Año 4. Edición número 166. Domingo 24 de julio de 2011
Por Daniel Cecchini y Alberto Elizalde Leal

Jorge Ruda. La banda de Castillo lo secuestró en Los Hornos.
El 8 de diciembre de 1975, la patota de la CNU secuestró, torturó y asesinó a un militante a plena luz del día.
Hace calor en la tarde del 8 de diciembre de 1975. Un calor machazo, se queja uno de los integrantes de la patota que se apretuja en los dos autos que van hacia Los Hornos por la circunvalación de La Plata. El tipo transpira por algo más que el calor: no le gusta nada eso de ir a levantar gente a las dos de la tarde. Aunque sea feriado y por la calle no haya casi un alma por imperio de la siesta. Pero el dato que tienen es preciso y no es cosa de desperdiciarlo. “Esos zurdos de mierda” ya se les escaparon una vez, por un pelo, el invierno pasado. Les avisaron que en la casa queda uno solo, pero uno es mejor que nada.
En la casa de la calle 47 N° 2243, entre 139 y 140, Jorge Rosendo Ruda duerme la siesta sin soñar que su muerte viaja en dos autos. Hace un rato que terminó de almorzar con su madre y una sobrinita y ahora descansa. Por su militancia viene pasando días duros, inciertos. Trabaja en las oficinas centrales del Registro Provincial de las Personas, en 1 y 60, pero su actividad política tiene como eje la Unidad Básica “Carlos Astudillo”, de 50 y 144, a pocas cuadras de la casa donde ahora duerme la siesta.
Jorge Rosendo Ruda es un tipo conocido y reconocido en Los Hornos. Y eso, que lo hace tan necesario para la militancia barrial, se ha transformado en un problema. Sabe que se la tienen jurada. Por eso, desde hace algún tiempo, viene poco a la casa y suele dormir en una oficina del Registro Civil por sugerencia de sus propios compañeros de trabajo. Se la tienen jurada a él y también a uno de sus hermanos, Carlos, un oficial de Montoneros que por esos días anda por Buenos Aires. Pero esa tarde del Día de la Virgen, peleándole al calor que sofoca, Jorge Rosendo Ruda logra conciliar la siesta sin sobresaltos. Quizá porque es de día o porque es feriado. Ruda duerme sin saber que la casa está vigilada. Despiertas, en la cocina, están su madre y una sobrinita de pocos años.
Alfredo Agüero (a) Lechuza milita en la Alianza de la Juventud Peronista (AJP) y vive en Los Hornos. No es un orgánico de la patota de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) pero tiene buenos vínculos con la banda, de la que sí participa Julio Cúber, su cuñado. El Lechuza le avisa a Cúber que Jorge Rosendo Ruda está en su casa. Vos te venís con nosotros, le dice, y ahora el Lechuza viaja también, apretujado entre otros integrantes de la patota, en uno de los dos autos.
Pasión por el verde oliva. El primero en bajar de los autos que frenan bruscamente frente a la casa de la calle 47 es un tipo vestido de verde que lleva casco, anteojos negros y una Itaka en la mano. Los pocos vecinos que se asoman a la calle creen que es un oficial del Ejército. Los demás están vestidos de civil y ocultan sus caras con pasamontañas. Portan armas cortas y largas. La investigación de Miradas al Sur pudo determinar que el hombre que comanda el operativo, uniformado como un soldado, es Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio, jefe de la patota de la CNU platense. El casco que lleva es auténtico, pero el resto de la ropa es falsa: los borceguíes y los pantalones los compró hace poco, y la campera verde la robó del departamento de una de las víctimas recientes de la banda. De los autos también bajan Néstor Causa (a) Chino, Alfredo Lozano (a) Boxer, Dardo Omar Quinteros, David Massota o Mazzota (a) Feiño, Juan José Pomares (a) Pipi, Antonio Agustín Jesús (a) Tony, Julio Cúber, Ricardo Calvo (a) Richard, Alfredo Agüero (a) Lechuza y Raúl Mendoza (a) Chiche.
Mendoza pertenece a la derecha sindical peronista y, con los años, llegará a ser “culata” de un secretario general de la Unión de Personal Civil de la Nación (Upcn). Hombre afecto al trago, más de una década después contará con lujo de detalles el accionar de la banda esa tarde del 8 de diciembre de 1975. Uno de sus azorados oyentes recuerda todavía hoy las circunstancias en que escuchó el relato: una noche de 1987, en la confitería Plaza, de 7 y 53, en La Plata, a metros de la Legislatura provincial.
