El 11 de marzo asumió el gobierno Sebastián Piñera.
El nuevo presidente ha anunciado un plan de reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto.
Un periodista de Los Angeles Times que me entrevistó (Daniel Hernández, 5 de marzo 2010), me pregunta si este plan de reconstrucción no será la oportunidad para que Piñera le entregue la tarea al sector privado, más que al Estado.
La pregunta es muy penetrante, porque hace pensar que frente al drama humano y la necesidad económica urgente, el terremoto crea el gran espacio para reintroducir una agenda privatizadora más agresiva que permaneció contenida durante los 20 años de centro izquierda en gobierno.
El ajuste estructural a las economías de los años 80 del siglo pasado, el cual Chile empieza a aplicar después de la crisis del 82, suponía como condición un ajuste permanente y regulado de acuerdo a su evolución.
Su eje principal es la privatización de la economía y la reducción del Estado a un nivel máximo de funcionamiento en la gestión de la economía. Se podría decir el Estado en un punto 0 como agente económico, para rentabilizar al máximo la energía del libre mercado.
El rol de regulador del Estado se concibe en este plano, como funcional a maximizar esa rentabilidad.
Los nichos de desproporción o desigualdad que se van creando en la aplicación de esta economía política, deberían ser asumidos en forma compartida entre estado y sector privado pero nunca concebir al estado en el rol de gestor económico y protector social clave que tenía antes de 1980.
Fue una revolución económica y política, o un terremoto, cuyos efectos recién se pudieron palpar en forma más cruda en la crisis de 2008 y que continúan brotando.
Frente a la crisis, el Grupo de los 8 y el Grupo de los 20, que de alguna forma rigen la economía política, sostienen que hay que elevar las tasas de crecimiento de los países, (el mismo problema de la crisis de los 70 y 80 del siglo pasado) y que para eso: se debe estimular más agilidad en la inversión interna e internacional; reducir la inflación mundial por el tema de la distorsión en el sistema cambiario; pero fundamentalmente inyectar más liquidez al sistema productivo y financiero para aumentar la demanda interna en los países.
En suma, economías con más liquidez, pero de una liquidez “sana”, sin compromisos de deudas atrasadas, tóxicas como llaman algunos, o fatigadas por exceso de tráfico en el sistema especulativo.
¿De dónde proviene esa liquidez nueva con un aparente 0 kilómetro?
Aplicando los principios básicos del ajuste en cuanto a la privatización total de los bienes y recursos que exhiben los países en poder del Estado.
El concepto de recursos estratégicos en poder de los estados de las naciones es anticuado respecto a esta filosofía de recuperar el vigor económico hacia el crecimiento.
Lo que se necesita para salir de la crisis y el estancamiento, es la recuperación o incorporación de una liquidez cuya optimización hasta el momento está obstaculizada por la interferencia o la propiedad del estado.
El actual agenciamiento del estado de esta fábrica de liquidez, forma parte de la crisis económica de acuerdo a los teóricos del ajuste estructural de los años 80, que están en plena vigencia en Chile y otros países.
Sebastián Piñera y miembros de de su gobierno han manifestado ser fieles reproductores del ajuste y manifiestan abiertamente la lógica de privatización de recursos que no están rentabilizados.
Los gobiernos de la Concertación si bien continuaron aplicando algunos aspectos de la doctrina del ajuste, contuvieron en parte la privatización de recursos y bienes del estado y la reducción del Estado hasta el punto 0 para agenciar la economía.
Por los anuncios, y por la posibilidad de que la reconstrucción sea encargada al sector privado, se observa el propósito de convertir al Estado en un punto 0 como agente económico, para así poder rentabilizar al máximo la energía del libre mercado. Sin las interferencias de una maquinaria burocrática (estatal) desgastada y para algunos de la coalición que lo respalda, obsoleta.
La situación post terremoto y los efectos psicológicos de la tragedia en la población, le abre políticamente esa oportunidad.
En el impulso de la acción inmediata en todos los frentes para recuperarse del drama humano y la pérdida económica, se abre la oportunidad también de revisar el diagnóstico sobre Chile, y si el ajuste estructural de los 80 funcionó.
Por el indicador crudo e implacable del terremoto creo que no.
El nuevo presidente ha anunciado un plan de reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto.
Un periodista de Los Angeles Times que me entrevistó (Daniel Hernández, 5 de marzo 2010), me pregunta si este plan de reconstrucción no será la oportunidad para que Piñera le entregue la tarea al sector privado, más que al Estado.
La pregunta es muy penetrante, porque hace pensar que frente al drama humano y la necesidad económica urgente, el terremoto crea el gran espacio para reintroducir una agenda privatizadora más agresiva que permaneció contenida durante los 20 años de centro izquierda en gobierno.
El ajuste estructural a las economías de los años 80 del siglo pasado, el cual Chile empieza a aplicar después de la crisis del 82, suponía como condición un ajuste permanente y regulado de acuerdo a su evolución.
