Emblema de sangre y horror
Por Pablo Llonto
Imagen: Télam
Reynaldo Bignone es un emblema de varias barbaries de la dictadura. La primera, desde ya, la barbarie del terrorismo de Estado. Él fue condenado por hechos cometidos por bajo su dirección, sobre todo cuando estuvo en dos lugares: el Colegio Militar de la Nación y el Comando de Institutos Militares, o sea Campo de Mayo. También fue el emblema de otra barbarie de la dictadura, como fue la quema y la destrucción de todos los archivos, porque fue durante su gobierno de facto que se llevó adelante todo esto. Bignone fue el principal responsable de todo esto y su ocultamiento continuó durante años. Este perverso que se dio el lujo de escribir libros donde reivindicaba la dictadura y hacía apología de lo que habían hecho pero a la hora de sentarse frente a un tribunal tenía, como tantos otros, la cobardía de ni siquiera admitir ese hecho y negaba todo, que fue la característica también en aquellos años de la dictadura cuando las familias les reclamaban información sobre los hechos.
Bignone fue la representación del final de la dictadura y debió irse echado y encarcelado. Pero el radicalismo no fue capaz de ponerlo en su lugar en aquel diciembre de 1983.. Era por supuesto el símbolo de la dictadura y las Madres de Plaza de Mayo le pidieron a Raúl Alfonsín que no recibiera el mando de manos de un asesino, que en aquel momento además estaba imputado por los casos de los conscriptos García y Steimberg. Sin embargo, se ve que como parte del radicalismo Alfonsín, que concertaba con la dictadura de Bignone la transmisión del mando, no tuvo el coraje de decir que no y por eso hoy tenemos la vergüenza de la fotografía de la asunción de un presidente democrático con el dictador y asesino al lado. Las familias Steimberg y García habían dado una enorme batalla durante los años de la dictadura y sobre todo en el tramo del 82 y del 83 para responsabilizar a Bignone como director del Colegio Militar por los secuestros de los dos conscriptos querían encarcelarlo, porque así correspondía, tuvieron que soportar ese mal trago de verlo en la televisión entregando el mando.
Como abogado me tocó participar en varios casos en los que Bignone ha sido condenado. Ahora estaba imputado en decenas de casos. Lamentablemente por responsabilidad de los jueces del Tribunal Oral Federal 1 de San Martín, que no apuran y no entienden de qué se tratan los juicios de lesa humanidad, Bignone tenía algunas condenas pero se va sin condenas centenares de casos.
Se ha ido otro emblema de sangre y horror y cuyo nombre, por suerte para la historia argentina, quedará como sinónimo de muerte, de oscuridad, de tortura, junto a los de Videla, de Massera y de otros.
08 de marzo de 2018
A los 90 años falleció el genocida Reynaldo Bignone
La muerte del último dictador
Con una decena de condenas por delitos de lesa humanidad, Bignone murió ayer en el Hospital Militar. Fue el cuarto jerarca de la última dictadura y fue hallado responsable de secuestros, torturas, asesinatos y apropiaciones de bebés.
Bignone había asumido en julio de 1982 y terminó llamando a elecciones al año siguiente.
Imagen: AFP
Imagen: AFP
El último dictador argentino, Reynaldo Benito Bignone, murió ayer a sus 90 años y con diez condenas por delitos de lesa humanidad en el haber. El militar que confesó que la tortura fue aprobada por la Iglesia Católica y que antes de colocarle la banda presidencial a Raúl Alfonsín ordenó destruir los documentos elaborados por la burocracia del Estado terrorista murió en el Hospital Militar sin aportar un solo dato sobre el destino de sus víctimas, pero no pudo evitar una catarata de sentencias por su responsabilidad en secuestros, torturas y asesinatos, su participación en el Plan Cóndor y en el plan sistemático de apropiación de bebés. “La muerte se quedó sin su último jefe”, resumió la organización Hijos Capital. “Su familia sabe la hora, los motivos y el lugar de su muerte. También podrá decidir dónde despedirlo. Las miles de familias de las víctimas de Bignone, no”, destacó.
Bignone fue el cuarto y último dictador de la zaga iniciada por Jorge Videla en 1976. Asumió el 10 de julio de 1982, días después del fin de la guerra de Malvinas, en reemplazo del ideólogo de esa aventura, Leopoldo Galtieri. En 1983 le tocó llamar a elecciones cuando la derrota en el Atlántico Sur, sumada a la debacle económica y la creciente resistencia popular, pusieron en jaque al gobierno militar. Antes de entregarle los atributos presidenciales a Alfonsín, se esmeró en garantizar la impunidad propia y ajena mediante un decreto que ordenó destruir los archivos de la represión ilegal y otro decreto de “amnistía” y “pacificación nacional”.
