por Mariana Aquino
Fotos: Victoria Cuomo
A Susi la violencia
machista y el abandono del Estado le jugaron siempre en contra pero la peleó.
Vive en la 31 con sus hijas e hijos, y defiende su origen villero. Es una de
las cocineras poderosas que alimenta a niños y niñas en los barrios de Buenos
Aires.
Susi vive en una de las villas
más populares de Buenos Aires, en la 31. Ahí, al costado de la terminal de
ómnibus por la que pasan con apuro miles de personas día y noche; en la ciudad
que nunca duerme, casi no hay tiempo para detenerse a ver ni escuchar lo que
sucede detrás de esas paredes en altísimas construcciones, al margen de
las políticas públicas y lejos de los ojos de quien debiera resolver: los ojos
del Estado.
En la villa hay mujeres, travestis y trans de carne y hueso, muchas de ellas sostén de hogares númerosos que paran la olla cada día “con lo que sea”. Haciendo magia. Como lo hizo siempre Susi en su casa, antes de ser cocinera en La Poderosa.
En la villa hay mujeres, travestis y trans de carne y hueso, muchas de ellas sostén de hogares númerosos que paran la olla cada día “con lo que sea”. Haciendo magia. Como lo hizo siempre Susi en su casa, antes de ser cocinera en La Poderosa.
En los barrios, las mujeres
sufren doblemente la opresión del sistema patriarcal. Son mujeres y de la
villa. Para
ellas no es fácil hacer una denuncia, conseguir información o sacar turnos para
el hospital.Todos los prejuicios son dobles. Sufren la violencia institucional
que sufrimos como mujeres, y más. Viven la ausencia del Estado hasta cuando les
matan a un hijo o hija, padecen al patriarcado afuera y adentro del
barrio.
Él empezó a maltratarme más y más hasta que un sábado a la noche se
paseó con un puñal en la mano amenazándome.
Esta es una nota donde Susi nos
cuenta su historia. Pero en el lugar de Susi podría estar otra mujer, lesbiana,
travesti o trans de la 31, o de cualquier otro barrio del país. Susi es
una más de las tantas que pasan por la misma. “Cuando mi marido me
quiso romper la cabeza con una maza, yo metí mi mano para defenderme y me
rompió la muñeca”, fue lo primero que nos contó Susi al sentarse en la ronda
improvisada que armamos en la Casa de las Mujeres y las Disidencias de La
Poderosa en la 31, cuando la conocimos.
“Yo toda ensangrentada estaba. Y
me dijo que me levante, que me pegue un baño y me ponga a cocinar porque
teníamos que comer. Me levanté, me bañé, me cambié, fui a cocinar, serví la comida, mientras
él me puteaba porque yo no comía. Yo no podía comer porque tenía todo
atragantado en la garganta y cuando se puso bien borracho me escapé de
mi casa. Sin saber a dónde ir, sin saber a quién recurrir. Me fui con
mi hija más grande porque ella decía que si quedaba se la iba a agarrar con
ella. Pedí ayuda a una caminera y después en la comisaría. Casi me puse
desnuda para que me tomaran la denuncia”. Así lo cuenta. Todo de una, casi
sin tomar aire. Necesita largar la bronca que mastica hace años.
En las comisarías les cuesta
creer. Una mujer del barrio puede pasarse horas esperando a que le tomen la
denuncia, debe ir
varias veces hasta ser escuchada, los golpes deben ser bien visibles para que
exista algo de empatía. ‘Ustedes también se la buscan”, ‘¿Qué habrás
hecho para que te cague tanto a palos?’. Susi escuchó muchas veces estas
palabras. “Nos cuestionan a nosotras en vez de preguntar: ‘Ché,
chabón, ¿Qué hiciste?’ Al menos escuchar la otra campana. A mí no me
escucharon, ni me dieron bolilla. Así como entré a la comisaría, salí sin
nada”, dice Susi, con la impotencia de años de soportar la violencia de un
sistema perversamente excluyente.
Tuvo que volver a su casa. Y allí
la furia del macho estaba esperándola. La siguiente paliza fue el 24 de
diciembre. “Quise
hacer una denuncia en la comisaría porque mi marido me golpeó desde las 9 de la
noche hasta las 12 y 20 del 25, la navidad me la pasé así. Me pateó y
me pateó hasta que caí inconsciente. Cuando me desperté, él tenía a mi
hija contra la pared y mi hijo que tenía 3 añitos mordiendolo, y él le metió
una patada y lo puso también contra la pared”.
