30 de abril de 2017

MADRES: 40 AÑOS.

30 de abril de 2017

LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO CUMPLEN HOY 40 AÑOS 
Una historia de lucha que se convirtió en símbolo 
Llegaron por primera vez a la Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977. Eran catorce madres que nada sabían de sus hijos desaparecidos. “Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”, recordó Mirta Acuña de Baravalle, una de las protagonistas aún vivas de aquella ronda iniciática. Otra es Haydée Gastelú de García Buelas. Las dos repasaron con PáginaI12 el camino que recorrieron en estas cuatro décadas.
Haydée Gastelú de García Buelas y Mirta Acuña de Baravalle, dos de las Madres que estuvieron aquel 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo. (Imagen: Sandra Cartasso) 
Por Ailín Bullentini 
Era un sábado de fines de abril. Hacía calor, todavía, y la Plaza de Mayo estaba libre del trajín oficinista de los días hábiles. Pasó mucho tiempo, pero Haydée Gastelú de García Buelas mira para arriba como intentando atrapar recuerdos en el aire y, de repente, parece esquivar las palomas que la encerraban mientras avanzaba por la plaza. “No había turistas como ahora”, cuenta sobre aquel 30 de abril de 1977 en el que el vacío de su vida la empujó a encontrar a pares en el vacío de la plaza. “Vi a un grupo de mujeres frente a la catedral y me acerqué. ¿Disculpen, ustedes por qué están acá?” María Adela Gard y sus tres hermanas, Julia, María Mercedes y Cándida, habían llegado al punto de encuentro por la misma razón que Haydée y que Mirta Acuña de Baravalle, quien avanzó desde la otra punta de la plaza. Mirta aclara, 40 años después: “La idea era juntarnos con quienes estuvieran buscando a alguien, dio la casualidad que terminamos siendo 14 madres que buscaban a hijos e hijas que habían desaparecido. Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”. Aquella tarde no alcanzaron a dar ni media vuelta al monumento a Manuel Belgrano, que mira sin obstáculos a la Casa Rosada. Pero fue suficiente: fue la primera media ronda de las Madres de Plaza de Mayo.

En Mirta y Haydée vive la historia sobre el comienzo de la organización de derechos humanos más emblemática de la Argentina. Son las únicas de ese grupo fundador que no solo viven sino que participan activamente de la línea fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Mirta tiene 92 años. Camina lento, el mismo ritmo con el que habla y responde correos electrónicos. Su pelo cano se camufla con el pañuelo blanco que lleva el nombre de Ana María Baravalle, secuestrada en agosto de 1976 embarazada de 5 meses. Haydée cuenta 88 años y divide su tiempo entre el cuidado de su marido y “las tareas en Madres”. Cuando se les pregunta por el cuadragésimo aniversario de la organización que fundaron, lo hacen con sorpresa: “40 años ya, qué bárbaro”. Un poco porque no se imaginaron nunca que serían Madres de Plaza de Mayo desde aquel 30 de abril de 1977 y para siempre; otro poco porque “cuando uno busca un hijo no anda registrando qué hace, cuántas veces lo hace, cuándo lo hace”, apunta Mirta para justificar sus lagunas en términos de fechas concretas. El argumento vale, pero no solo para eso: “La ausencia se vuelve eterna y entonces ya no importa si son tres años o cien que buscás y esperás que el abrazo vuelva. Es para siempre”.

La amalgama
“Vos la escuchabas hablar y te dabas cuenta de que sabía cómo hacerlo, sabía cómo hacerse escuchar sin gritar, sabía convencer y sabía escuchar a los demás”, describe Haydée a Azucena Villaflor. “Madre tallarinera”, le decía y aún la sigue imaginando en la cabecera de una larga mesa familiar de domingo. La primera vez que se cruzó con Azucena fue en la “sala de espera” de la vicaría castrense de la Iglesia Stella Maris, pegada al edificio Libertad de la Marina, en Retiro, pero no la escuchó hablar. “Una señora de las tantas con las que compartíamos la espera en silencio se acercó y me entregó un papel chiquito, doblado”. Recuerda que lo envolvió fuerte en su puño, lo metió en la cartera y lo abrió cuando llegó a su casa: “Tenemos que encontrarnos mañana en Plaza de Mayo”, decía el papel, que fijaba hora también.