El ex dictador fue jefe de Estado Mayor del Ejército y desde 1977 comandante de Institutos Militares, del que dependían los cuatro centros clandestinos que funcionaron en Campo de Mayo, que el gobierno de Mauricio Macri pretende convertir en parque nacional. Tras la llegada de la democracia, pudo evitar su condena en el juicio a los ex comandantes gracias a la exclusión en ese proceso de la cuarta junta militar, que compartió con Rubén Franco y Augusto Hughes.
Cuando aún reinaba la impunidad, entrevistado por la periodista Marie Monique-Robin, admitió 8 mil desapariciones aunque asignó 1500 al gobierno previo al golpe. Explicó que los instructores franceses enseñaron a los militares argentinos el método del secuestro, la tortura y la ejecución clandestina y aseguró que el Episcopado aprobó esa práctica. Tampoco se privó de arengar a los apologistas de la dictadura. En 2006 le envió una carta a una agrupación llamada “Argentinos por la Memoria Completa”, en la que elogió a sus integrantes como “modernos Quijotes”, los convocó a “arremeter” contra quienes “cargados de odio deformaron la moderna historia argentina” y les dejó un encargo macabro: “Terminen lo que nosotros no pudimos terminar”.
Recién en abril de 2010, con 82 años, pasó su primera noche en una cárcel, cuando el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín lo condenó a un cuarto de siglo de prisión por medio centenar de secuestros y torturas cometidos por sus subordinados de Campo de Mayo cuando era jefe del Estado Mayor del Comando de Institutos Militares. “Nos vemos obligados a soportar las fotos de las supuestas víctimas”, provocó a los familiares de los desaparecidos al hacer uso de sus últimas palabras. “Ante la agresión terrorista, la Nación empeñó a sus fuerzas armadas para aniquilar al terrorismo subversivo”, dijo. Luego cuestionó la cifra de treinta mil víctimas, negó el plan sistemático de apropiación de bebés y agregó que la figura del desaparecido tiene “otra significación en la guerra irregular”.
En 2011 recibió su primera condena a prisión perpetua por los secuestros, tormentos y asesinatos de Gastón Gonçalves y Diego Muniz Barreto; la tentativa de homicidio de Juan Fernández, las desapariciones de Carlos Souto y Luis y Guillermo D’Amico y la detención ilegal de Osvaldo Arriosti. El mismo año recibió otra condena por la privación ilegal de la libertad de quince trabajadores del Hospital Posadas, donde funcionó el centro clandestino conocido como El Chalet. El 28 de marzo de 1976 el policlínico Posadas, en Haedo, fue ocupado por una patota al mando del general Bignone, delegado de la junta militar en el área de Bienestar Social.
En 2012, en el banquillo de los acusados junto con Videla, Santiago Riveros y Jorge “el Tigre” Acosta, entre otros, fue condenado por 35 apropiaciones y sustracciones de identidad de niños nacidos en cautiverio, los cuales fueron apropiados o dados en adopción luego de ser secuestrados con sus padres. En 2013 recibió la segunda perpetua por crímenes contra 23 víctimas, entre ellas siete mujeres embarazadas que dieron a luz en maternidades clandestinas. También por el allanamiento ilegal, robo agravado, privación ilegal de la libertad, tormentos y por los homicidios de Kitty Villagra y Domingo García, el esposo de Beatriz Recchia.
En 2013, otra vez junto a Riveros, fue condenado por el secuestro y la desaparición del militante montonero Roberto Quieto, además de las apropiaciones ilegales de Martín Amarilla Molfino y Gabriel Matías Cevasco, nietos recuperados por Abuelas de Plaza de Mayo. Quieto fue secuestrado por una patota militar en la tarde del 28 de diciembre de 1975 en una playa de Martínez, al norte del Gran Buenos Aires, y fue visto en el centro clandestino El Campito, en Campo de Mayo. En 2014 el tribunal de San Martín volvió a condenarlos por los delitos contra 33 trabajadores de la Zona Norte del conurbano, en su mayoría navales y ceramistas que actuaban como delegados de base o activistas sindicales. El mismo año el TOF 6 porteño lo condenó por el robo de bebés nacidos en el Hospital Militar de Campo de Mayo y el secuestro y las torturas de sus madres.
En 2016 fue el turno de la condena por el Plan Cóndor, la coordinación de las dictaduras del Cono Sur. Bignone fue “penalmente responsable de integrar una asociación ilícita en el marco del denominado Plan Cóndor”, concluyó el TOF 1. En 2017 recibió la última condena a perpetua en el marco del juicio por secuestros de seis conscriptos del Colegio Militar, que dirigió entre agosto de 1976 y febrero de 1977, de los cuales tres permanecen desaparecidos.
