Dos figuras clave que reconstruyeron la identidad de prisioneros de Galtieri
Los años pasan, la justicia llega
Alicia Gutiérrez y Cecilia Nazabal investigaron lo ocurrido en el centro clandestino de detención de la Quinta de Funes, y batallaron incansablemente ante la Justicia. Ayer, la diputada y la hermana de Cecilia brindaron sus testimonios.
Los años pasan, la justicia llega
Alicia Gutiérrez y Cecilia Nazabal investigaron lo ocurrido en el centro clandestino de detención de la Quinta de Funes, y batallaron incansablemente ante la Justicia. Ayer, la diputada y la hermana de Cecilia brindaron sus testimonios.
Gutiérrez dijo que su compañero Tonioli cayó en una cita.
Por Sonia Tessa
"Esperé 32 años para esto", dijo Eulalia Nazabal, la primera testigo que se sentó ayer frente al Tribunal Federal Oral número 2, presidido esta semana por Jorge Venegas Echagüe. La hermana de Cecilia -esposa de Fernando Dante Dussex, uno de los prisioneros de la Quinta de Funes que continúa desaparecido- relató con detalles las circunstancias que rodearon al secuestro de su cuñado, así como las siete cartas, varias comunicaciones telefónicas y tres encuentros que se produjeron mientras Dussex estaba secuestrado. "Lo vi por última vez en estado de libertad el 8 de agosto de 1977", dijo. También declaró ayer la diputada provincial Alicia Gutiérrez, compañera del también prisionero en la Quinta de Funes y aún desaparecido Eduardo Toniolli. Gutiérrez y Cecilia Nazabal investigaron lo ocurrido en ese centro clandestino de detención, y batallaron incansablemente ante la Justicia. Cecilia no pudo declarar, al menos por ahora, porque está internada en terapia intensiva. "Una pieza fundamental de esta causa, mi compañera y amiga, está luchando por su vida. Estas son las secuelas de la impunidad", dijo Gutiérrez con la voz quebrada.
Por Sonia Tessa
"Esperé 32 años para esto", dijo Eulalia Nazabal, la primera testigo que se sentó ayer frente al Tribunal Federal Oral número 2, presidido esta semana por Jorge Venegas Echagüe. La hermana de Cecilia -esposa de Fernando Dante Dussex, uno de los prisioneros de la Quinta de Funes que continúa desaparecido- relató con detalles las circunstancias que rodearon al secuestro de su cuñado, así como las siete cartas, varias comunicaciones telefónicas y tres encuentros que se produjeron mientras Dussex estaba secuestrado. "Lo vi por última vez en estado de libertad el 8 de agosto de 1977", dijo. También declaró ayer la diputada provincial Alicia Gutiérrez, compañera del también prisionero en la Quinta de Funes y aún desaparecido Eduardo Toniolli. Gutiérrez y Cecilia Nazabal investigaron lo ocurrido en ese centro clandestino de detención, y batallaron incansablemente ante la Justicia. Cecilia no pudo declarar, al menos por ahora, porque está internada en terapia intensiva. "Una pieza fundamental de esta causa, mi compañera y amiga, está luchando por su vida. Estas son las secuelas de la impunidad", dijo Gutiérrez con la voz quebrada.
La legisladora del Frente Progresista puntualizó los nombres de los 16 prisioneros de la Quinta de Funes, que pudieron confirmar gracias a un trabajo conjunto con Nazabal. Mencionó a Toniolli, Dussex, Ignacio Laluf, Marta Benassi, Marta María Forestello y Miguel Angel Tossetti como los primeros que el único sobreviviente de ese centro, Jaime Dri, reconoció en fotos. Relató que le enviaron muchas más imágenes a Dri a Panamá, y que él pudo determinar con seguridad quiénes pasaron por allí. Después de una primera tanda de fotografías, y como faltaban algunos nombres, convocaron a una reunión en Santa Fe a familiares de otros desaparecidos, y así pudieron reconstruir lo que denominó como un "rompecabezas". Supieron que en la Quinta habían estado también Teresa Soria, Ana María Gurmendi y Oscar Capella, Liliana Nahz de Bruzzone, María Adela Reina Lloveras y Jorge Novillo. Sólo les faltó conseguir una foto de Fernando Agüero, alias Pipa, a quien ninguna de las dos conocía. Después también mencionó que estuvieron Raquel Negro, Tucho Valenzuela y Héctor Retamar.