Secuestro, tortura y muerte. El Indio patea la puerta y entra primero, con la valentía que le da la impunidad asegurada. Detrás, casi toda la patota irrumpe y arrasa. Sólo dos se quedan en la calle, pegados a los autos. Adentro, la madre grita hasta que le apuntan a la cabeza; la nena no para de llorar, desparramada en el piso por el brutal empujón de uno de los asesinos. Lo primero que ve Jorge Rosendo Ruda cuando despierta son las armas que lo están apuntando. A pesar del miedo, no se amilana.
–Perdiste, zurdo de mierda –le dice Castillo.
–¡Ah, sí! ¿No me digas? –contesta.
No puede terminar la frase porque El Indio le da con la culata de la Itaka en la cabeza. Con Ruda en el piso, dan vuelta toda la casa pero sólo encuentran unos volantes de la Juventud Peronista. Entonces saquean todo lo que les gusta, como siempre.
Afuera, la calle está desierta, aunque algunos vecinos espían detrás de las ventanas. Ruda tiene la cabeza ensangrentada, los ojos y la boca tapados con cinta aisladora y las manos atadas atrás con una soga cuando lo meten en el baúl de uno de los autos.
Lo llevan a una de las casas operativas de la CNU, en diagonal 113 y 64, detrás de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Plata. No entran, sin embargo, a la casa. Sacan a Ruda del baúl y lo meten en una carpa que un rato antes armó el padre de El Indio. Era una carpa chiquita, de esas playeras, recordará muchos años después uno de los asesinos. Allí lo torturan, turnándose entre dos o tres, durante casi una hora. No les importa si alguien escucha los gritos. La policía no va a acudir a ningún llamado: el reducto, como siempre, es zona liberada.
Cuando lo sacan de la carpa, Ruda está casi inconsciente. El Chino Causa, que se había quedado afuera, no puede evitar un comentario.
–Pero, che, este tipo está boleta.
Con Ruda encerrado de nuevo en el baúl, los dos autos enfilan para la zona de Arana. Van hacia uno de los lugares donde la banda suele completar sus crímenes. Ahí cerca está la División cuatrerismo de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, pero Castillo y sus secuaces saben que no van a tener problemas. Se detienen en un camino de tierra, en una zona arbolada, cerca de la intersección de las prolongaciones de las calles 134 y 655.
Cuando lo sacan del baúl, Jorge Rosendo Ruda no puede tenerse en pie. Tiene las manos atadas con soga y los ojos vendados con cinta. Tienen que arrastrarlo entre dos para llevarlo cerca de la arboleda y pararlo frente a Castillo. Como siempre, El Indio dispara primero y después, siguiendo el ritual, el resto de la banda acribilla el cuerpo. Lo impactan más de cincuenta disparos de .45, de 9 mm. Y de Itaka.
–Pónganlo allá –manda Castillo.
Lo arrastran hasta un tronco y lo apoyan encima, bocabajo. El Indio pone una carga de trotyl debajo del árbol caído y les ordena que vuelvan a los autos. Recién después enciende la mecha lenta. Desde unos cincuenta metros, la patota contempla su obra: la explosión y el tronco y el cuerpo fragmentado volando por el aire.
La Policía llegará recién al atardecer, luego de que un vecino diera aviso. El hombre tuvo que ir hasta el destacamento, porque el teléfono de la comisaría estaba convenientemente descompuesto. “Después que los peritos de Rastros efectuaron una prolija inspección ocular en el lugar del grave hecho, los restos del desconocido fueron trasladados en una ambulancia a la morgue de la policía”, relatará el vespertino La Gaceta al día siguiente.
El cadáver de Jorge Rosendo Ruda fue identificado por las huellas dactilares de la mano derecha, desprendida del cuerpo por la explosión y encontrada a más de 30 metros del tronco.
• FIRMAS. Pocos avales para Pipi
En el justicialismo platense no la confirman ni la desmienten, pero la movida de recolección de firmas para brindar un “aval moral” que permita a Juan José Pomares (a) Pipi quedar en libertad durante el proceso que lo investiga por los secuestros y las muertes del sindicalista Carlos Domínguez y los estudiantes Graciela Martini, Néstor Di Noto y Guillermo Miceli, se desarrolla con muchas dificultades. La causa está a cargo del titular del Juzgado Federal N° 3 de La Plata, Arnaldo Corazza. La campaña tiene epicentro en la Legislatura provincial, donde la maniobra más común parece ser la de esquivar el papelito y la lapicera. “Hay una paranoia colectiva. Cuando alguien pregunta sobre el tema contestan ambiguamente. Un legislado ofreció plata pero se negó a firmar. La sensación es que hay muchos con temor de quedar pegados ”, dijo una fuente de la Cámara de Diputados a Miradas al Sur.
Fuente:MiradasalSur
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