5 de noviembre de 2009

LOS JUZGA UN TRIBUNAL LOS CONDENAMOS TODOS.

Declararon enfermera de Paraná e hijo del ex detenido Rivero
Los chicos y la dictadura
Una enfermera del hospital adonde Raquel Negro secuestrada en la Quinta de Funes- fue llevada a dar a luz a sus mellizos, declaró ayer en el juicio en Rosario.También lo hizo el hijo del edil Rivero, quien tenía 11 años cuando la patota llegó a su casa.

El represor Walter Pagano fue uno de los encargados del traslado de la hija de Negro.
Por Sonia Tessa

Antonia Inocencia Deharbe recordó que una tarde la llamaron porque entraba un bebé a la terapia intensiva del hospital Militar de Paraná. Era la primera vez que llevaban un niño a una sala acondicionada para adultos. La enfermera del centro asistencial adonde Raquel Negro secuestrada en la Quinta de Funes que continúa desaparecida fue llevada a dar a luz a sus mellizos, declaró ayer en la vigésimo primera jornada del juicio oral y público por crímenes de lesa humanidad contra Oscar Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Walter Pagano y Eduardo Costanzo. La mujer relató que trabajaba en el área de terapia intensiva y un día -que no pudo precisar la llamaron porque había ingresado una beba recién nacida, del que se comentaba que tenía un mellizo. Pero ella sólo asistió a la niña, que estaba anotada en la planilla como NN. Aunque al principio la testigo incurrió en algunas contradicciones, luego fue afinando su memoria y contó que el mismo día que ella atendió a la beba, el médico cardiólogo Alfredo Verdú, que estaba de guardia, pedía una cama para el mellizo, que estaba en muy mal estado, en el hospital de Niños San Roque. Y que el niño fue trasladado a ese centro de salud. También recordó que durante esos días hubo un movimiento extraordinario de personal militar en el hospital, y especialmente en el pasillo del sector 1 en la zona de las habitaciones 5 y 6, adonde presume que estuvo internada la parturienta, que -recordó era una civil. El primer testigo de la mañana fue Ariel Rivero, hijo de Juan Antonio Rivero, uno de los militantes que estuvo secuestrado en el centro clandestino de detención Fábrica Militar de Armas.
La enfermera. Estaba nerviosa, y al principio con una actitud reticente, que luego fue aflojando. La mujer que el jefe de la terapia intensiva era el médico anestesista Juan Antonio Zacarías, y dijo que fue él quien inscribió a la niña como NN. Dio los nombres de otras enfermeras que atendían en esa área. Recordó que vio durante dos días a la niña. La tarde en que llegó a la terapia intensiva, la beba tenía secreciones, que ella debió aspirarle. Y también le suministró oxígeno. Luego la puso en una incubadora. Al día siguiente volvió a verla en terapia intensiva, pero al tercer día, cuando llegó, la beba ya no estaba. Hoy se sabe que aquella beba era Sabrina Gullino, hija de Raquel Negro y Tucho Valenzuela, que fue abandonada en el Hogar del Huérfano de Rosario. Según la declaración de Eduardo Costanzo, los encargados de ese traslado fueron Walter Pagano y Juan Daniel Amelong.
Cuando terminó la declaración de la testigo, la fiscal Mabel Colalongo solicitó que se cite a los doctores Zacarías y Verdú, así como a las enfermeras que estuvieron de guardia en terapia intensiva durante esos días, previa averiguación de su estado procesal. De hecho, Zacarías está procesado en la causa Trimarco, que se lleva adelante en Entre Ríos contra el ex jefe del II Cuerpo de Ejército.
Un niño. Ariel Rivero tenía once años el 12 de mayo de 1978, cuando la patota llegó a su casa de la zona sur, donde estaba con su madre Griselda, su hermana Viviana de 7 años y su primo Manuel, de apenas seis meses. Manuel era el hijo de Adriana Arce, que también fue privada ilegítimamente de la libertad y llevada a Fábrica Militar de Armas.
El relato de Ariel abundó en detalles sobre el día de la detención, y cómo la patota los tuvo cautivos en su propia casa durante muchas horas, primero esperando la llegada de su padre, que había ido a buscar el partido que le correspondía como árbitro de fútbol, un trabajo que combinaba con sus tareas de obrero metalúrgico. Después de haberse llevado a Juan, esperaron a alguien más, ya que permanecieron una semana o diez días ocupando el domicilio.
"Para un chico de apenas once años eran todas personas grandotas, había algunos vestidos con ropa azul y otro morocho tenía un pantalón verde", relató sus recuerdos. También contó que cuando estaban llevando a su padre, él atinó a seguirlo. Y uno de los integrantes de la patota quiso llevarlo también. Lo describió como morocho, morrudo, robusto, con pelo ondulado y corto. En cambio, otro de los represores se lo impidió. "Dejalo que es un pibe, es un pibe muy chiquito", le dijo. "Este otro señor, que no está acá en esta sala, dijo que había que llevarme porque teníamos la cabeza contaminada desde chiquitos", relató Ariel. Finalmente, el otro le dijo: "Te dije que lo dejes". Y Ariel se quedó con su madre, su hermana y su primo en su casa, adonde la patota estuvo algunos días más.
Al día siguiente, su madre los llevó a la casa del abuelo paterno, de donde volvieron cuando la patota se había ido. Encontraron los muebles destrozados, y les faltaban varios objetos. Griselda estaba embarazada, y al poco tiempo tuvo a Fernando. Como los represores le habían dicho que llevaban a su esposo a la Jefatura de Policía, comenzó por allí. Pero no encontró nada. Estuvo meses sin saber nada de su marido, hasta que fue llevado al Batallón 121. La mujer trabajó en la limpieza de casas para mantener a sus hijos durante los 5 años que Juan Rivero permaneció primero secuestrado y luego detenido en las cárceles de Coronda, Caseros y Rawson. El 24 de diciembre de 1982, Juan Rivero recuperó la libertad. "Ahí comenzamos con nuestras nuevas vidas", dijo aquel niño, hoy un adulto, maestro de escuela.
(Fuente:Rosario12).