La espera silenciosa era para entrevistarse con Emilio Grasselli, secretario de la vicaría castrense. El lugar era una boca –cerrada– a la que madres, padres, hermanos, tíos acudían en tiempos de terrorismo de Estado en busca de información sobre sus familiares desaparecidos. Cada entrevista con Grasselli era una burla. “Siempre te tiraba de la lengua para ver si podía sacarte algo de información. Nunca nadie se fue de ahí con un dato certero”, recuerda Haydée. Era viernes 29 de abril de 1977 cuando, entre expectativas por novedades sobre Horacio, su hijo de quien no había vuelto a saber desde el 7 de agosto del año anterior, en Banfield, Haydée recibió el papelito de Azucena. Pese a las advertencias de su marido, acudió a la cita.

A la hija de Mirta, Ana María, también la habían secuestrado en agosto del 76. Veinte días después que a Horacio, pero en San Martín y junto a su esposo y padre del bebé que estaba esperando. “Ese día me dí cuenta de que salía a buscarla o me moría. Sin tener idea de lo que significaba esa búsqueda, esa lucha, sabía que si me quedaba llorando, me iba a morir pronto”, reflexiona la Madre que para marzo de 1977, ya había aprendido lo que era un hábeas corpus, cómo debía redactarse y adónde debía presentarse; había recorrido morgues, comisarías y ministerios. “No me acuerdo bien a qué tantos lados fui sola, porque no andábamos registrando qué hacíamos, qué día, a quién veíamos. Buscábamos información y éramos muchos”, puntualiza. Tampoco sabe cómo consiguió una entrevista en la Casa Rosada uno de los últimos días de aquel marzo, de la que salió sin ningún dato certero. “Cuando voy cruzando a la plaza, un grupo de mujeres paradas ahí cerca del monumento a Belgrano me preguntan qué me habían dicho. Cuando les conté que nada, una de ellas protestó que a todas les decían lo mismo, que no podíamos seguir buscando por separado. Nos sentamos en un banco y ella sacó un tejido, para disimular que estábamos charlando, porque había estado de sitio y no se podía hacer reuniones en la vía pública”, detalló. Azucena era la del tejido, una estrategia que repitió algunos días antes de la tarde del 30.

Mirta llegó con Azucena y Pepa García de Noia a la Plaza ese sábado. Como Haydée, asegura que “no había más que palomas”. La mamá de Horacio ya estaba junto a María Adela y sus hermanas. “Me animé a acercarme a ellas porque vi que no llevaban cartera, sino un monederito sujetado de su mano. Como yo, que no quise llevar bultos para que los militares no creyeran que podía tener armas guardadas –señala Haydée–. Cuando les pregunté por qué estaban ahí me contestaron que una mujer les había dado un papelito. A lo lejos la vimos llegar por el lado de la Casa de Gobierno.”

Además de Mirta, Haydée y las Gard, estaban Berta Braverman, la “jovensísima” Delicia González y Elida de Caimi. También Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Antonia Cisneros, Ada Feingenmüller de Senar y una chica que nunca quiso dar su nombre y que buscaba a su hijo también. Se reunieron en el Monumento a Belgrano, donde Azucena les explicó por qué las había citado. “Nos dijo que teníamos que buscar juntas porque juntas podíamos llegar a algo, que separadas no íbamos a lograr nada”, reprodujo una. “El objetivo era que la gente nos viera, pero también que Videla nos reciba. Ya habíamos probado una a una y no nos había dado bola. Si éramos muchas, Azucena pensaba que sí”, sumó la otra. Ambas recuerdan que, desde la Casa de Gobierno, los soldados las controlaban fijo. Es conocida ya su estrategia: cada dos, se tomaron del brazo y se pusieron a caminar en torno del Monumento. “Ni media vuelta dimos, los soldados nos echaron ese sábado”, revela Mirta. No pararon más.

Las primeras vueltas 
Mirta pide “aclarar un poco la historia”: “Azucena no pensó en reunir a madres. La idea era juntarnos con quienes estuvieran buscando a alguien, simplemente. Pero dio la casualidad que terminamos siendo 14 madres que buscaban a hijos e hijas que habían desaparecido. Buscábamos respuestas y los buscábamos a ellos”, discute. Como eran madres, entonces “a alguien se le ocurrió que nos llamáramos Madres de Plaza de Mayo”.

Las siguientes “rondas” se hicieron los viernes para cumplir con el objetivo de “que la gente se enterara”. Rápidamente pasaron a los jueves debido a que una de las 14 fundadoras advirtió que “los viernes era día con r y traía mala suerte”, menciona Haydée. Las primeras semanas fueron pocas, aunque “cada día se sumaban dos o tres al grupo”.

