Democracia o inhumanidad
No estamos hablando
de conflictos territoriales, aquí de lo que hablamos es de la existencia de un
grupo paramilitar, armado y asesino que ataca a la población civil
PorTomás Mojó
19 Oct, 2023
Agentes de policía israelíes evacuan a una familia de un lugar alcanzado por un cohete disparado desde la Franja de Gaza (AP)
En los últimos días gran parte de los medios de comunicación estuvieron cubriendo el ataque sufrido por el Estado de Israel y su población a manos del grupo terrorista Hamas. Las tensiones que pueden surgir de disputas políticas, territoriales, económicas y hasta históricas se pierden de perspectiva cuando lo que está en juego son los derechos humanos.
Las imágenes, escalofriantes, ensordecedores ecos del horror, muestran una vez más cómo la banalidad del mal puede hacer entrar en crisis en cuestión de segundos la condición humana, como diría Hannah Arendt. Y por eso es importante reflexionar sobre la intencionalidad de las acciones.
Frecuentemente, cuando nos referimos al terrorismo -particularmente en el caso internacional, transfronterizo- perdemos de vista su objetivo primordial que es generar una desestabilización permanente de la cotidianeidad, a diferencia de las acciones genocidas que buscan el exterminio de un grupo poblacional y la ruptura de sus vínculos históricos y sociales. El colapso emocional, el terror que todo lo toma, abarca todos los aspectos de la vida corriente, destruyendo el estado de seguridad.
Los actos terroristas generan un estado de fragilidad tal en la ciudadanía en la que todo lugar, incluso el hogar, deja de ser un refugio.
Por eso me animo a afirmar que la semana pasada los judíos y judías del mundo perdimos nuestra estabilidad global. Uno de los motivos por los cuales el Estado de Israel es un refugio para muchos y muchas estriba en que luego de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos del mundo volvimos a tener un lugar seguro, un espacio común donde el ánimo genocida, la discriminación y el antisemitismo no están presentes cotidianamente. No importa dónde, cuándo o quién, existe siempre un estado de latencia para las y los judíos que sabemos que, más temprano que tarde, podemos ser víctimas de discursos antisemitas, actos discriminatorios o, como desgraciadamente aconteció en Argentina, sufrir ataques terroristas que cambiaron los ecosistemas comunitarios en toda la región. Es por ello que me permito afirmar el inicio del párrafo, dado que esto ya ha comenzado a ocurrir: se han reportado ataques antisemitas en diversos países de Latinoamérica, Europa y América del Norte.
Los ataques discursivos hacia el Estado de Israel entendido como colectividad judía única, la premisa de exagerar el Holocausto, la acusación de doble estándar ciudadano o acciones como denegar al pueblo judío su derecho a la autodeterminación son acciones definidas como antisemitismo por la International Holocaust Remembrance Alliance y, como acto discriminatorio, constituyen modalidades comisivas de delitos en numerosos países.
El antisemitismo, que ha adoptado a lo largo del tiempo diversas formas y modalidades, es una clara violación a los derechos humanos. El ataque a los judíos por su condición es una forma flagrante de llevar la discriminación a otra escala, y podemos tomar un ejemplo de la historia reciente en términos técnico-jurídicos como las Leyes de Núremberg en 1935. Tal como sucedía durante la Alemania Nazi, el rol de las infancias y las mujeres ha cobrado un rol preponderante durante este ataque antisemita sufrido por Israel. Violaciones de mujeres, decapitaciones de bebés, asesinatos de ancianos: todos ellos forman parte de nuevas formas adoptadas por los antisemitas que intentan trazar conexiones entre el “ser judío” y el judaísmo propiamente dicho. A la voluntad de exterminio comunitario se suma, como complemento, el terror de su población. Para los antisemitas, no podremos descansar ni estar seguros hasta que no estemos más.
Los acontecimientos en Medio Oriente son complejos, como cualquier situación política, como cualquier conflicto histórico. Basta pararse en los Altos del Golán y visualizar el territorio de Líbano, Siria, Jordania e Israel, o hacer lo mismo en el Mar Muerto o Rojo y ver Egipto. Esto permite comprender en perspectiva territorial la implicancia, hasta visual, del conflicto. Pero aquí no hay “lugares en los que pararse”, o mejor dicho sí: aquí se encuentra en tensión la democracia. No estamos hablando de conflictos territoriales, reclamos o disputas, aquí de lo que hablamos es de la existencia de un grupo paramilitar, armado y asesino, dotado de equipamientos de última generación, fondos internacionales y entrenamientos militares que atacan a la población civil, donde las y los gazatíes también son víctimas.
La disyuntiva jurídica sobre el rol del terrorismo no es nueva y ya hace casi 20 años la Corte Suprema de Justicia de Israel se expresó sobre Intifada, donde más de 1000 civiles israelíes fueron asesinados. ¿Y por qué? Porque no son civiles quienes cuentan con equipos tecnológicos de última generación, entrenamientos transfronterizos, túneles clandestinos y poder político internacional. Esos son “civiles terroristas”. Civiles son quienes, de un lado y otro de la frontera, intentan luchar por una vida apacible, en paz y en comunidad.
Hoy se disputan numerosas cuestiones: la vigencia y defensa de las democracias a nivel global, la posibilidad del pueblo judío de desarrollar su vida conforme su plan y deseo sea en el Estado de Israel como en Buenos Aires. Y es aquí donde la vigencia de los derechos humanos se erige como medular, como vital para el desarrollo del futuro, dado que no es vida correr diariamente a un refugio, temiendo cada noche que un ataque artero e indiscriminado nos arrebate la vida o la de nuestros seres queridos. Aquí está en juego la vigencia democrática, desde que Israel es uno de los pocos países de Medio Oriente donde la libertad de expresión y política, los derechos de las minorías -particularmente el movimiento LGBTI+- así como los derechos civiles son garantizados diariamente.
Cada día, cuando escribimos a nuestras familias para saber cómo se encuentran no sólo tememos las peores respuestas: ellos y ellas también lo hacen de nuestras comunidades. Los y las judíos y judías del mundo estamos en peligro real y cierto, una vez más. Pero precisamente como el pueblo judío ha defendido su derecho a existir a lo largo de su historia, es que no permitiremos, jamás, vivir atemorizados ni paralizados por el terror. A los ataques contestaremos no sólo con la defensa de nuestro pueblo y nuestra tierra, sino con más trabajo comunitario, con más compromiso democrático, vital y, sobre todas las cosas, la vigencia de los derechos humanos como forma de vida
*El autor es abogado y docente. Especialista en Derecho Constitucional. Miembro del Programa Nuevas Generaciones del Congreso Judío Latinoamericano y del Jewish Diplomatic Corps del World Jewish Congress
Fuente:Infobae
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