Reconocimiento de centro
* Los magistrados Otmar Paulucci, Beatriz Barabani y Jorge Venegas Echagüe también decidieron realizar el reconocimiento del centro clandestino de detención Fábrica Militar de Armas Domingo Matheu, en Ovidio Lagos al 5200. La medida de prueba fue pedida por la fiscal Mabel Colalongo. De este reconocimiento participarán los querellantes Olga Moyano, Adriana Arce, Juan Rivero y Ramón Verón. También pidió participar el imputado Juan Daniel Amelong, como reserva de sus garantías constitucionales. No se precisó fecha para la inspección pero seguramente será después de que declare Juan Rivero tal vez la semana próxima.
* Cabe recordar que esta parte de la causa fue caratulada como "Amelong" y es acumulada de la causa Guerrieri y las víctimas son Susana Elvira Miranda, Ariel Eduardo Morandi e Hilda Cardozo, que continúan desaparecidos, así como los querellantes Arce, Verón, Rivero y Moyano.
* El Tribunal Federal Oral número 1 resolvió ayer aceptar el pedido del abogado Adrián González Charbay, defensor de Walter Pagano, para que se realice una pericia psiquiátrica al ex miembro de Inteligencia Gustavo Bueno, detenido en la localidad brasileña de Belem do Pará.
(Fuente:Rosario12).


Trece testigos reconocieron el lugar donde estuvieron secuestrados
Volver a la 4ª, volver al horror
La seccional policial fue uno de los centros de torturas más emblemáticos de la guerra sucia en la ciudad de Santa Fe. Un grupo de sobrevivientes identificó la cochera por donde entraba la patota. "Tenían acceso directo a los calabozos", recordaron.