07 de marzo de 2018
"Deme más datos, cómo le decían, qué apodo de guerra tenía”
El día que Bignone recibió a Carlotto
Tras la muerte del último presidente de la dictadura, Reynaldo Bignone, quien antes de entregarle el Gobierno a Raúl Alfonsín firmó un autoindulto que pretendía exculpar a todos sus camaradas por los crímenes cometidos entre 1976 y 1983, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo recordó la entrevista que mantuvo con el genocida en diciembre de 1977 mientras buscaba a su hija Laura, secuestrada un mes antes.
magen: Guadalupe Lombardo
En diciembre de 1977, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, quien buscaba a su hija Laura, secuestrada un mes antes, embarazada de tres meses, fue recibida por el entonces secretario de la Junta Militar, Reynaldo Bignone, a quien le pidió que no matara a su hija, estudiante de historia y militante de la Juventud Peronista. El genocida no solo dio por sentado que las Fuerzas Armadas mantenían secuestrada a su hija sino que respondió “Hay que hacerlo”. Durante el encuentro, el militar mantuvo sobre su escritorio un revólver con la culata de madera muy lustrada.
Cinco meses después, el 25 de mayo de 1978, Bignone le entregó a la familia el cuerpo de Laura “para mostrar eso del ‘honor’ de un asesino”, según relató Carlotto en una entrevista con el diario La Nación, en 2006.
En 2014, dos meses antes de encontrar a su nieto Guido, durante una de las audiencias del juicio por los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención conocido como La Cacha, Carlotto recordó sus impresiones de aquel encuentro con Bignone de 1977.
“Él ya era secretario de la Junta Militar. Antes de verlo, me sometieron a terribles controles de seguridad. Me recibió en su despacho, a solas, con un arma sobre el escritorio, como ridícula ostentación de fuerza”, comenzó su relato la titular de Abuelas el 4 de junio de 2014 ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal número 1 de La Plata. Carlotto, quien conocía a Bignone, aseguró en el juicio de La Cacha que el día en que la recibió "enseguida noté que ese hombre era otra persona, muy distinta a la que había conocido en Castelar. Era algo así como un loco suelto”.
“Le conté mi drama. Reaccionó descontroladamente”, prosiguió Carlotto. Luego, contó que Bignone le preguntó "señora, ¿en qué andaba su hija?”. Después pronunció una serie de frases sin sentido, que pretendían responsabilizar a Laura. “Fíjese, les hemos dicho que se entreguen voluntariamente y que les reducimos la pena y los ponemos, en esos casos, en cárceles especiales, que existen realmente. Yo le doy fe que existen… Pero no, no hay caso… Siguen y siguen”, le advirtió el ahora fallecido último dictador de la era militar.
Carlotto salió de aquella reunión del 77 “derrotada”. “Yo le planteé que sólo le pedía que no me la mataran, que la pasaran a disposición del Poder Ejecutivo, que si había hecho algo… yo la iba a esperar, pero no me dio muchas esperanzas”, contó. La “historia oficial” sostenía que Laura nunca había estado ni detenida ni embarazada, y que había sido abatida mientras circulaba en un coche, armada, y que había querido eludir un control policial.
Años después, Carlotto pudo confirmar que fue asesinada de espaldas y a 30 centímetros de distancia. Las marcas en los huesos de la cadera confirmaron también que había tenido un niño a término.
En aquel encuentro de fines de 1977 con Carlotto, Bignone aludió a las diferencias entre las Fuerza Armadas argentinas y la persecución a los tupamaros uruguayos: “Nosotros no queremos que pase eso. Y entonces, ‘hay que hacerlo’”. Allí Carlotto tomó conciencia de que no volvería a ver a Laura. “Al decir ‘hay que hacerlo’ estaba diciendo una sola cosa: matarlos. Bueno, ahí me agarró la desesperación, cuando caí en la cuenta de las perspectivas reales que tenía Laurita por delante”, recordó la abuela de Ignacio Guido Montoya Carlotto.
"Esa conversación, más la experiencia vivida por mi marido -que veía cómo los mataban prácticamente al día siguiente del secuestro- me convencieron de que mi hija ya estaba muerta. Entonces le dije… 'Si ya la mataron, lo que quiero es que me devuelvan el cuerpo, porque quiero enterrarla cristianamente, para no volverme loca buscando en las tumbas NN”, relató Carlotto en el juicio de la Cacha. La respuesta de Bignone fue "deme más datos, cómo le decían, qué apodo de guerra tenía”.
“Esa es la prueba evidente de que los mandos tenían toda la represión bajo su control… Salí de esa entrevista derrotada. Pero no lloré delante de Bignone, para nada. Ni le rogué, tampoco. Simplemente fui a pedir, con toda dignidad, por la vida de mi hija”.
