LÍMITES DE LA AUDACIA REACCIONARIA
El fracaso parlamentario de la Ley Ómnibus, enviada por el gobierno neoliberal de Javier Milei, es un hecho político importante que refleja los desacuerdos existentes en el vasto campo de la derecha.
Por Ricardo Aronskind*
El fracaso parlamentario de la Ley Ómnibus, enviada por el gobierno neoliberal extremista de Javier Milei, es un hecho político importante, que hoy por hoy refleja los desacuerdos existentes en el vasto campo de la derecha.
Esto no significa ignorar la existencia en segundo plano de un bloque popular que está expresando una visión muy diferente, pero que casi no tiene palabra ni peso significativo en la escena pública, salvo a través de acciones y movilizaciones no disimulables por la masiva prensa del régimen.
Derechas
Dentro de la amplia derecha neoliberal argentina, a medida que va englobando a nuevos públicos y sectores, se van expresando diversas vertientes. El actual radicalismo se ubica en una postura un poco más sensata, más prudente, algo menos antinacional, dentro del espectro neoliberal. Del viejo radicalismo intervencionista, industrialista y nacionalista, no queda nada. Se trata de neoliberales moderados, una especie que aparece como diferenciada en relación al ala extremista radicalizada que inauguró el mileísmo.
El macrismo, una «avenida del medio» entre moderados y delirantes, en su gestión no hizo principismo ideologizado –Macri no ve la realidad de esa forma-, sino que quiso maniobrar, tomando en cuenta las realidades políticas y sociales, para ir llevando al país hacia un modelo abiertamente neoliberal. Él no oculta su admiración por el modelo chileno, que le parece el punto más alto al que la Argentina puede llegar. El ideal macrista es la plena dominación de una sociedad por sus grupos económicos más concentrados, y el formateo de las mentalidades hacia un individualismo mercantilista. Ese sería el punto de llegada del «cambio».
A diferencia de ellos, Milei es la encarnación de la falta total de cálculo político y social, y el énfasis en la aplicación del modelo liberal extremo a como dé lugar. Con decisión y furia alcanzaría.
Las peculiaridades personales de Milei, y su supuesto ideologismo, no deben llevarnos a confusión: las extravagancias que ha formulado Milei a lo largo de la campaña y desde que es presidente, se ubican en el plano de los «ideales». Pero lo que moviliza a este gobierno, lo que le da sustento social, peso político y lo que lo apremia a tener logros legislativos, es un bloque de poder empresarial que está usando a este personaje marginal para avanzar políticamente hasta donde se pueda. El límite lo va a poner la sociedad.
La democracia es un tigre de papel
Es la urgencia que tienen fracciones empresariales importantes por convalidar grandes negocios -que están aprovechando la presencia en el poder ejecutivo nacional de un grupo de aventureros que arribaron medio de carambola al gobierno-, lo que está empujando en la dirección de la ilegalidad en el propio marco de las instituciones establecidas.
Si se revisa todo el proceso de lanzamiento del DNU y la posterior Ley Ómnibus, de acuerdo a la legislación establecida, es todo aberrante y carente de legalidad, pero ni el poder judicial, ni los medios, ni ninguna figura de peso nacional, ha hecho una mínima mención al pisoteo visible de la Constitución Nacional, de las leyes vigentes, de los procedimientos administrativos obligatorios y hasta de los reglamentos de funcionamiento parlamentario.
Pero esta ilegalidad creciente no es tan nueva, porque no aparece por primera vez en este gobierno.
Vale la pena recordar el manejo de la justicia que introdujo el propio macrismo, con fines de persecución política y de impunidad personal, y que se mantiene perfectamente en marcha hasta el día de hoy, con casos insólitos y grotescos como el del fiscal Stornelli, entre muchos más.
Durante la gestión macrista, mucha gente colaboró para refrendar la ficción de que se estaba en un marco de legalidad republicana, cuando ya se trataba abiertamente de un régimen de dominación social, despegado de cualquier idea de una república democrática seria.
