23 de enero de 2011

TABLADA A 22 AÑOS.

La Tablada: más silencios que certezas
Año 3. Edición número 140. Domingo 23 de enero de 2011
Por Eduardo Anguita

Gorriarán. En 2006, apenas después de lanzar un partido político (Partido para el Trabajo y el Desarrollo), Enrique Gorriarán Merlo moría de un paro cardíaco. (TELAM)
Pasados 22 años, poco se sabe sobre el copamiento al Regimiento III de La Tablada y la brutal represión que se desató sobre sus atacantes. Un par de días antes de ese fatídico lunes 23 de enero de 1989, Enrique Gorriarán Merlo habló ante unos 50 militantes en un sitio que se convirtió en el lugar de concentración principal de salida. La mayoría iba a participar del copamiento del cuartel mientras que otros debían repartir panfletos en la zona destinados a alertar sobre un levantamiento carapintada. Lo que en la jerga se conoce como una maniobra de diversión. Entre los asistentes había viejos militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, algunos de ellos curtidos en las luchas sandinistas y otros que no tenían la más mínima preparación militar. El cuartel había sido estudiado durante meses por parte de los atacantes. Gorriarán habló de las circunstancias políticas que atravesaba el mundo, Centroamérica y también sobre su caballito de batalla: la democracia estaba amenazada por los carapintadas y era preciso tomar la iniciativa para generar una suerte de insurrección popular para frenar en seco a los enemigos de la convivencia dentro de la vida constitucional. Gorriarán llevaba más de veinte años en la lucha revolucionaria, había escapado de la cárcel de Rawson, había sobrevivido a la dictadura, había formado parte de la revolución sandinista. Era una figura con un predicamento en algunos sectores de la militancia latinoamericana y, sin embargo, ese fin de semana previo al copamiento de La Tablada, estaba en la antesala de un desastre que costó muchísimas vidas humanas. Hasta el día de hoy, hay una serie de misterios que Gorriarán se llevó a la tumba y que probablemente no sepan siquiera algunos de quienes pasaron más de diez años en la cárcel por esa acción.
¿Qué sentido tiene indagar sobre los hilos secretos que llevaron a ese episodio que no dejó ningún saldo positivo ni para la democracia ni para quienes quieren ideales y militancia por un cambio profundo? Nelson Mandela escribió en prisión una serie de cuadernos que vieron la luz hace poco en un libro llamado Conversaciones conmigo mismo. Allí dice: “Sólo los políticos de sofá son inmunes a cometer errores. Las equivocaciones son intrínsecas a la actividad política. A aquellos que están en medio de la lucha política, que tienen que afrontar problemas prácticos y apremiantes, se les deja poco tiempo de reflexión, crecen de precedentes que los guíen y están destinados a equivocarse muchas veces. Pero, con el tiempo, y siempre que sean flexibles y estén dispuestos a analizar su labor de un modo autocrítico, adquirirán la experiencia y la previsión necesarias para ser capaces de evitar los peligros habituales e identificar su camino en medio del bullicio de los acontecimientos”.
Gorriarán fue un misterio en muchos aspectos pese a haber sido, de modo indudable, un exponente sobresaliente del intento revolucionario de los años setenta en la Argentina. En sus memorias relata algunos pasajes del ataque del 23 de enero que remiten más a la valentía de quienes quedaron encerrados durante 36 horas y muchos de los cuales murieron. No aclara dónde estaba él. Se da por supuesto que dirigía el operativo desde afuera. Algunos de los atacantes suponen que la inteligencia del Ejército –o del Estado– podría haber tenido información previa. Pero tampoco lo pueden certificar porque los primeros movimientos contaron con la sorpresa suficiente como para tomar las posiciones principales. Una resistencia muy intensa surgió desde donde estaban los carriers artillados, con los cuales tenían previsto salir si la acción salía bien. Esa resistencia no habría sido de grupos especiales que estaban escondidos sino de efectivos de la propia guarnición, muchos de ellos soldados conscriptos.
Algunos de los que cayeron presos y tenían casi nula experiencia militar, durante las primeras horas, y ante la imposibilidad de concretar los objetivos, no entendían por qué no llegaba la orden de retirada. La lista de interrogantes operativos, después del fracaso y la cantidad de víctimas, resultó demasiado amarga. El Movimiento Todos por la Patria, el último año, había sufrido la deserción de muchísimos cuadros políticos que habían formado parte del PRT-ERP. Algunos sabían que Gorriarán tenía previsto tomar las armas bajo la explicación del peligro carapintada. Otros viejos militantes no se fueron de ese movimiento, pero mantenían diferencias con Gorriarán. Tal fue el caso, por ejemplo, de Floreal Canalis, quien había formado parte del Comité Central del PRT y había caído preso en 1974 en la provincia de Buenos Aires.
