29 de enero de 2011

BOLIVIA.

¿Qué significa mandar obedeciendo?
Por Rafael Bautista

La pregunta es necesaria ante la confusión gubernamental (que escuda sus dislates en algo que enuncia pero no comprende); no se trata de desvivirse por ella sino de la urgente necesidad que tenemos de remontar esa confusión gubernamental en clarificación popular; porque el mandar obedeciendo señala un nuevo modo de ejercer el poder.

Si el poder es la categoría fundamental de toda política, de lo que se trata, en definitiva, es de proponer un paso trascendental: de la política moderna de dominación a una política de liberación (de toda pretensión de dominación). Proponer una nueva política significa transitar hacia ella; no se trata de una mera invención teórica sino de la transformación histórica de la propia praxis política. Por eso aparece la confusión, porque si no hay tránsito, no hay modo de señalar, menos de exponer, lo que no se ha transitado. Por eso hablan de lo que no saben. Si el concepto no ha hecho carne, ese vacío no puede llenarlo la fatua erudición; si la propia existencia no ha hecho el tránsito hacia lo nuevo, entonces la recaída se hace inevitable.


¿Por qué la política económica del gobierno no va más allá de lo que critica? Es fácil calumniar un modelo pero, si no se produce una crítica real, de nada sirve arrojar piedras hacia aquello que persiste en uno mismo; en este caso, la ingenuidad repite hasta la lógica de aquello que supuestamente critica: ante la complejidad de todo problema opta por el puro simplismo de reducir toda opción a la más usual (a esto se llama adicción: realizar una y otra vez la misma operación creyendo que alguna vez saldrá un resultado distinto; por más que se diga que se trataba de una adecuación de precios, era un gasolinazo y la respuesta popular no podía haber sido distinta).


Todos critican al neoliberalismo pero no saben salir de su lógica; algo similar sucede con el gobierno: despotrica contra el capitalismo pero no sabe hacer otra cosa. ¿Por qué? Porque no se trata de cambiar de camiseta; se trata de transitar efectivamente hacia ese más allá que se anuncia (el que no cree no transita y se condena a defender lo ya establecido, se vuelve inevitablemente conservador). Por eso lo de proceso no es pura retorica, y la descolonización no consiste en darle la espalda al presente (sino sacarlo de la inercia homogénea del tiempo matemático), o privarnos de futuro.


El asunto, en definitiva, es: ¿cuál futuro? El capitalismo ofrece un futuro, ese futuro es el producido por el modelo de vida que presupone: la modernidad. ¿De qué tipo de futuro se trata? El futuro de la modernidad es el mito de la ciencia moderna: el progreso infinito (donde todo es posible, hasta la vida eterna). Ese mito lo comparten derecha e izquierda, capitalismo y socialismo; por eso no era de extrañar que neoliberales y gobierno coincidan. En el fondo todos están de acuerdo con ese mito: que en el futuro (siempre postergado) todo lo prometido será cumplido, sólo basta sacrificar el presente. La creencia en ese mito conduce siempre a sacrificar todo presente por un futuro que nunca llega, por eso el sacrificio nunca termina. Pero si sacrificamos el presente no aseguramos ningún futuro; por privarnos el pan de hoy puede que no lleguemos a ningún mañana.


El gasolinazo seguía la misma lógica: para tener más dinero debemos sacrificar a los que nunca tienen, prometiéndoles lo mismo de siempre. “Hasta el agua cuesta más barato que la gasolina”, decía el vicepresidente. Pero, ¿quién pone esos precios?; no es el pobre, es el mercado, y ¿qué hace el gobierno?: quita la subvención a la gente y subvenciona al mercado internacional, con el hambre de los pobres. Eso se llama transferencia de plusvalor, de la periferia al centro. ¿Cómo se logra eso? Las nuevas ganancias de las petroleras son las que median esa transferencia.


El mito del progreso infinito es el mito del mercado global; el mundo moderno está diseñado para eso, para reducir los sueños de la humanidad a los sueños del mercado. Nivelar los precios quiere decir que nadie, a excepción del mercado, puede establecer el valor de todo: la gasolina vale más que la vida humana (definición moderna de humanidad: tener auto). Por eso el mito congrega a sus devotos (aunque se digan defensores de la Madre tierra) y los lleva a perseguir el mismo desarrollo que nos condena al subdesarrollo. Desarrollarse a la moderna es iniciar un proceso de industrialización salvaje y destructor; la integración vía carreteras fomenta también el parque automotriz y la consecuente demanda de gasolina; ahora bien, si no contamos con ese recurso, una verdadera planificación debiera tener en cuenta eso, antes de promover un futuro suicidio económico. Por eso los paliativos no eran tales; se diseñó la medida sin medir las consecuencias, como suelen hacer los que viven de espejismos. Aunque se digan anticapitalistas, siguen siendo desarrollistas, por eso el acuerdo con los neoliberales; ambos coinciden en aplicar el gasolinazo, sólo discutían la forma.


El mito del progreso infinito se traduce en la economía moderna hasta en sus dos polos opuestos: en el capitalismo se trata del equilibrio del mercado perfecto, en el socialismo la planificación perfecta. El perfil de ambos se prescribe desde aquella previa abstracción que realiza, previamente, la ciencia moderna: el progreso infinito es sólo posible abstrayendo la vida del ser humano y la naturaleza; es decir, sólo vaciándolos de realidad y vida es que puede postularse una ilusión semejante. ¿Cómo puede postularse un progreso infinito sabiendo que los recursos naturales y el trabajo humano no son infinitos? La explotación insensata tiene su justificación en ese mito. Lo cual lleva a la degeneración de la economía moderna: de ciencia que estudia la sostenibilidad de la producción y los recursos, a mero arte del lucro y la codicia (para que no digan que es sólo asunto de indios, hasta al mismo Aristóteles ya le preocupaba que la oikonomie degenere en crematisitike). Desde que la economía confunde sus propósitos, aparecen las distorsiones; se origina la ciencia de los negocios: la economía persigue tasas infinitas de crecimiento, por eso privilegia criterios abstractos como la tasa de ganancias, equilibrios fiscales, estabilidad macroeconómica, etc. La cuestión es: ¿se puede vivir con eso?, es más, si nos proponemos la justicia y la igualdad, esos indicadores, ¿son racionales? Amartya Sen lo pone de este modo: mal se habría desarrollado una economía que aunque poseyera índices positivos de crecimiento no hubiera realizado su ideal de vida buena.


Si el ideal es el vivir bien y la economía que adoptamos no realiza aquello entonces esa economía no sirve para vivir. La réplica diría: no es posible ahora pero mañana sí. Esa réplica confirma el mito; el futuro es siempre aplazado en la infinitud del tiempo abstracto, por el cual todo presente debe ser sacrificado. La modernidad viene prometiendo realizar los más grandes sueños de la humanidad desde hace cinco siglos; en nombre de estas aspiraciones nos conduce al actual callejón sin salida que padece la humanidad: la múltiple crisis civilizatoria que agudiza la muerte del planeta y de toda la vida. Se trata de una racionalidad irracional que sólo sabe destruir para producir; por eso se trata de una racionalidad que es imposible de superar si es que no se ha salido, lógica y existencialmente, de ella.


Por eso no es nomás calumniar al capitalismo (los que cambian de bandera son casi siempre los más gritones). La crítica verdadera no es producto sólo del descontento sino de la esperanza de generar alternativa, y hay ésta porque lo que no hay ahora (la utopía que se persigue) pone en su verdadero lugar a lo que hay (la injusticia, que ya no es eterna sino se hace histórica, o sea, posible de ser superada). Aparece el pensamiento revolucionario, no sólo proponiendo lo que no hay sino manifestando su posibilidad; el conservador defiende sólo lo que hay y por defenderlo se somete a lo dado. Por eso tiene poca capacidad imaginativa.


