Porque tenemos memoria y sabemos la verdad luchamos por la justicia
18 de marzo de 2011
JUICIO ESMA: ESTHER GONZALEZ ESTUVO SECUESTRADA, CREE QUE EN LA ESMA; ERA VECINA DE RODOLFO WALSH EN TIGRE.
ESTHER GONZALEZ ESTUVO SECUESTRADA, CREE QUE EN LA ESMA; ERA VECINA DE RODOLFO WALSH EN TIGRE
“Había uno que me levantaba la capucha”
A pedido de los abogados del escritor desaparecido, Esther contó su calvario a manos de la Marina. Su testimonio fue requerido por el valor de confirmar que fue una patota de esa fuerza la que estaba buscando a Walsh en el Tigre.
Por Alejandra Dandan
El juicio por los crímenes de la ESMA llegará a su sentencia en julio.Imagen: Guadalupe Lombardo
Como si todavía estuviese ahí, con los ojos tapados, la capucha blanca transparente presionando sobre algodones que llegaron a sofocarla, Esther González habló de la Escuela de Mecánica de la Armada. “Creo que estuve ahí –dijo–, porque se oían aviones, era un lugar cerca de Aeroparque, y después leí relatos cuando empezaron a aparecer los sobrevivientes, confirmé más la idea porque por ejemplo había un personaje que arrastraba cadenas que cada tanto me levantaba la capucha para ver si alguien me conocía y me identificaba, a ese personaje le llamaban los Pedros, después leí que eran como los cadeneros, que tenían una función.”
Esther todavía no sabe dónde estuvo pero ayer, aún así con esas dudas, declaró en el juicio oral de la ESMA. Llegó a pedido de la querella de Rodolfo Walsh porque era una de las vecinas de ese espacio que empezó a recorrerse nuevamente durante estos meses, que fue a la orilla del río Carapachay, en el Tigre, donde el periodista y su compañera Lilia Ferreyra alquilaban una casa.
Hasta ahora habían declarado varios vecinos: Chiquita Constenla, la viuda de Pablo Giussani y, la semana pasada, Hugo Rapoport. Desde hace tiempo faltaba este relato. Esther ocupaba la primera construcción de esa hilera imaginaria de vecinos con su marido, el historiador Leandro Gutiérrez. Uno de esos fines de semana se los llevaron secuestrados.
“Fue el 18 o 19 de septiembre de 1976 –dijo ella–; mi marido y yo estábamos con una pareja de amigos.” Al lado estaba la casa de Walsh, al que casi nunca veían porque hacía tiempo que no iba a la isla. “Esa tarde de sábado apareció un muchacho que venía como del lado del Paraná –explicó– en un bote, venía remando y vemos que se acerca a la casa de Walsh, baja y se mete en el muelle, y como nos sorprendió, le preguntamos qué hacía y nos dijo que venía remando desde Rosario y quería entrar ahí para hacer un asado.”
Rapoport había dicho que era política de buenos vecinos acercarse en esas situaciones a quienes llegaban a los jardines de las casas desocupadas. “Le dijimos que era una propiedad privada –recordó Esther–, que si no tenía dónde ir podía ir a pasar el día enfrente, donde había una propiedad abandonada; él dijo gracias, y nosotros no pensamos más en el asunto; al atardecer lo vimos caminar en la orilla del otro lado, pero bueno no le dimos más importancia.”
Los amigos de Esther se quedaron a dormir. “En la madrugada, no sé qué hora sería, golpearon la puerta con mucha violencia, fuimos a abrir y entró un grupo de personas que estaban armadas y llevaban pasamontañas. No sé cuántos eran, había un jefe y el resto me daba la sensación de que eran la tropa; recuerdo como cinco o seis, pero había muchos más afuera. La casa estaba bloqueada, obviamente nos asustamos.”
Revisaron todo. Les dijeron que iban a llevárselos porque había un número de teléfono escrito en la puerta de un placard. Que tenían que averiguar de qué se trataba, aunque Esther siempre creyó que todo eso fue una excusa.
“Nos encapucharon, nos esposaron y nos subieron a una lancha de pasajeros”, dijo. Primero pararon en el puerto, los bajaron, les volvieron a poner las capuchas y les advirtieron que si se las levantaban les iban a pegar. Esther se puso a llorar en ese momento: “Mi marido –dijo– inconscientemente levantó la cabeza, y le dieron una trompada, le saltaron los dientes”.
Llegaron al lugar donde iban a permanecer secuestrados durante las siguientes 48 horas en una ambulancia. Esther nunca vio el interior. Sabe que primero estuvo sentada al aire libre, que después la llevaron a un subsuelo donde hacía mucho calor y se oía una música permanente y muy fuerte; donde ella quedó tirada en el piso, encima de una colchoneta con antiparras y algodones hundidos en los ojos.
Frente a ella, en la sala, la escuchan familiares, sobrevivientes y también una de sus hijas. Mientras tanto, ella parece meterse con la reconstrucción nuevamente en esa zona de tinieblas.
“Bueno, así estuve mucho tiempo, no sé cuánto, me dieron algo para tomar, era como un caldo y un sandwich de carne pero no pude comer nada; había gente que veía porque me pedían la comida que yo no comía, así que no todos estaban encapuchados. Así pasó un día; al otro, en un momento dado, me llevaron a interrogar, pero no me hicieron ninguna pregunta de nada, fue un interrogatorio formal: ellos sabían que yo había estudiado psicología, me preguntaron si hacía grupos de Freud, y después si los veía o no los veía.”
