HOY ES UN DÍA DE MUCHA TRISTEZA: se nos fue CECILIA NAZABAL
Seguramente, todos lo que conocimos y compartimos momentos con « la Ceci » tenemos anécdotas increíbles para contar. No se si algún día nos pondremos de acuerdo para juntarlas en un solo relato y hacer de ese hecho un evento humano y político que reivindique la esencia profundamente tierna, alegre y combativa de nuestra querida “Pibita”.
Por mi parte quiero comenzar algo que tendría que haber hecho hace ya años pero que su presencia entre nosotros, con tanta energía y convicción, me hacía postergar: recordar por escrito algunos momentos “mágicos” vividos cerca de “la Ceci”.
Aunque éramos originarios del sur de Santa Fe, ella de Sancti Espíritu y yo de Venado Tuerto, nunca nos cruzamos cuando chicos porque ella era 6 años mayor que yo.
Al poco tiempo de llegar a Santa Fe para estudiar ingeniería química, en diciembre de 1972, conocí a la Ceci que, si no me equivoco, ya estaba de novio con el Chichi.
¡Qué mina! No pasaba desapercibida. Inmediatamente ocupaba el espacio que se le ofrecía. Lo primero que me impactó es que cuando te hablaba nunca bajaba los ojos o miraba para otro lado. Se te hacía difícil mantener la concentración sobre el tema de la charla porque la insistencia de su mirada ocupaba todo tu cerebro.
Desde el primer día estuve celoso del Chichi. Pero celoso en el sentido de pensar en la suerte que tenía él de poder compartir todos los días con ella. Cecilia representaba una mujer muy diferente de las que había conocido y aunque dicen que la amistad entre el hombre y la mujer no dura mucho, ella te ofrecía la posibilidad de la amistad y yo creo que no la desperdicié.
La diferencia de edad hizo que desde los primeros momentos me llamara Pibito como lo hacia con todos aquellos que ella veía como más jóvenes y que así se ganara el “Pibita” como siempre la llamé.
Militamos juntos tres años, hasta que la represión nos separó. Marchamos, cantamos, pintamos, lloramos, festejamos, discutimos y en síntesis, compartimos momentos que marcaron mi vida.
Cuando nos fuimos de la Plaza de Mayo, en 1974, corríamos juntos con “la Pibi” escapando a los palos y las piedras de la derecha peronista y en ese momento se le dislocó la rótula de una rodilla. No podía correr más. Recuerdo vagamente que apoyándose en mí me dijo – Entremos en ese edificio. Nos quedamos en el pórtico, porque la puerta estaba cerrada, viendo la patota pasar delante de nosotros. A pesar de la adrenalina que la invadía sabía conservar la calma y tomar decisiones apropiadas. Después le daba un ataque de asma, por supuesto.
En julio de este año, como cada vez que volvía a Argentina, la fui a visitar dos veces. Sus brazos siempre abiertos para el abrazo, su corazón siempre listo para la afección, sus ojos siempre fijos en la persona con la que conversa, su mente funcionando a mil entre recuerdos y preocupaciones presentes, sus pensamientos llenos de seres queridos que ella debe proteger, revivir, salvar. No tiene tiempo para pensar en ella. Sus problemas son pesados pero mucho menos que los de los otros. En un momento de nuestra conversación me recordó con una sonrisa que yo había sido “su jefe” cuando militábamos en JUP de química. Le tomé la mano y le respondí que tal vez, por quién sabe qué circunstancias, yo había sido “su jefe” pero que ella siempre fue mi modelo. Nunca sentí que yo pudiera dirigirla, ella siempre fue para mí la imagen de “la mujer nueva” que nosotros gritábamos llenos de utopías pero que ella encarnaba realmente.
A mi hermana Bibiana que estaba conmigo en esa visita y a la que hacía muchísimos años que no veía, la recibió como quien acoge un compañero perseguido por la dictadura. Inmediatamente quiso saber cómo podría ayudarla y le tomó tiempo aceptar que mi hermana no necesitaba nada. Recién ahí se largó con un pedido para ella. Bibi, por favor –le dijo- un día que vengas a Rosario con tu auto, vení a buscarme para sacarme a dar una vuelta que estoy cansada de ver el mundo desde el noveno piso, quiero ver a la gente desde abajo.
No pudo ser Pibita, tu destino es vernos desde arriba, protegernos, acompañarnos, guiarnos.
Esto es solo un comienzo, Pibi, poco a poco seremos muchos los que hablaremos de tu ejemplo simple pero profundo. Tal vez sea esta tu vida eterna.
