Por Juan Francisco Coloane
Mientras las naciones elevan sus capacidades bélicas mediante mayores inversiones en armamentos, las relaciones internacionales se presentan como el espacio de los mitos más pedestres, mitad verdad mitad mentira. Lo que se dice y se ve no siempre es.
Las verdaderas relaciones entre las naciones, más que secretos entre Estados, que bien podría ser algo plausible y previsible con códigos y límites forjados a fuego, son secretos de sistemas políticos cuyos liderazgos no siempre reflejan estabilidad y autoridad.
Por la esencia de esa naturaleza mitad verdad, mitad mentira, las relaciones internacionales están expuestas al factor imprevisto, y más allá de la coordenada básica de proteger estado y soberanía estarán con frecuencia sometidas a una falta de continuidad. Esto independiente del estado que sea y es algo que la globalización no ha podido modificar.
¿Para qué se arman las naciones si debería existir un esquema, o un consenso para la integración y cooperación internacional, en un marco de relaciones y no de confrontaciones?
Son preguntas legítimas desde un inocente transeúnte hasta un niño en conciencia precoz. Sin embargo pueden fácilmente desecharse como inquietudes ingenuas en la evaluación de los intereses estratégicos de las naciones.
Y ese es el problema mayor: cuáles son esos intereses estratégicos y quienes los determinan. Palpamos periódicamente que esa operación de cuáles son y quiénes los determinan está cada vez más alejada de la gente.
Por cierto esta operación nunca ha sido un ejercicio ciudadano, sino que responde a la caja negra de “la seguridad nacional”, una figura que podrá venir desde tiempos remotos cuando se protegían reinados y castas a costa de masacres masivas, pero que adquiere cuerpo incisivo en el circuito próximo de las personas en las dos últimas y únicas guerras definidas hasta el momento como mundiales.
Es así que el período post segunda guerra mundial, corresponde a un fragmento de la historia donde se establece en forma central la seguridad nacional como doctrina (y base estratégica) para la conservación de la integridad territorial de una nación. La doctrina ha servido al mismo tiempo como el instrumento que asegura las bases de la estructura social y económica.
Sobre esta base se sustenta el status quo, el elemento central de la conservación del sistema que consiste en proteger la nación respecto a la penetración de la idea comunista como una fuerza desestabilizadora. Esto se ha articulado siempre como una amenaza de carácter externa e internacional como que fuera el mismo fantasma que rondaba al que se refería Carlos Marx algo más de un siglo y medio atrás.
En el fondo, las relaciones internacionales han estado por todo ese tiempo profundamente influidas por las estrategias de la contención al comunismo. Este fenómeno se hace particularmente evidente en el período post Segunda Guerra Mundial, y su vigencia adquiere más fuerza aún después de la caída del sistema soviético.
El sistema multilateral representado por la ONU se transformó en ese período en un espacio de negociación para esa contención, de allí que con el fin de la bipolaridad, el organismo que promueve una comunidad de naciones se muestre a veces con el rumbo extraviado. El extremismo de algunas localidades islámicas, no ha alcanzado ni remotamente la compactación de la amenaza comunista que hacía funcionar al sistema de relaciones internacionales.
No en vano, las primeras palabras del secretario de defensa de los EEUU Donald Runsfeld, al caer la primera estatua de Saddam Hussein en la toma de Bagdad en abril 2003 señalaban “que la imagen de Hussein se agregaba al panteón de los tiranos como Lenin y Stalin”.
En su particular visión, ni siquiera Rumsfeld se acordó de Hitler, Suharto, Mobuto, los generales argentinos del 60 y 70, Pinochet, o los genocidas que han intentado exterminar al pueblo palestino.
Este énfasis en mantener los mismos esfuerzos de la guerra fría para contener al comunismo, se constata después de la invasión a Irak en emblemáticos medios occidentales como The New York Times, Le Nouvelle Observateur, El País, The Guardian, con una vigorosa producción de reportajes periódicos sobre los crímenes de Stalin, Mao, y últimamente con una ofensiva para contrarrestar la influencia del Che. Había que esconder la nueva aberración occidental en el Asia occidental con la anterior disputa.
Es decir, a más de una década de haber decretado EEUU arbitrariamente el fin de la guerra fría en 1991, la idea de la contención al comunismo era el foco ideológico de la operación. Que Saddam Hussein haya formado parte privilegiada del circuito antisoviético de la Alianza Occidental, y no tuviera nada que ver con el comunismo se omitía.
