4 de julio de 2011

JUICIO GOYA: TESTIMONIOS DE MIRTA ALAYA, VÍCTOR ARROYO y ZULMA BARBONA.

TESTIMONIO DE MIRTA ALAYA
Tomado el juramento de rigor declaró Mirta Ramona Alaya quien dijo ser casada, de 60 años, con estudios terciarios, domiciliada en Corrientes, en el juicio que se ventila en Corrientes y en Goya desde el pasado 4 de mayo y que continuó con este testimonio el miércoles 22 de junio donde se investigan hechos de secuestros, torturas, detenciones ilegales y desapariciones de personas ocurridos durante la última dictadura cìvico-militar de 1976 a 1983.

La Causa denominada Panetta o Goya juzga a los policías Baigorria y Obregón, al prefecturiano Lemos, y a los militares Cao y Silveyra, respectivamente (Ver “Perfil de los Acusados”) por delitos denominados de lesa humanidad. En especial los testigos acusan de detenciones arbitrarias, vejámenes y torturas de todo tipo, y libertad vigilada describiendo al mismo tiempo el contexto histórico social de la época. En la Causa Caballero el Tribunal presidido también por el doctor Víctor Alonso condenó a diez policías y dos militares imputados por “comisión de tormentos agravados por la condición de perseguido político de la víctima”. En dicho fallo se consideró que los vejámenes perpetrados debían considerarse crímenes contra la humanidad según el dispositivo de represión ilegal del terrorismo de Estado porque “atentan contra los valores humanos fundamentales al afectar a la persona como integrante de la humanidad y al contrariar la concepción humana más elemental y compartida por todos los países civilizados” (Libro “El Golpe”, Informe Cámara Diputados Chaco 1985, Sentencia Causa Caballero, págs. 192 y 193, Córdoba, 2011).

En oportunidad de ese fallo de la Causa Caballero dictado el 13 de diciembre de 2010 el Tribunal condenó a policías y militares acusados a una pena de entre 25 y 15 años de prisión según cada caso.

Está previsto que la Causa Goya tenga también secuelas que en la jerga se denomina causa residual pues aún se investigan las desapariciones de Olivo, Morel, Méndez, Goyeneche, Romero, Fernández, González y el asesinato del doctor Zenón, entre otros casos pendientes y detenciones como la del periodista Juan Carlos Cassane.

Volviendo al testimonio de Mirta Alaya ésta relató que fue privada de su libertad y que fue perseguida por sus ideas políticas. Recordó hechos puntuales como que en 1968 se recibió de maestra y al año trabajó como suplente en escuelas rurales a las cuales se accedía en colectivo y caminando, que tenían edificios precarios, que muchos chicos alumnos iban descalzos, que estaban desnutridos y en malas condiciones, que hacían grandes distancias para ir a clases, que eran de diferentes edades y niveles, que iban muchas veces o todas por un plato de comida consistente en sopa y guisos criollos. “Esta realidad a los veinte años fue muy dura para mí. Fue muy conmocionante. Un hecho que me marcó para siempre”, expresó emocionada.

Otro hecho fue su ingreso en el Instituto “José Manuel Estrada” que fue para ella “un (factor de) cambio rotundo –dijo- en la interpretación de los hechos sociales y políticos”. Mencionó otros sucesos y episodios de entonces como la campaña del “Luche y Vuelve” para favorecer el regreso del Líder General Perón, el cierre del comedor universitario y la muerte del estudiante Juan José Cabral (1969, agregado de prensa), el secuestro, tortura y detención en la Subprefectura Goya (1971) de la maestra del Movimiento Rural Norma Morello, todo lo cual fue motivando en ella según su testimonio “gestos solidarios en la lucha contra la injusticia a la luz del evangelio”.

“Otro hecho muy importante fue la huelga de los tabacaleros en la Catedral de Goya (1973), medida de fuerza apoyada por unos y criticada también por sectores poderosos”, indicó.

Refiriéndose nuevamente al Instituto Estrada destacó las figuras del Obispo Devoto y del Rector Camozzi quienes le inculcaron que “como educadores teníamos el compromiso de participación en los cambios de la sociedad. “ Sobre Devoto dijo que “por su testimonio a veces era criticado, también por su opción por los pobres, transformó el obispado en una farmacia para atender necesidades de salud de los más necesitados, su casa era una modesta edificación en la costa del río, transitaba los barrios populares y todo esto le valió el cariño y el amor de nuestro pueblo”. Contó además que se formó un sindicato de trabajadores de la educación cuya primera secretaria general fue Nía Candia de Fernández; “fui delegada gremial –recordó- en la CGT local”. En el Instituto Estrada como alumnos grababan las conferencias para reproducirlas por escrito en publicaciones propias como aporte y compromiso con la institución y con el público. Hizo una referencia a la J.P (Juventud Peronista) en la cual militó y expresó que ya en 1975 se sabía de la confección de “listas negras” de personas.