No llevaban pañuelos en la cabeza aún –acordaron identificarse con una tela blanca en la cabeza, un pañal de sus hijos, en la procesión a Luján que sucedió ese mismo año–. Tampoco carteles con los nombres de sus desaparecidos. “Eran tiempos muy bravos y aunque nos animábamos a la calle, el miedo de que nos fueran a echar, o a detener, como pasó varias veces, no nos lo sacábamos de encima. Vivíamos entre ese miedo y la necesidad de encontrar a nuestros hijos”, añade la mamá de Horacio. Sin embargo, un grupo de mujeres dando vueltas en torno de un monumento llamaba la atención: “No se nos acercaban, no preguntaban, pero miraban.”

Fueron creciendo en número, pero, durante las primeras semanas continuaron caminando de a dos, cuchicheando con la compañera de al lado quién era su hijo o hija desaparecido. El primer “dato nuevo” que compartieron esas primeras 14 lo reveló María Adela. Haydée lo destaca: “Me acuerdo que contó lo que su nuera, que había sido secuestrada y liberada a los días, vio: galpones con chicos y chicas todos juntos. Fue el primer dato que tuve yo de dónde podrían haber llevado a mi hijo.” Eran poquitas, aún, cuando cada dos por tres eran mandadas a sus casas por militares. Una vuelta, Mirta se animó a contestarle a un soldado. “Ustedes son también víctimas de aquellos”, le dijo, revoleando la cabeza hacia la Casa Rosada. La Madre a su lado le apretaba el brazo. “¿Qué se pensaban? ¿Qué nos iban a llevar a nuestros hijos y nosotras nos íbamos a quedar de brazos cruzados? Aquellos tienen muy poca inteligencia, deciles. No pensaron qué hacer con nosotras y ahora tienen un problema”, continuó. El soldado, en silencio, la acompañó hasta la calle. Mirta y todas las demás debieron volver a sus casas.

“Cuando llegamos a 70 recuerdo que toqué el cielo con las manos”, sonríe Haydée. En pocas semanas la ronda de los jueves se mudó a la Pirámide de Mayo y siguió creciendo. La Plaza fue el único punto de encuentro durante meses. Además de girar en torno a la Pirámide, también organizaban visitas a organismos del Estado, presentaciones de hábeas corpus, acudían a Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, que muchas de ellas ya conocían; a la Liga Argentina Por los Derechos del Hombre y a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. “Nos juntó la búsqueda de nuestros hijos e hijas, no es que decidimos conformar una organización con determinados intereses. Sobre la marcha fuimos naciendo”, remarca Mirta, quien no solo fundó Madres, sino también Abuelas de Plaza de Mayo junto a otras mujeres que además de buscar a sus hijos o hijas querían encontrar a sus nietos. Como Ana María, cerca de 500 chicas fueron secuestradas embarazadas. “No somos heroínas”, suma Haydée. “Somos madres que por amor buscamos a nuestros hijos”.

Lo construido y lo legado 
Sobre la marcha, fueron naciendo, dice Mirta. Nacieron Madres desde el dolor que significa una ausencia, crecieron con ese dolor a cuestas y se sobrepusieron a otros, como el secuestro de Azucena, Mary y Esther, las leyes de la impunidad, el pacto de silencio. “Azucena tenía razón en eso de que juntas podíamos obtener respuestas. Pasaron todos los gobiernos y a todos les pedimos la aparición con vida de nuestros hijos, Justicia total. Algunas respuestas llegaron 30 años después, con los juicios”, evalúa la mamá de Ana María, sin tener, a casi 40 años del secuestro de ambos, novedades sobre ella ni de su hijo. Mirta solo sabe que su nieto nació en enero del 78. Para ella, participar con el pañuelo blanco de protestas “por mejoras sociales” es “una manera de reivindicar a mi hija, a mi yerno, a todos los desaparecidos, es reivindicar a su generación”.

Haydée coincide en darle la razón a Azucena y se siente orgullosa de que, a 40 años después –y que más allá de la separación de Hebe de Bonafini, que junto a un grupo de madres que la siguieron fundó la Asociación Madres de Plaza de Mayo–, la unidad se mantiene “aún a pesar de las opiniones diferentes que podemos llegar a tener”. Confiesa que el vínculo con los gobiernos kirchneristas “marcaron un poco” las diferencias aunque agradece que “Néstor (Kirchner) fue el que nos abrió el camino en la política pública, que reconoció a los derechos humanos como política de Estado, el primero que pidió perdón”. Con la Justicia, en cambio, está enojada. “Después del fin de la dictadura, (Raúl) Alfonsín fue muy importante para el avance de la Justicia, que después se frenó con (Carlos) Menem y repuntó con Néstor y Cristina (Fernández de Kirchner). Pero ahora está todo mal otra vez. Los juicios no empiezan y los que están haciéndose, como el de ESMA, se hacen a cuentagotas. Nosotras no tenemos más tiempo para esperar”, advierte.



