Les pibis se abrieron paso
Por Juan Funes, Resumen Latinoamericano, 23 de septiembre de 2020.
¿Es posible identificar rasgos comunes entre las nuevas generaciones de jóvenes? Y a la hora de hacer política, ¿cómo se relacionan con las organizaciones tradicionales? En conversación con Lalengua, Ofelia Fernández, la legisladora más joven de Latinoamérica, y Bruno Rodríguez, fundador de Jóvenes por el Clima Argentina, dan su visión acerca de qué los moviliza y cuáles son sus expectativas con respecto a la participación política.
“Generación Z”; “centennials”; “les pibis”; “generación verde”. Son varias las etiquetas con las que se busca catalogar a los y las jóvenes que nacieron en el nuevo milenio. Hablar sobre una generación, atribuirle ciertas características, es poco riguroso; implica negar particularidades geográficas, de clase, barrer con las vastas diferencias culturales entre personas que en muchos casos solo comparten la edad. Pero aún así cabe preguntarse: ¿existen ciertas tendencias o constantes en las nuevas generaciones para hacer política?, ¿cómo se relacionan con las organizaciones políticas tradicionales?, ¿qué novedades traen? En conversación con Lalengua, Ofelia Fernández, quien con 19 años se convirtió en la legisladora más joven de Latinoamérica, y Bruno Rodríguez, de la misma edad, fundador de Jóvenes por el Clima Argentina y único representante de Argentina en la Cumbre de Acción Climática de la Juventud de Naciones Unidas de 2019, dieron sus puntos de vista.
Durante la campaña de 2019, Ofelia planteó que los y las jóvenes “se organizan por agenda política”. “Veía en la lógica de los partidos una hipótesis en la que los jóvenes, al dejar de entrar masivamente a esas estructuras, habían dejado de intervenir políticamente. Pero esto no es así necesariamente. Hay nuevas formas de intervención política”, explica. La militancia de los y las jóvenes se organizan principalmente en torno a tres movimientos: el educativo, el feminista y el ambiental, “sin que sea necesario darle un anclaje partidario”, aclara. “Una gran porción de la militancia juvenil fue conquistada por el feminismo y el ambientalismo. Es imposible comprender y transformar cualquier activismo sin entender su vínculo con el resto de las injusticias y las desigualdades, y eso es lo que va potenciando y politizando a esos militantes. Ese proceso se da naturalmente, el tema es que no se lo subestime desde la política más tradicional”, sostiene Ofelia.

La militancia de Bruno empezó a los 13 años en el movimiento estudiantil, pero dio un giro cuando el año pasado participó de la fundación de Jóvenes por el Clima Argentina, surgida a partir del fenómeno que generó a nivel mundial la figura de Greta Thunberg. Más allá de su impronta internacionalista, la organización se inscribe en las tradiciones locales y latinoamericanas, y entiende al ambientalismo como un movimiento necesariamente popular. “Somos hijos de los y las militantes por los derechos humanos”, sostiene Bruno, y agrega que “los primeros ecologistas no somos nosotros ni las organizaciones ambientalistas tradicionales, sino los movimientos de la economía popular”. Bruno también destaca la importancia de que el ambientalismo sea entendido como una disputa colectiva y no individual: “el macrismo y el neoliberalismo nos deja como legado cultural que las actitudes individuales y la modificación de nuestros hábitos es suficiente. Ahí tenemos una batalla cultural que dar y que es crucial. Mientras podamos seguir profundizando la interseccionalidad de las luchas, más vamos a avanzar”, afirma.
Crecer al calor de la calle
Las trayectorias militantes de Ofelia y Bruno fueron meteóricas. Con 19 años se convirtieron en portavoces de dos movimientos que aparecieron como los más dinámicos tanto en el ámbito local como internacional, con una fuerte presencia juvenil: el feminismo y el ambientalismo. Algunos estudios realizados en los últimos años hicieron hincapié en la relevancia de estos dos movimientos para los y las jóvenes. El informe de Amnistía Internacional titulado El futuro de la humanidad, de diciembre de 2019, señaló que el 49 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 25 años encuestados de Argentina consideraba que el problema más importante que enfrenta el mundo es la contaminación. La investigación local titulada Estudio de juventud Argentina 2018,realizada por el Organismo Internacional de Juventud (OIJ) y el Instituto Nacional de Juventud (Injuve), marcó como una de las conclusiones que los y las jóvenes “son abiertos y cero prejuiciosos: no son binarios, no son grieta. Están atravesados por el feminismo como forma de pensar”.