Lo que no puede atravesar existencialmente es imposible que siquiera lo exponga teóricamente. No ha vivido aquello, por eso lo que dice es pura demagogia que ni él mismo cree. ¿Cómo proponemos una nueva economía? Sin una descolonización previa eso es imposible; descolonización aquí quiere decir desmontaje y desmantelamiento total. Porque la dominación no es sólo discurso sino, más que una lógica, una racionalidad que origina un conocimiento pertinente para su propio desarrollo.


¿Por qué hay gasolinazo?, y lo más grave: ¿por qué se presenta inevitable?, ¿por qué parece no haber alternativas? El circo mediático que provoca la derecha no ayuda a entender el asunto, porque ella es la primera enceguecida por el fetiche que ahora parece hacer nido en el propio Estado plurinacional: el mercado global. La curiosa confluencia de gobierno y oposición (pues ambos coinciden en la medida) muestra ya la ausencia de alternativas que se propina el propio gobierno al someterse a las reglas del mercado global. Lo triste de este sometimiento es que no se produce por ausencia de legitimidad popular, recursos estratégicos, ventajas geopolíticas o activos ideológicos (comparables al 52, lo señalado supera cualitativamente la base material de la revolución de abril).


No sólo las condiciones contextuales sino políticas, históricas y subjetivas son, otra vez, envidiables, pero se las rifa desde la más ingenua tozudez academicista de continuar interpretando un proceso descolonizador desde la misma perspectiva euro-norteamericano-céntrica, es decir, colonial, es decir, moderno-occidental. Se trata de esta aporía: mirarnos, en el proceso de nuestra liberación, siempre con los ojos del dominador (que tenemos adentro, bien instalado). Por eso el Estado plurinacional se diluye, otra vez, en una reposición del Estado moderno-liberal-colonial, con su cara actual: el proyecto autonómico.


Por eso el gobierno sólo puede concebir un Estado plurinacional autonómico y jamás un Estado plurinacional comunitario. La diferencia es cualitativa para aquel que verdaderamente abandona el Estado colonial. Por eso se trata de transitar; no de un tránsito cualquiera sino el tránsito de una forma de vida a otra. La política trata de eso: de proponernos un nuevo modo de vivir en común. Eso es lo que hace a un proyecto revolucionario. La reforma autonómica no hace más que performativizar el Estado liberal; una reforma que en ningún caso es revolucionaria, por eso su modelo es a la española, belga o canadiense; es decir, sigue siendo ajeno y nunca deducido de nuestra propia historia y nuestras propias contradicciones. El que no sabe ser libre opta, hasta en su liberación, por el modelo de su antiguo patrón; por eso no cuestiona ni la irracional distribución territorial colonial. Si quisieran atacar de fondo el carácter feudal del oriente boliviano tendrían que empezar por eso; pero en una visión colonial, la herencia republicana no se objeta sino se la sacraliza.


La falta de alternativas proviene de aquella sumisión; se trata de una apuesta también teórica: el que parte de lo dado deviene en conservador (aunque se haga guerrillero). Y como todo conservador, su apuesta consiste en la estabilidad, en el retorno al orden establecido (como en el futbol boliviano, mete un gol a los 10 minutos y se repliega defensivamente esperando el milagro del minuto final); jamás se propone el salto, por eso no lo piensa. Si piensa sólo lo posible entonces se condena al orden de lo establecido y, en economía, ese orden, es el orden del mercado global capitalista (su única preocupación consiste en: ¿cómo ingresar en él?).


También es conservador porque cree que la derrota del enemigo es militar o política, y no se da cuenta que la dominación no es sólo política o económica sino también cultural y hasta financiera. Su ceguera no proviene de su mala voluntad sino de su ausencia de horizonte; vive cuestionando el capitalismo pero, en el fondo, no sabe hacer otra cosa que reproducirlo; propone un mundo nuevo pero sigue viviendo el viejo; habla de un nuevo Estado pero sus nuevas leyes no cuestionan su fundamento colonial.


El año pasado, de modo aleccionador, Boaventura de Sousa (pensando el golpe suscitado en Ecuador) reflexionaba a nuestro vicepresidente sobre la contradicción inherente en el Estado: el Estado que piensa que lo conservador está fuera de él es, precisamente, el Estado liberal. Es decir, un Estado que piensa de ese modo, no ha salido de la relación sujeto-objeto y devalúa al pueblo a mero objeto de la política que, como patrimonio exclusivo del Estado, reproduce la dominación que pretende superar; no sólo porque actúa desde arriba sino porque al devaluar al pueblo devalúa la misma política.


Entonces no hay cambio; no puede haber obediencia a un objeto. El pueblo se reduce a mero obediente y la política a mera administración, es decir, se tecnifica. Por eso el constante retintineo: “precisamos técnicos”, “es que es cuestión técnica”, etc. Ponerle cortinas a un dormitorio es cuestión técnica, pero construirnos una casa ya no lo es; y si se trata de la casa grande, con mayor razón. La construcción de una nación y, por ende, de su Estado, no puede reducirse a mera técnica. Porque de lo que se trata es de construir el sentido de nación y, en consecuencia, el contenido del fundamento del propio Estado. El que cree que estas cuestiones son inventar el agua tibia es aquel que no es consciente de la colonialidad de los presupuestos de los cuales parte, pues precisamente estos le dicen: si ya todo está dicho. El problema es: ¿quiénes lo han dicho?; europeos y norteamericanos; es decir, todo lo han dicho los que nos dominaron y, ¿qué se deriva de lo que han dicho?: que la única alternativa es la de ellos.


La colonización es tal que, ahora que está el primer mundo en crisis multiplicada, ¿cambia en algo la visión del colonizado? No. Ahora él mismo se ofrece como garante de la recuperación del primer mundo, aun a costa de la propia vida de su país.


El gasolinazo tiene ese contexto. El gobierno se mete en un callejón sin salida por un pésimo asesoramiento económico-financiero. Las transnacionales hidrocarburíferas no son un apéndice autónomo del mercado global (por eso las lecturas unilaterales, hoy en día, están conduciendo al fracaso político de procesos de liberación) y la penetración de las lógicas neoliberales no son tan obvias como se cree ingenuamente; porque las petroleras, el capital financiero, los organismos multilaterales, la banca privada internacional –quienes se vinculan en la intimidad de lo profundo de la estructura económica mundial– son determinaciones funcionales del mercado global que, para su recomposición, no sólo precisa de nuevos y mayores recursos para su expansión sino, lo que es más peligroso, precisa destruir toda alternativa que muestre ser posible y sostenible de ser realizada. Si alguna posibilidad se sostiene de modo real, se desmorona el totalitarismo actual del mercado global; por eso la guerra financiera que desata la banca anglosajona. El paulatino copamiento de la visión financierista en el gobierno muestra la pérdida paulatina del horizonte de descolonización en el ámbito de la economía. Basta que un componente financiero ligado a la acumulación global ingrese en el Estado, para que todos los demás anden como Pedro por su casa.


En su informe anual, el vicepresidente señalaba que eran falsas las acusaciones de capitalismo de Estado; según él, capitalismo significa acumulación y no hay sector o clase en el Estado que esté acumulando para sí capital. Como la discusión política ha degenerado tanto (gracias sobre todo a los medios), se trata de una respuesta de manual a una calumnia de mercado; porque ni la denuncia busca la verdad, sólo la venganza, ni la respuesta ofrece comprensión, sólo porfía. En esa discusión, entre gobierno y oposición (del dime con quién te acuestas y te diré a qué hueles), que tanto festejan los medios y a la cual cae como corderito un gobierno que no atina a desembarazarse de esa mediación perversa que provoca la mayor parte de desencuentros hasta nacionales, se pierde el ámbito de discusión propiamente política, la que debería generar un proceso de las características del boliviano: si hay un cambio de época, ¿cómo describimos la nueva época a la cual se abre, no sólo Bolivia, sino el mundo entero?