30 de abril de 2017
LOS ACTOS POR EL ANIVERSARIO 
El festejo de las Madres

La Asociación Madres de Plaza de Mayo y la línea fundadora de Madres de Plaza de Mayo conmemorarán hoy el 40 aniversario del inicio de su lucha con sendos actos que tendrán lugar en la plaza que las vio nacer y en el ND Teatro, respectivamente.

La línea de la organización dirigida por Hebe de Bonafini, comenzará desde las 13 en la Plaza de Mayo la última y principal jornada de festejos por los 40 años de los pañuelos blancos, que comenzó el miércoles pasado con recitales y actos en la sede de la organización, en el barrio porteño de Congreso y el Ecunhi, en la ex ESMA. Desde este mediodía, en la plaza en donde nació la organización, el Coro Cumpa, Ignacio Copani, Pablo Riquero, la Murga “La que se viene” y La Bersuit, entre otros, ofrecerán shows musicales. También habrá “compañeros de lucha”, militantes y gremialistas cercanos a la asociación, que ofrecerán discursos. El director de la revista de las Madres Ni un paso atrás, Demetrio Iramain, el militante de La Puiggrós Carlos Cuevas y el secretario general del Sindicato de Obreros Curtidores y referente de la Corriente Federal de Trabajadores, Walter Correa, serán de la partida. Cerrará el festejo Hebe de Bonafini.

Luego de caminar en torno de la Pirámide de Mayo para recordar aquella primera media vuelta que dieron el 30 de abril de 1977 –lo harán a las 15.30–, la Asociación Madres de Plaza de Mayo entregará el pañuelo blanco al abogado de derechos humanos Pablo Llonto. A la ronda se sumarán algunas de las madres que integran la línea fundadora del organismo, dirigida por Marta Vázquez, quienes luego acudirán al Monumento a Manuel Belgrano, frente a la Casa Rosada. Allí leerán un documento, en el punto de la Plaza de Mayo donde las 14 fundadoras oyeron la idea de Azucena Villaflor de que “juntas era mejor que separadas” para poder encontrar a sus hijos e hijas desaparecidos.

Luego, las Madres de la línea fundadora acudirán al ND Teatro, en donde desde las 18 comenzará el festejo que organizaron para homenajear a las 14 fundadoras –Mirta Baravalle y Haydée Gastelú aún integran la organización– con la música de la Tecnicatura de Música Popular de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, el Chango Spasiuk, Adriana Varela, Pedro “el Cadete” Rosemblat, Juan Palomino y Peteco Carabajal. Como lo hicieron históricamente con los recitales que han organizado a lo largo de sus 40 años de historia, lo recaudado será destinado al sostenimiento de la sede de la organización.



30 de abril de 2017
LA HISTORIA DE MAFALDA CORINALDESI 
La Madre que enfrentó al Cóndor 
Viajó de Punta Alta a La Paz apenas supo de la detención de su hijo en Bolivia. Se movió hasta que la dictadura de Hugo Banzer le probó que lo habían entregado a la de Jorge Rafael Videla. Al volver a Buenos Aires fue secuestrada y desaparecida.
Mafalda Corinaldesi, una madre precursora que no llegó a marchar en la Plaza de Mayo.Luis Faustino Stamponi contaba que era militante gracias a su mamá. (Imagen: Gentileza Leticia Corinaldesi, Gentileza Nila Heredia.) 
Por Diego Martínez 
Horas antes de ser secuestrada en el centro de Buenos Aires se cubrió la cabeza con un pañuelo para despistar a los hombres que la seguían desde el aeropuerto de Ezeiza. “Voy a luchar hasta el último momento para saber dónde está mi hijo”, advirtió en la última cita, el 19 de noviembre de 1976. Mafalda Corinaldesi, un ama de casa de Punta Alta, en el sur bonaerense, no llegó a marchar en Plaza de Mayo ni en la plaza de su ciudad. Tampoco pudo saber que el pañuelo se convertiría en símbolo de lucha contra el terrorismo de Estado de la mano de mujeres como ella, que el mundo conoció meses después como Madres de Plaza de Mayo.