Apenas unas horas después del shock que vivía la Argentina por el ataque, Gorriarán hizo llegar a algunos diarios una versión venenosa: que Canalis era, en realidad, un agente encubierto de la Policía Bonaerense, a la que se había rendido en la tortura 15 años atrás. Era una fabulación de Gorriarán, destinada a dar una pista falsa sobre los motivos por los cuales la acción había fracasado.
La Penca y La Tablada. Roberto Vital Gaguine murió en La Tablada. Tal como lo cuenta Gorriarán en sus memorias, había sido un joven militante de la Juventud Guevarista que se exilió en 1977 y luego se sumó al grupo de argentinos que Gorriarán comandó en Nicaragua, muchos de los cuales tenían una bravura tan grande como su disciplina al jefe. En 1993, cuando Gaguine había muerto, surgió la primera pista que vinculaba a Gorriarán con el atentado de La Penca, ocurrido en 1984, donde el contra nicaragüense Edén Pastora salvó su vida de una bomba colocada durante una conferencia de prensa en plena selva (ver notas de R. Ragendorfer y de W. Goobar). Hasta ese momento, 1993, las hipótesis se orientaban a que la autoría debía ser de la CIA. Pero en ese momento, surgió otra línea investigativa que señalaba a Gorriarán y al entonces ministro del Interior de Nicaragua, Tomás Borge, vinculados al atentado a Pastora. Decían, tal como se señala en el informe, que Roberto Gaguine había sido el autor material del atentado. Cuando esto tomó estado público, los que habían sido detenidos en el cuartel y las inmediaciones estaban presos, mientras que Gorriarán estaba en libertad. En Buenos Aires, quienes todavía reportaban al MTP ofrecieron una conferencia de prensa para refutar esa versión. Tres años después, Gorriarán era detenido en México y luego trasladado a Buenos Aires, donde estuvo preso hasta que, a principios de 2003, y tras una interminable huelga de hambre, el entonces presidente Eduardo Duhalde lo indultó. En 2006, apenas después de lanzar un partido político (Partido para el Trabajo y el Desarrollo), Gorriarán murió de un paro cardíaco. Nunca explicó lo que pasó en La Penca y mucho menos cómo había sido la trama que lo llevó a planear y comandar el ataque a La Tablada, entre otras cosas.
Pasados 22 años de La Tablada y 28 de La Penca, hay que ceder a la tentación de mirar con los ojos de hoy aquellos dos hechos. Hay contextos distintos y horizontes distintos. Quizá, como le dijeron a Andrés Campos, Roberto Gaguine no contaba con que una colaboradora de Edén Pastora corriera de lugar el maletín que tenía la bomba (ver nota de R. Ragendorfer) y que en vez de orientar las esquirlas al enemigo de la revolución sandinista lo hizo contra los periodistas que estaban en esa conferencia de prensa. Pero lo que está en tela de juicio va mucho más allá de la participación individual de quien, se supone, llevó el explosivo y años después murió en La Tablada.
Los procesos de lucha popular muchas veces se forjan en la clandestinidad. Sus dirigentes y militantes son objeto no sólo de persecución y sus organizaciones son infiltradas. Hay otros aspectos muy complejos que tienen que ver con los contactos y maniobras que los propios jefes pueden hacer por iniciativa propia y que quedan en secreto. Así queda vedado el acceso a la autocrítica de la que habla Mandela. Así, la interpretación de los hechos queda limitada a valoraciones subjetivas, a justificaciones emocionales y no a los datos fríos de los hechos, sobre los cuales sí es posible construir ideas y convicciones firmes.
Hay dos cosas que los procesos revolucionarios no deben permitirse si quieren dejar una huella positiva en la historia. La primera es que el relato de esos hechos quede en manos de los agentes de la reacción que sí tienen acceso a los archivos de los servicios secretos y agencias de inteligencia. La segunda es, precisamente, desestimar el papel que juegan los espías profesionales (profesionales de Estados poderosos que custodian el orden establecido más allá de los gobiernos de turno). Los grupos y organizaciones revolucionarias suelen crear sus propios equipos de inteligencia y contrainteligencia. Algunos hacen del secreto o de las maniobras distractivas una forma de hacer política. Quizás en algunos momentos haya motivos para que esos comportamientos sean aceptables y hasta imprescindibles. No parece justificable el silencio sobre los hechos mencionados. Finalmente, el testimonio de Peter Torbiornsson puede ser tomado con pinzas por alguien. No faltará quien ponga la hipótesis de que lo suyo también puede ser manipulado. Bienvenidos sean los descargos y las réplicas si es que las merece. De lo que se trata es de desentrañar la verdad de la historia.
