
EDUARDO REQUENA.
Amor por las palabras
Las chicas y los chicos de la escuela que recuerda al maestro desaparecido durante la dictadura militar, mostraron sus producciones artísticas e intercambiaron experiencias con escritores y poetas. Invitada a uno de los talleres, la autora de esta nota cuenta su visita al lugar, donde antes que pibes choros, encontró cientos de chicos trajinando por la paz
Por Mónica Ambort (*)
Seis o siete chiquilinas de primer año escapadas de las aulas, recorrían pasillos en busca de autógrafos. "Si uno tiene algo que decir, debe decirlo", respondió asustada una de ellas cuando le pregunté por los atractivos del encuentro cultural que la escuela había organizado. "A algunos chicos les gusta la poesía, y al escuchar escritores, aprenden cómo hacerla", agregó atropelladamente otra, mitad nena, mitad flogger… algo de emo…
Amén de su interés por las firmas famosas, el grupete tenía en claro el valor de la actividad. Se trata del Tercer Encuentro Requena Cultural del IPEM 207 de barrio Ituzaingó, que durante todo un día -el viernes 17- congregó a una treintena de escritores, periodistas, poetas… gente de palabras… Sergio Aguirre, Graciela Bialet, Cristina Loza y Dante Leguizamón, Irma Droz, Elbis Gilardi, Eva Torres, Manuel Torres (de Santa Cruz), y Carlos Cezorla, de Berisso, entre otros. La misión, contarle al estudiantado lo que hacen y aportar a su formación lectora, circunstancia para la cual los chicos y las chicas se habían preparado incursionando en la obra de los visitantes, y organizado su batería de preguntas.
En cada aula, un taller, y en los pasillos y otros espacios comunes, una muestra de producciones artísticas, por ejemplo, decenas de variadísimos calzados en cartapesta, simpáticos, coloridos, formales o loquísimos. Botín, sueco, chatita, borceguí… Stock para una larga, inacabable caminata. Y esa biografía de Eduardo Requena, que los pibes escribieron cual un rito. Para que el nombre de la escuela sea siempre más que un nombre. Que de promoción en promoción, todos sepan que la escuela tiene el nombre de un profesor secuestrado en un bar de Córdoba durante la dictadura genocida del 76, y desaparecido en el campo de concentración La Perla.
"¿Cómo hizo para vivir después de eso?", le pregunta a Roberto el Negro Schiavoni, uno de los pibes de cuarto en el aula donde se habla de aquella época. El pibe quiere saber cómo hizo el Negro Schiavoni para sobrellevar el secuestro de su amigo. Estaban juntos, el día en que al docente lo levantaron del café Miracles.
Sobreponiéndose apenas a las lágrimas, Schiavoni ha leído en el taller, una carta que escribió a Eduardo Requena. Allí recuerda los tiempos de militancia compartidos. Le cuenta cuánto se lo extraña.
Con el mismo entusiasmo de sus preguntas, que no interrumpirían, si el tiempo fuera eterno, los chicos y las chicas reciben en la puerta (en realidad, reciben unas cuadras antes), acompañan si estás perdido, guían, preparan su vestuario para salir a escena, mueven telones, grandes escenografías. Una parafernalia de arte que prepararon durante días.
Entre escritores estrellas y escritores ignotos, chicos y docentes trajinan concentrados, cada uno en su responsabilidad. "Todo el año preparando esto. Es muy importante para la comunidad. Y lo que sigue cuando se termina. Los chicos quedan muy movilizados", dice la profesora de lengua Silvia Buffa, factótum del Cultural.
"Tenga cuidado que le van a robar todo", me había advertido unas cuadras antes un kioskero al que medio extraviada en la avenida Sabattini, pedí orientación. Temerosa de las consecuencias que podría acarrearme desoír la sabiduría callejera, me aseguré cuanto pude. Como quien va a un campo de batalla. Pero ni un tiro, ni una cara acechante, ni un arrebato, nadie que me amenazara… En algunas esquinas, unas doñas dedicadas al cotilleo de vecinas. Algunos autos, el sol imponiéndose veloz a las nueve de la mañana… Llegué a la puerta del Requena sin peligro a la vista.
