Lecturas de viernes
No en nuestro nombre
Por
Silvia N. Barei
Es algo, delgado, de rostro
enjuto y pelo largo. Muy joven, alrededor de 20. Lleva jeans y una camisa
negra. Se sube a una tarima improvisada y la gente se va acercando a escuchar,
porque advierten que este muchacho tiene el rostro bañado en lágrimas y dice a
los gritos: “Not in our name”. No en nuestro nombre. Y en esa esquina, esa
plaza, este joven judío neoyorquino cuenta el drama de dos millones de personas
que viven, (o sobreviven, por decirlo de algún modo), sin agua, luz, comida,
leña o gas, rociados con fósforo blanco. Son hombres, niños, mujeres, ancianos,
bebés, enfermos, minusválidos, médicos, enfermeros, maestras, trabajadores de
toda clase, atrapados en la Franja de Gaza. Y en esa calle, en ese lugar tan
lejos de Gaza, tan lejos de Israel, golpeando las manos, todos (aunque no son
muchos) empiezan a corear: “Not in my name”.
La periodista Israelí Amira Hass dice: “Los jóvenes palestinos
no salen a asesinar judíos por el hecho de ser judíos sino porque somos sus
ocupantes, sus torturadores, sus carceleros… los que obstruyen su horizonte”.
No habla de Hamás, habla de los jóvenes que son parte de un pueblo que siempre
dijo que hay que encontrar la forma de vivir en paz.
Vemos en la tele a un joven israelí que ha salvado su vida de
milagro (sí, de milagro) escondiéndose en un barranco. Cuenta que estaba en una
fiesta pequeña cuando entró Hamás, mató primero a los guardias; luego, a muchos
de sus amigos; secuestró a las chicas, y nadie sabe si están vivas o muertas;
son pocos los que pudieron huir. Se le quiebra la voz, casi llora como el
muchacho de Nueva York y como muchos jóvenes de uno y otro lado, quisiera
decir: “No en nuestro nombre”.
En mayo de 2017, cuando la Corte Suprema de Justicia pretendió
aplicar lo que conocemos como “Dos por uno”, surge en Argentina una agrupación
de jóvenes cuya denominación es “Historias desobedientes”, y su lema: “No en
nuestro nombre”. Son hijos y nietos, hijas y nietas de policías y militares
genocidas. Se los ve por primera vez en la marcha “Ni una menos”. Sus
antecedentes en el mundo son los testimonios de hijos de represores, y su
empeño actual es poder declarar y denunciar a familiares en caso de saber que
han violado Derechos Humanos. “Somos hijos de genocidas y nos venimos a
pronunciar en contra de nuestros padres”, dice Analia Kalinec; y cualquiera
puede imaginar cuánto dolor hay detrás de esta frase y cuántas veces habrá
tenido que repetirse “No en mi nombre” para juntar coraje e ir a los
tribunales, a las marchas, a las escuelas para contar su historia.
En la Franja de Gaza, a pocos días de los ataques, ya hay tantos
niños y jóvenes muertos que no parece posible que alguien quede vivo para decir
más adelante “No en mi nombre”. Es la Humanidad toda la que debería gritar, no
sólo en contra de esta terrible situación, sino en contra de las múltiples
guerras del mundo; los disidentes perseguidos o encarcelados; los asesinatos de
migrantes, los campos de refugiados (en una nota anterior señalaba que hay 59
campos de refugiados, sumando Gaza y Cisjordania); el drama humanitario en las
fronteras cercadas de muros; el despojo de las tierras y el genocidio de los
pueblos originarios; la trata; la venta de niños; los femicidios e
infanticidios; los ecocidios y tantas ignominias que el mundo no debería
tolerar. No en nuestro nombre.
El poeta palestino Juan Yaser vivió exiliado en Córdoba, aquí,
entre nosotros, hasta su muerte. Era traductor y defensor de la paz ante la
ONU. En 1987 publicó “Hacia el miedo. Poemas Palestinos”. Desde su condición de
desterrado reclamó por la libertad escribiendo una poesía que muestra la
situación de su pueblo; escribió en árabe y en español y nunca quiso callarse
porque sabia, por experiencia propia, del drama en Medio Oriente. El poema que
se llama justamente, “Hacia el miedo” dice: “El valle/ se llenó de metrallas,/
una mezcla de botas/ y albahacas.// Aroma de muerte./ Olivos y naranjos miran/
la Estatua de la Libertad.// En la huida/ el zapato de un niño/ cae.// La
madre, con las nalgas rotas,/ apura los pasos…/ contenta, hacia el miedo”.
Parece una profecía de la escena que narráramos inicialmente. La
misma ciudad, la misma estatua y un muchacho que grita “No en nuestro nombre”,
mientras del otro lado del planeta unos prometen exterminar a todo un pueblo y
otros juran venganza eterna. No es la gente de a pie, no son los que quieren
tener una vida en paz, criar a sus hijos, estudiar, trabajar, reírse, cantar,
ir a la plaza o a la iglesia y reunirse en familia. Son los intereses de los
poderosos, los dueños de las armas. Y acá yo, que no pertenezco ni por genética
ni por herencia cultural a ninguno de los dos pueblos, siento que ese muchacho,
esa chica, judíos o Palestinos, que gritan o lloran o reclaman en muchas
esquinas del mundo, están diciendo, como lo hacemos muchos frente a tantos
desgarros, NO EN MI NOMBRE.
Fuente:HoyDiaCdba.
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