Rodolfo Jorge Walsh, ejemplo ([1])
para los que se animen
por ANTONIO ANGEL CORIA
“Ahora, cuando Walsh ya ingresó a la historia de los hombres éticos y valientes, muchos intelectuales de café, teóricos de sobremesa, aguerridos editorialistas de fin de semana y charlatanes de cátedra, lo recuerdan y recomiendan sus textos. La mayoría de estos memoriosos tardíos, lo único que no recuerda mencionar, es que Rodolfo vivió y murió como un peronista revolucionario”. Entre tantos viudos de Walsh que pontifican desde el púlpito mediático o la cátedra, movidos por los dictados de modas consumistas que les arrima el poder en su afán de deglutir verdades históricas y paradigmas de lo nacional y social (“nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires”, denunció en 1970 como rescata Roberto Baschetti en “Rodolfo Walsh, vivo”) no imagino caras de alegría con esto que hace un par de semanas escribió Roberto Bardini – periodista y escritor argentino especializado en cuestiones latinoamericanas y nacionales de nuestro país que generalmente no figuran en las agendas de la superestructura del sistema – para Bambú Press y Argenpress, dos agencias de noticias.
La descripción de Tito, coincidente con lo que hace ya un buen tiempo vengo sosteniendo sobre el tratamiento que se le da a la trayectoria y la obra del rionegrino (se busca convertirla objeto de consumo) incitó a la memoria. Surgen de ella Lita Vidal (a quien la leucemia tronchó en plena primavera), Susana Legal, Pirucha Verda, Celia Chavero, Bernal, Carratalá, Carlos Suanno, Bocha Videla, Mayol. Formábamos un compacto confidente grupo de compañeros del tercer año en la escuela secundaria y peronistas, cuando, sería a mediados de ese mismo año 1957, Mayol se presentó a clase ¡con una bomba!
Emocionado llegó al colegio; nos pusimos a mirarla atrás del mostrador del kiosco de Ibarra, que yo le atendía mientras él preparaba los sándwiches del recreo. Se la había pasado “el señor del kiosco Gómez”. Más que de lo que veíamos en ese momento, teníamos presente, con indignación, más que con dolor, que para los socialistas “se acabó la leche de la clemencia: la letra con sangre entra”, según titulara el periódico “La Vanguardia” a la semana de los fusilamientos, la información sobre el crimen cometido por la “revolución libertadora” y cuya ejecución ordenaran el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaacs Francisco Rojas. Con lo que traía Mayol, empezaba el camino del esclarecimiento.
Mansa, pero firmemente igual que suelen hacer los humildes cuando les estalla el hartazgo, desde el rinconcito del aula en que estaba hundido su pupitre, saltó como Uturunco* rugiendo estentóreo “¡no mienta doctor!”, al profesor de “educación democrática” que en términos poco felices y nada académicos como para dirigirse a sus jóvenes alumnos, calificaba de “forajidos” y “tiránicos” a los patriotas fusilados, en junio de 1956, escasamente hacía un año. De entre sus ropas, Mayol empezó a desenvolver sin miramientos el punto final al palabrerío gorila. Ya nunca más podrían mentir, ni los “catedráticos” locales, ni la “intelligentzia” importada – cómplices en la destrucción y el genocidio, Gino Germani de Italia, Remus Tetu de Rumania, Aziz U Rahaman de la India – con que los “libertadores” septembrinos buscaron imponer la cultura de la dependencia y la opresión.
¡Allí estaba escrito! ¡En “Mayoría”!.
Publicación semanal nacionalista de oposición a la tiranía, sus páginas, que fueron generoso espacio periodístico para el peronismo proscripto y perseguido, descubrían ante los ojos del país la existencia del asesinato, por fusilamiento, de los sublevados civiles y militares** encabezados por el general Juan José Valle. Continuaban de ese modo, los tiranos, dándole rienda suelta al odio, que doce meses antes habían descargado en alas de la aviación naval una masiva masacre en Plaza de Mayo: bombardeando sin piedad al pueblo en esa jornada, le arrebataron centenares de los suyos, ¡hombres y mujeres, niños y ancianos!.
Cómo saber el significado de términos
Rodolfo J. (Jorge) Walsh – que no se sabía si existía o era un pseudónimo para escabullir los efectos del decreto ley 4161, el cual castigaba severamente toda mención peronista – iniciaba una serie de artículos que, casi seguramente sin quizás haberlo pensado, se proyectarían hasta hoy en el libro “Operación Masacre”. Obra escrita a los 30 años del autor, con una buena cantidad de reediciones, ha servido al esclarecimiento de los argentinos, pues liquidó definitivamente la historia oficial que se intentó tejer sobre los desgraciados sucesos del 9, 10, 11 y 12 de junio de 1956. Gracias a ella (en hecho de justicia histórica también recordemos el aporte de Salvador Ferla, con “Mártires y verdugos”) y salvo los “teóricos de sobremesa y charlatanes de cátedra” (para ser benevolente en los calificativos a los sufriditos, copio a Bardini) pocos ignoran que entre aquellos peronistas, que buscaban la recuperación del gobierno perdido el 16 de septiembre de 1955 y el funcionamiento del Estado conforme el mandato constitucional, quedó una treintena de abatidos por las balas de los fusiladores.
