13 de julio de 2023

Malvinas, la herida que no cierra.

 

Malvinas, la herida que no cierra: historia del nuevo soldado identificado que fue voluntario sin contarle a su familia

13 de julio de 2023


Jorge Eduardo López tenía 19 años y era cabo en la prefectura Naval Argentina. Murió el 10 de mayo en el ataque inglés al buque mercante Isla de los Estados.

María Magdalena Caldeiro y Juan Carlos López, en fotos con su primer hijo.
María Magdalena Caldeiro y Juan Carlos López, en fotos con su primer hijo.

"Yo quiero ir", dijo con los ojos iluminados. "Estás loco, no sabés lo que es la guerra", le respondió su padre. La pequeña pantalla del televisor mostraba la imagen de la Plaza de Mayo repleta y al presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri proclamando desde el balcón: "Hoy 2 de abril de 1982 ya flamea la Bandera Argentina en nuestras islas".

"Lo vamo' a reventar, lo vamo' a reventar", aulló la multitud. "¡Argentina, Argentina!", flamearon las banderas patrias. Jorge Eduardo López, todavía vestido con su uniforme de la Prefectura Naval, no pudo disimular su emoción: "Me voy de voluntario a las Malvinas".

Sentados en la cocina de la casa en Tigre, sus padres María Magdalena Caldeiro y Juan Carlos López (ella ama de casa, él carnicero) le rogaron que no lo hiciera. Y el joven de 19 años calló, acarició la cabeza de su hermana menor Claudia López, de 14, y fue a cambiarse para la cena.

"Pero sin que nadie lo supiera él se anotó en Prefectura, donde era marinero, para ir de voluntario", recuerda frente Infobae su hermana. 39 días después de aquel viernes en familia Jorge había muerto en la guerra.

La noche del 10 de mayo de 1982, el buque Isla de los Estados navegaba a oscuras por el Estrecho de San Carlos para llevar víveres, municiones, vehículos y medicamentos al Regimiento 5, la fuerza más aislada en Puerto Yapeyú. A las 22.15 la noche se hizo día y las explosiones sacudieron la calma. El infierno había comenzado. El barco fue atacado por la fragata británica Alacrity. Quince disparos de cañón dieron de lleno y todo fue fuego y muerte. De los 25 tripulantes solo dos lograron sobrevivir.

Desde ese día, Jorge Eduardo López fue un "desaparecido en acción". Su cuerpo, creyeron durante 41 años quienes lo amaron, se lo había tragado el mar. Pero hoy, la historia del héroe volvió a reescribirse.

Pasión por el río y amor por Rosana

A las 5 de la mañana del 26 de junio de 1962, en una clínica de Caballito, el médico le anunció a la joven madre que paría su primer hijo: "Es un varón".

María Magdalena lloró y besó al recién nacido. Un año antes había perdido un embarazo avanzado y este bebé llegaba en una fecha que solo podía anunciar felicidad: era su cuarto aniversario de casada. Juan Carlos López, su esposa y el pequeño no tardaron en instalarse en Tigre para construir allí la vida que soñaban. 6 años más tarde nació Claudia y la familia estuvo completa.

Jorge creció en los tiempos en que los vecinos jugaban en la calle y el Club Atlético y Social San Martín, donde se lucía como arquero, era el punto de encuentro de todos los amigos.

Hincha de Boca y de Tigre, llegó a jugar al arco en Tigre Jr, pero nunca se imaginó en una cancha primera: él amaba la música. Zurdo, en el colegio lo obligaron a escribir con la derecha y aunque le fascinaba tocar la guitarra nunca pudo encontrar a un profesor de música que quisiera enseñarle a tocar con su mano izquierda.

No le gustaba mucho estudiar, y a los 16 dejó el colegio de oficios Don Orione para ir a trabajar. Comenzó en un negocio de frenos para autos, donde el dueño le enseñó a rectificar. Y allí estuvo hasta que le tocó el servicio militar. Los López siguieron el sorteo por la radio: "Le tocó el número 637, iba a ir a Prefectura", señala Claudia.

