¿Al virus lo frenamos entre todxs?
MARTÍN STOIANOVICH 21/09/2020
Primero fue una afirmación, incluso replicada sin chistar por todos los medios de comunicación del país. Luego fue una duda, generada por la consecuencia de los comportamientos sociales. Ahora pareciera ser la única alternativa. En provincia de Santa Fe, sobre todo en Rosario, nos arrincona el Covid 19.
Desde mediados de julio comenzaron a
darse las primeras señales. En agosto se puso serio. Y en lo que va de
septiembre la situación tambalea cada vez más, con un equilibrio muy frágil
entre los límites y el desborde. El Covid 19 sacudió a la provincia de Santa Fe
después de cuatro meses de cierta calma. El incremento de los casos positivos y
fallecimientos en la región provincial se dio en un momento particular: con el
escenario social a nivel nacional agrietado por debates públicos de distinta
índole, con referentes de la oposición militando el irrespeto al
distanciamiento social y otras recomendaciones sanitarias, con las empresas
mediáticas jugando su propio partido y ya alejados de aquel mensaje impreso en
todas las tapas de los diarios que aventuraron que “al virus lo frenamos entre
todos”, y algunos comportamientos que se multiplican y complica todo aún más.
La explicación de por qué se llegó a este presente, y las proyecciones de todo
lo que se pueda hacer de ahora en más, no está solo en el ámbito de la salud.
El comportamiento social nunca dejó de atravesar y condicionar lo que se pudo,
lo que se puede y lo que se podrá hacer con un sistema de salud que no estaba
preparado para una pandemia de esta magnitud.
“Estamos enfrentando una situación muy
compleja, es un virus que se mueve muy rápido, mucho más rápido de lo que se
mueve cualquier sistema de salud”, explica Gabriel Ariza en diálogo con
Enredando. Como matricial de infectología e interculturalidad Ariza forma parte
de los equipos de Atención Primaria de la Salud que están trabajando con los 16
centros de salud provinciales de la zona oeste y noroeste. Los números de la
evolución del Covid 19 en la provincia de Santa Fe corroboran su punto de
vista: a comienzos de julio había 425 casos confirmados, a inicio de agosto
eran 1294, a comienzos de septiembre 7905 y hoy son 27.606. El último informe
del gobierno provincial antes del cierre de esta nota -21 de septiembre-
aseguró que del total hay 19374 casos recuperados y 290 fallecidos. Esta última
cifra, por el bajo índice de mortalidad que muestra, podría traer algo de calma
si no fuera porque a cada día, desde los últimos días, los nuevos positivos
amenazan con desbordar el sistema de salud. Las camas de terapia intensiva
comienzan a escasear, y los trabajadores de la salud están expuestos al riesgo
y al desgaste de cada jornada.
En los barrios rosarinos se formaron comités de emergencia
compuestos por referentes de los equipos de salud de cada zona y así también de
las comunidades. Trabajan en el plan Detectar pero también en el seguimiento de
aquellas personas que tienen que hacer aislamiento estricto. “Es uno de los
puntos críticos porque es muy fácil decir que alguien tiene que hacer
aislamiento pero adentro de la casa tiene que haber comida, agua, lavandina,
alcohol. Las condiciones mínimas y básicas para sostener eso, si no la gente
tiene que salir a buscarlo de alguna manera. Es una medida absolutamente
necesaria para acompañar la contención”, explica Ariza. Es ahí cuando también
se activan los dispositivos con otras áreas del Estado para lograr la
asistencia básica y la viabilidad del distanciamiento como un pilar para
contener la situación en las zonas más castigadas por la desigualdad.
Al momento en
Rosario la mayoría de los casos positivos de Covid 19 se registraron en la zona
céntrica y macrocéntrica, pero de cualquier manera el panorama no es alentador
para lo que pueda venir en los barrios de la ciudad. Para Ariza en estos
sectores hay un componente que vale la pena destacar y es la cercanía de los
equipos de salud a las comunidades. Él habla de equipos de salud y no solo de
médicxs: también hay enfermerxs, psicólogxs, trabajadorxs sociales, personal de
mantenimiento y de limpieza. “Equipos que conocen los territorios hace mucho
tiempo y son un recurso fundamental porque conocen a la gente, a las
comunidades y a sus vulnerabilidades. Están recorriendo casa por casa. Esto en
situaciones críticas permite ganar tiempo”, cuenta Ariza.