La testigo, luego de hacer ese racconto del entorno social y académico en el cual se había formado, narró que en abril de 1976 fue allanado su domicilio y que entonces fue a Corrientes a reunirse con su esposo Roberto permaneciendo allí tres o cuatro meses enterándose que muchos compañeros de J.P. y profesoras habían sido detenidos o torturados en Goya. Salieron luego hacia Buenos Aires en huida por Resistencia señalando que en Buenos Aires se vivía un clima de verdadera “cacería humana”. Había circulación de Ford Falcon, cortes de calles, los militares esperaban a la gente al bajarse de los colectivos. Con su esposo trabajaron en talleres de calzados y de encuadernación con sólo media hora de descanso para comer. Todo ese clima de terror le ocasionó enormes daños sicológicos y llegó a tener unos 40 kilos de peso solamente. Un hermano fue detenido un día entero por la Brigada de Investigaciones del Chaco. Le hicieron un careo con Mariano Nadalich para saber dónde estaba ella. Fue liberado al presentarse sus padres. En mayo de 1978 volvieron a allanar su casa de Goya, revisaron todo, su madre sufrió daños siquiátricos. “Esta última dictadura militar –dijo también- instaló el terror, el aislamiento, fue criminal en todo sentido”.

Quien encabezó el citado allanamiento fue el Mayor Domínguez que estaba casado con una vecina “frente a mi casa”. Había venido con ella a Goya y estuvo de visita en casa de mis padres, al poco tiempo encabezó el operativo de allanamiento. La misma persona… ¿”No te enteraste?” le decían a mis familiares como que me habían detenido en algún lugar del país. “Yo no tenía más ganas de vivir. Sin posibilidades de trabajar en la docencia, en lo que yo había elegido, viví oculta muchos años, con medidas propias de seguridad todos los días. Al tomar un colectivo por ejemplo me colocaba cerca del chofer para bajarme rápidamente en caso de peligro. “

Al no haber perspectivas de cambios en el gobierno militar decidieron con su esposo salir del país y alejarse de la familia. Recordó que en setiembre de 1976 en Buenos Aires vio a Eduardo“Lalo” Fernández y supo que su esposa Beby estaba embarazada y detenida en Bella Vista. Se refugiaron en ACNUR de Brasil y decidieron ir a Francia (la otra opción fue Suecia). “Habíamos estado casi separados con mi esposo y esta salida del país nos permitió recomponer nuestra relación”. En 1982 quedó embarazada de su hijo José. En 1983 con motivo de las elecciones en Argentina se presentaron en la embajada y el 4 de febrero de 1984 regresaron al país y a Goya. “Aquí nos enteramos de una citación por una causa federal en Corrientes”. Declararon en 1984 y quedaron sometidos a la causa. Monseñor Devoto les aconsejó no alejarse de su tierra y entre Rosario y Corrientes eligieron seguir viviendo en Corrientes. “Ustedes –les expresó el Obispo- son testigos de la historia reciente”. “ Estoy cumpliendo ese mandato del Obispo 35 años después”, señaló finalmente la testigo.


TESTIMONIO DE VICTOR HUGO ARROYO
De los seis imputados presentes en el recinto de audiencias instalado en dependencias de la Facultad de Lomas de Zamora en Goya, el sacerdote Víctor Hugo Arroyo dijo conocer a Silveyra Escamendi, a Luis Leónidas Lemos, a Ramón Obregòn, a Baigorria y a Leopoldo Cao con la expresión “creo conocerlo” a este último y con seguridad a los nombrados antes, y no conocer a Alcoberro.

Preguntado si tenía algún interés particular en la causa respondió; “Que se haga justicia y que se aclaren hechos grabados en mi memoria ante la desaparición de personas, conocidos los mismos durante mi breve cautiverio”.

Arroyo en el año 1976 era titular de la Viceparroquia San José Obrero de Goya y como cura obrero se desempeñaba en la especialidad de plomero cloaquista.

