Por Patricio Rice.
Con el pasar de los años, la figura de Enrique Angelelli se agiganta cada vez más tanto por su forma sabia de entender el mensaje de Jesús como por su personalidad bondadosa.
Como otros curas “tercermundistas”, lo conocí en el amplio comedor del obispado de La Rioja a fines de 1972. Muchos colegas habían encontrado refugio allí después de haber sido echados de sus respectivas diócesis. Angelelli recibía a todos con los brazos abiertos. Éramos más de veinte comensales y apenas se terminó un plato, el obispo se levantaba para servir el otro y asegurar que cada uno que tenía su vaso de vino. ¡Nada de gaseosa sino un buen vino riojano!
Seguía una animada sobremesa con chistes políticos, y anécdotas de las intrigas eclesiales. Su buen humor y risas al contar las novedades del flamante gobernador Carlos Menem contagiaban a todos. ¡Estaba en su salsa! Mi amigo y compatriota Antonito Gill tuvo entonces un reclamo para amenizar el ambiente con un canto. No podía negarle porque había causado más de un dolor de cabeza al obispo, por haber estado detenido recientemente acusado de tener material subversivo en su parroquia. Me pidió ayuda y los dos cantamos unas estrofas de homenaje a los luchadores republicanos irlandeses. ¡Monseñor Angelelli fue tan bueno que aplaudió nuestro performance!
Yo integraba entonces la Fraternidad “Carlos de Foucauld” que se había establecido en la pequeñísima localidad serrana de Suriyaco, casi 80 kilómetros de la ciudad capital. Este movimiento católico de espiritualidad comprometida con la liberación, fue liderada por el teólogo italiano Arturo Paoli quien tenía mucha amistad con el “Pelado” Angelelli. El obispo era nuestro padre no solo porque cuando llegaba a la comunidad, atravesando un río cercano, traía siempre fiambres, queso, vino y una lata grande de batata, que apenas duraba unas horas, sino porque era nuestro prócer al haber profetizado que esta comunidad “de desierto” sería importante en el futuro para Argentina y Latinoamérica.
Éramos de varias nacionalidades (franceses, italianos, mexicanos, uruguayos, argentinos y un hermano vietnamita) dedicados a la acogida, el estudio, y la oración en la mejor tradición monástica contemplativa. Los militares rápidamente concluyeron que tales actividades encerraban peligros para la seguridad nacional del país y la Policía Federal asignó un destacamento especial para vigilarnos en plena cordillera riojana.
El proyecto, sin embargo, fue importante para el “Pelado” porque era un teólogo pensante y crítico. Sus conversaciones en Suriyaco sobre el Evangelio con Arturo Paoli se nutrían con aportes de Heidegger, Gramsci, Freud, Bergman y Pasolini. Luego como un autentico poeta popular el obispo ponía su otro oído en el pueblo, y así llegaba a plasmar sus homilías, sus programas y labores pastorales con un real sabor popular.
Este hombre humilde sentía con pasión la miseria de sus hermanos y hermanas en carne propia y se comprometía con los pobres. Peleaba a fondo, cuando necesario, contra los grandes terratenientes como los Menem, tanto que durante un grave conflicto de tierras llegó a poner toda una zona rural bajo interdicto eclesiástico que es algo así como una veda litúrgica. El Vaticano pegó el grito al cielo y la presión sobre el obispo se hizo tremenda. Se tuvo que cerrar Suriyaco y el padre Arturo Paoli no pudo volver más por las amenazas recibidas.
El obispo Zaspe de Santa Fe, autorizado por Paulo VI, intentó una defensa del obispo riojano pero la alianza del Estado con la alta jerarquía eclesiástica no se hizo esperar, y el dictamen de la dictadura militar fue: ¡”Satangelelli”! (Satanás – Angelelli apodo despectivo usado en el diario riojano “El Sol”)
Finalmente la dictadura comenzó a dar sus golpes mortíferos en julio de 1976 con los asesinatos de dos curas y un laico. El 4 de agosto en la ruta cerca de Chamical los militares finalmente acabaron con él, y los obispos argentinos no protestaron nunca el asesinato. Prefirieron creer en la versión oficial de un accidente automovilístico. Fue tan conspirativa esa actitud episcopal que Pedro Casaldaliga, Obispo de Sao Felix , Brasil llegó a referir al obispo riojano como el “mártir prohibido” de América Latina.
En resumen, Enrique Angelelli fue un obispo “humano y sencillo” que se entregó en servicio al pueblo y al Evangelio. El “credo nicaragüense” atribuye estas cualidades a Jesús pero sabemos que no pocas veces en la historia se paga hasta con la vida semejante “pecado”. Por eso, aunque este crimen horrendo nos entristece todavía y seguimos esperando justicia, celebramos la memoria del “Pelado” Angelelli con alegría y esperanza. ¡Nos dio una extraordinaria lección de vida!
(*) Patricio Rices es miembro de la Fraternidad Laica Carlos de Foucauld.
(Fuente:Rdendh).
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