En ese sentido, el asunto de la acumulación debe analizarse desde otros ángulos. Es cierto que no hay acumulación personal o corporativa directa, pero al establecerse criterios mercadotécnicos para evaluar el crecimiento de la economía, lo que se hace es pretender medir las expectativas reales con indicadores falsos. Todos los indicadores macroeconómicos no son inocentes y todos responden al desarrollo y crecimiento del capital global, estos miden cómo nuestras economías, fieles a un sometimiento estructural, continúan transfiriendo plusvalor al capital central global, ahora financiero.


Lo que no se da cuenta el vicepresidente es que el Estado plurinacional ahora acumula capital no para sí sino para el mercado global, o sea, continúa transfiriendo la sangre de nuestro pueblo objetivada en capital para el apetito del Moloch que hablaba Marx (del ídolo moderno al cual se sacrifican millones de vidas para inflar sus ganancias). La transferencia, hasta de modo inocente, se hace en las tan aclamadas reservas. Se sigue alimentando una moneda (el dólar) que, como el vampiro, vive de chupar sangre ajena para seguir viviendo. Tal vez nunca le dijeron a nuestro presidente que nuestros intereses son menos de los usuales, por los dislates de los neoliberales; pues de ganar mejores intereses en otras instancias financieras, resulta que nuestras reservas apenas reciben un 0.25% anual en la banca anglosajona ligada estrechamente a intereses espurios en el petróleo y la producción de armas. No vaya a ser cierto aquella fábula religiosa: dinero maldito no produce felicidad (agregaríamos: la liberación se corrompe por el uso que se le asigna a lo ganado).


Como se acumula para el mercado global, entonces se trabaja para costear, otra vez, la dominación estructural; si no podemos hacer uso de nuestro dinero y sólo lo tenemos como garantía entonces nos sometemos al crédito internacional (en el caso de la CAF pagamos los créditos a razón de 8% anual). La lógica de la deuda penetra, esta vez, en el nuevo Estado. Nunca se es sujeto de deuda como cree ufanamente el presidente; la deuda, en el mundo moderno, es lo que devalúa la condición de ser sujeto, porque se trata de una lógica que desarrolla la dependencia sistemática de los países pobres, imposibilitando toda pretensión de soberanía, porque con el crédito no sólo entra dinero sino las condiciones para la reproducción de éste en capital global. El primer mundo introduce en los créditos nuevos procesos de acumulación para maximizar los componentes orgánicos del capital financiero global; ante la crisis financiera y la ausencia de liquidez en la banca privada internacional, ésta se recompone mediante la transferencia de plusvalor, ya sea como intereses de deuda y como incremento en las reservas (siempre en dólares).


Nuestra pretendida independencia económica se desdice por la transferencia sistemática que se hace de soberanía; es decir, recuperamos lo nuestro para devolverlo de nuevo a los mismos ladrones. La soberanía no se queda con nosotros sino la transferimos al dólar, que se recupera a costa nuestra. Nuestra servidumbre se hace voluntaria, la condición colonial parece nuestra segunda naturaleza. El imperio ya no necesita invadirnos; solo precisa ingresar, vía crédito internacional, financiando –y muy bien– la reposición del Estado liberal moderno (que se llame o deje de llamarse plurinacional no le preocupa; con tal que restablezca su carácter dependiente, hasta puede honrar al indio por semejante vuelta a la normalidad).


El Estado se recompone literalmente, por eso la disputa de los ministerios acaba con la primacía del sector financiero, los autores del gasolinazo: si la planificación es macroeconómica financiera, no hay economía plural, menos Estado plurinacional; si este sector abre el Estado a las condiciones que pone el crédito internacional, permite el ingreso de toda la lógica neoliberal, por eso no es de extrañar el argumento reiterativo: para justificar el plan económico se escudan en la econometría del Banco Mundial. La ponderación no es gratuita: el gobierno lo hace muy bien, mejor que los neoliberales; pues los indicadores económicos positivos que nos muestran es para señalar lo bien que nuestra economía desarrolla la acumulación del mercado global y lo bien que se recompone nuestra dependencia estructural. Por eso tampoco es de extrañar que hasta el Evo ya se haya creído el cuento de “exportar o morir”.


Uno de los argumentos del gasolinazo es cierto, se trataba de privilegiar un sector, el agroindustrial; pero cuando el vicepresidente anuncia las medidas paliativas, extrañamente algunas compensan exclusivamente a este sector (como es la compra por parte del Estado –a precio internacional– de la producción que monopoliza el capital agroindustrial del oriente); y cuando después del gasolinazo surgen recién los consensos, uno de los interlocutores privilegiados es, de nuevo, el agroindustrial. El interés primordial de este sector es la exportación, su inclinación productiva se debe al mercado mundial, parte de esa lógica y se debe a ella, es decir, actúa según las reglas del mercado. Desgraciadamente esa lógica ya convenció al presidente; ahora, para él, la garantía para abastecer el mercado interno se deduce de lo que sobre de las exportaciones. Esta sumisión a las necesidades del mercado ya lo venía expresando, aunque de modo anecdótico, en su primera gestión: gobernar es hacer buenos negocios. Eso les abrió las puertas del Estado a los que piensan la economía como ciencia de los negocios; curiosamente apadrinados por quienes, en el gobierno, se creen socialistas.


Nada raro. Los marxistas que convirtieron al marxismo en una escolástica y a El Capital en un catecismo, acabaron con la política y, en su defecto, crearon una nueva secta (jacobinos declarados no supieron hacer otra cosa sino una nueva religión) que levantó nuevos ídolos a los cuales inclinarse: las leyes de la historia, la materia eterna, la visión científica de la vida, etc. Sin detenernos en todos estos disparates (que Marx nunca, es justo decirlo, difundió), basta señalar la incoherencia de una medida como el gasolinazo con toda la teoría que desarrolla Marx. Lo que llaman la adecuación de precios (de la gasolina y el diesel) es adecuación a los índices que establece el propio mercado; esto quiere decir, en lenguaje marxista, subordinación a las leyes que actúan a espaldas de los actores; si el mercado decide, entonces los seres humanos ya no son actores (y menos la naturaleza), lo que es peor, el mercado decide la vida y la muerte de los seres humanos. Esto es precisamente la denuncia al sistema de categorías de la economía política burguesa: el capitalista piensa que sin capital no hay nada, ni siquiera vida. Marx responde: el capital no es nada más que el robo que se le hace al trabajo vivo, es decir, el robo que se le hace a la propia vida, por eso dice, de modo categórico, el trabajo es todo. El fetichismo consiste en creer que sin capital (inversión) no hay nada. El trabajo es todo quiere decir: el fundamento del propio capital es el trabajo humano.


Una economía que parte del capital, de la inversión (por eso se somete a las condiciones de las petroleras), a costa de la vida de los seres humanos y a naturaleza, es una economía que privilegia los negocios, el crecimiento macroeconómico, las ganancias, y cuyas consecuencias son, en el mediano y largo plazo, la muerte de todos y de todo. Cuando el gobierno sale en auxilio de las petroleras y se propone cortar la subvención para promover la inversión, lo que hace es subvencionar a las petroleras con el hambre de su propio pueblo; éstas arguyen que la producción de un barril de petróleo les cuesta más de 50 dólares, pero no dicen que este precio supera hasta la media internacional en diez veces (y tampoco, obviamente, señalan que ese precio sobreestima su verdadero costo, pues ese petróleo no es ni siquiera fruto del trabajo de exploración de las petroleras sino del desmantelado YPFB en el periodo neoliberal; aun vendiendo a 27 dólares el barril sacan considerables ganancias, pero si su interés es el mercado global, se entiende que nuestra gente les importa poco y esto parece transferirse al gobierno cuando estipulan la lógica de las ganancias –de las petroleras– como indicador exclusivo de crecimiento en ese rubro).