La Constitución Nacional vigente (la de 1853 había sido reformada por la Convención Nacional Constituyente de 1949, reunida a tales efectos y que la aprobó el 11 de marzo del mismo año) profundamente revolucionaria, contemplaba en su artículo 37, del capítulo III, los derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura. De tal modo, rango constitucional eran los siguientes “derechos especiales” (aquí sintetizados en sus disposiciones):
del trabajador: de trabajar; a una retribución justa; a la capacitación; a condiciones dignas de trabajo; a la preservación de la salud; al bienestar; a la seguridad social; a la protección de su familia; al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales;
de la familia: se le dará preferente protección del Estado; instituyó garantía a la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad; establece y apoya la unidad económica familiar; se reconoce y defenderá el bien de familia y la atención y asistencia de la madre y el niño será con privilegiada consideración
del Estado;
de la ancianidad: a la asistencia; a la vivienda; a la alimentación; al vestido; al cuidado de la salud moral; al esparcimiento; al trabajo; a la tranquilidad y al respeto;
de la educación y la cultura: el Estado creará escuelas de primera enseñanza, secundarias, técnico profesionales, universidades y academias; la enseñanza tenderá al perfeccionamiento de los niños y jóvenes en sus facultades intelectuales y sus potencias sociales y a su capacitación profesional; la enseñanza primaria elemental es obligatoria y gratuita en las escuelas del Estado (dos años antes Perón había eliminado el arancelamiento en todas las universidades del país); la orientación profesional de los jóvenes es una función social amparada y fomentada por el Estado; afianzó el derecho de la universidades a gobernarse con autonomía; se dividió el territorio nacional en regiones universitarias; fijó que a las academias corresponde la docencia de la cultura y de las investigaciones científicas post universitarias; a los alumnos capaces y meritorios corresponde el derecho a alcanzar los más altos grados de instrucción garantizado por el Estado mediante becas, asignaciones a las familias y otras providencias que se conferirán por concurso entre los alumnos; las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural cualquiera que sea su propietario, forman parte del patrimonio cultural de la Nación y estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar las expropiaciones necesarias para su defensa.
En el capítulo IV, el artículo 38 definía la función social de la propiedad (“sometida a las obligaciones que fije la Ley con fines de bien común”, como la tierra ociosa productiva, por ejemplo); el artículo 39 fijaba que “el capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social”, mientras que el artículo 40 estableció que “la organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo ...la importación y exportación estarán a cargo del Estado ...se impedirá el aumento usurario de los beneficios ...los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes de energía, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación ...los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación”.
Parte de la Constitución de 1949, era todo lo anterior. Sin estas consideraciones, lo de Walsh será un híbrido, mera exposición de tilingos. Esta Constitución, que había sido aprobada por una Convención Nacional Constituyente, fue eliminada por la “proclama del 27 de abril de 1956, del gobierno provisional en ejercicio de sus poderes revolucionarios con fuerza obligatoria”, que entre otras tiene estampadas las firmas del general Pedro Eugenio Aramburu, del almirante Isaacs Francisco Rojas y del capitán Álvaro Alsogaray. Pocos días después de firmada esa proclama y para impedir la restitución de esta Constitución, los mismos personajes que la abolieron, ordenaron fusilar treinta y dos patriotas. Este vil asesinato, lanzó a la investigación y al esclarecimiento de los hechos a Rodolfo Walsh, que relató minuciosamente en su impecable obra. Queda por conocer aún, 47 años después, la cifra total de fusilados y sus nombres, que algunas fuentes ubican en más de mil. Igualmente, cabe dejar sentado para un posterior trabajo, que esta historia gorila de fusilamientos se continuó sobre finales de 1958 – aunque fallida en esta ocasión – cuyo caso resonante fue la veintena de sanjuaninos que el vicepresidente Alejandro Gómez, había ordenado se arrojaran al vacío desde un avión.
Pero lo de Walsh, no termina allí. Justamente allí, comienza su toma de conciencia del significado de términos como patria, pueblo, justicia social, soberanía nacional, oligarquía, cipayos, imperialismo... Hasta allí, había estado parado, seguramente por su formación católica y nacionalista, como “partidario de la revolución libertadora”(1); su adhesión se rompió cuando “el fatídico 13 de noviembre(2) me convertí en simple espectador” pero no por mucho tiempo, pues desde “fines de 1956 me convertí en su enemigo, cuando descubrí los fusilamientos clandestinos...”
A Walsh por aquellos tiempos sólo podría interesarle el ajedrez, “la literatura fantástica que leo, los cuentos policiales que escribo, la novela ‘seria’ que planeo para dentro de algunos años”(3). Era claro que “Valle no me interesa, Perón no me interesa, la revolución no me interesa”(4). La violencia hecha aullido de jauría en la unitaria y desesperada voz del conscripto que veía morir desangrándose por la metralla recibida, sin gritar viva la patria pero puteando a quienes en La Plata lo abandonaban sobre la ventana de su casa, no servía para empujarlo al compromiso por el que a esas horas, en la madrugada del 10 de junio, en Lanús, dieciocho ciudadanos civiles argentinos eran abatidos en pelotones de fusilamientos. Sin embargo, la procesión silenciosa desatada por dentro, lo hizo definirse “seis meses más tarde”, como relata en Operación Masacre, “una noche asfixiante de verano” cuando se entera que “hay un fusilado que vive”.