Toniolli. Gutiérrez destinó la primera parte de su declaración a relatar quién era su compañero Eduardo Toniolli. "El pospuso sus deseos personales por un proyecto político de país", afirmó. Explicó que en agosto de 1976 fueron trasladados a Córdoba, donde la represión ilegal había diezmado a la organización política en la que militaban. El 9 de febrero de 1977, su compañero fue secuestrado en una cita a la que ella debía concurrir pero a la que no fue porque estaba muy descompuesta, con un embarazo de ocho meses. Toniolli fue llevado a La Perla, el centro clandestino de detención de Córdoba, donde hay testigos del martirio que sufrió. Según los compañeros de cautiverio en Córdoba, el joven -de sólo 21 años- fue trasladado en más de una oportunidad a Santa Fe. La última vez que lo vieron en La Perla fue el 24 de septiembre de 1977. Mañana declararán en el juicio María Teresa Meschiatti y Héctor Kunzman, dos sobrevivientes de ese campo de concentración que estuvieron con Toniolli.
En la Perla, Toniolli mencionó un lugar de Santa Fe en el que había entre 90 y 120 detenidos, y donde se podía jugar al fútbol. Por las fechas, Gutiérrez estima que ese centro clandestino era, en realidad, La Calamita, y que su compañero estuvo allí antes de ser llevado a la Quinta de Funes, que funcionó entre septiembre de 1977 y enero de 1978.
Con enorme emoción, Gutiérrez contó las incansables gestiones que realizaron los padres de Toniolli, Fidel (ya fallecido) y Matilde, que ayer estaba sentada en la primera fila del público, con su pañuelo blanco. Además de presentar numerosos hábeas corpus, entrevistarse con autoridades militares y eclesiásticas y concurrir a todos los lugares donde pudiera haber detenidos, los Toniolli recurrieron al teniente coronel Braulio Olea, que era primo de Fidel. Jamás obtuvieron respuestas sobre la situación de Eduardo. Gutiérrez estuvo escondida en distintos lugares del país hasta febrero de 1981, cuando logró salir para refugiarse primero en Brasil y luego en Francia.
Antes de terminar, Gutiérrez expresó: "Estos 32 años mi familia esperó que se hiciera justicia y verle la cara a los asesinos de Eduardo. Muchos de ellos murieron, como Galtieri, Juvenal Pozzi y Jáuregui. Otros nos cruzaban a diario, y a pesar de sus burlas, nunca se nos ocurrió hacer justicia por mano propia".
Dussex. El primer relato fue el de Eulalia Nazabal, quien detalló lo ocurrido el 8 de agosto de 1977, cuando desayunaron con su hermana Cecilia, Fernando Dussex y el bebé de 45 días, en el departamento de calle Pellegrini en el que ella vivía. Esa misma noche, ante la evidencia de que "algo grave" había pasado con su compañero, Cecilia decidió esconderse y luego viajó a Buenos Aires. Desde entonces, hasta el 10 de marzo de 1978, Eulalia recibió distintas comunicaciones de Fernando. La primera carta decía: "Creerás que estoy muerto. Me salvé por un pelo a pesar de haber tomado la pastilla. No te imaginás quién está conmigo". Menciona a Luci, Marga, Ignacio (Jorge Novillo) y el cabezón Angel. También hubo llamadas telefónicas al sanatorio Palace, donde Eulalia trabajaba. Esas charlas aparentaban ser "triviales y banales", pero le permitían a Dussex saber si la familia estaba bien.