Facino explicó al Tribunal cómo funcionaba la comisaría cuando él estaba al mando.
Por Juan Carlos Tizziani
El Tribunal Oral que juzga a los represores santafesinos inspeccionó ayer uno de los centros de torturas más emblemáticos de la guerra sucia: la seccional 4ª, donde volvió a escuchar los relatos de trece testigos que ya declararon en el juicio y a uno de los imputados que hasta ahora no habló: el comisario Mario Facino, jefe de la comisaría hasta fines de 1976. Ana María Cámara y Anatilde Bugna nunca habían vuelto a los calabozos donde estuvieron algunas horas después de su secuestro, el 23 de marzo de 1977, en una escala hacia otro centro clandestino conocido como "La Casita" que aún no fue localizado. Ayer, regresaron a ese cubículo de un metro por uno y medio, sin ventilación y una puerta ciega. Ninguna de las dos había llorado en su testimonio ante los jueces, pero la pérdida por los que ya no están y sufrieron el martirio de la 4ª las quebró en llanto. "Lo primero que nos golpeó fue olor a sórdido. Tienen el mismo olor que hace 30 años", dijo Ana María, aún impactada por la vuelta a la oscuridad.
La inspección se realizó por etapas. El primero fue Facino que explicó al Tribunal cómo funcionaba la comisaría cuando él estaba al mando. Desde entonces hubo varias reformas, entre ellas el cerramiento de un portón con cadenas que comunicaba la cochera con el resto del edificio. El grupo de tareas ingresaba al garage con los vehículos y secuestrados a bordo: tenían acceso directo a los calabozos y a las celdas con rejas que sus víctimas llamaban "Las leoneras". Hoy, ese acceso no existe, así que para llegar a la cochera hay que caminar por la vereda, como ayer lo hizo Facino, rodeado por jueces, fiscales y defensores. Tres policías lo custodiaban. Una colega lo siguió con su cámara y Facino reaccionó con su mejor pose y una orden: "Dale, saquen ahora", le dijo. Y Gabriela Albanesi tomó la foto que ilustra esta nota.
Después, siguió otro ex policía, Luis Enrique Monzón, que era oficial en la 4ª en noviembre de 1975, cuando los represores trajeron a un estudiante universitario. El escuchó sus gritos de dolor y desesperación casi desde la calle. Ayer, repitió el mismo camino que hizo entonces para asistirlo, darle un sorbo de agua y después llevarle una esquelita a su familia. El detenido era Jorge Pedraza, uno de los querellantes en el juicio. "Hice el mismo recorrido y expliqué lo que había hecho", dijo Monzón a Rosario/12. Ese gesto de humanidad le costó 21 meses de cárcel y la cesantía.
Pedraza recordó la rutina de los represores. "La patota entraba por la cochera después de las diez de la noche, aunque a veces lo hacía antes. Tenía acceso directo a los calabozos y a las celdas que hoy no existe, pero que fue reconocido" por los testigos.
El segundo grupo se completó con Orlando Barquín, Francisco Klarick y José Schullman que pasaron por la comisaría en distintas épocas. "Yo pude reconocer los dos lugares donde estuve secuestrado y confirmar que al lado había una celda chiquita donde estaba Alicia López", dijo. Schullman tiene un recuerdo borroso de sus diálogos con Alicia, pero sabe que fueron reales. "También pude encontrar la oficina donde me interrogó (otro de los imputados en el juicio, Víctor) Brusa, que está sobre la calle Zavalla. Lo principal es que todos confirmamos el lugar donde estuvimos detenidos. Y que la disposición de los espacios ratifica que todos los estaban en la 4ª sabían lo que pasaba", explicó.
Según Schullman y otros testigos surgieron algunas dudas para identificar las salas de torturas y de interrogatorios. En el juicio, tuvieron que reconocer la comisaría 4ª con un plano actual, donde ni siquiera figura la cochera por donde ingresaban los grupos de tareas de la dictadura. Ya en 1984, la Conadep confeccionó un croquis de la 4ª que ubicó el circuito de los detenidos: el ingreso por la cochera, los cuatro calabozos, dos celdas, cuatro salas de torturas y dos de interrogatorios (que daban sobre la calle Zavalla), todo en la planta baja.
Más tarde siguieron Bugna, Cámara y Patricia Isasa. Quedaron impactadas por los calabozos. "Tienen el mismo olor sórdido", dijo Cámara. Las dos estuvieron en esos calabozos junto con otra compañera de militancia, Raquel Juárez. Fueron pocas horas, porque las trasladaron a un centro clandestino en las afueras de Santo Tomé que aún no han podido encontrar. "Las leoneras son de terror. Yo no puedo creer que tantos compañeros hayan estado metidos ahí. Y lo más grave es que lo siguen usando 30 años después y en las mismas condiciones", agregó Bugna.
El reconocimiento siguió con Roberto Cepeda, Mariano Millán Medina y Carlos Pacheco. Al final, les tocó a los esposos Daniel García y Alba Sánchez que estuvieron de paso en la 4ª porque también los llevaron a otro chupadero, en San José del Rincón. "Reconocimos la cochera por el ruido del portón, el lugar por donde nos metían en la comisaría y los calabozos, en uno de esos estuve yo porque cada vez que me golpeaba tocaba pared, era un espacio muy reducido", dijo García. En cambio, Alba reconoció una celda más grande que tenía un banco de porland donde se sentaba.
El defensor oficial Fabio Procajlo, que asiste a Brusa, le preguntó a Sánchez si el ruido que había escuchado era de cadenas o un chirrido. Ya en las audiencias había indagado sobre las características y el material de las capuchas o si eran nuevas o usadas. "Una cosa es venir ahora y reconocer ese ruido y otra que lo traigan a uno aplastado en un auto, con palos encima y la capucha ajustada. Si tengo que venir dentro de cinco años, seguramente el ruido me va a parecer distinto", le contestó Alba.
(Fuente:Rosario12).