En esa mascarada republicana, cuyo proyecto político central era liquidar al kirchnerismo, colaboraron en forma completa los propios radicales, Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, Alberto Fernández, Sergio Massa y otros tantos que posaron de legalistas y honestistas.
El macrismo arrastró a todo el espectro político del centro y de la centro derecha a la validación de las prácticas mafiosas desde el Estado, y no hubo resistencias salvo el de las propias víctimas, colocadas en una situación de indefensión social. El poder judicial aportó en esa misma dirección, y convalidó casi sin fisuras el régimen de dominación. El «marco de realidad» lo proporcionaron los grandes medios, sus repetidoras en todo el país, el vasto ejército de «comunicadores» que repiten sin entender, y las granjas de trolls alimentadas con fondos públicos.
Fueron ellos, instituyendo la mentira y la censura informativa al servicio del poder empresario, quienes le hicieron la cobertura de legitimidad al macrismo y abrieron los caminos para el actual mileísmo.
Pero lo cierto es que este nuevo gobierno está hoy explorando los bordes de lo legal, con su voluntad represiva manifiesta, con la aplicación de un DNU sin convalidación parlamentaria alguna y sin convocar a los organismos que deben hacerlo. Y podemos ver nuevamente cómo se da la subordinación de los actores políticos al rumbo oficial. La subordinación no está orientada hacia Milei como persona, sino al poder económico que hay detrás, y de los negocios que se pretende refrendar por vía «democrática»
El problema central de la actual gestión
La clave de la actual situación es que Milei, como persona y como expresión de una política de Estado, supera lo que el sistema político y social actual aguanta. Eso es lo que está detrás del fracaso parlamentario de la Ley Ómnibus. Las medidas que quiere tomar Milei agreden a muchos más de lo que se puede aguantar.
Pero las medidas no son de Milei, sino de las fracciones económicas que lo están impulsando, y que lo proyectaron hacia el poder, y que lo ven como una apuesta que si sale mal, sólo perderá el protagonista político. Podrá venir otro gobierno a intentar nuevamente la implementación de sus planes de negocios.
Se trata de una piñata de negocios en todos los terrenos, sin tener en cuenta ningún tipo de consistencia económica, pero tampoco de viabilidad social y política. Esa es la particularidad de la actual situación.
En el cálculo mileísta, la idea es aprovechar la popularidad inicial del personaje, las ilusiones de los jóvenes que lo votaron, la efectividad del discurso «anti casta», la inocencia y credulidad populares y las expectativas abstractas de un «cambio» para bien, para avanzar en bajar la inflación, llegar al déficit fiscal cero, y preparar las condiciones para la dolarización.
Sin embargo, la inflación no va a poder bajar a cero como en la convertibilidad, porque aún falta un reacomodamiento estable y viable de los precios relativos, y ese tironeo entre precios, valor del dólar, tarifas, etc., seguirá, incluso si continúa, como hasta ahora, el actor popular en la lona y mirando cómo le trituran los ingresos. Cuando esa puja enloquecida pare, si es que para del todo, el nivel de vida del 70% de la población será completamente incompatible con lo que cada sector social puede soportar, con lo cual la inviabilidad social está garantizada.
En la búsqueda del déficit cero, los mileístas descubrieron en las negociaciones por el DNU y la Ley Ómnibus, que lo ricos de Argentina se niegan absolutamente a poner un peso para reducir el déficit. Es decir, que el déficit cero se tiene que conseguir sólo con recorte del gasto público, sea en obra pública, en gasto social, o en jubilaciones y pensiones. Por eso el gobierno tuvo que retirar el «capítulo fiscal» del gran paquete, porque los poderosos les vetaron cualquier aumento de impuestos a ese sector y les desbarataron las cuentas.