En el peso específico en el tiempo, por antigüedad, y por los resultados hasta hoy, en la absurda competencia de evaluar tiranías, frente a los escasos experimentos comunistas, el capitalismo tiene claramente la delantera en el daño genérico al ser humano. Tiene toda la razón Vladimir Putin, no necesariamente reconvertido en comunista, en reclamar al mundo que la URSS jugó un papel vital en el empeño de contener el fascismo y el nazismo en la Segunda Guerra Mundial.
Se infería muy directamente que José Stalin al final no era tan pernicioso como se le continúa pintando. Y hay algo más. Una vez colapsado el sistema soviético, cuando Boris Yeltsin asume el poder, en las repúblicas asociadas al concepto de “unión soviética”, se corta los circuitos de producción, se suspenden las líneas de abastecimiento, se interrumpe el flujo económico del sistema de producción más básico. En suma, se produce el desplome del cual no se han vuelto a recuperar esas repúblicas causando una diáspora tan dramática como la que provocó la llegada del bolchevismo.
Con una gran dosis de sagacidad y oportunismo, las potencias occidentales han confinado a las relaciones internacionales a convertirse finalmente en un instrumento propio de la naturaleza capitalista de las naciones, descartando de la partida la coexistencia de dos o más sistemas de organización social.
Este es el punto central del mito de las relaciones internacionales: concibe un mundo capitalista solamente, de allí que predomine el exceso de protección del sistema por el expediente de las armas y la beligerancia.
Con la última crisis económica expandida al sistema político, las convicciones básicas del capitalismo se han visto avasalladas por una desconfianza generalizada. En un sistema que no se cree a sí mismo, las relaciones internacionales tienen razón de ser en el plano de la inestabilidad de las naciones, con las más fuertes dispuestas a dar el zarpazo. De allí la carrera armamentista en todas las naciones: bajo un clima de inestabilidad, la mejor receta son ejércitos fuertes. Cómo lo sabía el nazismo alemán de la década del 30.
Las relaciones internacionales y algunos mitos (Parte II y final )
Por Juan Francisco Coloane
Las relaciones internacionales han estado profundamente influidas por las estrategias de la contención al comunismo.
La idea de mantener vigente la batalla contra el comunismo internacional ha sido económicamente rentable y políticamente eficaz para las elites del poder en los países de mayor gravitación en el capitalismo.
Esto ocurre precisamente para amortiguar las profundas falencias del sistema que ha predominado, y que ha creado el mito de las relaciones internacionales.
De alguna forma, todas las naciones se han comprometido con el mismo juego, cual más cual menos de contener el comunismo como si fuera realmente una fuerza internacional que infiltra y penetra desde el exterior.
Durante la confrontación bipolar se fomentaban relaciones para el alineamiento con uno u otro bando formando dos alianzas contrapuestas. Y a pesar de la ausencia de los dos bandos (EX URSS –EEUU), ese clima no se ha discontinuado, fundamentalmente porque la Alianza Occidental contra el comunismo o la insurrección marxista persiste en formar un bloque.
Por descarte, el que no se asocia claramente con este bloque forma parte del “otro” aunque no exista. En cierto sentido la bipolaridad se mantiene con otro formato y ese es el otro de los mitos en las relaciones internacionales.
La carrera armamentista que se experimenta con más visibilidad pública en estos últimos años responde a esa tendencia de blindarse de la insurrección marxista y los populismos de izquierda que supuestamente se expanden en forma internacional.
Es interesante acercarse a la utilísima información que provee el Strategic Studies Institute del War College, una institución bajo el alero del Pentágono. En esta fuente se podrá encontrar un recorrido analítico ilustrativo de la política de protegerse de la idea comunista o marxista que se nutre en las debilidades del capitalismo, es decir pobreza, desigualdades, sistemas políticos y estados fallidos.
Sin embargo, esta orientación de hacer funcionar las relaciones internacionales en torno a la batalla contra el comunismo, la insurrección marxista, los populismos de izquierda, comienza a experimentar fatiga.
No solamente por la explosión del extremismo islámico patrocinado anticipadamente por EEUU para expulsar al ejército soviético de Afganistán en 1989, sino porque en forma creciente, las relaciones internacionales de última generación y los patrones de análisis están en proceso de reformulación.
En cierto sentido el mito de las relaciones internacionales concebido demagógicamente como espacios de integración entre países y regiones está siendo reconocido, y se constata a través de las “otras guerras” que se desarrollan en el plano del comercio, los recursos energéticos, el control de enclaves estratégicos entre otras situaciones.