Ofelia tenía 15 años el 3 de junio de 2015, cuando las mujeres colmaron las calles bajo la consigna de NiUnaMenos. Cinco años más tarde, su primer discurso en la Legislatura coincidió con la previa del Día de la Mujer, el 8M. En su intervención leyó un texto que había escrito durante aquellos tiempos del redespertar feminista. “Me servía para evidenciar lo que estaba nombrando: cómo la realidad sigue siendo tortuosa, pero también para poner sobre la mesa que yo vengo de ahí, de ser una militante de 15 años que escribía ese texto con impotencia y sin sentir que había lugar para esas transformaciones, y que de repente se convierte en una piba leyéndolo en un espacio de decisiones”, recuerda. La intervención mantuvo el tono y el registro que ya son un sello propio de Ofelia: la habilidad de condensar en palabras simples y directas cuestiones muy complejas, ignoradas o eludidas por las personas que usualmente acaparan los micrófonos. Si bien reconoce haber estado muy nerviosa, las respuestas que obtuvo fueron para ella “muy positivas”, lo cual le demostró “que el camino es efectivamente ese”, según sus propias palabras. “Cualquier intento de adaptarme o moldearme en función de lo que se espera de quien está en ese lugar, no me sirve ni a mí, ni al proceso que quiero llevar adelante ahí adentro, ni a la gente que banca lo que puede salir de ahí”, sostiene.
Aquella disertación marcó un fuerte contrapunto con algo que Ofelia suele subrayar: las intervenciones antiderechos de muchos legisladores y legisladoras durante el debate por el proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en 2018. “La contraposición del argumento y de la impunidad”, precisa Ofelia. “Existe una intención por transformar, por marcar la realidad desde otro criterio u otra perspectiva, desde mí, desde mi generación, desde el movimiento feminista, en contraposición a un sector de la clase política que tiene la garantía de la impunidad de poder no hacer su trabajo”, explica. El discurso que más le sorprendió durante la discusión por la IVE fue el de la senadora Cristina del Carmen López Valverde (PJ), quien afirmó que no iba a votar a favor del proyecto porque no había podido acceder al texto. “Es una señal muy clara de algo que muchas veces impera en espacios como ése, en oposición a quienes nos hacemos desde la pelea colectiva, de la organización con otros, y llegamos a esos lugares para trasladar ese recorrido”, subraya Ofelia.
En septiembre del año pasado Bruno fue el único argentino seleccionado para participar de la Cumbre de Acción Climática de la Juventud de la ONU en Nueva York, a la que fueron invitados 100 jóvenes de todo el mundo, con Greta como figura central. En su intervención, Bruno hizo hincapié en su condición de latinoamericano: “la historia de nuestra región es la de cinco siglos de saqueo. Para nosotros el concepto de justicia ecológica y medioambiental está ligado a los Derechos Humanos, la justicia social y la soberanía nacional sobre nuestros recursos naturales”.

El vertiginoso crecimiento de Jóvenes por el Clima Argentina tiene esa marca indeleble. La organización ambientalista surgió como parte de las manifestaciones estudiantiles que comenzaron en Europa con el impulso de Greta y que luego se extendieron por distintas partes del mundo. “Entendimos que al no haber ninguna expresión de protesta social similar en Argentina que agrupe particularmente a los jóvenes tras el reclamo de acción climática, de lucha contra la crisis ecológica, debíamos representar a ese movimiento”, recuerda. El proceso desde el principio puso de relieve las reivindicaciones políticas locales. “Necesitábamos incorporar una perspectiva de lucha que no sea un calco de lo que gestaron nuestros compañeros y compañeras en Europa, sino que justamente reivindique nuestros métodos de manifestación popular autóctonos y que se entienda también que vivimos en un contexto en el que Latinoamérica históricamente siempre sufrió de una dependencia importante de sus bienes naturales para con los países más desarrollados en el orden global”, apunta.