El represor Juan Amelong hizo una broma macabra en el medio del juicio. Una enfermera sobreviviente del horror
REDACCION ROSARIO
La enfermera Olga Moyano fue secuestrada el 11 mayo de 1978 y llevada al centro clandestino de detención que funcionó en la Fábrica Militar Domingo Mateu, ubicada en avenida Ovidio Lagos al 5200, donde fue víctima de la patota del segundo cuerpo de de ejército. Este martes brindó su testimonio en el juicio contra tres militares y dos civiles que se lleva adelante en el tribunal oral federal Nº 1 de Rosario. En el medio, el represor cuando Moyano relataba cómo su compañero Ariel Morandi fue quemado en la cabeza con combustible Amelong comentó: “Esto se está poniendo calentito, hace falta un poco de bencina". Así, demostró que mantiene intacta su siniestra personalidad asesina.
Moyano recordó a sus compañeros de cautiverio –tres de los cuales están desaparecidos– y señaló apodos y nombres de una larga lista de represores que registró prodigiosamente en su memoria.
El relato de Olga fue pausado, fluido y muy preciso. La testigo demostró ser de esas personas que poseen la virtud de tener un memoria absoluta. En su narración de los hechos vividos no dejó huecos ni lugar a dudas. Comenzó su declaración frente a los jueces del tribunal, recordando sus primeros años en la ciudad de Rosario a la que vino a estudiar enfermería y la amistad que fue construyendo con dos de los desaparecidos de la causa, con los que compartió primero el trabajo en el Sanatorio Plaza y luego cautiverio en la Fábrica: Susana Miranda y Ariel Morandi.
Olga repasó un episodio muy importante que la marcó en la relación con sus dos amigos y compañeros de trabajo. “A fines de 1977 Ariel me hace leer la Carta a las Juntas de Rodolfo Walsh y tomo conciencia de lo que estaba pasando en nuestro país”, explicó Moyano.
La testigo contó que la detuvieron “cuando iba caminado por calle Laprida antes de llegar al Teatro El Círculo. Un Fiat 128 que me venía siguiendo se me cruza. Me empiezan a preguntar por Ariel y Susana. Me meten en la parte posterior del auto”. Olga agregó que vio que uno de los tipos “tenía pelo largo y bigotes”.
Moyano reconstruyó para los jueces el momento de su llegada a la Fábrica Militar: “Se abre un portón y entramos a un lugar, subimos escaleras, me desnudan, me cambian capucha por venda, me ponen en una camilla de tipo ginecológico, me amarran y me empiezan a torturar con picana. Me preguntan que “Quien me había dado la carta de Rodolfo Walsh”. Y dicen: “Acá tenemos una boluda que es virgen, vamos a hacerla sufrir”.
Parta el estremecimiento del tribunal –y del público de la sala, donde se encontraba además el marido de Olga junto a sus hijos–, Moyano refirió que “en ese momento sentí que me moría. La voz del que me interrogaba era una vos tranquila. Siento un dolor muy fuerte en el pecho y pido que me den un medicamento que tengo en la cartera, ahí me desmayo por el Trinitron (vasodilatador). Luego me llevan a otra habitación y me sientan en un sillón, vendada. Había un hombre mayor que me decía, “yo decido sobre tu vida”, un señor me apuntaba con un arma en la frente y en el occipital, yo estaba destruida, ya no podía hablar”.
Pero ese episodio no terminaba nunca. Olga siguió su relato: “Al rato empiezo a sentir los gritos de dolor de Ariel Morandi, me agarran del pelo y me llevan a la habitación donde estaba él y me ponen mi cabeza sobre su abdomen desnudo, y me dicen que me iban a violar delante de él. Siento olor a Bencina, y siento inmediatamente el grito de dolor de Ariel y olor a pelo quemado. Me sacan y me llevan a otra habitación donde me doy cuenta que estaba Susana Miranda al lado tan calladita como yo”.
Moyano indicó que en un nuevo traslado que realizaron con ella, pudo identificar a un tal Carlitos, y a Barba, “encargado de realizar interrogatorios”. En ese lugar que era “una caballeriza” comienza a encontrarse con los otros secuestrados. “Primero la traen Susana”, contó Olga y agregó: “después lo traen a Ariel muy golpeado, con la cabeza quemada, que le dolía muchísimo. Después ingresan otras personas y pudimos intercambiar los nombres, eran Rivero (Juan), Verón (Ramón), Arce (Adriana) y Cardozo (Hilda)”.
Olga mencionó algo que también se hizo presente en otros testimonios, y que permite inferir que los detenidos, asesinados y desaparecidos en ese período de 1978 son secuestrados además para “garantizar” la realización del gran montaje de los dictadores: el mundial de fútbol. “Ya en junio de 1978, que comienza a desarrollarse el mundial del 78, se escuchaban los partidos y comentarios de los que iban a hacer las custodias”, manifestó Olga en coincidencia con otros de los sobrevivientes que escucharon varias veces que se dedicaban a ellos “ahora porque luego viene el mundial y tienen que custodiar a las autoridades”.
Moyano repasó los apodos y nombres de los represores que identificó durante su secuestro: “Había una persona que se llamaba Aldo. Otro al que le decían el Puma, que venía siempre a los gritos, burlón y amenazante. Sergio 1, que era una persona con vos ronca, mayor, impresionaba. Sergio 2, que venía a conversar mucho más con Nadia –como le decían a Susana–, y venía a hablarnos de las bondades del nazismo, traía libros o publicaciones como mi Lucha de Hitler. Armando también solía venir, fue el que dijo que nos bajemos la venda y lo miremos porque nosotras no éramos peligrosas. También estaba el Tucu, que tenía un acento o tonada diferente al resto. El puma se burlaba de Nadia y le decía ser novia de Ramón. Mario que aparentaba vivir ahí. También escuché el nombre de Daniel”.
En su extensa declaración, Olga contó cómo fueron trasladados sus compañeros de cautiverio, primero Hilda y más adelante Susana y Ariel –los tres desaparecidos–, relató los días previos a su traslado, a fines de agosto, al Batallón 121 a donde estuvo hasta enero de 1979, momento en que la llevaron a la cárcel de Devoto.
Moyano registró otros nombres de represores en el 121, como el de un gendarme Zacarías, el mayor Bidarte –quien le hace firmar una declaración, el Mayor García que hace de su defensor en el Consejo de Guerra. También refirió el nombre de otro detenido que estuvo en el Batallón además de Rivero, Arce y Verón: Juan Garay.
Finalmente Moyano hizo un especial reconocimiento a sus “compañeras de Devoto” que le “enseñaron y ayudaron mucho”. “A mí me pario la cárcel por segunda vez”, graficó Olga sobre su experiencia y concluyó: “es muy duro cargar con la culpa de sobrevivir”.
Broma genocida
Un increíble episodio se vivió en la audiencia de este martes cuando el represor Juan Amelong realizó un comentario que fue escuchado por una de las abogadas querellantes, Virginia Blando. Según manifestó Blando al tribunal –al que le solicitó una sanción para el imputado–, Amelong dijo: “Esto se está poniendo calentito, hace falta un poco de bencina". Minutos antes Olga Moyano había relatado cómo su compañero Ariel Morandi fue quemado en la cabeza con ese mismo combustible”.
Otros testimonios
Después de la declaración de Olga, siguieron las de Ricardo Moyano –su hermano– y la de Celso Rivero, hermano del ex detenido y sobreviviente de Fábrica Juan Rivero, quien declaró este lunes.
(Fuente:Argenpress).



