11 de marzo de 2020

JUICIO CONTRAOFENSIVA: Dias 32 al 35.



El año 2019 cerró con la extensa declaración de Silvia Tolchinsky, sobreviviente de la Contraofensiva. A la espera del inicio de las audiencias de este año, que será mañana jueves 6 de febrero desde las 9 horas, compartimos la segunda parte de uno de los testimonios que más ayuda a dar cuenta de la complejidad de la causa. Por la poca cantidad de sobrevivientes de la Contraofensiva que hayan estado secuestrados, y a la vez por la extensión de su calvario, el de Tolchinsky es un testimonio que aporta datos que muy pocas personas pueden dar. Por ejemplo, hasta cuándo permanecieron con vida los secuestrados/as que luego serían desaparecidos/as. (Por El Diario del Juicio*)  

📝 Texto 👉 Fernando Tebele 
💻 Edición 👉 Martina Noailles
📷 Foto de Portada 👉 Guillermo Amarilla Molfino

Cuando la mayor parte del público que observa la audiencia en la sala de tribunales de San Martín reingresa y se prepara para la segunda parte de su testimonio, Silvia Tolchinsky ya está en el primer plano de los televisores, lista para continuar desde Barcelona. Antes del cuarto intermedio había quedado atrapada en Conesa 101, una de las casas que eran una suerte de sucursales de Campo de Mayo. Desde allí retoma. Ya es un hecho que será, hasta ahora y probablemente en el final, el testimonio más largo del juicio.

“Bueno, yo me quedo hasta marzo... me quedo… -se corrige- me tienen secuestrada en la quinta de Conesa 101, y en marzo me trasladan a otra quinta, que es una casa que había comprado cerca el grupo de Hoya (Santiago, un Coronel que murió días después de haber sido condenado). Todas son cerca, aledañas a Campo de Mayo. Me ubican en la primera planta, que era una especie de altillo a dos aguas y estoy ahí de marzo a junio aproximadamente en la condición de secuestrada, encadenada, engrillada y con los ojos vendados”, detalla. Cuenta que la obligaban a realizar tareas como mano de obra esclava. “En ese tiempo me pedían que hiciera cosas varias, como traducir documentos, traducir todas las instrucciones para montar equipos de música del alemán al castellano. Me traían diccionarios y yo lo hacía. Bueno, nunca supe alemán, pero se hacían esas cosas”. Otra vez se evidencia que las personas secuestradas eran, para los genocidas, cuerpos y mentes apropiadas a su servicio.

Tolchinsky avisa que no quiere cansar con detalles, pero no puede dejar de contar algunas de las situaciones de torturas psicológicas más dramáticas que sufrió, como cuando le trajeron fotos que, según los captores, eran de sus hijos, pero a los que ella no reconocía como tales. “Me traen una foto de mis hijos. Estaban en Cuba, pero me dicen que los trajo mi suegra. Yo les decía que no eran, pero ellos me insistieron tanto que yo pensé que no los reconocía. Fue una situación de muchísima angustia”, reconoce, y parece revivir aquel instante, mientras recuerda otra situación similar, pero el protagonista esta vez eran su hermano Daniel, y su cuñada Ana Dora Wiesen, secuestrados con anterioridad y luego desaparecidos: “me hablan de los compañeros, que están vivos, que están cerca, que están ahí. Me traen dos cartas, una de mi hermano y una de mi cuñada, donde ellos mismos me dicen y me explican que los que cayeron en el ‘79 y en el ‘80 están todos vivos, que creen que las cosas no serán igual y que, bueno, esperan que pronto puedan... -no culmina la frase-. Me preguntan fundamentalmente mucho por sus hijos, que no sabían nada y que habían estado en una situación tan delicada, y les cuento que están con mi hermana. Pero cuestiono la autoría de las cartas, porque no podía creer lo que estaba pasando”. Tolchinsky recuerda que, ante su duda, los represores salieron y le trajeron otras cartas a modo de prueba de identidad. “Rapidísimo, lo que quería decir que estaban muy cerca. Es decir que me dejaron, fueron a buscar las cartas nuevas y me las trajeron para que yo las leyera. En esas cartas mi hermano escribe: ‘Dicen que no crees que son las mías, pero sí, estamos aquí, queremos saber cómo están los chicos’. Él me cuenta cosas que evidentemente eran absolutamente familiares y lo que me dice uno de los interrogadores es que la letra a lo mejor no me suena porque le habían quebrado las muñecas en la tortura. Esto fue una situación... anímicamente me hizo bastante daño... Esas dos situaciones a mí me quebraron mucho. Las fotos de mis hijos que no eran mis hijos y las cartas de mi hermano”, suelta con total crudeza y sin perder nunca el tono parsimonioso, pero prolongando mucho más las pausas habituales de su decir.

Amarilla y Molfino

En el juicio ya declaró el nieto recuperado Guillermo Amarilla Molfino, nacido y apropiado en la maternidad clandestina de Campo de Mayo. El hijo de Guillermo Amarilla y Marcela Molfino está en la sala, y toma algunas fotografías para este Diario del Juicio, por la ausencia de su tío Gustavo. Observa con la misma atención que el resto del público. La diferencia en su caso es que sabe que en algún momento de su declaración, Tolchinsky dará un dato que lleva a pensar que quizá sus padres lo concibieron en la oscuridad de sus secuestros. Silvia trae ese recuerdo ahora, aunque en realidad temporalmente pertenezca a su estadía en Campo de Mayo.

—No, no podemos hacer que duerman juntos los detenidos porque a ver si nos pasa de nuevo como con los Amarilla —le dijo al Gitano un represor al que reconoce como Sánchez o Santillán.
—Pero, ¿qué pasó? —preguntó Tolchinsky, con la avidez de conocer más datos.
—No, no. Nada, nada —le respondieron intentando que olvidara lo que acababa de escuchar.

“En ese momento no tenía claro si me querían hacer creer que había quedado embarazada, o si se les había escapado que había quedado embarazada -repasa ahora Tolchinsky-. El mismo día me habían dicho que a María Antonia Berger la habían llevado a ser un papanicolaou porque le había salido mal el anterior. O sea, había conversaciones en las que yo no podía distinguir la verdad y la mentira, y había mucho esfuerzo puesto en todo eso”, asegura.

El Turco Julián y Paso de los Libres

Silvia Tolchinsky avanza en el relato sin necesidad de preguntas. Respeta bastante el orden cronológico de lo que quiere contar. Es el turno de la aparición de uno de los genocidas más emblemáticos, por varias razones. Una de ellas, porque todos los relatos de quienes lo sufrieron en el rol de víctimas, lo revelan como un torturador feroz. Pero también es emblemático porque, tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, fue el primero en recibir una condena. Tal vez alcance con decir El Turco Julián, que en realidad se llama Julio Héctor Simón. Era un integrante de la Policía Federal que actuaba en inteligencia vinculado al Batallón 601 del Ejército, el epicentro del genocidio en esta causa en particular. “un personaje absolutamente siniestro, cruel, que no hacía otra cosa que generar terror y crueldad, que hablaba de cómo torturaba a la gente, cómo los enloquecía la tortura... Vino a proponerme ir a Paso de los Libres (uno de los pasos fronterizos hacia Brasil) a marcar gente en la frontera. Entonces yo le dije que no conocía a nadie, que era muy difícil que pudiera marcar, porque no conocía a nadie. Él me dice que no hay nadie dentro de mi cabeza y que yo podía decidir. Me trae una foto y me la tira, una foto enorme donde están él, su mujer, tres hijos y un perro, y me dice que esa foto era de su familia, que había desaparecido por una bomba que le habíamos puesto. A mí eso me destruye. Yo sabía que no era cierto, sabía que esas cosas no eran ciertas, pero igual era esa doble sensación entre creer o no creer lo que decían, aceptar o no aceptar ese discurso perverso que tendía, no sólo a confundirlo a uno, sino a enloquecerlo”, reflexiona. Antes de meterse en el viaje a Paso de los Libres, al que sitúa en junio de 1980, Silvia reconoce entre sus torturadores a “(Oscar) Cacho Feito, Santillán o Sánchez y alguien al que le decían Gitano”.

A la localidad fronteriza llega “en un avión militar pequeño, y me llevan el Turco Julián y una señora que se llamaba Ana, del Batallón 601”. Cuenta que ahí permanece un tiempo esposada, con una venda en los ojos y también con nuevo nombre. “Primero se me viene a presentar el Coronel, creo, Simón, que era el jefe del Batallón 123 de Paso de los Libres, y me dice que me van a bautizar de nuevo, me van a poner de nombre María, porque como era judía me tenía que llamar María”, otra maniobra más en la brutal tarea de despersonalización a las que estaban sometidas los y las militantes secuestrados/as. Define ese momento de manera muy dramática: “A partir de ahí empieza una situación diferente en donde el control era más una brutal presión sobre el qué hacía yo ahí en medio de ese lugar y con esa gente teniendo que ir ahí, si iba a aguantar, si iba a entregar o si no iba a entregar, si iba a decir, si no iba a decir... Bueno, una situación muy dolorosa todo el tiempo. Tenía que ver y revisar los documentos”, de las personas que regresaban a la Argentina por ese paso fronterizo. La idea era que señalara de esa manera a sus compañeros. Allí recuerda otro de los manejos perversos del Turco Julián. “Me trajo un cuadro enmarcado con las fotos de mis hijos, que las habían sacado de adentro de la casa de mi suegra. Es decir, de donde ellos estaban. Yo creí enloquecer realmente, porque después supe que él había ido y le había dicho a una prima que entre y les saque fotos, pero en el momento fue brutal. Brutal -repite-. Por un lado, la alegría de encontrarme con la foto de los chicos y, por otro lado, el horror que me producía la facilidad que tenían de llegar a mis hijos”, una extraña sensación de sentir que tenían el control total, y no sólo sobre ella, sino también sobre su familia.

En la última “anécdota” de esa excursión a Corrientes, Tolchinsky se ve limpiando la casa en la que vivían y encontrando algo que la confundió un poco más aún. “Un día veo el maletín abierto del Turco Julián y sobresale un documento. Me extraña que dejan abierto, pienso que puede ser una trampa, pero miro el documento y, creyendo que era del Turco Julián, me encuentro que en realidad es un documento de mi primo que tiene el mismo apellido que tenía mi prima cuando cayó en Brasil. Me doy cuenta enseguida que es un documento que cayó en Brasil y pensé que podía ser una trampa para ver si marcaba o no marcaba a mi primo”, la referencia es a Edgardo Binstock, que había podido evitar la caída, no así su esposa Mónica Pinus. 

La vuelta a Buenos Aires

El retorno a la ciudad fue a un departamento de Barrio Norte. “Me trasladan a Buenos Aires el 11 de marzo del ‘82, a un departamento en la calle Pueyrredón, entre French y Peña. Estoy ahí con una sola carcelera, que se va turnando: Mónica y Claudia y a veces Ana”. Dice que notó el impactó que les generó Malvinas. “Viene a verme (el Coronel Alejandro Agustín) Arias Duval, que ya me había ido a ver en la primera quinta. En esa visita, entre otras cosas, me pregunta o me pide que haga un análisis sobre si debían o no debían aparecer los desaparecidos o los cuerpos de los desaparecidos. En esa oportunidad también viene Cacho Feito y, mientras va hablando así de cualquier cosa, yo veo que escribe, hace flechas en un papel y escribe ‘HNO’, hermano. Sé que me va a decir algo de mi hermano. Y me dice ‘Bueno, se acerca tu liberación, pero tienes que saber que a tu hermano lo fusilaron. Yo esta información ya la tenía, porque en la primera quinta, a finales del ‘80, hay un carcelero que me dice que los van a matar a todos. Se acerca final de año y parece que es algo que era habitual, ¿no? Entonces, él percibe que yo me pongo mal y dice ‘No, no, pero a vos no’... bueno, ‘a usted, no’. ‘¿Y a mi hermano?’, ‘Tampoco’; ‘¿Y a mi cuñada?’, ‘Tampoco’; ‘¿Y a mi prima?’, ‘Tampoco’”. Esa negación tranquilizadora de aquel carcelero le da la pauta de que Arias Duval dijo algo que no debió haber dicho: “Lo que él confiesa es algo que me doy cuenta que no es que lo hizo a propósito, como muchas cosas que decían. En esta ocasión a él se le escapó algo que no debería haber dicho”. Asegura con tristeza visible que allí supo “que era verdad. Que los habían matado a todos”.