Esta “transformación discursiva”, en términos de Bruno, implicaba “incorporar una perspectiva de transformación sistémica y de cambio estructural. Un dato matador: cien empresas en todo el mundo son responsables de más del 70 por ciento de todos los gases de efecto invernadero que se emiten mundialmente. Este dato reclama que los Estados tomen acciones urgentes de regulación”. El 15 de marzo de 2019, Jóvenes por el Clima convocó a más de cinco mil jóvenes para movilizarse. Sumado al eco de las calles, desde esa fecha fundante buscaron interpelar a los servidores públicos. “Ese mismo día presentamos un documento con distintas exigencias al entonces presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y después nos reunimos con el entonces Secretario de Ambiente, Sergio Bergman”. Actualmente la agrupación mantiene un diálogo fluido con el exdiputado y ahora ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan Cabandié.
El arte de lo posible
Si en algo coinciden Ofelia y Bruno en relación a la forma de construir política, es en correrse de los lugares de comodidad, en buscar la articulación con otros espacios para expandir sus reclamos y propuestas. Ofelia llegó al Frente de Todes dentro del Frente Patria Grande, un espacio heterogéneo liderado por Juan Grabois e Itai Hagman. El proceso de unidad que se llevó adelante de cara a las elecciones de 2019 dio como resultado un gobierno en el que convergen muchas organizaciones, agrupaciones y partidos políticos del campo nacional y popular. Impulsar discusiones dentro de ese gran frente no es sencillo. “Lo que más me irrita a veces de nuestro campo, es la reticencia que hay explotar nuestros matices, que creo que tendría que haber sido la conclusión más importante de lo que pasó en los últimos cuatro años y lo que significó armar el FdT”, opina Ofelia.
La legisladora sostiene que es contraproducente caer “en una dinámica de organicidad extrema, en la cual todo el mundo tiene que ser cuidadoso con sus ideas en función general del promedio”. “El FdT fue una hipótesis que planteó la posibilidad de que convivan ideas distintas, que incluso se van a tener que disputar. Existe la posibilidad de que sea un gobierno que condense las dos cosas al mismo tiempo, y que de acuerdo a la propia dinámica de su pueblo y de su sociedad para llevar adelante esas discusiones, se vea en qué orientación se profundiza más o menos”, apunta, y hace una salvedad: “veo que hay como que cada vez que alguien declara algo un poco más ‘ultra’, genera un problema. Ni siquiera por lo que se plantea, por la idea de la propuesta, sino por el mero hecho de que está criticando en un momento en el cual ‘no hay que generar tensiones’, cuando en realidad eso tendría que ser una ventaja”.
No habilitar la discusión política es lo que genera, para ella, una amenaza de quiebre, y el resultado es que los sectores más reaccionarios sean los que triunfan en el terreno discursivo. “Al final lo que pasa es que la única agenda que permitís es la que pone la derecha. Los debates que viene impulsando la derecha son tan mediocres que a mí me duele mucho que a veces no interesen los debates que planteamos algunos de los propios. Quiero que seamos capaces de poner una agenda que oscile entre nuestras propias posiciones, no siempre en función de las mediocridades de turno que plantea gente profundamente conservadora y reaccionaria”, afirma.
Jóvenes por el Clima, explica Bruno, es una organización que constantemente busca articular su trabajo con distintas agrupaciones y, también, mantener vinculaciones con representantes del Estado. Ven con buenos ojos el diálogo con Cabandié, dado que valoran que “su historial de militancia sea en agrupaciones de derechos humanos”, dice Bruno. “Una de las problemáticas esenciales es relacionar a la crisis sistemática ecológica con la vulneración sistemática de los derechos humanos. Tenemos la vara de exigencia muy alta con la cartera ambiental del Estado, porque entendemos que, por ejemplo, con la situación de los incendios en el Delta del río Paraná con los incendios, necesitamos una respuesta integral”, apunta Bruno.
