10 de septiembre de 2008

INTERESANTE ENTREVISTA A DAVID VIÑAS.

El cigarrillo, la birome. Las rutinas de David Viñas en el bar La Paz. Años atrás el hábito era discutir la revolución.
Está sentado en una de las mesas del cubículo de fumadores de su bar, el mítico La Paz. A lo lejos se divisan los enormes bigotes blancos de este hombre de 81 años. Es una mezcla de abuelito de cuentos con anarquista de la Guerra Civil española. La boina negra que suele usar en invierno está sobre la mesa, junto a su reloj de mano y dos diarios. Cada día de su vida David Viñas, uno de los principales referentes de la crítica literaria argentina, fundador de la revista Contorno, autor de Literatura argentina y realidad política y Hombres de a caballo, se encrespa ante el diario que más lo hace refunfuñar: La Nación.
–Mirá, piba. Son unos hijos de...Se agarra la cabeza, Viñas. Traga la puteada como gesto de caballerosidad, y descarga bronca con un golpe seco contra la tapa del matutino. Cada día, ese ritual furioso queda inscrito en el papel: de cada párrafo salen flechas, círculos, anotaciones en tinta roja. Algunas frases quedan tachadas por completo. “Lo rescribo, memorizo y organizo”, apunta, mientras da la primera pitada de muchas en el refugio de Corrientes y Montevideo que desde hace añares lo cobija a diario.
–¿Cómo era este bar hace treinta años?
–Aquí venía con Ricardo Piglia antes de la dictadura, porque Ricardo vivía en la calle Sarmiento y yo en la calle Cangallo, hoy Perón. Este recinto no existía (en referencia al sector fumadores). Durante la dictadura, yo no venía, ya que me fui en el 76 hasta el 83. Pero, según me comentaron los que sí estaban en Buenos Aires, la cana entraba a cada rato. Cuando volví, esto había cambiado mucho.Atrás quedó el bar que Viñas recuerda como el típico “café-café” de los 60, la imagen clásica de las graves discusiones entre artistas e intelectuales de la bohemia porteña. Lo que vino fue la cafetería de mesas de fórmica, barandas doradas, luces dicroicas. “Se ha modernizado”, se lamenta.
Con el ceño adusto y una voz milonguera, remarca: “El tipo de público es distinto. Antes venía gente del teatro, de la política y periodistas”. El pianista Enrique “Mono” Villegas y el escritor Rodolfo Walsh eran algunos de los que integraban las tertulias de La Paz. Viñas y Piglia preferían trasnochar en un “mano a mano” para perderse en un acalorado e infinito debate sobre “el futuro de la revolución”.
–¿Cuál es la razón por la que las personas que frecuentaban La Paz ya no vienen?
–Les joderán las imágenes que les quedaron de aquel entonces.
–Y a usted, ¿qué imágenes se le cruzan cuando está acá?
–(Risas) Uhhh... Te pasás películas. Es más bien inquietante. Acá me encontré con una de mis nietas. La hija de María Adelaida vive en California, y Paula, la hija de Lorenzo Ismael, apareció acá con su novio. Se pierde en un silencio profundo que reaviva la ausencia de sus dos únicos hijos, María Adelaida y Lorenzo Ismael, que fueron secuestrados y desaparecidos durante la última dictadura militar. Lejos de victimizarse, pero sin dejarle espacio al olvido, se baja los anteojos hasta la mitad de la nariz y confiesa: “Nunca pude escribir nada de eso. Si lo hago, me pongo a llorar. Y bueno, la mano vino así”.
–Su gaseosa, Viñas –lo interrumpe uno de los mozos.
No es raro escuchar que en La Paz lo llamen por su apellido. El hombre es parte del lugar. “Él siempre se sienta en el sector fumadores. A veces viene a la mañana y otras a la tarde, pero no tiene un horario fijo”, dice el encargado.
-La dictadura militar y luego el menemismo redujeron a su mínima expresión el debate político en la esfera pública, ¿qué temas vinieron a ocupar ese espacio?
–Ahora, las elecciones de Estados Unidos. Es el gran acontecimiento político. No tenés más que abrir los diarios. (Agarra con torpeza La Nación.) En la primera plana del benemérito diario La Nación, están John McCain y la gobernadora de Alaska, socia de la Asociación del Rifle. La derecha norteamericana es puro huevo. La dama (Sarah Palin) es lo reaccionario. Los norteamericanos no saben de política, pero de electoralismo saben a la raja. Por eso, este pelafustán (McCain) la designó a ella como candidata a vicepresidenta.
