11-07-2011
"Me levantaron la ventana del horror para vivir siempre con eso"
Cristina Navarro, quien vive en Neuquén desde 1992, cuenta su traumática experiencia de miedo y tortura que vivió en el centro clandestino de detención “El Vesubio”.
Por PABLO MONTANARO
El 12 de agosto de 1978, junto a su marido, fue secuestrada de su casa y llevada al centro clandestino ubicado en el partido de La Matanza.
Neuquén “La bandera de memoria, verdad y justicia es clave para todos los ámbitos de la vida y no sólo en relación a los derechos humanos. Si uno quiere realmente sanar algo necesita de la memoria para saber qué pasó y poder conocer esa historia”, aclaró Cristina Navarro, que a comienzos de la década del ’70, con 17 años, transitaba las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, militaba en la Tupac -agrupación estudiantil del partido Vanguardia Comunista-, y que a pocos días del golpe militar de 1976 fue sacada de la casa de sus padres y llevada a Coordinación Federal de la Policía y más tarde al centro clandestino de detención conocido como “El Vesubio”.
Pasaron más de veinte años para que esta mujer, que desde 1992 vive en Neuquén, donde trabaja como astróloga, se decidiera a contar ante un periodista esa traumática y dolorosa experiencia de convivir constantemente con la muerte en ese campo de concentración, que funcionaba en Camino de Cintura y Richieri en el partido de La Matanza. “Quienes vivimos ese horror atravesamos décadas de silencio y de ejercer el olvido”, afirmó.
La noche del 23 de marzo de 1976 se quedó a dormir en la casa de sus padres en Vicente López, provincia de Buenos Aires, porque al otro día iba a hacer una volanteada en una fábrica junto con otros compañeros del partido. “Había conciencia de que se venía el golpe, sabíamos que podíamos pasar por la tortura, que podían matarnos pero lo que no sabíamos era el grado de violencia al que iban a llegar”, aseguró. A la semana es secuestrada de la casa de sus padres, “vendida” por un vecino que trabajaba en Coordinación. “Llegué a la casa de mis viejos a la madrugada, había un auto estacionado que hace juegos de luces y arranca. Ni bien abro la puerta de la casa se mete una patota que ata a mi vieja y a mi cuñada. ‘Hablás o te llevamos’ me gritaron varias veces. Me vendaron los ojos, me metieron en un Falcón y me llevaron a Coordinación. La imagen que me quedó de ese día es que me levantaron la ventanita de los horrores y me dijeron ‘ahora tenés que vivir con esto’. Caí porque estaban buscando gente de Montoneros, ya que lo único que querían saber cuál era mi relación con ellos. Me tuvieron ahí por 24 horas y luego me largaron en un descampado”, explicó.
Esta situación no amedrentó a Cristina, ni tampoco a su marido, Arnaldo José Piñón, quienes siguieron militando por el compromiso que tenían, “pero en un estado de terror".
Entregados a la muerte
A mediados de 1978 se produjo el secuestro de más de 70 militantes de Vanguardia Comunista a manos del personal de seguridad que recibía ordenes del general Guillermo Suárez Mason, los que fueron llevados a El Vesubio, dependiente de la Central de Inteligencia del Regimiento 3° de Infantería de La Tablada. Allí fueron torturados y varios de ellos muertos.
Cristina y su marido fueron secuestrados de una casa ubicada en Acevedo 240 del barrio de Villa Crespo el 12 de agosto de 1978 y llevados a El Vesubio. “Nos ‘levantaron’ a la hora de la siesta y después supe por una vecina del barrio que volvieron con un camión de mudanzas y nos vaciaron la casa. Me contó que fue a hacer la denuncia a la comisaría y cuando entra escucha por radio: ‘Operativo Acevedo 240, terminado’. Le agarró un miedo bárbaro y se fue”, dijo.
En El Vesubio permanecieron un mes. Integraban un grupo de 35 militantes que luego fueron “blanqueados” y dejados en una farsa de operativo en seis unidades militares, para luego ser sometidos al Consejo de Guerra Especial Estable del Ejército y finalmente de la Justicia Federal, que ordenó sus libertades en mayo de 1979.
Cristina recordó que estuvo en una de las “salas” (en total eran tres), donde estaban encapuchados y esposados. “Siempre estuve con la capucha. Los guardias nos decían que habíamos zafado porque antes estaba permitida la violación en forma indiscriminada”, dijo.
“Estábamos entregados a la tortura y a la muerte. Era cuestión de esperar cuando le tocaba a quien tenían lado y cuando le tocaba a uno”, asegura. Precisó que ante la proximidad de la llegada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en septiembre de 1978 comenzó a pasar "algo raro". "Empiezan a sacarnos del chupadero, a trasladarnos, y en estos movimientos desaparecen algunos compañeros. Después comprendemos que se trataba de una especie de selección que estaban haciendo para blanquearnos. Los que quedamos vivos en el chupadero fuimos 35 personas, no todos de Vanguardia. Nos fueron sacando en grupos, el mío fue el último por lo tanto no sabíamos qué habia pasado con los demás”.
Con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda, los detenidos fueron dejados en proximidad de unidades militares en vehículos cerrados. A los pocos minutos, eran “descubiertos” por personal militar que conducía a los prisioneros a distintos regimientos o comisarías de la Provincia de Buenos Aires, y puestos a disposición del Consejo de Guerra Especial Estable presidido por el coronel Bazilis.
Cristina fue llevada a una comisaría de Valentina Alsina donde estuvo detenida tres meses y luego a la cárcel de Devoto, encierro que se extendió por cinco meses. Precisamente el coronel Bazilis era quien recibía a los familiares de los detenidos. “Mis padres le decían: ‘¿cómo puede ser que sigan dando negativos los Habeas Corpus, si mi hija está en Devoto?’, y les mostraban la tarjeta de visita al penal”, comentó.
Entre la culpa y el odio
Al recuperar su libertad, a fines de septiembre de 1979, “nos escapamos con mi marido a Brasil”, y luego a París donde trabajó como portera de un edificio y luego en una empresa como administrativa. En ese tiempo se abrió "por discrepancias" de Vanguardia Comunista. Volvió al país días después del retorno de la democracia, comenzó a trabajar en el Servicio Paz y Justicia (Serpaj) con Adolfo Pérez Esquivel y un tiempo después desarrolló su costado vinculado a las capacidades perceptivas (meditación, astrología) "que tienen que ver con una búsqueda filosófica que tuve desde niña" y que la llevó a conducir programas radiales en emisoras de esta ciudad.
El 9 de agosto de 2010, en el Tribunal Oral Nº4 de Comodoro Py, Cristina se presentó a declarar en el juicio contra los ex militares que actuaron en El Vesubio. Durante su exposición, que duró más de tres horas, buscó en lo más profundo de su ser "lo que podía aportar”. En el recinto estaban cuatro guardias de aquel centro de horror y muerte, entre ellos uno que tenía el apodo de el Paraguayo, “un racista terrible que maltrataba especialmente a los presos judíos quienes recibían tratos y torturas especiales. Su mirada el día de mi declaración era de un odio absoluto, el resto de los carceleros tenían una mirada donde se les notaba algo de culpa”.
La experiencia de declarar para Cristina estuvo muy lejos de "una catarsis, en realidad fue muy fuerte porque no hay una emoción única, uno va como caminando en una cuerda floja durante el testimonio porque todo lo que viví representa una zona muy densa y oscura de la experiencia humana”.
Fuente:LaMañanaNeuquen
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