Fuente:MiradasalSur

Las palabras y las cosas
Año 3. Edición número 140. Domingo 23 de enero de 2011
Por Miguel Russo, periodista

Impresiones de una entrevista donde Gorriarán Merlo, apenas recuperada su libertad, dijo hablar de todo. El 9 de junio de 2003, Enrique Gorriarán Merlo se sentó y dijo tranquilo, “hablemos de todo”. Tenía 61 años y el 22 de mayo, 18 días atrás, había recuperado la libertad luego de siete años de prisión, incluida una huelga de hambre de 162 días. “Hablemos de todo”, dijo. Y se le dibujó en la cara la misma sonrisa que debió haber tenido allá en San Nicolás por 1944, cuando con tres años, y apodado Gungo (la primera palabra que dijo), corría por la calle Mitre detrás de Mary, de seis y medio, la misma que tiempo después sería la jueza María Romilda Servini de Cubría. La misma sonrisa que la del pibe de ocho, que jugaba con los hermanitos de a la vuelta, de la calle Nación, Roberto y Carlos Quieto. La misma que debe haber tenido a los 57, cuando a fines de 1998 el actor y director Daniel Rito le representó el unipersonal Santucho en su celda de Villa Devoto.
Cebó mate, Gorriarán, el Pelado, y no esperó preguntas.
Contó las irregularidades de su detención en México a manos de agentes de la SIDE argentina el 28 de octubre de 1995. Dijo “25 años de clandestinidad”, y no sonrió. Contó, como le había contado a Ricardo Ragendorfer en un tremendo enero de 1999 (aquella vez adentro, esta vez afuera, aunque las rejas parecían seguir estando ahí), que César Arias, el operador de Carlos Menem, lo había tentado con recuperar la libertad a cambio de inculpar a Alfonsín en el copamiento de La Tablada. “No acepté, claro”, dijo. Y la frase sonó con la misma desfachatez con la que le había preguntado a Roby Santucho, el mediodía del 15 de agosto de 1972, en el que preparaban la fuga del penal de Rawson, “¿justo cordero nos tenían que dar hoy que tenemos que estar ligeros para correr?”.
Habló, Gorriarán, el Pelado, del contexto político-social de aquel 1989. Habló de los primeros años del regreso a la democracia y de la retirada de los militares del poder. Habló de las protestas y de los taconeos furiosos en los cuarteles y en los pasillos del Congreso. Habló de los levantamientos carapintadas que mostraban hasta qué punto los militares seguían siendo fuertes en las decisiones políticas del país. Habló de la oposición al gobierno de Alfonsín y de los acuerdos de determinados sectores para que, con el pretexto de paliar la crisis militar, planteaban un golpe para que asumiera el vice Víctor Martínez y se hiciera a un lado la figura del presidente radical tan irritable para los militares luego del juicio a las juntas.
“Carne podrida”, escuchó Gorriarán. Cebó y dijo, la vista fija en el mate, “nos enteramos de las reuniones del menemismo con el coronel Seineldín por un informe de un agente de la Guardia Nacional de Panamá que conocía de Nicaragua, cuando estuvimos en la guerra con Somoza”. Habló de varias fuentes que corroboraban ese informe. Y se calló.
Recordó, quizás, lo que había contado de la ejecución del dictador Anastasio Somoza en 1980: “No fue una venganza. Somoza era el jefe de la contrarrevolución en Nicaragua. Con el apoyo del general Alfredo Stroessner se había hecho fuerte en Paraguay. Sabíamos que vivía en Asunción. Y llegamos allí unos 40 días antes de la operación. Éramos tres, Hugo Irurzún, otro compañero y yo”. Pero se calló.