Juicio a los represores. El nombre de la hija
REDACCION ROSARIO
El primer juicio a los represores de la dictadura en Rosario tuvo en la audiencia de este lunes el inicio de un nuevo capítulo, el referido a la Fábrica Militar de Armas Domingo Mateu, lugar que funcionó como centro clandestino de detención bajo el control operativo de los mismos hombres que fueron identificados en los campos de concentración La Calamita, Quinta de Funes, Escuela Magnasco y La Intemedia. La ronda de testigos que abrió esta etapa del proceso oral y público estuvo integrada por tres sobrevivientes: Adriana Arce, el concejal Juan Rivero y Ramón Verón.
En aquel centro clandestino funciona hoy la sede de la Policía de Rosario. Arce recordó que "Galtieri me dijo que viviría porque me llamaba igual que su hija".
La ex detenida política Adriana Arce –primera en declarar– ofreció un crudísimo testimonio que incluyó, además de las ya repetidas sesiones de torturas que se vienen denunciando como una práctica sistemática en el juicio, el relato de un aborto sin anestesia que le practicaron los secuestradores del Ejército.
Arce fue detenida el 11 de mayo de 1978 y llevada al centro clandestino detención que funcionaba en la Fábrica Militar de Ovidio Lagos al 5400. Adriana declaró que apenas ingresada la “desnudaron y pusieron contra una pared sin revocar. Dijeron que estaba en un chupadero y a disposición de un grupo de tareas de fuerzas conjuntas”. La testigo contó que les avisó a los captores que “estaba embarazada y no les importó nada”.
“Me desnudaron y me pusieron en la parrilla –continuó su relato Arce–, que era un elástico metálico de una cama sobre el cual me ataron de pies y manos. Usaban como medio de tortura la picana eléctrica, que me aplicaron debajo de las uñas del dedo gordo de mi pie y luego me tiraban agua fría y agua caliente. Me aplicaron además en vagina, pezones, en todas partes. Recuerdo que me orinaron encima. Tenia los pechos convertidos en dos morcillas”.
Adriana militaba en el sindicato de los docentes rosarinos, en ese momento denominado Sindicato de Trabajadores de la Educación Rosario (Sinter, el antecesor de Amsafé). Los días siguientes a su detención la inquirieron sobre su militancia: “Me preguntaron por mucha gente del sindicato, por Guillermo White, y por muchos que estaban desaparecidos. Querían saber la filiación política de los compañeros del gremio. También demostraron tener registrados todos y cada uno de mis movimientos”.
La testigo señaló al tribunal que “sobre una mesa tenían fotos que me mostraban y no pude decir quiénes eran, porque no los reconocía. Me preguntaron mucho por Alberto Tur, que fui a ver a Santa Fe el día que me secuestraron. Él tenía un hermano en México y entonces me acusaban de que junto a Alberto Tur me ocupaba de sacar a los cabecillas de la organización afuera del país”.
Adriana recordó entre sus interrogadores a “Pepe, Rubén y Armando”. “Me decían que me podían llevar al extranjero si colaboraba. Ellos estaban muy nerviosos porque necesitaban información que yo no les poda brindar para nada”, indicó Arce, quien agregó que “sobre el 13 o 14 de mayo me llevaron a la cocina, había cartas y fotos y me proyectaron diapositivas. Allí reconozco al novio de la compañera Marta Borzone, que era compañera del sindicato”.
Arce identificó a una larga lista de represores. Además de señalar y reconocer a Juan Daniel Amelong, Oscar Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Walter Pagano y Eduardo Costanzo –los imputados en la causa–, la testigo agregó varios represores más: “Rubén Rébora”, quien en realidad se llama Eduardo Rebecchi; “Pepe” (Marino González); “Armando” (Alberto Pelliza); Barba (Juan Cabrera), Puma (Ariel Porra), Ricardo Ríos (Walter Roscoe). Además mencionó a un “tal Tito o Pipo”, a un médico de apellido Ciciliani, a Cristeler, Carlitos y Mario.
Adriana también se refirió a sus compañeros de cautiverio: “Estuve con (Ramón) Veron, (Juan) Ribero y (Ariel) Morandi, y en otra habitación estaban (Olga) Moyano y (Susana) Miranda. En la Fábrica Militar también estuvo Hilda Cardozo, quien posteriormente fue trasladada a otros centros clandestinos de detención y continúa desaparecida. Miranda y Morandi también fueron trasladados y permanecen desparecidos”.
El episodio más terrible narrado por Arce fue sin dudas cuando se refirió al aborto sin anestesia que le practicaron sus captores, en un departamento de calle Entre Ríos entre Urquiza y Tucumán al que la trasladaron.
“Me acostaron con los ojos vendados sobre la mesa de madera que ellos comían. El médico me dijo que «no había anestesia, pero te tengo que hacer un aborto porque es la única posibilidad de que vivas. A lo mejor morís, pero si no te lo hago morís igual»”, contó Arce.
“Estaban todos alrededor de la mesa, un gendarme llamado Domingo que me acariciaba la cabeza y que luego me trajo una pluma de Cabure (según sus creencias). Yo recuerdo haberle dicho que tenia un Diu, y el médico me dijo que si me lo sacaba me iba a producir una lesión que, como no tenía ahí para suturar, no podía hacerlo. El médico les dijo a los otros que «después de todo lo que le hicieron ahora se quedan callados». Yo vi como en una olla de aluminio hirvieron todo lo que usaron para hacerme el aborto”.
La sobreviviente agregó que desde ese momento “quedó anulada mi capacidad reproductiva para siempre y de ello también son responsables”.
Adriana Arce recordó que “las ultimas semanas de mayo llego una mujer con un chico, escuchamos los llantos del niño y el ruido de las torturas”, y que “hacia fines de junio vino Galtieri, y ese día nos dieron mate cocido, nos dejaron bañar. Nos entrevistó a cada uno personalmente. Cuando le dije mi nombre me dijo que tenía una hija que se llamaba igual que yo. Me dijo que él era el general Galtieri y que decidía entre la vida y la muerte, y que como yo me llamaba igual que su hija iba a sobrevivir”.
La testigo declaró que en julio fueron trasladados al Batallón 121 de Rosario, donde comenzó su proceso de “blanqueo” (legalización). Allí Adriana pudo recibir la visita de su madre y volver a ver a su hijo –a quien no veía desde su detención–. En ese centro de detención vio a otros dos detenidos: “Juan Garay y una chica Norma Orrego que era del Chaco, que fueron trasladados a una granja en Ezeiza. No sé nada más de estas dos personas”.
Finalmente, en febrero de 1979 Adriana fue trasladada al penal de Devoto. "Con Moyano fuimos trasladadas en un vehículo primero al aeropuerto de Rosario y luego, con el Servicio Penitenciario en avión a Devoto, atadas al piso del avión. Llegamos a aeroparque y de ahí en un vehículo del Servicio Penitenciario a Devoto”, concluyó la sobreviviente.
(Fuente:Argenpress).