Nacido en 1935, hijo de un chofer de la base naval de Puerto Belgrano y de una modista, Luis Faustino Stamponi contaba que era militante gracias a su mamá. “Con su tenacidad, sus esfuerzos, sus sacrificios, su trabajo intenso para ayudar a mantener el hogar, lo sensibiliza y lo impulsa a mirar a su alrededor, a ver las diferencias de clase y tomar posición, su lugar dentro de la sociedad”, escribió su primera esposa, Alicia Borgato. Stamponi inicio su militancia en Punta Alta, donde participó de la toma del Colegio Nacional a favor de la educación laica durante la dictadura de Aramburu. A fines de los ‘50 se sumó a Palabra Obrera y en 1962 llegó por primera vez a Cuba para recibir entrenamiento militar. Allí conoció a Ernesto Guevara y asumió como propia la doctrina del internacionalismo y la estrategia continental de lucha a la que dedicó el resto de su vida, que investigó el historiador Gustavo Rodríguez Ostria. Lloró al leer que Guevara lo había mandado a buscar a Buenos Aires (estaba en La Habana) para pelear en Bolivia, donde en 1969 se integró al Ejército de Liberación Nacional (ELN) que en 1975 se convertiría en Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-B), y fue uno de los promotores de la Junta de Coordinación Revolucionaria con los tupamaros, el PRT-ERP y el MIR chileno.

“Durante el último conflicto, a pesar de la derrota, hemos visto agrandarse hasta lo increíble a simples y modestos hombres y mujeres del Pueblo, conscientes de que los pueden matar pero no esclavizar, y firmes y seguros en su triunfo final”, le escribió a su hija el 20 de agosto de 1976, mientras según su biógrafo “cumplía el rol de ‘responsable de los centros mineros’, el neurálgico centro de la resistencia política a la dictadura, y fungía en los hechos como jefe del PRT-B”.1 “Mi querida niña, espero ansioso noticias tuyas. No se me escapa que pueda sucederte algo, creo que es un riesgo que todos hemos medido, pero jamás se me ocurriría aconsejarte la pasividad, la indolencia y la ceguera frente al dolor y la explotación para asegurar tu integridad física. ¿De qué vale ésta frente a la injusticia y la barbarie de la sociedad capitalista?”, se preguntó Stamponi en momentos en que la dictadura de Hugo Banzer se ensañaba con el PRT-B y su pedido de captura entre “extremistas prófugos” circulaba por Bolivia.

“Gerardo” o “Miseria”, como lo conocían sus compañeros, fue secuestrado junto a Victoria Fernández y su bebé en la casa de un obrero en Llallagua, al norte de Potosí, el 28 de septiembre de 1976 a las tres de la mañana. Del operativo participaron la Dirección de Orden Político (DOP) de Bolivia y militares del regimiento de Tarapacá, aunque ya en los primeros interrogatorios se topó con oficiales con acento argentino, declaró la mujer en el juicio por el Plan Cóndor. Mientras lo torturaban y exponían en cuarteles como un trofeo, la noticia de la detención se publicó en el diario Presencia, de La Paz. Llegó a oídos de su hija adolescente en Buenos Aires por Radio Colonia, de Montevideo, y desde allí a Punta Alta, hábitat natural de los marinos que por esos meses perfeccionaban la “muerte cristiana” en vuelos sobre el Río de la Plata, que en 1977 aplicarían a las Madres fundadoras Azucena Villaflor de De Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco.

Mafalda Corinaldesi, que había enviudado, vivía de coser y tejer para afuera y tenía terror de que le robaran a su nieta, no dudó en viajar a Bolivia para averiguar sobre su hijo. “¿Vos si tenés un hijo lo vas a abandonar? –le planteó a una sobrina que le recordó el contexto–. Es lo único que tengo y quiero verlo”. Apenas llegó a La Paz, el 13 de noviembre, notó que la vigilaban. Después descubrió que le habían allanado la habitación del hotel aunque no le robaron nada. En el Ministerio de Gobierno la recibió e interrogó el mayor Jorge Cadima Valdez. Le dijo que a su hijo lo habían expulsado del país y lo habían entregado a fuerzas de seguridad argentinas en la frontera con La Quiaca el 15 de octubre. Como prueba le entregó un radiograma firmado por el subprefecto de Villazón.