La “libertad”

El 5 de noviembre de 1982, le dieron libertad ambulatoria. Como en tantos otros casos, la mecánica pasaba de ser una secuestrada en un lugar cerrado, a ser una secuestrada a cielo abierto. Es decir, estaba en la calle, pero debía regresar a dormir al departamento de Barrio Norte. “Previamente me habían dicho que llame a un pariente para que le diga a mis padres que tenían que venir. Mis padres estaban viviendo en Israel. Vienen. Me llevan a la casa de un tío y me entregan a mis padres como un paquete. Veo a mis hijos al día siguiente, porque eso fue de noche. Los veo el 6 de noviembre. La primera vez que vinieron, vinieron aterrorizados. Estaban los tres juntitos, uno al lado del otro, agarraditos, tenían pánico. Les pregunté por qué estaban tan asustados y me dijeron que tenían miedo de que volvieran los militares. Y bueno, al poco rato estábamos los cuatro juntos, revolcándonos”. Silvia esboza, tal vez, la única sonrisa de la extensa jornada. A partir de allí, sus hijos van a vivir a La Plata. “Mi suegra participaba de Familiares de Desaparecidos y de la APDH, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Los cuidó, los mimó, y finalmente yo quedaba durante la noche con mis padres y de día me venían a buscar y me llevaban de nuevo al departamento este, hasta finales de diciembre, que me pude ir a vivir con mis hijos a un departamento que le obligaron a mi padre a comprar o que pusieron como condición para que me pudiera ir”. El paso posterior fue de libertad ambulatoria total, pero con vigilancia permanente. “Yo intenté hacer alguna cosa laboral y quise homenajear a mi hermano y monté una especie de biblioteca juvenil infantil y la llamé La casa de Daniel T. Pero fue imposible, porque no dejaron de acosarme, de estar presentes, de hacerse presentes”. Hasta que decide ir a ver al rabino Marshall Meyer.

La huída

—Vengo a ver al rabino —le dijo a la secretaria que la atendió.
—Tengo que darle una cita —le respondió la mujer, mientras iba a buscar la agenda.
—No puedo, tengo que hablar ahora. Soy una desaparecida y me escapé del control —la sorprendió Tolchinsky.

Meyer estaba en una reunión ecuménica con sacerdotes de otras tres religiones. “Me hacen entrar y es la primera declaración que hago. Muy confusa, con miedo, pánico, terrible…, pero donde por lo menos dejo constancia de los compañeros que vi y que estaba, que había estado secuestrada. Ellos me insisten y me convencen de que me tengo que ir de la Argentina, que aproveche que mi familia está en Israel, y me hacen el contacto con la Embajada israelí. Me voy unos días después. Esto es el 30 de mayo del ‘83. Me voy unos días después, me escapo”, dice, y deja notar la adrenalina que ahora toma forma de palabras que intentan explicar la situación. El trayecto fue Uruguay, Suiza y el destino final de la huída: Israel. “Hasta que decidimos venirnos aquí a España”.

Final demorado

El cierre se hace esperar, y se genera un debate entre las partes con la testigo observando atónita desde Barcelona. El abogado querellante Pablo Llonto quiere nombrarle a cada uno de los genocidas que Tolchinsky nombró durante su declaración en la instrucción de este juicio oral y público. La defensa se opone, pero el tribunal decide que se avance.
Tras ese paso, la fiscal Gabriela Sosti le consulta por las consecuencias que tuvo el genocidio en ella. “Bueno, fue una consecuencia arrasadora, pero nosotros nos levantamos y seguimos apostando por la vida y estamos juntos y nos queremos mucho. Las pérdidas las seguimos lamentando cada día, cada minuto, cada momento, pero también tenemos las presencias, que son muy importantes. Por suerte, pude volver a cuidar a mis hijos. Muchos compañeros no tuvieron esa posibilidad. Y bueno, nosotros le damos un lugar a la vida muy importante. Tuve la suerte, además, de poder cuidar a mi mamá y a mi papá en el final de sus vidas. Y no, nada más. No tengo ningún lugar especial, soy parte de una generación que peleó mucho, que resistió, que sigue resistiendo, a pesar de que muchos estemos ya camino a los 80. Yo recién empiezo la década de los 70 -dice, y larga otra cómplice sonrisa leve-, pero seguimos resistiendo y creemos que esa resistencia, bueno, nos hizo bien a nosotros y le hizo bien a otros”. Antes de despedirse, Tolchinsky deja un mensaje alentador para las nuevas generaciones. “Yo si algo quiero decir es un poco del orgullo y de la satisfacción que me dan los chicos de ahora, los jóvenes de ahora, los jóvenes que prepararon, que se esforzaron tanto en esta causa, que también vinieron a aportar su experiencia y que además le han agregado vitalidad también a estas cosas, ¿no? Las verdaderas víctimas son los que no están, en todo caso son las víctimas que duelen. Y nada, agradecer que se haga este acto de justicia. Aunque siempre uno quiere o necesita más. Yo estoy viviendo en un país que tiene miles de muertos, desaparecidos y enterrados en las cunetas de los pueblos y que hace tantos años que están así y nunca han hecho esfuerzos por develar... Por eso me maravillo de lo que la sociedad argentina ha hecho por saber de sus desaparecidos, para honrarlos, para recordarlos y para pedir justicia por ellos”.

Es el mejor cierre para uno de los testimonios más significativos de un juicio que ya tiene ganado su lugar en la historia. Se apagan las imágenes de los televisores. Ya es media tarde en Argentina. Ya es noche en España. Aquí queda todavía algo de luz. Del otro lado del océano, la oscuridad de la impunidad quizá se apague algún día.



Se reanudaron las audiencias con tres testimonios, dos de ellos vinculados a la familia Benítez. Primero declaró Beatriz López, la esposa de Ángel Servando Benítez que fue secuestrado y luego desaparecido. En el segundo turno estuvo Oscar Benítez, hermano de Jorge Benítez, un adolescente de 16 años que también está desaparecido. Ambos testimonios aportaron emoción y data histórica desde diferentes lugares. El cierre fue para un sobreviviente de la Contraofensiva, Ramón Rosales, quien narró su experiencia de entradas y salidas del país, de las que consiguió sobrevivir. El juicio continuará el próximo jueves 13, desde las 9 horas. (Por El Diario del Juicio*) 

📷 Fotos 👉 Diego Guiñazú / Virginia Croatto / Daniel Cabezas / Luis Piccoli
📷 Selección de fotos 👉 Gustavo Molfino 

 ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 
💻 Edición 👉 Martina Noailles

☝ Foto de portada 👉 Una bandera aparece colgada en la fachada enfrente del tribunal. Tiene todos y cada uno de los nombres de quienes formaron parte de la Contraofensiva y fueron desaparecidos/as. 📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio



☝ Beatriz López declaró casi dos horas. Contó cómo fue su relación con Ángel Servando Benítez, un chapista de autos que se integró a Montoneros. Beatriz contó cómo fue la relación entre ambos y se detuvo especialmente en un encuentro familiar que tuvieron en Río de Janeiro poco tiempo antes de que Ángel, de 29 años, y su sobrino Oscar, de 16, fueran secuestrados cuando eran parte de la Contraofensiva.
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ También relató la preocupación de Ángel Servando Benítez por preservar del alcance de los genocidas unas cajas que había traído en su viaje: "No sabés lo que traje", le dijo. Ella le pidió que no le contara. Una de las cajas tenía una ruleta que oficiaba de embute. Luego del secuestro, los genocidas regresaron a buscarla y se la llevaron. Beatriz se deshizo de la otra caja, tal cual le había pedido Ángel. La tiró en un arroyo luego de haber visto que contenía documentos de diferentes nacionalidades y dinero. 
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ Desde la primera fila, la había observado atentamente durante su testimonio. Al terminar fue la primera en dirigirse hacia su abrazo. María Sol Benítez hija del matrimonio entre Ángel y Beatriz. Ya declaró en esta causa hace algunas audiencias, en la que leyó y mostró algunas de las cartas que enviaba su padre.
📷Daniel Cabezas/El Diario del Juicio


☝ Oscar Benítez Valdez es hermano de Jorge Benítez, el joven desaparecido a los 16 años. No lo conoció. Nació como parte de una nueva relación de su padre, también Oscar Benítez, que colaboró con Montoneros y murió hace algunos años. En su testimonio, Oscar pidió permiso para pasar un audio. Allí se escucha la voz de Jorgito en un mensaje vía casete que le envió a su padre Oscar. Lo grabo junto a su hermano Daniel, que no podía contener su emoción desde la primera fila. 
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ Oscar Benítez aportó algunas de las fotos de su hermano y su tío junto a otros compañeros y compañeras. Aparecen Mariana GuangiroliRicardo Zucker, Marta Libenson, Verónica CabillaMiriam Antonio FrerichsRaúl Milberg, Ernesto Emilio Ferré Cardozo, Ángel Benítez y Jorge Benítez. También está el Padre Jorge Adur, porque están reunidos para bautizar a Ana Victoria, la hija de Marta Libenson
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ Los jueces Rodríguez Eggers y Mancini observan las fotos aportadas por Oscar Benítez. 
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ Oscar contiene, tras su declaración, a Nelly, la madre de Jorgito, que siguió atenta y emocionada todo el testimonio, y volvió a escuchar la voz de su hijo a través del audio que Oscar compartió en la sala.
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ En un mismo llanto desconsolado, Daniel y Oscar, los dos hermanos de Jorgito, se aprietan en un abrazo conmovedor. Cada vez que termina un testimonio, se produce una suerte de ronda de abrazos, que en realidad son mucho más que eso. Hay allí complicidad, amor, cariño, orgullo, tristeza, desolación. Todo junto en esos cuerpos apretados.
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝ En un breve parate del juicio, la familia Benítez en pleno ocupando la primera fila (también se ve, segunda desde el fondo, a Ana María Montoto Raverta). Con anteojos rojos aparece Olga Benítez, que fue testigo del juicio y es la hermana de Ángel y tía de Jorge.
📷 Luis Piccoli/El Diario del Juicio


☝ El último testigo de la jornada fue un sobreviviente. Ramón Rosales. Había estado detenido antes del golpe del 24 de marzo de 1976 en Mendoza, donde pasó por el D2, que sería luego el centro clandestinos de detención tortura y exterminio más grande de la provincia. Salió en libertad con la "opción" de salir a México, y continuó allí su militancia como parte de uno de los grupos TEA (Tropas Especiales de Agitación) que actuó en este caso en el sur del gran Buenos Aires. Rozales consiguió entrar, realizar la tarea, salir y sobrevivir. 
📷 Diego Guiñazú/El Diario del Juicio


☝  Ya en las puertas del tribunal y luego del cierre de la primera audiencia, Rosales comparte foto con Pablo Llonto, el abogado de la querella mayoritaria. Además de haber sido parte de los grupos TEA, Rozales entró varias veces al país para "sacar" gente. La operación consistía en regresar con un kit de documentos falsos y dinero que permitía a militantes que estaban en riesgo de ser secuestrados pudieran abandonar el país para salvar sus vidas. 
📷 Virginia Croatto/El Diario del Juicio



La historia de Ángel Servando Benítez y de su sobrino Jorge Benítez, ambos desaparecidos, es una trama laberíntica dónde se cruzan datos, mitos, verdades y silencios que comienzan a romperse. A través del testimonio de Beatriz López, esposa de Ángel, y el de Oscar Benítez Valdez, hermano de Jorge, puede intentar reconstruirse parte de la historia familiar. Por segunda vez en el juicio, se escuchó la voz de una de las personas que permanecen desaparecidas. En este caso fue la voz de Jorgito, que tenía 16 años cuando lo desaparecieron. Llegó al juicio de la mano de Oscar, que nació después de su secuestro. (Por El Diario del Juicio*) 

✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 
💻 Edición 👉 Diana Zermoglio
💻 Colaboración  👉Braulio Domínguez
✏️ Ilustración  👉 Antonella di Vruno



ー¿Qué te pasa? —le preguntó Beatriz López a Ángel Servando Benítez, de quien se había separado hacía un año.
—Nada, nada —intentó evadirse Ángel.
—Dale, que te conozco —insistió ella.
—Que tengo miedo —le admitió.
—¿Miedo? ¿Pero qué pasa? —quiso saber Beatriz.
—No sabés lo que traje... —intentó explicarle, pero Beatriz lo interrumpió.
—No me digas nada. No me lo digas —le soltó ella casi tapándole la boca con su mano.
—Lo único que te pido —siguió Ángel— es esto: si no vuelvo en el día no te preocupes, pero si falto varios días, esto tiralo a la mierda —le avisó mientras le señalaba una caja y una valija que había traído de su viaje desde Brasil.