Sus ojos volvieron por un momento a mirar lo que miraba el capitán del ERP y el guerrillero en Nicaragua y el integrante del trío en Asunción. Cebó otro mate y recordó la entrevista que se había publicado en revista Veintitrés, realizada en la cárcel de Devoto, ya terminada la huelga de hambre, para un documento especial sobre un aniversario de la masacre de Trelew. Recordó que, en ese momento, había prometido la primera entrevista en libertad. Y aquí estaba, dijo, para hablar de todo. “Hombre de palabra”, dijo, y volvió a sonreír como cuando dijo –en aquella misma nota a Ragendorfer del verano del 99– que, mientras era uno de los hombres más buscados por los militares, se ponía un bigote grotesco y conveniente para ir a ver a River. Sonrió aún cuando sabía que ya no se trataba de Trelew. Y que La Tablada seguía siendo un interrogante.
Escuchó la posibilidad cierta de que la entrevista no se publicara. Sabía que el director de la revista quería que el reportaje saliera siempre y cuando hubiera, como contrapartida y en el mismo número, una entrevista con Seineldín, el otro liberado por el indulto de Duhalde. Era cierto que Gorriarán había estado dispuesto a reunirse con Seineldín, “a debatir sobre los hechos de La Tablada”. Era cierto que Seineldín se había negado sin brindar ningún tipo de precisiones sobre esa negativa. Pero al escuchar la casi certeza de que la entrevista no saliera, dijo “no importa, hablemos igual”.
Gorriarán Merlo, en libertad, dijo que era un hombre sin rencores. Y escuchó “pero con grandes secretos que no está dispuesto a revelar frente a un grabador”. ¿Pactos?, preguntó, serio. Y, casi de inmediato, se rió y volvió a cebar.
Había algo raro en las palabras y en los silencios. Gorriarán, el Pelado, había estado preso, había recurrido a la huelga de hambre y había sido comparado con responsables de crímenes de lesa humanidad. ¿Qué podían darle a cambio de un silencio? Miraba, Gorriarán, como demostrando que había pasado mucho tiempo desde los hechos de La Tablada como para sacar a relucir de dónde habían provenido los datos que confirmaban (desde la clase política, la clase militar y la clase periodística) estar ante la inminencia de un golpe de Estado.
La tarde del 9 de junio de 2003, Gorriarán Merlo habló con silencios y calló con todas las palabras posibles puestas en sus ojos. En esos ojos que corrieron por las calles de San Nicolás, que se abrieron asombrados ante una gambeta en la cancha de River, que miraron por la ventanilla del avión que lo alejaba de la pista de Trelew, que enfocaron a Somoza en los días de Asunción, que vieron la pinza de la SIDE en México. En esos ojos que se cerraban para afirmar la certeza de un golpe de Estado abortado por el copamiento del cuartel de La Tablada.
Esos ojos que ya no eran los de un tipo que sabe que es buscado y que busca, como los vio Eduardo Anguita unos años más tarde de aquella tarde, en la III Cumbre de los Pueblos de América realizada en noviembre de 2005 en Mar del Plata. Esa tarde de junio de 2003, Gorriarán Merlo, el Pelado, dijo algo desde la puerta de calle, antes de cerrar, los ojos aún brillantes, como cuando le decían Gungo: “Recién vamos a blanquear este punto cuando todos nosotros estemos en libertad”.
Su significado de la palabra “libertad” se apagó el 23 de septiembre de 2006 cuando murió de un paro cardíaco en el Hospital Argerich de Buenos Aires. Tenía 65 años, Gorriarán, el Pelado, Gungo. Y se llevó los silencios.
Fuente:MiradasalSur


La confesión de un periodista
Año 3. Edición número 140. Domingo 23 de enero de 2011
Por Walter Goobar

Testimonio. El sueco Peter Turbjornson marcado por la tragedia.
La noche del 25 de febrero de 1990 fue una pesadilla para todos los corresponsales que cubrieron las primeras elecciones libres y democráticas en la Nicaragua sandinista. Ni los periodistas más influidos por Washington se habían atrevido a vaticinar una derrota tan abrumadora del sandinismo frente a Violeta Chamorro como la que se produjo esa noche. Entre la manada de periodistas que confiados esperábamos los resultados de las urnas, distinguí la figura enjuta del periodista sueco Peter Torbiornsson, un experimentado corresponsal que había cubierto casi todos los golpes de Estado y las guerras que asolaron a América Latina en los ’70, los 80 y los ’90.