Primero yo, segundo yo
Para los
profesionales de la salud trabajar sobre el Covid 19 es ir sobre la marcha
contra un virus del cual se sabe muy poco. “Tratamos de hacer proyecciones
sobre el conocimiento previo para poder actuar, pero todavía no sabemos muy
bien cómo se comporta. Vamos aprendiendo paso a paso, viendo que en Europa hay
una segunda ola, que gente que se infectó en la primera ahora se vuelve a
infectar”, dice Ariza. El ejemplo de la segunda ola en Europa y la repetición
de casos no solo grafica el poco conocimiento que se tiene sobre el asunto, sino
que también aproxima a un panorama de cómo se pueden dar las cosas por estos
lados. De cualquier forma ese panorama no es alentador, y menos cuando acá se
está padeciendo un pico larguísimo.
La cuestión se
complica todavía más por cómo nos movemos los que por ahora la vemos desde
afuera: los que no trabajamos en salud, los que tenemos la suerte de no caer
enfermos o los que por ahora no tuvimos que sufrir la internación de gravedad o
la pérdida de un familiar. Hace seis meses, cinco, cuatro -cuando en la provincia
de Santa Fe no había ni 300 casos confirmados- el aislamiento social,
preventivo y obligatorio se respetaba sin demasiado esfuerzo. Fueron esos días
en los que la preocupación estuvo solo en la cola de los supermercados cuando
se acumulaban las personas y se llevaban todo el papel higiénico, el alcohol
etílico, el alcohol en gel, las lavandinas. Y todo lo demás era parte de una
novedad: las redes sociales estallaban de challenges, recomendaciones
de películas, series, rutinas de gimnasia para hacer en casa. Cuando era
hashtag aquello de quedate en casa. Cuando eran bien recibidas las
explicaciones del presidente y cuando a las nueve de la noche bastaba para
asomar la cabeza al aire libre para escuchar los aplausos del ciudadano
orgulloso con las y los trabajadores de la salud.
quienes tenían la necesidad de salir trabajar y la preocupación
natural por no poder hacerlo. Y después las consecuencias: la incertidumbre, la
falta del mango, la bronca y la espera a las primeras flexibilizaciones que
aparecieron como un alivio y un acercamiento a aquella nueva normalidad que
había empezado a tomar forma hasta que el aumento de casos obligó al retroceso.
Todo ese
movimiento lógico ejerció presión sobre los funcionarios locales, provinciales
y nacionales por la necesidad de no perder de vista una crisis económica
profundizada por el contexto de pandemia. Pero por otro lado aparecieron
ciertas señales para dejar en claro que hace meses el asunto dejó de ser tan
claro y delimitado. Ya no se trata solo de personas que no tienen más alternativa
que asumir cierta exposición para salir a trabajar, de los que desde un
comienzo se consideraron esenciales y a los que después se les sumaron las
otras actividades por el propio derecho a laburar.
“Hay gente que la
viene pasando mal hace mucho tiempo y hoy también la pasa mal. En una pandemia
claro que hay situaciones que son críticas, pero hay gente que está preocupada
por salir a la plaza, que no puede esperar a juntarse a tomar una cerveza con
amigos”, dice Gabriel Ariza. Hay mucho de responsabilidad individual en todo
esto, pero ya no se trata de lo que uno hizo o dejó de hacer con su vida sino
que hay un comportamiento social que potencia el irrespeto a las
recomendaciones sanitarias. Es un fenómeno un tanto indistinguible, pero en su
faceta más extrema hay ciertas características que aproximan a una definición:
algunos ni siquiera creen que exista el virus, otros queman barbijos, otros
organizan fiestas, otros salen a golpear sus cacerolas por Vicentin, otros a
“defender la libertad”. Pero también están los que por ejemplo en Rosario se
movilizaron contra el ecocidio que implica la quema de los humedales, una causa
justa que por esa condición pareciera que la decisión de reunir miles de
personas en el puente fuera incuestionable, aunque en las últimas semanas los
reclamos mutaron a actividades menos masivas.