Era el 15 de marzo de 1980. Unos días después, una patota cayó en la casa de Sarandí donde había sucedido el diálogo. El Falcon casi se mete de trompa en la casa. Uno se quedó afuera y tres ingresaron sin pedir permiso.

—¿Dónde está tu cuñado? —le preguntaron al hermano de Beatriz que recién había regresado de trabajar.
—No sé, debe haber ido a trabajar —respondió.
—Dame la ruleta, ¿dónde está la ruleta? —le gritaron mientras lo golpeaban para ablandarlo.
—No sé —respondió asustado y aturdido por los golpes.
—¿Dónde está la ruleta? —insistieron, cada vez más golpes, al tiempo que revolvían todo.

No dejaron de preguntar hasta que encontraron la caja de madera, la tomaron y se fueron.
Cuando Beatriz habló con su hermano, quien le contó lo que había pasado, supo que, aunque apenas hubieran pasado horas del diálogo en el que Ángel le confió que tenía miedo, debía deshacerse del resto del equipaje que no habían encontrado. Antes, lo revisó. Era una suerte de neceser. Había una media docena de juegos de pasaportes de diferentes nacionalidades y cédulas de identidad, más 500 dólares. Salió a la calle y fue hasta el arroyo, que en la actualidad corre entubado por Sarandí desde Mitre hasta la autopista. Apretó la mirada contra el cielo y cuando bajó la cabeza, vio cómo los documentos ondulaban en el vaivén de la corriente leve. No eran simplemente papeles los que se iban. El agua se estaba llevando, también, buena parte de la esperanza de Beatriz.

***

La frialdad de la justicia vendrá bien hoy, mientras afuera el sol aplasta los cuerpos. Se retoman las audiencias del juicio y al comienzo parece que habrá menos gente; pero no, los asientos se completan de a poco, salvo las sillas que -ya todo el mundo sabe- van a ocupar los imputados que están en Buenos Aires. A través de las pantallas, se lo ve más claro que nunca antes a Luis Ángel Firpo, que se presenta al juicio en Mar del Plata. A Alberto Daniel Sotomayor se lo ve poco y de lejos desde Tucumán. Y ya no se lo verá más, sabremos unos días después, porque se convertirá en la tercera víctima del Impunevirus en lo que va del juicio. Primero Casuccio, luego Muñoz, ahora Sotomayor. De 9 imputados que comenzaron el juicio, quedan a esta altura sólo 6.
Como cada jornada, antes de que comiencen los testimonios, los abogados piden la “dispensa”, eufemismo que esconde el privilegio de evitarles oír, de boca de sus víctimas, todo lo que hicieron. Quedan eximidos de escuchar los testimonios, en general dramáticos, de quienes han sufrido el Terrorismo de Estado. Cuando se van, esas sillas también son ocupadas; lo que incomoda ahora ya no es el sol, es el aire acondicionado que congela a la altura del cuello.

Beatriz López saluda mientras camina por el pasillo que la conduce a la silla de quienes testimonian. Parece distendida. Ya se verá que no. Cuenta que se casaron en 1973. “Él ya trabajaba en su oficio de chapista. Yo también trabajaba, así que formamos un hogar”, recuerda con cariño y cierta nostalgia. Va y viene en el tiempo durante su relato sereno y algo desordenado. Salta a 1979, el año en el que Ángel se va del país hacia España, al encuentro de su hermano Oscar y su sobrino Jorge, que por entonces tenía 15 años. Cuando alcanza a nombrar a Jorgito, hace una pausa.

—No voy a hablar de él porque me voy a quebrar y no puedo.
—Sí puede —le dice el juez Esteban Rodríguez Eggers, que cabecea mirando a una de sus secretarias, quién rápidamente capta la señal y le acerca unos pañuelitos.
—No, gracias, no voy a llorar, me lo prometí —la frena Beatriz con tono amable, pero sigue —, fue el ser más luminoso que conocí en mi vida. Una criatura de luz. Un pibito extraordinario, que me parece que tenía más lucidez, conciencia y madurez que el padre y la madre. No quiero ofender a nadie y pido disculpas si lo que digo perturba a alguien. Jorge era lo más. Para mí fue el mejor de todos los Benítez. Le robaron la vida, le robaron la vida —repite—. Tenía mucha conexión con su tío, aunque Ángel también tenía mucha conexión con Dani, su otro sobrino.

Daniel está pegado a su silla en la primera fila. Intenta no llorar desconsoladamente, se le nota. La escucha con toda su atención. Puede imaginarse que una película llena de recuerdos se proyecta en su cabeza, rasurada en los costados.
Beatriz no puede precisar la fecha, pero sitúa la separación con Ángel en 1979. “Cuando ya todos estaban en España, nos quedamos solitos y eso nos obligó a enfrentarnos con nuestra situación de pareja. Nos preguntábamos qué nos pasó”, desliza. Al poco tiempo, asegura, Ángel decidió irse a España. “Supongo que pensó que con su hermano iba a poder charlar de la crisis por la que estaba pasando, tanto de pareja, como por lo que estaba pasando en el país”.
Beatriz López con una foto de su casamiento con Ángel Servando Benítez.
(Diego Guiñazú/El Diario del Juicio)

Encuentro en Río de Janeiro

"Para las fiestas de 1979 me dijo que quería volver. Que allá tampoco se encontraba. Que creía que nos debíamos una oportunidad". Entonces le propuso unas vacaciones. Mientras acaricia una foto del día en que se casaron ("la veo ahora y me quiero matar", suelta risueña). Acordaron las vacaciones para finales de febrero de 1980. Le mandó un poder para que pudiera sacar a la pequeña hija de ambos, María Sol, de 4 años, y el pasaje de avión. "Llegamos y nos fuimos al Hotel Copacabana Palace. Al piso 17. Y él vino luego al hotel. Estuvimos como una familia de vacaciones. Varios días de playa vino Jorge a estar con nosotros. Jorge era un niño. Antes de irse estaba estudiando en Misiones en una escuela de estudios agrícolas. Me dijo que quería volver". En su repaso de las vacaciones familiares, Beatriz narra que Ángel le contó que todo el tiempo que había estado sin llamarla había estado en El Líbano. ‘¿Pero me estás jodiendo?’ , le dije yo. Y me contó que habían realizado un entrenamiento. Ahí me dijo que quería volver".

—Pero es una locura —le dijo Beatriz.
—Vos no te preocupes. Está todo arreglado. No nos van a tocar —la tranquilizó Ángel.

Además de con Jorge, se encontraron en la playa con Ángel García Pérez, aunque Beatriz conocería su nombre tiempo después.
Luego de las vacaciones volvió en avión el 7 de marzo a Sarandí. A los pocos días, Ángel y Jorge volvieron por vía terrestre y separados. Fueron los últimos días que pasaron juntos. “Si hubiera sabido, con mucho egoísmo, me hubiera cortado las venas para que no volviera, para preservarlo”. El 15 volvió Jorge. Ángel llegó el 16. Lo vio por última vez en aquel diálogo del 19, ya con el miedo alumbrando el final.

La aparición de Conte

“A los tres o cuatro días no tuve más remedio que hablar con mi jefe, porque me parecía que por honor debía hacerlo. Le dije: ‘Haroldo, me está pasando esto’. Él sabía que Ángel había vuelto porque yo estaba exultante. Me acuerdo que se agarró la cabeza. Yo pensé que además me iba a quedar sin laburo, porque hubiese sido lo más lógico. Me dijo: 'Esperá un momento'. Volvió y me dio una tarjeta. 'Andá a verlo de mi parte a este señor'. Dentro de la locura, fue un regalo del cielo tenerlo a Augusto Conte Mac Donell como abogado patrocinante. Si no hubiese sido por Haroldo... Ellos eran compañeros de militancia en la Democracia Cristiana". Con la ayuda invalorable de Conte, no tardaron en presentar un hábeas corpus. Fue a la Nunciatura Apostólica. A la Embajada de Estados Unidos "siempre con la compañía de Augusto Conte", asegura. De aquellos días desesperantes, recuerda un diálogo con el abogado. "Es muy difícil poner en palabras la angustia. Yo siempre le decía a Augusto, como a un padre: 'Yo no termino de estar viva y él no termina de estar muerto, ¿cómo lidio con esto?. Es alienante. Es enfermante'”, se recuerda diciendo.

Nagasaki después de Hiroshima

Entre las puertas que golpeó, Beatriz fue recibida en el Edificio Libertador por el Coronel Fernando Ezequiel Verplaetsen. Él fue una de las cosas más difíciles por las que me tocó pasar. Este señor me recibió tres veces. Un lindo nene psicópata de inteligencia, de una crueldad importante. Me dijo que era el secretario privado de Galtieri, al que a veces escuchaba gritar desde la oficina de al lado. Cuando me recibía, grababa todas las conversaciones. Me dijo algunas cosas que considero importantes. Una de las cosas que me dijo era: 'Se lo digo como si fuera mi hija. Piense, usted es una persona valiosa, joven todavía, que tiene que criar a su hija. Estas citas no existieron, aunque sea ante el Papa. Yo no necesito ni pegarle, ni torturarla para saber lo que usted hace. Usted se levanta, toma mate debajo del limonero, luego se toma el colectivo y se baja'. Era tremendamente así. Vos decís, ¿cómo miércoles sabe eso?. Y me dijo: 'Mientras usted no se meta en política puede seguir buscando a su marido. Como si fuera mi hija, lo que usted dice que es su marido, ahora es otra persona. Yo tengo tres clases de enemigos: el que se maneja con el dinero; el que se maneja con sentimientos, porque si yo le pongo un revólver en la cabeza a su hija, usted va a hacer lo que yo quiero; y el tercero es el más fácil para mí, porque es él o yo, es un tiro en la cabeza para él o para mí'".

Beatriz tiene un vestido negro, que toma luz adelante con un bordado mejicano que le aporta color. Lleva el cabello corto, rubio y prolijo. Utiliza la metáfora de la segunda bomba nuclear para contar la próxima situación. "Había ido a ver a Augusto. No recuerdo bien qué estábamos haciendo ese día, cuando llegó desde Madrid una comunicación de la conducción en la que estaban las fotos y el listado de las personas desaparecidas. Ahí estaba la foto de Oscar, debajo decía Fermín. Y estaba la de Jorgito. También reconocí que a la otra persona que había visto en Brasil era a Ángel García Pérez. Ese día para mí fue la bomba de Nagasaki después de Hiroshima".

