El 29 de julio de 1966 -a un mes de instaurada la dictadura militar autoproclamada "Revolución Argentina"- el Presidente de facto, Juan Carlos Onganía, firmó el Decreto-Ley N° 16.192 por el cual se suprimía el gobierno tripartito y la autonomía de las universidades nacionales, que regían desde finales de la década de 1950. Además, por dicho decreto se subordinaba a las autoridades de las ocho casas de altos estudios del país al Ministerio de Educación, nombrándolas administradoras o instándolas a renunciar en un lapso de treinta días.
Esa misma tarde, el Rector de la UBA, Ing. Hilario Fernández Long, rechazó las nuevas disposiciones. Él y su equipo de asesores presentaron inmediatamente sus renuncias. En señal de repudio a la medida, en cinco Facultades -Ciencias Exactas y Naturales, Arquitectura, Ingeniería, Filosofía y Letras y Medicina- grupos de estudiantes y docentes decidieron tomar los edificios.
La noche del 29 de julio, el gobierno resolvió el desalojo utilizando las fuerzas de seguridad. La Guardia de Infantería de la Policía Federal expulsó violentamente a los miembros de la comunidad académica que habían ocupado los edificios de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y Arquitectura- ubicados en la calle Perú 222- en protesta y en signo de resistencia frente a la disposición de las autoridades del gobierno militar. Se llevaron detenidas a más de un centenar de personas y otras tantas resultaron heridas.
El nivel de violencia e impunidad con las que actuaron las fuerzas del Estado impresionaron a la opinión pública y tuvieron repercusiones importantes, incluso en el exterior. Causó un impacto especial la denuncia publicada en el diario estadounidense The New York Times por el profesor norteamericano Warren Arthur Ambrose, que estaba en ese momento en la Facultad de Ciencias Exactas, donde el desalojo fue especialmente violento. Estos sucesos dieron lugar, entonces, a uno de los episodios más dolorosos de la historia universitaria argentina: La Noche de los Bastones Largos.
Días después, también como acto de protesta ante el avasallamiento de la autonomía y el ejercicio de la violencia, cerca 1.300 docentes de la UBA presentaron las renuncias a sus cargos. Muchos de ellos abandonaron la actividad académica de manera definitiva. Otros, continuaron sus carreras como académicos y científicos en universidades extranjeras. Algunos retornaron muchos años más tarde a la Universidad.
El impacto de estos episodios sobre la universidad argentina, y en particular sobre la UBA, fue sustantivo, ya que la mayoría de los renunciantes pertenecía a los sectores más dinámicos del cuerpo docente y se encontraban entre ellos muchos de los científicos más calificados de la Universidad, cuya formación había insumido recursos materiales e implicado el trabajo de muchos años. De esta manera, finalizó una de las etapas más renovadoras y transformadoras de la historia de la Universidad de Buenos Aires.
Algunos de esos profesores retornaron en 1983 con la vuelta a la democracia. Muchos de los axuiliares y estudiantes de esa época se convirtieron luego en prestigiosos docentes. De esta manera, la Universidad de Buenos Aires se fue reconstruyendo gracias al trabajo mancomunado de todos sus miembros y por el apoyo de toda la sociedad.
Esa misma tarde, el Rector de la UBA, Ing. Hilario Fernández Long, rechazó las nuevas disposiciones. Él y su equipo de asesores presentaron inmediatamente sus renuncias. En señal de repudio a la medida, en cinco Facultades -Ciencias Exactas y Naturales, Arquitectura, Ingeniería, Filosofía y Letras y Medicina- grupos de estudiantes y docentes decidieron tomar los edificios.
La noche del 29 de julio, el gobierno resolvió el desalojo utilizando las fuerzas de seguridad. La Guardia de Infantería de la Policía Federal expulsó violentamente a los miembros de la comunidad académica que habían ocupado los edificios de las Facultades de Ciencias Exactas y Naturales y Arquitectura- ubicados en la calle Perú 222- en protesta y en signo de resistencia frente a la disposición de las autoridades del gobierno militar. Se llevaron detenidas a más de un centenar de personas y otras tantas resultaron heridas.
El nivel de violencia e impunidad con las que actuaron las fuerzas del Estado impresionaron a la opinión pública y tuvieron repercusiones importantes, incluso en el exterior. Causó un impacto especial la denuncia publicada en el diario estadounidense The New York Times por el profesor norteamericano Warren Arthur Ambrose, que estaba en ese momento en la Facultad de Ciencias Exactas, donde el desalojo fue especialmente violento. Estos sucesos dieron lugar, entonces, a uno de los episodios más dolorosos de la historia universitaria argentina: La Noche de los Bastones Largos.
Días después, también como acto de protesta ante el avasallamiento de la autonomía y el ejercicio de la violencia, cerca 1.300 docentes de la UBA presentaron las renuncias a sus cargos. Muchos de ellos abandonaron la actividad académica de manera definitiva. Otros, continuaron sus carreras como académicos y científicos en universidades extranjeras. Algunos retornaron muchos años más tarde a la Universidad.
El impacto de estos episodios sobre la universidad argentina, y en particular sobre la UBA, fue sustantivo, ya que la mayoría de los renunciantes pertenecía a los sectores más dinámicos del cuerpo docente y se encontraban entre ellos muchos de los científicos más calificados de la Universidad, cuya formación había insumido recursos materiales e implicado el trabajo de muchos años. De esta manera, finalizó una de las etapas más renovadoras y transformadoras de la historia de la Universidad de Buenos Aires.
Algunos de esos profesores retornaron en 1983 con la vuelta a la democracia. Muchos de los axuiliares y estudiantes de esa época se convirtieron luego en prestigiosos docentes. De esta manera, la Universidad de Buenos Aires se fue reconstruyendo gracias al trabajo mancomunado de todos sus miembros y por el apoyo de toda la sociedad.
Fuente:UBA
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