Todo eso ya generó
consecuencias, está potenciando el desborde del sistema de salud y para peor no
hay un horizonte de reflexión para lo que se viene. Como si prontito fuera a
terminar este mal trago. Como si no estuviera por irse todo al carajo.
“El sesgo de clase
en el sistema de salud ocurre como en toda la estructura social. Hay un sector
que se considera el centro del mundo, y con el mérito individual suficiente
como para que no le pase nada”, opina Ariza. Es claro que en todos los sectores
sociales la cuestión laboral apremia, aunque en algunos la soga apriete más,
tanto más, que en otros. Es, en todo caso, el factor inevitable que lógicamente
complica y complicará el panorama sanitario. Pero hay otras motivaciones, un
tanto más banales aunque en la normalidad sean tan o más importante que el
trabajo, y son las que acentúan esa complicación. El tema es que esto no es la
normalidad y pinta para rato, que no es joda y que nos cuesta entenderlo. Será
el precio de lo que Ariza define como “la mirada endogámica, y la cuestión de
sentirse cansado por la medida del aislamiento, que es el recurso fundamental
para poder enfrentar esto”.
Una marca de la época y la salida comunitaria
“La respuesta
social es un eje central. Buena parte de esto recae en los hospitales, en el
sistema de salud, en los médicos, pero la clave fundamental de una pandemia y
de cualquier situación de desastre, es el comportamiento social”, explica
Ariza. A nivel profesional se trabaja y se incide sobre los enfermos, a lo sumo
sobre la prevención. Pero nada termina ahí, tal como lo explica este médico:
“El comportamiento social no lo definimos nosotros los médicos. Hay cuestiones
que son variables políticas, sociológicas, culturales y son indispensables para
manejar una situación de catástrofe”.
“El asunto es cuál
es la estructura social, política y económica. Y cómo responde esa sociedad,
tan desorganizada como está, frente a una situación problemática. El tema es la
responsabilidad, pero no la del otro sino la de todos”, explica Ariza y remarca
la importancia de no recaer en la acusación al ciudadano de a pie, para quien
la pandemia también llegó sin aviso y lo obligó a vivir estos meses de
confusión, incertidumbre y contradicciones permanentes. “El Estado no garantiza
que se cumplan determinadas condiciones, hay que ver si los mensajes han sido
lo suficientemente claros como para que la gente pueda entender la
responsabilidad que les cabe. Soy renuente a transferirle a la víctima la responsabilidad
de lo que le pasa”, agrega.
Dentro del pseudo
movimiento de anticuarentenas, y su motivación para salir a cacerolear casi
cada semana, hay algo más complejo que se mezcla en la rivalidad política y la
forma en que ciertos personajes encontraron para ser oposición. Como Patricia
Bullrich, que en nombre de esa libertad abstracta que pregona es una fija en
cada marcha anticuarentena, aun habiendo tenido Covid 19. “Tiene un gran costo
que alguien políticamente salga a denostar a los mensajes de responsabilidad.
Eso es grave y termina en que cualquier persona pueda estar en una situación de
exposición porque esos mensajes contradictorios generaron comportamientos
sociales de no cuidado”, dice Ariza.