Un año más tarde, Jorge anunció en su casa: "Voy a ser marinero". Había decidido quedarse en la fuerza. Y ahí cambió su destino. Fue a la División Patrullaje, al Puerto, se especializó en el manejo de jeeps Mercedes Benz y en junio de 1981 lo enviaron a Puerto Belgrano para realizar nuevos cursos.

Estaba enamorado de Rosana Torres, una vecina a quien había sacado a bailar el día que ella emocionada celebró sus 15 años, y en secreto planeaban un futuro con hijos y una casa con fondo.

"Cuando Jorge no volvió de la guerra ella estuvo muy mal, hasta tuvo que ir al psicólogo. Durante años, junto a sus padres, vino todas las tardes a casa para acompañar a mi madre que estaba sumida en una profunda depresión. Rosana sufrió mucho", recuerda Claudia.

La última Navidad que pasaron juntos fue toda felicidad. Pusieron la mesa en el patio, su madre preparó la mesa dulce para los vecinos que cada año iban a saludar después de las doce, y hubo brindis y baile.

"Después de que Jorge murió en la guerra ya no hubo Navidades, ni años nuevos, ni fiestas ni cumpleaños. Ni siquiera celebré mis 15 porque en mi casa era todo llanto y dolor. La bomba que había matado a mi hermano también había destruido a mi familia", llora su hermana.

"Quedate tranquila, mamá"

Fue el lunes 19 de abril de 1982, recuerda Claudia con asombrosa precisión, la primera vez que su madre tuvo un mal presentimiento. Jorge, que salía de trabajar a las dos de la tarde, no llegó a la hora esperada. María Magdalena empezó a desesperarse.

Como no tenían teléfono de línea, fue hasta la casa de una vecina para llamar al Edificio Guardacostas. Nadie sabía que ese día se había realizado el sorteo en Prefectura entre quienes se habían anotado como voluntarios para ir a las islas Malvinas. Y Jorge había sido uno de los elegidos. Pero él llegó a su casa pasadas las ocho de la noche y no dijo nada. No quiso preocupar a sus padres y a su hermanita.

Dos días más tarde apareció con un uniforme nuevo y comentó como al pasar que lo enviaban a Puerto Belgrano. Se fue en la mañana del 23 de abril muy temprano, tanto que su hermana menor estaba durmiendo y no pudo despedirlo. "La noche anterior comimos en familia y mamá estaba rara, angustiada, creo que ella presentía que iba a las Malvinas", recuerda Claudia.

Antes de dejar su hogar Jorge entró en puntillas de pie al cuarto de sus padres. Su mamá tenía sobre la mesa de luz una imagen de la Virgen de Luján, de la cual era muy devota, con un rosario. El ruido de la puerta la despertó y adivinó a Jorge en la oscuridad: se estaba llevando el rosario: "Quedate tranquila, mamá", susurró. Y la saludó tirando un beso al aire.

Fue la última vez que vio a su hijo.

"No sabíamos nada de él. No habíamos recibido ni una carta. Y el 8 de mayo papá se fue al Edificio Guardacostas para preguntar por Jorge (precisa Claudia). Allí le dijeron que iban a mandar una encomienda, que podíamos enviarle cartas, galletitas, chocolates. Los vecinos también trajeron cosas ricas para mi hermano. Y papá le escribió una carta", señaló.

Unos días más tarde, la marcha militar que precedía a los comunicados del Estado Mayor Conjunto sobre lo que ocurría en la guerra, los puso en alerta: el buque Isla de los Estados había sido hundido.

"A mi mamá le agarró un ataque de nervios porque pensó que en ese barco iba la encomienda y no iba a llegarle nada. Nunca imaginó que Jorge estaba allí embarcado", se quiebra su hermana.

Malvinas y el final

El 10 de mayo por la noche una lluvia pertinaz envolvía el Estrecho de San Carlos en Malvinas. Los oficiales superiores del buque mercante Isla de los Estados evaluaron quedar fondeados en Puerto Rey por la poca visibilidad o salir para cumplir la misión de llevar víveres a los hombres del Regimiento 5 en Puerto Yapeyú que sin comida no solo debían luchar contra el posible desembarco inglés, también luchaban contra el hambre y el frío.