Por el error de “no darse tiempo”
Junto a los primeros párrafos de la historia de la cual no había podido más que recoger murmuraciones, con su ingreso a las filas de quienes combatían “para que desaparezcan en el castigo y en el oprobio esos miserables que pretenden ‘hacer méritos’ sobre la tortura, el asesinato aleve y la persecución indiscriminada e implacable”(5), este hombre, hermano de otros tres, uno de ellos capitán de corbeta con actividad en la Base Aeronaval “Comandante Espora”, en el área de Puerto Belgrano y director de la escuela de aviación naval en plena tiranía, que hasta entonces llevara una apacible vida hogareña compartida con Elina Tejerina su esposa y sus dos hijas de siete y cuatro años, seguramente ya estuviese pergeñando en los fondos de su conciencia el “punto y aparte” con que aportaría, diez años más tarde, a los esfuerzos de los trabajadores y la juventud argentina en su búsqueda de una sociedad justa, libre y soberana. Pudiera ser que hubiese estado en su mensaje a los intelectuales, contenido en el Programa del Primero de Mayo (1968) de la C.G.T. de los Argentinos*, en la oportunidad leído por su secretario general Raimundo José Ongaro (a quien Juan Perón hacía pocas semanas había presentado en su residencia madrileña). De aquellos, se prefirió dirigirse a los que su “ubicación no es dudosa frente a un gobierno elegido por nadie”**, recordándoseles que su campo, el de los intelectuales, “es, por definición, la conciencia”. Así, en consecuencia, entregó como advertencia que “el intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y su país, es una contradicción andante; y el que, comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. ¿Habrá sido esto lo que pensó Rodolfo Walsh, premonitorio, aquellos días de diciembre de 1956?
Estudiante de filosofía y letras en la Universidad Nacional de La Plata que hubo de abandonar “por falta de tiempo” (¡qué grave error, no darse tiempo Uno!), traductor del inglés y del francés, interesado en el griego y el latín, hizo todo tipo de trabajos, aunque el permanente fue de periodista. Hasta fines de 1958 su “labor literaria” (entrecomilló la ironía a Brun) consistió en “un libro, un par de antologías, varios cuentos dispersos en revistas de aquí, dos que fueron publicados en Estados Unidos. No es mucho y no le concedo mayor importancia”(6). Uno de ellos, “Variaciones en rojo”, recibió un Premio de Literatura de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Al propio jurado, le resultó insólito el hecho. Es que al género policíaco nunca nadie había concedido mayor crédito. Sin embargo “no tuvo más remedio que rendirse a la singular calidad literaria del libro y votar en favor de él”. A sus tres miembros – María Alicia Domínguez, Tomás de Lara y del tercero no se pudo saber su nombre – les pareció “tan inusitado dar un premio de esa categoría a una serie de cuentos policiales, que hicieron constar en acta su escrúpulo”.
Cinco años después de este premio explicó sobre “el cuento policial o fantástico, que cultivé en alguna oportunidad, es en sí mismo un género bastante limitado. He escrito relatos de otro género (que están inéditos) e inclusive empecé novelas, pero nunca tuve tiempo (¡siempre el grave error, de no darse tiempo Uno!) para terminarlas”(7). “Posiblemente ésa, la novela a secas, sea mi verdadera inclinación y espero algún día, poder dedicarme a ella”(8).
Su adhesión a la “revolución libertadora” que él mismo se encargó de dejárnoslo escrito, están en sendos artículos publicados por “Leoplán”(9), era abandonada para siempre, definitivamente, como dejamos documentado, en diciembre de 1956. Tal vez iniciara allí su paulatina incorporación a las luchas populares y peronistas, hasta el grado de entregar su vida, en una esquina porteña, batiéndose a tiros con una banda de marinos secuestradores de la E.S.M.A., veinte años más tarde, en 1977, bajo el imperio de otra tiranía, del mismo origen, criminal y vendepatria. Quizás pensaban los genocidas, que estaban tomándose revancha. Se equivocaron, porque el descubrimiento que “hay un fusilado vivo”, transformó al escritor de la “novela seria que planeaba”. Si bien ésta lo perdió en el proceso de metamorfosis que sufrió por aquel hecho, el mismo lo convertiría hasta morir, como recuerda Bardini, “peronista revolucionario”.