Se percibe una
ruptura de los lazos sociales, y si se mira en contexto -nacional o
internacional- aparecen otras expresiones que bien podrían tener que ver a una
marca de época. Que no son nuevas, pero sí se han potenciado. En Rosario hubo
algunas manifestaciones del odio de clase como fueron casos de linchamientos a
ladrones al voleo; o como se vio en la última concentración contra el gobierno
nacional en el Monumento a la Bandera, donde agredieron a fotógrafos y hasta
hubo carteles con mensajes agresivos contra trabajadores de la salud a quienes
tildaron de “cómplices”. Como si cierto deterioro de la capacidad crítica y
reflexiva hubiera ganado lugar de la mano de un flujo muy potente de
información falsa y manipulación mediática. Un fenómeno que constantemente
renueva las formas para expresarse. Y en estas manifestaciones subyace aquello
del odio, de la meritocracia, de un individualismo acérrimo que va contra
cualquier tipo de empatía y de sentir comunitario.
todos estos movimientos, propone: “La cultura occidental tendrá
que pensar qué es lo que está haciendo con el mundo. Y qué hacemos con nuestros
conciudadanos. Hay muchos elementos de confusión de una situación compleja. Hay
que pensar cómo contribuir a que la situación no se expanda”. Para este
profesional también hay señales de que, a pesar de las complicaciones y
obstáculos, hay una mayoría de la población que ha entendido la responsabilidad
que le toca. Eso se vio, por ejemplo, este 21 de septiembre donde no hubo
acumulación de personas como se temía por el día de la primavera. Pero también
se ve cotidianamente en otros ámbitos de la ciudad.
“Cuando hacemos
los recorridos casa por casa en barrios muy vulnerables nos encontramos con
mucha gente que está resguardada en su casa, en condiciones que no son muy
ideales. Ni hablar que tengan Netflix. Pero toman muy bien que el sistema de
salud vaya a su casa a preguntar cómo están e intentar contribuir de alguna
manera. Hay una mayoría que silenciosamente está incorporando las medidas de
cuidado, pero muchas veces nos dejamos llevar por pequeñas minorías que salen a
reclamar desde la mirada a su ombligo”, cuenta Ariza. En los barrios los
vecinos agradecen las visitas de los equipos de salud, y es porque son personas
conocidas, porque son vínculos que se fueron gestando con el tiempo. Porque son
profesionales que vieron crecer a los pibitos y envejecer a los más grandes. La
preocupación por la salud es mutua, y de ahí se explica que cierta empatía
tácita haya configurado en algunos sectores el respeto a las recomendaciones.
Aquello de quedarse en casa no es un consejo del funcionario de turno pantalla
mediante, es la invitación sincera de los equipos médicos que saben los nombres
y las historias de las familias.
La pregunta es por
qué eso no se repite en otros ámbitos y sectores sociales. Ariza sugiere:
“Cuando hay un acercamiento lógico, y se comprende que son acciones de cuidado,
la gente responde. Es porque hay un sentido de comunidad”. Esa respuesta se
transforma en ánimo para los equipos de salud. “Estimula más que los aplausos
desde los balcones”, grafica Ariza.
Por una buena copia de los comportamientos
Daniel Feierstein,
sociólogo e investigador de CONICET, explica en un artículo
publicado en El cohete a la luna que el negacionismo suele ser
un sistema de defensa psíquica. Que pueden aparecer para enfrentar “realidades
catastróficas” que no se pueden asimilar. “Sin embargo, cuando se trata de
representaciones colectivas que se articulan con la acción social pueden tener
efectos devastadores”, dice.
Para el autor el
negacionismo tiene distintas expresiones, y remarca cuatro que se vieron en
Argentina en los últimos tiempos. Primero la relativización o minimización de
parte de quienes tratan de exageradas a las noticias sobre el Covid 19, o que
relativizan su gravedad por la tasa de mortalidad o acotan la potencia del
virus a las personas mayores o con comorbilidades. Segundo lo que Feierstein
llama “la falsa equivalencia”, cuando se compara la cantidad de muertes con
otras problemáticas como los accidentes de tránsito sin tener en cuenta las
particularidades que ubican a la pandemia de Covid 19 como un fenómeno urgente,
desconocido y cambiante. Tercero las teorías conspirativas que así explica el
autor: “Interpelan simultáneamente a una derecha fascista, otra derecha
libertaria, una izquierda cultural denuncialista y, más en general, a toda la
antipolítica”. Argumentan sus conspiraciones sobre la manipulación de un orden
mundial con problemáticas reales como la industria farmacológica, y de ahí cada
personaje que habla de “infectadura”. Y cuarto la “sobresimplificación” que
consiste en “buscar respuestas fáciles y rápidas para lidiar con algo
desconocido y complejo”.