Casi llegando a las dos horas, y en el cierre, Beatriz toma la palabra para sentenciar: "Ojalá todos pudiéramos sanar. En la Argentina memoria vamos a tener siempre. Nos falta un poco de verdad. Y nos falta el perdón, que sería recontra sanador para todos, pero ellos no van a pedir perdón". Gira la cabeza y le habla a los defensores. "Cada cosa que usted me dice yo se las hago saber a mis defendidos aunque no estén", le dice el defensor oficial Lisandro Sevillano. Hernán Corigliano, defensor de Jorge Apa y con una extensa trayectoria al servicio de los genocidas, se cruza de brazos, desafiante. Beatriz se pone de pie cuando le anuncian que ha terminado su testimonio. Desde la primera fila, va a su búsqueda su hija Sol. Se abrazan, emocionadas ambas, y se aprestan a escuchar el testimonio de Oscar, el hermano de Jorgito.
Beatriz López junto a su hija María Sol Benítez.
(Daniel Cabezas/El Diario del Juicio)

Reconstruir tiene sentido

Oscar Benítez ingresa a la sala de audiencias apenas terminado el cuarto intermedio. Al calor del mediodía, mejor escaparle, así que quizá por primera vez en las 33 audiencias, un cuarto intermedio dura lo que se propone. No es fácil ingresar en el laberinto familiar de los y las Benítez. Oscar comienza por ahí: “Jorge era mi hermano, hijo de mi papá de su primer matrimonio con Nélida Rey. y Ángel Servando era mi tío, el hermano menor de mi papá”. Familia chaqueña, ubica la relación de Oscar padre con el peronismo a través de la Fundación Eva Perón: “así conoció el mar”, dice. En la primavera setentista ocupa un lugar en el INTA, ya en la localidad de Juan José Castelli, siempre en Chaco. “Ahí conoce el trabajo de las Ligas Agrarias que se estaba realizando en esa zona. Conoció a Quique Lovey”, que también fue testigo en este juicio.
Entre las cosas que su padre le fue contando de aquellos años, destaca una: “A él lo invitan a una charla al Rotary Club en ese momento. Después de esa charla, en la conversación con la gente, el presidente del Rotary Club le dice que la solución al problema de los aborígenes en la zona, que era un problema muy presente, era esterilizar a las mujeres. Y mi papá que era poco diplomático para algunas cosas, tiene ahí una discusión muy fuerte y se gana un par de enemistades”. Y otras más: el 24 de noviembre de 1975, le piden ayuda para unos compañeros que estaban escondidos en el monte. Mientras acude al llamado, allanan su casa. ”A partir de ese allanamiento le hacen una causa por tenencia de armas de guerra. Lo acusan y lo condenan por tenencia de una granada y de unos clavos miguelito, que siempre mi papá contaba que tuvo que preguntar qué eran los clavos miguelito, porque no tenía idea. Yo después, revolviendo algunos papeles para dar este testimonio, para reconstruir los hechos, encontré incluso un fallo del Poder Judicial del Chaco de mayo del ‘77 (mi papá estuvo hasta noviembre del ‘77 preso) en el que lo absuelven. Incluso dice el fallo que no se cumplieron los requisitos para comprobar realmente que ese allanamiento haya sido legítimo y que lo que se había encontrado era real y demás. Básicamente lo que dice el fallo, eufemísiticamente, es que le plantaron la granada y los clavos miguelito”, recupera. En octubre de ese año lo trasladan a Caseros, el paso previo a tomar la “opción” de salida del país.

Paso por España

A España llega con la idea de seguir siendo parte de Montoneros. “Sé que viaja sin un enganche claro, pero sí viaja para encontrarse con sus compañeros de Montoneros. Siempre contó que llegó al aeropuerto con un portafolio que le dio su familia que lo fue a despedir a Ezeiza, una despedida que siempre recordó muy emotivamente. Estaban comunicados ya, dejaron pasar a algunos familiares y le dieron algún portafolio que tenía unos pocos papeles, algo de dinero y una tarjeta de la Cruz Roja de Madrid. Él se dio cuenta. Llegado al aeropuerto tomó un taxi al centro, abrió su portafolios, y fue a la Cruz Roja. Y estuvo un pequeño tiempo ahí, hasta que lo van a buscar, digamos, y ya empieza la relación con los compañeros que estaban en España”.

La voz de Jorgito

Oscar tiene puesta una remera negra apretada contra el cuerpo. Lleva el pelo relativamente corto. También porta el sello distintivo de la familia Benítez: un par de ojos grandotes, custodiados por cejas frondosas. Cuando comienza a hablar de su hermano Jorge, desparecido cuando tenía 16 años, al que no llegó a conocer, los ojos se le humedecen. Dice que tiene un audio que quiere compartir. Estamos por oír la voz de Jorge, a través de un casete que le envió a su padre, que ya estaba en España (luego Jorgito se sumaría al grupo en el exilio) y que ahora está digitalizado en el teléfono de su hermano Oscar. Como ya ocurrió con Mónica Pinus, es la segunda voz de un desaparecido que truena en el juicio.


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“Por ahí a lo lejos todavía se está escuchando la radio, que está escuchando mamá. Ahora por fin las cosas están saliendo más o menos bien, estoy contento. Estoy contento con vos porque yo estoy orgulloso de tener un viejo como vos. Y por ejemplo, acá, en Misiones, mis compañeros inclusive, querían saber cómo andabas vos allá. Son todos macanudos. Pero yo estaba en trance nomás, yo estaba pensando. La escuela me gustaba sí, pero yo estuve pensando mucho tiempo en vos, en mamá, en El Dani. Y yo me di cuenta de que tenía que hacer algo, no sólo por mí, principalmente, porque si no no sos nada, también por ustedes. Porque allá uno, cuando está lejos, aprende a valorar bien a la familia, aprende a valorar todo. Y eso es bueno también. Muchos cuentos dicen que cuando uno se va de la escuela extraña. No sé si te habrá pasado a vos. Pero acá se tiene compañeros que por ahí son irreemplazables, porque son hermanos, todos somos hermanos. Y eso es lindo. Es muy lindo tener muchos hermanos. Inclusive de todas las razas. A mí a veces cuando discuto me suelen llamar ‘indio’, pero a otros cuando le dicen ‘indio’ es como un insulto. Pero a mí no. Yo siempre me pongo ancho y le digo ‘Indio ¿y qué? Orgulloso —le digo— de ser indio’. Algunos me llaman ‘Chaco’. Hay uno que me llama ‘Toba’ nomás. Me llama así porque al final ellos son dueños de esto, ¿no? ¿Qué nosotros le vamos a estar insultando? Y te estaba por decir que a mí me gustaría hacer algo para trabajar para Chaco. Todos me preguntan que para donde vamos a ir, cuando se reciban, y yo digo que voy a ir al Chaco. yo siempre lo quise al Chaco. No sé por qué, debe ser que dejé amigos allá. Y además estabas vos y estaba parte de mí en el Chaco. Estaba mi pueblo ahí, Castelli, el monte ese que era virgen, y había tanto para trabajar, para mejorar, para hacer valer a nuestra provincia”.

Oscar hace escuchar pero también lo escucha. Pone el parlante cerca del micrófono, pero también su oído. “Me interesaba reproducir esto porque habla de la personalidad que él tenía. Eso antes de tener un contacto con la militancia propiamente dicha, que sí iba a tener en España. Ya había algunas reflexiones y algunos valores, alguna perspectiva política incluso que yo creo que se ve en sus palabras y una manera también de cierta madurez. Tenía 15 años. Y me llama mucho la atención además de lo que dice sobre los pueblos originarios, esta cosa de hacer algo por el Chaco, habla de un trabajo, que es un trabajo político”, define. Cuenta que fue reconstruyendo algunas cosas en charlas con su padre, y otras con compañeros y compañeras. “Con Virginia Croatto, con Florencia Tajes, con Gustavo Molfino, con María Sol Benitez, mi prima, que también hizo un trabajo de investigación y reconstrucción, con mi prima Luz, que también hizo un trabajo importante de reconstrucción de los hechos... conversando con ellos he ido recuperando algunas cosas”.
Los jueces Rodríguez Eggers y Mancini observan el material que acercó Benítez. La jueza Morguese Martín sigue atenta a
su testimonio.
(Diego Guñazú/El Diario del Juicio)

Jorge formó parte de unos de los grupos que fue a realizar un entrenamiento a El Líbano.

—¿Supiste si compartió esos cursos con Ángel Servando? —pregunta la fiscal Gabriela Sosti.
—Entiendo que los hicieron juntos.
—Y cuándo toman la decisión de volver a Argentina, tenés idea de cómo se gestó, cómo se generó... ¿Pudiste reconstruir cómo venían, quiénes, por dónde?
—Sí. Quiero agregar una cuestión muy puntual. De esa época en España hay algunas fotos, de algunas tuve los originales, de otras no. Hay unas fotos que entiendo que eran de un casamiento, donde aparece el padre Adur y donde aparecen otros compañeros, las tengo acá. Aparecen Jorge, Ángel, Verónica Cabilla también, que entiendo que después conformó el grupo de 14/15 personas, con los que compartieron la venida al país. Y aparece el Pato Zucker, entiendo que es su casamiento. Y hay un bautismo (de La Pitoca, la hija de Marta Libenson). No conozco a todos los que aparecen en la foto, pero al Padre Adur, a Ángel, al Pato Zucker y a Verónica, sí.
—¿Tu papá supo en qué contexto de militancia entraba su hijo Jorge? ¿Hablaron? —consulta Sosti.
—Sí, claro, él sabía en qué contexto entraba. Sabía que estaba formando parte de la Contraofensiva.
—¿Pudo saber quién era el responsable?
—No sé si lo pudo saber. No me lo dijo. Sé que al final del ‘79 Nely (mamá de Jorge) pide verlo, sabiendo que iban a entrar al país. Y tienen un último encuentro a finales del ‘79 y es la última vez que ellos lo ven.
Oscar muestra una serie de fotos del bautismo de la hija de Marta Libenson.
(Diego Guiñazú/El Diario del Juicio)

Por documentos desclasificados, sabe que Jorge entró por Mendoza junto a Ángel García Pérez el 12 de marzo de 1980. Unos días después cae, y luego la secuencia de desaparición arrastra a Jorge. Los documentos refieren a Manuel (García Pérez) y a Raúl, que era el nombre de militancia de Jorgito. Cree que fueron llevados a Campo de Mayo. “A Jorge y Ángel nunca los vieron. Pero sí sé que gran parte de ese grupo terminó en Campo de Mayo y como sabemos que formaban parte del mismo grupo entendemos que pueden haber pasado por ahí también”, explica.

—Vos mencionaste que cuando se enteran del secuestro de Jorge levantan la casa en España. ¿Por qué? ¿España no era un lugar seguro? ¿Vos supiste, o te contó tu papá, si hubo situaciones de persecuciones? —quiere saber la fiscal.
—No, entiendo que era algo habitual porque Jorge y Ángel conocían la casa. Entiendo que era algo que se hacía, habitual.

Últimas palabras y abrazos

“Solamente resaltar la importancia de estos espacios, de estos juicios. Mi papá, como podrán entender, vivió el resto de su vida después de esto como una carga muy pesada sobre sus espaldas, por la muerte de su hijo y de su hermano. Como la carga de cualquier padre con la muerte de un hijo, pero para él no es fácil hablar sobre esto”, dice Oscar cuando le preguntan si quiere decir algo más; habla de su padre en presente. “En algún punto era un tema que siempre estuvo en mi casa. Yo me crié con esta historia. Por eso creo que hay algunas cosas que siempre tuve muy naturalizadas y también en su momento no me tomé el trabajo de hablarlo con mi papá y registrar. A mí me hubiera gustado registrar más. Pero yo estoy seguro de que un juicio como este, a él le hubiera ayudado muchísimo a encontrar los espacios para poder hablar. Y que hubiera sido muy sanador para él poder hablar. Y me parece que es muy importante. En mi familia generó conversaciones que no se habían tenido durante 40 años. Resalto la importancia de hablar sobre eso. Yo hasta que empezaron las audiencias propiamente dichas, siempre consideré que ese trabajo de reconstrucción y sanación y de reflexión era una cosa más del ámbito de lo privado, entiendo que en cada familia es diferente, pero en mi familia fue muy importante realmente este proceso. Pudimos reconstruir y tener algunas conversaciones que no hemos podido tener durante muchos años. Y por supuesto el trabajo de todos los familiares en la reconstrucción y en la contención también de los sobrevivientes y de sus hijos y demás, y de la posibilidad de generar un espacio para reflexionar sobre eso desde el amor realmente y con mucha contención”.
Oscar Benítez se abraza con su hermano Daniel.
(Virginia Croatto/El Diario del Juicio)

Lo aplauden. Se levanta con su carpeta celeste con fotos y documentos, y estalla de emoción con su hermano Daniel, con sus primas Sol Benítez y Luz Deñisoff. Con sus tías Olga Benítez y Beatriz López. La historia laberíntica de los Benítez no es tan diferente de otras. Por esos caminos de paredes altas pintadas de angustia se va colando este juicio, con toda su verdad reveladora. Es imposible dejar de pensar en quienes no están y soltar alguna lágrima, pero hay algo después de cada testimonio que transforma parte de esa angustia en sonrisas. Sólo queda volver a salir al sol, que sigue obstinado en su tarea calcinadora, aunque ya no molesta tanto que así sea. Será que el rompecabezas tiene otra pieza en su lugar.