Dijo que fue detenido el 19 de mayo de 1977 en ocasión de un allanamiento a su casa pasada la medianoche por un grupo de personas reconociendo al suboficial de Prefectura (Luis Leónidas) Lemos en ese operativo. “Al que comandaba no lo conocí luego me dijeron que era el oficial (de Ejército) Cao”. También dijo que reconoció a los hermanos Baigorria y a otro de la Policía Federal. Se trató de un operativo conducido por el personal del Ejército en conjunto con la Policía y con la Subprefectura Goya. Calculó la hora del allanamiento en las dos de la mañana y detalló que entraron a su pieza, revisaron sus libros, sus pertenencias, y narró “una anécdota mínima” consistente en la sustracción de dinero por parte de Lemos, y que el resto del personal actuó correctamente salvo que también le robaron un reloj. Sus ancianos padres que dormían en otra habitación de José Gómez y Paraguay son despertados para firmar el acta del allanamiento. Le dicen a él que los tiene que acompañar para averiguación de antecedentes. Lo trasladan a un vehículo Renault 12 y lo hacen sentar en el medio adelante en un asiento enterizo. A una pregunta el testigo responde que era sacerdote desde hacía unos diez años o un poco más. Lo esposan y distingue que van por avenida Caá Guazú que es una arteria que desemboca en los cuarteles, lo vendan, doblan hacia la derecha a un lugar que no conocía. En ese momento estaban torturando a Mario (Pezzelatto): “Percibí claramente la voz de Mario”. Fue –Arroyo- conducido a una pieza donde había una cama con elástico, le pegan, y le dicen “te vamos a romper el culo a vos y a tu director”. Recordó que se sentían gritos y que serían las tres o cuatro de la mañana. “Me sacan y me llevan a un interrogatorio, vendado, el acento del que me preguntaba era porteño o de Rosario: “cantá hijo de puta, me acuerdo claramente que me dijo”. No sabía a qué se refería. En esa instancia de su relato Arroyo recordó que tuvo una militancia social, que fue cura obrero, que pertenecía al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que era sindicalista, que en ese Movimiento estaba casi todo el clero local en su inmensa mayoría”. Alguien le dio pie en el interrogatorio al decirle “Vos lo ayudaste a Morel”. “Yo le ayudé a Morel, no negué”. Entonces le preguntan dónde, cómo, etc. “Me aplicaron la picana en una mano como un alerta, no hubo otra violencia”. “Hice mi relato sobre Morel, que lo había ayudado por razones de humanidad, alguien le había dicho que había que ayudar a un compañero Morel a quien no conocía hasta setiembre de 1975 que apareció y trabajó conmigo hasta diciembre. Morel cavaba zanjas para cloacas. Me dí cuenta entonces sobre la causa de mi detención. Lo vuelven al primer lugar y de allí a otro donde habían dos detenidos, se escuchaban ruidos, camiones que iban y venían, gritos de órdenes, en fin una gran batahola. Sentí a Mario Pezzelatto, había gente nueva, seguía vendado, estuve dos o tres días esposado, me sacan una capucha que era una bolsa, reconozco a Mario al lado mío, a los tres hermanos Coronel, a los Riquelme, lo ví a Tomasella (era un rubio alto de nombre Saúl hermano de Rogelio), nos hemos tratado, había guardias que permitían que habláramos y otros que no. Estábamos sentados en el suelo en un lugar llamado “La Pajarera” dentro del Hípico. Ví mucha gente detenida, muchos campesinos. Había un compañero detenido muy torturado, Curimá, muy deteriorado, era de Perugorría, nos conocíamos, fue picaneado en todo el cuerpo. Recordó que un médico joven que tal vez hacía ahí su servicio militar lo revisó a Curimá. “Lo alzábamos con Pezzelatto porque no podía hacerlo solo, estaba muy golpeado”. Reiteró que “a los tres días nos sacaron la capucha y las esposas”. Y que al ir al baño lo vio a Morel tirado en el suelo, “no me imaginaba que estaba ahí, me dí cuenta que había hecho bien en decir yo lo que sabía y que se evitaba un careo: “Perdoname hermano –me dijo Morel- , pero me pegaron demasiado”. Esa misma tarde lo suben dos tipos a un vehículo y nunca más fue visto por el testigo.