Después Feierstein
publica un hilo en su cuenta de Twitter. Ahí sostiene que los comportamientos
sociales están condicionados por lo que hace el resto de la población o quienes
tenemos alrededor. Incluso, dice, incide más que los llamados ideológicos: es
sabido, por ejemplo, que la derecha fascista lamentablemente es mayoritaria al
puñado de señoras y señores que se reunió en la última movilización en Rosario.
O que quienes apoyan al gobierno, o al menos consideran las recomendaciones de
cuidados, también pueden caer en la contradicción de hacer lo que nos dicen que
está mal.
Feierstein
puntualiza en la apertura de actividades recreativas, porque no son tan
esenciales y tienen un costo sanitario. Ese costo, dice, “se vincula no solo a
lo que ocurre en el propio lugar sino en el efecto social que genera en el
conjunto”. La imagen -que se ve por redes sociales o medios de comunicación- de
gente reunida sin tapabocas y tomando su cervecita con los amigos “genera una
sensación de relajación general que hace sentir fuera de lugar a quien hasta
ese momento respetaba distancias y cuidados”.
El autor llama la
atención por “la exagerada visibilidad mediática de quienes hacen gala de la
falta de cuidados, desde su participación en marcha anticuarentena, quema de
barbijos”. Y da el pie al rol de los medios de comunicación hegemónicos, que
realmente cubren esas manifestaciones con tantísimo énfasis en detrimento del
empeño que ponen para comunicar en profundidad y sin polarizaciones o sesgos
partidarios sobre la pandemia y sus consecuencias sanitarias y económicas. “Al
aparecer el descuido como más importante de lo que es y el cuidado como menos
importante, aquellos que se cuidan tienden a sentir que su práctica es innecesaria
y minoritaria y pueden sentirse empujados a relajarse y descuidarse o a
minimizar o abandonar los cuidados. Aquel que ya se descuidaba siente que de
todos modos su cuidado es superior al de quienes aparecen en los medios con
formas muy extremas de descuido y tiene problemas para identificar sus propios
descuidos como tales o para comprender la gravedad de los mismos”, explica
Feierstein. Su análisis lo cierra con una sugerencia: la necesidad de
“reinstalar normas básicas de cuidado y, sobre todo, reconstruir la percepción
de que no somos pocos quienes queremos cuidarnos y que la copia de
comportamientos no vaya en desmedro del cuidado sino, por el contrario, nos
permita generalizar la posibilidad y necesidad de cuidarnos y cuidar a quienes
nos rodean”.
No bajar los brazos
Un informe
firmado por diecisiete integrantes del CONICET sugiere al
gobierno nacional que diseñe “otras intervenciones y medidas”. “Hacerlo
requiere que en el abordaje, hoy centrado en la mirada médica y hospitalaria,
se refuerce la presencia de otras disciplinas”, explica. Uno es lo básico, ya
difundido hasta el hartazgo pero no suficiente, que es “la adopción masiva de
medidas preventivas” como el uso correcto del tapabocas, el lavado de manos, el
respeto a las distancias, la ventilación de ambientes cerrados. “Con este
objetivo no solo necesitamos fortalecer el sentido de comunidad y
responsabilidad social, sino también instalar la idea del cuidado como acto de
amor a aquellas personas que queremos”, destaca el informe. Tal vez piden mucho
al sugerir el respaldo de la oposición política, para que el hecho de no
cuidarse no sea un mero gesto de rechazo al gobierno.
También sugieren
la detección y acompañamiento a gran escala, potenciado por el aislamiento
selectivo de personas que por nexo epidemiológico tengan posibilidades de estar
infectadas. Para facilitar esta tarea recomiendan que se haga costumbre que
cada persona registre con quién estuvo en contacto, para lograr una
identificación inmediata en caso de que sea necesario. Y sobre todo el rol
estatal: “Que la presencia del Estado sea significada, no como vigilancia y
persecución, sino como respaldo y acompañamiento útil para facilitar cumplir
con el aislamiento”.