En la segunda jornada del año, declararon cinco testigos. Por un lado estuvo Adela Segarra, militante de Montoneros y ex diputada nacional, que narró su historia militante antes del exilio, junto a quien fuera su pareja, Joaquín Areta, desaparecido en 1978. Los otros cuatro testigos estuvieron por videoconferencia desde Paso de los Libres y Dolores, todos por el mismo caso: el suicidio fraguado de Gervasio Martín Guadix, que en realidad fue secuestrado y desaparecido. La falsa muerte, actuada por un integrante de fuerzas de Inteligencia, luego fue utilizada como una fake news del genocidio, para dar cuenta de que, supuestamente, las personas desaparecidas estaban en realidad fuera del país. Entre olvidos y contradicciones, cada vez queda más expuesta la maniobra que contó con condimentos de manipulación, muerte y malas actuaciones.(Por El Diario del Juicio*) 

📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino
📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles

 ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 

👆 Foto de Portada   Dolores Guadix, la hija de Gervasio Martín Guadix, lee viejas declaraciones de los testigos buscando alguna contradicción entre ambos momentos. En realidad, hubo varias en los cuatro testimonios que tuvieron que ver con el caso de su padre. 📷 Gustavo Molfino


👆 El único de los imputados detenidos en cárcel común, Marcelo Cinto Courtaux, es conducido por personal del Servicio Penitenciario Federal. Ciinto presenció un par de audiencias completas a fines del año pasado, pero ahora prefiere regresar al Penal. "Entiendo que les dé bronca que tengan permiso para irse, pero no creo que haya otro tribunal que al menos los haga venir a dar el presente", dijo un asistente primerizo de este proceso. "No podemos naturalizar estos privilegios, porque además no se van a la cárcel, se van a sus casas, y eso es lo que más molesta", le respondió una integrante habitual del público.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 De los cinco testimonios de la jornada, cuatro tuvieron que ver con el caso de Gervasio Martín Guadix, secuestrado y desaparecido, de quien se fraguó un supuesto suicidio en el cruce fronterizo de Paso de los Libres para realizar luego una campaña mediática en torno de la idea de que las personas desaparecidas estaban en realidad fuera del país intentado reingresar. El primer turno fue para Darío Genaro Goya, un empleado de la Aduana. En el sumario realizado en aquel momento por el gendarme Olari, que ya fue testigo en este juicio, Goya dijo que vio como "una persona se tomaba la garganta" y luego caía sin vida. Sin embargo, aquí dijo que vio la escena de lejos, cuando ya la persona estaba en el piso. En videoconferencia desde Corrientes, le mostraron un croquis que figura en el expediente, que indica con una cruz el lugar donde el -todo indica- falso Guadix cayó al piso.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 En la espera por el comienzo, en la primera fila y a plena sonrisa. A la derecha María Fernanda Raverta, que es la hija de María Inés Raverta, una de las secuestradas y desaparecidas en Perú, actualmente Ministra de Desarrollo de la Comunidad en la Provincia de Buenos Aires. En el centro, Laura Segarra, hija de Adela y media hermana de Raverta. A la izquierda, Virginia Croatto, asistente habitual al juicio además de querellante y una de las primeras testigos. 
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 La segunda testigo y a la vez la más esperada de la jornada fue Adela Segarra. La ex diputada nacional recordó a Joaquín Areta, secuestrado y desaparecido en junio de 1978. Antes de salir del país rumbo a España, Segarra y Areta convivieron con Federico Frías. "Le decíamos El Dandy. Nuestra responsable era María Antonia Berger", relató. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 Entre otras cosas de la época previa al exilio, Segarra recordó la militancia durante el mundial de fútbol, con la consigna Argentina campeón, Videla al paredón. Ya en España luego de pasar por Brasil y Francia, se instalaron en una casa de Torrelodones, a unos 30 kilómetros de Madrid. De esa casa recuerda especialmente Magdalena Gagey y sus niños Fernando y Diego, y a Mariana Toti Guangiroli, con su pequeña hija Victoria. Guangiroli fue desaparecida durante la Contraofensiva. Victoria contó en este juicio cómo Segarra la recibió como una hija propia en Mar del Plata, muchos años después. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 Al cierre de su testimonio, Adela se abraza con Raverta. Segarra tuvo una actitud muy maternal con varias de las hijas de sus compañeras desaparecidas. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 Segarra leyó sobre el cierre, a pedido del abogado Pablo Llonto, una carta que conservó, firmada por Fermin, en realidad Ángel Servando Benítez. "Sabemos que la victoria llegará, creo en ustedes y en mí", les dice a sus compañeras y compañeros. Desde la primera fila, la hija de Fermín, María Sol Benítez, se seca las lágrimas. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 En esta jornada fue muy relevante el rol del abogado Rafael Flores, aquí realizando una pregunta. El de Guadix es el único caso con querella por fuera de la que representa Pablo Llonto. Flores es cuñado de Guadix. Su trabajo, junto al de la Fiscal Gabriela Sosti, fue indagar en las contradicciones permanentes de quienes participantes de aquel sumario de 1980 y que participaron de esta audiencia. Al lado de Flores, el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Ciro Anicchiarico.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 Luego de Segarra siguieron las videoconferencias. Daniel Esteban Riquelme intentó esquivar las preguntas apelando al tiempo transcurrido. Con titubeos y otras dificultades, el gendarme que trabajó 38 años en el puente recordó que había una ventana con los vidrios polarizados. "Algunas personas que bajaban de los micros entraban ahí con personal de inteligencia", recordó.  "Tiene la gambeta intacta, Riquelme", se escuchó por lo bajo en alguna de sus contradicciones. 
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 Las contradicciones de Riquelme resultaron tan evidentes, que el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, le recordó: "está declarando bajo juramento y la pena por el delito de falso testimonio es de 10 años". 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 A través de las cámaras, una de las secretarias del juzgado les hizo reconocer fotos, croquis y firmas de viejas declaraciones. En este caso, puede verse la foto del sector aduanero del puente que oficia como frontera entre Uruguayana (Brasil) y Paso de los Libres (Argentina). Otros testimonios, fundamentalmente el de la sobreviviente Silvia Tolchinsky, dan cuenta de que varias personas secuestradas fueron llevadas desde Campo de Mayo hasta ese puesto, con la intención de obligarlos/as a señalar compañeros y compañeras desde la ventana de los vidrios polarizados.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 El único imputado que queda con representación privada es Norberto Apa, que también es el único de los imputados vivos con una condena a perpetua anterior. Su abogado, Hernán Corigliano, se muestra muy activo en el juicio. Aunque también le queda tiempo para dibujar sobre el vaso de café cuando declara alguien a quien no le preguntará, como fue el caso de Adela Segarra. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 El tercer testimonio sobre el caso Guadix también fue desde Paso de los Libres, Corrientes. Oscar Petrechelli fue Cabo de cuarto de la Guardia de Prevención en el puente internacional en la fecha del 5 de diciembre de 1980. También entre titubeos, corroboró la existecia de la oficia de Inteligencia con vidrios polarizados "en la que siempre había gente". Luego de muchos rodeos, identificó como una de las personas que estaba en ese lugar al Turco Julían, cuyo nombre es Julio Simón. Su nombró ya sonó varias veces en este juicio, pero el relato de Petrechelli corrobora lo expresado por Tolchinsky, que dijo que El Turco Julian la llevó a Paso de los Libres cuando estaba secuestrada.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio


👆 El último testimonio de la extensa jornada fue desde el Juzgado Federal de Dolores. Allí estaba el Dr. Enrique Oscar Justo, Segundo Comandante médico de Gendarmería Nacional. Justo fue una de las personas que aparece firmando una supuesta autopsia sobre el cuerpo de quien sería Guadix suicidado. Allí dice que "se llega a la conclusión de que la causa de muerte es la ingesta de una substancia (SIC) venenosa. Sin embargo, a esa conclusión sólo podría llegarse con estudios microscópicos que los médicos no realizaron. "Es una presunción que no deberíamos haber tomado", dijo después de varias preguntas acerca de por qué motivos aseguraban que había ingerido veneno. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio





El testimonio de Adela Segarra fue un recorrido por sus pasos escapando de la represión. Una vuelta por los recuerdos de sus compañeros y, sobre todo, de sus compañeras: "las que no están, y las que sobrevivimos". En poco más de una hora, cumplió con la expectativa importante que había generado su paso por el juicio. (Por El Diario del Juicio*) 

✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 
💻 Edición 👉 Diana Zermoglio/Martina Noailles

💻 Colaboración  👉 Braulio Domínguez
📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino


Ha pasado una hora del testimonio de Adela Segarra. Ha recordado nombres, apodos, alegrías y tristezas. Es evidente que viene el final cuando Pablo Llonto, abogado querellante, le pide si puede leer una carta que Adela tiene sobre la mesa. Es de Ángel Servando Benítez. A sus espaldas, María Sol, la hija de aquel militante al que conocían como Fermín, está por desbordar emoción desde sus ojos gigantes.

Estoy aquí, sé que estoy en compañía y que la realidad nos junta más. Juanita, Jorge, Toti y todos sabemos que la victoria llegará. Tenemos fe en ella. Crean ustedes en mí, cuando hay hombres que luchan un día y hay hombres que luchan siempre, cuando más necesitamos la libertad. Luchemos. Fermín

El papel amarillento no sólo es señal del paso del tiempo. En la letra desprolija de aquel chapista de autos entregado a la militancia, se adivinan también algunas de las esperanzas que no por amarillentas, son desechables cuarenta años después.

***

La mañana está repleta de expectativas. Hay mañanas especiales en este juicio, como en todos los demás. Personas que atraen, que son esperadas, que generan tensión anticipada. Adela Segarra es una de ellas, sin dudas. Lo peor de todo, al menos para las personas ansiosas, es que le tocó declarar el mismo día en el que otros cuatro testigos lo harán por videoconferencia. Entonces, a cada minuto, todo puede cambiar. Internet es un mundo que se abre y comunica, pero también puede ser motivo de inquietudes y corridas de la gente del tribunal si algo saliera mal.
Se oye un murmullo casi desaprobatorio cuando el juez Esteban Rodríguez Eggers anuncia que el primer testigo es uno de los gendarmes que se contradirá por el caso de Gervasio Martín Guadix. Allí, la mayoría quiere escuchar a Adela, pero obviamente respetará y se asombrará con las idas y vueltas de los testimonios alrededor de Guadix.

Luego del primer gendarme, parece que vendrá un segundo. Sin embargo, algo falla en la conexión. Con mucha habilidad para leer lo que pasa entre el público, Rodríguez Eggers deja esperando por una mejor conexión al gendarme olvidadizo que está en Paso de Los Libres, y convoca a Adela Segarra, que ingresa a la sala y toma asiento. La que abre el juego, como casi siempre, es la fiscal Gabriela Sosti:

—Yo tengo presente tu militancia en Montoneros, tengo presente también el tiempo de tu exilio, y en ese contexto te voy a pedir que nos cuentes, nos relates, qué es lo que recordás sobre algunos compañeros puntualmente, más allá de que vos después menciones a otro. Y te voy a preguntar por los dos tiempos, el tiempo de la militancia antes del exilio, y el tiempo del exilio. En el primer caso puntualmente te quiero preguntar por Frías. A partir de eso relatanos todo lo que recuerdes —da pie Sosti.
—Bueno, yo empecé mi militancia en la década del ‘70, en un contexto de mucho compromiso militante —dice Segarra mientras nombra como faros guía a Perón, a Evita, a la revolución Cubana y a las luchas en el continente—. En ese contexto, con 14 años yo empiezo a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que era una agrupación de base de Montoneros. En el año ‘74 yo tenía 15 años y empiezo una relación de pareja con Joaquín Areta, que fue un compañero de vida.

La intensidad de aquellos años fue tal que, aunque sólo alcanzaron a compartir sus vidas cuatro años, Segarra y Areta quedaron de algún modo entrelazados para siempre, aun cuando la represión comenzaba a intensificarse. “En el año ‘75, en la ciudad de La Plata, que es donde nosotros militábamos, empieza una escalada de represión y de violencia. Ese año asesinan a un amigo nuestro, (Ricardo) Patulo Rave”, recuerda. “A principios del ‘76 allanan la casa de Joaquín, comienza una escalada de mucha represión hacia nuestros compañeros que eran todos adolescentes, teníamos entre 14 y 17 años, éramos de la UES. Y con Joaquín decidimos formalizar nuestra relación y lo hacemos a través de una ceremonia religiosa, en la ciudad de La Plata”. Va mezclando el amor y la lucha, porque así era en aquellos años, porque así sigue siendo de algún modo, con otras maneras. Cuenta que por ese tiempo decidieron salir de La Plata para salvar sus vidas y entran en la clandestinidad cuando se mudan al oeste del Gran Buenos Aires, de la mano del hermano de Joaquín, Jorge Ignacio Areta (Iñaki). La responsable de toda esa zona era María Antonia Berger, sobreviviente de la Masacre de Trelew que luego sería desaparecida. Pasan por una casa en Libertad, Partido de Merlo, a la que no podrán volver luego de que la ataquen.

