4 de junio de 2023

OPINION.

 


Entorpeciendo el tráfico

04/06/2023

Durante los recitales de rock en la Santa Rosa de los años ochenta, cuando la música llegaba a un cierto nivel de volumen e intensidad, solía escucharse, desde el fondo de la sala, un grito destemplado: "¡Schoklender!". En aquellos años, ese apellido tenía un sólo significado, ya que todavía no existía vinculación con Madres de Plaza de Mayo. Los Schoklender, Sergio y Pablo, eran dos jóvenes que habían sido condenados por asesinar a sus padres. El que profería ese llamado al parricidio (lo hacía sólo una vez, y sólo si la música lo inspiraba) era Rubén "Pink" Vazquez, que acaba de fallecer.

 

Edipo.

 

Rubén no había llegado a ese grito por haber leído "Edipo Rey" de Sófocles, ni tampoco por haber pasado por un diván de psicoanálisis. El suyo era el clamor de una generación en conflicto con sus mayores, cuya banda de sonido era la música de rock. Acaso quien mejor plasmó ese conflicto fue Jim Morrison en aquella canción del primer disco de The Doors llamada "The End" (parte de la banda de sonido de Apocalipsis Now): "Padre, quiero matarte. Madre, quiero c***rte".

 

Lo cierto es que la música fue el tema central en la vida de Rubén, al punto que su apodo -"Pink"- se lo había ganado desde adolescente por su fanatismo hacia la banda británica Pink Floyd, en particular, por su disco "El lado oscuro de la luna", que acaba de cumplir cincuenta años, y sigue plenamente vigente. No por nada Roger Waters, principal compositor del grupo, ha editado una reversión completa de aquellas canciones.

 

Pero el gusto exquisito de Pink por la música no se limitaba, ni mucho menos, al rock, género que conocía al dedillo, hasta los más arcanos y desconocidos artistas. En su bandeja giraban también discos de jazz -admiraba especialmente a Miles Davis, otro renegado como él- y de música clásica, sobre todo contemporánea. Gracias a esa búsqueda incansable de su parte muchos de sus amigos escuchamos por primera vez, y aprendimos a amar, a compositores vivos como los minimalistas Philip Glass y Steve Reich, o los inclasificables como el estonio Arvo Pärt.

 

Inglés.

 

Quiso la fortuna que, por una beca en agronomía ganada por su esposa de aquellos años -la recordada Liliana Saluzzi, también fallecida- desde 1989 pudiera residir durante unos cuatro años en Aberdeen, Escocia. Allí perfeccionó su inglés, y tuvo la oportunidad de acceder de primera mano al mundo musical que lo había fascinado desde niño.

 

Allí, gracias a las bibliotecas públicas, comenzó a leer vorazmente libros y revistas con los que amplificó y perfeccionó su ya enorme erudición musical. Allí también pudo escuchar diariamente a quien sería su principal referente vital, el DJ de la BBC británica John Peel, en quien se reflejaba por su enorme voracidad por descubrir nuevas músicas y difundirlas.

 

Con Peel compartía un perfil iconoclasta, una rebeldía que no cesaría con los años, y un cierto placer por inventar juegos personales alrededor de su conocimiento enciclopédico del mundo musical. No era inusual recibir de él desafíos tales como: ¿qué vínculo hay entre King Crimson y XTC? (respuesta: Barry Andrews, primer tecladista de XTC, luego tocó con Robert Fripp en su banda The League of Gentlemen).

 

Mercado.

 

Desde luego, el mercado nunca supo bien qué hacer con este verdadero intelectual, este musicólogo sin diploma. Entre otras cosas, porque Rubén carecía de las dos virtudes esenciales del emprendedor capitalista, la competitividad y la agresividad (virtudes que, bien miradas, pertenecen más al mundo animal que al humano).

 

Produjo programas en radios marginales, donde difundió música valiosísima para una audiencia escasa. Abrió dos veces una disquería (Kerosen) en la que se empeñaba en traer solamente música selecta, espantando a los clientes que pretendían algo más comercial (un poco a la manera del protagonista de la película "Alta fidelidad"). Y también fue disc-jockey en varias discotecas, donde debió lidiar con la horrible música bailable de moda y la explotación brutal que suelen ejercer los "empresarios de la noche".

 

Ya en sus últimos años, viviendo en soledad tras una vida sentimental bastante azarosa, gozaba de cierta tranquilidad económica por su empleo en la Legislatura, como asesor de su amigo de toda la vida, Mariano Fernández.

 

No es infrecuente que, a medida que pasan los años, cultivemos más la soledad, y vayamos perdiendo la frecuencia de trato con amigos y familiares. Pero Rubén, aparentemente, terminó aislándose demasiado. Como al Capitán Beto, tardaron varios días en encontrarlo.

 

Quién sabe si su adiós no fue coherente con toda su vida. Murió a contramano, entorpeciendo el tránsito.

 

PETRONIO

Fuente;LaArena

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