológica: ¿cómo fue posible? ¿Cuándo, dónde? y sobre todo, ¿quiénes lo hicieron posible y quiénes eran (allá en el barrio, por entonces) estos que lo hicieron posible?

Cuestionando mitos, su nuevo relato tensiona el presente como quien comparte un código abierto, en tanto documenta esta creación con registros concretos y en la voz de sus protagonistas. Reabre el caso, interroga la novela institucional, relativiza el mito fundacional del demiurgo solitario y vuelve a situar a los actores individuales en una trama social y política, de la que cada cual participó y participa aún con sus propias singularidades, pero de la que resulta indisociable.

Natalia García es profesora en Ciencias de la Educación graduada en la Universidad Nacional de Rosario y doctora en Educación por la Universidad Nacional de Entre Ríos. Su libro El caso Vigil: Historia sociocultural, política y educativa de la Biblioteca Vigil (1933-1981) nació precisamente como su tesis doctoral en la UNER. La investigación de años que lo sustenta fue realizada con dos becas del Conicet, una con sede en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNR y otra en el marco de dicho doctorado. Es uno de los primeros tres libros publicados por la nueva editorial de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, Fhumyar ediciones, que lo presentó el miércoles 2 en el más indicado de los lugares: el teatro Saulo Benavente de Alem y Gaboto, el edificio de la Vigil.

Allí abrió la lista de oradores Antonia Frutos, más conocida como Checha. Referente histórica de la institución fundada en 1959, emocionó con su testimonio sobre un quehacer colectivo donde todos tenían voz, todos tenían lugar y cada cual se sentaba donde quería. Luego el profesor de Letras Fernando Avendaño, director del Instituto Rosarino de Investigaciones en Ciencias de la Educación (Irice), destacó el valor y el sentido de que el trabajo se remonte al fenómeno del vecinalismo de las décadas del 20 y del 30, a las que caracterizó como una etapa de "construcción de sociedad civil". Para ilustrar el "progreso casi sin límites del proyecto Vigil" al que la autora dedica la primera mitad del libro, dio un dato duro: mil quinientos millones de pesos fue el excedente que el ejercicio contable de 1972 arrojó gracias a la venta del bono contribución conocido como la rifa de la Vigil; cifra que se invertiría en la edición de libros por la Editorial Biblioteca, una Universidad Popular y otros proyectos. En 1977, la Vigil fue intervenida por la última dictadura militar; se "reactivó" en 2014.

También hablaron la autora y Rubén Chababo, director del Programa Editorial de Fhumyar. Natalia García es docente investigadora en la cátedra Historia Socio Política del Sistema Educativo Argentino de la Escuela de Ciencias de la Educación y miembro de HEAR, Centro de estudios en Historia de la Educación Argentina Reciente de la Facultad de Humanidades y Artes (UNR). Otros libros de Fhumyar ediciones son Mercaderes de Mar y Tierra de Elsa Caula, La salud de los trabajadores de Gloria Rodríguez, y la serie Cuadernos de Trabajo.

A partir de la alegórica cubierta ilustrada por la artista rosarina Claudia Del Río en una paleta y un estilo evocadores de los libros infantiles de Constancio C. Vigil, zambullirse en estas 418 páginas de historia reciente local es una aventura transformadora. Desde esa "C." en el nombre de la Biblioteca Popular que fue elegido por consulta vecinal (irónicamente, en una de sus dos versiones fue el de uno de sus "enemigos", presidente honorario de Editorial Atlántida) hasta la carta elogiosa de Juan Domingo Perón el 21 de abril de 1971, cada detalle es novelesco. García desmonta la figura mítica del "carbonero analfabeto" que Rubén Naranjo (llegado en 1963 desde el centro, desde el comunismo y desde la UNR a un ámbito filoperonista barrial) instaurara como héroe, y rescata del olvido la figura del docente Gregorio Larrosa: él entusiasmó a los "jóvenes entusiastas" que durante las décadas del 60 y 70 desarrollarían en barrio Tablada uno de los proyectos de educación popular más importantes de América Latina.

Investigar la novela institucional de un colectivo social se parece al fin bastante a diseccionar lo que Freud llamaba la "novela familiar" de un sujeto en análisis: aquí también, la represión efectuada por el olvido produce el devastador efecto de la repetición.
Fuente:Rosario12

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