Fuera de lugar
La guerra que se lleva adelante en Gaza, una calamidad por donde se la mire, ha producido sin embargo un efecto seguramente no deseado, pero altamente gratificante. Y es que, como la cuestión palestina está una vez más en un lugar prominente de la consideración mundial (desplazando a los pobres ucranianos) en las últimas semanas ha resurgido el interés por la figura y el pensamiento de Edward Said, el intelectual palestino por excelencia, lamentablemente fallecido hace veinte años.
Jerusalem.
Nacido en Jerusalem en 1935, Said tenía sólo trece años cuando, con la creación del Estado de Israel, su familia fue expulsada de su hogar natal. Así fue como se inició su vida en el exilio, en permanente estado de incertidumbre y nostalgia, siempre "fuera de lugar", como reza el título de su extraordinaria autobiografía. Vivió el resto de su infancia en Cairo y en Beirut, pero muy temprano sus padres decidieron enviarlo a estudiar lo más lejos posible de Medio Oriente. Así recaló en Estados Unidos, donde obtuvo su doctorado, y donde desarrolló toda su carrera académica, sobre todo en el campo de la Literatura Comparada, en las universidades de Columbia y Harvard.
De modales suaves, su semblante parecía siempre inundado de melancolía. Casi nunca sonreía, ni siquiera cuando pronunciaba alguna de sus finas ironías. Un pianista más que competente, gran intérprete de Beethoven, su personalidad exudaba clasicismo.
Cuando la Guerra de los Seis Días, en 1967, comenzó a militar activamente en la causa palestina, llegando a integrar el Concilio Nacional Palestino, y abogando por el derecho de autodeterminación de su pueblo, y su derecho a un estado propio. Una actitud que requería no poca valentía, siendo un residente de Nueva York, centro mundial del sionismo. Sin embargo, muy lejos de la violencia, su voz calma, su prosa exquisita y su inteligencia quirúrgica siempre estuvieron al servicio del diálogo y la comprensión entre las culturas, y particularmente, entre árabes y judíos.
Baremboin.
Allí es donde surge su conexión -lejana, pero conexión al fin- con Argentina: en algún momento de este derrotero militante Said tomó contacto con nuestro gran pianista y director Daniel Baremboin, con quien trabó una inmediata y duradera amistad. Un libro de diálogos entre los dos, publicado también en español, es una lectura obligatoria. Nacido en Buenos Aires, pero mudado a Israel desde niño, el maestro argentino bien pronto se desilusionó de la deriva política de la patria de sus ancestros, y llevó una vida errante que acaso lo conectaba especialmente con su amigo palestino.
Juntos fundaron en 1999 la West-Eastern Divan Orchestra, con sede en Sevilla. Un emprendimiento genial, que, usando la música como vehículo para la paz, reunía en un mismo cuerpo orquestal a músicos jóvenes provenientes de todo el mundo árabe y también de Israel y Palestina. Cada recital era y es -incluso tocaron en Buenos Aires- un manifiesto por la paz.
Oriente.
Pocas figuras alcanzaban su talla intelectual. Baste mencionar que, en los numerosos videos que circulan, puede vérselo interactuar con Noam Chomsky y con Salman Rushdie, gigantes del pensamiento que le dispensaban una clara admiración.
Probablemente su mayor contribución intelectual esté concentrada en "Orientalismo", obra que se estudia en todas las universidades del mundo, y que vino a poner "patas para arriba" una buena parte de la forma en que desde Occidente se percibe al Asia, y en general, al "otro".
Said demuestra allí, con una profunda lectura de muchos autores en estudios orientales (empezando por la Grecia clásica) que las representaciones que se hacen de los pueblos orientales, como exóticos, misteriosos y a veces violentos, no son otra cosa que clichés usados para justificar la presencia imperialista de los países europeos y de EEUU en aquellas latitudes. Por si fuera poco, desnudaba también que toda esta narrativa, con indisimulado racismo, partía de la base de que esos pueblos eran demasiado brutos para hablar por sí mismos, por lo que debían ser narrados por el occidental. Y también, que trasuntaban una supina pereza a la hora de dar cuenta de culturas muy diversas y extraordinariamente complejas.
En forma brillante, y en obras posteriores, el intelectual demostró que esa actitud estaba en la base misma del conflicto palestino-israelí. Es imperdible la anécdota que cuenta de 1986, cuando fue convocado a debatir sobre el tema con el entonces embajador de Israel ante la ONU, un tal Benjamín Netanyahu. Al llegar al estudio de TV, se enteró de que, por pedido de su interlocutor, se encontrarían en edificios separados durante el diálogo: al preguntársele a "Bibi" por sus razones, respondió simplemente: "Es que él quiere matarme".
Es curioso cómo el miedo aparece casi siempre en el discurso de los voceros israelíes, incluso en los más brillantes. En otro debate -cuenta Said- los escuchó decir, por ejemplo, que temían a los palestinos en general, y que temían más a la OLP que a todos los ejércitos árabes juntos.
Se sabe que la culpa es prácticamente el sello de origen en toda la cultura judeo-cristiana. Pero en este caso, tal parece que la culpa se disfraza de miedo.
PETRONIO
Fuente:LaArena
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