Ahora bien, si el diagnóstico fuera más sensato, la medida se inclinaría a cobrar a PETROBRAS los líquidos que van contenidos en el gas y que los brasileros reciben gratis (ya hay diversos análisis que señalan que la supuesta recuperación de más de 300 millones de dólares del contrabando que pretendía el gasolinazo, queda corto frente a la recuperación de más de 700 millones de dólares que se obtendría cobrando a los brasileros los líquidos; es decir, hablando de subvenciones, se pretende dejar de subvencionar al mercado interno pero se subvenciona a PETROBRAS lo que después ellos separan en suelo brasilero, acrecentando ganancias extraordinarias).


En definitiva, el asunto no es subvencionar o no sino: bajo qué criterio subvencionamos a tal o cual sector de la economía. Los gringos subvencionan su producción agrícola, y el primer país capitalista, Inglaterra, empezó subvencionando su producción para después abrirle las puertas a la exportación masiva de ella. Si hasta en China los carburantes se hallan subsidiados; esto quiere decir que la protección de la economía nacional pasa por desacoplamientos sistemáticos de las reglas del mercado global; lo contrario, articularse demasiado a estas, es lo más suicida. En eso consiste, entre otras cosas, el éxito de las economías asiáticas; uno no es nunca independiente del todo, es independiente en la medida en que es consciente del grado de dependencia que tiene (la dependencia no es nunca unilateral, por eso las desventajas actuales se pueden hacer ventajas futuras), por ello el manejo de la economía no puede ser técnico sino político, porque se trata de desestructurar sistemática y paulatinamente los componentes orgánicos de la dependencia. La técnica es sólo la deducción hasta mecánica de principios ya establecidos; pero si nuestro objetivo es proponer algo nuevo, ¿cómo podemos subordinarnos a indicadores ya dados y establecidos por la economía capitalista neoliberal? Si todo asunto es sólo técnico, entonces no hay nada nuevo para hacer, sólo repetir lo que ya había. El conservador se esfuerza disciplinadamente en mantener a toda costa lo establecido, es su dogma de fe.


No se transita a una nueva política por entusiasmo o buenas intenciones; no se produce como derivación de un dogma, tampoco se trata de un cambio automático. Se trata, en efecto, de un tránsito. Por eso siempre se insiste: el cambio es un proceso. El proceso nuestro tiene su referencia concreta: es un proceso de descolonización. Se trata de un tránsito que ya no es sólo lógico sino existencial.


El sector intelectual del gobierno se esmeró tanto en vaciar aquella legitimidad lograda el año pasado que, en tiempo record, no sólo socavaron la confianza nacional sino que, de modo hasta dramático, no hallan mejor remate que replicar aquello que tanto critican: el modelo neoliberal. El carácter financierista que iba adquiriendo la política económica no era accidental, sino que respondía a la incapacidad de transitar hacia una nueva economía más allá del capitalismo. Cuando Zavaleta decía que la creencia irrenunciable de la casta señorial consistía en su juramento de superioridad sobre los indios, “aun con marxismo o sin él”, se refería a esta incapacidad; por eso habla de “paradoja señorial”. Esto quiere decir: el retorno al origen de clase; el que es incapaz de transitar hacia lo nuevo se devuelve, inevitablemente, a lo que siempre fue (y se junta con los de su misma condición). Por eso: el poder no cambia a la gente sino muestra lo que verdaderamente es.


En Bolivia, el origen de las clases es la disolución de la comunidad en atomización individual; es decir: para que aparezcan las clases debe desaparecer el proyecto de nación (y las naciones que podrían formular semejante proyecto). Desaparece como proyecto porque desaparece su contenido hasta cultural; lo plural se reduce a la diferencia numérica, lo que queda es el ciudadano, que vale por lo que tiene. El Estado es señorial porque sólo los señores tienen; es colonial porque el señorío es sólo aparente (la paradoja boliviana no sería la de un burro cargado de oro sino la de un burro que se cree señor).


¿Por qué la recaída? Porque al no haber transito existencial no hay posibilidad de advertir alternativas. Sólo aparecen las alternativas cuando se ha salido, de modo efectivo, de lo aparentemente inevitable. De lo contrario nos condenamos a, lo que llama Hinkelammert, las fuerzas compulsivas de los hechos. Si la política es el arte de lo posible, en la visión del conservador, el arte se vuelve pura técnica, es decir, derivación de lo establecido. Es conservador porque se somete, según Marx, a leyes que actúan a espaldas de los actores. Entonces desaparece la política y se convierte en pura administración de la economía convertida en ciencia de los negocios. Lo posible ya no es posibilidad sino sólo lo admisible por lo establecido.


Lo establecido es el viejo orden financiero unipolar, que trata de sobrevivir a su crisis produciendo nuevas sangrías en los países pobres. Por eso se dice, y con razón: una verdadera liberación nacional pasa por una liberación financiera. Optar por el gasolinazo no era más que seguir leyendo el siglo XXI desde el siglo XX. Los colonizados son los que viven en el pasado; incapaces de transitar hacia lo nuevo, sólo saben aferrase a lo viejo.


Si la constitución de un nuevo Estado parte de las necesidades del viejo Estado, entonces no hay constitución sino reposición; ello teóricamente apuntaba a un nuevo termidor, esa era la conclusión de un jacobinismo criollo. Lo débil o lo fuerte son cuitas del Estado colonial, no tienen por qué serlo de un nuevo Estado plurinacional. Pretender un Estado fuerte es, básicamente, diluir la hegemonía en dominación pura. Nuestro vicepresidente, fiel a su weberianismo más ortodoxo, no concibe otra forma de ejercer el poder sino constituir al pueblo en obediente. Pero, de ese modo, la política se devalúa; si sólo hay obedientes no hay actores y si no hay actores no hay legitimidad alguna. Sólo después de lanzada la medida se acordaron que había que consultar al pueblo.


Proponer una nueva política pasa por desmontar la concepción del poder que tiene la política moderna que, en Weber, tiene su postrera expresión: la dominación legítima ante obedientes. Pero no puede haber dominación legítima, es una auto-contradicción performativa. Tal obediencia no produce legitimación; si la dominación produce obedientes no es nunca obediencia libre. Si hay sólo obediencia (pasiva y sometida) no hay libertad. Si no hay libertad hay dominación. Por eso: toda dominación es ilegítima.


Cuando hay dominación hay, lo que suele llamar nuestro vicepresidente: expropiación de la decisión. Pero si ésta es expropiada entonces no hay “mandar obedeciendo”, hay “mandar mandando”. Cuando el pueblo ya no es sujeto de decisión, el pueblo es devaluado como objeto. Cuando la política se expresa en la relación sujeto-objeto, el sujeto, o sea, el político, debe previamente vaciarse de toda relación con lo ahora constituido como objeto, o sea, el pueblo. Por eso, al expropiarle su capacidad de decisión, le expropia su capacidad de ser sujeto. Por eso el político ya no escucha y se vuelve autorreferencial; tampoco se hace sujeto. El político de la dominación siente una profunda desconfianza hacia su pueblo; por eso, una vez en el poder, ya no le consulta. Dice que quieren copar el Estado pero, para evitar eso, no genera procesos de democratización al interior de las organizaciones, sino que pacta con sus dirigencias (para imponer medidas); es decir, fomenta, él mismo, la corrupción que critica.


Vociferar contra el capitalismo es fácil. Lo que ya no es fácil es salir de su lógica; pero sólo comprendiendo y atravesando su lógica es que podemos salir de él. Pero salir lógicamente quiere también decir: salir existencialmente. Por eso la pura retórica no sirve; de eso está lleno el marxismo del siglo XX (los izquierdistas criticaban al capitalismo, pero no sabían hacer otra cosa sino replicarlo). Para superar la lógica del capital hay que atravesarlo, lógica y existencialmente, y la ortodoxia marxista, en ello, fue desastrosa; diluyendo la obra de Marx en una escolástica no hicieron más que crearse una nueva religión que escupía a todos los dioses.


