Citizen Berlusconi
Quien diría que, después de tanto vilipendiarlo, llegaría el día en que extrañaríamos a Silvio Berlusconi. Desde que hizo mutis en junio pasado es como que al mundo le falta algo. Como si se fueran sumando las guerras y los muertos, y nadie hace nada por entretener a la platea y darle un toque de liviandad a la situación. ¿Quién podrá ocupar ese lugar ahora?
Trump.
Mucho se ha escrito acerca de cómo la figura de Berlusconi prefiguró a la de Trump, incluso, sospechando que este último tomó su ejemplo. Se trata, desde luego, de dos millonarios con vínculos mediáticos (y también mafiosos), que usaron su fortuna para hacer avanzar su agenda populista de derecha, y transformarse en figuras centrales (y tóxicas) de la política nacional en sus respectivos países. Ambos personajes profesan ideas políticas deleznables, y se comportan como verdaderos cerdos con las mujeres.
Pero hay varias diferencias entre ambos. Para empezar, Berlusconi era un millonario auténtico, en tanto Trump es, apenas, un heredero de algunos millones de su padre, que no ha hecho más que quebrar empresas, y -como se está ventilando en una de sus múltiples causas judiciales- sobrevaluar su fortuna con fines fraudulentos.
Sin embargo, la diferencia mayor pasa por el carácter. Mientras Trump -el anglo- vive refunfuñando, con ese gesto adusto, esa trompita permanente, el viejo Silvio (el latino) realmente disfrutaba de cada segundo de la vida. Cuando Berlusconi hacía un chiste era verdaderamente gracioso, aunque fuera políticamente incorrecto. Cuando desde el parlamento italiano le reclamaban, una y otra vez, que "se fuera a casa", él contestaba, como buen viejo bribón, que no sabría adonde ir, ya que tenía en su patrimonio más de veinte casas.
Ambos fueron denunciados por sus actividades de prostitución, incluso con menores de edad. Pero mientras Trump se vinculaba con personajes sórdidos como Jeffrey Epstein, Berlusconi -en la tradición romana clásica- organizaba unas orgías magníficas y multitudinarias, a las cuales bautizó con un nombre ("bunga bunga") que denotaba al menos algún sentido del humor.
Saudade.
Pero ¿a qué viene esta elegía dedicada al finadito Silvio? Pues bien, acaba de salir a la luz una información acerca de las actividades a las que se dedicaba en sus últimos años de vida, cuando los reveses en su vida política y sentimental, más la acumulación de causas penales en su contra, amenazaban con amargarle la vida.
Tarde a la noche, en la soledad de su mansión en las afueras de Florencia, Berlusconi se dedicaba a comprar obras de arte a través de canales de televisión. Y compraba de todo, mientras estuviera pintado con óleo sobre un lienzo. Paisajes canadienses, naturalezas muertas, retratos de su admirado Napoleón, y -por supuesto- muchos desnudos femeninos. Algunos de esos cuadros tienen algún valor artístico, pero la gran mayoría son obras mediocres, que desentonarían hasta en el lobby de un hotel barato.
Se calcula que en esos frenesí de consumo, llegó a adquirir unas 25.000 obras, para cuyo estibaje tuvo que acondicionar un depósito especial. Se dice que sus herederos no saben bien qué hacer con semejante legado. Hasta se los ve algo incómodos, como en esas familias done al abuelo había que cambiarle los pañales porque se hacía encima y apestaba.
Mascalzone.
¿Qué habrá sido lo que llevaba a nuestro héroe a este tren coleccionista? ¿Estaría afectado acaso del famoso horror vacui (horror al vacío) que, se dice, aquejaba a los pintores medievales, y los compelía a llenar sus obras de detalles sin dejar ni un lugarcito limpio para que el espectador respire?
La escena recuerda vagamente al personaje central de la película "Citizen Kane" de Orson Welles, considerada todavía como una de las joyas del arte cinematográfico. Pero es difícil que Silvio haya seguido esa inspiración erudita: lo suyo era más bien una comedia con Adriano Celentano (por otra parte, el séptimo arte no le hacía honor a su persona, como se ve en la biopic "Loro" de Paolo Sorrentino).
La actividad de patrón de las artes no habrá revelado un gusto muy refinado de su parte, pese a haber vivido toda su existencia rodeado del exquisito arte renacentista de su patria. Pero al menos tenía esas inclinaciones, no como el bruto de Trump, para quien la cumbre de la civilización occidental es una cheeseburger de Mc Donald's.
O a lo mejor somos nosotros los que tenemos prejuicios. A lo mejor nos puede el amor incondicional que nos despierta Italia, ese lugar tan caótico y tan divertido, tanto más cercano a nosotros que los puritanos y pistoleros Estados Unidos. No por nada, a Marlon Brando se lo admiraba, pero a Marcello Mastroianni se lo amaba incondicionalmente.
PETRONIO
Fuente:LaArena
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