El 19 de diciembre, Dussex citó a Eulalia en el sanatorio de Niños. El le aclaró que ese encuentro no estaba autorizado. Estaba tostado, y no le dio detalles de donde estaba, pero aseguró que se encontraba bien. Estaba esperanzado en salir. "Por seguridad no puedo decirte más nada", le indicó. El siguiente encuentro fue en Mitre y Córdoba, el 30 de diciembre de 1977, adonde Eulalia concurrió con su sobrino de meses, para que el padre pudiera verlo. "Había algunas cosas que daban a entender que era el Ejército el responsable de su secuestro", rememoró ayer Eulalia. En uno de los encuentros, ella le mencionó a su cuñado que los padres de él se comunicaba con Teté (Nicolás Correa), un familiar de la SIDE de Santa Fe, quien negaba saber algo de él. "Que no sea hijo de puta porque a mí me ve", le contestó el prisionero. También Dussex pudo encontrarse con su compañera, Cecilia, el 7 de febrero de 1978, en una reunión que su hermana calificó como "tensa". La última vez que Eulalia vio a Dussex fue el 10 de marzo de 1978, en su propia casa. "Tuve la intuición de que no lo iba a ver más", dijo la testigo sobre ese momento. Y así fue.
(Fuente:Rosario12).
IDENTIFICADO POR TESTIGO
La voz de Perizzotti
Por Juan Carlos Tizziani
La pregunta rompió el silencio de la sala del juicio a los represores santafesinos. El abogado defensor quería saber si en estos 30 años en alguna declaración anterior ya habían apuntado a su cliente como el responsable del traslado de diez ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), desde un centro clandestino conocido como "La Casita" hasta la cárcel militar que operó en la Guardia de Infantería Reforzada. Y la respuesta fue precisa: "Sí, esa persona era el comisario (Juan Calixto) Perizzotti", contestó Silvia Abdolatif. Cuatro de esas diez mujeres ya dijeron ante los jueces del Tribunal Oral Federal que escucharon la voz de Perizzotti en el chupadero.
Silvia tenía 20 años cuando fue secuestrada el 23 de marzo de 1977. Tenía un bebé de 9 meses. El grupo de tareas rodeó y asaltó su casa. Ella resistió desprenderse de su pequeño. Pero uno de los represores sacó un arma y apuntó en la cabeza del bebé: "Te callás y venís con nosotros o ya sabés lo que va a pasar", la amenazó.
En la puerta esperaba un Peugeot 504 blanco. La empujaron en el asiento de atrás, y el vehículo avanzó hacia el sur por la avenida López y Planes. Uno de los que iba al lado, le dijo: "Turquita, a mi me dicen Turco como a vos". El mismo apodo y la misma referencia la volvió a escuchar después en el centro clandestino. "Turco" o "Lolo" era los nombres de guerra que usaba el sargento primero del Ejército retirado, Eleodoro Jorge Hauque, ya fallecido.
Abdolatif cree que el Peugeot la llevó hasta el parque Garay, donde esperaba un camión con cabina metálica cerrada. "Estoy casi segura que estaba estacionado atrás del parque porque ese es mi barrio desde los 8 años". La subieron al vehículo y esperaron que llegaran otros vehículos que traían las otras mujeres. Todas encapuchadas y con las manos atadas a la espalda.
Ya en el centro clandestino, paralizada por el terror, uno de los represores le susurrió al oído. "Quedate tranquila. Si te hacen daño pedí por mi. Yo acá soy El Rey", le dijo. Con el tiempo se daría cuenta de la perversión de los interrogatorios y los roles de buenos y malos que asumían los torturadores. Unos meses después, en la GIR, Anatilde Bugna -otra de las víctimas que declaró en el juicio- le dijo que "El Rey" era Eduardo Ramos porque había sido su compañero de la escuela primaria.