El neoliberalismo y el posmodernismo justificaron aquello: vivir sin dioses es no creer en nada, menos en un mundo más justo, por eso, lo único que resta, es administrar, del mejor modo, lo que hay: dorar la dominación y edulcorar la injusticia. Por eso no dudaron en cambiar de bando y, aunque les cueste creer, lo que hicieron fue otorgarle la legitimación que siempre precisó la burguesía, en todos lados: brindarles las banderas de los oprimidos, en bandeja de plata. Por eso no es de extrañar que los asesores gubernamentales sean marxistas trasnochados que, al modo de los vampiros, sólo saben vivir en la noche de sus nostalgias, pues en el día, en el jach’a uru, el gran día que ha llegado, no saben ver nada sus ojos ciegos.


¿Qué significa mandar obedeciendo? Su significación es el contenido que emerge del tránsito hacia un nuevo modo de concebir la política y, en consecuencia, de producir y crear una nueva praxis política. Significa constituir al pueblo en sujeto. Pero esta constitución no se la realiza desde el Estado sino que el Estado se transforma en la mediación institucional para la constitución del propio pueblo en sujeto.


Es algo que el propio pueblo debe de también saber atravesar; porque el pueblo también se puede dejar arrastrar por la inercia de las leyes que actúan a espaldas de los actores; es cuando cree que la delegación de poder que ha producido acaba con su propio poder, cuando espera que el futuro llegue sin proponerse producirlo. No es sujeto porque no sabe ser sujeto y, en consecuencia, no actúa como sujeto. Por eso, si en el proceso aparece la recaída, se trata de una recaída también en el propio pueblo, en el proceso mismo de su constitución; en el creer que lo logrado lo es todo y no una parte de su propia acumulación como historia contenida, comprendida y realizada, esto es, que la autoconciencia lograda sea productora de historia propia.


“Ahora es nuestro tiempo” quiere decir: subordinar el tiempo de las cosas y las mercancías al tiempo verdaderamente humano. Vivir la política y la economía de modo humano. No hay humanidad sin naturaleza, por tanto, recuperar nuestro ritmo es recuperar el equilibrio. Si no hay diálogo en nuestras vidas es porque no hay equilibrio; eso es lo que hay que producir. Obedecer ya no es bajar la cabeza sino significa sintonizarse con el ritmo de la vida que fluye humanamente en forma de dignidad. Ser sujeto es ser digno. Desde la dignidad uno concibe el mando como merecimiento y el obedecer como virtud. Por eso el verdadero líder es aquel que se resiste a serlo: si alguien es más humilde que yo entonces es superior a mí. El verdadero obedecer es el saber escuchar; si el pueblo es objeto no tiene sentido escucharle, pero si es sujeto, la primera condición de este reconocimiento es el saber escuchar su palabra interpeladora.


Mandar obedeciendo es sólo posible en una nueva forma de vida; una nueva forma que no se halla más allá de esta vida sino en ésta, pero de modo ausente. Pero su ausencia no la revela su no existencia sino la imposibilidad que tenemos de verla, aunque se halle ante nuestras narices. La verdadera vida no está en otra parte y el mandar obedeciendo no es otro poder sino el modo más realista de desplegar el poder. Poder no como propiedad sino como voluntad de transformación, el origen de toda política. Cuando la crítica superficial dice: quien pierde con el gasolinazo es el realismo político, no se pregunta lo que debería preguntar: ¿es realista el realismo político? (porque los supuestos realistas resultaron ser los más ilusos, pues ni siquiera supieron medir los tiempos y aplicaron un gasolinazo a un pueblo festivo en plena fiesta, algo imperdonable). No hay crítica sin autocrítica. Por eso el pueblo también debe de ponerse en el lugar de la crítica.


Pues todos aspiramos a una forma de vida que consiste en la acumulación sin fin de satisfactores de deseos infinitos; un deseo de riqueza que choca, inevitablemente, con los límites reales de la propia naturaleza. Todas nuestras demandas se reducen a mejoras salariales que compensen nuestra adicción al consumismo (si la producción se orienta por esta clase de consumo entonces cavamos nuestra propia tumba, generamos la lógica que nos destruye, pues nuestro poder se diluye exclusivamente en poder comprar mercancías que chorrean sangre humana y sangre de la naturaleza, propiciamos la explotación; por eso aspiramos a la riqueza y esta aspiración, cuando se hace motor del desarrollo, genera inevitablemente la miseria necesaria para satisfacer la insatisfacción absoluta: la codicia). La sociedad moderna se organiza según este patrón, es un conglomerado de interese individualistas dispuestos bajo el único interés de generar riqueza, por eso es un orden del desorden, cuyo único equilibrio consiste en el desequilibrio constante que produce la competencia generalizada: el hombre lobo del hombre (lo que pone la modernidad como lo anterior a la sociedad –moderna– resulta ser el modelo de vida de esa misma sociedad).


Por eso la alternativa real es el descreer de esa forma de vida, atravesar la forma de vida moderna hacia un nuevo modo de vivir. El modo de vida fundamentado en la riqueza nunca ha solucionado los problemas que la producción de esa misma riqueza ha generado. Cinco siglos de modernidad, tres siglos de capitalismo, casi medio siglo de neoliberalismo, no han sido nunca la solución de los problemas que ellos mismos crearon. Por eso la solución nuestra no es copiar el mismo desarrollo que nos condenó al subdesarrollo. La solución consiste en proponernos una nueva forma de vida más humana y más digna, cuya constante nunca más sea que la vida de unos cuantos signifique la muerte de muchos. Quienes transitan a esa nueva forma de vida tienen la autoridad que brinda el testimonio, porque esa autoridad emana de una purificación existencial, la purificación de toda pretensión de dominación. Por eso la obediencia recupera su carácter liberador. En la dominación la obediencia es pura sumisión; en la liberación no es tampoco insubordinación sino: el respeto sagrado a la dignidad absoluta del otro que no soy yo. Porque la obediencia es la consecuencia del escuchar verdadero. El verdadero político de la liberación es el servidor; el que se hace libre liberando, es decir, sirviendo, y sólo es capaz de servir el que sabe primeramente escuchar.
Rafael Bautista es autor de “¿Qué significa el Estado plurinacional?” y “Hacia una constitución del sentido significativo del vivir bien”.
Fuente:Argenpress


Bolivia y la emancipación indígena: Desafíos a la vista
Por María Julia Mayoral (PL)

¿Cómo interpretar lo que sucede hoy en Bolivia, en términos de experiencia avanzada de la lucha indígena en el continente americano, y entender a Evo Morales y al movimiento social en ese territorio andino?.

Uno de los más notables pensadores sociales de América Latina en estos tiempos ofrece su visión del tema: Álvaro García Linera, vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia.


García Linera es investigador, profesor universitario, autor de decenas de libros sobre teoría política, régimen económico, movimientos sociales y sistema democrático.


Intelectual comprometido con el proyecto político de un gobierno de liberación, fue electo vicepresidente en 2005 y nuevamente en 2009, acompañando al primer mandatario indígena en la historia de Bolivia, Evo Morales Ayma.


Tres ciclos


A juicio de García Linera, tres grandes ciclos constituyen el antecedente inmediato del actual momento de Evo Morales en Bolivia, de su fuerza, de su significado histórico continental y nacional.


Historia siempre marcada por la emergencia de pueblos indígenas en la lucha por sus derechos y la construcción de alternativas de vida frente al señorío colonial y luego a la dominación republicana, razonó el analista, al intervenir en La Habana en la inauguración del premio literario Casa de las Américas.


En esa sucesión de acontecimientos, hay un primer ciclo, el colonial, que podemos denominar katarista, por Túpac Katari y mujeres como Batolina Sisa, cuyos nombres sintetizan una gran sublevación continental, presente en parte del sur de Perú, el norte y el centro bolivianos entre 1780 y 1783.


Marcó el inicio de las guerras por la emancipación hace 241 años, con la presencia de libertadores â?öindios, hombres y mujeresâ?ö, quienes "tenían un modelo de patria, sociedad e igualdad, en algunos casos más radical y avanzado al que luego construirán las repúblicas emancipadas".