Por otro lado, la organización está colaborando con el Plan San Martín, el “plan Marshall criollo” de reactivación productiva impulsado por los movimientos populares de la UTEP y un grupo de sindicatos. “Estamos viendo en qué podemos trabajar en materia energética junto a los trabajadores y trabajadoras de los sectores rurales que están ahora empezando a impulsar formatos alternativos en cuanto a modelos productivos”, comenta. Los movimientos de la economía popular son, para Jóvenes por el Clima, los pioneros en la disputa por un nuevo modelo de vida en relación al ambiente, tanto por la experiencia de los recicladores urbanos, como de los trabajadores rurales. “Históricamente son esos trabajadores los que llevan adelante una línea que tiende a modificar profundamente a la matriz del modelo productivo vigente, por medio de la introducción del principio de agroecología, de soberanía alimentaria, de lucha contra las multinacionales que utilizan pesticidas en los procesos de producción agrícola. La articulación que más tenemos es con los movimientos sociales, porque son los sectores que más importan en esta lucha”, sostiene Bruno.
El futuro llegó hace rato
La situación de la pandemia puso de manifiesto, una vez más, que el mundo necesita una transformación urgente. ¿Qué rol deben cumplir los y las jóvenes para traccionar este cambio? “Si los pibes y las pibas, los brazos jóvenes de los partidos políticos, empiezan a entender que es importantísimo empezar a militar sobre la cuestión ambiental, el cambio se va a poner en marcha porque esos jóvenes son los dirigentes del futuro”, apunta Bruno. La premisa de Jóvenes por el Clima de mantener una independencia partidaria tiene como objetivo poder penetrar transversalmente en la militancia joven. De esta forma, según Bruno, “la estructura partidaria argentina se termina acoplando a las exigencias de la juventud cuando logramos ingresar en el plano dirigencial. La militancia es una categoría colectiva, de ninguna manera es una prerrogativa de un núcleo dirigencial”.
Ofelia cita una frase del presidente Alberto Fernández para ilustrar el rol que debe tener la juventud, para ella, en este contexto: “no quiero una juventud disciplinada ni domesticada. Al primer momento en que no me encuentre a la altura de mi palabra o de su expectativa, quiero que salgan a la calle y que me lo digan”, dijo el presidente. “Esa es una señal que tenemos que tomar, sobre todo por nuestras ‘expectativas’. No es momento para ser obsecuentes. Proponer, profundizar o incluso criticar, no implica una ruptura, implica la necesidad imperiosa de que, ante un alza de movimientos conservadores, mientras hay gente que defiende los intereses de las grandes corporaciones y que se ocupa de proteger el privilegio de los que siempre estuvieron arriba de la pirámide, aparezca una juventud que con la misma fuerza obligue a mover la cúpula hacia las nuevas agendas, que son importantes sobre todo en un momento en el que tenemos que replantearnos la dinámica y la lógica del mundo en relación a sus desigualdades”, sostiene.
La agenda ambiental es, para Ofelia, “una pieza que la política todavía no procesa con relevancia, pero que evidentemente la tiene. Lo que estamos viviendo está muy vinculado al trato y a la relación que tenemos con el mundo que nos sostiene”. Para ella, del mismo modo en que el feminismo mostró una forma brutal de desigualdad, la agenda ambiental pone de relieve otra. “No podemos creer en la justicia social y no en la necesidad de construir un ambientalismo popular. La realidad es que la degradación del medio ambiente tiene consecuencias sobre la vida humana, y en particular en las vidas de los sectores populares. La crisis ambiental no hace otra cosa que profundizar las desigualdades preexistentes”, apunta.
Para Bruno la situación de la pandemia generó “un terreno muy fértil para empezar a radicalizar nuestras demandas, profundizar los cambios estructurales que son posibles de llevar adelante”. En línea con lo expuesto por Ofelia, para él no se trata solo de una cuestión ambiental, sino de un problema estructural de Argentina. “Es necesario empezar a rediscutir la estructura de la propiedad de la tierra. Tenemos un 0,94 de terratenientes que manejan más del 34 por ciento de todas las extensiones productivas del país. Esos mismos tipos son los que deforestan absolutamente todo, destrozando ecosistemas, expulsando y reprimiendo a las comunidades de los pueblos originarios. Ahí tenemos una situación de vulneración muy potente de derechos humanos, que a su vez se relaciona con los ciclos de acumulación de riqueza en Argentina. Hay una oportunidad muy interesante para ofrecer una alternativa estructural, que venga de los sectores sociales organizados, con el ambientalismo como aliado estratégico”, concluye.
