30 de septiembre de 2008

UN CUENTITO.

EL TESTIGO OLVIDADO.
Hace muchos, muchos años que estoy aquí, soy parte de este edificio que fue primero sede de la gobernación y de a poquito año tras año, dictadura tras dictadura, cada vez mas Jefatura de Policía.
Tengo una larga existencia, pero quiero contarles aquella, mi peor época en la que comenzaron a traer personas de todas las edades y sexos. Yo guardé un poquito de cada uno de ellos esperando el momento en que sería útil.

También dejaron sus pensamientos los torturadores, “aquí llegó tu hora terro” “Viva Feced” fueron algunas de las frases elegidas como extraño testimonio de sus objetivos.

Fuí testigo de los hechos mas aberrantes de la condición humana, también de los mas heroicos, de las peores humillaciones, de las debilidades y fortalezas del ser humano, de las luces y las sombras, ví pequeños hombres transformados en gigantes y a grandes hombres rebajados al límite de la condición humana, conocí la cara del horror, del pánico y de toda la maldad.

Nada de lo que me toco vivir en esa época, fue bueno.

Había algo que me intrigaba, las otras personas que pasaban a escasos metros, los otros policías que transitaban por el lugar, los jueces, los periodistas, los sacerdotes, los rosarinos, no se daban cuenta de lo que en mí sucedía?

Un día se fueron, pero antes, modificaron mi aspecto, algún entrepiso, alguna puerta, yo me preguntaba para qué?

Escuché decir que había llegado la democracia y con ella la justicia, abogados, jueces y políticos elegidos por la gente se ocuparían de juzgar lo que había pasado en mi interior. Los que callaron por miedo, los confundidos, los equivocados, ahora tendrían la oportunidad de hablar y se sabría la verdad.

Estuve esperando mucho tiempo, nadie apareció. De a poquito me iba destruyendo, pensé que no estarían enterados, que nadie se animaba a contar lo sucedido.
Un día por fin tuve novedades y de las mejores, se ocuparían de mí organismos de derechos humanos, estarían las madres de los que ví morir o desaparecer, también los familiares, ligas de derechos humanos, movimientos ecuménicos, organizaciones sindicales y sobre todo estarían los hijos de aquellos jóvenes. Me salía de la vaina, quería que me recorrieran, que estudiaran mis testimonios, valía la pena esperar, ahora llegaba por fin la hora.

Junto con ellos llegaron un nutrido grupo de jóvenes coordinado por una antropóloga (no me pregunten que es eso porque no sé) eran todos muy cariñosos y respetuosos, recorrían el lugar como si estuvieran descubriendo el origen de la humanidad, acariciaban mis paredes y traían todos los sábados a muchas personas que escuchaban las historias de lo sucedido.

Gracias a estos jóvenes, volví a ver a muchos sobrevivientes que habían estado en mi interior, estaban muy viejos, algunos lloraban al llegar, otros sonreían junto a sus familiares y amigos, otros solo callaban.

Pero, se rompieran dos veces caños de la parte superior y demoraron semanas en arreglarlos, me inundé completamente, se rajaron mis techos, lo que los militares no habían logrado, parecía que lo harían Reuteman y Obeid en unos meses.
Cuando el problema del agua fue solucionado, sobrevino otro peor, una parte de estos organismos, expulso a los estudiantes y a los sobrevivientes y también se fueron los hijos, me quedé muy solo y hasta ahora no he podido volver a verlos.

Como si eso fuera poco, los que quedaron decidieron pintar el lugar y rasquetear las paredes, no le importaba lo que yo guardaba en mi interior, no les interesaba mi testimonio. Me preguntaba si los jueces y el gobierno estarían enterados de esto, pensaba que en cualquier momento llegarían a rescatarme.

Nada de eso sucedió, me siguieron transformando, se hicieron reuniones en mi interior , me adornaron, me colgaron carteles, los muchachos que antes no podían salir ahora no los dejaban entrar y como si fuera poco, acá nomás frente a mis narices, organizaban murgas, funciones de títeres y festivales de rock.

Los escuchaba reunidos, decían “vamos a cambiar la muerte por la alegría”, “vamos a ponerle onda a este lugar”. Ponerle alegría a que? a las violaciones, a los asesinatos, a los niños torturados, a las madres pariendo en medio del horror? Hay miles de lugares para estar alegres, ¿porque me buscaron a mi que soy el infierno mismo?. Hubiera querido gritarles.

Quiero permanecer entero, como fui, para meditación y respeto, para que ahora y mucho tiempo después los que me vean mediten sobre lo que es capaz de hacer el ser humano, para que me reconozcan los testigos, para que al verme se avergüencen los gobernantes, los jueces, los obispos y periodistas y todos aquellos que permitieron que el terror se paseara frente a sus narices sin hacer nada.

Por eso, ahora que me enteré que protegen a los testigos, les pido por favor, no quiero ser otra cosa, quiero ser la memoria, cuidenme, no dejen que me destruyan…………………aún mas.

José SI “El Pozo” “La Fabela”

Por Hugo Papalardo
Sobreviviente del Servicio de Informaciones

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