Por Marcelo Valko. Resumen Latinoamericano, 17 junio 2020.-
«Malo es ser libre y estar presomalo, estar libre y ser esclavo»Nicolás Guillen
De pronto todo puede ser complicado y hasta algo tan simple como respirar se torna imposible pese a las suplicas e incluso para ver lo que se mira es necesario que ocurra algo, una ruptura de magnitud. De pronto es necesario algo contundente como una muerte “espectacular” una muerte que golpee a quien está del otro lado de la imagen como la de los monjes budistas que se inmolaban en Saigón o como sucedió en Minneapolis el 25 de mayo de 2020. Y entonces respirar es mucho más que evitar la asfixia y ver representa más que mirar. Pero existen distintos niveles de ahogo y de percepción y algunos son aún más aplastantes que la rodilla policial que durante esos ocho minutos fatales acabó con la vida de Geroge Floyd y que se ejecutan con asepsia y discreción. En la simple lujuria por el show del capitalismo a veces sucede lo imprevisto y algunas muertes se evaden del escenario cotidiano de morir, saltan de la pantalla y asumen realidad. Esos casos me llevan a preguntarme sobre la utilidad de la muerte. Quizás sería más correcto referirse no a “la” muerte sino a “una” muerte, tan similar y brutal como tantas otras anteriores pero por distintas circunstancias se convierte en un hito comunicacional único que ayuda a percibir lo que siempre tuvimos enfrente. La desigualdad institucionalizada que abarca todos los órdenes se vuelve visible. Las hogueras donde siempre ardieron los otros se vuelven cercanas, amenazantes. Incluso se advierte que la discriminación asoma desde algo tan “inocente” como una estatua. Tal como planteo en “Pedestales y Prontuarios” nada es más peligroso que una estatua en su aparente inmovilidad. La estatuaria no cesa de decir y por ello deben ser leídas como si fueran textos, porque son documentos impuestos por el poder. Están tan cargados de plusvalor que aunque los tengamos frente a nuestros ojos, anestesian nuestra percepción para que no advirtamos la dialéctica de amos y esclavos de quienes están arriba representando “valores” y quienes estamos abajo debiendo cumplirlos al pie de la letra. Y de pronto un muerto quiebra el espejismo y logramos ver del otro lado lo que siempre estuvo enfrente. Y aunque la desmemoria siempre busca silenciar a los muertos, el acto de una muerte en representación de un dolor de años desentierra lo que fue ocultado por un férreo bloque discursivo de silencio y veremos que incluso descubre una matanza de proporciones ocurrida un siglo atrás.
De pronto una muerte, “esa” muerte para el eje Occidental del mundo tiene una utilidad expresiva mayor que cientos, miles o millones de muertos no logran “comunicar” como sucedió como el holocausto en Kampuchea o la actual hambruna en Sudan del Sur. Además de la espectacularidad existen como es obvio y es simple de comprender otras variables intervinientes como muertos de primera y de segunda. Sin embargo, en ocasiones un muerto de segunda rompe estos moldes y causa un impacto impensado en la brutalidad cotidiana y posee una fuerza transformadora de una porción de realidad, permitiendo además que aflore debajo de la alfombra aquello que con tanto esmero el poder necesita invisibilizar. Aquí no tengo espacio para analizar en forma extensa porque tantos negros que fueron asesinados por la policía y ante las cámaras no tuvieran la visibilidad que tuvo el crimen de George Floyd y porque de pronto los monumentos son percibidos y atacados. En esta ocasión me limito a dejar la inquietud a los lectores de Resumen Latinoamericano.
La Historia Oficial de Estados Unidos se nutre como otras similares de la desmemoria haciendo un culto al olvido y un catecismo de la amnesia colectiva para tergiversar, mentir, disimular o directamente ocultar hechos del pasado. A continuación voy a exponer uno de estos episodios que durante un siglo fue arrojado a los márgenes de los libros de historia de USA y que el crimen de Minneapolis logró desempolvar.
El 1° de junio de 1921 en Tulsa, Oklahoma, ocurrió algo difícil de creer. No se trató a un crimen aislado, sino que fue un verdadero pogrom con cientos de muertos, violaciones e incendios de más de treinta manzanas del barrio negro de la ciudad. Los bestiales linchamientos fueron alentados por el periodismo local con titulares en primera plana. Una masacre de envergadura en un país acostumbrado a vender una imagen donde el “sueño americano logra sacar a todos adelante”. El disparador inicial fue algo insignificante y hasta banal si se quiere. El 30 de mayo el Memorial Day, un lustrabotas de color llamado Dick Rowland fue acusado por una adolecente blanca de agresión dentro de un ascensor en un centro comercial. Aunque el joven negro aseguraba que la había pisado accidentalmente acabó en el calabozo. La noticia se expandió en la ciudad con rumores de toda clase. En el barrio negro llegó la noticia que una muchedumbre se dirigía a lincharlo, a su vez entre los blancos circuló una versión dramática donde el lustrabotas había intentado violar a la chica. El resultado se tradujo en que ambos grupos se congregaron frente a la comisaria, unos para evitar el linchamiento y una turba que exigía que le entregaran al lustrabotas. Los insultos pasaron a mayores y se desató la violencia con una decena de muertos llevando los blancos la peor parte. Eso sucedió al mediodía del 31 de mayo.