De su experiencia en los días que vivió la acción junto a los “libertadores” que derrocaban a Perón, quizás haya sido el conocimiento que le habría permitido otro aporte al Programa de la C.G.T.A., del mensaje que leyera Ongaro el Primero de Mayo de 1968, en cuanto que “a los militares que tienen por oficio y vocación la defensa de la patria... nadie les ha dicho que deben ser los guardianes de una clase, los verdugos de otra... los consentidores de la penetración extranjera”. Toda una definición, que casi quince años después que Perón la anticipara en “Los vendepatria” y “La fuerza es el derecho de las bestias” y Arturo Jauretche en “El Plan Prebisch, retorno al coloniaje”, ahora era retomada por la militancia que “llegaba de refresco” y en la cual Rodolfo Jorge Walsh se había alistado para ser de la partida. Toda una definición, aquella – por otro lado, esbozada en el Congreso Felipe Vallese de la C.G.T. en enero de 1965 – que no hizo mucha mella entre quienes en esta otra etapa, venían atenuando sus ínfulas opositoras de los primeros días al “onganiato” y tampoco en la dirigencia sindical que había abandonado el Congreso Normalizador “Amado Olmos” de la C.G.T. del 28 de marzo de 1968, abriendo paso al surgimiento de la C.G.T. de los Argentinos, C.G.T.A. Los casos más resonantes de la traición fueron los de Augusto Timoteo Vandor (U.O.M.), Rogelio Coria (U.O.C.R.A.), Fernando Donaires (Papeleros), a quienes se sumaba un viejo gorila y pro patronal, Armando March (Empleados de Comercio). Toda aquella definición, encontró eco crítico (crítico en tono mackartista a quienes denunciaban la tiranía) en la “prensa seria” y en connotados periodistas del “régimen”. Vale recordar, entre otros, a Pipo Mancera (en plena actuación del cantante Piero, frente a las cámaras, le arrancó el micrófono porque su tema interpretado “agravia a la Coca Cola”); a Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, que desde revistas como “Extra”, “Tiempo Nuevo”, “Confirmado” oficiaban de coro apologético al golpe militar. Era el orgiástico contubernio.
Entre Perón y Amado Olmos,
Rodolfo llega a Rosendo
Lo más grave lo padecía el peronismo y los trabajadores. Víctimas directas de la represión militar y las persecuciones patronales, no obstante, daban lucha sin cuartel al nuevo “status quo”, versión continuista pero actualizada de las políticas implantadas el 16 de septiembre de 1955, que Arturo Jauretche, en ochenta páginas de alegato patriótico, había definido de “retorno al coloniaje”. Una lucha desapercibida para los claudicantes. (Y si pasara desapercibida ahora, no estaría entendiéndose ni los escritos de Walsh ni “el ascenso del nivel de conciencia de las masas” que se observaba para entonces). Estaba equivocada la traición cuando pensaba que podía practicársela como si nada pasara. Atosigada por la ambición, no se daba cuenta que el reclamo calentaba desde las bases. Azuzadas por dirigentes auténticos y militantes de la juventud peronista, no dejaban de recalcarlo: Perón ya lo había dicho cinco, diez, doce años atrás y había que ser consecuentes.
“Todo el país es un desastre; está hundido por culpa de los militares golpistas, de 1955 y de 1958, de 1960 y de 1962... esto hay que decirlo bien claro, porque son los autores y cómplices de todo esto que ahora desemboca en la bancarrota... pedíamos legalidad como simples argentinos con iguales derechos y nos fusilaron... fuimos a votar y nos robaron el triunfo... aceptamos las etapas de las ‘conversaciones’ y he aquí que aparecen unos tales ‘azules’ que disparan unos tiros sobre unos tales ‘colorados’ y se acentúa la política económica dictada por los extranjeros... se agudizó la miseria popular, Alsogaray sigue hablando... los presos continuaron purgando en las cárceles el delito de ser argentinos... el país tiene la certeza que todos son ladrones, incluyendo por supuesto a los militares que pretenden pasar por honestos... si empezamos a hacer concesiones jamás van a reconocer nuestros derechos... ¡sí, la disciplina es necesaria, pero para vencer!” eran los términos del intercambio epistolar entre los jóvenes y Perón, en los meses finales de 1962. En carta manuscrita del 11 de noviembre de ese año, dirigida a la Juventud Peronista de Punta Alta, el Líder escribía: “... están en claro sobre la realidad, conocen los errores y saben lo que quieren, es lógico que si se lanzan decididos y enérgicos a la lucha, lograrán los objetivos que se proponen. El peronismo actual es la juventud, la generación que debe reemplazarnos y superarnos. Nada deseo más que su triunfo”.
Para transformar en herramienta política la síntesis de todo esto y superar la situación, correspondería “bajar línea” a un lúcido dirigente obrero, de la ortodoxia más leal y honesta del Peronismo. Amado Olmos, secretario general del Sindicato de la Sanidad – su nombre era impulsado por los gremios combativos y la juventud peronista para ocupar la secretaría general de la C.G.T., cuestión que no se concretó por su imprevisto fallecimiento en un accidente a principios de 1968 – fue el que, viendo dirigentes “que no están representando mentalmente a las bases... exigía hegemonía de los leales en la conducción táctica del Movimiento Peronista... ejercida por elementos surgidos desde abajo y no estén comprometidos”(10) con el sistema, “destapó una olla” que al poco andar, Rodolfo Walsh, toda cuya prédica después de “Operación Masacre” sirvió a la causa nacional y popular y ya en el umbral de la puerta grande, redondearía en ¿Quién mató a Rosendo?”*.
Los que se animaron ayer...
La incuestionable honestidad intelectual de Walsh, para los que siempre andan titubeando y medrando en el escaparate público, por si no alcanza con su vida entregada a la militancia nacional y social que muestra su revisión frente al gorilato oligárquico, golpista, extranjerizante y genocida, también se muestra en su pluralismo (que algún pillo podrá calificar de ecléctico oportunista, de estos tan en boga en la actualidad) puesto de manifiesto en algo que hoy se ve muy sencillo y posible: la búsqueda de editor para el resultado de la investigación, en la que lo ayudó Enriqueta Muñiz y concluyó en el libro Operación Masacre.