"Ustedes también se la buscan”, "¿Qué habrás hecho para que te
cague tanto a palos?". Susi escuchó muchas veces estas palabras.
Al final intentó escaparse pero
no pudo. Y la violencia recrudeció. Su pareja abusó de su hija mayor durante
meses. “No la
dejaba sola nunca. ¿En qué momento pasó? Y fue cuando yo
empecé a estudiar en un bachiller popular. Me iba a las seis de la tarde,
cuando todos mis hijos estaban en casa, y volvía a las diez de la noche. Y él
empezó a maltratarme más y más hasta que un sábado a la noche se paseó con un
puñal en la mano amenazando con que iba a matarme, no solo a mí sino a mis
hijas también. Después me fui con mi hija al hospital, se hizo el análisis y
estaba embarazada. El hijo era de él. Si el Estado hubiera estado
presente, si se hubieran tomado en serio las denuncias, yo no tendría que haber
sufrido lo que sufrí. A mí, eso me cagó la vida”.
Susi compartió el mismo techo con
su agresor durante 15 años, siete meses, cuatro días y 12 horas. Los tiene contados. Es que la
marcaron las palizas, los maltratos hacia ella y sus hijos e hijas, la
violencia cotidiana, el abuso. “Me cagó la vida pero salimos adelante”, nos
aclara. Lograron echar al violento de sus vidas, empezar de cero. Su
rol en las cocinas de La Poderosa ayudó.
Foto: Vicky Cuomo
La ausencia del Estado está
presente en las villas. No hay políticas públicas, contención ni programas para las
mujeres en los barrios populares. Y el techo de cristal oprime más
todavía: cuando logran conseguir un empleo, solo se las considera para la
limpieza o el cuidado de niñes y ancianas.
Si el Estado hubiera estado presente, si se hubieran tomado en serio las
denuncias, yo no tendría que haber sufrido lo que sufrí.
En el comedor de La Poderosa en
la Villa 31 comen 150 chicos y chicas todos los días. Hace dos años y medio que
Susy está encargada de cocinar; primero en la 31, ahora en otros barrios. Y
en sus ratos libres hace pasta frola, alfajores, tortas para vender en el
barrio; también es niñera. Pequeñas changas para sumar. “Duele
cuando ves la olla vacía y tenés que hacer magia para que alcance para todos. Y
los chicos que te miran con esas caritas que te duele el alma. Donde
tendría que estar el Estado estamos nosotras, las villeras. Y acá en el barrio
no somos chorras ni drogadictas. Acá la gente se levanta a las cuatro
de la mañana y sale a trabajar. Nosotras sobre todo. Aunque nos cuesta
conseguir trabajo, lo conseguimos y trabajamos”.
LA CASA DE TODES
Hace un año el Frente de Género
de La Poderosa abrió la primera Casa de las Mujeres y las
Disidenciasen el barrio de Susi; y después se abrieron otras casas. Un
espacio de contención para las vecinas. Desde allí, se brinda a las
mujeres e identidades disidentes de los barrios información sobre salud,
educación, trabajo y contención sobre violencia de género. Y ellas
mismas, las vecinas, llevan adelante el espacio.También se articula con centros
de salud comunitario y equipos de profesionales.
Estamos haciendo algo que el Estado tendría que hacer.
La Casa de las Mujeres y las
Disidencias es pensada como un espacio donde, entre mateadas y asambleas, se
refuerce el “pensar” en lugar del “obedecer”. Ya llevan más de un año de
trabajo con talleres de alfabetización, encuadernación, los espacios
adolescentes, zumba y hip hop.
Además, desde La Poderosa crean
bolsas de trabajo, se organizan para que vecinas cuiden los hijos e hijas de
otras vecinas que salen a trabajar afuera de la villa.“Tenemos que terminar con ese
prejuicio de que las villeras solo podemos limpiar. Acá tenemos estudiantes,
abogadas, luchadoras que quieren salir adelante y hacen todo para eso. Podemos
acceder a otros laburos, tenemos que generar herramientas. Eso nos dará autonomía,
muchas veces las mujeres que sufren violencia no se van de sus casas porque no
tienen adónde ir”, dice Johana.
Fuente:RevistaCitrica


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