Poco después la subieron, pasó por un baño que ahora sirve para terminar de saber si eso que cree que era la ESMA, lo era. Volvieron a ponerla en contacto con su marido. A Leandro Gutiérrez no le habían preguntado por Walsh, sino por su viaje a México, cosas que Esther nunca entendió: ¿cuánto demoró desde el aeropuerto hasta determinado hotel? O ¿cuál había sido la ruta? Antes de sacarlos, un guardia con tono provinciano les dijo que se alegraba de que ese día, que era el Día de la Primavera, alguien quedara en libertad. Así supieron que era 21 de septiembre, el mismo día de la Noche de los Lápices o del secuestro a Orlando Letelier, decía Patricia Walsh, todavía shockeada por los datos.
“Yo estaba en un estado deplorable; seguíamos encapuchados, nos pusieron en un coche, nos dejaron a la madrugada, serían las cinco o seis, en un lugar que después nos dimos cuenta que era Florida, nos dijeron que contáramos hasta 150, que después podíamos abrir los ojos y que si llegábamos a ver a alguno íbamos a ser boleta.”
Cuando terminaron de contar, volvieron a escuchar el ruido de un auto. Tuvieron miedo. De pronto oyeron que el ruido no estaba más y pensaron que debían estar liberando a otros prisioneros. “Nos encaminamos a la parada del colectivo que nos llevó por Cabildo o Belgrano, estábamos en un estado tan deplorable, tan sucio y maloliente que me sorprendió que el colectivero no se sorprendiese de vernos así, lo tomó como muy natural, eso me llamó la atención.”
En la sala siguieron las preguntas. Le preguntaron nuevamente por la ESMA. Ella volvió a ese lugar: “Una mujer que lloraba –decía–, lo único que escuché, lloraba y se quejaba y decía... ‘callate Blanca, callate’. Yo después lo asocié con los Tarnospolsky, eso es lo único que escuché”. La familia Tarnospolsky estaba secuestrada en la ESMA.
Nunca más volvió a ver a sus amigos. Se rió y fue la única vez que lo hizo cuando dijo que tal había sido el susto que nunca quisieron tomarse ni un café. De la casa de Walsh, Esther se quedó convencida de que los marinos se quedaron ese día en el fondo, en esos lugares donde las islas se hacen parte del monte que nadie puede terminar de ganar. Que a su casa seguro la usaron como base de operaciones para esperar que Walsh apareciera. Su testimonio sirvió por la ESMA, pero para confirmar que eran los marinos los que ya estaban detrás de Walsh. Esther fue la última testigo del juicio cuya fecha de cierre se estima para la primera semana de julio.
Empiezan los alegatos
El juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada entra en la última etapa. Con la declaración de Esther González concluyó la etapa de las testimoniales, y después de la incorporación por lectura de las pruebas pendientes, el Tribunal Oral Federal 5 empezará a escuchar los alegatos. La primera en hacer el alegato será la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, que comenzará el 8 de abril. Los siguientes serán las querellas representadas por Horacio Méndez Carreras y Luis Zamora por el grupo de la iglesia de la Santa Cruz. Antes de todo eso, sin embargo, están pendientes algunas testimoniales de los represores que pidieron ampliar sus indagatorias. El 31 de marzo lo hará Adolfo Tiguel Donda y Jorge “El Tigre” Acosta y el 1º de abril, Antonio Pernías, que lo iba a hacer ayer, pero fue suspendido por condiciones de salud.
Fuente:Pagina12
Declaró la última testigo por los crímenes en la ESMA
El juicio oral y público por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención que funcionaba en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), ingresó hoy en sus tramos finales con el último testimonio prestado en el debate que lleva adelante, desde hace más de un año, el Tribunal Oral en lo Federal 5.
17.03.2011
La ESMA ahora es un espacio para la memoria.
Finalizada, la recepción de testimonios, el lunes se realizará una audiencia para la “incorporación de prueba por lectura”, tras lo cual el Tribunal volverá a reunirse el 31 de marzo para que amplíen sus declaraciones indagatorias los represores Jorge “el tigre” Acosta y Adolfo Miguel Donda, en tanto al día siguiente lo hará Antonio Pernías, quien ya declaró en otras dos oportunidades.
De acuerdo a las previsiones del Tribunal, el 8 de abril comenzarán los alegatos de la fiscalía, querellas y defensas luego de lo cual los magistrados concederán a los imputados la posibilidad de decir sus “últimas palabras”, tras lo cual se retirarán a deliberar para el dictado del veredicto que podría conocerse alrededor de la primera semana de julio.
La primera de las querellas que alegará será la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, a cargo de Martín Ricos, en tanto el 14 lo harán los abogados Luis Zamora y Horacio Méndez Carreras, en representación de Ana María Careaga, junto con la acusación de los familiares de las víctimas de la Iglesia de la Santa Cruz.
La última testigo, que declaró hoy ante los jueces, fue la septuagenaria Esther González, quien recordó que el 18 o 19 de septiembre de 1976 se encontraban con su marido y con una pareja de amigos en su casa de Tigre, sobre el río Carapachay vecina de la casa de Rodolfo Walsh “al que no veíamos prácticamente casi nunca y que hacia mucho que no venía a esa casa”.
La mujer refirió que fue secuestrada y conducida “encapuchada y esposada” a la ESMA donde constató que había “signos inequívocos de que estaban torturando detenidos con picana eléctrica” y que recordaba a “un personaje que arrastraba cadenas" y reveló que, tras 48 horas de encierro “nos liberaron “porque no teníamos nada que ver”.
Fuente:ElArgentino.com
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario