La invención de Irlanda
Curados de espanto, los argentinos hemos aprendido a vivir sin tener la más remota idea de qué va a ocurrir con nosotros el mes que viene. A veces, ni la semana que viene. Pero afortunadamente ahora tenemos un presidente que dice saber qué va a ocurrir con nosotros de aquí a 45 años: si seguimos la ruta que él ha trazado, terminaremos pareciéndonos a Irlanda (al menos, en términos de PBI per cápita). Curiosa dislocación del tiempo: las medidas que adopta el gobierno son urgentes, para ayer, pero los efectos sólo los conocerá la próxima generación dentro de medio siglo.
Parecidos.
Créase o no, hoy mismo tenemos varias similitudes con Irlanda. Para empezar, es un país con mayoría de católicos (algo raro en la Europa del norte), aunque allá, como acá, eso quiere decir cada vez menos. Además es una ex colonia inglesa. Por si el lector no se ha enterado, Argentina también lo fue, o al menos así lo consideraba en 1930 nuestro vicepresidente Julio Roca hijo: "La Argentina por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico. (…) Inglaterra, como la llamamos familiarmente, ha sido nuestra primera amiga, que nos tendió la mano hasta asegurar nuestra independencia cuando todo se conjuraba en nuestra contra y que nos prestó la ayuda de sus capitales cuando, en los pasos iniciales de nuestra adolescencia, apenas éramos dignos de su confianza. Por su importancia económica, la Argentina se parece a un gran dominio británico"
De allí que también nos parezcamos a los irlandeses en eso de haber desarrollado un gusto por comer achuras, ya que los mejores cortes de carne se los llevaban los ingleses. Lo primero que nos cuenta James Joyce del protagonista de su "Ulises", Leopoldo Bloom, es que éste "comía con deleite los órganos interiores de bestias y aves. Le gustaba la sopa espesa de menudillos, las mollejas a la nuez, el corazón relleno asado, las tajadas de hígado rebozadas con migas de corteza, las huevas de bacalao fritas. Sobre todo, le gustaban los riñones de cordero a la parrilla, que daban a su paladar un sutil sabor de orina".
Otra similitud es que en Irlanda existe un robusto sistema de educación y salud públicas y gratuitas, aunque este detalle parece habérsele escapado al actual gobierno argentino, que quiere privatizarnos hasta los riñones.
No tanto,
Podríamos continuar con las similitudes: también los irlandeses han dado grandes escritores. Y también cultivan la ironía, la autoflagelación humorística, el fútbol y la música. También allá todos sueñan con tener la gambeta de Maradona y la voz de Gardel.
Pero la verdad es que hay muchas diferencias. Para empezar, el actual auge económico de Irlanda no se explica sin su pertenencia a la Unión Europea. Ha sido su capacidad para aprovechar las ventajas de ese bloque económico y político, y para atraer compañías multinacionales de punta, lo que les permitió salir de siglos de atraso, hambrunas y guerras civiles.
Haría bien en tomar nota de esto el gobierno argentino, que ha procedido a romper lazos con nuestros principales socios comerciales (Brasil y China) en función de una vaga ideología anticomunista. Y -en función de ese amor no correspondido por la embajada norteamericana- nos ha privado de integrarnos a los Brics, decisión ésta que constituye una estupidez mayúscula.
Hay más.
Y también nos diferencia la conducta de nuestros gobernantes. Por ejemplo, ningún político irlandés en su sano juicio osaría abandonar el reclamo contra la usurpación inglesa de un pedazo de esa isla, como han dicho aquí respecto de Malvinas, sin siquiera ruborizarse.
Tampoco encontraremos allá un dirigente que denoste el arte culinario nacional, o diga que no le gusta el pastel del pastor, como ha hecho aquí el presidente -que aparentemente sufre de anorexia- respecto del asado.
Por mucho que se busque, no se encontrará tampoco un político irlandés que afirme que su país es inviable, o que el suyo es un pueblo de mierda, o que reniegue de su identidad y su tradición. Tampoco uno que tome a Margaret Thatcher como su principal influencia política.
Quién sabe, de todos modos, cómo seremos (¿seremos?) dentro de 45 años. De momento, como a los irlandeses en el siglo XIX, lo que nos preocupa es qué vamos a comer dentro de 45 días.
PETRONIO
Fuente:LaArena
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