Veamos:
- el imprentero de un sindicato, que por animarse a publicar clandestinamente la primera entrevista del “fusilado que vive” en la hoja gremial que editaba y que junto a otro compañero identificado por la policía tan sólo por sus iniciales J.W.R., que supuso pertenecían a Rodolfo, fueron a dar a las mazmorras y la picana;
- el abogado nacionalista Luis B. Cerrutti Costa, quien tras decepcionarse como Ministro de Trabajo y Previsión de Eduardo Lonardi (con los años también recalaría por la C.G.T.A. y por defensor de presos políticos sería desterrado) editó el semanario “Revolución Nacional” (circunstancias de la represión y censura obligaron a transformarlo en “Nuestra Lucha”) en el que se animó a difundir las primeras entrevistas a personajes de la historia que lo obsesionara;
- el prestigiado intelectual Leónidas Barletta, comunista, que en las páginas de su periódico “Propósitos”, pese al apoyo que el P.C. brindaba a la infantería de marina en el asalto a sindicatos, se animó a publicar (el 23 de diciembre de 1956) la denuncia inicial del fusilado Juan Carlos Livraga;
- los hermanos Bruno y Tulio Jacovella, que se animaron, pese a estar prófugos de la represión que debía aplicarles el rigor del “4161”, a “anunciar en el próximo número la publicación de Operación Masacre”, como inicio de toda la serie que, difundida en la Revista Mayoría,
- provocaría en Marcelo Sánchez Sorondo, ideólogo del nacionalismo clerical y derechista, por muchos años director del periódico “Azul y Blanco”, a animarse a publicar la primera edición en libro la historia de los asesinatos de “tan valientes, como honrados, civiles y militares que se sublevaron”(11), es la primera suma de respaldo a la ética política, democrática, que se animó a sostener Rodolfo Jorge Walsh, hasta el instante mismo de su último minuto de vida, consumada peronista y revolucionaria.
...¡para que se animen los de hoy!
Como podrá apreciarse, esta larga marcha del pueblo argentino hacia el encuentro con su destino venturoso, que no es como en el cine, donde “la película empieza cuando usted llega”, ha tenido y tiene actores en permanente acción para construir la Historia. En ella siempre hay un lugar. No es cierto que “si yo no estuve, la historia no existió” o que si estuvo en el lugar equivocado, no haya posibilidades de reencuentro, reencuentro con nosotros mismos, que lo será con la Patria y el Pueblo de que formamos parte. “La Historia no detiene su curso, decíamos ayer y los pueblos, día a día, van realizando la experiencia nueva de su liberación, con los dirigentes a la cabeza... o con la cabeza de los dirigentes, de acuerdo a las condiciones de cada tiempo y en cada circunstancia”. De los nuevos que se animen, con el aporte de los que vamos de salida, será ahora la responsabilidad de mantener siempre viva “la espiga de la esperanza que ha vuelto a florecer”.
... y como apéndice para un final
“les presentamos a R. J. Walsh”
En su edición del 11 de diciembre de 1958, la Revista “Mayoría”, que iba por la Nº 87 y se publicaba haciendo saber de los editores, nada más, que “es editada semanalmente en Buenos Aires por la Editorial Diagrama, Sociedad en Comandita por Acciones”, vericueto legal para escurrirse de las sanciones que pudieran caberles, ¡como si no los hubiesen perseguido y castigado igual!, pero que se sabía de la responsabilidad en ella de los hermanos Tulio y Bruno Jacovella, entre los tres títulos de su portada había incluido “¿Quién es R. J. Walsh?”. Para encontrar la respuesta, remitía a sus lectores a las páginas 6 y 7. En ellas, Juan Bautista Brun, dio a conocer el resultado de una larga entrevista a Rodolfo Jorge Walsh. Bajo el título de “Les presentamos a R. J. Walsh” en esta introducción, el que sigue es su extracto.
“- Sus artículos evidencian un gran sentido del relato y un pulcro manejo del idioma. ¿Los pule mucho?
“- Hago un borrador y un original. El borrador es inútil, pues casi no corrijo nada, pero me he acostumbrado a él.
“- ¿Confiesa tener una apreciable cultura literaria?
“- No, apenas lecturas desordenadas.
“- ¿Hace mucho que está en el periodismo?
“- Unos diez años. Empecé haciendo traducciones del inglés y del francés. Después empezaron a publicarse algunas notas y cuentos. En fin, la historia usual. Periodismo para revistas quincenales, tranquilo y sin sobresaltos. En diarios no he trabajado nunca.
“- ¿Cuál ha sido su experiencia periodística más importante?
“- La serie de notas titulada ‘Operación Masacre’, donde investigué, probé y relaté los fusilamientos ilegales de junio de 1956. Fue una gran experiencia, que compartí con otra joven periodista, Enriqueta Muñiz.
“- ¿Qué lo llevó a realizar esa investigación y a publicar esas notas?
“- En primer término, la piedad ante el rostro de un hombre cualquiera, Livraga, que había pasado por una experiencia terrible. En segundo término, supongo un poco tardío impulso de aventura y una pequeña dosis de instinto periodístico.
“- ¿No cree Usted que corrió peligro su vida?
“- Nunca lo pensé verdaderamente en serio.
“- ¿Cree que sirvió para algo la revelación de un crimen tan atroz?
