8 de mayo de 2017

OPINIÓN

El mayor cuento del tío

Por CRISTIAN MALDONADO

“¿Cómo te llamás vos?”, le preguntó de golpe Macri a un hombre que lo
escuchaba a menos de un metro del escenario. Mirándolo atento,
concentrado en la acción, esforzado por darle cierta naturalidad, el
presidente repitió sin prisa lo que le respondían desde abajo:
“Claudio. Claudio Moreno. Obrero del vidrio”. Y de inmediato completó
el acting: “Claudio, sabés Claudio que vengo de EE. UU., de verlo al
presidente Trump, y ¿sabés de qué le hablé?, le hablé de vos. De vos,
de vos, de vos, ¡de todos los que estamos en este país, de que son
buena gente, de que somos buena gente!”, profería  exaltado en tono de
pai, mientras señalaba con el dedo distintos puntos en el horizonte
del micro estadio de Ferro.

Lo escuché primero en vivo, mientras hacíamos el programa de radio, y
me impresionó tanto la escena que después me puse a verlo varias veces
más, para tratar de entender por qué. A algunos podrá parecerle
ridículo, a otros un chamuyo descarado, demagogia de mal gusto, quizá
haya quienes piensen que de tan inverosímil no cuaja ni en los niños.
Pero al mismo tiempo es imprescindible entender que se trata de un
eslabón más de la exitosa estrategia de comunicación de Cambiemos, que
escenas como ésa representan el corazón del discurso que catapultó a
Macri nada menos que a la Casa Rosada por la vía del voto. Es más, la
subestimación de estas novedosas prácticas configuró un aliado
fabuloso en tiempos electorales. Quién sabe a ciencia cierta por qué
penetró tan hondo en una porción tan amplia de la sociedad, hay mil
hipótesis, pero lo real es que la estrategia Durán Barba dio
resultados impensados. Aquel sincericidio de Sturzenegger, con cara de
pícaro, confesando que el consultor ecuatoriano le pedía expresamente
que no contara la verdad: “Si vos explicás qué es la inflación, vas a
tener que explicar que la emisión monetaria genera inflación, que
entonces debería reducirse la emisión, y que si entonces hacés eso,
tendrías que hacer un ajuste fiscal, y que si hacés un ajuste fiscal,
entonces la gente va a perder su trabajo y eso es lo que no queremos
que digas”.

Hace algunos días, el ministro de finanzas Luis Caputo se salió del
libreto por un instante en Washington y le confirmó a varios colegas
lo que a esta altura ya es un secreto a voces: que después de las
elecciones habrá ajuste. “Vamos a ajustar, pero no brutalmente”,
aclaró. Claro que esta exitosa estrategia de comunicación no hubiese
sido posible sin la inestimable contribución de los medios de
comunicación más influyentes de nuestro país, que no se alarman ni
ante la comprobación de decenas de estafas electorales, ni ante las
contradicciones más flagrantes y escandalosas, ni ante escenas como
las del lunes en Ferro, en donde Macri pasó sin escalas de la “pobreza
cero” al “trabajo para todos”, como si estuviera invitando una ronda
de cervezas en la barra de un bar.

En muchos países de América Latina, la expresión ‘el cuento del tío’
supone una estafa, una estafa consumada a partir de una historia
conformada por aspectos creíbles y otros tentadores, pero sobre todo
fundada en la confianza, la ingenuidad, la ignorancia y también la
ambición de las personas que lo sufren. En nuestro país, daría toda la
sensación de que estamos viviendo un cuento del tío tras otro o, en
todo caso, un monumental cuento del tío al cual todavía no se le
advierte el fin. Es difícil explicar, si no, lo que pasó y lo que de
alguna manera sigue pasando. Quienes practican cada día ese cuento del
tío logran a cada rato una nueva promesa y al mismo tiempo nuevas
excusas para intentar justificar la ausencia de resultados. Primero
fue la herencia, después fue la herencia y más tarde siguió siendo la
herencia recibida. Fueron alejando el segundo semestre tanto como les
fue posible, ilustrando el escenario con brotes verdes y una supuesta
luz al final del túnel. Hay que reconocer que el gobierno eludió con
mucho éxito el conflicto social, los paros y las protestas durante un
asombroso período de tiempo, si uno lo juzga en función de los ajustes
padecidos por el pueblo argentino, quizás haciendo uso de la luna de
miel, del marketing, de la paciencia de muchos de sus votantes y de
otras habilidades novedosas de esta derecha moderna y perfumada.