Durante una década de exilio en Suecia yo había seguido su admirable cobertura en medios gráficos, radiales y televisivos. Esa noche, el sueco preguntó con indisimulado interés sobre el asalto al cuartel de La Tablada que se había producido un año antes, me interrogó sobre el papel de Enrique Gorriarán Merlo en ese sangriento episodio. Le dije lo que pensaba: que si uno se limitaba a evaluar el ataque por sus resultados y sus posibles beneficiarios, sólo podía llegar a una conclusión: Detrás del ataque guerrillero se escondía una sofisticada operación de inteligencia que había servido para revalorizar la teoría de los dos demonios y había colocado a las Fuerzas Armadas en posición de víctima de la violencia irracional de la izquierda.
La mirada de Torbiornsson me resultó particularmente huidiza aquella noche, y no era el resultado de la cerveza que bebimos. La conversación quedó trunca por el estampido que produjo en la sala de prensa el anuncio de la impensable debacle electoral sandinista. En el tumulto, no alcancé a despedirme del sueco.
A mediados de los ’90, Torbiornsson reapareció en Buenos Aires y me citó en un bar de Belgrano y Chacabuco. “Vengo a aliviar mi conciencia”, me dijo a modo de saludo y mencionó nuestra conversación trunca en Managua. Estaba tan demacrado y agobiado que parecía un fantasma, una sombra del tipo vivaz, atlético y comprometido que yo había conocido.
Sin mayores preámbulos, el sueco descerrajó una frase demoledora: “¿Te acordás de la bomba contra Edén Pastora en La Penca? Yo llevé al autor de la masacre”, dijo el antiguo enamorado de la revolución sandinista que ahora estaba agobiado por la culpa. “Fue una operación de la Dirección Quinta (de la inteligencia sandinista), a través de los argentinos que comandaba Gorriarán Merlo. El que puso la bomba era Roberto Vital Gaguine, que murió calcinado en el asalto al cuartel de La Tablada”, sentenció el sueco.
Torbiornsson había abandonado la cobertura de América Latina y había ido a buscar la muerte a la guerra de los Balcanes o en el fondo de una botella.
El periodista no paraba de hablar y su mente se trasladó al escenario del atentado de La Penca, en el que murieron tres colegas y cinco guerrilleros. Corría el mes de mayo de 1984 y Edén Pastora, el antiguo y mítico guerrillero sandinista que asaltó el Palacio Nacional en 1978, había abierto un segundo frente rebelde al sur del país, donde comandaba la Alianza Revolucionaria Democrática (Arde). El viejo compañero de armas era considerado una amenaza para los sandinistas.
“Un mes antes del atentado en La Penca, estando en San José, Costa Rica, haciendo trabajos periodísticos para la televisión de Suecia, me contactaron de la cancillería nicaragüense para que viajara a Managua. Yo era muy conocido en el gobierno sandinista, había pasado muchos años cubriendo la guerra en Centroamérica y simpatizaba con la revolución, les tenía confianza”, recapituló el sueco mientras acariciaba su copa de cerveza.
“En Managua me encontré una noche con el jefe de la Dirección Quinta del Ministerio del Interior, que trabajaba bajo las órdenes de Tomás Borge; él me pidió que ayudara a un fotógrafo danés para hacer contactos en Costa Rica y me lo presentó: se llamaba Per Anker Hansen.
“Regresé a San José y unos días después llegó el supuesto periodista danés con su equipo fotográfico. Por momentos, vivimos en el mismo hotel en San José, que se llamaba Hotel Gran Vía”, agregó.
Torbiornsson no daba respiro a los recuerdos que había intentado enterrar durante tantas noches de insomnio. Él y su ayudante de nacionalidad boliviana, Fernando Prado González, de 22 años, sospechaban que Hansen era un espía de los sandinistas para conseguir informaciones sobre Pastora, pero nada más.
“Hicimos dos viajes a río San Juan, averiguando cómo avanzaba la guerra por allá, y así nos llegó un día la invitación de Edén Pastora a una conferencia en La Penca”, recapituló el sueco.
La noche del 30 de mayo de 1984 una bomba destrozó la conferencia de prensa en la que Pastora daba su parte de guerra. Tres periodistas y cinco guerrilleros murieron, y más de 22 resultaron heridos por la explosión.
“La bomba salió de la cámara fotográfica de Per Ander. Nos habían utilizado como conejillos de Indias para hacer un crimen con indescriptible brutalidad y torpeza. Salimos con heridas graves del lugar y mi amigo Fernando Prado regresó a Bolivia, porque el ministro del Interior Tomás Borge ordenó no recibirlo en Managua”, relató el sueco, dando por fin, un largo sorbo a su vaso con cerveza ya nada fría.