Bignone publicó "El último de facto" en 1992
El dictador que escribió sus memorias
El genocida que le traspasó el Gobierno a Raúl Alfonsín hizo la apología del terrorismo de Estado y justificó la dictadura.
Por Juan Pablo Csipka
Bignone convirtió sus memorias en un alegato dictatorial.
Imagen: Télam
Imagen: Télam
Reynaldo Bignone no fue solamente uno de los principales jerarcas de la dictadura militar, que lo tuvo como último presidente de facto de la historia argentina. Fue, además, el único militar del Proceso que dejó sus memorias. El último de facto. La liquidación del Proceso. Memoria y testimonio, vio la luz en 1992 y fue la apología del terrorismo de estado en la voz de un dictador.
En el libro, Bignone repasa su carrera en primera persona, desde su paso por el Colegio Militar, donde convivió con Jorge Rafael Videla, y al que sucedió en la dirección de esa institución, hasta su paso por Campo de Mayo, como comandante de Institutos Militares y su llegada a la presidencia tras la derrota de Malvinas y la caída de Galtieri.
En las primeras páginas, Bignone recuerda un diálogo con Videla en el Colegio Militar, a fines de 1971, cuando era subordinado del entonces director, cinco años antes del Golpe del 24 de marzo de 1976. “Si el teniente primero (Aldo) Rico quiere permanecer en el Colegio, no debe tener cadetes a su mando”, le dijo el futuro primer presidente de las Juntas Militares al último presidente de facto. "Yo aquí quiero educadores y no que me formen máquinas de matar”, habría dicho Videla en aquella oportunidad en referencia a quien años más tarde se convertiría en líder de los motines carapintadas contra el gobierno de Raúl Alfonsín.
“Señores, por unanimidad ha salido electo el general Bignone”, afirma que dijo su colega Cristino Nicolaides tras la votación para elegir al sucesor de Galtieri en junio de 1982, luego de la rendición de Puerto Argentino. Así se iniciaba el año y medio final de la dictadura, marcado por el informe sobre la lucha contra la subversión, de abril de 1983, y la autoamnistía de septiembre del mismo año. Bignone reconoce en El último de facto que la ley podía llegar a ser derogada y que eso debía entenderse como un acto político. Asimismo, aseguró que “produciría su efecto en el momento de promulgarse” y que otorgaría impunidad a todos los miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en los crímenes de la dictadura. “Solo un dirigente, el doctor Italo Luder, tuvo el coraje civil de admitir durante la campaña electoral que toda ley actúa en el momento mismo de ser promulgada”, agregó.
Bignone se defendió de la acusación por la desaparición de conscriptos dentro del Colegio Militar mientras era su director afirmando que "el asunto afecta mi dignidad personal, pero lo más grave es que puso en tela de juicio la tradición del Colegio”. Y en el mismo libro agregó la declaración del general Alejandro Agustín Lanusse en el juicio a las Juntas, cuando el ex presidente de facto, primo hermano de Elena Holmberg, asesinada por el régimen, aseguró respecto del Colegio Militar: “Los oficiales salían encapuchados por la guardia en presencia de los cadetes y ésa no era forma de educar”.
Lanusse, a su turno, publicó en 1994 las Confesiones de un general, libro en el cual completa el contexto de la cita acerca de los oficiales encapuchados. Cuenta Lanusse que durante una reunión en Campo de Mayo con Bignone y el general Santiago Omar Riveros, que este último “pretendió recriminarme o retarme por mis manifestaciones públicas de repudio contra los procedimientos por izquierda, agregando que gracias a ellos yo vivía". "Le dije -agrega Lanusse- que había oportunidades en que era preferible no vivir”. El último presidente de facto de la Revolución Argentina, que inauguró Juan Carlos Onganía, agrega que “los ánimos se caldearon” y que Bignone “propio de su personalidad e idiosincrasia, pretendió mediar con muy poca felicidad por cierto y dijo: mi general, yo hasta el año pasado pensaba como usted, ahora he cambiado de forma de pensar”. A lo que Lanusse respondió: “Lo lamento, general Bignone, con la misma franqueza le digo que entonces hasta el año pasado yo tenía un concepto de usted y que ahora no lo mantengo”.
El libro de Bignone concluye con un balance de la democracia. Califica como “tendencioso” el informe de la Conadep y reivindica a los militares que actuaron en la década del 70. Por último afirma que el copamiento de La Tablada, en 1989, “sirvió para desmentir, hasta ante los peor predispuestos, la mentirosa historia que se había estado escribiendo acerca de nuestras Fuerzas Armadas, de seguridad y policiales”.
El balance final es patético: “La Argentina había recuperado la democracia. Creo firmemente que el Proceso hizo todo lo posible para preservarla en su esencia”, aunque aclara que la “batalla exitosa (...) se materializó suspendiendo la vigencia de las instituciones”.
Fuente:Pagina12
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