Su eje principal es la privatización de la economía y la reducción del Estado a un nivel máximo de funcionamiento en la gestión de la economía. Se podría decir el Estado en un punto 0 como agente económico, para rentabilizar al máximo la energía del libre mercado.
El rol de regulador del Estado se concibe en este plano, como funcional a maximizar esa rentabilidad.
Los nichos de desproporción o desigualdad que se van creando en la aplicación de esta economía política, deberían ser asumidos en forma compartida entre estado y sector privado pero nunca concebir al estado en el rol de gestor económico y protector social clave que tenía antes de 1980.
Fue una revolución económica y política, o un terremoto, cuyos efectos recién se pudieron palpar en forma más cruda en la crisis de 2008 y que continúan brotando.
Frente a la crisis, el Grupo de los 8 y el Grupo de los 20, que de alguna forma rigen la economía política, sostienen que hay que elevar las tasas de crecimiento de los países, (el mismo problema de la crisis de los 70 y 80 del siglo pasado) y que para eso: se debe estimular más agilidad en la inversión interna e internacional; reducir la inflación mundial por el tema de la distorsión en el sistema cambiario; pero fundamentalmente inyectar más liquidez al sistema productivo y financiero para aumentar la demanda interna en los países.
En suma, economías con más liquidez, pero de una liquidez “sana”, sin compromisos de deudas atrasadas, tóxicas como llaman algunos, o fatigadas por exceso de tráfico en el sistema especulativo.
¿De dónde proviene esa liquidez nueva con un aparente 0 kilómetro?
Aplicando los principios básicos del ajuste en cuanto a la privatización total de los bienes y recursos que exhiben los países en poder del Estado.
El concepto de recursos estratégicos en poder de los estados de las naciones es anticuado respecto a esta filosofía de recuperar el vigor económico hacia el crecimiento.
Lo que se necesita para salir de la crisis y el estancamiento, es la recuperación o incorporación de una liquidez cuya optimización hasta el momento está obstaculizada por la interferencia o la propiedad del estado.
El actual agenciamiento del estado de esta fábrica de liquidez, forma parte de la crisis económica de acuerdo a los teóricos del ajuste estructural de los años 80, que están en plena vigencia en Chile y otros países.
Sebastián Piñera y miembros de de su gobierno han manifestado ser fieles reproductores del ajuste y manifiestan abiertamente la lógica de privatización de recursos que no están rentabilizados.
Los gobiernos de la Concertación si bien continuaron aplicando algunos aspectos de la doctrina del ajuste, contuvieron en parte la privatización de recursos y bienes del estado y la reducción del Estado hasta el punto 0 para agenciar la economía.
Por los anuncios, y por la posibilidad de que la reconstrucción sea encargada al sector privado, se observa el propósito de convertir al Estado en un punto 0 como agente económico, para así poder rentabilizar al máximo la energía del libre mercado. Sin las interferencias de una maquinaria burocrática (estatal) desgastada y para algunos de la coalición que lo respalda, obsoleta.
La situación post terremoto y los efectos psicológicos de la tragedia en la población, le abre políticamente esa oportunidad.
En el impulso de la acción inmediata en todos los frentes para recuperarse del drama humano y la pérdida económica, se abre la oportunidad también de revisar el diagnóstico sobre Chile, y si el ajuste estructural de los 80 funcionó.
Por el indicador crudo e implacable del terremoto creo que no.
La escena transmitida por televisión en que Sebastián Piñera recibe la banda presidencial ha sido para muchos, sin duda, una imagen impensada hasta hace muy poco. El retorno de la derecha chilena al poder Ejecutivo se ha encarnado en éste, un millonario en La Moneda. El nuevo presidente y su equipo deberán enfrentar un momento complejo y difícil para el país, no sólo por el reciente cataclismo y sus repercusiones sino por la mezcla de expectativas que ha generado entre sus simpatizantes y cierta tensa expectación entre sus alicaídos adversarios.
Si bien se hicieron presentes en la transmisión del mando muchas delegaciones diplomáticas del más alto nivel, resultan sintomáticas algunas ausencias. Uno de los ámbitos en los cuales se hará más evidente la “diferencia”, entre a derecha y la antigua administración es, precisamente, en la nueva orientación que ya comienza a insinuarse en el plano internacional. Hay, sin duda, una realineación de Chile en el concierto regional y mundial.
Los recién nombrados ministros y subsecretarios de las diversas carteras indican, también, nuevos énfasis en política interna. Los nombramientos se inscriben en una clara orientación neoliberal que pretende reimpulsar el capitalismo chileno, a partir de un Estado “más eficiente”. Este impulso modernizador anhelado por la derecha ha encontrado un obstáculo en el reciente terremoto, en cuanto posterga muchas realizaciones en aras de la “reconstrucción”. Sin embargo, al mismo tiempo, este evento ha creado un clima emocional y político mucho más propicio al reclamo de “unidad nacional” que ha sido parte importante del discurso oficial desde su triunfo en enero.