Frías, el Dandy

De allí van para Loma Hermosa, en Tres de Febrero, en lo que sería el primer punto vinculado a este juicio, porque es donde conviven ambos junto a Federico Frías, que sería secuestrado y desaparecido en medio de la Contraofensiva. Su nombre en la organización “era Lucio, pero le decíamos El Dandy”, recuerda Segarra frente al tribunal. Remarca que los tres trabajaban por algo más que ganarse una moneda para sobrevivir: “Nosotros teníamos una concepción de la militancia que era de mucho compromiso con nuestro pueblo, de pensar que todos teníamos que trabajar y vivir de nuestro ingreso y trabajar insertos en el mundo productivo. Joaquín era obrero en una carpintería metalúrgica y Federico Frías también”.

De Frías señala especialmente su tristeza por la distancia con su hijo Joaquín, que ya fue testigo en este juicio. “Él venía de atravesar una situación de tener que separarse de su mujer y de su hijo, y en el transcurso de ese año, desde junio del ‘77 hasta finales de junio del ‘78, que convivimos, él intentó en muchas oportunidades conectarse con su familia, tener contacto con su hijo. Cotidianamente hacía mención y conversábamos de lo duro que era seguir viviendo sin su hijo. Extrañaba mucho y yo esto lo quiero marcar, porque nuestra vida estaba marcada por decisiones políticas, pero también por la subjetividad de todas las situaciones que estábamos atravesando, y que tanto un universo como el otro nos condicionaban”.

El Mundial ‘78

Mientras 25 millones de argentinos jugaban el Mundial, Montoneros intentó aprovechar la ocasión para sus campañas de propaganda. Entre ellas, las pintadas para hacer hablar a las paredes en medio de los gritos futboleros que se comían todo. “Nosotros iniciamos una campaña de propaganda, que era defender el mundial, pero no la dictadura; denunciar la dictadura y lo que estaba pasando con la dictadura cívico—militar. Tal es así que hacíamos pintadas y teníamos unas obleas que decían "Argentina Campeón, Videla al paredón". Nos dedicábamos a hacer esa militancia y por supuesto la militancia de base en el barrio y en los lugares donde nosotros estábamos insertos laboralmente”, subraya Segarra, al tiempo que ubica en ese mismo momento la apertura del debate acerca de la posibilidad de encarar la Contraofensiva. “Nos llegaron directivas de la conducción para esbozar o a hacer un planteo acerca de la Contraofensiva. Y esto instaló mucha discusión al interior de esos ámbitos que nosotros teníamos. Si era la Contraofensiva, si era una resistencia... si teníamos que pensar en una retirada estratégica, o era el momento de avanzar en la Contraofensiva... esto era materia de debate mientras transcurría el mundial”.



La caída de Joaquín

En medio de ese debate y con el mundial finalizado, todavía en plena euforia popular, Joaquín Areta es secuestrado. Fue el 29 de junio de 1978. “Tres días después desaparece Joaquín, en una cita junto con Julio Álvarez, que era un compañero mío del secundario, y junto con Jorge Segarra, que es un primo hermano mío. Esa misma semana las desaparecen a Alicia y Laura Segarra, que son dos primas hermanas. Laura estaba embarazada de 9 meses, ya estaba en fecha de parto, y Alicia de 3 meses. Desaparecen también en esa misma caída en la zona Oeste. Desaparecen las dos primas con sus respectivas parejas: Pablo Torres y el compañero de Alicia, que es (Carlos María) Mendoza”. Adela va trazando las líneas del mapa de desapariciones más cercanas con todo el dolor imaginable, pero a la vez con la familiaridad no elegida de asumir la crueldad del secuestro como parte de la historia.
En ese periplo zigzagueante escapando de la muerte, Segarra se corre hacia Florencio Varela, en el sur del conurbano: “Ahí me conecto con mi hermana Carmen Segarra y mi cuñado Edgardo Poce”. Todavía se encontraba con Frías: “cada 15 días los fines de semana me encontraba con él en el parque de Villa Domínico”. Pero ya no alcanzaría con deambular por el conurbano para permanecer indemnes a las redadas desaparecedoras: habría que salir del país. “En diciembre del ‘78, en una cita de este espacio donde confluíamos algunos compañeros del Oeste y de Zona Sur, desaparece mi cuñado, Ricardo Poce. Yo intento tener conexión con la organización, no lo logro, y sobre fines de diciembre o principios de enero del ‘79 decidimos salir del país junto con mi hermana Carmen Segarra”.
Sin saber qué podría implicar más que su cariño por Joaquín Areta, Adela conservó, durante mucho tiempo y un montón de viajes, la libreta roja en la que Areta escribía sus poesías. Se sabe ya que en 2005, en ocasión de la Feria del Libro, Néstor Kirchner eligió junto a su hijo Máximo, una poesía de Joaquín, que ya había sido publicada en la compilación de escritos de desaparecidos/as Palabra Viva.

Quisiera que me recuerden 
sin llorar ni lamentarme 
quisiera que me recuerden 
por haber hecho caminos 
por haber marcado un rumbo 
porque emocioné su alma 
porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados 
porque interpreté sus ansias 
porque canalicé su amor. 
Quisiera que me recuerden
 junto a la risa de los felices
la seguridad de los justos 
el sufrimiento de los humildes. 
Quisiera que me recuerden 
con piedad por mis errores 
con comprensión por mis debilidades 
con cariño por mis virtudes, 
si no es así, prefiero el olvido, 
que será el más duro castigo 
por no cumplir mi deber de hombre.

Con el mismo cuidado que le dio a aquella libreta roja, Segarra desgrana ahora los nombres y las situaciones que fue atesorando en su memoria esperando el momento de este juicio.

El exilio

Viajan a Río de Janeiro, donde piden el refugio a través de ACNUR. Muchos otros testimonios han dado cuenta ya del rol del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. “Traje la documentación, les dejo una copia —dice Segarra acerca del pedido del status de refugiada política—. Luego nos dan la opción para ir a París, llegamos a Francia el 2 de mayo”. Pero antes del viaje a Europa, se conecta en Río de Janeiro con Frías, a quien no dejará de decirle El Dandy. “Llegamos a París, ahí nos dan los pasaportes, la documentación, que también la traje. Nos vamos a España, ahí se decide nuestro posible retorno con la Contraofensiva. Yo estoy un tiempo en Madrid y luego nos instalamos en Torrelodones”, en las afueras de Madrid. De ese lugar rescata del posible olvido a dos mujeres: Magdalena Gagey y Mariana Guangiroli. Gagey está escuchando entre el público; Guangiroli sólo en fotografías y como caso de desaparición en esta causa. Las tres estaban con sus pequeños hijos e hijas, en esa protoguardería que funcionó en Galapagar. “Estábamos con nuestros hijos. Magdalena con Fernanda y Diego, Mariana con Victoria y yo con Jorge”, repasa.

Pensar la Contraofensiva (es su tiempo y lugar)

Adela tiene puesta una remera negra interrumpida sólo por el rojo de la rosa tejida y el alfiler de gancho que la sostiene. Su pantalón es una pulseada entre dos grises que deciden convivir. Sobre el piso descansa un bolso multicolor. La raya al medio de su pelo castaño claro permite ver sólo un triángulo de su frente, justo por encima del entrecejo. Los anteojos protagonizan su rostro, que ahora dejar traslucir los episodios más duros, dinámicos y adrenalínicos de su vida. “Yo recuerdo que todos estábamos muy convencidos que la importancia de volver a Argentina era para darle continuidad a nuestra lucha”, señala. En la etapa del entrenamiento en El Líbano, además de Gagey y Guangiroli, Adela suma a los Benítez. Por un lado Ángel Servando, a quien ella se referirá siempre como Fermín, y también su sobrino de 16 años, Jorgito: “En los dos meses de entrenamiento en El Líbano tuvimos con ellos una relación de mucha amistad, de mucha charla”, dice en alusión a esas cuatro amistades. “En diciembre del ‘79 pasamos nuevamente la navidad en la casa de Torrelodones, que era distinto al departamento donde volvimos a convivir todos. Y después estamos en ese departamento un tiempo más, y ahí nos empezamos a separar, fuimos tomando distintos caminos. Mariana (Guangiroli) se reencuentra con Julio (César Genoud, su pareja). El Chino (Ernesto Ferré Cardoso) iba a veces con su compañera a este departamento. Pasamos algunas cenas en ese departamento con ellos”. Finalmente, después de ese encuentro de enero o febrero del ‘79, comienzan a integrarse cada uno a su grupo dentro de la Contraofensiva. Fue una involuntaria despedida.

Adela también recupera, a través de varias consultas de Sosti, a compañeros y compañeras como María Inés Raverta. “En la casa de Torrelodones hablaba todos los días con ella por teléfono, porque yo hacía el control en esa casa. Además la conocía de La Plata y teníamos relación. Entonces nos veíamos. Aparte de los controles nos veíamos con alguna frecuencia porque ella había sido junto con Joaquín (Areta) parte de la conducción de la UES. Y luego nos seguimos viendo en Madrid”. En la primera fila, apenas a sus espaldas, están las hijas de María Inés, Ana María y María Fernanda Raverta. Entre las dos, como en un degradé de parecidos y familiaridades, está una de las hijas de Segarra, Laura. Las tres son hijas de Mario Montoto.

La última vez con El Dandy

“Yo después de España me voy a México y estoy viviendo ahí entre el 15 o 22 de marzo del ‘80”, sitúa Adela antes de contar su última cita con Federico Frías. “Él me hace llegar a una cita, intento recordar cómo me llegó esa cita de él y la verdad que no lo recuerdo. Yo sí me encuentro con él, que estaba en México. Voy con mi hijo y estuvimos todo el día juntos, desde el mediodía, media mañana, tipo 11 hasta las 5 o 6 de la tarde. Sí recuerdo que él volvía a la Argentina, estaba preocupado, estaba cansado de tanto entrar y salir del país, seguía sin poder encontrarse con su hijo y eso le generaba mucha angustia, y él tenía la ilusión de que esa última entrada fuera la última que hacía a la Argentina y que ya se quedaba definitivamente”. No fue la última, pero la siguiente ya sería en condición de secuestrado, ya que lo sacaron de Campo de Mayo para llevarlo a Lima, en la secuencia en la que caerían Raverta y Esther Gianetti de Molfino, que ya se abordó en este juicio.


El juicio y las compañeras

En el final Adela Segarra rescata dos cosas: la chance de poder hablar de aquello de lo que se pudo hablar poco hasta aquí, y a las compañeras en particular. “Yo quisiera en primer lugar agradecer la posibilidad de un juicio. Uno convivió muchos años con todas estas historias. La historia de la Contraofensiva fue muy particular, estuvo muy invisibilizada, me parece que esto es una oportunidad de darle visibilidad a esa etapa histórica para recordar a los compañeros que fueron parte de esa historia. A muchos de nosotros nos pasó que, con el retorno de la democracia y la Teoría de los dos demonios, muchas de estas historias no se pudieron contar. Y me parece que este juicio reivindica la lucha de tantos compañeros que dieron su vida y que fue parte de la construcción de lo que sería la democracia”.
De sus compañeras desaparecidas y también de las que sobrevivieron, Adela eligió decir: “Quiero reivindicar a las compañeras en particular porque creo que si bien Montoneros era una organización que planteaba el centralismo democrático, quiero reivindicar a las mujeres, las que sobrevivimos también, porque teníamos un triple esfuerzo de ser combatientes, de ser militantes y el de criar a nuestros hijos. Pusimos todo nuestro esfuerzo en esa construcción y hoy, que se habla tanto de feminismo y el lugar de la mujer, nosotras fuimos parte de la construcción de ese feminismo popular que tenía que ver con la lucha, tenía que ver con los ideales, tenía que ver con militar, pero que también muchas veces está silenciada la historia de todas nuestras compañeras. Se recuerda a los desaparecidos en general, pero cada mujer dio su vida con mucho, mucho sacrificio —repite—, siempre pensando además que el futuro tenía que ver con nuestros hijos. Y en ese contexto yo quiero agradecer a mis hijas que están hoy acá, mi hijo que no está, pero nosotros construimos una familia en esa Contraofensiva. En esas idas y vueltas construimos una familia disfuncional, pero una familia al fin, que se configuró con lo contradictorio, con lo heroico y con la fuerza de esa lucha, y hoy nuestros hijos son ejemplo de una vida mejor y de una construcción distinta, así que quiero agradecerles también a ellos. Por eso recordar siempre a esos compañeros y decirles a sus hijos que sus padres los recordaron todos los días”.