Lo interesante de la sublevación katarista es que, a diferencia de la peruana, no estará liderada por las elites indígenas, que en Bolivia tenían mecanismos de intermediación y supervivencia con la dominación colonial, sostiene el investigador.


En el caso de Bolivia, la movilización vendrá de abajo. Los kataris tuvieron en las estructuras comunitarias la forma de hacer la guerra, 200 años después esas mismas comunidades devienen máquinas de movilización social, de participación político-electoral.


Eso es lo que explica la victoria reiterada del presidente Evo en las elecciones, especialmente en la zona del campo, explica García Linera.


La propuesta katarista no solamente fue por el lado de suprimir los elementos más agresivos de la represión colonial; en su radicalización se propuso un tipo de autogobierno indígena, con sus estructuras de mando, deliberación y acatamiento unánime de las decisiones como sucede hasta el día de hoy, evalúa el académico.


Esa experiencia vanguardista y radical fue derrotada primero en el sur del Perú con el apresamiento y muerte de Túpac Amaru y más tarde en territorio boliviano, cuando corrieron igual suerte Bartolina Sisa, comandante guerrillera de 60 mil hombres, y el caudillo Túpac Katari.


Los indígenas, analiza García Linera, se adelantaron 30 años a lo que fue un nuevo esfuerzo continental de emancipación, ya no tanto a cargo de originarios, sino de mestizos.


De tal modo, hubo un desencuentro en la historia, "por eso cuando en América Latina se constituyen las repúblicas, lo harán sobre las espaldas de los indios en la continuidad de la mica (trabajo forzoso en las minas), del tributo, las haciendas y de la exclusión de los indígenas de los derechos públicos".


Bolivia, como otros países latinoamericanos, nacerá a la vida republicana con la prohibición explícita de la ciudadanía para los indígenas, que eran el 90 por ciento de la población.


Quedarán constituidos los poderes republicanos, concediendo ciudadanía a quienes tienen propiedad, saben hablar castellano y poseen ingreso fijo; es decir, a todos los que no son indios.


Es la República de la minoría y de la propiedad, con indígenas y mujeres excluidos de los derechos de votar y ser elegidos, de los derechos de propiedad y de participar en la formación de los cargos públicos, sintetiza el profesor.


En tiempos republicanos, a fines del siglo XIX, se dará otra gran sublevación en el mundo indígena boliviano a partir de la división entre las elites gobernantes. García Linera la denomina ciclo willkista (willka, sol o figura suprema en aymara).


Al decir del experto, a fines del siglo XIX resulta evidente la autoridad dual con la que emergen los caudillos indígenas. Ese Willka, figura suprema en la estructura de mando indígena, será al mismo tiempo autoridad delegada de los mestizos.


Sobre la base de aquella fusión, se desencadenará una sublevación que durante todo un año ocupará el altiplano boliviano y varias ciudades de nuestro país, argumenta el laureado con el premio en Ciencias Sociales Agustín Cueva.


Gradualmente la participación indígena presentará una dinámica autónoma, con programa de gobierno y poder independiente que retoma exigencias del pasado como la restitución de las tierras comunitarias, sometimiento de todos los bolivianos al mando indígena y obligatoriedad en el uso de los idiomas originarios.


Plantearon a la vez un tipo de federalismo plurinacional con la coexistencia del poder de los indígenas en paralelo al de los mestizos.


Resulta difícil saber cómo quedaría dibujado institucional y territorialmente ese tipo de federalismo plurinacional, las fuentes escritas no son numerosas y lo que se sabe de aquel debate está atravesado por juicios y silenciamientos sociales, característicos entonces de la ideología, la literatura y la investigación judicial, advierte el estudioso.


Nuevamente los indígenas fueron derrotados, las elites mestizas volvieron a unirse, traicionaron a los caudillos indígenas, los apresaron, persiguieron, y enjuiciaron y asesinaron a una buena cantidad.


Tras aquel fracaso hace 100 años, las sublevaciones indígenas en el transcurso del siglo XX estuvieron marcadas por episodios fragmentados. Ni la revolución nacionalista de 1952 arrojó el fruto deseado; prometió a todos igualdad y ciudadanía pero sólo si se convertían en asalariados, propietarios y castellano hablantes.


Entre los años 60 y 70 del siglo anterior, "ese mestizaje se mostraba como una impostura, había como siempre ciudadanos de primera y otros de segunda".


Pese a los intentos de homogenización, en Bolivia el poder seguía basado en las mismas pautas; "ser indígena era sinónimo de campesino, obrero, miembro de una clase dominada, en tanto ser blanco o mestizo significa ser partícipe de las estructuras de dominación o de las clases medias ascendentes".


Impulsado por los desencantos, surgió en los años 70 un movimiento político-cultural, inicialmente más cultural que político de reivindicación nuevamente del indígena.


Por esa fecha tendrá lugar una escisión entre indianistas y kataristas, los primeros a fines de los 70 y principios de los 80 asumirán que todos los bolivianos por mayoría, 90 por ciento, son indígenas; en tanto los segundos dirán: una parte son indígenas, otros son mestizos y requieren un reconocimiento.


Segunda diferenciación, los indianistas plantearán al indio como sujeto de emancipación y esa será su virtud. Los kataristas ven al indígena como un sujeto de reivindicaciones que debe andar junto o acompañar el liderazgo de otros sectores de mayor vanguardia como pueden ser los obreros o los estudiantes de las clases medias.


Esta lectura indianista de una Bolivia de indios mayoritariamente, que ubica al indígena como sujeto de emancipación, tendrá una limitación: no se plantea la lucha por el poder.


Al momento de ubicar cómo se resuelve el asunto del poder en el país, el indianismo de entonces se paraliza, no da respuesta y tiende a inclinarse al tema de la conciencia y la moral para reivindicar derechos históricos usurpados, resume el especialista.


El katarismo, con una lectura más flexible de la emancipación y la lucha del pueblo indígena, tendrá a juicio de García Linera la virtud de buscar estrategias de acercamiento y articulación con otros sectores, pero en ningún momento ubicará al mundo indígena como sujeto conducente de la emancipación.


En los años 80 y 90 estas dos corrientes de pensamiento escenifican un intenso debate en el ámbito de los sindicatos comunales, de los emigrantes que vienen del campo, de los barrios populares de La Paz, Potosí, Oruro y otras grandes ciudades bolivianas.


Una discusión que quedará en parte neutralizada a partir del proceso de cooptación llevado adelante por la corriente neoliberal conservadora del país. Es el tiempo en que varios kataristas se unen al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada "para participar en el gobierno, no como factores de decisión sino en calidad de adorno cultural".


Estaba claro el despertar del movimiento indígena y los sectores conservadores se adelantan para intentar cortar ese proceso y canalizarlo en el contexto de una lectura neoliberal.


"Tenemos en los años 90 algunos indígenas fervientes defensores de la privatización de los recursos públicos, de la distribución concentrada de tierras, de la concentración abusiva de la riqueza en manos de unos pocos."


Otro grupo más pequeño y menos influyente dentro del movimiento indígena se radicalizará y asumirá la lucha armada.


Tiempos de Evo Morales


La época de Evo Morales puede considerarse como una etapa que se inicia en los años 70, cuando fue evidente el fracaso o la frustración por el mestizaje a medias, considera el político, formado como matemático en la Universidad Nacional Autónoma de México.


Al término de los años 90, tendrá lugar un momento decisivo en ese tercer ciclo de la construcción de la voluntad de poder del mundo indígena.


Cuatro organizaciones campesinas e indígenas â?ölas más importantes de Boliviaâ?ö se reúnen en 1995 para asumir una decisión: la constitución de lo que ellos denominarán el instrumento político, en otras palabras, una estrategia para la toma del poder.


En un gran encuentro orgánico discutirán un tema que desde el punto de vista de las ideas del movimiento popular boliviano representa una ruptura histórica, evalúa el Vicepresidente.