Fuente: La Tinta
El aula en cuadritos: apuntes sobre
un escenario de exámenes en
pantalla
Por Soledad Galván, Resumen Latinoamericano, 23 de septiembre de 2020.
Allá por el 2002, Naomi Klein advertía con datos, pruebas, pelos y señales la intrusión feroz de las grandes empresas en lo público: Disney y Mattel compraban ciudades que luego se convertían en un logotipo rosa o con orejas de roedor. Nike llenaba de enormes carteles barrios como el Bronx y Harlem, alimentando en los jóvenes afroamericanos el deseo furioso de zapatillas onerosas, pero que tenían “su” onda. Esa que el resto de la sociedad negaba y que Nike entendía tan bien, y de la que se apropiaba obscenamente para vaciarla en publicidad y eslóganes. Eso no era lo más bizarro ni lo más estremecedor: IBM dotaba de equipos a las escuelas y universidades a cambio de intervenir en el diseño de los planes de estudio. En un país en el que sólo el 3% de los pobres acceden a los estudios superiores, esto es- y bien vale la metáfora- moneda corriente. El dato no asombraría a ningún norteamericano medio.
Mi hijo mayor leyó No logo por estos días, casi a la misma edad que lo leí yo mientras estudiaba en el profesorado. No dejábamos de conversar y discutir amargamente –por no llorar- sobre lo terrorífico de esos análisis, de cómo, en muy poco tiempo, los efectos del neoliberalismo reflejado en esas escenas estaba prácticamente pisándonos los talones. Desgraciadamente, esas escenas que analizaba Klein, hoy, son una suerte de profecía autocumplida en el escenario que la educación pública en nuestro país atraviesa en este contexto de aislamiento social.
La pandemia nos puso a los docentes a pensar el modo de sostener un entramado ya de por sí débil y así aparecieron aplicaciones, plataformas, recursos varios, trucos compartidos, y la clase se convirtió en un storyboard en vivo y en directo. Una sucesión de pantallitas que simulaban una presencia, un “estar ahí”. Generamos materiales didácticos diversos, escribimos clases, volvimos al viejo y nunca bien ponderado campus virtual -recurso del Estado a disposición de las carreras de Nivel Superior- y casi alcanzamos la experticia del youtuber más novel. La necesidad tiene cara de hereje, dice el refrán. Y así, casi sin quererlo, traicionamos el sentido común que circulaba en salas de profes y maestros, que otrora detestaba la entrega de las netbooks e ignoraba las capacitaciones en TIC, y hoy, prácticamente, las añora y, en muchos casos, las reclama, ante la evidencia de los recursos que como trabajadores estamos poniendo al servicio de lo público, en desmedro de nuestros bolsillos y nuestras vidas.

Confieso mi reticencia a este frenesí en el comienzo del ASPO. Nunca entendí demasiado la preocupación exasperada por la calificación o ante los silencios del whatsapp o de una cámara apagada. Estas circunstancias excepcionales desnudaban de manera obscena lo variopinto de las desigualdades a ambos lados del monitor y a veces se traducían en esos silencios/ausencias ante los que no podíamos siquiera interrogarnos. Sostengo y creo que la escuela no es escuela sin la presencialidad, sin el territorio, sin el diálogo, sin el cuerpo a cuerpo. Y esta situación inédita -comparable a cualquier catástrofe, llámese COVID, terremoto, fiebre amarilla, misiles iraquíes- irrumpía con eso, impedía ese modo de encontrarnos y nos dejaba en una intemperie con más incógnitas que certezas. De una manera tajante, salvaje. Obviamente, mi reticencia duró poco y yo también entré en esa lógica de videollamadas, reuniones virtuales y todo lo demás. Más allá de algunas sorpresas y momentos donde se dieron intercambios potentes, dudo muchísimo que esos encuentros constituyan una clase, dada la complejidad que supone ese despliegue de signos que supone transmitir un saber.
Intuyo que debemos repensar, a la vuelta, en lo que falta, más que en lo que se ganó, y hacerlo bien lejos de las lógicas productivistas y meritocráticas. Mientras tanto, nos debemos una pausa y un tiempo ante esta vorágine, que no estamos habilitando. Nos debemos ese tiempo que lo escolar posibilitaba, ese otro tiempo para el ocio, el fin primero de la escuela: arrebatar a los niños y a los jóvenes -y a los docentes- del tiempo de la sociedad. Y hoy por hoy, refugio ante la lógica mercantilista de ese uso del tiempo, que a toda costa se constituye en un hacer, a veces, sin sentido. Construir un tiempo-otro. Reinventarlo.