Juicio Guerrieri-Amelong, día 20 (testimonio de Ramón Verón)

El último en declarar en la prolongada jornada de este lunes fue Ramón Verón, sobrevieiviente del centro clandestino de detención Fábrica Militar y militante del peronismo revolucionario, quien realizó uno de los relatos más precisos y detallistas de todo el proceso oral y público por crímenes de lesa humanidad, que se viene realizando en el Tribunal Oral Federal Nº1 de Rosario desde el 31 de agosto. “Nosotros somos la voz de los compañeros que ya no están”, expresó el testigo.


Verón, que fue detenido el 13 de mayo de 1978 y llevado al centro clandestino de detención y torturas que funcionó en la Fábrica Militar de Armas Domingo Mateu, compartió cautiverio en ese lugar con su esposa Hilda Cardozo –quien continúa desaparecida–. Su declaración estuvo desde el inicio marcada por el dolor de la pérdida de su compañera , y por el reconocimiento a las solidadaridad de sus compañeros de cautiverio.


Ramón contó que apenas llegados a la Fábrica, “en un momento dado la sacan a Hilda y la someten a tortura eléctrica y a mi me ponen esposado con Susana Miranda. Ella me comenta que la habían detenido, que era enfermera, que estaba con otros compañeros detenida. Luego aparece un Coronel y nuevamente Hilda es sacada y torturada para averiguar su verdadera identidad”. Verón señaló que hubo “un momento de dedicación hacia nosotros que preferíamos la muerte”.


El testigo relató un episodio que da cuenta del profundo cinismo con que los trataban los represores: “En otro momento nos hacen despedir con Hilda Cardozo, nos ofrecen el último deseo. Todo esto era en un clima de burla, de total sadismo. Estábamos vestidos a medias, casi desnudos en pleno frío. Sentí que era la despedida final y fue la última vez que yo toque a Hilda. Todos decían burlonamente “que se besen”, y en ese medio nos tocamos y despedimos. Luego nos separan y nos ponen en distintos lugares”.



Verón explicó al tribunal que “todos los días transcurrían así, con hostigamientos y torturas” hasta el 25 de mayo.


Ramón relató luego que “el Coronel éste, decide mi traslado a un lugar que yo no puedo precisar. Pero si sé perfectamente claro que había una coordinación constante entre un grupo y otro”.


El testigo realizó una descripción muy precisa sobre aquel episodio del traslado: “Me llevaban de un lado a otro, con un subir y bajar de escaleras. Fui llevado a un lugar con una mesa de chapa con dos pilares, una habitación de tres por tres azulejada de blanco y toda manchada de sangre. Esto lo puedo comprobar porque me levanto la venda. Luego me atan a la cama y me aplican la picana eléctrica. Me obligan a desvestirme y me preguntan por Verónica Freit y Sergio León Cach, a quienes yo no conocía”. Verón indicó que “parecía que el grupo era otro y no los mismos que me habían llevado. Los apodos eran otros, se referían a un Puma y a un Simón”.


Sobre ese lugar donde estuvo detenido, Ramón rememoró que “lo más humano que encontré en esas circunstancias fue que como en un momento éramos más de 10 que pedíamos ir al baño, nos hicieron formar trencito con las dos manos esposadas sobre las espaldas. Uno sentía que un compañero o compañera te apretaba la espalda y sentías el calor, y uno hacia lo mismo con el compañero de adelante”.