Hasta entonces, explica, en el mundo sindical agrario, en el universo sindical obrero y dentro de distintas corrientes de pensamiento, se había producido una escisión: los sindicatos estaban para luchar por reivindicaciones, podían paralizar el país, tumbar gobiernos, pero el poder lo debía tomar un partido.


Indígenas y campesinos recuperan ese debate de los años 60 y 70, pero dan un paso más adelante, los sindicatos se plantean que deben ser las fuerzas comunales y las propias federaciones y confederaciones las que deben tomar el poder.


Nace entonces un instrumento por la soberanía de los pueblos que luego se va a denominar MAS (Movimiento al Socialismo).


El MAS, indica García Linera, constituye una organización flexible de movimientos y organizaciones sociales, no un partido de cuadros. Es fundamentalmente una estructura política que asocia de manera confederada a federaciones, confederaciones, gremios agrarios y campesinos; una coalición que deviene partido desde la perspectiva de la búsqueda y la toma del poder.


El segundo punto de debate en los años 1995, 96 y 97 es ¿cómo se toma el poder?, ¿cuál es la vía en términos leninistas? "La respuesta que se dan los indígenas es movilización, construcción de poder y vía electoral".


Llegan a la conclusión de que la única manera de hacerse oír ante el Estado colonial, racista y discriminador es movilizándose. Marchas, bloqueos, paros y sublevaciones formarán parte del repertorio histórico que en ascenso irá asumiendo el movimiento indígena-campesino en los siguientes años.


Junto a la movilización social, una segunda estrategia complementaria: la construcción de poder territorial. Durante las grandes movilizaciones de los años 2000 y 2001, 2003 y 2005, el movimiento indígena asumirá el control territorial de extensos pedazos de Bolivia.


Dentro de las zonas tomadas sustituirán las relaciones parlamentarias por las deliberaciones comunitarias en asambleas, donde definen el curso de los acontecimientos, el orden interno de la sociedad local, el acuerdo o el desacuerdo con las políticas del Gobierno, distingue García Linera.


En aquellos momentos había otra interrogante clave: ¿con quiénes se toma el poder? Es decir, las políticas de alianzas.


La decisión fue unificar al movimiento indígena-campesino en un solo bloque en torno a Evo Morales, entonces dirigente de la federación de campesinos del trópico de Chapare, para luego ir a la articulación con otros sectores, detalla el analista.


Una estrategia de conducción hegemónica de la lucha por toma del poder que incluye el mecanismo electoral. Cuando llegan las votaciones en las urnas, la papeleta sólo vendrá a convalidar una decisión previamente asumida de manera comunitaria a la usanza indígena, destaca el académico.


"Antes que el presidente Evo fuera electo en diciembre de 2005 con el 54 por ciento de los votos, las comunidades habían decidido que él sería el presidente de Bolivia."


Crisis y salida del empate catastrófico


Para García Linera, el ascenso indígena a la conducción del poder en Bolivia muestra cuatro ejes claves, "que nosotros hemos denominado el momento de la Revolución".


Primero. La articulación del movimiento indígena en torno a una necesidad y a la defensa de lo común.


Gobiernos neoliberales habían privatizado los recursos públicos de hidrocarburos, electricidad, líneas férreas y aéreas, múltiples fábricas del Estado. Un ciclo que se completó con la entrega de recursos públicos a intereses privados extranjeros.


En torno a la distribución injusta del agua y la tierra, se dará "una crisis política que devendrá crisis de Estado porque no solamente va debatirse tal o cual política gubernamental, sino que entra en cuestionamiento la estructura misma del poder político y económico en Bolivia".


Surgirá la crisis de Estado en el momento en que el movimiento indígena-campesino tendrá capacidad y fuerza de movilización territorial, con un programa de poder alternativo en base a la nacionalización de los recursos naturales, la convocatoria a Asamblea Constituyente y la presencia de indígenas en la toma de decisiones en el país.


En poco tiempo la crisis de Estado entrará en la dimensión de empate catastrófico usando un concepto del teórico marxista Antonio Gramsci. La corriente de poder de las elites neoliberales no podrá derrotar ni tampoco sobreponerse al otro proyecto de poder que emerge del movimiento indígena-campesino.


Esa especie de empate o dualidad de poderes durará cerca de dos años y será el tiempo que se aprovechará para una mayor irradiación y expansión de las ideas, de la reflexión política en las asambleas campesinas y barriales, en los debates universitarios y de las comunidades, pondera el investigador.


Es en medio de ese embate catastrófico que el presidente Evo Morales asume el gobierno en enero de 2006 con el respaldo del 54 por ciento de los electores. Votan por él indígenas y no indígenas, campo y ciudad, clases medias y trabajadores.


Sin embargo, hay un pedazo de Bolivia que todavía se resiste al cambio, la llamada Media Luna, un sector de la zona del oriente donde las elites terratenientes tienen un poder cultural y político más sedimentado y el movimiento obrero y campesino todavía no ha logrado horadar las estructuras de poder basadas en la propiedad de la tierra.


No puede haber empate catastrófico, dualidad de poder durante mucho tiempo. "Tiene que resolverse de una u otra manera, o bien triunfa la contrarrevolución o la revolución, pero no puede existir revolución y contrarrevolución territorialmente ocupando pedazos del país en igualdad de condiciones."


El cuarto y definitivo momento de la Revolución es el llamado punto de bifurcación, que en el caso de Bolivia se dará entre los meses de agosto, septiembre y octubre de 2008, cuando el gobierno de Evo Morales será objeto de un proceso rumbo al golpe de Estado.


Durante 20 días, ni el Presidente ni los ministros pueden estar presentes ni aterrizar en cinco de los nueve departamentos del país. Tres semanas en que las autoridades electas para los cargos intermedios en esos grandes territorios son desconocidas por las elites locales.


Se promueve la toma de instituciones, aeropuertos, lugares de cobro de impuestos internos, medios de comunicación, oficinas públicas y son destruidos archivos e instalaciones de más de 57 instituciones del Estado en esos cinco departamentos.


Fue el momento más tenso que atravesó nuestro gobierno, recuerda García Linera. "Convocamos a las milicias, al alto mando, el presidente Evo se fue para una reunión con los dirigentes sociales, la idea era planificar la recuperación del territorio, lo que combinaba movilización social y lealtad de las fuerzas armadas".


Finalmente, la derecha acepta su derrota, se repliega. Hoy, sostiene el Vicepresidente, tenemos un nuevo Estado en consolidación.


A vista cercana, estima, no hay una derecha agresiva con capacidad para disputar el poder y si surgen tensiones en el país es más bien al interior de las propias fuerzas populares, indígenas y campesinas.


Anhelos hechos programa


El programa de poder del movimiento indígena y campesino en Bolivia ubicó entre sus metas el establecimiento del Estado plurinacional, la nacionalización de sectores estratégicos en beneficio social, el despliegue de la industrialización y la modernización simultáneas en varias dimensiones, y la búsqueda del vivir bien.


Estado plurinacional, precisa García Linera, es igualdad. Conformamos una nación estatal en cuyo interior existen 36 naciones culturales, respetadas en su idioma, cultura y tradiciones, en la totalidad de las instituciones del Estado, pero a la vez con la fuerza creativa de una sola nación estatal que llamamos Bolivia.


Significa igualdad de los pueblos indígenas de ser electos y participar en las instituciones del Estado y reconocimiento a su racionalidad en el sistema judicial, que junto a la justicia ordinaria incorporó la justicia indígena comunitaria en igualdad de condiciones.


Incluye la aceptación de otras formas de ejercicio democrático acordes a las tradiciones indígenas. Hay autoridades que no han sido electas por el voto directo y secreto en los comicios, sino por las asambleas comunitarias que deliberan, toman decisiones y nombran autoridades que pasan automáticamente a las asambleas representativas departamentales.