La clase más rica del país no quiere aportar recursos, aunque sea para un gobierno que les gusta, y por lo tanto empujan al gobierno a que embista aún más contra el nivel de vida de las mayorías.
Para que sea claro: no se está hablando que serán afectados, como habitualmente se dice, los «pobres», o los «trabajadores». Se está hablando de un amplísimo abanico social, que comprende a casi todos los pequeños y medianos empresarios, del campo y la ciudad, a los profesionales liberales, a los comerciantes, a los cuentapropistas, y a cuanto bicho social participe del mercado interno, que está siendo empujado hacia la ruina.
La agresión económica es muy grande y socava la viabilidad política de las reformas, pero también la viabilidad de las propias políticas macroeconómicas que se vienen siguiendo. No está hoy nada clara que el gobierno pueda llegar al déficit cero, a la no emisión monetaria, a la estabilización de los precios o lograr el gran superávit comercial (necesario para juntar reservas para la dolarización).
Es que la puja distributiva, la pelea de todos contra todos en la sociedad en torno a la distribución de la riqueza y la producción, está encabezada, precisamente, por los que apoyan y promueven las políticas extremistas de Milei, que son políticas de guerra contra las mayorías sociales. Nuestra burguesía ha dado reiteradas muestras históricas de ser completamente indisciplinada y hostil a construir un modelo político viable en sus propios términos, y no parece haber cambiado un ápice.
Hay que entender que en la experiencia de los ´90, en vez de encontrar una forma sensata de bajar la inflación, se acudió a la apertura extrema de la economía combinada con la revaluación cambiaria, para que la competencia indiscriminada de mercancías provenientes del mercado mundial obligara a frenar la suba de los precios locales. El resultado fue una destrucción muy grande de empresas industriales, puestos de trabajo e incremento de la miseria.
Ni siquiera Cavallo, y su Secretario de Industria Schiaretti, lograron que las grandes empresas establecieran precios a niveles razonables a los inicios de la Convertibilidad, lo que generó severos problemas posteriores de competitividad a la producción nacional. Y tampoco se logró, en ese gobierno tan elogiado por los sectores dominantes, bajar la evasión impositiva y llegar al déficit cero. Los negocios particulares primaban sobre la racionalidad de conjunto, y al final el experimento terminó capotando precisamente por esas incongruencias.
Con un Milei que ha declarado –textual- que las mafias y los contrabandistas son preferibles al Estado, y que los monopolios no deben ser afectados por las políticas públicas, no se puede esperar mucho en materia de disciplinamiento y control hacia un sector que no acepta ninguna regulación, ni externa ni interna, a sus comportamientos irracionales.
Federalismo antinacional
Los gobernadores semi-oficialistas del radicalismo, del PRO, provincialistas, y de diversos peronismos, sólo piden fondos o privilegios para sectores económicos preponderantes en sus provincias.
Es muy difícil encontrar criterios nacionales en esa dirigencia localista, que se asume exclusivamente comprometida con lógicas económicas y de poder provinciales.
Ni qué hablar que el poder ejecutivo nacional tampoco encarna absolutamente ningún interés nacional, y sí representa las formas más agresivas de la globalización neoliberal, hoy en crisis en los propios centros de poder de occidente.
Por eso se produjo el cortocircuito con los gobernadores en torno al reemplazo de los ingresos que se les están sacando. Los gobernadores creen que es un problema de sacar unos fondos de un lado y pasarlos para otro. Es lo que esperan del gobierno central. Pero no. El tema es que el despojo de fondos provinciales es precisamente la idea de Milei: que todos los recursos del país se usen para lograr la dolarización de la economía y el déficit cero. Esa es la política, y no otra.