Diagnosticando el Covid 19 por sintomatología clínica y nexo
epidemiológico, explican los especialistas, se enfocarían los recursos, la
infraestructura y los profesionales de diagnóstico en hacer más y mejor
vigilancia epidemiológica. El informe alerta: “Si no se toman medidas
concretas, para principios de noviembre el número diario de casos alcanzará
probablemente los 25.000 y el número de fallecimientos diarios un orden de 400,
acumulando para ese entonces cifras inconcebibles hasta hace no muchas semanas,
cercanas al millón y medio de casos confirmados y 30.000 muertes”. Y piden, a
todos, no bajar los brazos: “Hacer todo lo que podamos para reducir los
contagios y muertes”.
Y mientras tanto las condiciones laborales
El Sindicato de
Profesionales Universitarios de la Salud comunicó que luego de tres días de
votaciones la mayoría definió no aceptar la paritaria ofrecida por el gobierno
provincial. La propuesta incluyó el pase a planta y titularización, y eso fue
valorado, pero no hubo acuerdo porque no se propuso blanquear las horas que se
venían trabajando en negro. “No solo porque no se valora el enorme esfuerzo que
venimos realizando en la crisis sanitaria actual, sino porque la negativa a
poner un período de blanqueo abre la puerta a que esta forma de aumento se
transforme en la política salarial de los próximos años”, explicaron desde
SIPRUS en una gacetilla.
Diego Ainsuaín,
presidente de SIPRUS, explicó que dada la situación de desborde en el marco de
la pandemia es necesario que se aumenten las cargas horarias, pero que se
cobren en blanco. “Esas extensiones horarias se hacen con monotributo, y por lo
tanto muchos compañeros no las toman porque implica un aumento del riesgo por
el mayor tiempo de exposición”, indicó Ainsuaín. En los hospitales y centros
médicos de la ciudad se viven días muy intensos, de mucho desborde, y todo eso
repercute en la subjetividad de los médicos. Hay mucha ansiedad, mucha
angustia, mucha incertidumbre por una pandemia que los expone a diario. A eso
se le suma la inestabilidad laboral no solo para estos días, sino también para
el futuro.
“En conferencia de
prensa el gobernador planteó que había que valorar el trabajo de los
profesionales de la salud, nosotros desde nuestro punto de vista creemos que
una parte del propio gobierno no nos está valorando. Por eso pedimos que no nos
den cifras en negro”, explicó. Sobre los médicos recae esta idea de que ellos
eligieron su profesión y ahora, cuando las papas queman, tienen que bancársela.
Aquella invitación a ponerse la camiseta que sobrevuela al reclamo laboral.
Ainsuaín dice: “Nos pusimos la camiseta seis meses, la vamos a seguir teniendo
puesta. Es importante lo que el gobierno ofreció para regularizar las
situaciones, pero le pedimos que revea, que ponga una fecha al blanqueo, que
ofrezca horas en blanco”.
Queda la sensación
de que hay que preparar todo lo posible, en cada ámbito, a la estructura social
y estatal para amortiguar el impacto de la pandemia. “El sistema de salud está
al borde de la saturación, el 93 por ciento de las camas públicas de Rosario
están ocupadas, en la provincia un 75 por ciento. Las próximas seis o siete
semanas van a ser las más críticas. Esperemos que aparezcan todas las cosas que
necesitamos”, piden desde SIPRUS. Además de los reclamos salariales, también
piden integrar los comités de emergencia ejecutivo a nivel provincial para
tener un lugar para comunicar y discutir los obstáculos que van apareciendo día
a día con todo lo imprevisible que implica trabajar en un contexto como este.
“Hace seis meses trabajamos con la incertidumbre de una enfermedad desconocida,
hay más de 30 mil profesionales de la salud infectados, y más de cien muertos.
Todo eso pesa en la subjetividad de los compañeros en el quehacer diario”,
remarca Ainsuaín.
Fuente:enREDando




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