Debía participar del taller sobre derechos humanos. El mismo de Schiavoni. Me invitaron para que les hablara de mi trabajo periodístico Los chicos del Belgrano. Del Centro de Estudiantes al campo de concentración. Pero comencé con el kioskero.
"En eso sigue vigente la dictadura militar. En vez de estar en la escuela como ustedes, miles de chicos argentinos están pensando en robar". Y en la agenda informativa, sigue vigente, les agrego. ¿Sabría el señor del kiosco que en la escuela de barrio Ituzaingó se hacía un encuentro cultural?
Silvia Buffa lo intentó, pero no tuvo éxito. "Invité a todos los medios. A muchísimos periodistas", me dice resignada. Aunque al barrio se lo conoce bien, el Tercer Encuentro Requena Cultural del IPEM 207 no es noticia.
"Vengo a cada rato a cubrir un hecho policial", me cuenta muy sorprendido Dante Leguizamón. Lo sorprende la movida de la escuela, donde participó de un taller sobre el libro del violador serial que escribió con Claudio Gleser. Los pibes del Requena han leído profundamente La marca de la bestia, y así fueron sus preguntas, descubre conmovido el periodista Leguizamón.
En Desempañando cristales de Laura Giubergia, primer premio del último concurso de periodismo Rodolfo Walsh, unos chiquilines de cuarto y quinto grado de la escuela de Villa Urquiza lamentan el estigma de vivir donde viven. Un barrio identificado por quienes viven en otro lado, por "la droga y la delincuencia". ¿Qué sentirán en barrio Ituzaingó?
Antes que en eso, las maestras que fogonearon el nombre de Eduardo Requena para bautizar el IPEM, pensaban en las historias de lucha del lugar. "Creció cerca de las fábricas. Es un barrio de trabajadores", contaban Beatriz Mirada y Nelly Colochini, mientras desayunábamos (vituallas exquisitas, preparadas por los padres de la cooperativa). Ambas fueron directoras del IPEM.
El nombre del docente desaparecido se impuso casi por unanimidad en la votación (33 votos contra 1), durante el gobierno de Eduardo Angeloz, cuando el miedo heredado de la dictadura todavía estaba muy instalado en la sociedad.
"Yo misma tenía temor a veces. Pero esta escuela, que luchó primero para que la fundaran, después para tener su edificio propio y finalmente por la orientación en ciencias sociales, que luchó siempre, debía llevar el nombre de un luchador social", dice Mirada. Las directoras hablan con orgullo… Se han jubilado, pero no se pierden los Requena.
Nelly Colochini se acuerda muy bien del profesor desaparecido. Primero fue su alumna, en Bell Ville, en un instituto donde Eduardo Requena daba clases de historia. Y más tarde trabajaron juntos.
"Él quería que la educación fuera para todos", dice al evocarlo. Requena estuvo entre los fundadores de la Central de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), y fue un militante gremial de agallas. Su compañera, Soledad García, dirigente de la Unión de Educadores de la Provincia (UEPC) está con las ex directoras. También participa de todos los Requena.
"Cada vez que lo recuerdo, me quiebro. Ya estoy viejo para esto", cuenta, casi confiesa, Roberto Schiavoni cuando termina de leer la carta que escribió para su antiguo compañero. Ahí estuvo, sin embargo. En otro Requena Cultural. Donde los chicos y las chicas de barrio Ituzaingó se tutean con escritores y poetas; preguntan, muestran lo suyo, guiados por la idea de que el arte es una manera de contribuir a la paz. Donde reivindican el valor de la palabra. Donde Eduardo Requena vive.
(*) Directora de la revista umbrales del Cispren
(Fuente:rdendh-Prensared).
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