Después de las sesiones de torturas en "La Casita", donde la obligaron una declaración, una noche la sobresaltaron los preparativos y las voces fuertes. Uno de ellos la amenaza: "Turquita, acá tenés tus documentos le dice , así van a saber quién sos cuando te matemos". Escucha que otra persona se acerca y pregunta: "¿Estas son? ¿Las llevo?". La voz del hombre le quedó grabada en la memoria y lo pudo identificar cuando la destabicaron en la GIR. "Era Perizzotti", dijo.
La sacaron del centro clandestino en un auto y en el camino la bajaron para subirla a un camión. En el trasbordo, la detienen y la hacen arrodillar. "Ahora, empezá a rezar". Ella empezó que la mataban. Y ahí escucho la voz de mujer que se acerca y le dijo: "Vení, Flaquita, vení por acá". "Esa era Aebi", a quien identificó igual que a Perizzotti en la Guardia de Infantería. El tercero rostro que vio fue el del sargento primero Manuel) Ríos.
¿Reconoce los apodos que escuchó en La Casita? le preguntó una abogado querellante.
Sí, el primero que se me acercó: "El Rey", a otro que le decían "El Turco", y el que me tomó declaración "El Tío", el ex suboficial del Ejército, Nicolás Correa.
(Fuente:Rosario12).
La voz de Perizzotti
Por Juan Carlos Tizziani
La pregunta rompió el silencio de la sala del juicio a los represores santafesinos. El abogado defensor quería saber si en estos 30 años en alguna declaración anterior ya habían apuntado a su cliente como el responsable del traslado de diez ex militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), desde un centro clandestino conocido como "La Casita" hasta la cárcel militar que operó en la Guardia de Infantería Reforzada. Y la respuesta fue precisa: "Sí, esa persona era el comisario (Juan Calixto) Perizzotti", contestó Silvia Abdolatif. Cuatro de esas diez mujeres ya dijeron ante los jueces del Tribunal Oral Federal que escucharon la voz de Perizzotti en el chupadero.
Silvia tenía 20 años cuando fue secuestrada el 23 de marzo de 1977. Tenía un bebé de 9 meses. El grupo de tareas rodeó y asaltó su casa. Ella resistió desprenderse de su pequeño. Pero uno de los represores sacó un arma y apuntó en la cabeza del bebé: "Te callás y venís con nosotros o ya sabés lo que va a pasar", la amenazó.
En la puerta esperaba un Peugeot 504 blanco. La empujaron en el asiento de atrás, y el vehículo avanzó hacia el sur por la avenida López y Planes. Uno de los que iba al lado, le dijo: "Turquita, a mi me dicen Turco como a vos". El mismo apodo y la misma referencia la volvió a escuchar después en el centro clandestino. "Turco" o "Lolo" era los nombres de guerra que usaba el sargento primero del Ejército retirado, Eleodoro Jorge Hauque, ya fallecido.
Abdolatif cree que el Peugeot la llevó hasta el parque Garay, donde esperaba un camión con cabina metálica cerrada. "Estoy casi segura que estaba estacionado atrás del parque porque ese es mi barrio desde los 8 años". La subieron al vehículo y esperaron que llegaran otros vehículos que traían las otras mujeres. Todas encapuchadas y con las manos atadas a la espalda.
Ya en el centro clandestino, paralizada por el terror, uno de los represores le susurrió al oído. "Quedate tranquila. Si te hacen daño pedí por mi. Yo acá soy El Rey", le dijo. Con el tiempo se daría cuenta de la perversión de los interrogatorios y los roles de buenos y malos que asumían los torturadores. Unos meses después, en la GIR, Anatilde Bugna -otra de las víctimas que declaró en el juicio- le dijo que "El Rey" era Eduardo Ramos porque había sido su compañero de la escuela primaria.