–La prensa escrita habla de las elecciones estadounidenses, ¿pero de qué se charla en las mesas de los bares porteños?
–Hubo un proceso más que considerable de despolitización. Yo no tengo el placer de ver televisión, pero calcule que Marcelo Tinelli tiene ocho millones de televidentes mientras un libro común, no el best seller fornicativo, vende mil o dos mil ejemplares. Eso es un gran condicionamiento. La caracterización más rigurosa es de un proceso de despolitización. Aristóteles decía: “El hombre es un animal político”. Si le sacás la política, queda el animal. Se despolitiza completamente y todo el día habla de pavadas.
–Sería como volver al estado de naturaleza...–Y... se vuelven mansos, resignados, repiten las cosas más convencionales. No hay más que mirar los diarios. No veo televisión, entre otras cosas porque no tengo y no la aguanto. Por ejemplo, en La Nación –que es un diario “trotskista”, como todo el mundo sabe–, en la parte de arte saben los precios de todo y los valores de nada. Disfrutar es la palabra que más se usa. “Disfrútelo”, “disfrútalo”.
EL OÍDO Y LA CALLE.
Viñas interrumpe la entrevista varias veces para tomar contacto con su entorno. Pega un salto al grito de “¡Le compraron!”, cuando el joven africano, que está al otro lado del vidrio, vende alguna de las chucherías doradas que exhibe en la vereda. O queda hipnotizado ante un grupo de estudiantes de teatro que hacen piruetas en la esquina. “Estos pibes me conmueven. Se rompen el alma y pegan saltitos. No tienen nada que decir, pero no importa. Pa’ lante”, señala en un tono aflamencado que delata sus siete años de exilio en España. De pronto, una niña de nueve o diez años irrumpe y se para a su lado. Viñas envuelto en una nube de humo. “¿Me firma un autógrafo, señor Viñas?”, pregunta la pequeña vestida de rosa. “Sí, querida. ¿Cómo te llamás?” Un tajante “Delfina” es todo lo que obtiene como respuesta. Como si la contestación lo asombrara, dice sobresaltado: “¿Es para vos?”. “No, para mi abuela”, responde la nena. Viñas expulsa aliviado una bocanada de aire. Escribe la dedicatoria y se despide: “¿Me das un beso?”. Por unos instantes, la chica lo mira como si lo examinara y luego lo saluda. “¡No, no! Dame un beso con ruidito. ¡Vamos!”
–Su obra literaria está atravesada por la historia de la violencia en nuestro país, ¿cuál es hoy la forma de la violencia oligárquica?
–Ha cambiado. Si nos quedamos un rato largo aquí, no vas a ver una nena que pida un autógrafo sino dinero o algo para comer. De noche, hay viejos jubilados revolviendo la basura.
–Más allá de la violencia material de la pobreza y la miseria, ¿considera que hay un incremento de la violencia simbólica?
–De Estados Unidos cae toda la merda más siniestra. No lo digo por un odio a Estados Unidos. Es el centro del imperialismo mundial. La merda de Estados Unidos, en todos sus sentidos y sobre todo en el cultural, es muy concreta.
-Usted suele retomar la frase de Arturo Jauretche que dice que los intelectuales se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha, ¿cree que eso también se ha dado en el terreno de la política, específicamente, del llamado progresismo?
–La palabra progresismo es una palabra siniestra. Sirve para cualquier cosa. Es “no, no” o “ni, ni”. Es un eufemismo respecto de la política como tal. Cuando era chico, a los apolíticos los veías aparecer siempre en todos los procesos militares. Todos los gabinetes de los militares estaban llenos de apolíticos. Ser apolítico es ser muy prudente, es estar siempre de acuerdo con los otros, con el último que estuviste. Los ingleses tiene una frase que es: “Yes, man”. “Sí, David, tenés razón.” “Sí, hombre, sí.”
–Y en cuanto al terreno intelectual, ¿quiénes han pasado por esa transformación?–Uhhhh... cantidades. La gran mayoría se ha convertido en hombres o mujeres de La Nación. –¿Se refiere a Beatriz Sarlo?
–Lo dice usted. Es para posicionarse. Es el mercado. Antes éramos muy amigos. Vivió en mi casa en España. Pero no me quiero ensañar con ella.–¿Me podría dar otros ejemplos?