En marzo de 2008, 13 años después de su confesión en aquel bar porteño y un año y medio después de la muerte de Gorriarán Merlo, Torbiornsson regresó a Costa Rica a descargar su conciencia. Se presentó como testigo en un expediente rotulado 90-000585-202-PE.
“A las 16 horas del 11 de marzo de 2008, se presenta un testigo quien dice ser Peter Torbiornsson, único apellido en razón de su nacionalidad sueca, pasaporte XXX3150. Dice que desea ampliar su declaración como testigo en el caso del expediente número 90-000585-202-PE contra ignorado.”
“Es mi deseo indicar que he hecho una denuncia formal ante la Procuraduría de los Derechos Humanos en Managua, el 8 de febrero de 2008, con el número de expediente 357-08, acusando al ex ministro de Interior de ese país, Tomás Borge; al ex jefe de la Inteligencia, Renán Montero; y al ex jefe de la Contrainteligencia, Lenin Cerna, por crímenes de lesa humanidad”, indica el testimonio.
“Estas personas antes señaladas son los autores intelectuales del atentado en La Penca, ocurrido el 30 de mayo de 1984”, agregó Torbiornsson.
–¿Por qué denuncia este caso 24 años después? –le preguntaron los periodistas que lo recibieron en Managua.
–Por honor a la verdad. Un crimen no tiene tiempo para denunciarse, y tarde o temprano la verdad debe saberse. No me sentía bien conmigo mismo, y muchas veces dudé en realidad si valía la pena vivir con esto adentro o no, y creo que es el momento de decir la verdad sobre todo esto.
–Tengo entendido que usted ya había denunciado esto anteriormente a otros periodistas del mundo. ¿Qué caso tiene venir a Nicaragua a denunciarlo otra vez?
–En algunas ocasiones dije algunas cosas a amigos periodistas, pero nunca revelé que yo había ayudado a entrar a Gaguine. Dije que lo había conocido en Managua y que me lo habían recomendado los sandinistas para ayudarlo a trabajar en Costa Rica, pero nunca dije lo que ahora estoy sosteniendo.
–Justo ahora que Daniel Ortega regresa al poder usted viene con la denuncia, ¿por qué?
–Porque él sabe lo que ocurrió ahí. Él siempre lo supo. Lo supo Lenin Cerna, lo supo Tomás Borge y lo supo Omar Cabezas. Ahora mienten al decir que no saben nada, pero yo soy testigo de que ellos lo sabían, me lo dijeron personalmente a mí, en 1989, pero por circunstancias políticas yo no pude seguir investigando, y, además, temía que me mataran.
–¿Y tiene usted pruebas en este momento?
–Las investigaciones mías y de otra gente han revelado que el FSLN estuvo detrás de esa masacre de periodistas, y yo sostengo mi palabra, no me da miedo morir diciendo la verdad, ya suficiente tiempo viví ocultando eso, y es hora de decir la verdad, el mismo Edén Pastora –que ahora está colaborando en un discreto cargo con el gobierno de Daniel Ortega– lo sabe. Todo el mundo lo sabe.
Fuente:MiradasalSur


El hombre buscado después de muerto
Año 3. Edición número 140. Domingo 23 de enero de 2011
Por Ricardo Ragendorfer

Andrés campos. El documentalista que reconstruyó el atentado a Edén Pastora. (NICOLÁS ANGUITA)
Mientras la Justicia de Costa Rica aún investiga el paradero del autor del atentado de La Penca, Roberto Vital Gaguine, la Justicia argentina acaba de confirmar que murió en La Tablada. Cómo fue la trama que lo convirtió en un instrumento de la Guerra Fría. El camarógrafo costarricense Arturo Masis no imaginó que esa noche iría a convertirse en el héroe de la jornada, al menos en el aspecto periodístico. De hecho, las señales previas del destino señalaban exactamente lo contrario. En la mañana del 30 de diciembre de 1984, partió desde la ciudad de San José hacia La Penca, una pequeña localidad selvática de Nicaragua situada junto la orilla del río San Juan, que traza un tramo de la frontera con Costa Rica. El tipo iba enviado por Canal 7 de su país y sólo lo acompañaba un guía, a horas de que un vocero de la Alianza Revolucionaria Democrática (Arde), el grupo contra que combatía al gobierno sandinista en el frente sur, anunciara la realización en ese lugar de una conferencia de prensa que brindaría su máximo líder, Edén Pastora. La última etapa del viaje, ya al anochecer, fue a bordo de una canoa. En tales circunstancias, una súbita correntada le empapó el equipo y su cámara quedó inutilizada. Así llegó a la comandancia de Pastora.