A la pregunta de si sabía quiénes eran los que comandaban, respondió que “era un militar robusto identificándolo como Silveyra Escamendi, que Lemos hacía los asados “celebraban – al parecer- cada remesa de cautivos como un galardón más, y de haber capturado a otra gran célula terrorista”. Nombró también a (Francisco “Pancho”) Molinari de la Policía Federal que les pegaba frecuentemente y que era el mismo que después fue periodista-director de un diario local (“La Provincia”, agregado de prensa). Nombraban los otros detenidos a Alcoberro, “no me consta, no lo traté”. Además estaban Lemos “el que me robó la plata”, Baigorria, el suboficial de Ejército Córdoba ya fallecido que “nos pateaba cada vez que podía, los oficiales no llevaban insignias, al que lo nombraban siempre era al mayor Domínguez a quien yo conocía muy bien, él fue quien me despidió. Estuve detenido una semana u ocho días. Recuerdo un 25 de Mayo escuchábamos bombas desde el lugar y otra fecha la de la Fiesta Nacional del Surubí. Baigorria me dio una máquina y me indicó que tenía que afeitarme y así lo hice aprovechando una ventana en la que se reflejaba la luz del sol. “Yo pensé que me llevaban a Corrientes o Resistencia que era el destino de los detenidos en su mayoría”. Lo llevaron en una camioneta al cuartel donde estaba Domínguez quien “me comunicó que había recibido un telegrama de Nicolaides (Jefe de la Séptima Brigada con asiento en Corrientes) y que ya había llamado al Obispado para que “me vinieran a buscar” , entonces “se me inundó el corazón de esperanzas” comentó. En el 78 “me allanaron de nuevo y el 79 murió el mayor Domínguez”.

“Me dí cuenta que había terminado mi cautiverio. Vino el Vicario Sotelo que estaba a cargo del Obispado y previo discurso de Domínguez que me cuidara, que yo era un cura poco cristiano o algo así, quedé liberado de mi breve pero profundo cautiverio. Ahora quiero terminar con una frase de José Martí aplicable en este caso: “Estuve en el monstruo y le conozco las entrañas”.

El presidente del Tribunal doctor Víctor Antonio Alonso le preguntó sobre Obregón: dijo que él fue quien le había tomado una declaración formal y que hizo el acta de detención y que se había burlado de él diciéndole que ahora estaría bastante cómodo y que lo cruzó en un patio del Hípico.

Ante otra pregunta del Tribunal Arroyo respondió que en “La Pajarera” pudo ver a Abel Arce, “supe por los compañeros que era él, por los compañeros de prisión. Hay dos excusados en esa zona según declaré en la instrucción y en la Causa Caballero y que están todavía hacia el río”, allí fue que lo vio a Arce (luego desaparecido). “Lo ví agobiado, con aspecto muy mustio, como agotado. Alguien en La Pajarera me dijo “ése es Arce”, fue la única vez que lo ví, estaba yo hablando con Coronel.

El Fiscal Burella le interrogó sobre algún hecho similar al relatado por el testigo sobre Mario Pezzelatto (gritos, voces, torturas), recordó que sintió cuando lo torturaban a Curimá, sus gritos, quejidos y que lo torturaron demasiado. Sobre Mario ratificó que lo reconoció y que sus gritos eran muy claros, en esos días lo conoció a Curimá que vive en Perugorría ahora y a quien lo ve con mucha frecuencia. Interrogado sobre cómo estaba ahora, dijo que “su estado de salud es muy lamentable, que está muy mal, no está para comparecer, no quiere saber nada de salir, y ya en la Causa Caballero se expresó con muchas dificultades. Yo lo traté de convencer que viniera a declarar pero si viene seguro se descompone”. (Curimá no se presentó a declarar el jueves 30 de junio, nota de la redacción).

La defensora oficial doctora Mirta Pellegrini le preguntó cómo sabía que era Silveyra: era el que daba órdenes contestó, agregando que estaba sin vendas luego del tercer día, y que estaban los detenidos sentados casi siempre y que se comentaban entre sí sobre Silveyra y otros, como ser Pezzelatto, los tres Coronel, los Riquelme, todos le dijeron que ése era Silveyra.

Requerido si podía hacer de él alguna descripción física señaló que era rubio, gordo, robusto, tenía una estampa robusta, “yo no lo ví luego”, aclaró también,en el final de su testimonio.


ESTIMONIO DE ZULMA MARCELINA BARBONA
“Yo trabajaba como maestra rural en la Escuela Nacional Nro. 455 de Gobernador Martínez, me nombraron suplente en la Escuela Nro. 79. La directora de la Escuela señora Rosalía Chas Grosso luego de una discusión verbal me amenazó diciendo que sería llevada por personal del Ejército. Yo había trabajado tres meses y no me agregaba en planilla y le reclamé mi sueldo que nunca cobré esos meses. La citada señora me denunció al Ejército que yo pertenecía a las Ligas Agrarias. El 4 de junio de 1977 fui detenida en Gobernador Martínez por personal del Ejército alrededor de las 21 hs. Allanaron mi casa, estaban en ese momento mi hija durmiendo en su cuna, y Herminio mi esposo. En el allanamiento se llevan las actas de la iglesia, un facón que pertenecía a mi padre, una carta del Padre Torres. Ingresaron en mi casa personas vestidas con uniforme del Ejército a cargo del Teniente Cao acompañado del sargento Amarilla, del sargento Flores, del sargento Aguirrre y de otro que quedó en la camioneta en la que me trasladaron. Revisaron toda la casa, revolvieron todo, y en una cajita encontraron una carta del Padre Torres desde España donde me pedía que retirara un Cristo del año 1807-1808, una reliquia. Me preguntaron por el paradero del Padre y al responder negativamente comenzaron los malos tratos e insultos. Rompieron las sábanas de la cuna de mi bebé, me ataron, me amordazaron y encapucharon con los trozos de las mismas y me llevaron detenida en presencia de mi hija de tres años y de mi esposo. Me tiraron a la parte trasera de la camioneta del Ejército, fueron “levantando” (sic) gente toda la noche, como a Angélica Barrios, Marcelo Ojeda, Francisco Báez, Luis Luque, Chichito Espíndola . Amanecimos en Santa Lucía todos encapuchados, allí nos informaron que nos llevaban a Paso de los Libres. Pero en realidad nos trasladaron al Club Hípico, fue el suboficial Aguirre a quien conocía quien se acercó y me comunicó que estábamos en el Hípico. “Nos bajan en una habitación y nos sientan a todos en el piso, y desde ese lugar se ve la cúpula de la iglesia de La Rotonda”.

En La Pajarera nos interrogaron con picana eléctrica, insultos y golpes. Yo no pude identificar a nadie porque estaba encapuchada pero pude reconocer en los interrogatorios la voz del Teniente Cao. El Padre Ratti intervino ante el Mayor Domínguez para mi liberación que se produjo el 9 de junio de 1977, nos llevaron de regreso a Gobernador Martínez a mí y a Angélica Barrios, al frente de ese operativo de regreso iba el Teniente Cao quien nos amenazaba para que no habláramos. Nos enteramos que a los demás los llevaron a la Comisaría Primera de Goya para “esperar que se borren los golpes y las marcas de las torturas”. Quedó bajo libertad vigilada es decir no podía ausentarse de la ciudad sin previa notificación. “En forma permanente el Mayor (Edmundo Aldo) Bertorello y el Teniente Scala recorrían las escuelas donde yo trabajaba averigüando sobre mi comportamiento y de las personas con las que me relacionaba”.

De los seis imputados presentes (Silveyra, Alcoberro, Lemos, Obregón, Baigorria y Cao) la testigo dijo reconocer solamente a este último. Sobre su interés en la causa señaló que se haga justicia. Aclaró que en Gobernador Martínez el Ejército estaba instalado en la ex estación ferroviaria. Al ser acusada de pertenecer a Ligas Agrarias aclaró que no era verdad, que ella era docente. Cuando se presentó Cao en el allanamiento dijo que eran de la Policía Federal. Al querer aclararle le espetó: “Cállese la boca, Ud. está detenida”. Reconoció la camioneta en la que cual fue trasladada con otros detenidos como de propiedad de un señor Escobar de Paraje Cruz de los Milagros. Agregó que en La Pajarera (Club Hípico) “nos sacaban de a uno y se escuchaban los gritos de dolor de los compañeros, nos sacaban de noche a torturar”. Detalló también el reclamo del Padre (Manuel A.) Ratti al Jefe militar Mayor (Walter Ernesto) Domínguez en base al Convenio Iglesia-Estado que debe comunicarse en una hora la detención de miembros de la Iglesia (el reclamo era por dos feligreses, la testigo y la hermana Angélica). Cuando el sacerdote volvió a la hora el Mayor le dijo que “están acá, fue un error” y aclaró que él no había ordenado nada. “Y quién me quita lo bailado” comentó amargamente la señora Barbona ante el Tribunal. Cuando el Teniente Cao le informó que estaba en libertad y preguntó ella la hora le dijeron que eran las 23, entonces se negó a salir alegando que no podía salir y que se quedaba hasta amanecer (ella pensó que le iban a pegar un tiro al salir), finalmente la testigo reclamó por Angélica "con ella, si no, no voy”.