Su hablar es pausado de principio a fin. En su sonrisa de cada saludo posterior. En cada palabra elegida al servicio de su ser testigo en este juicio, Adela Segarra deja ver el cuidado por el recuerdo de quienes ya no están, en un intento por ensamblar una historia tan compleja como la construcción de esa familia que tanto esperaba su testimonio.




Victoria Ferré Cardoso fue la única testigo en la primera audiencia de marzo. Es hija de Lucía María Salgado, que fue asesinada en 1978. Su padre es uno de los casos que se tramitan en este juicio. Ernesto Emilio Manuel Ferré Cardoso fue secuestrado y desaparecido en febrero de 1980, cuando participaba de la Contraofensiva. Repasó la historia de ambos y compartió ante el tribunal su propia historia de reconstrucción. Dio un testimonio muy emotivo, con su voz gobernada por la angustia durante casi toda la hora y diez de extensión. (Por El Diario del Juicio*) 

📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino
📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles

 ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 
👆 Foto de portada  👉 Victoria llevó dos fotos grandes de su papá y su mamá, resguardadas dentro de folios. Las puso sobre la mesa y las acarició en el comienzo de su testimonio, cuando habló de cómo se conocieron. 📷 Foto 👉 Gustavo Molfino


👆 Como es habitual, por disposición del tribunal, los imputados deben presentarse en la audiencia y se retiran apenas comienza. En esta imagen panorámica de la sala se observa como el público presente levanta sus pancartas mientras se retiran primero Cinto Courtaux, luego Ascheri y más atrás Bano y Apa.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 El testimonio de Victoria Ferré Cardoso aportó desde lo emocional. "Yo vengo a contar lo que sé de ellos. De la historia de ellos, que es mi historia, porqué papá volvió, sus sueños, su militancia", señaló al comienzo. Relató cómo su madre fue asesinada cuando iba a una cita en el barrio de Flores, en las cercanías del Policlínico Bancario. "Para mí desde que era chiquita mi mamá estaba en el río", compartió, mientras daba cuenta que el cuerpo del otro militante que cayó en la misma cita, Fernando Prieto, fue visto luego en la ESMA.
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 Ante la pregunta de uno de los defensores, Victoria respondió que su padre estaba "a cargo de un grupo de militantes que volvieron al país para seguir con su lucha contra el  gobierno genocida que estaba gobernando en Argentina en ese momento".📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 "Yo de chica estaba muy enojada con mi papá, ¿por qué te fuiste?, ¿por qué no me llevaste?, pero después hablé con mucha gente que me decía 'Yo lo conocí a tu viejo y era muy afectuoso', y eso me permitió reconciliarme con él, porque me dí cuenta de que lo hacían también por mi hermana y por mí. Gracias a ellos conocí la letra de mi papá". Al cierre, Victoria se aferró a los abrazos de su familia.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 Acerca del juicio, dijo: "Es acá el momento de tener registro de su militancia, de su entrega y de su pasión, y que no quede en un diario íntimo, que sea un registro para todos. Y espero que cuando mis hijos y mis nietos quieran saber, puedan acceder a lo que se dice acá. Que este juicio sea eso".
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

👆 Victoria posó fuera del tribunal con la foto de su padre y una sonrisa que da cuenta de su distensión posterior. Buena parte del material que conoció sobre sus padres, llegaron a sus manos el año pasado cuando su abuela materna murió. "Hubo gente que les decía a mis abuelos, cuando nos anotaban en el colegio, ¿por qué no vienen sus padres?". 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio





En esta audiencia se volvió a escuchar la voz de una hija. Victoria Ferré fue testigo por su padre, Ernesto Ferré Cardoso, que fue secuestrado y desaparecido durante la segunda Contraofensiva de Montoneros. Victoria habló de cómo fue sobrellevando su familia las desapariciones, ya que su madre también había sido secuestrada con anterioridad. En su paso por el juicio, dejó reflexiones en torno de ese proceso siempre difícil y a la vez único, de encontrarse con la verdad. Destacó el valor de esta etapa judicial y la resaltó como una chance para poder poner en palabras el dolor y las reflexiones consecuentes. (Por El Diario del Juicio*) 

✍️ Texto 👉 Fernando Tebele 
💻 Colaboración  👉 Braulio Domínguez/Valentina Maccarone/Giselle Ribaloff
💻 Edición 👉 Diana Zermoglio
📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino


Es veloz el paso de Victoria hacia la silla de las y los testigos. Apoya primero las fotos y los documentos sobre la mesa. Arma tres pilas, una al lado de la otra, que ocupan todo el espacio. Su cartera marrón ya está en el piso. Acomoda el micrófono antes de que el juez Rodríguez Eggers le diga, como a todas las personas que pasan por ese lugar, que se acerque bien porque “todo queda grabado”. Se le nota la ansiedad. No es para menos. Arranca advirtiendo, casi a modo de disculpas, que su aporte probatorio quizá no sea importante para la causa. “Es muy probable que de lo que yo pueda contar hoy no se saquen grandes datos. Yo no puedo aportar grandes cosas nuevas que ya no se hayan dicho durante el transcurso de este juicio, donde ya han declarado muchísimos que hasta seguramente conocen más detallada o fácticamente los hechos que terminaron haciendo a la desaparición de mi padre. Yo vengo un poco a contar lo que sé de ellos”, dice con su hablar pausado y un temblor en la voz que parece mixtura de emoción con nerviosismo. Es probable que se equivoque cuando dice que no aportará demasiado. En este juicio, del que ya podría decirse sin timidez que es un hito dentro del proceso de Memoria Verdad y Justicia, ha quedado expuesto que los aportes de las hijas e hijos son más que necesarios. Conserven o no recuerdos de sus infancias, la impronta tan reflexiva como emocional que han aportado será parte de la resolución jurídica que, todo indica, va hacia la condena de los imputados. Apenas pasó un minuto del comienzo, y se nota que la emoción tal vez desbordará la sala esta mañana donde el suyo será el único testimonio.
“Mi madre y mi padre son desaparecidos, y la historia de ellos es mi historia. Forma parte de la historia que termina sucediendo, y los hechos de por qué volvió, y cómo volvió... y su militancia, sus anhelos, sus sueños y sus ganas de volver al país, de estar acá... y que nunca se pudieron concretar, de volver a estar con nosotras. Yo digo nosotras, voy a hablar en plural muchas veces —aclara— porque somos dos hijas de Ernesto. Mi hermana Ana y yo. Declaro yo, y acá los tengo a los dos: a María Victoria Salgado, que es mi mamá, y a Ernesto Ferrer Cardoso, que es mi papá”, señala, mientras une con palabras la secuencia de sueños perdidos. Victoria apoya su mano derecha en la foto de su madre. La izquierda queda para su padre. Exhala con fuerza en el medio del nombre de su padre. Ernesto —pronuncia y larga una bocanada de aire— Ferré Cardoso.
Cuenta que Ernesto y María Victoria se conocieron en la Facultad de Derecho. Él había nacido en Rosario y ella en General Roca, pero Buenos Aires y la agitación de aquellos años propiciaron el encuentro. “Cada uno ya tenía tránsito en un camino de militancia y de compromiso político y social en sus colegios secundarios. María Victoria en (General) Roca. Papá acá, en la Facultad, ya tenía una militancia más orgánica. Fue representante de la Juventud Universitaria Peronista en Derecho”, repasa. Se casaron en mayo de 1976: “Ya después del golpe de Estado cívico militar del 24 de marzo de 1976 ellos ya formaban parte del movimiento Montoneros. Estaban comprometidos totalmente con la causa y no pudiendo hacer una vida totalmente normal, porque ya estaban perseguidos”, narra.

Desde niña, flores en el río

“Todas estas cosas que puedo nombrar un poco ahora, las reconstruyo a través de cartas de mi madre hacia su madre, mi abuela”, dice Victoria, con su amplia camisa blanca de mangas atravesándole los codos. También resalta el rol de compañeros y compañeras con quienes su papá y su mamá compartieron el camino político y también la vivienda. “Yo voy creciendo y voy conociendo un poco, tomando contacto con personas que compartieron la militancia con mi padre, y tratando de entender un poco en la búsqueda de quiénes eran ellos, y cómo eran, qué les había pasado, qué decisiones habían tomado, y cómo habían vivido todos esos años siendo tan jóvenes ellos. Me van contando estas cosas que vivieron con ellos un tiempo”. Hasta que en octubre de 1978 tienen que “levantar” el departamento. Victoria recoge su pelo con ambas manos y desnuda su rostro por completo. Está por contar la caída de su mamá. “Cuando levantan el departamento primero se van mis padres. Nos dejan a mí y a mi hermana con mis abuelos paternos. Ya ellos con la decisión y la necesidad de salir del país, y de salir todos juntos. Mi papá tenía una cita, llama por teléfono a su contacto, y en esa conversación, por algo que ese contacto le dice al final, él entiende que esa cita estaba cantada y que no debían ir, y mi mamá, en esta decisión o en este querer irse del país y querer salvarnos y sacarnos, va igual junto con un compañero, Fernando Prieto. Su auto es interceptado en los alrededores del Policlínico Bancario. Es ametrallado por un camión. Yo siempre leí, creí, me dijeron que era del Ejército. Puede haber sido la marina, depende de los testimonios que hay. Levantan los cuerpos de ellos muertos y nunca supimos nada más de mamá. Eso fue el 15 de diciembre de 1978”. Acompaña con sus brazos cada palabra, como si tuviera que impulsarse a sí misma para hablar. “Creemos que los cuerpos de ellos fueron llevados a la ESMA. Cuando yo crecí, en esto de crecer con toda esta historia, un poco en las nubes también, sabiendo que las cosas son así, que es así... pero crecer sin los datos y con el tema constante y presente en la cotidiana de mi vida, para mí, mi mamá, desde que yo soy chica, estaba en el río. Y yo iba al río y tiraba flores. Entonces en la familia eso es lo que se supo, o se cree, o se pudo llegar a conocer por esto de que se cree que bajaron estos cuerpos. Hay testimonios que indican que el cuerpo de Fernando Prieto fue bajado de un camión en la ESMA, teniendo en cuenta que habían sido interceptados juntos, esa es la manera de llegar a esa conclusión”.
Vuelve a exhalar al micrófono. Luego toma aire, llena sus pulmones, y cuenta cómo su padre consiguió salir del país.

Las cartas sobre la mesa

Ernesto Ferré Cardoso consigue salir del país. La manera de reconstruir estos datos, siempre tiene que ver con comunicaciones. Las cartas, otra vez, juegan un rol destacado en este juicio. “Mis tías lo ayudan. Sale, creemos, por Uruguay y llega a Brasil. Tengo carta de la mujer de Fernando Prieto, Estela, una carta de 1981, o sea tres años después del asesinato de Fernando y de mi mamá, y posterior a la desaparición de mi papá. Ella se pone en contacto con mis abuelos y les dice: ‘Tardé mucho en encontrar su dirección y poder escribirles esto, pero me enteré de lo de Ernesto y quería ponerme a disposición de ustedes para cualquier reclamo o dato que necesiten. Yo estuve con Ernesto en un encuentro muy triste en Brasil, un encuentro muy triste porque yo soy la esposa de Fernando Prieto, quien estaba en el auto con su compañera, María Victoria’”. El juez le pìde la carta: “Ya te la devuelvo”, la tranquiliza. “En la familia siempre se dijo que estuvo en México y en España. Lo de España se sabía, tengo dos postales que nos envió a nosotros, a sus padres, fechadas en mayo del ‘79 una, la otra no tiene fecha, en las que manda saludos y habla de que está en España, en la madre tierra, y manda saludos a sus hijas muy amadas, a sus padres y a su hermana Peto”, a quien había cuidado durante una enfermedad en su adolescencia.