Esa comandancia era en realidad un puñado de carpas en torno de una cabaña sostenida con pilotes. Allí, una guerrillera rolliza que respondía al nombre de Rosita actuaba con la diligencia de una relacionista pública. Minutos después, Pastora emergería entre la oscuridad. La figura del otrora héroe sandinista que el 22 de agosto de 1978 había dirigido el espectacular asalto al Palacio Nacional lucía más retacona que en las fotos. Ahora, ese hombre que tras la caída de Somoza fue viceministro del Interior y el primer jefe de las milicias del FSLN para luego romper con la Revolución, se mostraba contrariado, al punto que la tal Rosita anunció que la conferencia se aplazaría hasta la mañana siguiente. Un coro de murmullos se elevó entonces entre los hombres de prensa.
Masis reconoció entre ellos a su colega y rival, el camarógrafo del Canal 6 de Costa Rica, Jorge Quiróz, a la corresponsal norteamericana Linda Frazier, a su compatriota Tony Avigran y al cronista sueco Peter Torbiornsson. También estaba un muchacho rubio, de cabello ensortijado y bigote tupido. Peter se lo había presentado poco antes. Era el fotógrafo danés Anker Hansen.
La postergación de la conferencia derivó en cabildeos entre el anfitrión y sus invitados. Éstos lo ametrallaban a preguntas. Pastora, finalmente, cedería. En consecuencia, todos ingresaron a la cabaña, menos Masis. Ya se sabe que el percance de su cámara lo había dejado fuera de juego. Y no sin un dejo de mal humor, se dirigió hacia la orilla del río para fumar un cigarrillo.
En tanto, Pastora se acomodó ante una enorme mesa; su público, en sillas dispuestas en semicírculo. Sólo Hansen permanecía junto a la puerta, como para refrescarse con la brisa nocturna. Se lo veía acalorado. Luego salió de la cabaña. Previamente, había dejado su bolso junto a las patas de una silla. En realidad ese bolso atesoraba una bomba de trotyl. Y fue colocada de modo que, al estallar, sólo destrozara al líder antisandinista. Éste, ajeno a ello, tomó un sorbo del café que le acababa de servir la solícita Rosita. En ese instante, ella rozó con un pie el bolso del danés, por lo que la onda expansiva de la bomba cambiaría de dirección. Al igual que la Historia misma.
Masis, siempre junto al río, tras exhalar la última pitada sintió, de pronto, que todo a su alrededor se sacudía. Y al voltear la cabeza hacia el campamento, sólo vio una enorme lengua de fuego. También se oían gritos. Gritos desgarradores.
La explosión había dejado un escenario ominoso. Peter Torbiornsson deambulaba entre el humo como un sonámbulo. Tony Avigran estaba bañado en sangre, pero con vida. Menos suerte había tenido Linda Frazier; su cuerpo estaba despedazado junto al cadáver de Jorge Quiróz, quien yacía boca arriba con los brazos en cruz. Junto a él estaba su cámara. Masis, en medio de su desesperación, no dudó en tomarla prestada. Así, con esa herramienta ajena, consumó un estremecedor registro visual de la masacre de La Penca. Su saldo: ocho muertos y 22 heridos, entre éstos últimos se encontraba el mismísimo Pastora, cuyas piernas habían quedado severamente averiadas.
Efecto retardado. En 2005, el periodista costarricense Andrés Campos utilizó esas imágenes en su documental Onda expansiva-La Penca, 21 años después, producido por el Canal 15 de Costa Rica y el Colegio de Periodistas de ese país. Lo cierto es que ese trabajo –el cual explora historias de vida de algunas víctimas– fue en realidad el punto de partida de un proyecto más ambicioso, puesto que Campos –que en el momento del hecho tenía sólo cinco años– ahora apunta a profundizar su investigación a través de la figura del misterioso Hansen. Es que las imprecisas huellas que éste dejó conducen a otro hecho traumático de la historia latinoamericana: el ataque del Movimiento Todos por la Patria (MTP) al Regimiento III de Infantería de La Tablada, ocurrido el 23 de enero de 1989. Sucede que el presunto fotógrafo danés no era otro que Roberto Vital Gaguine, uno de los combatientes que figura como caído en esa ocasión. Ello explica la presencia de Campos en la Argentina .