Interrogada sobre si sabía quién usó la picana en su contra dijo “no sé”, pero añadió que el Teniente Cao había dicho algo referente a “la pila para la picana”, y “recuerdo perfectamente su voz” (en la sala de tortura), comentando además que ella había sido puesta desnuda en la cama de esa sala. Allí vieron signos de su enfermedad de soriasis (“cúrese” le dijo Cao). La interrogaron en su detención sobre las relaciones entre el Padre.Torrres y la hermana Angélica, le decían “vas a morir de la misma forma que murió Zenón”. (Este Zenón fue un médico asesinado en 1976 en un oscuro episodio en su domicilio-consultorio de calle Alvear entre Tucumán y Evaristo López de Goya, agregado de Prensa).

La jueza Rojas de Badaró le preguntó si conocía a Cao y dijo que sí, que conocía su voz, que no era de la zona. La Fiscalía le preguntó si Zenón era un apellido o un nombre respondió que era un apellido; también que estuvo detenida con otros como Espíndola, etc., y que todos fueron torturados. Sobre la hermana Angélica la testigo indicó que le rompieron la boca y que también la torturaron. Sobre los torturadores recordó que andaban de particular con sombreros de paja y que una noche interrogaron a todos una y varias veces toda la madrugada. Sobre los nombres de los torturadores la testigo dijo que sólo reconoció la voz de Cao y que todos la habían reconocido también Angèlica. Como anécdota residual dijo que el Mayor Bertorello luego de su detención pidió para comer un asado en la casa de ella y pidió disculpas y que “fue un error que cometieron”.

La defensora Mirta Pellegrini la consultó sobre Cao y tres agentes si cómo lo conocía a éste respondiendo que “él se presentó como Cao”. Sobre la estadía de personal militar en las escuelas señaló que no arreglaban nada que estaban para vigilar. Sobre si cómo conocía a Amarilla y otros que nombró dijo que porque comían en la escuela. Que a la vuelta de su detención en Gobernador Martínez volvió a ver a Cao. La Fiscalía requirió por parte del doctor Brest Enjuanez, Burella y Rajoy, otros detalles por ejemplo sobre libertad vigilada contestando que permaneció así por muchos años sin precisar la cantidad.
La testigo fue invitada a retirarse pero a los pocos minutos fue requerida nuevamente por el Tribunal creándose un clima de especial suspenso. El tercer Juez del Tribunal doctor Cerolani le preguntó sobre su liberación y las circunstancias al hacer el trayecto Goya-Gobernador Martínez. Al respecto la señora Barbona relató que la liberaron de noche, que Cao las llevó en una camioneta, que iban en la cabina el chofer, Cao y las dos liberadas, que en la vereda de la madre del doctor Zenón la dejaron exhibiendo Cao una pistola y amenazándola que no hablara. (“Si ud. habla no sé si sale viva otra vez”). También Cao esa misma noche amenazó con su pistola a otra persona. La testigo dijo sobre Cao que su voz tenía un tono soberbio, fuerte, que decía “cállese”, invitada a reconocer a Cao entre los presentes en la sala luego de disculparse por el paso del tiempo intentó hacerlo y lo señaló claramente entre los detenidos que estaban sentados detrás de los defensores a la izquierda del estrado del Tribunal. “”Nunca la detuve” le gritó el detenido Cao siendo advertido por el presidente Alonso que no podía hablar y aconsejando a la testigo que no dialogue con el detenido, recordando ésta que le había escuchado decir por ejemplo “somos de la Federal” cuando el momento de su detención. Finalmente le preguntó si en esta oportunidad del testimonio al haber hablado Cao reconocía su voz la testigo respondió que sí, que por el tono lo reconocía. El juez Cerolani le preguntó si “esa voz estaba presente en ese recinto” (aludiendo a la sala de torturas) expresando la testigo que sí, que era esa misma voz. Luego de esta segunda comparencia fue invitada a retirarse.
SABADO 2 DE julio de 2011. PRENSA MEDEHS GOYA

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Fotos: Ramón Alfredo Vallejos
Redacción: Marcos Damián González
Investigación y documentología: José Erasmo Gauto
Producción general: Rosa Alejandra Cañete
Fuente:Agndh                                                  

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