Ramón también refirió que espiando por una mirilla de la celda pudo “ver a otras celdas con camas de una plaza con las puertas entreabiertas, y ver a una embarazada rubia y a un señor” y agrego que lo “impresionó la cantidad de celdas que había en ese sitio”.


Verón señaló que “en ese centro de detención estuve esa tarde del 13 de mayo y la noche del otro día. Luego, los que vuelven a retirarme de ahí, que casi con seguridad son los que me habían llevado. Me dicen: “pibe zafaste y volvés al mismo lugar de antes”. Ramón indicó que ese viaje de regreso duró aproximadamente 4 o 5 horas, por lo que se deduce que estuvo en Buenos Aires.


De nuevo en Fábrica Militar, Verón se encontró con otros detenidos, entre los que nombró a Ariel Morandi -que actualmente está desaparecido-, Olga Moyano testigo y querellante de la causa, Susana Miranda, Adriana Arce y Juan Rivero.


Verón comentó al igual que Adriana Arce, que cuando se avecinó el mundial de fútbol “hubo cambios” en el comportamiento de los represores, que algunos se fueron y otros vinieron. “Empezaron a transcurrir los días de junio y seguíamos todos en las mismas ubicaciones -rememoró el sobreviviente-. No se en que instante de un partido del mundial acá en Rosario, trajeron una mujer que gritaba mucho cuando la torturaba y a un chiquito, la habían visto con actitud sospechosa de tirar panfletos dentro de la cancha. El chiquito llamaba constantemente por su mamá. Después no supimos mas nada de ellos”.Verón registró nombres y apodos de varios de los represores que se encontraban en el centro de detención, entre ellos, el “Tucu” (Eduardo Costanzo), Carlitos (Carlos Isach), Sergio 1, Sergio 2 (Walter Pagano), Sebastián (Jorge Fariña).


El testigo indicó que tanto Hilda, como Ariel y Susana fueron trasladados primero y que luego de un buen tiempo fue llevado al igual que Rivero, Arce y Moyano al Batallón 121 de Rosario. Donde pensó que “podría llegar a ver a Hilda nuevamente”. En ese lugar vio a otros dos detenidos: “Juan Garay y Norma Orrego”.


Verón describió la cadena de traslados a la que fue sometido. Además de haber estado en Fábrica Militar y el Batallón, el sobreviviente fue llevado a la cárcel de Coronda primero, la Caseros después y finalmente a al penal de Rawson. “De ahí hubo viajes intermedios y traslados individuales y masivos” hasta el que 3 de diciembre de 1983 recuperó su libertad.


Ramón concluyó su testimonio reivindicando la lucha de la generación de los sesenta y setenta, reconoció el valor superlativo de las mujeres en esas circunstancias, la importancia de los juicios y señaló el compromiso que siente al “representar las voz de los compañeros que ya no están”.


Testimonio interrumpido
Por su parte el actual concejal, querellante y sobreviviente de la Fábrica Militar, Juan Rivero, había comenzado su declaración antes que Verón, pero debió interrumpirla al sufrir un ataque de presión. Su testimonio se volverá a realizar en una nueva audiencia a confirmar.
(Fuente:diariodeljuicio).



Juicio Guerrieri-Amelong, día 21 (testimonio de Olga Moyano)
La enfermera Olga Moyano fue secuestrada el 11 mayo de 1978 y llevada al centro clandestino de detención que funcionó en la Fábrica Militar Domingo Mateu, ubicada en avenida Ovidio Lagos al 5200, donde fue víctima de la patota del segundo cuerpo de ejército. Este martes brindó su testimonio en el juicio contra tres militares y dos civiles que se lleva adelante en el tribunal oral federal Nº 1 de Rosario. Moyano recordó a sus compañeros de cautiverio –tres de los cuales están desaparecidos– y señaló apodos y nombres de una larga lista de represores que registró prodigiosamente en su memoria.

Juicio Guerrieri-Amelong
El relato de Olga fue pausado, fluido y muy preciso. La testigo demostró ser de esas personas que poseen la virtud de tener un memoria absoluta. En su narración de los hechos vividos no dejó huecos ni lugar a dudas. Comenzó su declaración frente a los jueces del tribunal, recordando sus primeros años en la ciudad de Rosario a la que vino a estudiar enfermería y la amistad que fue construyendo con dos de los desaparecidos de la causa, con los que compartió primero el trabajo en el Sanatorio Plaza y luego cautiverio en la Fábrica: Susana Miranda y Ariel Morandi.


Olga repasó un episodio muy importante que la marcó en la relación con sus dos amigos y compañeros de trabajo. “A fines de 1977 Ariel me hace leer la Carta a las Juntas de Rodolfo Walsh y tomo conciencia de lo que estaba pasando en nuestro país”, explicó Moyano.


La testigo contó que la detuvieron “cuando iba caminado por calle Laprida antes de llegar al Teatro El Círculo. Un Fiat 128 que me venía siguiendo se me cruza. Me empiezan a preguntar por Ariel y Susana. Me meten en la parte posterior del auto”. Olga agregó que vio que uno de los tipos “tenía pelo largo y bigotes”.