En diálogo con Miradas al Sur, el documentalista señaló: “Los fiscales de Costa Rica que intervienen en lo de La Penca –dado que dos de las víctimas fatales eran ciudadanos de ese país– creen que Vital Gaguine todavía está con vida”. Luego agregó: “Tal sospecha es lo único que todavía mantiene abierta esa investigación iniciada hace ya 26 años”.
Se trata, por cierto, de una investigación que no ha dejado de transitar caminos contrapuestos. A continuación, el resumen de Campos al respecto: “La primera pesquisa fue realizada por el periodista Avigran, una vez repuesto de sus heridas. Lo secundó en esa empresa su mujer, Martha Honey. Ambos llegaron a la conclusión de que la CIA fue la responsable del atentado. La hipótesis era que, ante la rivalidad que había entre Pastora y Alfonso Robelo Callejas, el líder contra del Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN) que actuaba en el frente norte, los norteamericanos decidieron eliminar a Pastora. En 1990, el gobierno de Costa Rica, a raíz de las conclusiones de una comisión parlamentaria, denunció a la CIA por orquestar el atentado con dos intermediarios: Felipe Vidal, un cubano-americano vinculado a sectores anticastristas, y John Hull, un hacendado norteamericano con tierras en Costa Rica que servían de base a los contras. Sin embargo, en 1993, los periodistas Juan Tamayo y Doug Vaughan, quienes trabajaban para The Miami Herald, establecieron la verdadera identidad del atacante: el argentino Roberto Vital Gaguine. A ello, claro, se le suma el testimonio del sueco Torbiornsson, (ver nota de W. Goobar), quien además vinculó en la conspiración al agente de la Inteligencia sandinista Renán Montero, al ex jefe de Seguridad del Estado, Lenin Cerna, y al entonces ministro del Interior, Tomás Borge. La más reciente novedad procesal de la causa ocurrió en 2008, cuando la fiscalía de Costa Rica advirtió que nunca las autoridades argentinas hicieron una identificación definitiva del cuerpo de Vital Gaguine, “por lo que todavía se sospecha que éste sigue con vida”. Ése era el enigma que aún agitaba las ya amarillentas hojas de aquel expediente.
Es nada menos que Enrique Gorriarán Merlo quien en sus Memorias –publicadas en 2004– se encarga de especificar que Vital Gaguine había muerto en La Tablada. Lo que omite, sin embargo, es el detalle de cómo ese pibe de clase media, que como tantos otros se volcó a la militancia, terminaría siendo un instrumento de la Guerra Fría.
Nacido en Buenos Aires el 21 de junio de 1953 en el seno de una familia de inmigrantes (su padre era turco y su madre, griega), se incorporó al Partido Comunista a los 17 años, para luego saltar hacia la Juventud Guevarista, una de las organizaciones de base del PRT-ERP. En ese ámbito, se hacía llamar Martín, aunque –por su aspecto atildado– todos le decían El Inglés. Durante los ’70, mientras cursaba materias en la Facultad de Medicina, fue apenas un activista de base, y como tal sólo participó en acciones armadas de menor envergadura, como el desarme de algún policía. Sin embargo, ello bastó para que, tras el golpe de Estado de 1976, su casa fuera allanada por un grupo de tareas del Ejército. Tanto es así que, tras deambular por unos meses en los escarpados caminos de la clandestinidad, se largó al exilio. Primero en Europa y, luego, en Nicaragua. Allí se sumó al grupo encabezado por Gorriarán, al que le profesaba una gran admiración. El resto de su breve biografía ya es conocida. O, mejor dicho, sigue siendo parte de un gran interrogante histórico. Un interrogante tan insondable como su destino mismo. Un destino, torcido por el pie de una guerrillera antisandinista, que transformó la ejecución selectiva de un enemigo de la Revolución en un acto terrorista con un tendal de víctimas.
Hace apenas unas horas, el documentalista Campos supo que su búsqueda había concluido: a través de una prueba de ADN, y con un trabajo previo del Equipo Argentino de Antropología Forense, el Juzgado Federal de Morón, a cargo de Germán Castelli, pudo confirmar que Vital Gaguine murió carbonizado hace 22 años en La Tablada. Ello también significa el final de una pesquisa que se inició hace 25 años.
En tanto, Edén Pastora, ya reconciliado con los sandinistas, es en el actual gobierno de Daniel Ortega su ministro de Desarrollo en la cuenca del río San Juan. Vueltas de la vida.
Fuente:MiradasalSur

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