En la mañana del 19 de noviembre llegó al aeropuerto de Ezeiza en un vuelo de Lloyd Aéreo Boliviano. Antes de que le sellaran el pasaporte vio que le avisaron a un hombre de civil, que la siguió hasta el hotel. A las cinco de la tarde, con ruleros y un pañuelo para romper el seguimiento, se entrevistó con su nuera, quien le advirtió del peligro y le aconsejó volver a Punta Alta. “Usted no me puede pedir eso. Soy la madre, voy a luchar hasta el último momento para saber dónde está mi hijo”, respondió. “Estaba convencida de que sus trámites iban a dar resultado. Nunca imaginó la bestialidad de lo que estaba pasando. Sólo pensaba en encontrar a su hijo y cuidarnos a nosotras”, recordó Borgato, quien se radicó en Cuba. En los primeros minutos del 20 de noviembre, el día que cumplía 60 años, tres hombres de civil la secuestraron del hotel Esmeralda.

Las desapariciones de madre e hijo formaron parte cuarenta años después del juicio por la Operación Cóndor, como se denominó la coordinación represiva entre dictaduras del Cono Sur. Por el caso Stamponi fue imputado el ex dictador Jorge Rafael Videla; por el de su madre, Jorge Olivera Róvere, dueño de vidas y muertes de la capital argentina en 1976. Ambos murieron durante el proceso. La Corte Penal de Roma que en enero condenó a ocho ex altos mandos de Bolivia, Perú, Chile y Uruguay por víctimas del Cóndor de origen italiano también incluyó sus casos, por los que dieron testimonio Rodríguez Ostria, Fernández y Nila Heredia, militante del PRT-B secuestrada y torturada en abril de 1976 y última compañera de Stamponi.

“Luis siempre se refería a su mamá con mucho cariño, su padre había muerto varios años antes”, recuerda Heredia. “Tengo la impresión de que su madre acompañó y protegió las ideas de Luis. Su presencia en Bolivia para reclamar por él demuestra cuánto lo quería. Con seguridad habría sido una de las luchadoras por la aparición con vida de su hijo”, agrega la ex Ministra de Salud de Evo Morales. “Lastimosamente la desaparecieron de un modo atroz luego de ser engañada, postergada y burlada en la información que el Ministerio de Gobierno le trasmitió respecto de la fecha de la entrega de su hijo a la represión argentina. Con seguridad el retorno a Buenos Aires fue comunicado por el Ministerio de Gobierno boliviano al argentino, de otra manera no se podría entender que la misma noche la detuvieran y desaparecieran”, destaca Heredia, ex presidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Mártires por la Liberación Nacional (Asofamd) que reclama la creación de una Comisión de la Verdad, Memoria, Justicia y Reparación por las violaciones a los derechos humanos en Bolivia entre 1964 y 1982.

La memoria avanza a paso lento. En La Paz, la imagen de Stamponi integra desde 2004 un mural del artista Walter Solón Romero en la Plaza del Desaparecido “José Carlos Trujillo”, al pie del mirador Montículo. Los nombres de madre e hijo identifican desde el año pasado una calle del municipio de Ancona, en el centro de Italia, de donde provenían ambas familias. Gracias al Movimiento por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Punta Alta (MoVeJuPA), que da pelea en un territorio hostil a esos fines por la influencia de la Armada y del diario La Nueva Provincia, desde el 24 de marzo de 2012 las fotos enmarcadas de Mafalda Corinaldesi y Luis Stamponi ofician de recordatorio en el Concejo Deliberante de su ciudad, donde pocos reparan haber tenido a una precursora de las Madres de Plaza de Mayo.
1 “Luis Faustino Stamponi. Una vida en la lucha armada, 1962-1976.”
Por Gustavo Rodríguez Ostria. Lucha armada en la Argentina. Anuario 2011.