En los próximos meses veremos desplegarse en los medios toda la epopeya de la “reconstrucción nacional”, protagonizada por el nuevo equipo de gobierno, y que culminará en el éxtasis de algún partido de fútbol en tierras africanas. Así, una tragedia se transforma simbólicamente en una bandera, consumando la mentada “unidad nacional” y, de paso, limpiando la imagen de nuestra clase empresarial y de la derecha toda. Todo esto ante el silencio de los antagonistas, carentes de medios para expresarse y alejados sideralmente del imaginario social propio de una sociedad de consumidores.
Puede que la llegada de la derecha al poder incomode a ciertos sectores, pero es innegable que la presencia de los “ricos y famosos”, con la promesa fácil de “tiempos mejores”, resulta muy atractiva para el “sentido común” de la sociedad chilena. No olvidemos que durante décadas, nuestra cultura – mediática y publicitaria - ha desplazado el concepto de “ciudadano” por aquel de “consumidor” que transforma, incluso, los reclamos éticos en espectáculo. En una sociedad que ha sido, intencionada y sistemáticamente desmovilizada y desprovista de contenido político, nada tiene de extraño que los ministros sean “gerentes” y el Primer Mandatario, un reconocido multimillonario.
Si bien se hicieron presentes en la transmisión del mando muchas delegaciones diplomáticas del más alto nivel, resultan sintomáticas algunas ausencias. Uno de los ámbitos en los cuales se hará más evidente la “diferencia”, entre a derecha y la antigua administración es, precisamente, en la nueva orientación que ya comienza a insinuarse en el plano internacional. Hay, sin duda, una realineación de Chile en el concierto regional y mundial.
Los recién nombrados ministros y subsecretarios de las diversas carteras indican, también, nuevos énfasis en política interna. Los nombramientos se inscriben en una clara orientación neoliberal que pretende reimpulsar el capitalismo chileno, a partir de un Estado “más eficiente”. Este impulso modernizador anhelado por la derecha ha encontrado un obstáculo en el reciente terremoto, en cuanto posterga muchas realizaciones en aras de la “reconstrucción”. Sin embargo, al mismo tiempo, este evento ha creado un clima emocional y político mucho más propicio al reclamo de “unidad nacional” que ha sido parte importante del discurso oficial desde su triunfo en enero.
En los próximos meses veremos desplegarse en los medios toda la epopeya de la “reconstrucción nacional”, protagonizada por el nuevo equipo de gobierno, y que culminará en el éxtasis de algún partido de fútbol en tierras africanas. Así, una tragedia se transforma simbólicamente en una bandera, consumando la mentada “unidad nacional” y, de paso, limpiando la imagen de nuestra clase empresarial y de la derecha toda. Todo esto ante el silencio de los antagonistas, carentes de medios para expresarse y alejados sideralmente del imaginario social propio de una sociedad de consumidores.
Puede que la llegada de la derecha al poder incomode a ciertos sectores, pero es innegable que la presencia de los “ricos y famosos”, con la promesa fácil de “tiempos mejores”, resulta muy atractiva para el “sentido común” de la sociedad chilena. No olvidemos que durante décadas, nuestra cultura – mediática y publicitaria - ha desplazado el concepto de “ciudadano” por aquel de “consumidor” que transforma, incluso, los reclamos éticos en espectáculo. En una sociedad que ha sido, intencionada y sistemáticamente desmovilizada y desprovista de contenido político, nada tiene de extraño que los ministros sean “gerentes” y el Primer Mandatario, un reconocido multimillonario.
Daniel Riquelme Ruiz vivía en Hualpén, ciudad próxima a Talcahuano, uno de los territorios más devastado por el terremoto de la madrugada del 27 de febrero. Allí existe el estado de excepción y toque de queda impuesto por el gobierno saliente y vitoreado y mantenido por el entrante. La noche del 9 de marzo Daniel Riquelme salió en busca de cigarrillos, pero se encontró con una patrulla de la Armada. Su cuerpo fue encontrado sin vida, azul de golpes. "Se tomó la decisión tras comprobar que el hecho los vincularían (a los miembros de la Armada que iban en la patrulla), por lo que los antecedentes serían puestos a disposición del Ministerio Público", dijo el comandante en jefe de la Segunda Zona Naval, contraalmirante Roberto Macchiavello.
El único gobierno de impronta genuinamente popular fue el liderado por Salvador Allende. Durante toda la historia de Chile siempre ha gobernado la oligarquía –liberal o conservadora-, un par de administraciones de inspiración desarrollista y pare de contar. Lo demás han sido ejecutivos –votados o no- que han representado proyectos de sociedad ligados a los intereses de fracciones de los mega propietarios, a su vez, dependientes de los polos centrales del capital, primero inglés, luego norteamericano. Con Piñera, se dice que la derecha tradicional no accedía electoralmente a la primera tutoría del gobierno desde 1958, es decir hace más de 50 años. Pero ello sólo es en términos formales, de acuerdo a cánones convencionales, acotados a una democracia vertical y coordenadas que poco o nada hablan de de las estrategias de subordinación imperialista y políticas antisociales, exclusión, represión y vigilancia, fuerza y consentimiento desde el Estado de contenido siempre burgués que ha marcado el derrotero chileno.