–Carlitos Altamirano, que era la pareja de ella. Estuvieron en casa y les cedí mi cama. (Tose.)BORGES, EL SOBREVALUADO.
A pesar del distanciamiento ideológico que los separa hace tiempo, en el documental David Viñas, un intelectual irreverente, de Pablo Díaz, la crítica literaria Beatriz Sarlo lo define como “el escritor intelectual”. Con la sabiduría a cuestas y la coherencia que supo mantener a lo largo de toda su vida, Viñas siente que aún tiene materias pendientes. Lamenta que su tía Ana, que hablaba ruso a la perfección y recitaba poesías de Alexander Pushkin, no le hubiera enseñado la lengua que él define como de “puta madre”. “Me gustaría hablar ese idioma maravilloso.” Como si fuera poco, se anima a confesar que no le gusta Paul Auster y a desafiar a un icono de la literatura argentina: Jorge Luis Borges.
–¿Por qué dijo que el “borgismo” ha cancelado la producción literaria?
–Nadie niega el nivel de sutileza de la producción literaria de Borges, pero creo que hay un problema de sobrevaluación. Borges es un viejo burgués muy reaccionario. La imagen que tengo de él es la de 1976, cuando yo estaba en España y recibí una carta de mi ex mujer –con un sobre cubierto de muchas estampillas– que me hablaba de la desaparición de la nena en el zoológico. En ese momento, apareció Borges en Madrid. Venía de recibir la condecoración de Pinochet e hizo unas declaraciones en la revista Triunfo, donde dijo casi textualmente: “El general Videla no ha sido lo suficientemente eficaz en la represión de los Montoneros”. (Se queda en silencio un largo rato.) Ahí se plantea el problema de literatura y la vida. Alguien me dijo: “Pero después pidió perdón”. Yo no lo voy a condenar pero... Después, en el campo de la literatura, creo que está sobrevalorado. Lo leo con frecuencia, es ingenioso y tiene algunos versos considerables. “Pierre Menard, autor del Quijote” es un cuento de un grandísimo ingenio. Pero hay un proceso de inflacionismo indudable.
–En nuestro país muy pocos, por no decir casi nadie, se han atrevido a cuestionar los textos borgeanos, sin embargo usted se animó a arriesgar que Rodolfo Walsh es mejor que Jorge Luis Borges, ¿por qué?
–Porque Borges, en su literatura, se ríe de los pobres tipos. En “El Aleph”, se ríe y se burla de un tipo que es un pobre diablo. A él le gustan los héroes. A Walsh le gustan los antihéroes. Eso lo dije en Cuba. Martí era un pobre tipo, no era general y tenía una sola ropa. El pobre tipo es el antihéroe. Me voy a poner pedante, el pobre tipo viene de Antíloco, que es todo lo contrario de Homero. Antíloco cuenta cómo tuvo miedo en la batalla y tiró las armas. Quijote era un pobre tipo. Cristo era un pobre tipo, tenía una sola pilcha, como (José) Martí. (Risas) No andaba a caballo sino que estaba subido a una mula. Para esa parte del mundo, Borges no tiene sensibilidad. A él le fascinan los tipos de cuchillo, los grandes machos. Walsh se compadece del pobre tipo. El gran cuento de Rodolfo es “Nota al pie”, donde habla de un traductor que tiene los dedos gastados.
–¿Por qué considera que Walsh no ha sido tan valorado como Borges?
–Eso es mercado. A Borges no lo conocía nadie antes del 55.–¿Quiénes le gustan de los escritores actuales?–Las mujeres que escriben crítica. María Pía López tiene dos libros, uno que es Sabato y la moral de los argentinos, hecho a medias con su compañero, y un libro sobre Lepoldo Lugones.
–Usted ha dicho que es saludable la polarización en la literatura argentina, ya que lo contrario da lugar a una homogeneidad que en realidad no existe como tal. ¿Cuál cree que es hoy la situación en la literatura?
–Es indispensable esa polarización. Boedo y Florida van más allá de la voluntad de los tipos de Boedo y Florida. Es una estructura lo que te involucra, no una psicología.–¿Considera que el posmodernismo reemplazó el debate en la literatura?–Eso es mercado. Mercado, mercado. Pregúntele al morocho que está afuera qué opina de la posmodernidad. “¿Ah?”, le va a decir. Son volteretas. Muere ahí nomás.
(Fuente:Critica-Gabriela Vulcano).

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