30 de abril de 2017
EL CASO DE CLARA SOLEDAD PONCE, SOBRINA NIETA DE UNA FUNDADORA DE MADRES DE PLAZA DE MAYO 
La otra búsqueda de Mari 
Sus padres fueron asesinados durante la dictadura. Su filiación biológica era verdadera, pero una parte de su historia era mentira. Recién este año se encontró con los documentos de su paso por la Casa Cuna, donde la encontró Mari Ponce de Bianco.
“Mari venía buscando a su hija. Y como la buscó a ella me buscó a mí”, cuenta Clara Soledad. (Imagen: Adrián Pérez)
Por Victoria Ginzberg 
Tenía 19 años y acababa de salir de la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Se sentó en el cordón de la vereda para procesar lo que le habían confirmado solo un momento antes: sus padres habían sido asesinados durante la dictadura, no habían muerto en un accidente como le habían contado sus abuelos. Para Clara Soledad Ponce fue el comienzo de algo que, veinte años después de ese día, todavía se mantiene: la búsqueda de su identidad. Porque si bien su filiación biológica era verdadera, una parte importante de su historia era mentira. Recién este año pudo encontrarse con los papeles que documentan su paso por la Casa Cuna, cuando era una bebé de diez meses. Allí la encontraron su abuela, Isolina Rodríguez de Ponce, y su tía abuela, Mari Ponce de Bianco, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, secuestrada el 8 de diciembre de 1977 en la iglesia de la Santa Cruz. “La que impulsó mi búsqueda fue Mari. Mi abuelo era del Servicio Penitenciario y mi abuela no tenía herramientas. Mari ya venía buscando a su hija. Y como la buscó a ella me buscó a mí”, dice Clara Soledad.

María Eugenia Ponce de Bianco era tucumana y fue una gran autodidacta. Leía historia, economía o poesía. Fue empleada doméstica, modista y luego tuvo un negocio de colchones. En 1972 se afilió al Partido Comunista. Su hija Alicia estudiaba filosofía, militó en Montoneros y después en el ERP y fue secuestrada el 30 de abril de 1976, justo un año antes de la fundación de Madres de Plaza de Mayo. A raíz de la desaparición de Alicia, Mari se distanció del PC, que le retaceó ayuda. Y comenzó a colaborar en los grupos de solidaridad del ERP, cuidando niños, visitando presos, juntando plata. En la búsqueda de Alicia, comenzó a reunirse con familiares de desaparecidos, un grupo que luego derivaría en el movimiento de derechos humanos y, en particular, en Madres de Plaza de Mayo.

El 15 de febrero de 1977 los hermanos Oscar Armando y Segundo Manuel Ponce (el tío y el papá de Clara Soledad), sobrinos de Mari, fueron asesinados en un operativo del Ejército y la policía que incluyó la movilización de tanquetas y helicópteros. Los persiguieron por toda la ciudad de Buenos Aires mientras ellos intentaban llegar a una posta sanitaria en la zona de Juramento y Alvarez Thomas. En ese lugar estaba Clara Soledad, a quien cuidaba María Teresa López Zavaleta, “Chichila”. Los represores dieron con ese lugar y se llevaron a Chichila, pero antes, ella logró que dejaran a Clara Soledad con una vecina. La mamá de Clara Soledad, Inés Alicia García, no podía acercase. Era peligroso para todos. Poco después, también la asesinarían.

La vecina cuidó de la niña un día, luego la llevó a una comisaría alejada de la zona del operativo. Abrieron una causa por “abandono de menor” y luego dejaron a la beba en la Casa Cuna. Clara Soledad estuvo en esa institución dos meses, hasta que Mari (los pedidos de habeas corpus están hechos de su puño y letra) y su abuela la encontraron, luego de recorrer juzgados y comisarías, rastrear expedientes y pelearse con magistrados y empleados. En abril de 1977, y luego de un mes de “revinculación”, Clara Soledad fue restituida a sus abuelos, que la criaron, pero la despojaron de la dimensión política de su vida. Mari, que podría haber hecho que su infancia fuera distinta, fue secuestrada el 8 de diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz junto con otros familiares de desaparecidos y fundadoras de Madres de Plaza de Mayo.

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–Ah, pero vos sos la sobrina nieta de Mari Ponce, del grupo de la Santa Cruz

–¿Qué es el grupo de la Santa Cruz?

–Los que se llevaron de la iglesia.

–¿De una iglesia? ¿Pero cómo puede ser?

Después de su visita a la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, donde le confirmaron que sus padres habían sido asesinados durante la última dictadura, Clara Soledad empezó su propia investigación. Eran mediados de los 90. Iba a terapia (con una psicóloga del Servicio Penitenciario que tenía grado), a las oficinas de la Conadep y a la hemeroteca del Congreso. Todo era nuevo. Casi un año después se sintió lista para enfrentar a sus abuelos. “Estábamos esperando que te enteraras”, le dijeron, como si estuvieran hablando del final de una película y no de una historia de la que ellos eran protagonistas. Como si enterarse fuera, para ellos, inevitable pero a la vez trágico, la mancha que no podían borrar. Clara Soledad había absorbido toda la información que había podido juntar durante meses. Cuando algunos compañeros le decían que se lo tomara con calma, que dosificara, ella respondía, “lo único que necesito es saber la verdad”.