Cuando no existe alternativa política madura y potente desde los intereses de los trabajadores y el pueblo, o bien se llega a situaciones álgidas de lucha de clases sin pueblo blindado, como en la Unidad Popular, la reacción de los grandes dueños, la pura y dura, ordena primero por la fuerza y luego por la ley, la política que es el resumen de la economía. Su economía, sus intereses.
Producto de la tragedia sísmica que afectó a los pueblos desde la Quinta a la Novena regiones, el gobierno de la Concertación y ahora el de Piñera mantienen el estado de excepción que, concretamente, significa toque de queda, militares del Ejército y la Armada en las calles, y graves limitaciones a los derechos ciudadanos. El argumento estatal se sostiene sobre la mantención del orden público y la custodia de la gran propiedad privada. La cuestión es que la milicia porta armamento de guerra y estilos de sometimiento civil que, como es corriente, se emplean. La policía, los carabineros, de acuerdo a la decisión de las autoridades, parece haber sido sobrepasada por los efectos del terremoto. Otra tesis probable, es que, sobre todo en la ciudad de Concepción y su vecina Talcahuano, el despliegue castrense corresponda a un ejercicio ad hoc para refrescar el miedo popular, estirar las piernas camufladas, y acostumbrar a la ciudadanía a un estilo de vida cuartelario ante cualquier potencial riesgo de movimientos sociales, espontáneo u organizado. Porque, en realidad, los militares no evitan los terremotos. Sería buena cosa que sus energías fueran destacadas a la reconstrucción de las carreteras, escuelas y hospitales destruidos, en vez de apalear pobres y hacer guardia celosa de la gran propiedad. Sin embargo, hasta el momento, el contenido del recurso militar sólo se congracia con los amantes del castigo incivilizado y a discreción.
Por su parte, organizaciones sociales, vecinales, sindicatos, estudiantes, multiplican su solidaridad bajo la consigna de “Sólo el pueblo ayuda al pueblo”. Realizan levantamientos, diagnósticos, colaboración directa, distribución de ayuda y procuran potenciar la autoorganización desde abajo. Aún son iniciativas menudas, pero que guardan potencialmente el germen de la solidaridad organizada independientemente de las instituciones estatales. La distribución de la mercadería y el proceso de reconstrucción mismo, por arriba, simplemente aún no llega adecuadamente.
Ya existen voces que demandan medidas tendientes a limitar la especulación; terminar con el estado de excepción para volver paulatinamente a la normalidad; establecer las responsabilidades que le caben a las constructoras cuyas edificaciones habitacionales sufrieron daños estructurales; imponer impuestos específicos a las corporaciones y la industria del cobre (sólo un tercio está en manos del Estado) para beneficiar a la población más damnificada; y que el pago de las viviendas arruinadas sea retornado a la ciudadanía. Es decir, que el derecho a la vida se sobreponga al de la propiedad; y que la reconstrucción pública se encumbra sobre el negocio privado. Porque, entre muchas formas de aprovechamiento del capital en medio de la tragedia, está la oferta de créditos hipotecarios engordados por el aumento del precio de las aseguradoras más la repactación de las deudas habitacionales. Al respecto, la banca asociada a las constructoras privadas jamás duerme ni pierde.
La comunidad nacional se encuentra altamente sensible ante las réplicas y la espectacularización televisiva de los acontecimientos. A ello se agrega la militarización de la catástrofe y el “movido” cambio de mando en el Congreso Nacional y un Piñera que en términos absolutos, no alcanza a representar un 30 % de la gente habilitada para votar en el país.
Foto: Chile - Michelle Bachelet envió 17.000 efectivos a Concepción para contener los saqueos y brindar la sensación de seguridad. / Autor: Gerardo Gómez - MDZOL
El único gobierno de impronta genuinamente popular fue el liderado por Salvador Allende. Durante toda la historia de Chile siempre ha gobernado la oligarquía –liberal o conservadora-, un par de administraciones de inspiración desarrollista y pare de contar. Lo demás han sido ejecutivos –votados o no- que han representado proyectos de sociedad ligados a los intereses de fracciones de los mega propietarios, a su vez, dependientes de los polos centrales del capital, primero inglés, luego norteamericano. Con Piñera, se dice que la derecha tradicional no accedía electoralmente a la primera tutoría del gobierno desde 1958, es decir hace más de 50 años. Pero ello sólo es en términos formales, de acuerdo a cánones convencionales, acotados a una democracia vertical y coordenadas que poco o nada hablan de de las estrategias de subordinación imperialista y políticas antisociales, exclusión, represión y vigilancia, fuerza y consentimiento desde el Estado de contenido siempre burgués que ha marcado el derrotero chileno.
Cuando no existe alternativa política madura y potente desde los intereses de los trabajadores y el pueblo, o bien se llega a situaciones álgidas de lucha de clases sin pueblo blindado, como en la Unidad Popular, la reacción de los grandes dueños, la pura y dura, ordena primero por la fuerza y luego por la ley, la política que es el resumen de la economía. Su economía, sus intereses.
Producto de la tragedia sísmica que afectó a los pueblos desde la Quinta a la Novena regiones, el gobierno de la Concertación y ahora el de Piñera mantienen el estado de excepción que, concretamente, significa toque de queda, militares del Ejército y la Armada en las calles, y graves limitaciones a los derechos ciudadanos. El argumento estatal se sostiene sobre la mantención del orden público y la custodia de la gran propiedad privada. La cuestión es que la milicia porta armamento de guerra y estilos de sometimiento civil que, como es corriente, se emplean. La policía, los carabineros, de acuerdo a la decisión de las autoridades, parece haber sido sobrepasada por los efectos del terremoto. Otra tesis probable, es que, sobre todo en la ciudad de Concepción y su vecina Talcahuano, el despliegue castrense corresponda a un ejercicio ad hoc para refrescar el miedo popular, estirar las piernas camufladas, y acostumbrar a la ciudadanía a un estilo de vida cuartelario ante cualquier potencial riesgo de movimientos sociales, espontáneo u organizado. Porque, en realidad, los militares no evitan los terremotos. Sería buena cosa que sus energías fueran destacadas a la reconstrucción de las carreteras, escuelas y hospitales destruidos, en vez de apalear pobres y hacer guardia celosa de la gran propiedad. Sin embargo, hasta el momento, el contenido del recurso militar sólo se congracia con los amantes del castigo incivilizado y a discreción.
Por su parte, organizaciones sociales, vecinales, sindicatos, estudiantes, multiplican su solidaridad bajo la consigna de “Sólo el pueblo ayuda al pueblo”. Realizan levantamientos, diagnósticos, colaboración directa, distribución de ayuda y procuran potenciar la autoorganización desde abajo. Aún son iniciativas menudas, pero que guardan potencialmente el germen de la solidaridad organizada independientemente de las instituciones estatales. La distribución de la mercadería y el proceso de reconstrucción mismo, por arriba, simplemente aún no llega adecuadamente.
Ya existen voces que demandan medidas tendientes a limitar la especulación; terminar con el estado de excepción para volver paulatinamente a la normalidad; establecer las responsabilidades que le caben a las constructoras cuyas edificaciones habitacionales sufrieron daños estructurales; imponer impuestos específicos a las corporaciones y la industria del cobre (sólo un tercio está en manos del Estado) para beneficiar a la población más damnificada; y que el pago de las viviendas arruinadas sea retornado a la ciudadanía. Es decir, que el derecho a la vida se sobreponga al de la propiedad; y que la reconstrucción pública se encumbra sobre el negocio privado. Porque, entre muchas formas de aprovechamiento del capital en medio de la tragedia, está la oferta de créditos hipotecarios engordados por el aumento del precio de las aseguradoras más la repactación de las deudas habitacionales. Al respecto, la banca asociada a las constructoras privadas jamás duerme ni pierde.
La comunidad nacional se encuentra altamente sensible ante las réplicas y la espectacularización televisiva de los acontecimientos. A ello se agrega la militarización de la catástrofe y el “movido” cambio de mando en el Congreso Nacional y un Piñera que en términos absolutos, no alcanza a representar un 30 % de la gente habilitada para votar en el país.
Foto: Chile - Michelle Bachelet envió 17.000 efectivos a Concepción para contener los saqueos y brindar la sensación de seguridad. / Autor: Gerardo Gómez - MDZOL
Constitución
Constitución, una ciudad costera con cerca de 50.000 habitantes, ubicada a 360 Km. al sur de Santiago, presenta alrededor de un 80% de la ciudad plana fuera de la costa destruida, y casi un 100% del hábitat de la línea costera destrozado.
Según los datos del gobierno al 3 de marzo, el porcentaje más alto de muertes en proporción al tamaño de la ciudad pertenece a la ciudad de Constitución. Sin duda es el epicentro de la tragedia.
Puede ser Irak, o los territorios palestinos y no hay pistas claras que pudieran ser las ruinas de un terremoto en Chile y así es. El sol pegaba fuerte esa tarde a las 4 de la tarde del viernes 5 en la ciudad más golpeada por el desastre.
Bonnie Flores camina cabizbaja lentamente por la calle O'higgins de Constitución con su cara cubierta por una máscara como si estuviera en profunda meditación.
Frente a la interminable masa de escombros que la rodea, con su cabeza enfrascada en un gorro de los New York Yankees corta una imagen de cualquier ciudad bombardeada por la guerra.
Bonnie tiene 46 años, es alta, de contextura mediana, trigueña y trabaja en una pesquera local. Está con los sus párpados inflamados de tanto llorar, aunque se ve serena y entera.
“Fue como si el mundo se viniera abajo. Uno sintió el ruido, y de inmediato se vio a la gente correr con desesperación porque todo se destruía. Lo que más conmovía era ver a los ancianos arrastrándose hacia los cerros. El mar golpeó en la ribera y se derramó hacia la ciudad como si fuera una ola de petróleo negro y fangoso. Yo pensé que duraba cinco minutos.”
Bonnie caminaba sola por calles derrumbadas y con historia. No estaba haciendo turismo terremoto, botaba su congoja mirando lo que no podía creer, Constitución destruida.
“No hay nada que hacer para volverla a ver cómo era. Una que ha nacido y crecido aquí, he viajado y no cambio mi pueblo por nada. Uno toma conciencia de lo que puede hacer la naturaleza, y tratar de cuidar la tierra porque pienso que esto es como un castigo por no cuidar la tierra”.
Constitución está escondida y aislada con ese nombre tan emblemático.
“Aquí las autoridades de Santiago se dieron cuenta de la magnitud de lo que había pasado aquí como a las 11 de la mañana del sábado. Se dedicaron primero a Concepción, después nos tomaron en serio”.
Los medios al centrarse en Concepción la dejaron fuera del radar. Le pregunto si es así.
“El gobierno se fija en las ciudades grandes y nosotros en los pueblos chicos somos los más jodidos porque nuestra economía es pobre. Por Concepción no se vio lo de Constitución. Acá se cayó casi todo. Pensé que se acababa el mundo, (comienza a sollozar). Lo único a que atiné fue a suplicar y pedir perdón por los pecados, y pedirle a Dios parar esto por el amor a los niños, que ellos no tienen culpa, no se dan cuenta, y solo ven que los adultos lloran.”
Como ha estado la gente…
“He visto mucho odio, mucho egoísmo, cada persona cuida su metro cuadrado, y es lo que más duele”.
En Bonnie hay una tristeza por la conducta humana.
“El egoísmo nos está destruyendo. Como mujer, sería cínica en no reconocer que nos mandaron este remezón para que tomáramos conciencia de que estamos mal, muy mal.
Agradece a Dios que los militares y los carabineros cuiden una ciudad destruida y triste.
“Estos militares se han portado super bien, me saco el sombrero, han patrullado toda la noche, Llegaron el mismo día del terremoto el sábado por la tarde y los veo tan niñitos. Cuando se escucharon los ruidos fuertes desde el mar, los carabineros empezaron a gritar por las calles con parlantes a grito pelado que se venía un maremoto. Si no hubieran sido por ellos habrían muerto más personas. Sería una pecadora sino dijera que ellos y las autoridades hicieron todo lo posible para salvarnos”.
Entonces intuyeron que venía el maremoto.
“Yo soy hija de pescador, y sabemos desde niños que cuando a uno le tiemblan las piernas en un temblor puede ser Tsunami. Los carabineros se dieron cuenta porque muchos tienen esa educación”.
La ayuda ha sido lenta…
“Da un poco de rabia la poca ayuda que está llegando. Ahí mismo en el estero, fuimos a lavar ropa, y vimos tanta gente en la carretera pidiendo comida”.
El terremoto y un fulgor de igualdad.
“Al final entre el rico y el pobre estamos a la par. Ahora como dice “Diosito”, somos todos igualitos. Porque el rico también tiene que buscar agua, sobrevivir. Ayer fui a lavar en un estero y vi gente rica bañándose. Llevamos cuatro días sin los aseos personales porque nadie se preocupaba de bañarse por si venía otro golpe más fuerte”.
Se dice que mucha gente murió del maremoto en la isla Orrego. Bajo los escombros quizás haya todavía desaparecidos.
“Ojalá que no, ojalá que no”.
En la isla se murió mucha gente. Cuando venían en bote se ahogaron.
“Hay un testimonio de Luis Gatica. Tiene una historia desgarradora porque perdió a su esposa, y a su hija de dos años que no la alcanzó a salvar con la última ola. Trabaja en el hospital, día y noche, y no ha parado desde que pasó esto. Ha trabajado tanto que no sé qué le pasará cuando pare de trabajar. Pido a Dios que le de las fuerzas para que siga a adelante. Tiene como 30 años”.
La gente fallecida sin identificación fue ubicada en el gimnasio y está siendo entregada a sus familiares. El acceso está interrumpido, y los cientos de personas fotografiando los escombros de Constitución guardan sus cámaras. Allí se acaba el “turismo terremoto”.
“Ha sido como un bombardeo y da la impresión de una ciudad invadida como en las películas. Pero es real. Uno se siente vigilado y da pena. No se puede salir con la facilidad de antes y recorrer libremente por los derrumbes y otros peligros. Por eso camino en mi vieja ciudad, porque creo verla como era”.
Esa fue la última reflexión de Bonnie Flores.
Después, “Rufián” el apodo de un oficial de excelente disposición a cargo de un enorme helicóptero de transporte del Ejército de Chile, nos invita a sobrevolar y ver la extensión del desastre en toda su dimensión. Consuelo Solar de Bío Bío La Radio, y dos periodistas de CNN Internacional están en la nave.
Al salir de Constitución cerca de la noche, le pregunto a Guillermo del Pedregal un guionista que me acompaña sobre el extraño olor en el auto. Me dice que la sensación del hedor impregnado de tanta masa de cuerpo humano puede desaparecer en 12 meses según un auxiliar.
La serenidad y el aguante de su gente animan a creer que esta tragedia se terminará pronto, llevándose el hedor.
El 11 de marzo asumía el gobierno por cuatro años Sebastián Piñera.
Ganó la elección con un 3.2 % de ventaja representando una coalición de derecha tradicional y neoconservadurismo criollo, sobre la coalición de centro izquierda que deja el gobierno después de un record histórico en Chile de 20 años. Nunca una coalición había gobernado por cuatro lustros seguidos.
Paradójicamente, sale del poder con una presidenta que termina su mandato con más del 80 % de popularidad, medida por una encuesta de una empresa de derecha.
Por Constitución papel, Michelle Bachelet no puede ser reelegida, seguramente habría continuado por otros cuatro años. Su compostura y manejo de la emergencia ha sido impecable dentro de la precariedad del país.
Esta contradicción quizás no está en la cabeza de Bonnie Flores. El sistema capitalista que mantiene Chile no se reformará en estos cuatro por este cambio en el poder. Menos Constitución ciudad.
El nuevo presidente ha anunciado un plan de reconstrucción de las zonas afectadas. Un periodista de Los Angeles Times que me entrevistó me pregunta si este plan de reconstrucción no será la oportunidad para Piñera de entregarle la tarea al sector privado, más que al Estado.
Una pregunta muy penetrante, porque hace pensar que frente al drama humano y la necesidad económica urgente, el terremoto crea el gran espacio para reintroducir una agenda privatizadora más agresiva que permaneció contenida durante los 20 años de centro izquierda.
Constitución, una ciudad costera con cerca de 50.000 habitantes, ubicada a 360 Km. al sur de Santiago, presenta alrededor de un 80% de la ciudad plana fuera de la costa destruida, y casi un 100% del hábitat de la línea costera destrozado.
Según los datos del gobierno al 3 de marzo, el porcentaje más alto de muertes en proporción al tamaño de la ciudad pertenece a la ciudad de Constitución. Sin duda es el epicentro de la tragedia.
Puede ser Irak, o los territorios palestinos y no hay pistas claras que pudieran ser las ruinas de un terremoto en Chile y así es. El sol pegaba fuerte esa tarde a las 4 de la tarde del viernes 5 en la ciudad más golpeada por el desastre.
Bonnie Flores camina cabizbaja lentamente por la calle O'higgins de Constitución con su cara cubierta por una máscara como si estuviera en profunda meditación.
Frente a la interminable masa de escombros que la rodea, con su cabeza enfrascada en un gorro de los New York Yankees corta una imagen de cualquier ciudad bombardeada por la guerra.
Bonnie tiene 46 años, es alta, de contextura mediana, trigueña y trabaja en una pesquera local. Está con los sus párpados inflamados de tanto llorar, aunque se ve serena y entera.
“Fue como si el mundo se viniera abajo. Uno sintió el ruido, y de inmediato se vio a la gente correr con desesperación porque todo se destruía. Lo que más conmovía era ver a los ancianos arrastrándose hacia los cerros. El mar golpeó en la ribera y se derramó hacia la ciudad como si fuera una ola de petróleo negro y fangoso. Yo pensé que duraba cinco minutos.”
Bonnie caminaba sola por calles derrumbadas y con historia. No estaba haciendo turismo terremoto, botaba su congoja mirando lo que no podía creer, Constitución destruida.
“No hay nada que hacer para volverla a ver cómo era. Una que ha nacido y crecido aquí, he viajado y no cambio mi pueblo por nada. Uno toma conciencia de lo que puede hacer la naturaleza, y tratar de cuidar la tierra porque pienso que esto es como un castigo por no cuidar la tierra”.
Constitución está escondida y aislada con ese nombre tan emblemático.
“Aquí las autoridades de Santiago se dieron cuenta de la magnitud de lo que había pasado aquí como a las 11 de la mañana del sábado. Se dedicaron primero a Concepción, después nos tomaron en serio”.
Los medios al centrarse en Concepción la dejaron fuera del radar. Le pregunto si es así.
“El gobierno se fija en las ciudades grandes y nosotros en los pueblos chicos somos los más jodidos porque nuestra economía es pobre. Por Concepción no se vio lo de Constitución. Acá se cayó casi todo. Pensé que se acababa el mundo, (comienza a sollozar). Lo único a que atiné fue a suplicar y pedir perdón por los pecados, y pedirle a Dios parar esto por el amor a los niños, que ellos no tienen culpa, no se dan cuenta, y solo ven que los adultos lloran.”
Como ha estado la gente…
“He visto mucho odio, mucho egoísmo, cada persona cuida su metro cuadrado, y es lo que más duele”.
En Bonnie hay una tristeza por la conducta humana.