En fin, Estado plurinacional es igualdad de pueblos e igualdad de lógicas democráticas comunitarias en la construcción de la toma de decisiones en nuestro país; es decir, lo comunitario como forma radical de democratización de la sociedad, sustenta el político.


La segunda tarea planteada por el movimiento indígena â?öy que obtuvo la aprobación de la población a través del votoâ?ö, es la desconcentración territorial del poder.


A partir de la nueva Carta Magna, el país constituyó un parlamento plurinacional y nueve parlamentos regionales con facultad legislativa en un margen de competencias constitucionales sobre las cuales pueden deliberar y decidir.


Un tercer eje radica en la nacionalización de las empresas estratégicas â?ögas, petróleo, generación de electricidad, minas y fundicionesâ?ö, generadoras de excedente económico.


Concebimos la nacionalización de las industrias estratégicas, explica el Vicepresidente, como una forma de garantizar el control del excedente de las riquezas y el abastecimiento de servicios básicos, bajo lógicas de valor de uso y no necesariamente bajo lógicas de valor de cambio.


Otro punto estriba en desarrollar una dinámica compleja de industrialización y modernización, que otorga espacios propios a la economía de escala, a la pequeña producción, y a las economías comunitaria y campesina. Ninguna debe desaparecer ni subvalorarse.


"Estamos construyendo maneras plurales de modernización en tres velocidades o carriles. Son formas complementarias y simultáneas de entender la modernidad y la industrialización a nivel comunitario, en la pequeña producción urbana y rural y en el ámbito de la economía de escala", indica el dirigente.


El vivir bien, como horizonte de vida, es la relación dialogante del ser humano con la naturaleza. Marx hablaba en 1844 de la necesidad de naturalizar al ser humano y de humanizar la naturaleza.


"En otras palabras, ubicar al ser humano como objeto de satisfacción de necesidades y ubicar a la naturaleza como objeto de práctica dialogante y vivificante para garantizar la satisfacción de las necesidades de los seres humanos."


Desafíos inevitables


Ninguno de los proyectos está libre de conflictos y desafíos. Álvaro García Linera opta por comentar cuatro que a su entender resultan fundamentales.


"Somos un gobierno de movimientos sociales, pero gobierno es poder centralizado y movimiento social es democratización de las decisiones, ¿cómo coexiste monopolio con democratización?"


Considerarnos un gobierno de movimientos sociales equivale a reconocer esa tensión. "¿Cómo coexisten concentración y descentralización del poder?, estamos aprendiendo a buscar respuestas a cada problema, pero no hay solución que no sea vivir la contradicción permanentemente".


La segunda tensión está en la relación entre industrializar y vivir bien. Industrializar significa utilizar la naturaleza en beneficio humano, perforar pozos de petróleo y gas, abrir caminos por los parques y bosques, utilizar el agua para tener electricidad, en fin, afectar a la naturaleza.


Pero a la vez si no abrimos un pozo, desviamos el cauce del río, si no habilitamos una carretera, no tendríamos los recursos para comprar un tractor para el campesino, ni los recursos a fin de construir un hospital en bien de la comunidad, reflexiona el dirigente.


¿Cómo quedan equilibradas necesidades humanas básicas y necesidades naturales básicas? No sirven aquí ni la lectura de Organizaciones No Gubernamentales, que recomiendan la conservación a ultranza de la naturaleza, ni la idea decimonónica de partir, atravesar y destruir lo que sea con tal de generar riqueza.


Hay que vivir la tensión, admite García Linera, sabiendo que debemos movernos en los dos ámbitos, el vivir bien de las actuales generaciones y el preservo de la naturaleza para las siguientes.


Tercer conflicto: propiedad del Estado y propiedad de la comunidad. El Estado y la propiedad del Estado constituye una etapa necesaria en la transición del socialismo hacia el comunismo, pero el comunismo es la autoorganización de los productores.


¿Puede el Estado crear comunidad o es la comunidad la que tiene que emerger como vitalidad de la sociedad? ¿Qué le toca hacer a un Estado revolucionario?


¿Su función sería simplemente crear condiciones favorables para que la comunidad emerja como construcción colectiva de la propia sociedad? Estado o comuna, comuna o Estado, ese es otro de los debates, razona el académico.


Por último, analiza la relación entre interés particular e interés corporativo. "El movimiento social emerge en este siglo planteándose un horizonte revolucionario de intereses comunes".


En el caso de Bolivia, nos dijimos: hay que nacionalizar las empresas privatizadas para lograr beneficios universales, hay que hacer una Asamblea Constituyente para que indígenas y mestizos, empresarios, profesionales nos juntemos y hagamos por fin un país para todos, define el político.


El movimiento social se planteó objetivos universales, es el momento de ascenso, pero luego tendrá sus momentos de reflujo y descenso, entonces aflora el corporativismo: que las cosas logradas sean solo para mí y no para el resto.


A principios de 2009, ejemplifica, dirigentes campesinos salieron en marcha contra el presidente Evo. Pedían que las tierras fiscales del Estado â?öconcebidas por la nueva Constitución para ser entregadas no a empresarios ni a hacendados, sino a campesinos y comunidadesâ?ö, fueran otorgadas solamente a los pueblos indígenas de tierras bajas y no a los residentes en tierras altas.


"¿Qué hacemos ahí? Es un reclamo: los indígenas de tierras bajas son 300 mil y los de tierras altas cinco millones, ¿no tienen estos últimos o un mestizo el mismo derecho a tener una o dos hectáreas en tierras bajas? Lo tienen, es un derecho de igualdad, pero urgió la tensión."


Aquellos 50 dirigentes reclamaban con una mirada local y corporativista en detrimento de una mirada universal. La prensa se preguntaba cómo es posible que indígenas marchen contra el Presidente.


Normal, responde García Linera. "Son tensiones al interior del pueblo que tiene todo proceso revolucionario, es la tensión entre lo común-universal y lo particular-corporativo".


Por estas tensiones, insiste, iremos atravesando, es parte del flujo y reflujo del movimiento social.


En resumen, ¿cómo hacer coexistir permanentemente lo universal con lo particular, movimiento social con Estado, industrialismo con respeto a la naturaleza, comunidad con poder estatal?


Conflictos e interrogantes que continuarán en los años siguientes, pero, a los ojos de García Linera, "son tensiones de crecimiento y de construcción porque, al fin y al cabo, el horizonte del socialismo y el comunismo no está definido; lo construimos los pueblos asumiendo estas tensiones y contradicciones, superándolas de manera conjunta".
Fuente:Argenpress


El presidente Evo Morales anuncia una nueva ley minera

El presidente boliviano, Evo Morales, anunció la presentación de una nueva Ley Minera, que antes de ser enviada a la Asamblea Legislativa para su aprobación, será consensuada con obreros del sector.

De acuerdo con el dignatario, la norma podría ser entregada al parlamento la próxima semana, pero antes el texto deberá contar con el criterio de los trabajadores del subsuelo.


En la inauguración del XXI Congreso Ordinario de la Federación de Cooperativas Mineras (Fencomin), Morales demandó a los movimientos sociales una mayor participación en los debates del proyecto.


Al mismo tiempo, precisó que el Ejecutivo otorgará mayores recursos al sector cooperativista, como parte de la estrategia de consolidación de la economía boliviana


En su comparecencia, Morales recordó que por primera vez en su historia la nueva Constitución Política del Estado de 2009, reconoce los derechos de los cooperativistas.


La nueva Ley Minera definirá que una parte de las utilidades que obtienen las empresas privadas sea reinvertida en territorio nacional.


Actualmente, las compañías privadas extranjeras remesan sus ganancias a sus países de origen. En Bolivia operan firmas de Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia e India.


La norma también impulsará el proceso de industrialización.


Por otra parte, incluye la figura de la consulta a los pueblos indígenas antes de la realización de un proyecto de minería.


Según explicó el ministro del ramo, José Pimentel, en el país andino la minería moderna debe ser eficiente, rentable y responsable.
Fuente:Argenpress                                                            

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