27 de noviembre de 2016

LIVIANA COMO EL AIRE.

Liviana como el aire 
MÓNICA REYNOSO 
24 NOV 2016

La presentación incluía su condición de luchadora popular, un doctorado en la Sorbona y haber participado del Mayo Francés. Ella reaccionó con un rápido no y aclaró que no estuvo en el Mayo Francés sino que lo siguió “como todos, de ojito, desde acá”. Sí, dijo, había estado en la Noche de los Bastones Largos. Sin embargo, a nadie sorprendería imaginar a Noemí Labrune mezclada entre aquellos obreros y estudiantes del ‘68 en Francia: las plazas donde se pide justicia y libertad la han tenido siempre presente, de pie ante la adversidad, discreta y nítida a la vez, un poco hippie también, cómo no, con su pañuelito al cuello, sus bolsos de telar y sus chalecos artesanales.

Fue durante la emisión inaugural de radio Nacional Neuquén, en abril del año pasado, cuando en el bar donde se reunió todo el público posible que Mario Wainfeld hizo una larga entrevista a Noemí Labrune y pudimos conocer uno que otro nuevo dato de su secreta vida privada. Como que “estaba ociando” en la villa de El Chocón cuando en 1972 se mudaron a Cipolletti con su esposo Cristian, ingeniero de Hidronor. Habían llegado desde Buenos Aires en 1969, después de renunciar a sus puestos en la UBA, él como profesor de Ingeniería; ella en el departamento de Extensión Universitaria a cargo de un proyecto de educación popular de adultos conocido como Isla Maciel.

Hasta que irrumpió la dictadura de 1976, hacía traducciones del francés para la editorial Amorrortu. Libros de filosofía como los de Gastón Bachelard, un científico racionalista, están disponibles en español por obra de Noemí Fiorito de Labrune, que así figura.

En aquel programa de radio en el bar, Noemí desplegó todo el encanto de su conversación para no hablar de sí misma, sino de otros, en ejercicio pleno de la implacable modestia que es uno de sus atributos y que trastorna a los periodistas que, como aquí mismo, juntan fragmentos de una vida no sólo interesante para contar sino ejemplar, para imitar, sin esperar ni remotamente su colaboración sino todo lo contrario.

De esos pedacitos de vida que se van juntando va una sabiendo que ella es tan despojada de lo material que cuando viaja, viaja tan liviana como el aire, con apenas un bolso leve como ella misma, descosificada y siempre a punto de partir de nuevo. Viaja mucho. Como el obispo De Nevares, a quien ella llama “monseñor” entonando dulcemente cada sílaba, recorre la provincia pueblo por pueblo. Lo hace en un viejo Falcon a prueba de todo, similar a la Estanciera del obispo que ha obtenido su lugar en la literatura nacional: en una de sus novelas, Andrés Rivera retrata la camioneta surcando, como el viento, las vastedades patagónicas. En dos heroínas de la misma novela se puede identificar fácilmente a Noemí Labrune y a su hermana Susana Fiorito. Fascinada con el hallazgo, le he mencionado esta curiosidad a Noemí varias veces, esperando trasmitirle si no mi entusiasmo, algún comentario de beneplácito. Le he prometido incluso buscar la novela cuyo nombre se me ha perdido y mostrarle ese fragmento que la trata sin nombrarla. Jamás me han respondido con tan educado desdén. Pocas personas hay en el mundo tan despojadas de narcisismo y tan dotadas de sencillez y generosidad. En silencio, su sola presencia impone respeto pero, cuando habla, deleita comprobar su espíritu refinado, ávido de belleza y de verdad.

Su nombre figura en la Resolución 48492/16 del Consejo Superior de la UBA que homenajeó a docentes y no docentes renunciantes, en el 50 aniversario de la Noche de los Bastones Largos; en la Ley provincial 4974/14 que la declara Ciudadana Ilustre de la provincia de Río Negro; en el libro Buscados. Represores del Alto Valle y Neuquén que ella escribió para denunciar a los desaparecedores, “con algo de Sherlock Holmes por su lucidez intuitiva y algo de descarnada fiscal”, como bien la describió en el prólogo el obispo De Nevares; figura en las crónicas desesperadas al tiempo que esperanzadas de los juicios por crímenes de lesa humanidad; en las reseñas inaugurales de los organismos de derechos humanos y ahora en la reciente Ordenanza 713 de la Universidad Nacional del Comahue que la doctoró a causa de su honorable vida dedicada a mitigar el dolor de quienes sufren y a hacer de este mundo un lugar menos inhóspito. La imaginamos abrumada por el protocolo, ella, tan reacia a los honores. Puesta por las circunstancias frente a su obra, buscará la forma de hacerse invisible y se repetirá tal vez aquello que dijo cuando declaró por la desaparición de Leticia Veraldi: “Qué mal se hubiera sentido uno si no hubiera hecho nada”.
(*) Periodista.
Fuente:RioNegro

No hay comentarios: