Declaró el testigo Julio Aranda. Así, otro soldado aparece en la lista de los que podrían desentrañar cómo fue el fusilamiento. También dio su testimonio Mario Mendoza y para la próxima jornada citaron a Mirta Clara y Edwin “Peco” Tissenbaum.
Los testigos Julio Aranda y Mario Mendoza
Expeditivo, es el mejor calificativo que le cabe a la audiencia de este miércoles, en el marco del juicio oral y público por la Masacre de Margarita Belén, que dejó como saldo la posibilidad de que un soldado pueda echar luz a 34 años de oscuridad, tras las declaraciones de Julio Aranda y Mario Mendoza.
Los nueve imputados –mantuvieron el rito de cambiar ubicaciones- escucharon atentos el relato de Julio Aranda, hermano de Carlos –que declaró el martes en este mismo juicio- que estuvo preso 20 días, entre el 3 y el 23 de noviembre de 1976, para luego salir a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional) con libertad vigilada hasta 1982.
A Julio lo despertaron con un arma larga en la cara. Ni lo dejaron terminar de vestirse, que ya estaba esposado y tabicado (vendado), camino al auto que lo traería a la Jefatura de Policía de Chaco, mientras por el camino era amenazado: “Vas a terminar en la costa del río…”, declaró.Ya en Jefatura, lo tuvieron 17 horas parado en una escalera. En ese lapso, lo llevaron cinco veces para sesiones de torturas: golpes, picana “la a batería que se usa para animales y la hecha con cable de teléfono de campaña”, precisó.
Le apagaron un cigarrillo en la espalda, le hicieron varios simulacros de fusilamiento, hasta llegaron a “meterme una pistola en el ano, mientras me preguntaban si me gustaba”, relató.
Tortura
Finalmente, sacan a Aranda de la escalera para llevarlo hasta la pieza donde estaba su hermano, estaqueado a una cama: “Me sacan la venda y me encuentro con Carlos. Pude ver también a (el ex fiscal) Carlos Flores Leyes, Gabino Manader (imputado en la Causa Caballero), Carlos Thomas y Jorge Larrateguy (murieron antes del juicio) y Luis Alberto Patetta (uno de los imputados)”.
“Flores Leyes daba la órdenes: dale máquina decía”, señaló. A esa orden, Carlos era picaneado en todo el cuerpo, incluidos párpados y pene. “Mirá lo que le va a pasar a tu hermana si no hablás”, le advertían los torturadores.
Antes de contar su estadía en la Brigada de Investigaciones sobre Marcelo T. de Alvear, Julio le dedicó un párrafo a Petetta: “Era uno de los que sabía pegar muy bien. Era fornido, bien distinto a cómo lo vi ahora”. Mientras escuchaba, el imputado tenía una semisonrisa nerviosa porque todas las miradas de la sala estaban en sus ojos, a pesar de que una columna lo mantenía semioculto.
A Brigada
Luego, lo llevan a la Brigada de Investigaciones y lo instalan directamente en uno de los dos sótanos donde se torturaba: “Había mucho gritos continuos, carcajadas y un acordeón sonaba para tratar de disimular los ruidos. Cuando se me afloja la venda pude ver a Víctor Jiménez” que llevaba cinco días colgado de las esposas mientras le pegaban con cables forrados. “Los cagué (literalmente), por eso me dejaron de pegar me dijo Víctor en un momento”, narró.
También vio en la Brigada a Gladis Borrini, hija del ex jefe de Policía de Formosa, que tenía ocho meses de embarazo. En la “sala negra” de la Brigada, estuvo con otros 16 presos políticos en un 3 X 3: “Hacíamos pis y caca en un balde de 3 litros. Cuando eso desbordaba, corría por todos los cuerpos”, recordó. “Había muchas mujeres. Lo menos que le hacían a las mujeres era violarlas”, completó.
Uno de los días en que el excremento había rebalsado, los torturadores le dieron a Julio la misión de limpiar las celdas colectivas y las individuales, pero con una mano esposada. Así, pudo ver detenidas a varias de las víctimas de la Masacre: Carlos Tereszecuk, Roberto Yedro y Luis Díaz, a quien conocía del colegio secundario. Al igual que su hermano Carlos, Julio vio el dedo sin uña de Lucho. También vio al formoseño Raúl “El ternero” Gómez, Roldán, Patón Gresca, Caranchillo Zárate y Carlos Aguirre.
Cuando el 23 de noviembre le dijeron que lo iban a dejar en libertad, no tuvo tiempo ni de ponerse los mocasines. Lo llevaron a una oficina donde estaban Larrateguy, Manader, Lucio Caballero (imputado en la causa que lleva su apellido) y Wenceslado Ceniquel (fallecido): “Sobre el gran escritorio de Larrateguy había un látigo y un revólver Mágnum”, contó.
Lo hicieron regresar a Corrientes sin dinero, por lo que la solidaridad de un colectivero le permitió viajar y, hasta incluso, superar un retén militar. Lo despidieron con una advertencia: “No viste nada, no sabés nada”, le dijeron los represores, para luego dejar que se despida de los compañeros presos.
El nombre
Ya en libertad vigilada, era visitado “periódicamente por Patetta y un suboficial de apellido Rubio (que sería citado a indagatoria si se comprueba que está vivo y la Justicia puede hallarlo). A esta altura, Julio ya estaba contestando preguntas de las partes (querella, defensa y fiscales, que levantaron la puntería).
Cuando se le preguntó por qué hablaba de “matanza”, “asesinato”, Aranda soltó el dato más relevante de la jornada: “Yo hablé con alguien que me contó que fue una matanza”, precisó.
Se trata de un soldado que era chofer y mecánico de Cristino Nicolaides, ex jefe del Ejército. No queda en claro si este soldado fue testigo de la Masacre del 13 de diciembre de 1976 o pasó por la ruta 11 llevando al militar o bien su conocimiento deviene de su cercanía al jerarca.
Ante la insistencia por conocer el nombre de este potencial testigo, Julio aclaró: “Está vivo, no sé dónde vive, pero tiene mucho miedo”, manifestó.
El nombre en cuestión es Carlos Sotile, quien –de ser encontrado- será citado por el Tribunal a pedido de la defensa.
Un “traslado pesado”
El segundo testigo en declarar fue Mario Mendoza, que con voz pausada y serena contó su historia, haciendo hincapié en su paso por la alcaidía policial de Resistencia, salteando los primeros años de su detención, allá por 1975, relato que se escuchará cuando vuelva a declarar, pero en el marco de la Causa Caballero.
Recuerda haber compartido celda con Esquivel, Ricardo Uferer y Eduardo Luque, a estos dos últimos (que eran conscriptos) lo fue a visitar en la alcaidía Aldo Martínez Segón (otro de los imputados).
El domingo, día anterior a la Masacre, fue “muy particular, porque se cortó la visita de los presos comunes, apagaron temprano las luces de las celdas -sólo dejaron las del pasillo-, no hubo cambio de guardias sino que se sumaron dos grupos juntos y algunos compañeros, desde cuya celda se podía ver el acceso, informaron sobre la llegada de camiones del Ejército”, contó Mendoza.
Así, en el medio del silencio, con los presos tirados en el piso de sus celdas, comienzan a escucharse los golpes: “Veo que lo sacan a Lucho Díaz y después lo traen a la rastra”. A los que estaban siendo torturados en el comedor se suman otros, de la lista de presos que estaban en la alcaidía: Carlos Zamudio, Fernando Piérola. “Lo vuelven a sacar a Lucho y lo traen arrastrando con sangre en la boca y los oídos”, narró.
En la alcaidía o trasladados, Mendoza también pudo ver a Julio Andrés Pereyra y a Roberto Yedro, quien estaba en la celda con los militantes de Ligas Agrarias: “Creía que le iban a dar la opción para salir del país, pero nunca la obtuvo”, recordó.
También, durante el infierno de la alcaidía, previo a la Masacre, Mendoza tuvo una oportunidad fugaz de hablar con Néstor “El tiburón” Sala, quien estaba alojado en una celda individual: “Es un ‘traslado pesado’ me contó. También me dijo que había pasado por la Liguria (donde está la base militar en Resistencia) y que lo habían golpeado mucho y le dolía el costado”.
Nunca más volvió a ver ni a uno de los seis (Yedro, Pereyra, Piérola, Díaz, Sala y Zamudio), todas víctimas de la Masacre de Margarita Belén. Valientemente, en 1979, estando detenido en la U7 se entrevistó con los enviados de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y denunció todas las atrocidades que vio.
Mendoza, como otros presos políticos, tuvo un largo peregrinar por cárceles: Brigada de Investigaciones, alcaidía, U7, Caceros, U9 (La Plata), Devoto y Rawson, donde recupera su libertad en noviembre de 1983.
Apoyado en esa experiencia de traslados, Mendoza aseguró que “es imposible escaparse durante un traslado”, también que siempre se realizaban los días de semana y que los presos políticos eran duramente castigados antes, durante y después del viaje que hacían esposados, engrillados, vendados y encapuchados. “Como yo los vi a Zamudio y Díaz, es imposible que hayan intentado escapar”, reforzó para finalizar.
Audiencia recargada
El último día del mes, es decir el miércoles 30, continuarán las audiencias del juicio oral y público por la Masacre de Margarita Belén, con dos testigos de fuste: Mirta Clara, ex presa política y pareja de Néstor Sala, una de las víctimas de esa matanza a quien los abogados defensores esperan con ansias; y Edwin “Peco” Tissembaum, abogado, quien defendió a muchos de los que fueron víctimas de la dictadura, entre ellos la familia Zamudio y los Piérola, quienes lo recuerdan con respeto.
La décima jornada será el jueves 1º de julio y la siguiente el viernes 2 del próximo mes.En tanto, este lunes, continuará el juicio por la Causa Caballero.
Informe: Marcos Salomon
FuentedeOrigen:ChacoDiaporDía
Fuente:Agndh
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