Es necesario agregar algunos datos. Como tantas ciudades de Estados Unidos, en Tulsa los negros estaba segregados en un barrio llamado Greenwood próximo al centro de la ciudad. Era una zona donde el esfuerzo de muchos afrodescendientes los había hecho prosperar, al punto que la comunidad tenía más de trescientos comercios, templos, clubes nocturnos y hasta dos cines. Para tener una idea de este auge económico los propios con gran orgullo llamaban al distrito Black Wall Street. Claro que sectores más recalcitrantes consideraban el asunto desde otro punto de vista difamando al barrio negro al que calificaban de Little Africa. Sufrían dicha prosperidad como algo intolerable, imposible de aceptar. Por otra parte es imprescindible añadir otro dato crucial, en la región existían en la clandestinidad capítulos (grupos) muy activos del Ku Kux Klan cuyas amenazas en años anteriores se tradujeron en una treintena de linchamientos. Tal es así que uno de los fundadores de la ciudad Wiatt Tate Brady era un miembro del Klan.
Retomando los sucesos del 31 de mayo día posterior al arresto del lustrabotas, en los periódicos locales The Morning Tulsa Daily World y sobre todo The Tulsa Tribune aparecieron artículos incendiarios sobre “el intento de violación”. La temperatura de intolerancia aumentó: “Capturan a negro por atacar a una niña en un elevador”. El clímax llegó a su máximo nivel con el editorial “A linchar a negros esta noche” un título que me exime de mayores abundamientos (The Tulsa Tribune 31/06/1921). Desgraciadamente no queda ninguna prueba del mismo, ya que los ejemplares fueron destruidos y la pagina donde debía figurar curiosamente fue arrancada de la hemeroteca que archiva la publicación.
Los ánimos ya venían caldeados hace tiempo. Durante el llamado “Verano Rojo” de mediados del 1919, los soldados negros que regresaban a casa advertían que nada había cambiado. Pese a haber combatido por el Tío Sam los derechos elementales les eran negados como sucedió siempre. También los blancos desmovilizados regresaban y las pugnas por los puestos de trabajo eran muy duras. En distintas ciudades, hubo numerosos muertos y linchamientos. Existen numerosas imágenes que documentan lo ocurrido, sobre todo la siniestra secuencia fotográfica que le toman al cadáver del obrero negro Will Brown en Omaha el 29 de septiembre 1919. Junto a la hoguera donde arden sus restos numerosas personas sonríen para la foto y otros con palos atizan las llamas…
En Tulsa todo estaba listo para que el espanto se desate. Los muertos del mediodía frente a la comisaria y los periódicos alentando linchamientos habían elevado el nivel de odio. Cuando oscureció el 31 de mayo las hordas se lanzaron a las calles. El distrito negro de Greenwood fue atacado. La superioridad blanca fue abrumadora. Incluso con las primeras luces del amanecer, una decena de aviones sobrevolaron Little Africa lanzando bombas incendiarias de bencina y alquitrán de fabricación casera y disparando contra cualquier persona de color. Las imágenes posteriores son elocuentes, treinta y seis manzanas quedaron convertidas en cenizas, miles perdieron sus hogares y el número de muertos que según la versión oficial era 39 aun continua indeterminado aproximándose a unos trescientos, en su inmensa mayoría afrodescendientes, muchos de los cuales acabaron en fosas comunes. Miles de sobrevivientes abandonaron Tulsa para siempre. La invitación a linchar negros había tenido un eco más allá de lo esperado. La Guardia Nacional que se había apostado para proteger los barrios residenciales blancos, se aprestó a intervenir para restablecer el orden, es decir, deteniendo negros. Mientras tanto el periodismo local siguió avivando el fuego. En la mañana del 1° de junio con la ciudad aun en llamas The Morning Tulsa publicó tres ediciones una más tendenciosa que la otra que se vendieron como pan caliente. En la primera y en título catástrofe anunciaba: “Dos blancos muertos en disturbios raciales”. En la siguiente aumentó la apuesta “Más blancos son fusilados” la bajada de la portada mencionaba: “la guerra racial se desata durante horas”. El periódico al presentar “muchos blancos fusilados” buscaba atenuar la cacería de negros colocando a los victimarios en lugar de víctimas, una burda triquiñuela tan vieja como el mundo. En su tercera edición el matutino ya paladea el triunfo “Los blancos avanzan hacia la pequeña África. Lista de muertos negros es de unos 15”, también aseguraba invirtiendo el número de uno y otros que “500 blancos armados mantienen a raya a mil negro armados”.
Al día siguiente The Tulsa Tribune titula “Calles despejadas por ley marcial. 9 blancos y 68 negros muertos” junto con dos fotografías que muestran la desolación del barrio de Greewood incendiado(The Tulsa Tribune 02/06/1921). Obviamente miembros del KKK participaron de la atrocidad y nadie fue condenado por lo ocurrido, ni siquiera se indemnizó a los miles de habitantes de color que perdieron sus casas. Es más, el municipio aprovechó para realizar una remodelación urbana de la zona. Recién en 1996 se creó una comisión investigadora de lo ocurrido que hizo bien poco y nada. Veinticinco años después, en 2010 realizaron un recordatorio de las víctimas en la ciudad.
El Tulsa Tribune que durante los linchamientos que arrasaron el ghetto negro promovía linchamientos era además, como dudarlo, vocero del Ku Kux Klan, un vocero tan extremo al punto que el gobernador Jack Waltor en 1923 debió colocar un censor en la redacción de la publicación ya que animaba a los miembros del KKK a resistirse a ser investigados sobre las actividades “presuntamente delictivas” del Klan. ¿Cómo terminó la puja entre el gobernador del Estado de Oklahoma que pretendía investigar al KKK? El gobernador fue destituido.
Sin embargo, y retomando el comienzo de la nota, la muerte de George Floyd provocó que millones de personas alzaran su voz y dijeran “basta” y vieran lo que miraron tantas veces sin advertirlo. En ocasiones el simple lust for a show la simple lujuria por el show utiliza la espectacularidad para escapar del guion establecido y trae bocanadas de un viento revulsivo que ojala no se detenga.
Envio:RL

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