Después de las sesiones de torturas en "La Casita", donde la obligaron una declaración, una noche la sobresaltaron los preparativos y las voces fuertes. Uno de ellos la amenaza: "Turquita, acá tenés tus documentos le dice , así van a saber quién sos cuando te matemos". Escucha que otra persona se acerca y pregunta: "¿Estas son? ¿Las llevo?". La voz del hombre le quedó grabada en la memoria y lo pudo identificar cuando la destabicaron en la GIR. "Era Perizzotti", dijo.
La sacaron del centro clandestino en un auto y en el camino la bajaron para subirla a un camión. En el trasbordo, la detienen y la hacen arrodillar. "Ahora, empezá a rezar". Ella empezó que la mataban. Y ahí escucho la voz de mujer que se acerca y le dijo: "Vení, Flaquita, vení por acá". "Esa era Aebi", a quien identificó igual que a Perizzotti en la Guardia de Infantería. El tercero rostro que vio fue el del sargento primero Manuel) Ríos.
¿Reconoce los apodos que escuchó en La Casita? le preguntó una abogado querellante.
Sí, el primero que se me acercó: "El Rey", a otro que le decían "El Turco", y el que me tomó declaración "El Tío", el ex suboficial del Ejército, Nicolás Correa.
(Fuente:Rosario12).
Juicio Guerrieri, día 18: declaró Alicia Guitérrez
La diputada provincial Alicia Gutiérrez, esposa del desaparecido Eduardo Toniolli, declaró este lunes en el marco del primer juicio contra los represores de la dictadura en la región, que se desarrolla en los Tribunales Federales de Rosario. La legisladora recordó la vocación militante de su compañero, con quien dio sus primeros pasos en la Juventud Universitaria Peronista, homenajeó a su suegro Fidel Toniolli, fundador de Familiares, y lamentó no poder compartir el actual momento histórico con su “amiga Cecilia Nazabal”, principal impulsora de este juicio que por estos días se encuentra internada de gravedad en el Hospital Español. Además brindó testimonio María Eulalia Nazábal, hermana de Cecilia, quien aportó datos sobre el secuestro de Fernando Dusex, su cuñado, desaparecido junto a Toniolli y otros catorce militantes que también estuvieron cautivos en la Quinta de Funes.
La diputada provincial Alicia Gutiérrez, esposa del desaparecido Eduardo Toniolli, declaró este lunes en el marco del primer juicio contra los represores de la dictadura en la región, que se desarrolla en los Tribunales Federales de Rosario. La legisladora recordó la vocación militante de su compañero, con quien dio sus primeros pasos en la Juventud Universitaria Peronista, homenajeó a su suegro Fidel Toniolli, fundador de Familiares, y lamentó no poder compartir el actual momento histórico con su “amiga Cecilia Nazabal”, principal impulsora de este juicio que por estos días se encuentra internada de gravedad en el Hospital Español. Además brindó testimonio María Eulalia Nazábal, hermana de Cecilia, quien aportó datos sobre el secuestro de Fernando Dusex, su cuñado, desaparecido junto a Toniolli y otros catorce militantes que también estuvieron cautivos en la Quinta de Funes.
La extensa declaración de Alicia Gutiérrez fue, además de la de un familiar de desaparecidos, la de una militante de derechos humanos de toda la vida. Su relato tuvo un alto contenido testimonial, pero al mismo tiempo fue profundamente político.
A la pregunta de rigor realizada por la Fiscal Mabel Colalongo, que consultó a la testigo a cerca de los hechos que sufrió ella y su familia durante el período del terrorismo de estado, Gutiérrez respondió con una de las más crudas historias filiares de las que se contaron en el juicio. “En primer lugar mi hermana fue asesinada el 23 de octubre de 1976. El 20 de junio de 1976 fue desaparecido su compañero Eduardo Pérez. También mi prima y su esposo fueron asesinados. El 9 de febrero de 1977, fue secuestrado en la ciudad de Córdoba, mi compañero Eduardo Toniolli”, indicó la actual legisladora provincial por el partido Solidaridad e Igualdad (SI).