“- Creo que sirvió para poner a prueba la lealtad y la abnegación de unas pocas personas. Entre ellas quiero recordar a Edmundo Suárez, que trabajaba en Radio del Estado y me fotocopió el Libro de Locutores donde constaba que la Ley Marcial se había promulgado después de la detención de los prisioneros de Florida. (Antonio) Pagés Larraya lo echó a la calle, por supuesto y Suárez anduvo un tiempo huyendo de la policía. Nunca recuperó su puesto, ni con la Ley de Amnistía. Formalmente ellos tenían razón, pero ante la verdadera justicia, los canallas y encubridores son quienes lo echaron, porque pretendían tapar una de las mayores monstruosidades de nuestra historia.
“- ¿Sirvió para algo más la publicación?
“Sí. Para hacer uso de una libertad de prensa que no existía desde muchos años atrás. Aparte de esto, no sirvió para nada. Quiero decir que ni el crimen fue reparado, ni se rehabilitó a los caídos, ni se indemnizó a los familiares de las víctimas, ni se castigó a los culpables.
“- ¿Qué le parece más desmoralizador: que un crimen no pueda denunciarse o que, denunciado no pueda castigarse?
“- Las dos cosas son malas. Pero peor es cuando no existe posibilidad de denuncia.
“- ¿Se llegó a establecer la responsabilidad última del crimen?
“- Se me ha informado que en el sumario militar consta que quien dio a Fernández Suárez la orden de fusilamiento, fue el general Quaranta. Pero yo no he visto ese sumario. Y como Fernández Suárez no ha abierto la boca, ni siquiera ante los más feroces ataques, el responsable formal sigue siendo él.
“- ¿Qué pasó con la edición del libro de ‘Operación Masacre’?
“- Se publicó a fines del año pasado y se agotó rápidamente. De los diez diarios que se editan en Buenos Aires y que tienen crónica literaria, ni uno solo le dedicó un par de líneas. Eso quiere decir, probablemente, que los críticos lo leyeron con suma atención.
“- ¿Cómo es eso?
“- Bueno, todo el mundo sabe cómo trabajan los señores críticos. Si realmente hubiera pasado inadvertido, alguno, por distracción, habría glosado la solapa, que es el método habitual.
“- ¿Piensa reeditar el libro?
“- Sí, agregando la prueba judicial, para que algunos ingenuos que siguen calificándolo de ‘libelo’, estén mejor enterados”.
[1] - De mi autoría, distribuido en medios de prensa y entre amigos y compañeros el 1/VII/2003. Integró el folleto (134 págs.) que con el TÍTULO "Con la memoria siempre fresca construyamos nuestra Historia.PROSAS DE HACHA Y TIZA" fue editado por el Sindicato de Empleados de Comercio de Daireaux (Pcia. de Bs. As.) y distribuído en 42 filiales del MOVIMIENTO MERCANTIL DEL INTERIOR (nuncleamiento nacional de la FAECyS), en igual cantidad de municipios bonaerenses,
* Hombre tigre, en quechua
** En el Apéndice final, figuran en el listado completo, los treinta y dos nombres de los mártires reconocidos.
* Sobre este tema, se puede ampliar leyendo en pág. 24 de esta obra. OJO DISEÑO: controlar versión final imprenta
** Es referencia a la tiranía militar iniciada por el general Juan Carlos Onganía el 28 de junio de 1966.
* Publicado inicialmente en notas periodísticas del semanario “C.G.T.” de la C.G.T. de los Argentinos, del cual, junto a su amigo de viejos tiempos, Rogelio García Lupo, fue director.
Bibliografía
(1) Respuestas al periodista Juan Bautista Brun, Revista “Mayoría”, Bs. As., 11 de diciembre de 1958, págs. 6 y 7
(2) íd. ant.; Walsh aquí se refiere al golpe de mano palaciego de 1955, dado por Isaacs Francisco Rojas y el sector liberal ultra gorila, para desplazar del gobierno de facto al general Eduardo Lonardi, ex cabecilla de la rebelión contra Perón sesenta días atrás y colocar en su lugar, a Pedro Eugenio Aramburu
(3) Operación Masacre, 14ª edición; 1985, Ediciones “De la Flor”; pág. 11
(4) íd. ant. pág. 10
(5) Introducción a “Yo también fui fusilado”, reproducido en “El violento oficio de escribir”, publicado por la Editorial Planeta en 1995, pág. 37
(6, 7, 8) Respuestas al periodista Juan Bautista Brun, Revista “Mayoría”, Bs. As., 11/XII/1958, pág. 7
(9) Reproducidos en “El violento oficio de escribir”, publicado por la Editorial Planeta en 1995, ver págs. 21 a 35
(10) En entrevista con “Primera Plana”, Nº 260, Bs. As., 19 al 25 de diciembre de 1967, págs. 48 a 54
(11) Definición sobre los fusilados de 1956, dada clandestinamente en una declaración el 21 de abril de 1958, por la “Agrupación Popular” que integraban jóvenes peronistas de la Resistencia en Punta Alta, poblado aledaño a Puerto Belgrano; ocurrió días antes que asumiera el presidente Arturo Frondizi (“el optado”) a quien le exigían “el juzgamiento de esos militares sin honor que ordenaron y ejecutaron tales asesinatos”; posteriormente, el 12 de junio de 1958, en el Periódico “Resistencia”, ratificarían este planteo.