Hasta la eternidad hermanita.
Guille, el Pibito.
Seguramente, todos lo que conocimos y compartimos momentos con « la Ceci » tenemos anécdotas increíbles para contar. No se si algún día nos pondremos de acuerdo para juntarlas en un solo relato y hacer de ese hecho un evento humano y político que reivindique la esencia profundamente tierna, alegre y combativa de nuestra querida “Pibita”.
Por mi parte quiero comenzar algo que tendría que haber hecho hace ya años pero que su presencia entre nosotros, con tanta energía y convicción, me hacía postergar: recordar por escrito algunos momentos “mágicos” vividos cerca de “la Ceci”.
Aunque éramos originarios del sur de Santa Fe, ella de Sancti Espíritu y yo de Venado Tuerto, nunca nos cruzamos cuando chicos porque ella era 6 años mayor que yo.
Al poco tiempo de llegar a Santa Fe para estudiar ingeniería química, en diciembre de 1972, conocí a la Ceci que, si no me equivoco, ya estaba de novio con el Chichi.
¡Qué mina! No pasaba desapercibida. Inmediatamente ocupaba el espacio que se le ofrecía. Lo primero que me impactó es que cuando te hablaba nunca bajaba los ojos o miraba para otro lado. Se te hacía difícil mantener la concentración sobre el tema de la charla porque la insistencia de su mirada ocupaba todo tu cerebro.
Desde el primer día estuve celoso del Chichi. Pero celoso en el sentido de pensar en la suerte que tenía él de poder compartir todos los días con ella. Cecilia representaba una mujer muy diferente de las que había conocido y aunque dicen que la amistad entre el hombre y la mujer no dura mucho, ella te ofrecía la posibilidad de la amistad y yo creo que no la desperdicié.
La diferencia de edad hizo que desde los primeros momentos me llamara Pibito como lo hacia con todos aquellos que ella veía como más jóvenes y que así se ganara el “Pibita” como siempre la llamé.
Militamos juntos tres años, hasta que la represión nos separó. Marchamos, cantamos, pintamos, lloramos, festejamos, discutimos y en síntesis, compartimos momentos que marcaron mi vida.
Cuando nos fuimos de la Plaza de Mayo, en 1974, corríamos juntos con “la Pibi” escapando a los palos y las piedras de la derecha peronista y en ese momento se le dislocó la rótula de una rodilla. No podía correr más. Recuerdo vagamente que apoyándose en mí me dijo – Entremos en ese edificio. Nos quedamos en el pórtico, porque la puerta estaba cerrada, viendo la patota pasar delante de nosotros. A pesar de la adrenalina que la invadía sabía conservar la calma y tomar decisiones apropiadas. Después le daba un ataque de asma, por supuesto.
En julio de este año, como cada vez que volvía a Argentina, la fui a visitar dos veces. Sus brazos siempre abiertos para el abrazo, su corazón siempre listo para la afección, sus ojos siempre fijos en la persona con la que conversa, su mente funcionando a mil entre recuerdos y preocupaciones presentes, sus pensamientos llenos de seres queridos que ella debe proteger, revivir, salvar. No tiene tiempo para pensar en ella. Sus problemas son pesados pero mucho menos que los de los otros. En un momento de nuestra conversación me recordó con una sonrisa que yo había sido “su jefe” cuando militábamos en JUP de química. Le tomé la mano y le respondí que tal vez, por quién sabe qué circunstancias, yo había sido “su jefe” pero que ella siempre fue mi modelo. Nunca sentí que yo pudiera dirigirla, ella siempre fue para mí la imagen de “la mujer nueva” que nosotros gritábamos llenos de utopías pero que ella encarnaba realmente.
A mi hermana Bibiana que estaba conmigo en esa visita y a la que hacía muchísimos años que no veía, la recibió como quien acoge un compañero perseguido por la dictadura. Inmediatamente quiso saber cómo podría ayudarla y le tomó tiempo aceptar que mi hermana no necesitaba nada. Recién ahí se largó con un pedido para ella. Bibi, por favor –le dijo- un día que vengas a Rosario con tu auto, vení a buscarme para sacarme a dar una vuelta que estoy cansada de ver el mundo desde el noveno piso, quiero ver a la gente desde abajo.
No pudo ser Pibita, tu destino es vernos desde arriba, protegernos, acompañarnos, guiarnos.
Esto es solo un comienzo, Pibi, poco a poco seremos muchos los que hablaremos de tu ejemplo simple pero profundo. Tal vez sea esta tu vida eterna.
Hasta la eternidad hermanita.
Guille, el Pibito.
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