Sus abuelos le contaron otras cosas. “Paradójicamente, aunque eran tan distintos, Mari era una de las hermanas más queridas de mi abuelo. De hecho, él fue a algunas reuniones de los familiares en la iglesia. Y cuando me recuperaron, me llevó para agradecer a todos. Ahí fue mi mamá, que todavía estaba viva y me vio de lejos. Desde la muerte de mi papá, ella no podía tener contacto con ellos, era peligroso para todos, pero se comunicaban a través de una tía, la única en la familia que tenía teléfono”.

Inés Alicia García llegó a ver a su hija con sus suegros. Un mes después, también la asesinaron.

En una de las reuniones en la Santa Cruz, Segundo Manuel Ponce (mismo nombre que el hijo), abuelo de Clara Soledad, retirado del Servicio Penitenciario, vio al represor Alfredo Astiz –que se había infiltrado entre los familiares y sería quien conduciría el operativo de secuestro de Mari y sus compañeros– y reconoció en él algo familiar.

–Ese tipo es milico, Mari.

–Pero no, es Gustavo Niño, viene por su hermano.

–Fijate como camina, como se para, ese tipo es milico.

Mari no lo creyó.

Después de la desaparición de Mari, los abuelos Ponce abandonaron su poca participación en el incipiente movimiento de derechos humanos. Armaron para su nieta la historia del accidente para justificar la ausencia de sus padres, se relacionaban con pocas personas, la anotaron en un colegio católico y le decían que delante de “la gente” les dijera mamá y papá. Pero algunas frases escuchadas de rebote, algunas discusiones y un poco de la historia argentina aprendida en la escuela, aún en términos de subversión y Proceso de Reorganización Nacional, hicieron que Clara Soledad comenzara su propio camino. Que supiera quiénes habían sido sus padres y admirara a esa tía abuela que dejó su huella en los habeas corpus que escribió a mano en los juzgados para exigir su restitución y a quien siente que le debe no haber sido apropiada por una familia militar o haber crecido en un instituto.

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"Yo estuve dos meses desaparecida”. No fue fácil para Clara Soledad hacerse cargo de lo que significa esta frase. Este año con ayuda de la fiscal Mercedes Soiza Reilly y Sabrina Regueiro, de la Unidad Especializada en Apropiación de Niños, accedió a su expediente de la Casa Cuna y a la causa judicial que se tramitó por su supuesto abandono. Hay entre esos papeles una foto de ella a los diez meses, una de las poquísimas que tiene de esa época, y una lista con las cosas que tenía el bolso que le había armado su madre para que tuviera mientras la cuidaba Chichila. “Un par de sandalias color marrón, dos mamaderas de plástico, un vestidito blanco de lana, un enterito color rosa de lana tejido, un pantaloncito jardinero cuadrillé, un babero, seis pañales, dos chiripas, una bolsa con remedios”, enumeró la policía, entre otras cosas. Clara Soledad, dice el documento policial, es de “cabello y ojos castaño oscuro, piel trigueña, sin señas particulares ni signos traumáticos, aspecto vivaz, condiciones psíquicas propias de la edad señalada (año y medio calculaban, aunque tenía diez meses) y tiene su muñeca izquierda, una cadena identificatoria de metal blanco que dice ‘Clara Soledad’”. La marca que dejaron sus padres para que fuera más fácil hallarla. En los expedientes, la “menorcita” (así figura) aparece como “Clara Soledad N.N”.

Hasta que pudo recopilar todos esos documentos, Clara Soledad solo tenía su acta de tenencia. Pero fue sólo cuando comenzó a saber más de lo que había ocurrido durante el terrorismo de Estado que le llamó la atención el nombre del secretario del juez Oscar Hermelo, que había firmado ese papel: era Gonzalo Torres de Tolosa, quien durante la última dictadura visitaba la ESMA. El “Teniente Vaca” está siendo juzgado por su participación en los “vuelos de la muerte”, que fue la forma que fueron asesinadas Mari y sus compañeras.

Hoy, Clara milita en Memoria Palermo y desde ese espacio va dejando las marcas para que la historia que ella misma pudo reconstruir sea conocida por todos. Tanto en la morgue judicial, donde llevaron los cuerpos de sus padres, como en el cementerio de la Chacarita, donde se supone que sus restos fueron al osario, hay baldosas con sus nombres.
Fuente:Pagina12

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