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Treinta y dos patriotas fusilados los días
9, 10, 11 y 12 de junio de 1956
por ANTONIO ANGEL CORIA
Dos obras testimoniales de los asesinatos por fusilamientos que hubieron en nuestro País en 1956, ordenados por la tiranía que encabezaron el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaacs Francisco Rojas, son “Operación Masacre”, de Rodolfo Jorge Walsh y “Mártires y verdugos”, de Salvador Ferla. A estas dos obras, podrán recurrir los investigadores para saber de los sucesos del 9, 10, 11 y 12 de junio de 1956.
También en el libro “Los pampeanos y el 9 de junio de ‘56”, de Luis Galcerán y Silvio M. Peduto, ha quedado documentado este arbitrario, ilegal y vasto asesinato cometido por la tiranía surgida tras el golpe cívico militar de 16 de septiembre de 1955.
De los tres trabajos y de una recopilación de recortes de la agencia noticiosa “Prensa Nacional Alternativa” (8/VI/2002) se extrajeron los nombres de quienes, en distintos puntos de la Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires, fueron fusilados en aquellos aciagos días. No son todos, porque la discrecionalidad irracional con que actuó la represión gorila ocultó y destruyó datos de los crímenes cometidos. En uno de sus libros, Perón habla de “centenares”. Entre los muertos, se supo, hubieron quienes, con el pretexto de la sublevación del General Valle, fueron retirados de las cárceles y ametrallados a mansalva en las calles o descampados.
Hay numerosos testimonios. Un caso cruel, fue el cometido con Miguel Angel Mauriño, a quien los sicarios ametrallaron y abandonaron frente a las instalaciones del A.C.A., el 11 de junio; tras ser recogido por desconocidos que lo llevaron al Hospital Fernández, allí muere.
Enrique Oliva (o François Lepot) diplomático, periodista y uno de los fundadores de la Universidad Provincial de Neuquén, hoy Universidad Nacional del Comahue, “estaba preso desde hacía diez días”, lo había detenido la infantería de marina, en Retiro. Recuerda que “nos llevaron a ese regimiento que ya no existe, que estaba cerca de la cárcel de Caseros (el arsenal Esteban De Luca, en Garay y Pichincha de la capital) éramos como veinte... nos pusieron en el paredón... estaba Cooke... al lado nuestro veíamos el cadáver de un suboficial que acababan de fusilar y se empezaba a coagular la sangre derramada...”()
Si bien hay leves diferencias en la forma de escribir algunos apellidos, el escaso listado de víctimas conocido hasta hoy, se incluye a continuación. Cabe una salvedad: en “Los pampeanos... pág.167 se incluye a Reynaldo Benavídez como fusilado, pero es incorrecto; éste pudo refugiarse en Bolivia, desde donde dio una de las primeras versiones de lo acontecido en José León Suárez.
Finalmente, recordemos que a los militares los encabezó el General de División Juan José Valle y de las fuerzas civiles, Clemente Braulio Ross, fue su responsable.
Militares Civiles
General Juan José Valle Clemente Braulio Ross
Coronel Oscar I. Cogorno Norberto Ross
Coronel Alcibíades Cortínez Miguel Angel Mauriño
Coronel José A. Irigoyen Vicente Rodríguez
Coronel Ricardo S. Ibazeta Carlos A. Lizaso
Capitán Dardo L. Cano Francisco Garibotti
Capitán Eloy L. Caro Nicolás Carranza
Capitán Jorge M. Costales Oscar Alvedro
Teniente 1º Jorge l. Noriega Dante H. Lugo
Teniente 1º Néstor M. Videla Aldo Emil Jofré
Sub Teniente Alberto Juan Abadie Mario Brión
Sub Oficial Ppal. Emilio Gareca Carlos Irigoyen
Sargento Isauro Costa Ramón Raúl Videla
Sargento Hugo E. Quiroga Rolando Zanetta
Sargento Luis Pugnetti
Sargento Luciano I. Rojas
Sargento Miguel A. Paolini
Cabo Miguel J. Rodríguez
() - Norberto Chindemi: “Nosotros, los peronistas”; Ed. Los Nacionales; pág. 348
Sobre la correspondencia
Perón-Prats (*)
Por ANTONIO ANGEL CORIA
Por su colaboración en la búsqueda en archivos de hemeroteca de estos documentos inéditos en Argentina y que gracias al aporte de las mismas hemos recuperado y hoy podemos difundir, vaya nuestro agradecimiento sincero a las periodistas mexicanas Rosa Elvira Vargas, nuestra amiga y Alejandra Parra, del diario La Jornada, de la Ciudad de México.
La detención de Pinochet en Gran Bretaña el pasado 16 de octubre por pedido de la justicia española, a más de permitir un mayor conocimiento de las atrocidades del tiránico “momio” cometidas en Chile contra su Pueblo, sacó a la luz la existencia de una internacional del terror conocida ahora como “operación cóndor”. Y seguramente si los “tentáculos del imperialismo” (como denominó Perón la política exterior de los Estados Unidos) no lo impiden, se verá “con toda transparencia” buena parte de las maniobras desestabilizadoras del Departamento de Estado, el Pentágono y la C.Í.A., en “todos los países de América Latina y el Caribe”.