Moyano reconstruyó para los jueces el momento de su llegada a la Fábrica Militar: “Se abre un portón y entramos a un lugar, subimos escaleras, me desnudan, me cambian capucha por venda, me ponen en una camilla de tipo ginecológico, me amarran y me empiezan a torturar con picana. Me preguntan que “Quien me había dado la carta de Rodolfo Walsh”. Y dicen: “Acá tenemos una boluda que es virgen, vamos a hacerla sufrir”.


Parta el estremecimiento del tribunal –y del público de la sala, donde se encontraba además el marido de Olga junto a sus hijos–, Moyano refirió que “en ese momento sentí que me moría. La voz del que me interrogaba era una vos tranquila. Siento un dolor muy fuerte en el pecho y pido que me den un medicamento que tengo en la cartera, ahí me desmayo por el Trinitron (vasodilatador). Luego me llevan a otra habitación y me sientan en un sillón, vendada. Había un hombre mayor que me decía, “yo decido sobre tu vida”, un señor me apuntaba con un arma en la frente y en el occipital, yo estaba destruida, ya no podía hablar”.


Pero ese episodio no terminaba nunca. Olga siguió su relato: “Al rato empiezo a sentir los gritos de dolor de Ariel Morandi, me agarran del pelo y me llevan a la habitación donde estaba él y me ponen mi cabeza sobre su abdomen desnudo, y me dicen que me iban a violar delante de él. Siento olor a Bencina, y siento inmediatamente el grito de dolor de Ariel y olor a pelo quemado. Me sacan y me llevan a otra habitación donde me doy cuenta que estaba Susana Miranda al lado tan calladita como yo”.


Moyano indicó que en un nuevo traslado que realizaron con ella, pudo identificar a un tal Carlitos, y a Barba, “encargado de realizar interrogatorios”. En ese lugar que era “una caballeriza” comienza a encontrarse con los otros secuestrados. “Primero la traen Susana”, contó Olga y agregó: “después lo traen a Ariel muy golpeado, con la cabeza quemada, que le dolía muchísimo. Después ingresan otras personas y pudimos intercambiar los nombres, eran Rivero (Juan), Verón (Ramón), Arce (Adriana) y Cardozo (Hilda)”.


Olga mencionó algo que también se hizo presente en otros testimonios, y que permite inferir que los detenidos, asesinados y desaparecidos en ese período de 1978 son secuestrados además para “garantizar” la realización del gran montaje de los dictadores: el mundial de fútbol. “Ya en junio de 1978, que comienza a desarrollarse el mundial del 78, se escuchaban los partidos y comentarios de los que iban a hacer las custodias”, manifestó Olga en coincidencia con otros de los sobrevivientes que escucharon varias veces que se dedicaban a ellos “ahora porque luego viene el mundial y tienen que custodiar a las autoridades”.


Moyano repasó los apodos y nombres de los represores que identificó durante su secuestro: “Había una persona que se llamaba Aldo. Otro al que le decían el Puma, que venía siempre a los gritos, burlón y amenazante. Sergio 1, que era una persona con vos ronca, mayor, impresionaba. Sergio 2, que venía a conversar mucho más con Nadia –como le decían a Susana–, y venía a hablarnos de las bondades del nazismo, traía libros o publicaciones como mi Lucha de Hitler. Armando también solía venir, fue el que dijo que nos bajemos la venda y lo miremos porque nosotras no éramos peligrosas. También estaba el Tucu, que tenía un acento o tonada diferente al resto. El puma se burlaba de Nadia y le decía ser novia de Ramón. Mario que aparentaba vivir ahí. También escuché el nombre de Daniel”.


En su extensa declaración, Olga contó cómo fueron trasladados sus compañeros de cautiverio, primero Hilda y más adelante Susana y Ariel –los tres desaparecidos–, relató los días previos a su traslado, a fines de agosto, al Batallón 121 a donde estuvo hasta enero de 1979, momento en que la llevaron a la cárcel de Devoto.


Moyano registró otros nombres de represores en el 121, como el de un gendarme Zacarías, el mayor Bidarte –quien le hace firmar una declaración, el Mayor García que hace de su defensor en el Consejo de Guerra. También refirió el nombre de otro detenido que estuvo en el Batallón además de Rivero, Arce y Verón: Juan Garay.


Finalmente Moyano hizo un especial reconocimiento a sus “compañeras de Devoto” que le “enseñaron y ayudaron mucho”. “A mí me pario la cárcel por segunda vez”, graficó Olga sobre su experiencia y concluyó: “es muy duro cargar con la culpa de sobrevivir”.


Broma genocida
Un increíble episodio se vivió en la audiencia de este martes cuando el represor Juan Amelong realizó un comentario que fue escuchado por una de las abogadas querellantes, Virginia Blando. Según manifestó Blando al tribunal –al que le solicitó una sanción para el imputado–, Amelong dijo: “Esto se está poniendo calentito, hace falta un poco de bencina". Minutos antes Olga Moyano había relatado cómo su compañero Ariel Morandi fue quemado en la cabeza con ese mismo combustible”.

Otros testimonios:
Después de la declaración de Olga, siguieron las de Ricardo Moyano –su hermano– y la de Celso Rivero, hermano del ex detenido y sobreviviente de Fábrica Juan Rivero, quien declaró este lunes.
(Fuente:Diariodeljuicio).

Foto:diariodeljuicio.

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