Opinión
Verdad y justicia: salud
Por Ángela Urondo.
La hija del escritor asesinado durante la dictadura, y su mirada luego de que se desterrara la falsa teoría del suicidio con cianuro.
12 de Julio de 2011
Duro y contundente, como un culatazo en el cráneo. Así de simple y doloroso. La pura verdad, de quien prefería seguir viviendo. Así de inconveniente para matadores y cómplices.
Desterrado el cianuro, y por lo tanto también la versión del forzado intento de suicidio, cabe subrayar, que el intento de asesinato había comenzado muchas cuadras antes, y que fue un ataque contra todos quienes íbamos en ese "Renault 6 verde claro, conducido por un hombre de saco a cuadros", que la policía tenía cantado seguir a la cita del 17 de Junio del 76, según consta en sus propias actas de procedimientos. En el auto éramos cuatro, y desde entonces faltan dos. Mis padres. Dos de treinta mil.
La muerte (en especial de los padres) cualquiera fuese la causa, es de todos modos irremediable; pero la mentira, es otro mal aparte, que en cambio, si, tiene remedio.
En el lugar donde se desencadenaron los hechos finales la policía dijo a los vecinos que el operativo había sido para recuperar un bebé robado de la estación de ómnibus por la pareja reducida, una mentira que ninguno de los que vieron la cacería humana se creyó.
Al día siguiente Menéndez anunciaba la baja, mediante un cable de noticias que varios medios locales levantaron en sus notas, diciendo: "Delincuente subversivo fue abatido en Mendoza", justificando que "Con otros extremistas pensaban tomar un destacamento policial", y deshumanizando por completo la situación al referir que "Abandonaron un bebé", o en palabras del diario Los Andes: "Usó como escudo a un niño". (Creo, no se ha publicado fe de erratas alguna, al respecto de tal agraviante falta a la verdad). Otra gran mentira, también repetida por los medios, fue sobre el paradero de mi madre, quien la policía declaró fugada, cuando en realidad, fue a la vista de todos que se la llevaron, muy golpeada, en el piso de un automóvil. Consta su ingreso al D2, y a partir de entonces, nunca fue vuelta a ver. A ese lugar, también me llevaron a mí, un rato más tarde.
Hacían falta estos juicios, para hacer visible la normalidad con que los niños fuimos llevados secuestrados a centros clandestinos de detención y tortura, o nacidos en ellos. Siento necesidad de hacer una reflexión por toda la gente invisible, sin nombre, dar a un recuerdo simbólico para los que perdieron todo, y para los que fueron tragados por la historia, sin que nadie en el presente pueda siquiera significarlos, todos los desaparecidos anónimos, especialmente los niños, los que no sobrevivieron, los que nunca fueron libres, los reasignados y mentidos, los que todavía no se dieron cuenta de que son ellos mismos, parte de esta misma historia, de esa gran mentira, de no ser quien se cree ser.
Queda hablar del proyecto de familia destruido. De lo irreparable, de la pérdida, de la soledad, del miedo y del dolor. De la búsqueda y de la resistencia, cuando no había ningún horizonte sano, y lo único posible era un sueño utópico, y una bronca fundamentada. Eran imprescindibles los Juicios de Lesa, para barrer grises suspicacias. Pronto llegarán los alegatos y con ellos podremos hacer, individual y colectivamente, una lectura un poco más completa y certera sobre lo ocurrido. Después, las sentencias pondrán fin a muchas dudas, de quienes todavía las pudieran tener. En los veredictos se agotan muchas discusiones, ya que los puntos de vista tendrán que empezar a ajustar a la verdad de la historia, que la justicia está inscribiendo, poniendo en su lugar a quienes fueron victimarios y llevaron adelante esta masacre.
A partir de ahí, quienes fuimos portadores de esa violencia, de ese horror, que no nos pertenecía, podremos empezar un proceso de des-victimización y cura, que la injusticia y la impunidad instaladas durante 35 años, hasta ahora no nos habían permitido; al gran pueblo argentino, salud.
Fuente:ElSolDiario
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