Anticipándose a este escándalo – con asombrosa precisión, conforme hizo ante más de un hecho de trascendencia para el desarrollo de la Humanidad – hace casi un cuarto de siglo, el General Perón denunció la acción de los “centros de terrorismo y agresión”. Los mismos que “los intereses de los planes estratégicos del Pentágono” servirían para aplicar, con tradicional hipocresía, crueles políticas para extender y profundizar la dependencia de nuestros países y que, con la detención del tirano, como si hiciera falta para ello, quedaron en descubierto
Perón no sólo habló del golpismo militar incentivado por el imperialismo; sus reflexiones, abarcaron el campo de la autocrítica como dirigente latinoamericano: “reconozcamos que una de las causas principales de los duros reveses sufridos por las fuerzas democráticas de América Latina, reside en no apreciar debidamente el rol de los Estados Unidos, responsables de la mayoría de los golpes de estado.
Sus manos – continúa Perón – están manchadas con la sangre de miles y miles de latinoamericanos caídos en la lucha por la libertad y la independencia. No hay país latinoamericano que no haya sufrido la intromisión descarada de los monopolios norteamericanos, verdaderos ejecutores de la política exterior de su país”. Lamentaba el inolvidable líder del pueblo argentino, que en América Latina “una abundancia de dirigentes” no atinasen “a ponerse de acuerdo” para lograr el “gran objetivo” de la unidad latinoamericana y que, por contrario, entraran “en conflicto entre sí, se pelean, siembran la discusión y la discordia, debilitando a sus países en beneficio del imperialismo; es una pena que tales dirigentes no quieran o no puedan comprender el carácter popular de la revolución...”
Y lo más grave para los argentinos – y los peronistas en particular, por no haber tenido en cuenta ni ser capaces de percibir la situación que se avecinaba – era la denuncia de nuestro Conductor de poseer “informes detallados de la actual arremetida del imperialismo americano en la Argentina; los yanquis se preparan para un ‘nuevo diálogo’ después de Perón”. Todo esto dijo en su correspondencia mantenida con el patriota chileno Carlos Prats, general leal al Presidente Salvador Allende. Habiéndose exiliado en Buenos Aires tras la caída del gobierno popular del país hermano, de inmediato se inicia entre nuestro Presidente y Prats un intercambio epistolar de alto contenido revolucionario. Se extenderá durante el corto período presidencial del tercer mandato que Juan Domingo Perón cubrió entre 1973 y el día de su muerte, el 1 de julio 1974.
Tal documentación histórica, es la que a continuación se reproduce textual. Mantenida en archivo hasta ahora, ha sido tomada de la publicación que de ella hicieron la Revista Proceso y la Agencia CISA de noticias, ambas de la Ciudad de México y el Diario Cambio en la ciudad mexicana de Puebla, en los finales de abril de 1981. Gracias a la absoluta confianza y el inmenso respeto que era merecedor don Julio Scherer García por parte del exilio conosureño – dicho esto, valga la oportunidad, como agradecimiento y homenaje a tan destacada personalidad y por extensión, a Gabriel Sánchez Andraca y Jesús Rivera, editores de Cambio – los depositarios de las cartas de Perón a Prats le hicieron entrega de las mismas para su difusión; quizás, esperanzados, abrigaran la sospecha que algún día, como hoy, tan importante documento conservado con su publicación, adquiriera valor de cargo en la causa de juzgamiento al tirano y sus protectores.
Qué interesante, en contrapartida, sería que los depositarios de las cartas enviadas por Prats a Perón, las dieran a conocer como contribución a la verdad sobre todo el horror del terrorismo de estado en el que se asentó la “operación cóndor”, llevado adelante bajo la mirada supervisora de Estados Unidos de Norteamérica. Sería, también, un paso para comprender el entramado del golpe militar contra el General Juan Velazco Alvarado en Perú y los crímenes en Buenos Aires contra asilados políticos como el destituido presidente de Bolivia general Juan José Torres y los ex parlamentarios uruguayos Zelmar Michelini y Gutiérrez Ruiz (muertes todas, ocurridas en nuestra Patria al imponerse, en l976, el golpe militar del 24 de marzo) o los asesinatos nunca esclarecidos de los líderes nacionalistas latinoamericanos Jaime Roldós, Presidente de Ecuador y Omar Torrijos de Panamá. Y sería así, una forma de empezar a poner límites a la larga cadena de impunidades contra la soberanía política de nuestras naciones y nuestros pueblos. Será, finalmente, el modo de transformar las ahora simples pretensiones de vivir en paz y justicia social en aquella realidad que describieron nuestros antepasados: la del respeto al derecho ajeno para construir la sociedad fraterna, justa y democrática que nos merecemos.
(*) Introducción (texto del cual soy autor) que se hizo a la difusión de la correspondencia Perón–Prats, que realizó el Instituto de Estudios Económicos, Políticos y Sociales del Sur (I.E.P.E.S.S.) en enero de 2001, como reedición de las cartas del Presidente Juan Domingo Perón al patriota chileno General Carlos Prats, que aquí se reproducen. Por primera vez, en diciembre de 1998, se publicaron en Argentina y fue aquí en Neuquén; simultáneamente fueron entregadas a medios locales, pero ninguno de éstos les dio cabida. Sólo cuando el pasado año 2000 las mismas se publicaron en el diario “El Mercurio” de Santiago de Chile, al cual llegaron mediante el mismo recurso que casi veinte años atrás se utilizara en México, la prensa argentina se hizo eco de semejante documentación.
Envío:Antonio Angel Coria
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