Alicia realizó una pequeña semblanza de Eduardo Toniolli, quien el próximo 29 de noviembre cumpliría 54 años: “Fue secuestrado cuando tenía 21 años de edad. Proveniente de la clase media, era hijo de comerciante y fue a la escuela pública. Su padre fue un militante político de firmes convicciones. Desde su adolescencia manifestó una tendencia a militar políticamente. Comenzó en la secundaria en el Nacional 1. Era una época de una gran movilización de masas. Su padre Fidel era comunista, pero Eduardo era socialista. Militó en la Unión de Estudiantes Secundarios. Era alegre y serio a la vez. Siempre caminaba con las manos en los bolsillos, era hincha fanático de Ñuls, y me hizo prometer que su hijo iba a ser de Ñuls”.
Gutiérrez contó que al igual que otros tantos jóvenes comprometidos, Eduardo “pospuso sus deseos personales de progreso, por intereses colectivos” y agregó que por esos sueños “jugó, trabajó y perdió su vida”.
“Lo conocí a los 19 años y militaba a la UES –señaló Alicia Gutiérrez–, después entró a estudiar psicología. Trabajaba y estudiaba. Luego dejó de estudiar psicología. Yo estudiaba odontología y militaba en la JUP (Juventud Universitaria Peronista)”.
La testigo rememoró la discusión que tenían en aquellos años con su compañero sobre “si tenía sentido tener hijos en aquella situación en que se vivía por esos tiempos, cuando todos los días aparecían asesinados compañeros militantes, que eran secuestrados y torturados”. Gutiérrez refirió que “en ese momento decidimos que era importante apostar a tener un hijo. Eduardo lo quería más que nada. Decía que iba a quedar nuestro hijo o hija para seguir peleando por ese proyecto que no era personal, sino colectivo, de igualdad para todos los argentinos. Perdí un embarazo y volví a quedar embarazada. En ese lapso se producen las desapariciones y asesinatos de toda mi familia. Igual, seguimos trabajando por ese proyecto político en el que creíamos”.
Alicia explicó que luego se fueron a vivir a Córdoba, donde recibieron la noticia del asesinato de otros dos compañeros: Silvia Bianchi y Raúl Milito. “Silvia había salido con un pañuelo blanco, tenía un embarazo muy avanzado, y la mataron igual”, señaló Gutiérrez.
“En septiembre del ´76, nos instalamos en un departamento, donde comenzamos a vivir. Ahí conocí a Analía Arriola de Belizan –su esposo ya había sido asesinado–. Analía tenía dos hijos. El 9 de febrero, teníamos que encontrarnos con otras compañeras que estaban embarazadas. Yo no fui. Ahí fue detenido Eduardo”.
Alicia comentó que a partir de ese momento se la paso “viviendo en forma clandestina en distintos lugares del país. Cuando Eduardo fue secuestrado estaba embarazada de 8 meses, y mi única obsesión era que naciera, que viviera y que se salvara mi hijo. Lo logré gracias a la ayuda de mis padres, de Fidel y Matilde, –la madre de Eduardo–”.
Gutiérrez describió cómo su suegro, suegra y cuñado removieron cielo y tierra buscando saber algo de Eduardo. “Reclamaron en todos los lugares posibles, fueron a la justicia, a las iglesias, a curas y obispos”, remarcó la querellante.
Alicia contó que recién en el año `81 logró salir del país, al que recién pudo regresar en el `85. Vivieron, junto a su hijo –llamado Eduardo como su padre–, la mayor parte del tiempo en Francia.
