Imagen: Leonardo Garcia
La combi que sale a las nueve de la mañana desde la plaza de Adrogué traslada quince pasajeros hasta Buenos Aires. El camino es el mismo de siempre. Va por la avenida Hipólito Yrigoyen, cruza el Puente Pueyrredón, sobre el Riachuelo, desemboca en la 9 de Julio y apenas pasa el Obelisco se detiene en el cine Metro, la última parada. Esteban, el chofer, piensa que marzo es un buen mes. Le gusta manejar transportando gente. Entre los pasajeros viajan un director de cine porno que ese día va a hacer un casting para su próxima película, una mujer maga que tiene su oficina de contrataciones sobre la avenida Corrientes, un antropólogo del Equipo Argentino de Antropología Forense, una peruana que limpia casas de familia, un vendedor de zapatos que se destaca por su mal humor, una mujer que se gana la vida bañando personas a domicilio y otra que escribe horóscopos para una revista semanal. También viajan un polaco que busca a su hermano hasta en los programas de televisión, una muchacha que trabaja en una casa de blanco y tiene la cara llena de pústulas y pozos, un jubilado que está insomne desde hace meses, una mujer japonesa que donó parte de sus horas a un banco de lectura y va a leerles a quienes no pueden hacerlo, un doble de riesgo y un adolescente que pasa horas caminando por los pasillos del cementerio. Ese día, 26 de marzo de 2006, se cumplen tres años y nueve meses de los asesinatos de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán a manos de la policía. El movimiento piquetero cortará el Puente Pueyrredón y marchará hasta la estación de Avellaneda. En Combi (Emecé), la nueva novela de Angela Pradelli, la escritora cruza las historias de estos personajes, en un escenario cotidiano, doméstico, íntimo, donde todos comparten al menos una hora de viaje, y explora cómo resuena el trasfondo de la amenaza piquetera en cada pasajero.
Pradelli, que suele tomar la misma combi en la que ambientó su novela para viajar desde Turdera, donde vive, hasta Buenos Aires, capta con notable pulso esa atmósfera de sutil complicidad que se genera entre los pasajeros. Pero también entrena el oído para escuchar traducciones del típico “no te metás” argentino, capas geológicas de una insensibilidad que sorprende cuando la lupa de su mirada se posa sobre seres que están tan próximos, social y económicamente, a esos piqueteros tan temidos. “Qué tanto homenaje y homenaje, la vida sigue y la gente lo que quiere es viajar en paz y vivir tranquila –dice la dueña de la agencia de la combi, preocupada porque los días de piquete la recaudación baja–. Qué país éste, los muertos joden tanto como los vivos.”
La escritora y docente cuenta que los personajes de Combi son normales en apariencia, pero muy frágiles y raros. “Si uno se pone a escarbar, siempre encontrás una rareza que te sorprende en cualquiera, una fragilidad inimaginable, un punto de quiebre, como América, que estuvo presa por haber matado al abusador de su hija –señala Pradelli–. Me interesaba probar la experiencia de que a la combi subiera un personaje de cada una de mis novelas anteriores: Nacho, el pibe que camina por el cementerio, es un personaje en Turdera; el polaco Josef es el vecino borracho de El lugar del padre, y Olga, la mujer que se gana la vida bañando personas a domicilio, es de Amigas mías.” En la novela permanentemente se cruzan la realidad y la ficción, el afuera –lo social y político– y el adentro de la combi, los partes meteorológicos de ese 26 de marzo de 2006, que se escuchan en la radio, con los horóscopos truchos que escribe la redactora de la revista semanal.
Algunos de los personajes están inspirados en personas que la escritora entrevistó. “Mucha gente que viajaba conmigo en la combi me pidió ser personaje, o me decía ‘yo tengo una historia muy potente para contarte’ –recuerda la escritora–. Hay una creencia de que la historia propia es para ser contada y escrita, y eso también me sorprendió.” Cuando entrevistó al director de cine porno, lo primero que le aclaró Pradelli es que no iba a poner su nombre y apellido en la novela, para darle la tranquilidad de que hablara libremente. “Sin embargo, me pedía aparecer con su nombre, y cuando supo que no iba a ser así, se decepcionó. El único nombre que no quise y no pude cambiar fue el del fotógrafo Pepe Mateos, porque gracias a sus fotos se pudo comprobar la participación de la Policía Bonaerense en los crímenes de Kosteki y Santillán.”
Sobre las reacciones de los personajes ante la inminencia del corte, Pradelli subraya que prevalecen los intereses personales. “La misma gente que dos segundos antes te habló de los derechos humanos, de la defensa de la dignidad del pueblo, cuando llega al Puente Pueyrredón y está cortado para que se encuentren a los verdaderos responsables políticos de la masacre, la misma gente dice las cosas más atroces que uno puede escuchar. En algún punto siento que prevalecen los interese personales; me parece que se ejercita poco el ponerse en el lugar del otro, cuando el lugar del otro está muy cerca de ser tu lugar. Pero ellos se sienten alejadísimos de esa situación”, plantea la escritora.
–¿Por qué se sienten tan alejados? ¿Será que la clase media suele tener aversión a parecerse a un trabajador pobre y prefiere mirar más arriba de su condición social?
–Si es así, sería terrible. Participé en muchas marchas docentes, y estábamos en la misma situación que los piqueteros, pero ante un corte de ruta, de puente o de lo que fuere, esas mismas personas que estuvieron conmigo en la marcha docente se sentían alejadísimas de quienes estaban reclamando por sus derechos. Veían a los piqueteros como una amenaza. Por supuesto que nadie quiere llegar tarde a su trabajo y perder el presentismo, pero el corte del Puente Pueyrredón fue por una masacre. Hay marchas más prestigiosas que otras, como vimos recientemente con los reclamos del campo. No puedo olvidar esa foto terrible que publicaron en PáginaI12 de una empleada doméstica que golpeaba la cacerola al lado de la dueña, porque eso era una dueña. En cambio, las marchas de los piqueteros siempre están mal vistas.
–La masacre del Puente Pueyrredón parece muy olvidada, incluso algunos de los personajes que suben a la combi no saben muy bien el porqué del corte, dos años después del asesinato de Kosteki y Santillán...
–En la novela, los más jóvenes son indiferentes y no saben lo que está pasando. Lo cual es bien preocupante porque son los más cercanos en edad a Kosteki y Santillán. Todo es político, los laburos que tenemos, enseñar es un acto político, escribir periodismo es un acto político... Sin embargo hay una postura deliberada de alejarse de todo lo que implique un compromiso. A mí me sorprende ese olvido de la masacre. Quizás haya cierta anestesia social generalizada, cierto adormecimiento respecto de lo que está pasando o de hechos recientes muy propia de los argentinos.
(Fuente:Pagina12-Cultura-Silvina Friera).
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