Lo que es verdaderamente sorprendente, al menos para mí, es ya no que
haya tenido el efecto electoral que tuvo sino que ahora, después de
casi un año y medio de una gestión repleta de ajustes, pérdida de
poder adquisitivo de los laburantes y concentración desenfrenada de la
riqueza, siga surtiendo efecto. Que hayan logrado por ejemplo instalar
la idea de que no tenían otra que hacer lo que hicieron como resultado
de la bomba que les dejaron. Que una gran parte de la sociedad compre
y se convenza de que no había alternativa, de que se vivió algo
irreal, de que había que pagar la fiesta, mientras se hacen todos los
negocios en tiempo récord y convierten obscenamente el Estado en un
aguantadero de Ceos que siguen jugando para las multinacionales de las
que proceden.  Y que se tolere que le pidan al resto que se arremangue
y haga el esfuerzo. Que personas de carne y hueso que caminan la calle
a diario no adviertan que están padeciendo las inevitables
consecuencias de las decisiones políticas de beneficiar a unos en
perjuicio naturalmente de los otros, hay que decirlo, es un logro
bestial por parte del gobierno y sus estrategas. La estrategia
consiste en perpetuar la idea de que nos tenemos que arremangar todos,
de que hay que transpirar y ser austeros todos para pagar los pecados
del gobierno anterior y salir adelante, cuando en realidad los datos
dicen que los únicos que están saliendo adelante, los únicos
beneficiados de este modelo son los que conforman la pequeña porción
más rica de Argentina.  Esto es, como decía un querido amigo,
animémonos y vayan. Animémonos y pongan ustedes de su plata, de su
esfuerzo, para que los ricos tengan más.

Porque los datos de la realidad, los oficiales incluso, son
lapidarios: más allá del bla bla y los buenos modales, los datos duros
vienen confirmado, desde el comienzo, que en nuestro país creció
velozmente la desigualdad: el 10 por ciento más rico aumentó su
ingreso casi en un 50 por ciento. Empeoró la distribución del ingreso
y los sectores altos pasaron de concentrar el 26,6 al 28,5 por ciento
de la riqueza. El diez por ciento más rico de los hogares aumentó su
ingreso medio en el último año de 34.330 a 51.321 pesos, un 49,5 por
ciento. Y los números que se publicaron este año van en la misma
dirección: el 10 por ciento más rico obtuvo ingresos 2.500 por ciento
superiores al 10 por ciento más pobre.  Hasta ahora, en base a los
datos, lo que el gobierno de Mauricio Macri vino a “normalizar” no es
otra cosa que la distribución del ingreso según su propia perspectiva
de lo que es normal y de cómo debe estar repartida la riqueza. Y como
está archicomprobado que la principal causa de la pobreza es la
riqueza, el resultado es millones de nuevos pobres.

Quizás el summun, el momento bisagra de la estrategia de comunicación
del Pro, date del día en que decidieron finalmente cruzar la General
Paz. Para ello hacía falta más y tal vez por eso resolvieron postular
a Macri como un revolucionario moderno. “Macri es revolución, Macri es
revolución” fue la consigna elegida por la juventud Pro a fines de
2012, durante un acto en La Plata, del que participó el propio
Mauricio Macri. Los jóvenes lucían entonces remeras amarillas con el
rostro de su líder sustituyendo al del Che Guevara. Quien por esos
días era director de Juventud de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Nicolás Pechersky, ahora en el temido Ministerio de Modernización,
explicó en su Twitter por qué: “Mauricio es revolución porque por
definición ser conservador es querer dejar las cosas como están. Que
los ricos sigan ricos y los pobres sigan pobres (…) La revolución
entendida como el cambio radical al sistema que nos imponen”. Y si uno
sacude dos minutos el historial de consignas macristas, aparece una y
otra vez la palabra revolución como un axioma clave en el universo del
marketing Pro. Además de la tan anunciada “revolución de la alegría”,
Macri ostenta una incansable destreza para prometer revoluciones en
todos los rubros: a comienzo de año, en el Congreso, anunció la
“revolución educativa”, pero ya en 2015 había prometido hacer una
“revolución en la educación pública”, y prometió además hacer una
“revolución productiva en el campo”, y una “revolución tecnológica”,
también una “revolución verde”, y una “revolución del empleo”,
mientras anunciaba como un logro la primera flexibilización laboral de
su gestión, y hasta uno de sus ministros anunció una “revolución del
aire”, sólo tres días después de que imputaran al presidente por la
adjudicación de rutas aéreas.

En fin, quizás uno de los grandes desafíos de la humanidad sea
descifrar alguna vez por qué los pobres y las clases medias llegan a
votar a gobiernos que gobiernan para las clases altas. Probablemente
el mayor logro del neoliberalismo sea conseguir que un pobre vote a la
derecha. Con toda la complejidad del caso, metiendo en la bolsa todo:
las deudas y errores de los gobiernos populares, las maquinarias
mediáticas a todo vapor, el rol del poder económico, del Poder
Judicial, los aciertos y desaciertos de las estrategias electorales,
el notable impacto del marketing. Veremos qué pasa cuando lleguen las
elecciones y el pueblo argentino tenga la posibilidad de plebiscitar
la gestión de Cambiemos.

Hasta ahora en Argentina la única revolución que vimos es una inédita:
la revolución de los ricos. Y fue posible, entre otras cosas, gracias
a uno de los más formidables cuentos del tío de los que se tengan
memoria en esta parte del mundo.

Envío:AexPPCdba.

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