Gutiérrez declaró que una vez en el exilio fue obteniendo información de su compañero por boca de Teresa Meschiatti, Piero Dimonti, Liliana Callizo, Graciela Geuna y militantes que habían compartido cautiverio con Eduardo en la cárcel de la Perla en Córdoba. “Me dicen que Eduardo estuvo allí, que había padecido crueles torturas. Que le habían roto la cabeza a palos, que él se reía y decía que era porque la cabeza era lo más grande que tenía”.
“No supe hasta el regreso de Francia, donde había estado Eduardo”, reconoció la diputada, y se emocionó cuando afirmó que tuvo “la suerte de conocer a mi amiga y compañera Cecilia Nazábal, con quien reconstruimos ese rompecabezas de nombres, sobrenombres, que componen esta historia y esta causa”.
Gutiérrez describió el largo camino de lucha por memoria, verdad y justicia que transitó junto a Nazábal: “Ella conocía a muchos de los que habían estado en la Quinta de Funes y fuimos completando el listado. Así pudimos descifrar quienes eran los que habían estado secuestrados”. Alicia recordó que en esos primeros años de investigación también se juntaron con Jaime Drí, quien les conto sus memorias, “él también quería que se hiciera justicia”.
“En el año 92 –indicó Gutierrez–, cuando uno de los imputados, Eduardo Costanzo, hace declaraciones ante medios periodísticos sobre nuestros familiares y nombra que envolvieron dieciséis cuerpos; nos presentamos a la justicia, porque queríamos que le tomaran declaración para saber quiénes eran. No logramos eso, le pidieron si podía reconocer las fotos de los que habían estado detenidos. Le hicimos llegar un sobre con una cantidad importante de fotos, y él de esas fotos reconoció a Fernando Dussex, Eduardo Toniolli, Ignacio Laluf, Marta Benassi, Marta Forestello, Tosseti, y del resto no teníamos fotos”.
Alicia señaló que las investigaciones y presentaciones que realizaron junto a Cecilia Nazábal “no terminaron en el 92”, sino que hicieron “varias en distintas oportunidades”. Contó además que junto a su amiga habían asumido un especial compromiso en la búsqueda de los mellizos de Raquel Negro. “Cecilia contactó a mucha gente, buscando a los mellizos”, dijo Gutiérrez.
Cerca del final de su testimonio, la diputada recordó cómo fue la crianza de su hijo en esas especiales circunstancias. “Hasta que salimos del país y llegamos a Brasil en el ´81, yo no podía dormir”. También recordó un episodio cuando recién vueltos del exilio su hijito le preguntó, luego de ver una película sobre las abuelas de Plaza de Mayo: “¿Mamá no me secuestrarán a mí?”.
Alicia Gutiérrez cerró su declaración con un alegato político, en el que recordó que “a pesar de que pasaron tantos años de impunidad, con una justicia ciega, sorda y muda, y teniendo que cruzarnos varias veces con los asesinos de nuestros familiares por la calle, nunca cometimos actos de venganza”. La testigo señaló además la complicidad de “la cúpula de Iglesia Católica”, reivindicó la tenacidad “de los organismos de derechos humanos” y manifestó su orgullo al ver que su hijo Eduardo, quien hoy ya es un hombre, también está profundamente “comprometido con la lucha por la justicia”.
Otro testimonio
En el primero de los testimonios de este lunes, María Eulalia Nazábal –hermana de la querellante de la causa, Cecilia Nazabal–, ofreció un crudo testimonio que dio cuenta de los últimos días de vida de su cuñado, Fernando Dusex, y de la tragedia familiar sufrida por esos años de terrorismo de estado (ver nota aparte).
Cecilia Nazabal es desde hace muchos años una de las principales impulsoras de este juicio. Desafortunadamente por estos días se encuentra internada de gravedad en el Hospital Español, por lo cual se ve impedida de seguir día a día el curso de las audiencias de un proceso histórico que sin dudas la tiene como una de las protagonistas excluyentes.
(Fuente:Diriodeljuicio).
(Fuente:Diriodeljuicio).
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