“El egoísmo nos está destruyendo. Como mujer, sería cínica en no reconocer que nos mandaron este remezón para que tomáramos conciencia de que estamos mal, muy mal.
Agradece a Dios que los militares y los carabineros cuiden una ciudad destruida y triste.
“Estos militares se han portado super bien, me saco el sombrero, han patrullado toda la noche, Llegaron el mismo día del terremoto el sábado por la tarde y los veo tan niñitos. Cuando se escucharon los ruidos fuertes desde el mar, los carabineros empezaron a gritar por las calles con parlantes a grito pelado que se venía un maremoto. Si no hubieran sido por ellos habrían muerto más personas. Sería una pecadora sino dijera que ellos y las autoridades hicieron todo lo posible para salvarnos”.
Entonces intuyeron que venía el maremoto.
“Yo soy hija de pescador, y sabemos desde niños que cuando a uno le tiemblan las piernas en un temblor puede ser Tsunami. Los carabineros se dieron cuenta porque muchos tienen esa educación”.
La ayuda ha sido lenta…
“Da un poco de rabia la poca ayuda que está llegando. Ahí mismo en el estero, fuimos a lavar ropa, y vimos tanta gente en la carretera pidiendo comida”.
El terremoto y un fulgor de igualdad.
“Al final entre el rico y el pobre estamos a la par. Ahora como dice “Diosito”, somos todos igualitos. Porque el rico también tiene que buscar agua, sobrevivir. Ayer fui a lavar en un estero y vi gente rica bañándose. Llevamos cuatro días sin los aseos personales porque nadie se preocupaba de bañarse por si venía otro golpe más fuerte”.
Se dice que mucha gente murió del maremoto en la isla Orrego. Bajo los escombros quizás haya todavía desaparecidos.
“Ojalá que no, ojalá que no”.
En la isla se murió mucha gente. Cuando venían en bote se ahogaron.
“Hay un testimonio de Luis Gatica. Tiene una historia desgarradora porque perdió a su esposa, y a su hija de dos años que no la alcanzó a salvar con la última ola. Trabaja en el hospital, día y noche, y no ha parado desde que pasó esto. Ha trabajado tanto que no sé qué le pasará cuando pare de trabajar. Pido a Dios que le de las fuerzas para que siga a adelante. Tiene como 30 años”.
La gente fallecida sin identificación fue ubicada en el gimnasio y está siendo entregada a sus familiares. El acceso está interrumpido, y los cientos de personas fotografiando los escombros de Constitución guardan sus cámaras. Allí se acaba el “turismo terremoto”.
“Ha sido como un bombardeo y da la impresión de una ciudad invadida como en las películas. Pero es real. Uno se siente vigilado y da pena. No se puede salir con la facilidad de antes y recorrer libremente por los derrumbes y otros peligros. Por eso camino en mi vieja ciudad, porque creo verla como era”.
Esa fue la última reflexión de Bonnie Flores.
Después, “Rufián” el apodo de un oficial de excelente disposición a cargo de un enorme helicóptero de transporte del Ejército de Chile, nos invita a sobrevolar y ver la extensión del desastre en toda su dimensión. Consuelo Solar de Bío Bío La Radio, y dos periodistas de CNN Internacional están en la nave.
Al salir de Constitución cerca de la noche, le pregunto a Guillermo del Pedregal un guionista que me acompaña sobre el extraño olor en el auto. Me dice que la sensación del hedor impregnado de tanta masa de cuerpo humano puede desaparecer en 12 meses según un auxiliar.
La serenidad y el aguante de su gente animan a creer que esta tragedia se terminará pronto, llevándose el hedor.
El 11 de marzo asumía el gobierno por cuatro años Sebastián Piñera.
Ganó la elección con un 3.2 % de ventaja representando una coalición de derecha tradicional y neoconservadurismo criollo, sobre la coalición de centro izquierda que deja el gobierno después de un record histórico en Chile de 20 años. Nunca una coalición había gobernado por cuatro lustros seguidos.
Paradójicamente, sale del poder con una presidenta que termina su mandato con más del 80 % de popularidad, medida por una encuesta de una empresa de derecha.
Por Constitución papel, Michelle Bachelet no puede ser reelegida, seguramente habría continuado por otros cuatro años. Su compostura y manejo de la emergencia ha sido impecable dentro de la precariedad del país.
Esta contradicción quizás no está en la cabeza de Bonnie Flores. El sistema capitalista que mantiene Chile no se reformará en estos cuatro por este cambio en el poder. Menos Constitución ciudad.
El nuevo presidente ha anunciado un plan de reconstrucción de las zonas afectadas. Un periodista de Los Angeles Times que me entrevistó me pregunta si este plan de reconstrucción no será la oportunidad para Piñera de entregarle la tarea al sector privado, más que al Estado.
Una pregunta muy penetrante, porque hace pensar que frente al drama humano y la necesidad económica urgente, el terremoto crea el gran espacio para reintroducir una agenda privatizadora más agresiva que permaneció contenida durante los 20 años de centro izquierda.
Fuente:Argenpress
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