Jorge estaba en el buque. Poco antes del ataque inglés bromeó con Alfonso López, un marinero mercante de nacionalidad española y que solo una hora después se convertiría en uno de los dos únicos sobrevivientes del bombardeo. El español lo hizo reír: "Con este mismo apellido, ¿No seremos parientes?".

El buque zarpó a oscuras, para recorrer esas casi 22 millas náuticas (40 kilómetros) que lo separaban de Puerto Yapeyú. El capitán del barco no quería demorar la ayuda para ese millar de soldados que padecían hambre. Llevarían comida, armas, vehículos y medicamentos. Todo les faltaba.

La tripulación del Isla se aprestó para su misión: a bordo eran civiles, al mando del capitán de ultramar Tulio Panigadi. Pero desde el 2 de abril se había asignado un comandante militar, el capitán de corbeta Alois Payarola y una pequeña dotación de refuerzo. La trágica noche final eran 16 civiles, 4 militares, y el grupo conformado por dos miembros del Ejército, un suboficial de la Fuerza Aérea y un marinero de la Prefectura Naval: Jorge Eduardo López.

Faltaban solo 8,6 millas cuando estalló la primera explosión. El estallido iluminó la bahía. El Isla de los Estados había sido herido de muerte. El buque comenzó a escorarse. El fuego devoraba todo: una bomba había impactado en los tanques con 300 litros de combustible.

"Me quedé sentado sobre el casco (rememoró años después el entonces capitán de corbeta Payarola, uno de los dos sobrevivientes). El barco estaba prácticamente horizontal, con los mástiles paralelos al agua. Se veía girar la hélice, mientras se hundía lentamente", remarcó.

Todo fue oscuridad y desesperación. Los que pudieron arrojarse al mar fueron tragados por las aguas. Otros murieron en la explosión. Solo Payarola y el marinero español López lograron llegar a la isla Cisne. El capitán de corbeta se lanzó al agua cuando vio que la balsa se desinflaba y nado hasta la orilla, llevando a López que no sabía nadar.

Días más tarde, dos uniformados de gala de Prefectura Naval tocaron el timbre en la casa de la familia López. María Magdalena comenzó a llorar antes de escuchar la noticia que jamás hubiese querido recibir:

"El buque mercante Isla de los Estados fue hundido el 10 de mayo y su hijo Jorge Eduardo López se encuentra en la lista de desparecidos", estimó.

"Mi mamá se sentó en el sillón para no caerse y abrazó al perrito pequinés que mi hermano le había regalado. Ella lloraba a los gritos y el perro aullaba con ella", se angustia Claudia ante el recuerdo.

Durante mucho tiempo el hilo de ilusión que significó la palabra "desaparecido", les hizo pensar que podía estar perdido, que podía haber quedado en el mar en una balsa, que Jorge era un gran nadador… Mantuvieron las esperanzas hasta que un nuevo comunicado les informó que a Jorge se lo consideraba "muerto en combate".

Claudia, que tenía 14 años, tuvo que hacerse cargo de la casa: su madre ya no quería vivir. La depresión la sumió en un pozo profundo. "Yo pensaba que no servía para nada, que no podía consolarla. Durante 10 años no quiso salir de la casa. A partir de entonces cada 2 de abril, cada Navidad, cada cumpleaños, cada San Jorge, cada aniversario eran días de duelo y lágrimas. Ella solo sobrevivía", llora.

El corazón de María Magdalena estaba herido. Tanto que la última vez que necesitó una internación, le rogó a Claudia que no lo hiciera: "Yo me quiero ir con mi hijo".

Acongojada, Claudia revela que durante años todos le decían que su hermano era un héroe pero ella solo sentía su ausencia. "Estaba un poco enojada: por qué se había ido de voluntario, por qué no pensó que yo soñaba bailar con él en mi cumpleaños de 15… Sólo de grande empecé a comprender y a sentir orgullo".

Fuente:AgNova

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