A su vez, los gobernadores en su mayoría están diciendo: «hagan lo que quieran con el país, con los pobres, con los laburantes, con las clases medias, pero no me afecten mis finanzas provinciales ni a mis empresarios locales». De ahí surge el entredicho entre los bloques, las acusaciones de traición y otras tonterías. En realidad todos los que aceptan los lineamientos del actual rumbo gubernamental –oficialistas y colaboracionistas-, y hasta los súper-poderes reclamados por el Presidente para dar rienda suelta a su arbitrariedad, dañan conjuntamente al país, y tironean mezquinamente en torno a cómo salvar el propio pellejo.
Por ejemplo, cuando uno escucha al gobernador Valdés, de Corrientes, de la UCR, uno escucha a alguien que reclama plata para la provincia, pero que es grotescamente antiperonista y antikirchnerista, repitiendo los grandes éxitos del macrismo diseñado por Duran Barba. Es un dirigente radical que está a favor de la mayoría de las privatizaciones –y hasta repite argumentos de Bernardo Neustadt en ese sentido- y que adhiere al «cambio» representado por Macri-Milei. ¿Qué se puede decir del gobernador peronista cordobés Llaryora, más preocupado por los intereses del «campo» que por el destino de los trabajadores industriales o de los científicos cordobeses, o de Maximiliano Pullaro, que tiene que recordar sistemáticamente que su principal enemigo es el kirchnerismo, mientras protege a la «patria sojera».
Desequilibrios crecientes
Los últimos sucesos, posteriores al fracaso de la Ley Ómnibus, muestran a Milei como una persona ofuscada, impolítica y violenta. A diferencia de Pichetto o de Francos, hombres de derecha pero avezados en la política y con enorme capacidad de adaptación, Milei y su grupo de gente improvisada, ignorante y aventurera, muestra todas sus limitaciones para ejercer un dominio político eficaz en una situación complicada, y sobre todo en una sociedad muy compleja y diversa como la argentina.
Si persistiera en su rol de loquito, de outsider, de apostar a catástrofes sin límites en aras de sus convicciones entre arcaicas y delirantes, Milei se puede convertir en un estorbo objetivo al despliegue y consolidación del programa de la derecha.
La derecha astuta, muy claramente representada en la figura de Pichetto, no deja de agarrarse la cabeza y preguntarse: «con el 55,4% de los votos para un programa neoliberal, con parte del público que no entiende nada, y otra parte que está a la defensiva, estigmatizado y acusado de «k», ¿cómo podemos tener dificultades y tropiezos?»
Perciben que se abrió con Milei una ventana de oportunidad para una nueva vuelta de tuerca de reprimarización, extranjerización y festival de negocios privados, pero que hay ruidos e interferencias que no terminan de comprender.
Algunos pueden pensar que esos ruidos provienen de la política entendida como rosca interpartidista, y que si ésta logra «consensos» mediante el «diálogo» –dentro de la derecha, se entiende-, el mileísmo es viable.
Nosotros creemos que detrás del ruido político está la inviabilidad estructural de un programa que atiende sólo a una estrechísima y poderosa cúpula empresarial –local y extranjera-, pero que se olvida del resto del país.
Son tantos los agredidos por el actual proyecto económico –incluido el personal de las Fuerzas Armadas-, que no pueden ni podrán ser barridos debajo de la alfombra.
A pesar de esta tendencia general a un final descalabrado, no debería haber espacio para el triunfalismo fácil en el campo popular. Se llegó a este escenario político tan reaccionario por el largo camino de retroceso que se viene siguiendo en el espacio nacional, popular, progresista, democrático y de izquierda. Todo eso debe ser revisado, si se quiere aprender algo.
Por lo tanto, lo inteligente en este momento es hacer lo que hace demasiado tiempo no se hace, que es construir organización popular, unir a todos los agredidos, llegar a una comprensión profunda de los acontecimientos que nos trajeron hasta aquí, e ir prefigurando un potente programa económico y social que pueda revertir tanta destrucción y empobrecimiento innecesarios.
Buenos Aires, 9 de febrero de 2024.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
La Tecl@ Eñe. Revista Digital de Cultura y Política
Fuente:ElOrtiba
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