Familias trastocadas

En su lenta caminata de palabras, Victoria cuida cada paso. Sobre todo cuando se refiere a su crianza y a los roles familiares. “Para mí, mis abuelos nos criaron; para mí, mi abuela me crió como una madre o cumpliendo el rol de una madre, y las tías abuelas el rol de abuelas. Cada lugar en la familia estaba un poco raro”. A través de esas tías abuelas, pudo confirmar el paso por España y México, porque mantuvieron algunos contactos telefónicos. En su testimonio, siempre vuelve a citar las fuentes de quienes le ayudaron a armar el rompecabezas, del que siempre queda alguna pieza sin ubicar. “Recuerdo haber encontrado cartas que tenía mi abuela en su casa. Después, cuando uno va creciendo, va leyendo y se va informando o va buscando datos y empieza a reconstruir un poco más. Esto lo digo porque no es que lo puedo saber de que me contaron que fue así, así y así —repite— es información que uno va construyendo, es un gran rompecabezas”.

—¿Qué decían esas cartas? —pregunta la fiscal Gabriela Sosti.
—Las cartas son de Ana María Avalos de Cabilla. Llegan a partir del año 1981 con toda la lucha y búsqueda de ella por su hija de 16 años, Verónica, y ella lo que hace constantemente es estar diciendo “estamos buscándolos, Ernesto formó parte de este grupo creemos que las cosas sucedieron de esta manera”. Ya se habían publicado las declaraciones del General Nicolaides y ella también, en base a todo eso, tenía muy bien armado la explicación como para llevar a los familiares, como haciéndose cargo de transmitir lo que sucedió. Le pide también a mis abuelos que se sumaran a la búsqueda, cosa que de parte de mis abuelos maternos, no sucedió. Tanto como cuando fue la desaparición de mi mamá como la de mi papá, sí están las denuncias hechas en el CELS, en la CONADEP, en el Serpaj. Sí se hicieron esos reclamos, pero después no se continuaba con el compromiso en esta búsqueda de verdad ni con el reclamo, pero ella los instaba a sumarse.

El miedo

La voz de Victoria se va quebrando cuando habla del temor que circulaba por la casa en la que fue creciendo con sus abuelos. “Yo siempre sentí culpa porque de más chica no me comprometi con esta búsqueda o no formé parte de la búsqueda que muchos otros hijos sí hicieron para encontrar la verdad y la justicia por nuestros padres”, confiesa, “yo sentía que no podíamos nosotras contradecirla en eso de no te metas más, o no vayas más allá, porque había miedo... la sensación es esa”. Recuerda cómo fue la convivencia con su abuela. “Pocha era mi abuela paterna con quien yo me crié. Siempre era de marcar la cancha, tener cuidado y de no fomentar en nosotras una idea política y nosotras crecimos así”. Pero va más allá y la angustia se abre paso cuando habla de su abuela/mamá: “Nosotras tuvimos una infancia muy feliz, muy feliz —remarca— con mi hermana, alegre... y a la vez este tema estuvo siempre, y esta tristeza, este dolor y esta ausencia estuvo siempre... Yo cuando crecía volvía para atrás y hablaba con Pocha de un montón de cosas y recordaba con alegría”. A la vez, sabría después, había en su abuela una angustia interna que no les dejaba ver. “Me ufanaba de conocer muy bien la Ciudad de Buenos Aires porque Pocha nos sacaba mucho a pasear en colectivo. Yo pensaba que era porque no teníamos plata, cosa que también era cierta, me crié con una jubilada, y hacíamos recorridos en colectivo de punta a punta. Pocha nos mostraba y nos decía que miráramos para arriba y nos decía ‘ahí está el Palacio Barolo y ahí está la cúpula tal… porque Buenos Aires es hermosa’. Y de grande, hablando con ella, entendí y me dijo: ‘ustedes iban mirando para arriba, pero yo iba mirando para abajo’, porque iba buscando a mi papá…”. Victoria la justifica: “Sintió que no podía hacer las dos cosas: si ella seguía buscando a su hijo no se iba a poder hacer cargo de las dos nenas. Yo tenía 9 meses y mi hermana tenía 20 meses cuando nosotras llegamos a su casa, ella no se iba a poder hacer cargo de criarnos a nosotras, porque su dolor y su desesperación iba ser tal que no podría. Ella no se pudo conectar nunca con ese dolor y esa desesperación hasta que nosotras fuimos grandes. Ella me dijo que tenía un mandato muy fuerte de mi mamá. Yo siempre digo: en mi casa se hablaba más de mi mamá que de mi papá, y eran mis abuelos paternos pero se hablaba más de ella”.

Es este juicio

Repite el gesto de retirarse el pelo de la cara. Luego se toca la piel, metiendo su mano por debajo de la camisa apenas desabotonada. “No aparecimos antes, fue este juicio, fue este momento. No sé si es llegada o un punto de partida para mí estar hoy acá, y el año pasado cuando se inició el juicio y hubo muchos momentos que podía declarar…”, reconoce. Le asigna un rol importante a la muerte de su abuela, otra vez marcando el rumbo Pocha, esta vez por ausencia. “Fue un año muy particular con la muerte de mi abuela también. En un momento dije:  ‘si no es ahora nadie va a hablar de ellos nadie va a hablar de él’. Sus compañeros lo deben haber nombrado, pero nadie de su sangre va a hablar de él, y este es el momento”, asegura.
Victoria repasa sus momentos de enojo con los padres, situación dura por la que en general han pasado los hijos e hijas de personas desaparecidas. Con el cuidado de cada paso, piensa y elige las palabras, pero no esquiva caminar por allí, a pesar de los baches y las baldosas flojas. ”Yo de chica me peleaba mucho con la dimensión histórica de ser una hija de desaparecidos, porque me parecía que el nombre era muy grande. Me peleaba con la idea de los 30 mil. Decía: ‘yo quiero a estos dos, a mí me  faltan ellos, no los otros’. Me costaba aceptar, entender e incorporar esta dimensión histórica que mi historia también tiene, pero pude aceptarla en un punto y también abrazarla cuando conocí más de ellos, cuando pude leerlos y conocer testimonios de quienes militaban con ellos en ese momento, de la alegría con la que lo hacían, de la convicción con la que lo hacían, de que estaban seguros de que era la manera de dejarles y dejarnos, así lo dice mamá —aclara— un lugar mejor a nosotras y a todos en nuestro país. Ahí pude tomar dimensión y decir: alguien tiene que estar, alguien tiene que hablar, pero no hablar por él, no sé qué estaría diciendo si estuviera hoy acá... yo vengo a hablar de él y de nosotros y de los que nos pasó a nosotros, para los que vengan y para mis hijos, mis sobrinos y nietos. Es acá el momento de dejar un registro de todas estas cosas. De lo que sabemos, de lo que pasó, de sus compañeros, de su militancia, de su pasión y que no quede en un diario íntimo. Es un registro para todos y creo que este juicio es eso. Para que mis nietos y mis hijos puedan conocer qué pasó con su abuelo, que puedan recurrir acá y encontrar esas respuestas de todos los que lucharon para trabajar y llegar hasta acá”, suelta con lucidez. La fiscal Gabriela Sosti consigue entenderla y sigue en esa línea.

—¿Pudiste hablar con algún compañero de militancia de tu papá sobre cómo era él, qué pensaba, qué soñaba?
—A mí me da mucha alegría. De él se aparece un adjetivo que lo repiten gente que no se conoce entre sí: "yo conocí a tu viejo y era una persona muy afectuosa, conocí a tu viejo y me acuerdo cómo las cuidaba, y las quería y lo afectuoso que era con ustedes", lo dice también mi mamá en una de las cartas —señala.

La alegría y la tristeza

Entre cartas y otros objetos preciados de su papá y su mamá, Victoria remarca un libro con dedicatoria “en donde figura una frase, que también figura en una carta de mi mamá un tiempo antes y en la que ellos hablan de eso, de la alegría, y de que sus nombres nunca sean asociados a la tristeza. Los dos repiten esa frase, y a mí me consuela saber que tanto dolor y tanta crueldad que tuvieron que vivir, ellos la vivieron con alegría. Era su vida, era su sueño, eran sus anhelos, sus búsqueda, sus creencias, sus convicciones, y era ése el camino que ellos buscaron y encontraron para llevarlo adelante”, comparte emocionada. El abogado querellante le consulta por el parentesco con el dibujante Manuel García Ferré: “Sí, era primo hermano de mi papá. Había llegado a la Argentina escapando de la Guerra Civil española. Una de estas tías abuelas estaba casada con un militante de allá. Fueron los últimos en volverse. La familia de mi papá era de Almería, un pueblo de Andalucía, al sur de España. Con ellos se vino mi abuelo, que le dio una mano grande para instalarse acá. Mi tío estudió arquitectura un tiempo y después se dedicó a ser dibujante y a estar en revistas argentinas, La Anteojito por ejemplo. Tuvo una presencia muy importante en mi vida porque nosotras vivíamos con una jubilada en la década menemista, y si mi tío no hubiese estado con su apoyo y con su ayuda, no hubiera sido posible para Pocha educarnos y alimentarnos. Siempre estuvo presente”.

—¿Sabés si con la fama que tenía pudo averiguar algo con lo ocurrido con tu papá? —indaga Llonto.
—No, en casa siempre estuvo esto de que Manolo, así le decíamos, ayudó a papá a salir; pero averiguar más, no. No sé hasta dónde habrá podido o no, nunca hablamos mucho de ello con él. Era una persona mucho más grande que yo, pero que formó una parte importante en mi crecimiento.

Pasada la hora de testimonio, se acaban las preguntas. Hernán Corigliano, abogado defensor de Norberto Apa, el único genocida con condena anterior en este juicio, intenta indagar sobre el rol de Ferré Cardoso en Beirut. Resulta infructuosa su estrategia. Los compañeros y compañeras del Chino, como lo conocían, recuerdan su rol como instructor en El Líbano. Victoria elabora un cierre. Como todo lo que ha contado de su historia, es una mirada, un recorrido familiar que quizá resulte ajeno a unas familias, pero parecido en algunos otros casos. “Yo antes de venir pensaba mucho en los imputados. Pensaba en ellos por diferentes cuestiones, que no tienen que ver ni con la militancia. Me he cruzado y he compartido espacios con militares genocidas, con sus familiares. Y ahora pensaba en eso. Y en lo que una quisiera, o buscaría o necesitaría. No quiero para nada más que lo que la justicia tiene para darles. No hay en nosotros, ni en nadie que yo voy conociendo en este camino, deseos de venganza o de revancha. Me apena mucho no saber la verdad. Saber que de parte de ellos no va a haber ninguna verdad, no me van a devolver el cuerpo de mi papá o de mi mamá. No me van a devolver el saber qué pasó en ese momento, el cuándo, el cómo. Me parece muy triste que la verdad haya tenido que ser reconstruida por los que la sufrimos, por las víctimas. Una tiene una relación muy particular con la muerte. Pocha siempre me enseñó que la muerte era parte de la vida y que a los muertos no se los llora, se los vive, se los honra. Ella no quería velorios, ‘Crémenme, nada más’. A mí un cementerio no me dice nada, un cuerpo no me dice nada. Yo hablo con mi abuela todos los dias, escucho su voz todos los días porque tenía un vozarrón impresionante. Pero con mi viejo no puedo darme ese lujo de decir no me importan sus restos. No me puedo dar el lujo de decir ‘no voy a llevar una flor, los encuentro en otro lado’. Porque no sé dónde están. Eso me apena muchísimo. No poder dar esa respuesta. No haber podido responder a mis hijos, más fácil y más directamente, qué pasó con el abuelo. Yo tengo dos hijos, de 13 y 10 años, y un día se dieron cuenta de que le decían abuela a Pocha y yo les decía ‘pero ella es su bisabuela’. ‘¿Y qué pasó con tu papá?", ‘Ya te voy a contar’... De toda esta historia mía que yo viví, la parte más difícil fue contarles a mis hijos qué les había pasado a sus abuelos y tardé... Ellos me lo reclamaban y yo no se los decía. Yo siempre lo supe y en mi casa la palabra desaparecido era común”. Tan común como su nombre, Victoria, que encierra la paradoja que evidentemente enfrentaba a muchas personas en aquel momento: nombrar a sus hijas con ese sueño que no alcanzaron a ver.


*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com
Fuente:DiariodelJuicio

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