Lo que se observa es un espacio de negociación para las relaciones internacionales altamente fragmentado, disperso, con proliferación institucional y tendencia a la relación bilateral, en desmedro de la centralidad que aunaba la estructura multilateral de Naciones Unidas.
Está claro que el mundo se complejizó significativamente desde que se creó el organismo más de 60 años atrás. Con todo, la fragmentación institucional actual, la tendencia al armamentismo, confirma la percepción de que las relaciones internacionales como concepto, si bien ya no puede continuar siendo el mito demagógico alimentado por la confrontación bipolar, todavía no alcanza a formar un espacio político de unicidad conceptual con un común denominador mínimo para conceptualizar y en última instancia negociar.
El actual desorden es el costo de una paz falsa. Se está en presencia de una situación pre Segunda Guerra Mundial: Los países primero se arman y después piensan en relacionarse. La simultaneidad en este ejercicio está desequilibrada a favor de protegerse con violencia, no con la negociación inteligente.
No obstante, bajo el espectro del armamentismo, se observa un creciente reacomodo de fuerzas entre los países de las diferentes regiones del globo formando alianzas nuevas para ganar cuotas de maniobra en las negociaciones. Es una faceta emergente en un mundo donde ni los actores principales, ni las aspiraciones fundamentales en las negociaciones del futuro parecen ser claras.
La compleja relación entre los principales actores del poder internacional representados por EEUU, el Japón, la Comunidad Europea, Rusia, China e India, reflejan la realidad de un planeta cuyo nuevo orden no ha sido posible construirlo exclusivamente desde la perspectiva económica. Existe tanto un problema político y un problema cultural.
Algunos hechos como la invasión a Irak de marzo de 2003 y fenómenos desestabilizadores de carácter internacional como las desigualdades en la distribución y el manejo de la riqueza, el terrorismo, el narcotráfico, la proliferación de armas de destrucción masiva, los conflictos sobre patrimonios geoestratégicos, y las reivindicaciones étnicas, llevan consigo el sello de una constante presión respecto a los grados de autonomía que la gente exige y la de sus libertades públicas. Este es un problema cultural universal.
Aunque las teorías basadas en los equilibrios de poder, y el establecer un derecho internacional aún forman la base de principios y criterios usados por las naciones, sin embargo, tanto las intervenciones ocurridas en Irak 2003, Afganistán 2002, en el Medio Oriente, así como las tensiones gestadas en torno a Siria, e Irán, conducen a pensar que podríamos estar en presencia de un recambio en aquellas concepciones más básicas, cuyo impacto es mucho mayor de lo que podríamos haber imaginado hace una década.
Se constata que el “nuevo orden mundial” pronosticado a partir del colapso soviético, ha sido esquivo. El apresuramiento para decretar ese nuevo orden mundial, ha quedado en evidencia. Temporalmente, ese colapso político y económico, ha precipitado muchas conclusiones que han delineado la creencia de que una vez colapsado el comunismo soviético, se abría en el mundo una abundancia de posibilidades ciertas y próximas, para ordenar la convivencia entre las naciones y dentro de cada nación.
Con toda la libertad a su disposición el resultado bajo el comando del bando vencedor es deplorable. Es útil señalar que ese colapso todavía no cumple dos décadas, tiempo insuficiente para explicar sustantivamente sus múltiples causas y menos suficiente aún para articular una definición de sus múltiples efectos.
El reduccionismo en el análisis basado en el conflicto entre sistema capitalista y comunismo, ha impregnado el espectro analítico de las relaciones internacionales contemporáneas. Estas son un mito al estar centradas en un objetivo común de la desestabilización externa.
De allí que la carrera armamentista no se detuvo a pesar de estos últimos 20 años de “Nuevo Orden”. Más aún, las relaciones internacionales son todavía más dependientes del soporte bélico en oposición a una idea de integración y cooperación.
Si bien la bipolaridad redujo en exceso el análisis, la reducción en el análisis ocurre igualmente ahora con el ropaje de la amenaza multidimensional que no es más que otra forma de apuntar a la desestabilización de un solo sistema.
Insólitamente, amenazado por el mismo fantasma del comunismo internacional de siglo y medio atrás.
El viejo capitalismo siempre ha tratado de abortar la criatura del comunismo desde su gestación, mientras el problema de base no tiene remedio.
(Fuente:Argenpress).
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