La intrusión de las grandes empresas en la educación norteamericana que tan bien explicita No logo ha sido relativamente débil en estas tierras, frente a la larga historia que tiene la educación pública en nuestro país. Con esto no quiero decir que esa intrusión no haya tenido diversas formas y presencias: tenemos bastantes ejemplos de sobra de larga data y potenciados en los años de los globos amarillos. Algunos de sus gestos e indicios superan, incluso, el nivel bizarro de las ciudades Mickey Mouse. Clases de yoga, educación emocional, comprensión lectora, el liderazgo y emprendedurismo en capacitaciones del Estado, con coordinadores de dudoso currículum en el campo pedagógico. Ministros de Educación que nos decían cómo vivir en la incertidumbre, cuya formación académica en universidades del Norte estaba bastante lejos de la Pedagogía. En tierras cordobesas, programas escolares cuyos espacios curriculares al servicio de los agronegocios se promocionan como educación experimental, con el mismo nivel que se invisibiliza la precarización laboral de sus docentes. La omnisprescencia de la OCDE a través de las pruebas estandarizadas como PISA, marcando agenda y rankings en los que países nórdicos, con historias y realidades muy diferentes a la nuestra, se convierten en la panacea educativa y en espejos deformes donde intentamos mirarnos.
Aún así, la mella de la escuela pública como bien común resiste, se impone y, muchas veces, hasta gana la partida. Ya describí cómo, aún en esta intemperie, docentes de todos los niveles pusimos manos a la obra en garantizar un derecho y construir un vínculo. Es parte de nuestro ADN como país, como cultura.
En el mes de septiembre, se tomarán exámenes en las carreras terciarias de Nivel Superior. En un memo donde se explicitan las indicaciones sobre el modo en que esa instancia tendrá en el formato videollamada. Lo que más llama la atención son dos cosas: una, que esa instancia quedará grabada a modo de registro, para resguardo, tal como en su momento lo fue el acta y la presencia física del tribunal. ¿De qué modo deviene lo público en estos nuevos registros? ¿Quién mira, quién analiza lo que allí acontece y bajo qué lupas? ¿Con qué grado de obscenidad una instancia laboral, pública, se inmiscuye en los hogares (muchos de ellos, precarios), en la intimidad (tantas veces violenta) y se pervierte? ¿Qué de estos videos de más de media hora será insumo para futuras decisiones políticas? Y lo más importante: ¿Quiénes acceden y quiénes quedan fuera de una instancia en carreras que, en su momento, fueron presenciales? ¿Cuáles son las condiciones materiales de docentes y estudiantes en esta nueva instancia?
El segundo aspecto singular de estos exámenes es que, si bien cada institución puede elegir la aplicación más adecuada, sólo una de las que se mencionan es de software libre: Jitsi. Muchas instituciones optaron por Zoom o Meet, y para cada examen se cuenta con cuarenta minutos. Esta no es una decisión plena del directivo ni de la institución. Ni siquiera obedece a razones didácticas acordadas por los docentes: el Estado compra a una empresa cantidad de tiempo para las sesiones que se necesiten. Traducción: Google o Zoom decidirán cuánto durarán nuestros exámenes de septiembre. Ante esta realidad, tendremos que añorar esa larga y distendida dialéctica de los exámenes presenciales, entre tantas otras cosas de esa poética compartida que bien conocemos los que caminamos las aulas de la formación docente. La poética de lo público, podríamos llamarla.
Recuperar esa poética, entonces, hoy urge. Y se convierte en nada más y nada menos que un gesto de protección. Sin embargo, ya lo sabemos, el horizonte se presenta algo desolador.
Me gustaría no haberme encontrado con el libro de Naomi Klein. Hoy, ante este escenario de cuadritos azules, tengo la misma sensación que tiene el protagonista de una película de vampiros: cuando se les abren las puertas de la casa, puede que sea demasiado tarde. Y no habrá crucifijo ni ristra de ajos que puedan defendernos del embate.
Fuente: La Tinta
Envio:RL


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